domingo, 20 de septiembre de 2015

R.P. Leonardo Castellani: El Mandamiento Mayor de la Ley






En aquel tiempo: Se acercaron a Jesús los fariseos y uno de ellos, Doctor de la Ley, le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? Él le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas. Estando aún reunidos los fariseos, Jesús les propuso esta cuestión: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?” Dijéronle “de David”. Replicó Él “¡Cómo, entonces, David (inspirado), por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice: “El Señor dijo a mi Señor: Sientate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies”? Si David lo llama “Señor” ¿cómo es su hijo? Y nadie pudo responderle nada, y desde ese día nadie osó más proponerle cuestiones.
Mt XXII, 34-46




"El Evangelio de Jesucristo"
R.P. Leonardo Castellani


Domingo decimoséptimo después de Pentecostés

   Los sabihondos europeos que hoy día no quieren aceptar a Cristo y desean cortar a la Europa las propias raíces han inventado como pretextos diversas historias; una de lo más risueñas es que "en el evangelio al fin final no hay nada nuevo". Todo lo que Cristo predicó se hallaba ya en el Oriente; lo que hizo el "genial nazareno" fue construir una especie de mezcla (sincretismo la llaman) de los resultados últimos de la "evolución religiosa" de la Humanidad. Curiosamente, esa mezcla cuajó en un cemento más fuerte y más pulido que el mármol. Hay incluso un santón hindú llamado Ramakhrishna —fundador de una secta teosófica muy activa hoy día que esa sí es una mezcla de hinduismo y cristianismo averiado— el cual se atrevió a afirmar que Cristo estuvo en la India de los 19 a los 29 años y allí aprendió Su doctrina; sin ninguna prueba y a retropelo de las pruebas históricas en contrario. Netamente imposible.

   El evangelio de hoy (Mateo, XXII, 34) versa sobre el Mandamiento Máximo y Mejor, promulgado categóricamente por Cristo y seguido de una afirmación implícita y polémica de que El era más-que-hombre. El Mandamiento Máximo y Mejor es el Precepto del Amor Cristiano, que es un "estreno absoluto" —como dicen ahora— en la Humanidad. Examinando con serenidad la historia de las religiones, se ve que siempre fueron los Hebreos los que en lo religioso llegaron más lejos; y que ellos, como se ve en este evangelio, habían llegado, en tiempos de Cristo, a una aproximación del Amor Cristiano, vaga, pálida y dudosa. Los demás "mandatos o consejos de amor", incluso los de Budha Sidyarta Gautama y su escuela, no son más que una asonancia y como lejana semejanza de palabras. El sentido es del todo diverso.


   La discusión acerca del Mandato Máximo y Mejor estaba candente en Israel; porque era entonces necesaria. La Ley Mosaica, por obra de los Talmudistas y los Intérpetes y los Casuistas, se había complicado y ramificado de una manera imposible: en definitiva no se sabía lo que había que hacer, porque la polvareda de preceptos pequeños y opiniones divergentes lo oscurecía todo. Había que encontrar un resumen de la Ley; había que encontrar el espíritu, el centro y el hilo conductor. Un hebreo que hiciera caso a los casuistas no podía moverse en día Sábado, por ejemplo: si se me cae el escritorio con todo lo que hay encima en día Sábado ¿puedo levantarlo sin incurrir en las iras de Jehová?

   En la parábola del Buen Samaritano, que hemos visto también en este evangelio, vemos adonde había llegado la discusión teológica. Los mejores entre los fariseos habían llegado a la conclusión de dos mandatos fundamentales: amar a Dios y amar al prójimo: sólo había que ver todavía qué cosa se entendía por amor y qué cosa por prójimo; por lo demás, esa conclusión era contestada acremente por los literalistas de la Ley y con mucho fundamento: estaba fuera del "espíritu general" de la ley mosaica, y se apoyaba en textos sueltos... Jesucristo definió los dos términos dudosos y fundió los dos mandatos en uno; y así lo sublimó, todo, a una altura moral antes inconcebible. Esa es la esencia del cristianismo. Adolph Harnack escribió un libro célebre la esencia del cristianismo; y después Karl Adam otro Loisy otro... La esencia del cristianismo es el Padre Celestial, la esencia es la interioridad, la esencia es la Parusía.. ., etcétera. Cuentos. La esencia del cristianismo está en este evangelio. Cristo se proclama Dios y da a la Humanidad un mandato que sólo Dios podría inventar... Es sobrenatural; está más allá de las facultades del hombre tal como las conocemos; para poder cumplirlo hay que recurrir a Dios.

   Hay una diferencia entre los dos Doctores de la Ley que van a pedir a Cristo la solución de esta Cuestión Suprema. El uno parece menos bien dispuesto: Cristo lo interroga a su vez, le narra una parábola y al final le dice: "Ya que lo sabes, ahora vete y haz misericordia". A estotro Cristo le responde lisa y llanamente, y él se dispara en una glosa —esto está en San Marcos, XII— que lo pinta como entusiasmado por la respuesta: "Efectivamente. Verdad. Así es. Estos dos son. No hay otros. Esto vale más que los holocaustos y los sacrificios...", etcétera. Cristo lo aprueba amorosamente: "No estás lejos tú del Reino de Dios". Había venido porque había oído decir que "Este" responde a todo y nadie lo da vuelta". Al final del episodio anota Marcos que "nadie se atrevió a preguntarle más". Empezó Jesús a preguntar a su vez, terminado ya exitosamente su propio "examen".

   Los pueblos orientales —todos los pueblos de estilo oral— aman esta especie de contrapuntos: lo mismo que nuestros pasados paisanos a los payadores, que son reliquias del estilo oral. Recordemos el contrapunto de Martín Fierro y el Moreno. Pero esta nuestra payada doble, ya literaria, versa sobre preguntas abstractas y lejanas; y los contrapuntos que nos reporta el evangelio —y que se hacían con solemnidad religiosa y en una especie de cantinela, escuchando y fallando la corona de oyentes— se refieren a cuestiones concretas y candentes, incluso cuestiones personales como el problema de Cristo. Aquí Cristo les arroja el versículo del profeta David que dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra. Mientras pongo a tus enemigos como escaño de de tus pies". La pregunta: "¿Quién eres tú, pues?" tantas veces hecha, surgía naturalmente después de oír a Cristo haciendo ley y abriendo nada menos que a un Doctor, nada menos que la puerta del Reino.

"—¿De quién habla aquí el Profeta?
"—Del Rey Mesías, evidente.
"—Yo soy el Mesías. Ahora decidme, ¿puede un hijo ser señor de su padre?
"-No.
"—¿No es el Mesías hijo de David?
"—Si
"—¿Corno es pues que David lo llama "Señor"?
"—No sabemos. No sabemos nada. No sabemos ni una palabra".
   "Y desde aquel día, nadie osaba cuestionarlo", es decir desafiarlo a contrapuntos. La confesión de ignorancia dolía. Y era ignorancia fingida. La conclusión aquí era clara: el Mesías será más-que-hombre, puesto que será Señor del Rey David su padre. No sólo David lo llama "Señor", sino que Dios "lo sienta a su derecha". Eso significa en Oriente participación pareja en la Reyecía: la Reina se sentaba en un trono a la derecha del Rey. Aquí estaba indicada, pues, una participación en la Divinidad. Cristo la afirma y se la adjudica audazmente. Los Doctores callan.

   Esta es la promulgación solemne del Cristianismo, la esencia de su Dogmática y de su Moral: dos misterios inmensos. A los que dicen "no hay nada nuevo en el evangelio" podría preguntárseles si espigar lo más excelso de la moral universal, cifrarlo en un solo punto, hacerlo practicable y practicarlo, y morir crucificado en su defensa, si eso les parece nada. Pero hay más, infinitamente más que eso. El Amor Cristiano es una novedad absoluta.

   Hoy día lo encontramos sólo en islotes aislados; la generalidad del mundo ha rechazado de hecho el Mensaje; y aun en el seno de la Iglesia flaquea. Parecería que no es así, se habla de "amor" por todas partes, se pondera el amor del prójimo, se multiplican las obras oficiales de beneficencia, se defiende —con las armas y en guerras terribles— la "Civilización Cristiana". Pero son palabras y no obras, sentimentalismos, "el dulce Nazareno", "el amable Rabbí de Galilea", el "mensaje del amor a todos" que propala inclusive el obsceno Rama-khrishna: una inundación de jarabe y moralina.

   Hay caridad en la Iglesia y la habrá siempre, gracias a Dios; pero ¡cuan oprimida y rala está! La convivencia está atacada, la amistad está adulterada, la misericordia está falseada, y el odio y la aversión paganos se han desatado en el mundo. No soy pesimista: "experto crede Ruperto", lo conozco en carne propia. El amor cristiano se ha aguado y se parece al amor al prójimo que había antes de Cristo, y que nos echan en cara estos "orientalistas", como un "precedente oriental".

   Distinguir estos dos amores al prójimo es posible y fácil. El gran escritor C. S. Lewis, en tres conferencias hechas en la Universidad de Durham sobre el tao (o sea la ley moral universal, como la designan en China) y sobre la Abolition of Man (o sea la gran apostasía actual) recogió una antología de los preceptos morales de todos los libros sagrados del mundo, para probar que la moral hebrea continuada por la cristiana está enraizada en la misma natura moral del hombre, y en su tradición milenaria. Leyéndola salta a los ojos la diferencia entre el amor al prójimo de las religiones antiguas y la caridad enseñada con obras y con palabras por Cristo y sus discípulos.

   Brevemente: los estoicos proclamaron sí que no había extranjeros y que la patria del hombre era todo el mundo, como Mario Bravo; pero era una manera de rechazar o despreocuparse de la propia patria más bien que amor al foráneo, al extraño, al enemigo: a lo socialista actual. Lao-Tsé y Confucio predican el perdón y la gentileza; pero no es el amor, es una benevolencia general y más bien una táctica de defensa y prudencia: es un amor-timidez, sin arrojo y sin fortaleza. El Bhuda Gautama, su antecesor, es el que más claramente predica el amor a todos los hombres, aun a los más bajos y despreciados. Pero hay que saber lo que es el amor budista: él se extiende a los animales y a las plantas, está fundado en el desprecio de todo lo visible. El Budismo quiere suprimir el dolor por la supresión del deseo, por el ahogamiento de todo lo terrenal en el Nirvana; su amor al prójimo es una especie de gimnasia para la supresión del amor a sí mismo. ¿Qué me importa que me ames como a ti mismo, si no te amas nada a ti mismo? Budha me ama a mí como a su gato; y ama a su gato como a un fantasma: lo sensible para el budista no tiene realidad, es una apariencia, la Maia o Gran Ilusión. Un budista japonés convertido decía a Paul Claudel: "Lo que me asombró en el cristianismo es que no sólo ama al hombre, sino que lo respeta". Profunda palabra. El amor universal del Budha es gélido, interesado, egoísta; como en los estoicos, es una indiferencia cansada y despreciativa. No respeta al hombre. ¿Y qué es un amor sin respeto?

   Pero ¿y los hebreos? Los hebreos como hemos visto no se atrevían a extender el concepto de prójimo hasta a los enemigos; ni la amistad hasta dar la vida por el amigo. Los salmos de David están llenos de tremendas imprecaciones vengadoras contra el enemigo. "Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión...", así habla el éxodo. "Tú has de devorar todos los pueblos que el Señor tuyo te dará en tu poder. No se enternezca sobre ellos el ojo tuyo", así habla el deuteronomio ... "Amarás a «tu amigo» como a ti mismo", era lo más a que llegaron los Deútero-Profetas. Eso era todo. Todo alrededor se extendía —Asiría, Egipto, Roma— la inconmensurable crueldad pagana.

   El amor que enseñó Cristo "es paciente y es benigno, no es celoso, no es sacudido, no se hincha, no es codicioso, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa torcido, no se alegra del daño y se conalegra en el gozo; todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta... El nos reúne todos en un cuerpo, con la vida común de los miembros de un cuerpo, en la Cabeza, que es Cristo", dice San Pablo.




Sea todo a la Mayor Gloria de Dios



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