domingo, 22 de abril de 2018

R.P. Leonardo Castellani: Sermón Tristeza y Gozo de los Discípulos






En aquél tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: “Un poco de tiempo y ya no me veréis: y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, porque me voy al Padre”. Entonces algunos de sus discípulos se dijeron unos a otros: “¿Qué es esto que nos dice: «Un poco, y ya no me veréis; y de nuevo un poco, y me volveréis a ver» y: «Me voy al Padre?»”. Y decían: “¿Qué es este «poco» de que habla? No sabemos lo que quiere decir”. Mas Jesús conoció que tenían deseo de interrogarlo, y les dijo: “Os preguntáis entre vosotros que significa lo que acabo de decir: «Un poco, y ya no me veréis, y de nuevo un poco, y me volveréis a ver». En verdad, en verdad, os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo. Así también vosotros, tenéis ahora tristeza, pero Yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se alegrará y nadie os podrá quitar vuestro gozo. 
Juan XVI, 16-22



El Evangelio de Jesucristo
R.P. Leonardo Castellani


Domínica tercera después de Pascua
Tristeza y Gozo de los Discípulos

El evangelio de este Domingo tercero después de la Pascua (Jn XVI, 16) está tomado de la larga Despedida de Cristo en la Ultima Cena, que fue seguido por la llamada Oración Sacerdotal: las ultimas palabras que pronunció Cristo antes de su Pasión. Es el evangelio de la Esperanza; como si dijéramos la llave de toda la vida cristiana.

Los Apóstoles estaban conturbados y consternados: las cosas raras se sucedían cada vez con más frecuencia y violencia: Cristo había denunciado la traición de Judas, había instituido la Eucaristía, había lavado los pies a los Discípulos, había predicho concretamente su Pasión y Muerte, predicción que ellos no querían admitir. La aspereza de la lucha en las últimas semanas, la segunda limpieza del Templo a zurriagazos, la maldición de Jerusalén, la predicción del fin del mundo, las cuatro intentonas de homicidio por parte de los fariseos; en suma, la rápida inminencia de un desenlace llenaba la mente de los Doce de imágenes sombrías e inusitadas, la revulsionaban desde el fondo, y la ponían en ese estado de pura receptividad, que es eminentemente religioso, y que se puede llamar desesperación: no en el sentido de pecado contra la esperanza –excepto en Judas– sino en el sentido de conmoción espiritual extrema y profunda, que le ha dado Kirkegor en su famoso Tratado.

En esta coyuntura Cristo les anuncia la derrota y la victoria en forma simple y sedada: que van a tener que afligirse, entristecerse y acongojarse y que el mundo va a triunfar; pero que después su tristeza se convertirá en gozo, y que ese gozo nadie se los podrá quitar. Con la tranquilidad de un befe de Estado Mayor, Cristo les resume el final de la campaña y la decisión de la crisis presente; que es figura de la decisión de la crisis (o “agonía”, como la llamó Unamuno) de la vida de todo hombre cristiano.

Cristo comparó la vida espiritual a un parto; y si Él lo hizo también podemos hacerlo nosotros. La mujer que está por dar a luz se entristece, porque le llegó su hora; pero después del nacimiento, no se acuerda más de su tristeza, y tiene alegría, porque un hombre ha venido a este mundo. No dice Cristo solamente que no se acuerda más sino que se alegra; y no dice “porque ahora tiene un hijo” sino porque un hombre ha venido a la luz de estemundo.

Alude no a una alegría particular sino a una alegría cósmica, por decirlo así. Esta frase es una señal del optimismo fundamental que hay en el fondo del cristianismo –que parece tan duro y sombrío a la impiedad contemporánea– porque Cristo afirma sencillamente que la venida de un hombre al mundo es un bien, perfectamente consciente de los dolores de la madre y de los dolores que él mismo habrá de pasar, pero que habrán de pasar. No dice: “¿Para qué echar más desdichados al mundo?” como mistar Malthus; ni dice como Hamlet a Ofelia: “¡Vete a un convento! ¿Para qué quieres ser madre de pecadores?”.

Recuerdo que en la primera conferencia que di en Buenos Aires, en el CUBA o Club Universitario, opuse este texto a la filosofía sombría de Freud, que ve a la sexualidad como una especie de maldición asquerosa irrefrenablemente suspendida sobre la humanidad. El fin de la vida sexual, con todos los peligros, accidentes y dolores que puede tener, es un bien. La vida espiritual, que es la vida por excelencia en el hombre, se le parece; en otro plano superior.

Cristo dio esta advertencia grave en una forma sedada, como conviene hablar a un asustado o un perturbado: “Un poquito me veréis y un poquito más y ya no me veréis.” Este debía ser un refrán o un dicho popular hebreo, quizás una cantinela de las que cantan los niños en sus juegos. Tres veces se repite en este evangelio. Los apóstoles hablaban en voz baja preguntándose que querría decir con eso; y Cristo lo explicó, refiriéndose a su próxima Muerte y Resurrección desde luego; pero también y por el mismo hecho, a toda la vida posterior de los Apóstoles y su desemboque en la vida eterna. Es inútil discutir, como hacen algunos doctores (Lagrange) si fue a ese momento o fue a toda la vida la referencia. Esas dos cosas no son separables para el cristiano; porque para él en el Instante se inserta continuamente la Eternidad. Y Cristo mezcló a esta “llave de la vida cristiana” un ligero toque de humorismo; como si un padre en su lecho de muerte iniciara una grave revelación a sus hijos con estas palabras, por ejemplo: “Buenos días, Su Señoría -Mantantiru, lira, lán...”.

¿Qué viene a ser este gozo que nadie nos puede quitar? ¿Qué es esa mezcla nueva de dolores y de alegría, de derrota y de victoria, de ver y no ver? Eso es sencillamente la Esperanza. La Esperanza es triste porque el que espera no tiene; y la Esperanza es alegre, porque el que espera no desespera. La vida espiritual es un camino que no carece de altibajos y baches, de zarzas y espinas, de sombras y de accidentes; pero el sentirse en el buen camino compensa y domina todo eso; con la ventaja en este caso de que el termino del camino, que es el amor de Dios, está ya incoado en cada uno de sus tramos.

El nutrimiento y el acto por excelencia de la Esperanza es la oración. Por eso Cristo añade de inmediato la promesa de la Oración Eficaz. “En ese da ya no pediréis nada, porque, palabra de honor, todo cuanto a mi Padre pidierais junto conmigo os será dado. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, a fin de que vuestra alegría sea plena. La oración en el corazón de Cristo es siempre eficaz. Naturalmente que si pedimos que se muera Churchill, o que los pille un accidente a los vecinos de arriba, no pedimos junto con Cristo ni en el nombre de Cristo.

El gozo que Cristo prometió a los suyos existe; porque si no existiera, la Iglesia no existiría ahora. Los mandatos de Cristo no son fáciles sino difíciles; las virtudes son muchas y pesadas; la renuncia a lo temporal que El exige no es menguada sino total; los accidentes de tráfico de la vida son innumerables, el Partido Radical está partido en dos, y el mundo es muy embromado. Si no hubiese una cosa invisible y misteriosa que equilibre todo ese peso, los cristianos no hubiesen podido tirar hasta ahora. Esa cosa es la Caridad, fruto de la Fe y la Esperanza. “¿Quién sera poderoso a apartarme de la caridad de Cristo? ¿Por ventura la tribulación, o la angustia, o la hambre, o la desnudez, o el peligro, o la persecución, o la espada? Cierto soy que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni los principados y los poderíos, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo bajo ni criatura alguna son valederos aapartar del amor de Dios en el Señor Jesucristo”, dijo uno de sus amadores.

Los frutos del amor de Dios son la voluntad de no ceder a las tentaciones, la confianza en su Providencia, y el gozo en el Espíritu Santo. Porque el fruto del amor es el dolor y el gozo; y El es más poderoso que la muerte.




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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