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martes, 18 de abril de 2017

La Religión Demostrada XXVI: Nuestros Deberes para con la Iglesia







LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.







DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.





QUINTA VERDAD

LA IGLESIA CATÓLICA ES LA ÚNICA DEPOSITARIA DE LA
RELIGIÓN CRISTIANA


VI. NUESTROS DEBERES PARA CON LA IGLESIA

186. P. ¿Cuáles son nuestros deberes para con la Iglesia?

R. Tenemos tres grandes deberes para con la Iglesia, derivados de la triple autoridad que Jesucristo le ha conferido.

Debemos: 1° Creer en sus enseñanzas, porque ha recibido autoridad doctrinal para enseñarnos las verdades reveladas.

2° Obedecer sus preceptos, porque posee autoridad pastoral para gobernar a los cristianos.

3° Recibir sus sacramentos y tomar fiarte en su culto, puesto que está investida con autoridad sacerdotal para conferir la gracia.

Hemos probado (núm. 145) que Jesucristo ha dado a su Iglesia docente esta triple autoridad. Réstanos exponer cuáles son nuestros deberes prácticos para con la Iglesia, encargada por Dios de enseñarnos, de gobernarnos, de santificarnos.



§1° DEBEMOS CREER EN LAS ENSEÑANZAS DE LA AUTORIDAD
DOCTRINAL DE LA IGLESIA

El Concilio Vaticano resume nuestro primer deber para con la Iglesia con estas palabras:

“Hay que creer con fe divina y católica todas las verdades que están contenidas en la palabra de Dios ESCRITA o TRADICIONAL, y que la Iglesia, sea por una sentencia solemne, sea por su magisterio ordinario y universal, propone a nuestra creencia, como divinamente reveladas” (85).

Este texto encierra tres proposiciones distintas, tres grandes principios dogmáticos:

1° La fe divina y católica tiene por objeto las verdades divinamente reveladas, contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición (86).

2° Sólo a la Iglesia corresponde proponer a la fe católica las verdades conte-
nidas en la Escritura y en la Tradición.

3° La Iglesia puede proponer estas verdades, sea por una sentencia solemne, es a saber, por la definición de un Concilio general o del Papa hablando ex cathedra, sea por su magisterio ordinario, es decir, por la enseñanza común y universal de sus Pastores.

De ahí las tres siguientes proposiciones:

1° Las fuentes de la enseñanza de la Iglesia son la Sagrada Escritura y la Tradición.
2° La Regla de fe católica, es el magisterio de la Iglesia.
3° El magisterio de la Iglesia, sea ordinario, sea extraordinario, es infalible.


FUENTES DE LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA

187. P. ¿Qué es lo que la Iglesia enseña a los cristianos?

R. La Iglesia enseña a los cristianos las verdades que Nuestro Señor Jesucristo ha revelado, por Sí mismo o por el Espíritu Santo, a sus apóstoles.

Nuestro Señor instruyó, durante tres años, a sus apóstoles y prometió enviarles el Espíritu de verdad para perfeccionar su instrucción. La víspera de su Pasión les dijo: “Aun tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis comprender. Pero cuando viniere aquel Espíritu de verdad, él os enseñará toda verdad” (87).

La Iglesia es el eco de Jesucristo: ella repite al mundo las verdades anunciadas por el divino Maestro, y difunde por todos los pueblos las enseñanzas divinas. Esto es lo que constituye su grandeza.

Un procónsul romano preguntaba a un joven mártir: —Jesucristo ¿es Dios? —Sí, Jesucristo es Dios. — ¿Quién te lo ha dicho? —Mi madre me lo ha dicho, y Dios se lo dijo a mi madre. “Mihi mater, et matri meae Deus dixit”. Tal es la contestación que debe dar todo católico.


188. P. ¿En qué fuente bebe la Iglesia las verdades que Jesucristo enseñó a los apóstoles?

R. La Iglesia bebe las enseñanzas que Jesucristo enseñó a sus apóstoles, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición.

Estas dos fuentes de la fe contienen lo que debemos creer y lo que debemos hacer para salvarnos.

Dios ha hablado a los hombres por medio de sus profetas y de su divino Hijo. Con la revelación cristiana se cerró el ciclo de las revelaciones divinas. Pero, ¿dónde se encuentra el depósito de la revelación?

En la Sagrada Escritura y en la Tradición; y este depósito Dios lo ha confiado a la guarda de su Iglesia.

La Iglesia no inventa nuevas verdades: no hace más que atestiguar y esclarecer los dogmas. No los define para que existan, sino porque existen. 

Las verdades que componen el depósito de la fe son como piedras preciosas que la Iglesia muestra sucesivamente a las generaciones que no las conocen. Pero no puede aumentar ni disminuir el número de estos diamantes marcados con la efigie de Cristo.


A ) LA SAGRADA ESCRITURA

189. P. ¿Qué es la sagrada Escritura?

R. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo.

Comprende los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Muchos otros libros, por ejemplo, los catecismos, contienen la palabra de Dios; pero no son esta palabra. Una carta puede contener las palabras de un soberano, sin ser una carta del soberano. Pero una carta escrita por un secretario, bajo el dictado del rey, es verdaderamente una carta y palabra real. De la misma manera, las Sagradas Escrituras, escritas bajo la inspiración del Espíritu Santo., son verdaderamente los escritos de Dios, la palabra de Dios.

1° Noción de la Sagrada Escritura. — La Sagrada Escritura es la colección de los libros escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, y reconocidos por la Iglesia ¡como depositarios de la palabra de Dios. Esta colección se llama Biblia.

La Biblia es, a la vez, obra del hombre y obra de Dios.

MATERIALMENTE, nuestros Libros Santos no se distinguen de los libros ordinarios. Conocemos a sus autores: Moisés, David, Salomón, San Mateo, San Juan, San Pablo, etc. Fueron escritos como los otros, en pergamino o en papiro en un idioma determinado, el hebreo, el griego, y conforme a las reglas de la sintaxis y de las gramáticas particulares de esas lenguas.

Así considerados, son libros cuya autoridad humana se basa en la crítica. Hemos probado (núm. 77 y 113) su autenticidad, su integridad y su veracidad.

Pero FORMALMENTE, y en su carácter esencial, nuestros Libros Santos son, ante todo, obra de Dios, porque fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo. El hombre que los escribía no fue sino un instrumento en manos de una causa superior: de suerte que las Escrituras no contienen nada —ni pensamientos, ni doctrinas, ni narraciones — fuera de lo que el Espíritu Santo ha querido poner en ellos.

Por consiguiente, los Libros Santos difieren esencialmente de los libros humanos, no por el argumento, sino por su autor principal, que es Dios mismo: “Spiritu Sancto conscripti Deum habent auctorem”. — (Concilio Vaticano I) Los Libros Santos son obra de Dios, porque es Él mismo quien los inspiró.

2° Naturaleza de la inspiración. — ¿Qué es la inspiración? Es una moción, un impulso sobrenatural del Espíritu Santo, que determina la voluntad del escritor sagrado, ilumina su inteligencia, su imaginación y su memoria, dirige su pluma, le preserva de todo error, y le hace escribir lo que Dios quiere, y nada más.

En la inspiración, la función principal pertenece a Dios; al hombre, la secundaria.

La acción de Dios sobre el escritor sagrado se traduce por una triple influencia:

1° Determinación sobrenatural de la voluntad para escribir;
2° Iluminación de la inteligencia acerca de las verdades que hay que escribir;
3° Dirección y asistencia positiva, del Espíritu Santo acerca de los pensamientos y de las palabras, para preservar al escritor de todo error y hacerle escribir todo lo que Dios quiere, y nada más.

Esta influencia del Espíritu Santo, dejando a cada escritor su genio propio, su manera de concebir, su estilo, etc., lo ilumina y dirige en la elección de los más pequeños pormenores, y no solamente le impide equivocarse, sino aun valerse de alguna expresión que no refleje exactamente el pensamiento divino.

Así, la acción de Dios y la cooperación del hombre se asocian en el mismo acto. La redacción de la Escritura es obra de uno y del otro: de Dios, que fue el autor principal, y del hombre, que sirvió de instrumento. — “Spiritus‖Sanctus est auctor, homo vero instrumentum”. — (SANTO TOMÁS)

Escuchemos al Concilio Vaticano:

“La revelación sobrenatural —dice— está sometida en los Libros escritos y en las tradiciones no escritas, que, recibidas de la boca misma de Jesucristo por los apóstoles, y transmitidas como por las manos de los mismos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, han llegado hasta nosotros.

”Estos libros la Iglesia los tiene por santos y canónicos, no porque, compuestos por la sola habilidad humana, hayan sido después aprobados por la Iglesia, ni tampoco porque contienen la revelación sin error, sino porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y han sido entregados como tales a la misma Iglesia” (88).

3° Certeza del hecho de la inspiración. — ¿Cómo sabemos que los Libros Santos son inspirados? — Esto no se puede saber sino por el testimonio formal del mismo Dios. Sólo Dios, que es el autor principal de los Libros inspirados, y que es la verdad misma, puede certificar de una manera auténtica y segura la inspiración de un libro.

En el Antiguo Testamento, Dios formuló su testimonio por sus profetas y enviados, cuya veracidad abonaba por medio de milagros. Jesucristo y los apóstoles confirmaron el testimonio, de los profetas de la ley antigua.

El testimonio de Dios acerca de la inspiración de los Libros del Nuevo Testamento nos ha venido de los apóstoles, que lo transmitieron a sus discípulos. Los primeros cristianos no podían conocer la inspiración de los Libros Santos sino por el testimonio de los apóstoles, testigos dignos de fe, puesto que, enviados de Dios, probaban su misión con milagros. De su boca debían los fieles aprender la doctrina de la salvación y, por consiguiente, la inspiración de los libros que encerraban esta doctrina. Este testimonio de los apóstoles nos es transmitido por la Tradición Católica, es decir, por el magisterio infalible de la Iglesia.

Y, en efecto, una afirmación tan grave, que nos obliga a creer en la inspiración de un libro, debe dimanar de una autoridad divina, universal e infalible. Ahora bien, sólo la Iglesia católica, fundada por Jesucristo, está investida de semejante autoridad. Por consiguiente, el Papa o bien el Concilio ecuménico son los únicos que pueden distinguir y hacer conocer cuáles son los libros inspirados. Es lo que han hecho los Panas y los Concilios a través de los siglos.

En último término, el Concilio de Trento designó todos nuestros Libros Santos, en su conjunto y en sus partes, como inspirados por el Espíritu Santo.

El Concilio Vaticano, renovando esta definición, la termina con esta sentencia: “Si alguien no recibiere en su integridad, con todas sus partes, como Sagrados y Canónicos los Libros de la Escritura, tales como los enumeró el Sagrado Concilio de Trento, o negare que estén divinamente inspirados, sea anatematizado” (89).

OBJECIÓN. — Los protestantes nos acusan de fundar nuestro raciocinio en un círculo vicioso. Vosotros probáis, dicen ellos, la autoridad de la Iglesia por el testimonio de las Escrituras, y probáis a continuación la inspiración de las Escrituras por la autoridad de la Iglesia.

R. Los Libros Santos tienen una autoridad humana y una autoridad divina. Su autoridad humana, como libros puramente históricos, se prueba, no por el testimonio de la Iglesia, sino por los argumentos que establecen el valor de todo monumento histórico. Con estas pruebas hemos demostrado que los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles son libros históricos, perfectamente auténticos, íntegros y verídicos. — (Núm. 113)

Los Evangelios narran la vida de Jesús; dan las pruebas de su divina misión y de su divinidad; nos lo muestran afirmando que es Dios y probándolo con sus milagros. Vemos después a este Hombre-Dios fundar la Iglesia, investiría de una autoridad divina y del privilegio de la infalibilidad, para permitirle imponer su doctrina y su fe al género humano.

Así pues, nosotros empezamos estableciendo la existencia y la autoridad infalible de la iglesia por los Evangelios considerados como libros históricos. Hecho lo cual, podemos inmediatamente, sin incurrir en círculo vicioso, conocer, mediante la Iglesia, encargada por Jesucristo de enseñar todas las verdades reveladas, cuáles son los libros inspirados y la extensión de su inspiración.

N. B. — Por lo demás, haremos notar con el Concilio Vaticano que, sin recurrir a la Escritura, se puede probar la divinidad de la Iglesia católica.

La Iglesia, dice, es por sí misma, debido a su admirable propagación, a su eminente santidad, a su fecundidad inagotable en toda clase de bienes, a su unidad católica, a su estabilidad invencible, un grande y perpetuo motivo de credibilidad y una prueba irrecusable de su divina misión.

4° Canon y traducción de los Libros Santos. — Se llama canon el catálogo auténtico de los Libros inspirados; y se llaman canónicos los libros que están inscriptos en este catálogo.

Los libros del Antiguo Testamento, en número de cuarenta y cinco, eran conocidos de los judíos; los del Nuevo Testamento, en número de veintisiete, fueron conocidos de los cristianos desde el tiempo de los apóstoles, que los habían escrito. Unos y otros nos han sido fielmente transmitidos por la Tradición. El catálogo o canon fue formado, desde los primeros tiempos del Cristianismo, por los Concilios y los Papas.

El Concilio de Trento enumera todos los Libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Todo libro inscripto en el catálogo de los libros inspirados posee: tres propiedades:

1° Es de origen divino; es a saber: escrito bajo la inspiración de Dios.
2° Su inspiración está comprobada por la autoridad competente: la Iglesia.
3° Este libro debe ser considerado como infalible y exento de todo error.

La traducción de la Sagrada Escritura admitida por la Iglesia es la Vulgata, en lengua latina, de la cual una parte fue hecha y la otra corregida por San Jerónimo. El Concilio de Trento ha declarado que es auténtica, es decir, conforme, en cuanto a la substancia, al texto primitivo.

Este decreto del Concilio de Trento, corroborado y confirmado por el del Vaticano, nos prueba: 1°, que la Vulgata no contiene ningún error en lo que se refiere a la fe y a las costumbres; 2°, que ella debe ser tenida por absolutamente fiel en todas sus partes substanciales, aun en las no dogmáticas y morales; 3°, que los cristianos pueden servirse de ella con toda confianza.


B ) LA TRADICIÓN

190. P. ¿Qué es la Tradición?

R. La Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino transmitida de viva voz por los apóstoles y que ha llegado hasta nosotros por la enseñanza de los Pastores de la Iglesia.

La Sagrada Escritura no es el único depósito de la revelación cristiana. Los apóstoles no escribieron todas las verdades que habían aprendido de boca de su divino Maestro. Muchas hay que enseñaron de viva voz a los primeros obispos, y éstos, a su vez, las transmitieron a sus sucesores.

Se llama Tradición, ya el conjunto de estas verdades así transmitidas, tradición objetiva; ya el órgano de transmisión de estas verdades, tradición subjetiva.

El órgano da la transmisión de las verdades no escritas no es otro que el magisterio de la Iglesia.

1° Los apóstoles no escribieron toda la doctrina de Jesucristo. ― a) La predicación era el medio indicado por Jesucristo mismo para la propagación del Evangelio. Los apóstoles no habían recibido la misión de ESCRIBIR la doctrina deJesucristo, sino la de PREDICARLA a todo el universo. Ni siquiera escribieron un resumen sucinto de la doctrina cristiana: su símbolo fue enseñado de viva voz y recitado de memoria hasta el siglo VI. Por eso ¡hacen depender la fe, no de la lectura de la Biblia, sino de la audición de la palabra de Dios: Fides ex auditu, auditus antera per verbum Dei. — (SAN PABLO)

b) Sin embargo, algunos apóstoles escribieron una parte de las enseñanzas del divino Maestro; pero no nos presentan sus escritos como un cuerpo completo de la doctrina cristiana. Los evangelistas no relatan sino algunas enseñanzas de Jesucristo y los hechos principales de su vida: loa autores de las Epístolas se limitan a explicar ciertos puntos de dogma o de moral.

San Lucas nos dice que Jesucristo, después de su resurrección, pasó cuarenta días con sus apóstoles, dándoles instrucciones sobre el reino de Dios, es decir, sobre su Iglesia, y el Evangelio no dice ni una palabra de estas instrucciones.

San Juan, el último de los evangelistas, hace esta noble advertencia: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen una por una ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir” (90).

c) Por lo demás, la existencia de la Tradición está probada por el uso mismo de aquéllos que la rechazan. Los PROTESTANTES aceptan la inspiración divina de la Biblia, la substitución del domingo al sábado, el bautismo de los niños, etc. Pero estas verdades y prácticas no son conocidas sino por tradición: los Libros Santos no hablan de ellas. La palabra de Dios no está, pues, contenida) exclusivamente en la Biblia.

Entre las verdades que no son conocidas sino por Tradición se pueden citar la inspiración de los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, la designación de los Libros canónicos, el número exacto de los Sacramentos, la obligación de bautizar a los niños antes del uso de razón, la de santificar el domingo en vez del sábado, la validez del bautismo conferido por los herejes, el culto de los Santos y de las Reliquias, la doctrina acerca de las indulgencias, la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, etc. De éste modo, la Tradición completa y explica las Sagradas Escrituras.

2° ¿Dónde se encuentran consignadas las enseñanzas de la Tradición ― Las verdades enseñadas oralmente por los apóstoles fueron escritas más tarde y transmitidas por los diversos medios de que se vale la Iglesia para manifestar sus creencias.

La Tradición apostólica fue consignada sucesivamente en los símbolos, en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, en los libros litúrgicos, en las Actas de los mártires y en los monumentos del arte cristiano.

a) Símbolos. — Los símbolos de los apóstoles, de Nicea, de San Atanasio demuestran el origen apostólico' de los dogmas que contienen.

b) Concilios. — Los Concilios generales son la voz de la Iglesia universal. Todos han basado sus decisiones sobre la enseñanza anterior y, particularmente, sobre la de los primeros siglos. Su doctrina no puede diferir de la de los apóstoles.

c) Escritos de los Santos Padres. — Los escritos de los Santos Padres son el gran canal de la Tradición divina. Se llaman Padres de la Iglesia los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, reconocidos como testimonios de la Tradición. Para tener derecho a este título se requieren cuatro condiciones: una doctrina eminente, una santidad notable, una remota antigüedad y el testimonio de la Iglesia.

Los primeros Padres que han consignado por escrito las Tradiciones apostólicas son: San Clemente de Roma, el año 100. San Ignacio de Antioquía, martirizado el año 107. San Policarpo, mártir (166). San Justino, filósofo y mártir (166). San Ireneo, obispo de Lion (202). San Clemente de Alejandría (217), etc.

Sus contemporáneos, Tertuliano, Orígenes, Eusebia, etc. no son más que escritores eclesiásticos, porque su santidad no fue comprobada. Si a veces se les da el nombre de Padres, es debido a su antigüedad y al brillo de su doctrina.

Los Padres de la Iglesia se dividen en dos categorías: Padres griegos y Padres latinos.

Los principales Padres griegos son:

San Atanasio, patriarca de Alejandría (296-373).
San Basilio, arzobispo de Cesárea (329-379).
San Gregorio, arzobispo de Nacianzo (329-389).
San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla (347-407).

Los principales Padres latinos son:

San Ambrosio, arzobispo de Milán (340-397).
San Hilario, obispo de Poitiers, muerto en 367.
San Jerónimo, presbítero, traductor de la Biblia (346-420).
San Agustín, obispo de Hipona (358-430).
San Gregorio Magno, Papa (543-604).

Los Padres pueden ser considerados como testigos de la Tradición y como doctores de la Iglesia. Como testigos, poseen una autoridad especial. Cuando todos, yaun cuando varios, presentan una doctrina como perteneciente a la Tradición apostólica, merecen el asentimiento de nuestra fe. Y, a la verdad, es imposible que autores de diversos países, de diversas nacionalidades, de diversos siglos, se hayan puesto de acuerdo para consignar en sus obras las mismas creencias, si no las hubieran recibido de la Tradición apostólica.

Cuando los Santos Padres hablan simplemente como doctores, exponiendo sus ideas propias o tratando de probar la doctrina cristiana, merecen un gran respeto, pero no un asentimiento incondicional, porque su enseñanza no se identifica con la de la Iglesia.

Doctores de la Iglesia. — Entre los Padres, los más ilustres por su doctrina y por los servicios prestados a la ciencia sagrada, llevan el título de doctores.

La Iglesia confiere también este título a ciertos escritores eminentes en santidad y en doctrina, que no pueden ser enumerados entre los Padres por haber vivido en época demasiado apartada, de los tiempos apostólicos. Los más sabios son: Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Alfonso Maña, de Ligorio, San Francisco de Sales, etc. Se cuentan veintiún doctores.

Libros litúrgicos. — Las verdades enseñadas por los apóstoles se hallan también en los libros litúrgicos. El Misal, el Pontifical, el Ritual, el Breviario, etc., contienen las oraciones, las ceremonias en uso para el Santo Sacrificio, la administración de los Sacramentos, la celebración de las fiestas. Estos libros, que datan de los primeros siglos, tienen suma importancia, por ser testimonio, no de la opinión de algunos hombres, sino de la fe de toda la Iglesia.

Actas de los mártires. — Estas Actas, al darnos a conocer las verdades que los mártires sellaron con su sangre, nos brindan pruebas incontestables de la fe primitiva de la Iglesia.

Monumentos públicos. — Las inscripciones, grabadas en los sepulcros o en los monumentos públicos, atestiguan la creencia de los primeros cristianos acerca del bautismo de los niños, la invocación de los Santos, el culto de las imágenes y de las reliquias, la oración por los difuntos, etc. Así los confesonarios hallados en las Catacumbas de Roma prueban la divina institución de la confesión sacramental. Estos testimonios tienen tanto mayor valor cuanto que su antigüedad no puede ser puesta en duda.

3° Autoridad de la Tradición. — ¿Tiene la Tradición la misma autoridad que la Sagrada Escritura? Sí; la Tradición posee la misma autoridad, porque es igualmente la palabra de Dios. Y con razón, pues consiste en las verdades que Dios ha revelado y que nos conserva mediante la enseñanza infalible de la Iglesia.

Por eso el Concilio de Trento “recibe con igual respeto y amor TODOS LOS LIBROS del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo autor es Dios, y TODAS LAS TRADICIONES que se refieren a la fe y a las costumbres, como dictadas por boca de Jesucristo o por el Espíritu Santo y conservadas constantemente en la Iglesia católica”. 

“Fácil cosa es distinguir, por medio de las siguientes reglas, las Tradiciones divinas de las que tienen un origen puramente humano:

a) Toda doctrina no contenida en la Escritura y admitida como de fe por la Iglesia, pertenece a la Tradición divina. Según esta regla, reconocemos como inspirados por Dios todos los libros canónicos.

b) Toda costumbre de la Iglesia que se encuentra en todos los siglos pasados, sin que se pueda atribuir su institución a ningún Concilio ni a ningún Papa, debe ser considerada como instituida por los apóstoles. De acuerdo con esta regla, consideramos como de institución apostólica el ayuno cuaresmal, la señal de la cruz, etc.

c) El consentimiento unánime, o casi unánime, de los Padres acerca de un dogma o de una ley de la que no.se habla en la Sagrada Escritura, es una señal infalible de que este dogma o esta ley pertenecen a la Tradición divina y de que los apóstoles la han enseñado después de haberla aprendido de Jesucristo”.— (MAROTTB.)


C ) LA REGLA DE FE CATÓLICA ES EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

191. P. Jesucristo, ¿dio a su Iglesia el poder de determinar lo que debemos creer y lo que debemos hacer para ir al cielo?

R. Sí; Jesucristo dio a la Iglesia docente, es decir, al Papa y a los obispos unidos al Papa, el poder de fijar las verdades que hay que creer y los preceptos que hay que observar para ir al cielo.

Por este motivo, el magisterio de la Iglesia es llamado la regla de fe y moral. Llamamos regla de fe al medio infalible por el cual Dios nos enseña las verdades que Él ha revelado y los deberes que nos impone. Este medio es el magisterio de la Iglesia.

Nadie es libre para explicar a su manera la Sagrada Escritura y la Tradición; debemos someternos a la- Iglesia docente, establecida para decirnos lo que debemos creer y lo que debemos obrar.

El magisterio de la Iglesia es la regla de fe y moral. — Sólo los que han recibido misión oficial para hacerlo son los que tienen derecho de regular nuestra fe y nuestra moral. Es así que sólo a los apóstoles dijo Cristo: “Id y enseñada todas las naciones..., el que no creyere será condenado". Luego es el magisterio de la Iglesia la regla de fe y moral.

Por lo demás, la razón nos demuestra la necesidad de una regla viva para dar a los fieles la noción de las verdades que hay que creer y de los deberes que hay que explicar. Exigir que cada hombre, sabio o ignorante, estudie por sí mismo la Escritura y la Tradición para conocer el dogma y la moral revelados, el sentido y las consecuencias de esta revelación, es pedir un imposible. El divino Salvador no podía hacer depender la salvación de tal medio. Por eso confió a los apóstoles solos, y por ellos a la autoridad docente de la Iglesia, la misión de enseñar la doctrina que había traído del cielo.

Además, la autoridad de la Iglesia no es menos necesaria para conservar intactas las- verdades una vez conocidas, y para dirimir las controversias que surgen acerca de las mismas. Las enseñanzas contenidas en las Sagradas Escrituras y en las Tradiciones apostólicas son con frecuencia obscuras y difíciles de comprender. Por lo mismo, dan lugar a contrarias interpretaciones; —el protestantismo nos ofrece numerosos ejemplos de ello—. Era, pues, menester un juez vivo, un intérprete auténtico para fijar el sentido de la revelación divina y condenar los errores. Jesucristo estableció el magisterio de la Iglesia, dice San Pablo, a fin de que no fluctuemos, como los niños, al impulso de cualquier vienta de doctrina. Por este motivo, el Gobernador Supremo de la Iglesia y los obispos en comunión con él son los únicos intérpretes legítimos e infalibles de las Escrituras y de la Tradición, la única, regla viva de la fe y de la moral.


192. P. El magisterio de la Iglesia, ¿tiene las cualidades requeridas para regular la fe y las costumbres de los cristianos?

R. Sí; el magisterio de la Iglesia tiene todas las cualidades requeridas para fijar las verdades que hay que creer y los deberes que hay que cumplir.

Una regla de fe debe ser:

1° En su principio, de institución divina;

2° En su naturaleza, accesible a todos, clara e infalible;

3° En sus efectos, apropiada para mantener en todas partes la unidad de creencias y de moral.

Y estas tres condiciones las reúne el magisterio de la Iglesia.

Cualidades requeridas para una regla de fe. — La regla de fe debe ser:

1° Instituida, por Dios: porque sólo Dios tiene el derecho de imponernos la fe.

2° Accesible a todos: Dios quiere la salvación de todos: la salvación de los ignorantes, lo mismo que la de los sabios.

Clara: debe disipar las dudas, terminar toda controversia y decir claramente lo que hay que creer y lo que hay que obrar.

Infalible: para creer hay que estar cierto de la verdad, y para obrar, conocer con certeza su deber: una ley dudosa no obliga.

3° Apta para mantener la, unidad de la, fe y de la moral: esta unidad no puede ser mantenida sino por la creencia en las mismas verdades reveladas y por la práctica de los mismos deberes, impuestos en nombre de la autoridad de Jesucristo.

El magisterio de la Iglesia posee todas estas cualidades.—1° Es de institución divina, puesto que Jesucristo encargó a sus apóstoles que enseñaran a todas las naciones.

2° Es accesible a todos: resuelve las dudas de los sabios y ahorra a los ignorantes el cuidado 'de un examen de que no serían capaces.

Sus enseñanzas son claras, porque la Iglesia precisa siempre el sentido en que debe entenderse la palabra de Dios.

Son infalibles, porque Jesucristo preserva a su Iglesia de todo error.

3° Este magisterio mantiene la unidad de creencias entre los cristianos, porque tiene el derecho de imponer sus decisiones. Cuando un juez infalible ha hablado, no queda lugar a dudas ni controversias.


193. P. ¿Por qué la Biblia no es, coma pretenden los Protestantes, la regla, de fe y moral?

R. La Biblia no es la regla de fe y moral por tres razones principales:

1° Jesucristo no estableció la Biblia como regla de fe, sino el magisterio vivo, infalible y perpetuo de la Iglesia.

2° La verdad revelada no está contenida toda entera en la Biblia; se halla también en la Tradición.

3° No todos los fieles son capaces de leer, de comprender y de interpretar infaliblemente la Biblia.

La Biblia, como todos los códigos, necesitaba de un tribunal infalible para interpretarla en última instancia, so pena de tener tantas interpretaciones como individuos.

1° Como regla de fe, Jesucristo instituyó un magisterio vivo, infalible y perpetuo.

Un magisterio vivo, porque confirió a enviados vivos la misión de enseñar a todas las naciones:

Un magisterio infalible, porque Jesucristo promete asistir a sus apóstoles: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”.

Un magisterio perpetuo, puesto que debe durar hasta el fin del mundo.

Pero Jesucristo era dueño de elegir el medio que mejor le pareciera para enseñar a las generaciones futuras las verdades que había traído a la tierra y los deberes que imponía a los hombres. Luego todo aquél que no crea en este magisterio establecido por Cristo será condenado: qui non crediderit condemnabitur.

2° La revelación no está contenida toda entera en la Sagrada Escritura. Un gran número de verdades reveladas han sido conocidas por la Tradición oral, transmitidas por los apóstoles a las generaciones de su tiempo, y por éstas a las siguientes, hasta nosotros. Como Jesucristo, los apóstoles enseñaron de viva voz, y los Evangelios y Epístolas no encierran todas las enseñanzas divinas. (Véase número 194.)

3° Los protestantes tienen por regla de fe la interpretación individual de la Biblia, es decir, el libre examen. Pero el libre examen no es la regla de fe.

a) El libre examen no es de institución divina; Jesucristo no ha dicho: Leed la Biblia, sino: Oíd a la Iglesia: “Aquél que no oye a la Iglesia, sea para vosotros como gentil y publicano”.

b) No es accesible a todos: unos no saben leer; otros no tienen tiempo; otros no tienen gusto para ello, y la humanidad, en su conjunto, es incapaz de ir a buscar la religión en la Biblia.

No es una regla de fe clara y precisa, y lo prueba el hecho de que los protestantes no están de acuerdo entre sí, ni acerca del número de los Libros Santos, ni acerca de la interpretación de los textos: no tienen un símbolo único ni regla fija de moral.

No es infalible, porque Jesucristo no prometió la infalibilidad más que a los apóstoles y a sus sucesores, y no a los simples fieles.

c) El libre examen abre la puerta a todas las dudas, a todas las contradicciones, a la anarquía religiosa. La experiencia de tres siglos lo prueba con toda evidencia.

NOTAS IMPORTANTES.— 1a La Iglesia fue fundada y propagada por la enseñanza oral de los apóstoles antes de la aparición de los Libros del Nuevo Testamento, que no fueron terminados sino a fines del siglo I. Por consiguiente, la Iglesia es anterior a esos libros, y por lo mismo, la Biblia no podía ser la regla de fe para los primeros cristianos. ¿Cómo, pues, lo será para los cristianos de los siglos posteriores?... La religión de Jesucristo no cambia.

2° La Biblia, como regla de fe, es un medio contrario a la naturaleza de la religión revelada y a la naturaleza del hombre, a) Esencialmente positiva en sus dogmas y en su moral, la religión revelada debe ser impuesta a la inteligencia y a la voluntad del hombre por una autoridad externa que hable en nombre de Dios, b) Por otra parte, una religión divina debe estar en armonía con las necesidades de la naturaleza humana. Es así que el hombre es un ser enseñado, que ha recibido siempre la educación religiosa y moral mediante la enseñanza oral de la sociedad de que forma parte. Luego la Biblia no puede ser la regla de fe cristiana.

3° El simple buen sentido condena el sistema protestante. Según todos los pueblos civilizados, todo código requiere un tribunal que lo interprete y aplique; y esto a pesar de que un código de leyes, que es la regla de las acciones, es claro, coordinado, escrito en el idioma del pueblo que debe regir. Con todo esto, siempre es objeto de numerosas controversias, que no pueden ser zanjadas sino por un tribunal supremo.

La Sagrada Escritura, que es el código de los cristianos, no posee esas cualidades enumeradas: con mayor razón, pues, necesita de un tribunal que la explique.

La Biblia no es clara. Según el propio San Pedro, contiene cosas difíciles de comprender (91).

No es una colección coordinada de dogmas y de preceptos. Sus setenta y dos libros son muy diferentes: unos son históricos, otros morales y otros poéticos.

Está escrita en hebreo y. en griego, dos lenguas muertas, inaccesibles al vulgo.

No basta, pues, conocer la Biblia; hay que estar cierto de poseer el verdadero texto de la escritura, de conocer el verdadero sentido de las palabras divinas. Y esta certeza no nos puede venir sino del magisterio vivo de la Iglesia católica. 

Es, pues, imposible que la Biblia sea la regla de fe. Si Dios hubiera establecido la Biblia como regla de fe, habría excluido de la salvación eterna a casi todos los hombres: lo que es una blasfemia y lo que nadie creerá nunca. 

Luego el protestantismo que viene a decirnos: “Prescindid de la Iglesia y de los sacerdotes: contentaos con la sola palabra de Dios contenida en la Biblia”, no puede ser y no es el verdadero Cristianismo, porque no es la religión del pueblo, la religión de todos (92).

CONCLUSIÓN. — Los protestantes de tal modo reconocen la insuficiencia de la lectura de la Biblia como regla de fe, que se someten a la enseñanza de sus pastores. Tienen catecismos, sermones, sínodos y hasta símbolos. ¡Pobres ciegos!... rehúsan reconocer el magisterio infalible de la Iglesia establecido por nuestro Señor Jesucristo en persona e inclinan su cerviz al yugo de predicadores que se contradicen unos a otros y cambian la doctrina de la noche a la mañana... Así castiga Dios el orgullo de los que se rebelan contra la autoridad de su Iglesia.


Notas

85. De Fide, VIII.
86. Distinción entre la fe divina y la fe católica:
1° La fe divina tiene por objeto toda verdad revelada por Dios.
2° La fe católica tiene por objeto todo lo que es propuesto por la Iglesia como revelado por Dios y contenido en la Escritura y en la Tradición.
87. Joan., XVI, 12 y 13.
88. De Fide. II.
89. Cap. II, can. 4.
90. Joan., XXI, 2C.
91. II Petr. III, 16.





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