LA RELIGIÓN DEMOSTRADA
LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA
P. A. HILLAIRE
Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.
DECLARACIÓN DEL AUTOR
A. Hillaire.
SEGUNDA VERDAD
TENEMOS ALMA
EL HOMBRE , CRIATURA DE DIOS , POSEE UN ALMA INTELIGENTE ,
ESPIRITUAL, LIBRE E INMORTAL
37. P. ¿Qué es el hombre?
R. El hombre es una criatura racional compuesta de cuerpo y alma.
El hombre es una criatura, es decir, un ser que viene de la nada por el poder de Dios. Es una criatura racional, es decir, inteligente, capaz de discernir el bien del mal, lo verdadero de lo falso, lo justo de lo injusto. Es la razón la que distingue eminentemente al hombre del animal y de las otras criaturas del mundo visible.
El hombre se compone de un cuerpo y de un alma. El cuerpo es esta envoltura exterior, esta substancia material que vemos, que tocamos; se compone de diversas partes: son nuestros miembros y nuestros diversos órganos. El alma es una substancia invisible que vive, siente, piensa, juzga, razona, obra libremente y da al cuerpo el ser, el movimiento y la vida.
La unión del alma con el cuerpo constituye al hombre y lo hace un ser intermedio entre los ángeles, que son espíritus puros, y las criaturas sin inteligencia o son vida, que son materia.
Así, pues, el cuerpo y el alma son dos substancias distintas, y su unión íntima, substancial, personal, constituye el hombre.
38. P. ¿Es cierto que tenemos alma?
R. Sí; es muy cierto que tenemos alma, pues hay algo en nosotros que vive e imprime el movimiento a nuestros miembros; algo que siente, que conoce, que piensa, raciocina y obra libremente. Pero como el cuerpo por sí mismo es inerte, sin vida, sin sentimiento, sin inteligencia y sin voluntad, un cadáver, debemos concluir que hay en nosotros algo diferente del cuerpo, y ese algo es el alma.
Se llama alma, en general, el principio vital que da la vida a los seres vivientes de este mundo sensible; la planta, el animal, el hombre. Pero como el alma del hombre es infinitamente superior a los otros principios de vida, en el lenguaje ordinario, la palabra alma designa el alma humana.
Tenemos un alma. Todo efecto supone una causa; todo viviente supone un principio de vida. La materia no vive.
Tenemos en nosotros tres facultades principales: estas facultades son otras tantas pruebas de la existencia del alma.
1° Estamos dotados de sensibilidad. Ahora bien, si tocamos un cadáver; nada siente. ¿Por qué? Porque el alma ya se ha ido de ese cuerpo.
2° Somos inteligentes. Tenemos la facultad de pensar o de tener ideas. Pero la idea es algo simple e indivisible. Sería absurdo decir que el pensamiento es largo o ancho, redondo o cuadrado, verde o rojo Luego el pensamiento no puede ser producido por un principio compuesto de partes, como todo lo que es materia. Hay, pues, en nosotros un alma distinta del cuerpo, simple e indivisible como el pensamiento.
3° Tenemos una voluntad activa; mientras que la materia carece de movimiento y de acción propia. Si nuestro cuerpo se mueve a impulso de nuestra voluntad, quiere decir que está sujeto al poder de un alma que lo anima.
APÉNDICE
BREVE LECCIÓN DE FILOSOFÍA
Para conocer mejor al hombre es conveniente conocer también los demás seres que le rodean y le sirven.
En este mundo visible no hay más que tres clases de seres vivientes: las plantas, los animales y el hombre. Admítase distinción entre las tres cosas siguientes:
1° El principio vital de las plantas.
2° El alma sensitiva de los animales
3° El alma inteligente del hombre.
1° El principio vital de las plantas. – Los actos de la vida vegetativa son tres: 1°, la planta se nutre; 2°, crece y se desarrolla; 3°, se propaga, es decir, produce una planta igual.
La materia bruta no vive; luego la planta necesita de un principio de vida. ¿De qué naturaleza es el principio vital de la planta? Los sentidos no lo perciben: sólo la razón, en vista de los fenómenos que ese principio produce, determina sus caracteres esenciales.
Es simple, inmaterial, aunque de una manera imperfecta, puesto que no existe sino con la materia. Se diferencia de las fuerzas físicas y químicas del organismo, porque la química no puede producir ningún ser viviente, ni siquiera una substancia orgánica.
Es producido por la virtud de la semilla, no obra sino en unión con el cuerpo organizado, y desaparece cuando la planta muere.
Nosotros, los cristianos, sabemos que este principio vital viene de la palabra creadora de Dios, que ha dado la vida a los seres vivientes de la tierra y con ella el poder de reproducirse: Produzca la tierra hierva verde y semilla, y árboles frutales, que den fruto cada uno según su género, cuya simiente esté en él mismo sobre la tierra. Y así se hizo (Gén., I, 11).
2° Alma de los animales. – El animal posee una vida superior a la de la planta: goza a la vez de la vida vegetativa y de la sensitiva. Su alma, más noble y poderosa que la de las plantas, produce seis actos: los tres de la vida vegetativa: nutrirse, crecer y reproducirse como la planta, y los tres actos de la vida sensitiva.
Efectivamente, esta vida se muestra por tres actos. 1°, la sensación: el animal conoce y experimenta las sensaciones de frío, de hambre o de placer o de dolor; 2°, el movimiento espontáneo: el animal se traslada de un lugar a otro; 3°, la fuerza estimativa y el instinto, que da al animal la facultad de elegir lo que le es útil y evitar lo que le sería nocivo.
No hay más que un solo y único principio de vida en cada animal, en cada cuerpo orgánico: tenemos la prueba de la unidad indivisible de cada ser viviente; en la armonía de sus funciones, que tienden a un fin común; en la identidad persistente del ser, a pesar del cambio continuo de sus elementos materiales.
El alma de los animales es una realidad que ni es cuerpo ni es espíritu: es un principio intermedio entre el cuerpo y el espíritu; aparece con la vida en el animal, es en él un principio de vida, y se extingue con la misma vida.
El alma de los animales es simple, inmaterial, indivisible; si así no fuera, no sería capaz de experimentar sensaciones: la materia bruta no siente y la planta tampoco: Es el alma sensitiva la que da a los animales la facultad de sentir las impresiones de los exterior, la que los dota de sentidos exteriores, como la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, y de los sentidos internos: la imaginación y la memoria sensibles.
Con todo, el alma de los animales no puede obrar sino en cuanto forma con los órganos un mismo principio de operación; sin el concurso del cuerpo no puede producir acto alguno. Por eso depende absolutamente del cuerpo, y le es imposible vivir sin él. Esta alma es producida por la generación: viene con el cuerpo y con él desaparece.
Sólo a la voz y mandato de Dios Creador la tierra produjo animales vivientes, cada uno según su especie. Dijo Dios también: Produzca la tierra alma viviente según su género (Gén., I, 24). La palabra de Dios es eficaz: basta que hable para que todas las cosas existan. Así, la Sagrada escritura afirma de una manera más explícita, que todos los animales tienen un alma que no es su cuerpo, y que esta alma viviente es el principio de la vida del cuerpo. Esta alma no es creada directamente por Dios, sino engendrada por la virtud que el Creador da a los primeros a animales para reproducirse.
El modo como Moisés narra la creación de los animales y del hombre, muestra la diferencia esencial que existe entre ellos. El alma sensitiva, salida de la tierra juntamente con el cuerpo, desaparece con él en la tierra; mientras que el alma del hombre, soplo de vida infundido por Dios en su cuerpo, es la obra inmediata de Dios, recibe el ser por la creación, y debe volver a Dios, su Creador y Padre.
3° El alma inteligente del hombre. – El más noble de los seres vivientes de este mundo sensible es el hombre. Él posee la vida vegetativa: como las plantas, se nutre, crece y se sobrevive en sus hijos. Posee la vida sensitiva: como los animales, siente, se mueve de un lugar a otro y elige lo que le conviene. Pero, además, posee la vida intelectiva, que establece una distancia casi infinita entre el hombre y los seres inferiores.
En el hombre no hay más que un solo y único principio de vida: el alma inteligente; es el mismo ser que vive, que siente, que piensa, que obra libremente. La unidad del hombre es un hecho más íntimo y más profundo que la conciencia. Aquí, como siempre, la razón y la fe marchan de perfecto acuerdo (1).
El alma humana contiene de una manera superior las fuerzas del principio vital y del alma sensitiva, al modo que una moneda de gran valor contiene en sí muchas otras de menor valor. Ella produce, con relación al cuerpo y de una manera mucho más perfecta, todo lo que los principios inferiores producen en las plantas y el los animales; y por añadidura ejerce en sí misma y por sí misma los actos de la vida intelectiva.
Esta vida intelectiva se manifiesta también por tres actos, los que son eminentemente superiores a los otros:
1° El acto de pensar, de formar ideas;
2° El acto de raciocinar, de inventar, de progresar;
3° El acto de querer libremente.
Una ligera explicación sobre cada uno de estos actos nos va a mostrar la diferencia esencial que existe entre el hombre y el bruto.
1° El hombre piensa, abstrae, saca de las imágenes materiales suministradas por los sentidos, el universal, es decir, ideas universales, generales, absolutas; concibe las verdades intelectuales, eternas. Conoce cosas que no perciben los sentidos, objetos puramente espirituales, como lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo justo, lo injusto. Sabe distinguir las causas y sus efectos, las substancias y los accidentes, etc.
No pasa lo mismo con el animal. Indudablemente el animal ve, oye y sabe hallar su camino, reconocer a su amo, recordar que una cosa le hizo daño, etc. Pero el conocimiento del animal está limitado a las cosas sensibles, a los objetos particulares. No tiene ideas generales, no conoce sino aquello que cae bajo sus sentidos, lo concreto, lo particular, lo material: ve, por ejemplo, tal árbol, tal flor, pero no puede elevarse a la idea general de un árbol, de una flor; así, el perro se calienta con el placer al calor de la lumbre, pero no tendrá jamás la idea de encender el fuego ni aun la de aproximarle combustible para que no se extinga.
El hombre conoce el bien y el mal moral. – El hombre goza del bien que hace, y siente remordimientos si obra mal. El animal no conoce más que el bien agradable y el mal nocivo a sus sentidos: jamás hallaréis a un animal rastros de remordimientos. Así como no conoce la verdad, este alimento de los espíritus, tampoco conoce el deber, esta fuerza de la voluntad, esta alegría austera del corazón. El bien y el mal moral no pueden ser conocidos sino por la inteligencia.
2° El hombre raciocina, inventa, progresa, habla. – El hombre analiza, compara, juzga sus ideas, y de los principios y axiomas que conoce, deduce consecuencias. Calcula, se da cuenta de las cosas; sabe lo que hace y por qué lo hace.
Descubre las leyes y las fuerzas ocultas de la naturaleza, y sabe utilizarlas para invenciones maravillosas. Por su facultad de raciocinar, inventa las ciencias, las artes, las industrias, y todos los días descubre algo admirable.
El animal no raciocina, no calcula, no tiene conciencia de sus acciones, se guía solo por el instinto. Jamás aprenderá ni la escritura, ni el cálculo, ni la historia, ni la geografía, ni las ciencias, ni las artes, ni siquiera el alfabeto. Nada inventa, ni hace progreso alguno: los pájaros construyen su nido hoy como al siguiente día de haber sido creados.
No cabe la menor duda de que el hombre, valiéndose de los sentidos, de la memoria y de la imaginación sensible del animal, puede llegar a corregirlo de ciertos defectos y hacerle aprender algunas habilidades; pero por sí mismo el animal es incapaz de progreso. El hombre puede amaestrarlo, pero él de suyo no tiene iniciativa.
Sólo el hombre habla. – Por su razón, el hombre posee la palabra hablada y la palabra escrita. Sólo el hombre tiene la intención explícita y formal de comunicarlo que piensa: capta los pensamientos de los otros y dice cosas que han pasado en otros tiempos y que no tienen ninguna relación con su naturaleza.
El animal no lanza más que gritos para manifestar, a pesar suyo, el placer o el dolor que siente; pero no tiene lenguaje, porque no tiene pensamiento.
3° Sólo el hombre obra libremente. – Es libre para elegir entre las diversas cosas que se le presentan. Cuando hace algo se dice: Yo podrá muy bien no hacerlo.
El animal no es libre, y tiene por guía un instinto ciego que no le permite deliberar o elegir. Por eso no es responsable de sus actos; y, si se le castiga después de haber hecho algo inconveniente, es a fin de que no lo repita, recordando la impresión dolorosa que le causa el castigo.
Por último, el hombre tiene el sentimiento de la divinidad, se eleva hasta Dios, su Creador, y le adora; tiene la esperanza de una vida futura, y este sentimiento religioso es tan exclusivamente suyo, que los paganos definían al hombre: Un animal religioso.
Así, el hombre, a pesar de su inferioridad física, domina los animales, los doma, los domestica, los hace servir a sus necesidades o placeres y dispone de ellos como dueño, como dispone de la creación entera. Basta un niño para conducir una numerosa manada de bueyes, cada uno de los cuales, tomado separadamente, es cien veces más fuerte que él. ¿De dónde le viene este dominio? No es, por cierto, de su cuerpo; le viene de su alma inteligente, porque ella es espiritual, creada a imagen de Dios.
El hombre es el ser único de la creación que reúne a sí la naturaleza corporal y la naturaleza espiritual, y se comunica con el mundo material mediante los sentidos, y con el mundo espiritual mediante la inteligencia.
39. P. ¿Qué es el alma del hombre?
R. El alma del hombre es una substancia espiritual, libre e inmortal, criada a semejanza de Dios y destinada a estar unida a un cuerpo.
1° El alma es una substancia. – Una substancia, según la misma palabra, indica, es una cosa, una realidad que subsiste sin necesidad de estar en otra para existir.
2° El alma es un espíritu. – Un espíritu es un ser simple, inmaterial, substancial, vivo, capaz de existir, conocer, querer y obrar independientemente de la materia. Un espíritu es inmaterial, es decir, inextenso, indivisible, que no tiene ninguna de las propiedades sensibles de la materia, y no puede ser percibido por los sentidos.
Dos condiciones se requieren para constituir un espíritu:
a) Es necesario que sea simple; inmaterial, indivisible.
b) Que sea independiente de la materia en su existencia y en sus principales operaciones.
3° El alma es libre, es decir, el alma posee la facultad de determinarse por su propia elección, de hacer una cosa preferentemente a otra, de obrar el bien o de hacer el mal. Esta facultad se llama libre albedrío.
4° El alma es inmortal, es decir, que la naturaleza del alma pide una existencia que no tenga fin: debe sobrevivir al cuerpo y no dejar nunca de vivir.
5° El alma es creada a imagen de Dios, porque es capaz, como Él, de conocer, de amar y de obrar libremente. Dios es un espíritu, nuestra alma es un espíritu; Dios es inteligente, nuestra alma es inteligente; Dios es eterno, nuestra alma es inmortal; Dios es inmenso, está presente en todas partes y todo entero en todos los sitios del mundo; nuestra alma está presente en todo nuestro cuerpo y toda entera en todas y cada una de las partes del cuerpo que ella anima. El alma es imagen de Dios.
6° El alma está destinada a unirse al cuerpo para formar con él una sola naturaleza humana, una sola persona con un yo único. El alma comunica al cuerpo el ser, el movimiento, la vida; y el cuerpo animado por el alma, completa la naturaleza humana de tal suerte que el hombre resulta de la unión de estas dos substancias.
40. P. ¿Cuáles son los principales cualidades del alma?
R. Las principales cualidades del alma son tres: el alma es espiritual, libre e inmortal.
Estas tres grandes prerrogativas: la espiritualidad, la libertad y la inmortalidad constituyen la naturaleza del alma humana, la distinguen esencialmente de todos los seres inferiores y la hacen semejante a los ángeles y a Dios mismo.
1° ESPIRITUALIDAD DEL ALMA
41. P. ¿Cómo probamos que nuestra alma es un espíritu?
R. Se prueba que el alma del hombre es un espíritu por sus actos, como se prueba la existencia de Dios por sus obras. Es un principio evidente que las operaciones de un ser son siempre conformes a su naturaleza: Se conoce al operario por sus obras. Es así que nuestra alma produce actos espirituales, como los pensamientos, los juicios, las voliciones; luego nuestra alma es espiritual.
Hemos probado ya que el alma existe, que es simple y distinta del cuerpo. Nos queda por demostrar ahora que es un espíritu, es decir, una substancia espiritual capaz de existir y de ejercer, sin el cuerpo, actos que le son propios.
1° Todo el mundo reconoce que se puede juzgar de la naturaleza de un ser por sus actos: por la obra se conoce al operario. Los actos de un ser son conformes a su naturaleza; el efecto no puede ser de una naturaleza superior a su causa: así hablan en todos los siglos la razón y la ciencia. Si, pues, un ser produce actos espirituales, independientes de la materia, él mismo debe ser espiritual, independiente de la materia.
2° Nuestra alma produce actos espirituales. La inteligencia conoce objetos invisibles, incorpóreos, eternos, que el cuerpo no puede alcanzar, como lo verdadero, lo bello, lo bueno, el deber, lo justo, lo injusto... Nosotros juzgamos del bien y del mal; discernimos lo verdadero de lo falso; por el raciocinio vamos de las verdades conocidas a las desconocidas y establecemos los principios de las diversas ciencias... Ahora bien, estas operaciones no pueden depender de un órgano material, porque el objeto de las mismas es completamente inmaterial; luego, para producirlas, se requiere una substancia espiritual. Así, los actos de nuestra inteligencia prueban que nuestra alma es un espíritu; pues si así no fuera, el efecto sería superior a su causa, y el acto no sería conforme a la naturaleza del ser que lo produce.
3° La voluntad, por su parte, tiende hacia bienes inaccesibles a los sentidos y a sus apetitos. Necesita de un bien infinito, del bien moral, de la virtud, del orden, del honor, de la ciencia... A veces, para conseguir estos bienes, llega hasta sacrificar los bienes sensibles, únicos que deberían conmoverla, si fuera una facultad orgánica. Luego, la voluntad, tan prendada de los bienes espirituales y despreciadora de los objetos materiales, es una facultad espiritual que no puede hallarse sino en un espíritu.
La voluntad es dueña absoluta de sus operaciones; se determina a sí misma a obrar o no; la voluntad es libre. Mi conciencia me dice que cuando mi cuerpo busca el placer, yo puedo resistirle; cuando mi estómago siente hambre, yo puedo negarme a satisfacerla; además, yo puedo infligir a mi cuerpo castigos y austeridades, a pesar de los sufrimientos de los sentidos. Ahora bien, ¿cómo podríamos nosotros tener imperio y libre albedrío sobre nuestras tendencias instintivas, si la inteligencia y la voluntad no tuvieran actos propios, independientes del cuerpo, si nuestra alma no fuera espiritual? Sería imposible.
Nuestra alma es, pues, espiritual.
42. P. ¿Quiénes niegan la espiritualidad del alma?
R. Los materialistas y los positivistas. Ellos afirman que nada existe fuera de la materia y de las fuerzas que le son inherentes; su sistema se llama materialismo. Es una doctrina absurda, degradante, contraria al buen sentido, a la conciencia, a la sana filosofía, no menos que a la religión.
Efectivamente, si no hay más que materia, no hay inteligencia, ni libertad, ni ley moral, ni Dios. El hombre puede seguir sus instintos, aun los más perversos; la sociedad queda sin base, y no hay otra ley que la del más fuerte.
La opinión dominante entre los incrédulos de nuestros días es que el hombre desciende del mono, que no es más que un mono transformado, perfeccionado. Así estos pretendidos sabios, que no hablan más que de la dignidad del hombre, del respeto de los derechos del hombre, no temen atribuirle un origen bestial y reducirlo a un nivel inferior al de los brutos.
El género humano ha visto siempre en el hombre dos cosas: el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia. El género humano ha visto siempre una diferencia esencial entre el hombre y el animal, porque el hombre está dotado de un alma inteligente y espiritual. Epicuro fue el primero que enseñó el materialismo. El mundo pagano rechazó horrorizado su sistema, y no vaciló en calificar a los pocos discípulos de Epicuro con el expresivo epíteto de puercos. ¿Es posible que, después de veinte siglos de cristianismo, los materialistas modernos osen renovarlo?... Sólo las pasiones y el deseo de liberarse de la justicia de Dios pueden inducirnos a errores tan groseros.
P. ¿Qué razones aducen los positivistas para negar la espiritualidad del alma?
Dicen ellos:
1° El alma no se ve.
2° No se comprende lo que sea una substancia espiritual.
3° El alma sufre las vicisitudes del cuerpo, envejece con él. Cuando el cerebro está enfermo, no se piensa, o se piensa mal; luego es el cerebro el que piensa.
1° El alma no se ve, porque es un espíritu, pero se le conoce por sus actos. Ella manifiesta su existencia mediante efectos sensibles, y estos efectos son tales, que exigen una causa espiritual. Los actos de la inteligencia y de la voluntad, ¿no son efectos espirituales y, por consiguiente, no reclaman una causa de la misma naturaleza? Esto es evidente.
2° No se comprende lo que sea un espíritu. Pero entonces hay que negar también la existencia de la materia, porque tampoco se la comprende. Por lo demás, hemos contestado ya a estas dos objeciones al hablar de Dios.
3° El alma sufre las vicisitudes del cuerpo... Indudablemente, hay relación entre el cuerpo y el alma, y especialmente entre el cerebro y el ejercicio de la inteligencia. ¿Qué prueba esta relación? Prueba que el alma se vale del cuerpo como de un instrumento, frecuentemente necesario en la vida presente, para ejercer sus funciones; pero esto no prueba que el alma no sea distinta del cuerpo. Cuando el alma es mal servida por órganos enfermos o gastados, ¿cómo puede ejercitar toda su actividad y su energía? Si la cuerda de un instrumento está rota o destemplada, el músico no saca de ella más que sonidos débiles o desacordes; pero esto no disminuye en nada la habilidad del artista.
Muchas veces en un cuerpo débil y enfermizo se encierra un alma grande; como también muchas veces un alma mezquina anima un cuerpo robusto. Pascal emite sus pensamientos más sublimes en el momento de su muerte: y, ¿cuántos hombres debilitados por la edad, no han mostrado que un alma viril era la reina del cuerpo que animaba?
Los positivistas agregan: Cuando el cerebro está enfermo, el hombre no piensa; luego es el cerebro el que piensa.
Esta es una objeción muy vieja y que ha sido refutada hace siglos. Es como si se dijera: cuando una pluma está rota, el escolar no puede escribir más; luego es la pluma la que compone los ejercicios escolares. La lengua habla; luego es ella la que hace la palabra. Los animales que tienen una lengua como nosotros, ¿hablan por ventura? Es necesario el aire para vivir, ¿luego el aire es la vida? El reloj indica la hora, ¿luego, él hace el tiempo? No hay duda de que, en la vida presente, las operaciones del cerebro son una condición para el ejercicio de la memoria y de la inteligencia, pero no es su causa. Se necesita un cerebro para pensar, como una pluma para escribir: mas el cerebro no piensa, no es más que un instrumento de la inteligencia. El cerebro es material, y el pensamiento es espiritual; luego el cerebro no puede producir el pensamiento; de lo contrario, el efecto sería superior a la causa.
Un positivista se esforzaba en probar que el alma era materia como el cuerpo. Un sabio le contestó: “¡Cuánto ingenio habéis gastado, señor, para probar que sois una bestia!... Como se trata de un hecho personal os creemos bajo vuestra palabra...”
2° LIBERTAD DEL ALMA
43. P. ¿Es libre nuestra alma?
R. Nuestra alma es libre: tiene la facultad de poder determinarse por su libre elección, de hacer u omitir, de elegir el bien o el mal. El libre albedrío se prueba:
1° Por el sentido íntimo de la conciencia.
2° Por la creencia universal de todos los pueblos.
3° Por las consecuencias funestas que resultarían del error contrario.
1° Sentido íntimo y conciencia. Nosotros tenemos el sentido íntimo de nuestra libertad: siento que soy libre, como siento que existo. Siento en mí la libertad de seguir la voz del deber o los halagos de las pasiones. Es ésta una verdad tan apodíctica, que basta entrar dentro de sí mismo para convencerse de ella. Tanta es nuestra libertad que podemos contrariar nuestros gustos, nuestros instintos, nuestros intereses, aun los más queridos. El hombre, en la plenitud de su libre albedrío, sacrificará sus bienes, su libertad, su familia, su vida, todo, por la verdad que él no ve, por la virtud que contraría sus apetitos.
Me ordenas con el cuchillo al cuello, que niegue a mi Dios, que abjure mi fe Yo siento que ningún poder me hará cometer semejante vileza. Yo encuentro en mi camino una bolsa de monedas de oro, y podría apropiármela, pues nadie me ha visto recogerla. Pero si la tentación me asalta, yo la rechazo rápidamente, y devuelvo la bolsa a su dueño, prefiriendo vivir en mi indigencia antes que mancharme con un robo a los ojos de Dios. Es innecesario multiplicar los ejemplos.
“Oigo hablar mucho contra la libertad del hombre, y desprecio todos esos sofismas, porque, por más que un razonador trate de probarme que no soy libre, el sentimiento íntimo más fuerte que todos los razonamientos, los desmiente sin cesar”‖(J. J. Rousseau).
2° La creencia universal de todos los pueblos. En todos los tiempos y en todos los países, los hombres han sentido, hablado y obrado como seres libres. Deliberan, hacen promesas y contratos, aprueban las buenas acciones y condenan las malas. Todo esto supone libertad. ¿Se delibera, acaso, acerca de aquello que no depende de uno mismo, la muerte, por ejemplo? ¿Se promete resucitar a los muertos? No se proyecta, no se promete sino aquello que se cree poder hacer u omitir.
¿Por qué aprobar lo bueno y reprobar lo malo, si el hombre no es libre de sus actos?
Todos los pueblos han establecido leyes: ¿con qué utilidad si el hombre no es libre? No se dictan leyes a una máquina que ejerce mecánicamente sus funciones.
3° Consecuencias funestas que resultan del error contrario. Si el hombre no es libre, no es dueño de sus actos, y, por consiguiente, no es responsable sino de aquellos actos de los cuales uno es realmente la causa, y si la voluntad no es libre, no es causa de los actos que produce.
Si el hombre no es responsable, no hay deber, porque no se puede estar obligado a querer el bien sino cuando uno tiene libertad de elegirlo.
Si el hombre no es libre, si no es responsable de sus actos, no hay ni virtud, ni vicio, como no hay ni bien ni mal para los animales. Entonces, el asesino no es más culpable que su víctima.
No hay conciencia, pues ella no tiene el derecho de imponer el bien y prohibir el mal si no existen. El remordimiento es un absurdo.
No hay justicia, porque los jueces no podrían condenar a un criminal que no es responsable de sus actos. Estas consecuencias tan monstruosas, tan reprobadas por el sentido común, bastan para demostrar la falsedad del fatalismo.
44. P. ¿Quiénes niegan la libertad del alma?
R. Los fatalistas, los positivistas y ciertos herejes.
Los antiguos fatalistas atribuían a una divinidad ciega, llamada hado (del latín fatum), todas las acciones del hombre. Aun hoy, los mahometanos dicen: Estaba escrito; es decir, todo lo que acontece debía necesariamente acontecer.
En nuestros días, los positivistas caen en el mismo error, al decir que nuestra voluntad se determina a la acción por la influencia irresistible de los motivos que la solicitan; y así atribuyen los actos del hombre a las influencias del medio, del clima, del carácter, del temperamento.
Ciertos herejes, como los protestantes y los jansenistas, se han atrevido sostener que, por el pecado de Adán, el hombre habría perdido la facultad de hacer el bien, y que era arrastrado por la concupiscencia.
Aceptar estos errores equivale a decir que no hay ni bien ni mal, que las leyes son un contrasentido, que el hombre es una simple máquina, etc.
Notas
1. El Concilio de Viena, de 1311, definió que el alma era la forma substancial del cuerpo. En cuanto forma substancial, el alma humana se hace su cuerpo transformado en carne humana los elementos materiales y comunicándoles la vida vegetativa, la vida sensitiva y la vida del hombre.
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