jueves, 25 de septiembre de 2014

Catecismo Romano del Concilio de Trento I




"CATECISMO ROMANO" 
DEL CONCILIO DE TRENTO


Traducción y notas de P. Pedro Martín Hernández

Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 1951

         

PRÓLOGO

I. CAPACIDAD Y LÍMITES DE LA INTELIGENCIA HUMANA FRENTE A LAS VERDADES RELIGIOSAS.-NECESIDAD DE LA REVELACIÓN

Es innegable que el hombre puede llegar, mediante una laboriosa y atenta indagación racional, a la conquista de muchas de las verdades que se refieren a Dios. Pero no es menos cierto que, dada su actual condición natural, no puede absolutamente, con las solas luces de la razón, alcanzar y comprender la mayor parte de las verdades y de los medios necesarios para conseguir la eterna salvación, último fin para el que fue creado a imagen y semejanza de Dios (1).

San Pablo afirmó que las realidades invisibles de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas (Rm 1,19-20); pero él mismo nos dirá que el misterio escondido desde los siglos y desde las generaciones (Col 1,26) supera de tal modo la capacidad de la inteligencia humana, que habría quedado perpetuamente oculto a todos nuestros esfuerzos investigadores, si Dios no hubiera querido manifestado a sus santos, a quienes de entre los gentiles quiso dar a conocer - mediante la fe - cuál es la riqueza de la gloria de este misterio, que es Cristo (Col 1,27) (2)


II. EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

A) Su necesidad

La fe - dice el Apóstol - es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo (Rm 10,17). De aquí la constante necesidad en la Iglesia de un Magisterio, auténtico y fiel intérprete de los medios de salvación. Porque ¿cómo oirán, si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán, si no son enviados? (Rm 10,14-15) (3).

Por esto, desde el principio del mundo, Dios, en su infinita bondad, no faltó jamás a los hombres, sino que muchas veces y en muchas maneras habló a nuestros padres por ministerio de los profetas (He 1,1), mostrándoles, según las exigencias de los tiempos, el camino seguro del cielo.

Habiéndonos prometido que enviaría un Maestro de luz y de santidad para llevar la salvación hasta los confines de la tierra (Is 49,6), últimamente nos habló por su Hijo Jesucristo (He 1,2). Y con voz venida del cielo, desde el trono de su gloria (2P 1,17), nos mandó Dios que todos le escuchásemos y obedeciéramos sus preceptos.

Más tarde, Jesucristo enviará por el mundo a sus discípulos - constituyendo a los unos apóstoles, a los otros profetas; a éstos evangelistas, a aquéllos pastores y doctores (Ep 4,14) - para que anuncien la doctrina de la Vida y no seamos los hombres como niños que fluctúan y se dejan llevar de todo viento de doctrina (Ep 4,14), sino enraizados con fuerza en el fundamento de la fe, hasta formar todos juntos el templo de Dios en la gracia del Espíritu Santo (4).
B) Su autoridad

Y para que nadie tomase como palabra humana - cuando es verdadera palabra de Dios (1Th 2,13) - la doctrina divina anunciada por los ministros de la Iglesia, quiso el mismo Señor autorizar su magisterio: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha (Lc 10,16) 5. Palabras que indudablemente re refieren no sólo a los Doce, sino a todos aquellos que, por legítima sucesión, habrían de tener misión docente en la Iglesia; a todos promete Cristo asistirles con su presencia todos los días y por todos los siglos (6).

III. LA LUZ FRENTE A LAS TINIEBLAS.

Y si siempre fue misión y deber esencial de la Iglesia el predicar la verdad revelada, hoy más que nunca representa una necesidad urgente, a la que debe dedicarse todo el posible interés y cele, porque los fieles necesitan, como nunca, nutrirse con auténtica y sana doctrina, que les dé fuerzas y vida.

Nuestro mundo conoce demasiados maestros del error, falsos profetas, de quienes un día dijo Dios: Yo no he enviado a los profetas, y ellos corrían; no les hablaba, y ellos profetizaban (Jr 23,21). Pseudoprofetas que envenenan las almas con extrañas y falsas doctrinas (7).

La propaganda de su impiedad, montada con la ayuda de artes diabólicas, ha penetrado hasta los más apartados rincones.

Si no tuviésemos la certeza - basada en una luminosa promesa del Señor - de una Iglesia apoyada en fundamento tan firme e inconmovible que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18), llegaríamos a temer seriamente verla sucumbir hoy. ¡Tan asediada la vemos de enemigos y tan peligrosas y satánicas nos parecen las armas con que se la tirotea!

Sin referirnos al caso de naciones enteras que hoy, separadas del verdadero camino, viven en el error y hasta blasonan de poseer un cristianismo, tanto más perfecto cuanto más distante de la doctrina tradicional de la Iglesia y de sus antepasados, es fácil constatar que en nuestros días las doctrinas erróneas se han infiltrado y se siguen infiltrando subrepticiamente en los más insospechados rincones de la catolicidad.

Estos corruptores del espíritu cristiano, ante la imposibilidad de llegar a cada una de las almas con la sola propaganda oral de sus doctrinas venenosas, han ideado nuevos y refinados métodos de infiltración, que les permiten hacer llegar los errores de su impiedad a vastísimas masas del pueblo fiel. Y así, junto a los gruesos volúmenes escritos contra la revelación católica y contra la Iglesia - cuyo espíritu herético es tan evidente que no son precisos grandes esfuerzos para desenmascararlo -, estamos presenciando la sistemática aparición de opúsculos de gran tirada y difusión popular, en los cuales, a veces bajo capa de piedad, se procura y fácilmente se consigue llevar el engaño a innumerables almas sencillas e incautas.

Frente a esta lamentable situación, los Padres del Concilio ecuménico de Trento juzgaron necesario contraponer algún antídoto eficaz al mal tan peligrosamente difundido. Por esto, junto a la gigantesca obra de exactas definiciones de los principales artículos de la fe católica, acordaron redactar un formulario seguro y un método de fácil y eficaz presentación de las doctrinas elementales del cristianismo.

A él deben conformarse y uniformarse cuantos tengan alguna misión docente en la Iglesia.

En realidad, no se trata de una obra enteramente nueva. Otros muchos se habían dedicado ya anteriormente a trabajos parecidos y nos habían legado obras similares, excelentes por su espíritu de piedad y por la seguridad de su doctrina.

No obstante esto, consideraron los Padres de máxima importancia el publicar, bajo la autoridad misma del Concilio, un nuevo Catecismo en el que los párrocos y cuantos se dedican a la enseñanza de la religión pudieran encontrar normas seguras para la cultura cristiana y para la edificación espiritual de los católicos. Porque así como uno solo es el Señor y una la fe (Ep 4,5), una y universal debe ser también la norma directiva en la enseñanza religiosa y en la formación cristiana de las almas.

Siendo vastísima la materia, no puede pensarse que el Concilio intentara recoger y explicar ampliamente en un solo volumen todos los dogmas de la fe. Semejante tarea - más propia de quien se dedica específicamente a la enseñanza superior de la teología - habría requerido un esfuerzo gigantesco y, evidentemente, de menos utilidad para el fin que se pretendía.

La intención del Concilio fue, sencillamente, salir al paso de las exigencias prácticas de los sacerdotes y pastores de almas, facilitándoles la cultura necesaria para el ministerio de su apostolado, y en la forma más adaptada a la capacidad receptiva de los fieles. Comprende, pues, el Catecismo únicamente aquellos puntos que puedan ayudar - en este orden práctico y apostólico - al celo pastoral de los sacerdotes, no siempre excesivamente versados en sutiles disquisiciones teológicas.

IV. PREDICACIÓN Y APOSTOLADO

A) Sus únicos objetivos

Y antes de pasar a exponer cada uno de los capítulos que integran esta síntesis de la doctrina católica, exige el orden lógico anteponer algunas nociones que deben ser consideradas atentamente y nunca olvidadas por los sacerdotes. Ellas les ayudarán a descubrir mejor la única meta de todos sus afanes y trabajos apostólicos y el camino más recto para alcanzarla.

1) Recuerden, en primer lugar, que toda la ciencia cristiana y - en frase de Cristo - la misma vida eterna consiste en esto: Que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3). A esto debe tender, en último término, toda predicación y enseñanza en la Iglesia: a que los fieles deseen vivamente conocer a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado (1Co 2,2); a persuadirles con certeza y con un íntimo sentimiento de religiosa piedad en el corazón de que ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Ac 4,12), siendo Él la propiciación por nuestros pecados (1Jn 2,2).

2) Y puesto que sólo sabemos que hemos conocido de verdad a Jesucristo cuando observamos sus mandamientos (1Jn 2,3), lógicamente se sigue que la vida del cristiano no puede vegetar en el ocio o en la inercia, sino que es necesario andar como Él anduvo (1Jn 2,6), siguiendo, con todo el amor posible, la justicia, la piedad, la fe, la caridad y la mansedumbre (1Tm 6,11). Cristo Jesús, Salvador nuestro, se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y adquirirse un pueblo propio, celador de obras buenas (Tt 2,14). Esto hemos de enseñar y recomendar, conforme al mandato del Apóstol.

3) Jesucristo nos enseñó, además, con palabras y con el testimonio práctico de su vida, que la ley y los profetas penden del amor (Mt 22,40). Y San Pablo nos repite que la caridad constituye el fin de los mandamientos y que en ella está la plenitud de la ley s. Nadie dudará, por consiguíente, que éste debe ser también empeño especial de todo pastor de almas: suscitar en ellas el amor hacia la bondad inmensa de Dios, para que, encendidas en ese divino ardor, i se sientan atraídas hacia aquel sumo y perfectísimo Bien, pues sólo en la unión con Él encontrarán la auténtica y segura felicidad. Por propia experiencia lo conocerá quien pueda decir con el profeta: ¿A quién tengo yo en los cielos? Fuera de ti, nada deseo sobre la tierra (Ps 72,25). Este es, sin duda, el camino mejor (1Co 12,31), que señalaba San Pablo, cuando orientaba todo el contenido de sus enseñanzas y de sus trabajos apostólicos a aquella caridad que no pasa jamás (1Co 13,8).

Ya expongamos las verdades de la fe, o los motivos de la esperanza, o los deberes de la actividad moral, recalquemos siempre y en todo el amor de nuestro Señor, hasta hacer comprender a los fieles que todo ejercicio de perfecta virtud cristiana no puede nacer más que del amor, ni puede tener otra finalidad que el amor.
B) Diversidad en el método

Si en toda disciplina es de supremo interés la elección y observancia del método, de manera especialísima debe serlo cuando se trata de la formación espiritual de las almas.

Es preciso tener en cuenta la edad, ingenio, mentalidad y condiciones de vida de cada uno de los oyentes. Quien enseña debe conseguir efectivamente hacerse todo para todos, a fin de ganarles a todos para Cristo (1Co 9,22); debe ser ministro de Cristo y fiel dispensador de los misterios de Dios (1Co 4,1-2) y hacerse digno de ser colocado un día por el Señor sobre todos sus bienes como siervo bueno y fiel (Mt 15,23).

Piensen los sacerdotes que son maestros de muchos, de todos sus fieles, y que no todas las almas se encuentran al mismo nivel. No es posible medir a todos por el mismo rasero, ni someterles a un mismo método de instrucción. Porque algunos serán como niños apenas recién nacidos a la vida de Dios (1P 2,2); otros habrán comenzado ya a crecer en Cristo; algunos, finalmente, habrán llegado a la madurez espiritual. Es preciso saber distinguir discretamente quiénes necesitan de leche y quiénes de alimento más sustancioso9, para poder dar a cada uno el alimento de verdad, que desarrolle las fuerzas de su espíritu, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo (Ep 4,13).

Esto testimoniaba San Pablo de sí mismo cuando se decía deudor a los griegos y a los bárbaros, a los sabios y a los ignorantes (Rm 1,14), significando asila necesidad de adaptación de todo predicador y educador espiritual a la inteligencia y facultades de sus oyentes y dirigidos.

No sería prudente saciar de alimento espiritual a las almas ya maduras, dejando morir de hambre a /05 pequeñuelos, que piden pan y no hay quien se lo parta Lam. 4,4).

Ni debe debilitarse jamás en ninguno el celo de la enseñanza, aunque a veces sea necesario detenerse, para instruir a las almas sencillas, en los más elementales y rudimentarios preceptos - cosa siempre molesta para espíritus refinados, acostumbrados a reflexiones más sublimes -. Si la eterna Sabiduría del Padre no se desdeñó de encarnarse en la humildad de nuestra carne terrena para instruirnos a todos en las verdades de la vida celestial, ¿quién no se sentirá constreñido por la caridad de Cristo (2Co 5,14) a hacerse pequeñuelo con sus hermanos y, llevado de amor por ellos u por su salvación, como nodriza que cría a sus niños? (1Th 2,7).

Esto al menos proclamaba San Pablo: Llevados de nuestro amor por vosotros, querríamos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aun nuestras propias almas; tan amados vinisteis a sernos (1Th 2,8).
C) Fuentes principales

Toda la verdad católica que debe enseñarse a los fieles está contenida en las fuentes de la Revelación: la Sagrada Escritura y la Tradición (10).

Procuren, por consiguiente, los sacerdotes gastar todas las horas posibles en su estudio y meditación, fieles al consejo paulino a Timoteo: Aplícate a la lección, a la exhortación y a la enseñanza (1Tm 4,13); porque toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena (2Tm 3,16-17).

V. DIVISIÓN DEL "CATECISMO ROMANO"

Siendo innumerables las verdades reveladas por Dios, no será fácil retenerlas todas y siempre, de manera que nos resulte pronta y fácil su exposición en el momento oportuno.

Por esta razón decidieron acertadamente los Padres del Concilio distribuir todo el conjunto de la materia en cuatro grandes secciones: Credo, Sacramentos, Mandamientos y Padrenuestro.

El Credo contiene todas las verdades de la fe que se refieren al conocimiento de Dios, a la creación y providente gobierno del mundo, a la redención y a los destinos eternos del hombre.

En los Sacramentos se resume toda la doctrina de la gracia y de los medios para conseguirla.

El Decálogo contiene las leyes, cuyo fin es la caridad (1Tm 1,5).

La Oración Dominical comprende, por último, todo lo que los hombres pueden desear, esperar y pedir para utilidad del alma y del cuerpo.

La explicación de estos cuatro apartados - síntesis fundamental de la Revelación - proporcionará a los fieles el conocimiento de las principales verdades que deben conocer.

Nos parece oportuno advertir a los párrocos que, siempre que expliquen textos del Evangelio y en general de la Sagrada Escritura, sepan referirlos a la materia relativa contenida en estas cuatro secciones, como a fuentes fundamentales de la doctrina. Así, por ejemplo, el evangelio de la primera dominica de Adviento: Habrá señales en el sol y en la luna..., etc. (Lc 21,25), debe referirse al artículo del Credo: Ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, en que encontrarán materia oportuna para hacer el comentario homilético. Con ello enseñarán a los fieles, a un tiempo, el Evangelio y el Credo.

Por lo que se refiere al orden de preferencia de cada uno de los capítulos, obsérvese el más adaptado tanto al momento como al auditorio. Aquí respetaremos la autoridad de los Padres, quienes para iniciar a las almas en la vida de Cristo y formarlas en su doctrina, comenzaron siempre por la exposición de las verdades de la fe.


I. DEFINICIÓN DE LA FE

En la Sagrada Escritura la palabra fe tiene múltiples significados x. Aquí nos referimos a aquella en virtud de la cual el hombre asiente firmemente a las verdades reveladas por Dios.

Es innegable que se trata de una fe necesaria para conseguir la salvación, cuando el mismo Espíritu Santo afirma categóricamente por boca de San Pablo: Sin la fe es imposible agradar a Dios (He 11,6).

La eterna felicidad, propuesta por Dios al hombre corno fin, trasciende de tal manera la capacidad de la naturaleza humana, que jamás hubiéramos podido descubrirla con las solas fuerzas de nuestra inteligencia. Fue preciso que el mismo Dios nos lo revelara. Y en la firme adhesión de la mente a este conocimiento, obtenido por la Revelación, consiste precisamente la fe. En virtud de ella tenemos como infalible todo cuanto la autoridad de la santa madre Iglesia propone como revelado por Dios (2).

Nadie se atreverá a poner en duda las cosas divinamente reveladas, siendo Dios la verdad por esencia. Aquí precisamente radica la diferencia sustancial entre la fe que prestamos a Dios y el crédito humano que damos a la narración histórica de acontecimientos pasados hecha por los hombres.

Es verdad que la fe puede variar notablemente en la extensión, en la intensidad y en la dignidad (en la Sagrada Escritura se afirma de hecho: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? (Mt 14,31); ¡Oh mujer!, grande es tu fe (Mt 15,28); Acrecienta nuestra fe (Lc 18,5); La fe sin obras es estéril (); La fe actuada por la caridad (Ga 5,6)...), pero no es menos cierto que la fe es siempre sustancialmente la misma; su naturaleza y definición no varían por los diversos grados o aspectos que pueda asumir.

En seguida veremos - al explicar cada uno de los artículos del Credo - cuan grande sea su eficacia y cuan óptimos los frutos que la fe nos reporta.



Fuente: Mercaba

Notas

(1) La palabra fe, correspondiente a muchos vocablos griegos y hebreos, presenta múltiples significados en los textos escri - turísticos :a) Significa unas veces la fidelidad en el cumplimiento de las promesas para con Dios o para con los hombres (2R 12,15 2R 22,7 1Co 9,22 Ps 32,4 Si 6,15 Si 22,28 Si 27,18 Si 40,12 Si 45,4 Si 46,17 Is 11,5 Is 33,6 Jr 5,1 Lm 3,23 Os 2,20 Os 5,9 Ha 2,4 1MC 10,27 1MC 10,37).b) Otras, la credulidad o asentimiento de la mente a los dichos de los demás (Gn 15,6 Si 25,16 Si 27,17 1MC 15,11 2MC 9,26 2MC 11,19 2MC 12,8).c) Otras, la persuasión firme del poder, benignidad, etc., de Dios (Mt 8,8-13 Mt 9,20-22 Mt 15,28 Rm 4,3 He 11,1-4).d) Otras se emplea en vez de la revelación divina, que es objeto de la fe (Mc 11,22 Jn 14,1).e) Otras, finalmente, se emplea en lugar de la misma conciencia (Rm 14,23).

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