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domingo, 10 de marzo de 2024

Cardenal Newman: Sermón "La Persecución del Anticristo"

 




CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN




SERMÓN CUARTO
LA PERSECUCIÓN DEL ANTICRISTO

Estamos tan acostumbrados a escuchar acerca de las persecuciones de la Iglesia, tanto por el Nuevo Testamento como por la historia de la Cristiandad, que no podemos evitar el considerar sus descripciones como simples palabras, o hablar de ellas sin comprensión de lo que estamos diciendo, y no recibir ningún beneficio práctico de sus narraciones. Y mucho menos de considerarlas como lo que realmente son: una señal característica de la Iglesia de Cristo. No son ciertamente un atributo necesario de la Iglesia, pero se trata al menos de una de sus insignias características, de tal modo que si uno echa un vistazo al curso completo de su historia, reconocerá a las persecuciones como una de las peculiaridades que permiten reconocerla. Y Nuestro Señor parece dar a entender cuán apropiada, cuán natural es la persecución de la Iglesia, al incluirla entre sus Bienaventuranzas: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el Reino de los Cielos”(1). El Señor da entonces a la persecución el mismo elevado y noble rango en el conjunto de las gracias evangélicas que el Sábbath tiene entre preceptos del Decálogo; quiero decir, como una especie de signo y señal de Sus seguidores, colocado como tal en el código moral, aunque sea en sí mismo externo a él.

Él parece mostrarnos esto también de otro modo, insinuándonos que la Iglesia comienza y termina en la persecución. Él la dejó en la persecución y la hallará en la persecución. La  Iglesia que Él reconoce como suya, la que Él ha edificado y reivindicará, es una Iglesia perseguida, qué porta Su Cruz. Y está tremenda reliquia que Él le ha entregado, y que ella poseerá hasta el fin, no puede perderse en el camino.

El profeta Daniel, que tantos vaticinios nos ha dejado acerca de los últimos tiempos, nos habla acerca de la gran persecución por venir. “Habrá un tiempo de tribulación tal, cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones y en aquel tiempo se salvará tu pueblo, todo aquel que haya sido hallado en el libro”(2), Nuestro Señor parece referirse a estas palabras en su solemne profecía antes de Su pasión, en la cual Él abarca dos series de eventos: aquellos que acompañaron a su primera venida, y los que lo harán con la segunda; ambas persecuciones de Su Iglesia, la primera y la postrera. Escuchemos sus palabras: “Entonces habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el inicio del mundo hasta entonces ni la habrá, y a menos que dichos días sean acortados, ninguna carne será salva; mas por razón de los elegidos, aquellos días serán acortados”(3).

Concluye con lo que tengo que decir acerca de la venida del Anticristo hablando de la persecución que la acompañara. Al hacerlo no hago más que expresar el juicio de la Iglesia primitiva, como he tratado de hacerlo todo a lo largo de estos sermones, y cómo me propongo realizarlo en lo que sigue.


1

En primer lugar, citaré algunos de los principales textos que parecen referirse a esta persecución final.

“Se levantará otro luego de ellos y (…) proferirá palabras contra el Altísimo, y hostigará a los santos del Altísimo e intentará cambiar los tiempos y la ley; y los santos serán entregados en sus manos durante un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”(4) esto es, tres años y medio.

“Profanarán el santuario-ciudadela y abolirán el Sacrificio Perpetuo y pondrán allí la abominación de la desolación, y corromperán con halagos a los violadores de la Alianza, pero el pueblo que conoce a su Dios se mantendrá fuerte y hará proezas. Y los sabios de entre el pueblo enseñarán a muchos, aunque caerán bajo la espada, la llama, la cautividad y la expoliación, durante algún tiempo”(5).

“Muchos serán purificados, y blanqueados y probados, más los inicuos seguirán obrando mal (…) y desde el tiempo en que el Sacrificio Perpetuo sea retirado y sea eregida la abominación de la desolación, transcurrirán mil doscientos noventa días”(6).


Habrá una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo”(7), y así siguiendo, como he dicho más arriba.

“Y se le dio una boca que profería grandes cosas y blasfemaba; y se le dio poder para obrar durante cuarenta y dos meses. Y abrió su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar contra Su nombre, contra Su tabernáculo y contra los que moran en el cielo. Y le fue concedido hacer la guerra contra los santos y vencerlos (...) Y todos los que viven en la tierra y adorarán, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida del Cordero inmolado desde la fundación del mundo”(8).

“Vi un Ángel que descendía del cielo portando la llave del abismo y una gran cadena en su mano, y se sujetó al dragón, a la serpiente antigua que es el demonio y Satanás, y lo encadenó por mil años (...) y luego de esto deberá ser liberado por poco tiempo (...) y saldrá y engañará a las naciones de los cuatro rincones del orbe, a Gog y Magog, a reunirlos para la guerra, numerosos como las arenas del mar. Y subieron por todo el ancho de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada”(9).

Los primeros cristianos interpretaron estos pasajes como relativos a la Persecución que se desencadenaría en los últimos tiempos, y todo conduce a creer que efectivamente a ella se refieren. Ciertamente, palabras de Nuestro Señor acerca de la gran tribulación por venir, parecen referirse en primera instancia a las persecuciones iniciales, a las cuales los primeros Cristianos se vieron expuestos, y sin duda que así es; sin embargo, por violentas que estas persecuciones hayan sido, no fueron consideradas por los mismos hombres que las padecieron como el verdadero cumplimiento de la profecía; y esto es ciertamente una fuerte razón para pensar que no lo fueron. Esto se ve confirmado por pasajes paralelos, comos las palabras de Daniel que hemos citado, quién ciertamente habla de una persecución todavía futura; si Nuestro Señor utilizó las mismas palabras, y estaba hablando de lo mismo que Daniel, entonces cualquiera que haya sido el cumplimiento parcial de Su profecía haya tenido en la historia de la primitiva Iglesia, Él ciertamente se refiere a la última persecución, si tomamos Sus palabras en toda su amplitud. Él dice: “Habrá una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta este tiempo ni la habrá, y a menos que dichos fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas en atención a los elegidos, dichos días serán abreviados”(10). E inmediatamente después: “Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes signos y portentos, capaces de engañar, si fuese posible, a los mismos elegidos”(11). En consonancia con este lenguaje, Daniel dice: “Habrá un tiempo de  tribulación, tal cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones; y en aquel tiempo se salvará tu pueblo, todo aquel que haya sido hallado en un libro”(12). Uno de los pasajes del Apocalipsis que he citado dice lo mismo, e incluso con más fuerza: “Le consedido hacer la guerra contra los altos y vencerlos (…) Y todos lo que viven en la tierra le adorarán, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida”(13).

2


Tratemos ahora de comprender y profundizar en esta idea que acabamos de presentar a nuestra consideración: aunque la Iglesia ha sido preservada de la persecusión durante mil quinientos años, sin embargo una persecución la aguarda antes del fin, más feroz y peligrosa que cualquiera que haya sufrido desde su comienzo.

Más aún, esta persecución estará acompañada por la cesación de todo culto religioso: “Abolirán el Sacrificio Perpetuo”(14). Los Padres de la Iglesia interpretaron estas palabras en el sentido de que el Anticristo suprimirá durante tres años y medio todo culto religioso. San Agustín se pregunta, incluso, si el bautismo será administrado a los niños en dicho periodo.

domingo, 3 de marzo de 2024

Cardenal Newman: Sermón "La Ciudad del Anticristo"

 





CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN



SERMÓN TERCERO
LA CIUDAD DEL ANTICRISTO


“La mujer que has visto es aquella gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra”(1). De este modo el Ángel interpreta ante San Juan la visión de la Gran Ramera, la encantadora, que sedujo a los habitantes de la tierra. La ciudad de la que se habla en estos términos evidentemente Roma, que era entonces la sede del imperio que dominaba toda la tierra, cuyo poder era supremo aun en Judea. Escuchamos hablar de los romanos a lo largo de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Nuestro Salvador nació cuando Su madre, la Santísima Virgen, y José, fueron llevados a Belén para pagar impuesto al gobernador romano. Fue crucificado bajo Poncio Pilato, el gobernador romano. San Pablo fue protegido en reiteradas oportunidades por su condición de ciudadano romano; por otra parte, fueron los gobernadores romanos quienes lo capturaron e hicieron prisionero hasta que por fin fue enviado a Roma, ante el emperador, y allí fue martirizado junto con San Pedro. Por lo tanto la soberanía, de Roma en la época en que Cristo y sus Apóstoles predicaron y escribieron, un hecho de notoriedad histórica, es también patente en el mismo Nuevo Testamento. Sin lugar a dudas, a esto se refiere el Ángel cuando habla de “la gran ciudad que reinó sobre la tierra”.

La conexión de Roma con el reino y las gestas del Anticristo es un tema tan presente en las controversias de hoy en día, que puede valer la pena considerar, luego de todo lo que he dicho acerca del último enemigo de la Iglesia, lo que las profecías escriturísticas dicen con relación a Roma. Esto es lo que intentaré hacer, como antes, bajo la guía de los primeros Padres.


1

Observemos qué es lo que se dice boca del Ángel con relación a Roma, en el pasaje más arriba citado, y qué es lo que podemos deducir de ello.

Esta gran ciudad es descrita bajo la imagen de una mujer, cruel, disoluta e impía, ataviada de esplendor mundano, en púrpura y escarlata, en oro, piedras preciosas y perlas, esparciendo y bebiendo la sangre de los santos, hasta embriagarse con ella. Más aún, ella es llamada “Babilonia la Grande”, para significar su poder, riqueza, profanidad, orgullo, sensualidad y espíritu perseguidor, según el modelo de aquél antiguo enemigo de la Iglesia. No necesito explicar acá cómo todo esto responde perfectamente al carácter y a la historia de la Roma del tiempo en que habla San Juan. Nunca hubo un pueblo más ambicioso, arrogante, duro de corazón y mundano que el romano; nunca lo hubo, pues ningún otro pueblo tuvo la oportunidad de perseguir hasta tal punto a la Iglesia. Los cristianos sufrieron diez persecuciones terribles que extendieron durante más de doscientos cincuenta años. No alcanzaría el día para llevar la cuenta de las torturas que sufrieron por parte de Roma, de tal modo que la descripción del Apóstol tuvo posteriormente, como profecía, un cumplimiento tan notable, como precisa había sido en su momento bajo la forma de relato histórico.

Esta ciudad culpable, representada por San Juan como una mujer depravada, está sentada sobre “un monstruo color escarlata, repleto de nombres de blasfemia, que tiene siete cabezas y diez cuernos”(2). De aquí somos conducidos al capítulo séptimo Daniel, en el cual los cuatro grandes imperios del mundo son representados bajo la figura de cuatro bestias: un león, un oso, un leopardo y un monstruo innominado, “diverso” del resto, “espantoso y terrible, y tremendamente fuerte”; “que tenía diez cuernos”(3). Ésta es ciertamente la misma bestia de San Juan vio: los diez cuernos la caracterizan. Ahora bien, la cuarta bestia la profecía de Daniel es un Imperio romano; por lo tanto, “la bestia”, en la cual la mujer está sentada, es ese mismo Imperio. Y esto concuerda en forma muy precisa con lo sucedido históricamente, puesto que Roma, la señora del mundo, se sentó y fue llevada triunfalmente por ese mismo mundo que ella había sometido, domado y hecho su criatura.

Además el profeta Daniel interpreta qué los diez cuernos del monstruo son “diez reyes que surgirán”(4) a partir de este Imperio; con lo cual concuerda San Juan al decir: “los diez cuernos que has visto son diez reyes que todavía no han recibido reino alguno, pero que recibirán poder como reyes durante una hora con la bestia”(5). Por otra parte, en una visión anterior, Daniel habla del Imperio como destinado a ser “dividido”, “en parte fuerte y en parte frágil”(6). Más aún, este Imperio, la bestia de carga de la mujer, por fin se levantará contra ella y la devorará, como un animal salvaje que se rebela contra su amo, y esto deberá suceder durante su estado y dividido o múltiple. Estos diez cuernos que has visto la aborrecerán y la dejarán sola y desnuda, y devorarán su carne y la consumirán por el fuego”(7). Ése será el fin de la gran ciudad. Finalmente, tres de los reyes, tal vez todos, serán sometidos por el Anticristo, quién aparecerá cuando ellos estén en el poder, pues ése es el curso de la profecía de Daniel: “Otro se levantará luego de ellos, y será diferente de los primeros y subyugará a tres reyes. Y proferirá palabras arrogantes contra el Altísimo oprimirá a los santos del Altísimo y pretenderá mudar los tiempos y las leyes; y ellos serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”(8). Este poder que surgirá por sobre los reyes es el Anticristo; y desearía que observéis cómo Roma y el Anticristo se relacionan mutuamente en la profecía. Roma caerá antes del surgimiento del Anticristo, puesto que los reyes destruirán Roma, y luego el Anticristo aparecerá y suplantará a los reyes. Por lo que podemos juzgar a partir de las palabras, esto parece claro. Primero, San Juan dice: Los diez cuernos odiarán y devorarán” a la mujer; en segundo lugar, Daniel dice: “Yo contemplaba los cuernos, y he aquí que surgió de entre ellos otro pequeño cuerno”, esto es el Anticristo, “ante el cual (o junto al cual) tres de los primeros cuernos fuera arrancados de raíz”(9).


2

Consideremos ahora hasta que punto estas profecías se han cumplido, y qué resta por cumplirse.

En primer lugar,  el Imperio romano se ha quebrado como estaba predicho. Se dividió en un número de reinos independientes, tales como el nuestro, Francia, y otros más; pero todavía es difícil numerar diez exacta y precisamente. En segundo lugar, aunque Roma ciertamente ha sido desolada del modo más pavoroso y miserable, todavía no ha padecido exactamente sufrimientos por parte de diez secciones de su antiguo imperio, sino de bárbaros que cayeron sobre ella desde regiones externas. En tercer lugar, todavía existe como ciudad, mientras que, según la profecía, debería ser “desolada, devorada y consumida por el fuego”. Y en cuarto lugar, existe un punto de la descripción de la ciudad impía que permanece prácticamente incumplido en el caso de Roma. Ella deberá tener “en su mano una copa de oro llena de abominaciones”, y deberá “embriagar a todos los habitantes de la tierra con el vino de su fornicación”(10), expresión que sin lugar a dudas denota algún tipo de seducción o de engaño que le será permitido practicar sobre el mundo, y que todavía no se ha cumplido, en el caso de esa gran ciudad imperial sobre las siete colinas de la palabra San Juan. Por lo tanto hay aquí cuestiones que requieren alguna consideración.

domingo, 25 de febrero de 2024

Cardenal Newman: Sermón "La Religión del Anticristo"

 






CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN



SEGUNDO SERMÓN
LA RELIGIÓN DEL ANTICRISTO


San Juan nos enseña que “todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es el espíritu del Anticristo, que ya está en el mundo”(1). La característica del Anticristo será negar abiertamente que nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios venido en carne desde el Cielo. Esta descripción le conviene tan exacta y completamente, que negar a Cristo puede propiamente ser llamado el espíritu del Anticristo, e incluso puede decirse de sus negadores que poseen el espíritu del Anticristo, que son como el Anticristo, que son Anticristos. Lo  mismo se afirma en un capítulo posterior. “¿Quién es el Mentiroso, sino aquel que niega que Jesús es el Cristo? Él es el Anticristo, que niega al Padre y al Hijo. Quienquiera niega al Hijo  también niega el Padre”(2). De lo cual podría deducirse que el Anticristo será conducido del rechazo del Hijo de Dios al completo rechazo de Dios, tanto implícita como prácticamente.

Haré ahora algunas observaciones adicionales acerca de las señales características del predicho enemigo de la Iglesia, y como antes, me limitaré a la interpretación de la Escritura dada por los primeros Padres.

Mi razón para obrar de este modo es simplemente la siguiente; en una cuestión tan difícil como lo es una profecía incumplida, no me posible realmente tener una opinión propia, ni es deseable que la tenga, o por lo menos que la exprese de modo formal. La opinión de cualquier persona, aunque fuese la más para hacerlo, tendría casi ninguna autoridad, ni se justificaría el formularla por sí misma. Por el contrario, los juicios y perspectivas de la Iglesia primitiva merecen nuestra especial atención, puesto que, por lo que sabemos, pueden muy bien proceder de tradiciones de los Apóstoles y porque son expresados en forma mucho más consistente y unánime que los de cualquier otro conjunto de maestros. Por tanto estas opiniones tienen más derecho de reclamar nuestra atención que las de otros escritores, cualesquiera sean sus títulos: y si éstos son de poca monta, los de los otros son aún menores.

En rigor, solamente el claro cumplimiento de las profecías puede reclamar nuestra entera adhesión en esta materia. Si viésemos todos los signos de la profecía cumplirse en la pasada historia de la Iglesia, entonces sí podríamos dispensarnos de considerar la autoridad de aquellos que nos presentasen las pruebas. Esta condición, sin embargo, difícilmente puede satisfacerse, puesto que la venida del Anticristo es cercana a la venida de Cristo como juez; por consiguiente, el hecho ha tenido lugar bajo circunstancias que pueden ser invocadas como pruebas. Tampoco puede presentarse ningún hecho histórico que reúna todas las señales del Anticristo claramente, aunque algunas se hayan cumplido en ciertas ocasiones. Por tanto, sólo nos resta acudir al juicio de los Padres (si es que debemos seguir alguna opinión, y si debemos aprovecharnos de todas las advertencias que la Escritura nos ofrece concernientes al mal que se aproxima), sea que éste posea especial autoridad en este tema no. Ya he recurrido a ellos y lo volveré a hacer ahora. Continuemos, pues, con este tema, con los antiguos Padres como guías.


1

Parece claro que San Pablo y San Juan hablan del mismo enemigo la Iglesia, dada la similitud de sus descripciones. Ambos afirman que su espíritu ya estaba obrando en sus días.   “Ese espíritu del Anticristo -San Juan- ya está en el mundo”. “El misterio de iniquidad ya está obrando”(3), dice San Pablo. Y ambos describen al enemigo como caracterizado por el mismo pecado especial: la abierta infidelidad. San Juan que “él es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”(4); mientras que San Pablo habla de él similar modo, como “el adversario y el rival de todo lo que se dice Dios o es adorado”, y que “se sentará en el templo de Dios, proclamándose a sí mismo como Dios”(5). En ambos pasajes es descrita la misma negación blasfema de Dios y de la religión; mas San Pablo añade que se opondrá a toda religión existente, verdadera o falsa: “todo lo que se dice Dios o es adorado”.

Pueden citarse otros dos pasajes de la Escritura, prediciendo la misma temeraria impiedad. Uno pertenece al capítulo undécimo de Daniel: “El rey obrará conforme a su voluntad, y se  exaltará a sí mismo, se ensalzará por encima de todo dios, y hablará palabras arrogantes contra el Dios de los dioses, y prosperará hasta que se haya colmado la ira (...) No respetará al Dios de sus padres, ni tampoco a la [divinidad] predilecta de las mujeres, ni hará caso de ningún dios, puesto que se ensalzará por encima de todo”(6).

El otro pasaje no poseería más que un tenue matriz profético en sí mismo, si no fuese por el hecho de que todos los dichos de nuestro Salvador poseen significado profundo, y particularmente este último, de acuerdo a los Padres. “Yo he venido en Nombre de mi Padre, y vosotros no me habéis recibido; si otro bien en su propio nombre, a ese lo recibiréis”(7). Ellos consideran esto como una alusión profética del Anticristo, a quién los Judíos confundirán con el Cristo. En vendrá “en Su propio nombre”. El Anticristo no vendrá de Dios, sino en su propio nombre, sin pretender haber recibido misión alguna de Dios, por una blasfema asunción del poder divino. 

A los pasajes citados deben agregarse aquellos que hablan en general de las impiedades  de la última edad del mundo, impiedades que podemos creer prepararán la venida del Anticristo y se consumarán en él: “Muchos andarán errantes aquí y allá y el conocimiento se incrementará (...) Muchos serán purificados y blanqueados y probados pero los malvados seguirán obrando mal, y ninguno de los malvados entenderá, mas los sabios entenderán” (8).  “En los últimos días sobrevendrán tiempos peligrosos, pues los hombres serán amadores de sí mismos, codiciosos, jactanciosos, orgullosos, blasfemadores, desobedientes a sus padres, desagradecidos, malvados, desnaturalizados, implacables, calumniadores, incontinentes, despreciadores de los buenos, traidores, temerarios, infatuados, más amantes de sí mismos que Dios, con apariencia de piedad mas negando su eficacia”(9); “burladores guiados por sus propias pasiones, que dirán: ¿Dónde queda la promesa de Su venida?(10), “despreciadores de la autoridad, presuntuosos (...) autosuficientes, sin temor de insultar a las dignidades (…)  que prometerán libertad a los hombres, mientras que ellos serán esclavos de la corrupción”(11), y cosas por el estilo.


2

Ya hecho mención de los judíos; sería bueno establecer que se afirmaba en la primitiva Iglesia acerca su relación con el Anticristo. 

Nuestro Señor predijo que muchos vendrían en Su nombre, diciendo “Yo soy el Cristo”(12). El castigo de los Judíos es el de los incrédulos de todo tipo: habiendo rechazado al verdadero Cristo, recibirán a uno falso; el Anticristo será el perfecto y consumado seductor, en relación con el cual todos los anticristos previos son aproximaciones, de acuerdo con las palabras ya citadas: “Si otro viene en su propio nombre, a ese lo recibiréis”. Del mismo tenor son las palabras de San Pablo luego de describir el Anticristo: “cuya venida estará señalada (...) con todo tipo de prodigios engañosos y maldades que seducirán a lo que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la Verdad que les hubiera salvado. Y por esta causa Dios les enviará un poder seductor que les hará creer en la mentira, para que sean condenados todo cuántos no creyeron en la Verdad y prefirieron la iniquidad”(13).

Por consiguiente, considerando que el Anticristo pretenderá ser el Mesías, desde antiguo se admitió por tradición que él sería de raza judía y que observarán los ritos judíos.

Inclusive, San Pablo dice que el Anticristo “se sentará en el Templo de Dios”(14), esto es, de acuerdo con los antiguos Padres, en el Templo Judío. Las mismas palabras de Nuestro Salvador pueden ser empleadas, para apoyar esta doctrina puesto que Él habla de la “Abominación de la Desolación” (expresión que, sea cual sea el sentido que se le dé, denota en su sentido pleno al Anticristo), “instalada en el lugar santo”(15). Más aún, la persecución de los testigos de Cristo por el Anticristo realizará, es descrita por San Juan como teniendo lugar en Jerusalén. “Sus cadáveres yacerán en las calles de la gran ciudad (que es llamada espiritualmente Sodoma y Egipto), donde también nuestro Señor fue crucificado”(16).

Es necesario hacer ahora una observación. Supongo que, a primera vista, no podemos considerar que se pueda extraer demasiada evidencia de Texto Sagrado acerca de la relación del Anticristo con lo judíos o con su Templo. Es por eso algo remarcable que el emperador Juliano el Apóstata, quien fue un “tipo” del gran enemigo, haya tenido relación con judíos y haya comenzado a reconstruir su Templo. Así, la historia es una especie de comentario de la profecía, y sostiene y reivindica aquellas antiguas interpretaciones a las cuales me estoy refiriendo. Por supuesto, debe entenderse que esta creencia de la Iglesia de que el Anticristo estaría conectado con los judíos, fue expresada mucho tiempo antes de la época de Juliano, y todavía poseemos las obras que se refieren a ella. De hecho, poseemos los escritos de dos Padres, ambos obispos y mártires de la Iglesia, quienes vivieron por lo menos ciento cincuenta años antes de Juliano, y menos de cien años luego de San Juan.   Ambos refieren claramente la relación del Anticristo con los judíos. 

El primero de ellos, Ireneo, habla de este modo: “El adversario se sentará en el Templo que está en Jerusalén, intentando mostrarse a sí mismo como el Cristo”(17). 

El segundo, Hipólito: “El Anticristo será aquel que resucitará el reino de los Judíos” (18). 

domingo, 18 de febrero de 2024

Cardenal Newman: Sermón "El Tiempo del Anticristo"

 




CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN




SERMÓN PRIMERO
EL TIEMPO DEL ANTICRISTO


Los cristianos de Tesalónica habían supuesto que la venida de Cristo se encontraba cercana. San Pablo les escribe para prevenirlos contra una tal expectativa. No es que él desaprobara su espera de la venida del Señor, todo lo contrario; pero les advierte que un cierto acontecimiento debe precederla, y hasta que esto no suceda, el fin no sobrevendrá. “Que nadie os engañe de ningún modo -dice San Pablo- [puesto que dicho Día no vendrá], excepto que venga primero una apostasía”. Y prosigue excepto que “primero el hombre de pecado sea revelado, el hijo de la perdición.(1)

Mientras el mundo dure, este pasaje de la Escritura será de reverente interés para los cristianos. Es su deber estar siempre expectantes por la Venida de su Señor, indagar los signos de la misma en todo lo que ocurre alrededor suyo, y por sobre todo tener en mente este sobrecogedor signo del cual San Pablo habla a los Tesalonicenses. Así como la primera venida del Señor tuvo su precursor, así también lo tendrá la segunda. EL primero fue “Alguien más que un profeta”(2), San Juan Bautista; el segundo será más que un enemigo de Cristo, será la misma imagen de Satán, el pavoroso aborrecible Anticristo. Acerca de él, tal cual las profecías lo describen, me propongo hablar; y al hacerlo me guiaré exclusivamente por los antiguos Padres de la Iglesia. 

Sigo a los antiguos Padres sin pensar que en tal materia ellos tengan el peso de poseen en instancias de doctrina o disciplina. Cuando ellos hablan de doctrinas, se refieren a éstas como del algo universalmente aceptado. Ellos son testigos del hecho de que dichas doctrinas han sido recibidas, no aquí o allá, sino en todas partes. Recibimos aquellas doctrinas que ellos enseñan, no meramente  porque las enseñen, sino porque dan testimonio de que todos los cristianos en todas partes las han sostenido. Los consideramos como honestos informantes, mas no como autoridad suficiente en sí mismos, aunque de hecho son también autoridades. Si ellos afirmaran estas mismas doctrinas, pero diciendo: “Estas son nuestras opiniones, las hemos deducido de la Escritura, y son verdaderas”, podríamos bien dudar de recibirlas de sus manos. Podríamos decir que tenemos tanto derecho como ellos a deducir a partir de la Escritura; que las deducciones de la Escritura serían meras opiniones; que si nuestras deducciones concordasen con las de ellos, eso sería una feliz coincidencia, e incrementaría nuestra confianza en ellos; pero que si no, no habría mas remedio, y deberíamos seguir nuestras propias luces: Sin lugar a dudas, ningún hombre tiene derecho a imponer a otros sus propias deducciones en materia de fe. Hay una obligación obvia para el ignorante de someterse a aquellos que estén mejor informados; y también  es inconveniente para el joven someterse implícitamente por un tiempo a la enseñanza de sus mayores; pero más allá de esto, la opinión de un hombre no vale más que la de otro. De todos modos, éste no es el caso en lo que respecta a los antiguos Padres. Ellos no hablan de su opinión personal; ellos no dicen “Esto es verdadero porque de hecho es sostenido, y ha sido siempre sostenido por las Iglesias, sin interrupción, desde los Apóstoles hasta nuestros días”. La cuestión es meramente acerca del testimonio; esto es; si acaso ellos tienen a su disposición los medios para saber si eso había sido y fue sostenido; puesto que si esa fue la creencia  de tantas Iglesias en forma de independiente y simultánea, en el supuesto de su procedencia desde los Apóstoles, no hay duda de que no se puede ser sino verdadera y apostólica.

Éste es el modo en que ellos Padres hablan en lo que respecta a la doctrina; otro es el caso cuando interpretan las profecías. En esta materia parece que no ha habido tradiciones católicas, formales y distintas, o por lo menos autorizadas; de tal modo que cuando interpretan la Escritura, en la mayor parte de los casos están dando, y profesan estar dando, sus propias opiniones privadas, o anticipaciones vagas, difusas y meramente generales. Esto es lo que debería haberse esperado, puesto que no pertenece al curso ordinario de la divina Providencia el interpretar las profecías antes del suceso. Aquello que los apóstoles revelaron con respecto a lo venidero, fue en general y en privado, a individuos particulares – no fue puesto por escrito, ni destinado a la edificación del cuerpo de Cristo-, y pronto se perdió. Así, unos pocos versículos más abajo del pasaje que he citado, San Pablo dice: “¿Acaso no recordáis que estando todavía con vosotros, os dije estas cosas?”(3), y escribe por medio de insinuaciones y alusiones, sin expresarse abiertamente. Y vemos así mismo que tampoco cuidado tomó en discriminar y autenticar sus intimaciones proféticas que los Tesalonicenses habían adoptado la opinión de que él había dicho que el Día de Cristo era inminente, aunque, en realidad no lo había hecho. 

martes, 7 de julio de 2020

R.P. Leonardo Castellani: El Fin de los Tiempos y la Parusía





"Catecismo Para Adultos"
R.P. Leonardo Castellani


Habrá un Fin de Siglo

Vamos a ver la revelación divina del fin del mundo; o mejor dicho, del fin del siglo; porque el mundo no finirá nunca, pues Dios no destruye nada de lo que ha creado, como dijo por Sap. XI, 25. No aniquilará nada de lo que existe, aunque podría. Esta tierra en que estamos será renovada, y por cierto, por el fuego, al fin del "ciclo adámico", o sea la época de Adán. El universo será renovado, "nuevos cielos y nueva tierra" dice el Apokalypsis y también el profeta Isaías, no por el agua sino por el fuego dijo Cristo. El agua acabó con el orbe habitado o una parte de él en el diluvio, pero el próximo diluvio no será el agua. Pero no hay que alarmarse, porque ese fuego no atormentará a los elegidos. 

Los físicos no saben, ni cómo empezó la humanidad, ni cómo acabará; eso lo sabe el Génesis y el Apokalypsis; sino es alguno de los seudo físicos (o sea macaneadores) como Renán, que dice que el Universo perecerá de frío o Darwin que dice que la vida empezó por evolución, lo cual creemos que es falso.

Tengo cinco o seis libros famosos de físicos famosos, Eddington, Einstein, Serrington, Laplace, Eddington otra vez, Whitehend y Galileo y ninguno se mete ni por sueños con el principio y fin del género humano. Más aún, Sherington en "El hombre y su naturaleza" (edit. Alhambra, Madrid 1947) escribe: "Así, la Ciencia Natural trata de evadirse de todo lo que es humano... Observando lo perceptible, el científico intenta sustraerse de las "Causas", de las Fuerzas, de los Tiempos Absolutos, de los Comienzos en el Caos, de la Terminación en la Nada, de la Realidad Ultima, de la Vida, de la Muerte, de la Deidad Personal... para no hablar de lo Malo, de lo Justo, de la Esperanza, de los Temores, etc. La ciencia no es buena ni mala; es falsa o verdadera".

Es decir, los físicos dicen que no tienen que ver nada con la moral que trata del hombre propiamente, de su conducta, de su fin. Hay uno de estos libros que es un monumento —o digamos sobriamente un "clásico"— que compré por recomendación del poeta Paul Claudel, y es "Man's Place in the Universe" de Alfred Russell Wallace (Chapman and Hall, 1903, Ld.). Es una larguísima y definitiva investigación sobre los mundos habitados —o mejor dicho, el mundo habitado, pues del estudio surge con evidencia que ningún otro planeta solar, y mucho menos ningún otro planeta que podría haber en las estrellas, son aptos para cobijar la vida, al menos de los vivientes superiores.

Hizo una investigación astronómica muy profunda usando todo lo que se sabía entonces en astronomía y llegó a la conclusión de que no puede haber hombres en la Luna o en Venus, ni en Marte, ni hombres o animales superiores, como vacas o caballos, ni cualquier otro animal que suplante al hombre o parecido al hombre, racional o por lo menos viviente.

¿Por qué? Porque o no hay atmósfera o no hay otras condiciones necesarias para la vida. El libro es sencillo y sumamente científico.

Lo que lo entusiasmaba a Claudel es que constituye una demostración de la existencia de Dios —indirecta— por el Orden, porque investigando los planetas uno encuentra un orden admirable de la Creación inanimada, hay una especie de artificio o de mecanismo increíblemente sabio de todo lo que da vueltas en el espacio. A mí me gusta porque confirma la revelación de que la Humanidad comenzó y la Humanidad debe terminar.

Comenzó porque en un tiempo la tierra no era apta para la vida del hombre, lo mismo que ahora los otros planetas, y con el tiempo se puso apta. Eddington dice taxativamente, en ''The nature of physical World", que eso pertenece a la religión —a la religión "mistica' dice, o sea revelada. Hay otros dos físicos que sí especulan sobre el fin del mundo: Kirwan, ''Comment peut fini Univers", donde expone la conjetura de Renán que acabará por frío "dentro de 20 ó 30 millones de años a lo más", pero prefiere la versión de San Pedro que acabará por fuego y dentro de poco, por el choque "con un cometa inmenso, como el de 1811" (¿y por qué no por una bomba atómica, digo yo?).

Otro físico más católico que este, Kaye (inglés), toma simplemente la noción de San Pedro y se atiene a ella: "Mas los cielos que ahora son, y la tierra, por la misma palabra creados, están reservados al fuego del día del juicio y la perdición de los impíos. . . Pues llegará el día del Señor como ladrón, en el cuál los cielos pasarán con ímpetu magno, los elementos se fundirán con el calor, la tierra misma y todas las obras que en ella están serán consumidas..." y después dice: "En el llegar del día del Señor por el cual los cielos ardiendo se disolverán y los elementos se desharán por el ardor del fuego... "(II Petr. ni,7, 10, 11) El día del Señor es el día del Juicio en toda la literatura de la Sagrada Escritura, en el Antiguo y Nuevo Testamento.

Pero el anuncio más reverendo del fin del tiempo, que es el llamado Discurso o Recitado Esjatológico de Nuestro Señor, nos ocupará esta clase. 

Los profetas del Antiguo Testamento habían predicho reiteradamente el fin de los tiempos, con el nombre de "el día del Señor magno y terrible", o como repite San Pablo: "día de la revelación del Justo Juicio de Dios". 

Desde el primer libro, el Génesis, donde Jacob llama a sus hijos (Cap. 47,1) diciendo "Venid, juntaos aquí, que os anunciaré lo que va a pasar cuando se acaben los días" hasta el último libro, donde el Apokaleta termina:


Y el Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!
Y el que escucha que responda ¡Ven!
Y el sediento acuda a recibir Agua de Vida gratis
Dice el que testifica esto ¡Cierto, vengo pronto! —Ya, Señor
Ven Señor Jesús!


Toda la Escritura hormiguea de alusiones al "Día del Señor", sobre todo el profeta Isaías; las cuales culminan en la solemne proclama del Fin del siglo por Nuestro Señor Jesucristo, el cap. 24 de San Mateo, llamado el "Discurso esjatológico" o con más exactitud "El Recitado esjatológico", con jota.

Es el centro de la profecía en la Escritura. Esta profecía que hizo Cristo, es el centro de toda la profecía en el Antiguo y Nuevo Testamento. Es difícil y desconcertante. Parecería que trata una parte del fin de Un Mundo, o sea Jerusalén; o de las dos partes a la vez. Y esto último es la verdad, pero hay que entenderlo. La solución del enigma del cap. 24 de San Mateo es que trata de las dos cosas a la vez, conforme a ese lenguaje profético, que siempre trata de dos cosas a la vez, que llaman el "Tipo" y el "Antitipo".

Un exégeta extravagante imaginó que Cristo trató de los dos sucesos por medio de estrofas en ese recitado diciendo por ejemplo: estos 7 versículos tratan del fin de Jerusalén, estos 12 versículos que siguen tratan del Fin del Mundo y así el resto, como si Cristo hubiese hecho una poesía en estrofas. Trata de las dos cosas, pero de las dos cosas a la vez, no dividido en estrofas. Porque la ruina de Jerusalén fue el tipo del fin del Mundo.

Todos los profetas han descrito un suceso próximo, que era como el símbolo o la figura de otro suceso remoto, que era muy difícil de entender; no lo hubiesen entendido ni creído. De manera que hacían primero la profecía de un suceso próximo, que iba a suceder dentro de 30 ó 40 años y eso iba a ser el símbolo de un suceso que iba a suceder por ejemplo dentro de 20 siglos, como va a pasar con el fin del mundo.

Otro exégeta, Maldonado, muy famoso, después de cansarse reseñando la cantidad de opiniones de los antiguos Exégetas, termina diciendo que él por su parte opina que Cristo dio una respuesta confusa a los que le hicieron una pregunta confusa; solución que adjudica a San Agustín, lo cual dudo mucho; no es digna de San Agustín y mucho menos de Jesucristo. Jesús era el Maestro y no debía responder adrede confuso; y además la pregunta de los Apóstoles no fue confusa sino errónea, que no es lo mismo.

domingo, 22 de marzo de 2020

Cardenal Newman: Sermón "La Persecución del Anticristo"





CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN




SERMÓN CUARTO
LA PERSECUCIÓN DEL ANTICRISTO

Estamos tan acostumbrados a escuchar acerca de las persecuciones de la Iglesia, tanto por el Nuevo Testamento como por la historia de la Cristiandad, que no podemos evitar el considerar sus descripciones como simples palabras, o hablar de ellas sin comprensión de lo que estamos diciendo, y no recibir ningún beneficio práctico de sus narraciones. Y mucho menos de considerarlas como lo que realmente son: una señal característica de la Iglesia de Cristo. No son ciertamente un atributo necesario de la Iglesia, pero se trata al menos de una de sus insignias características, de tal modo que si uno echa un vistazo al curso completo de su historia, reconocerá a las persecuciones como una de las peculiaridades que permiten reconocerla. Y Nuestro Señor parece dar a entender cuán apropiada, cuán natural es la persecución de la Iglesia, al incluirla entre sus Bienaventuranzas: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el Reino de los Cielos”(1). El Señor da entonces a la persecución el mismo elevado y noble rango en el conjunto de las gracias evangélicas que el Sábbath tiene entre preceptos del Decálogo; quiero decir, como una especie de signo y señal de Sus seguidores, colocado como tal en el código moral, aunque sea en sí mismo externo a él.

Él parece mostrarnos esto también de otro modo, insinuándonos que la Iglesia comienza y termina en la persecución. Él la dejó en la persecución y la hallará en la persecución. La  Iglesia que Él reconoce como suya, la que Él ha edificado y reivindicará, es una Iglesia perseguida, qué porta Su Cruz. Y está tremenda reliquia que Él le ha entregado, y que ella poseerá hasta el fin, no puede perderse en el camino.

El profeta Daniel, que tantos vaticinios nos ha dejado acerca de los últimos tiempos, nos habla acerca de la gran persecución por venir. “Habrá un tiempo de tribulación tal, cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones y en aquel tiempo se salvará tu pueblo, todo aquel que haya sido hallado en el libro”(2), Nuestro Señor parece referirse a estas palabras en su solemne profecía antes de Su pasión, en la cual Él abarca dos series de eventos: aquellos que acompañaron a su primera venida, y los que lo harán con la segunda; ambas persecuciones de Su Iglesia, la primera y la postrera. Escuchemos sus palabras: “Entonces habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el inicio del mundo hasta entonces ni la habrá, y a menos que dichos días sean acortados, ninguna carne será salva; mas por razón de los elegidos, aquellos días serán acortados”(3).

Concluye con lo que tengo que decir acerca de la venida del Anticristo hablando de la persecución que la acompañara. Al hacerlo no hago más que expresar el juicio de la Iglesia primitiva, como he tratado de hacerlo todo a lo largo de estos sermones, y cómo me propongo realizarlo en lo que sigue.


1

En primer lugar, citaré algunos de los principales textos que parecen referirse a esta persecución final.

“Se levantará otro luego de ellos y (…) proferirá palabras contra el Altísimo, y hostigará a los santos del Altísimo e intentará cambiar los tiempos y la ley; y los santos serán entregados en sus manos durante un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”(4) esto es, tres años y medio.

“Profanarán el santuario-ciudadela y abolirán el Sacrificio Perpetuo y pondrán allí la abominación de la desolación, y corromperán con halagos a los violadores de la Alianza, pero el pueblo que conoce a su Dios se mantendrá fuerte y hará proezas. Y los sabios de entre el pueblo enseñarán a muchos, aunque caerán bajo la espada, la llama, la cautividad y la expoliación, durante algún tiempo”(5).

“Muchos serán purificados, y blanqueados y probados, más los inicuos seguirán obrando mal (…) y desde el tiempo en que el Sacrificio Perpetuo sea retirado y sea eregida la abominación de la desolación, transcurrirán mil doscientos noventa días”(6).


Habrá una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo”(7), y así siguiendo, como he dicho más arriba.

“Y se le dio una boca que profería grandes cosas y blasfemaba; y se le dio poder para obrar durante cuarenta y dos meses. Y abrió su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar contra Su nombre, contra Su tabernáculo y contra los que moran en el cielo. Y le fue concedido hacer la guerra contra los santos y vencerlos (...) Y todos los que viven en la tierra y adorarán, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida del Cordero inmolado desde la fundación del mundo”(8).

“Vi un Ángel que descendía del cielo portando la llave del abismo y una gran cadena en su mano, y se sujetó al dragón, a la serpiente antigua que es el demonio y Satanás, y lo encadenó por mil años (...) y luego de esto deberá ser liberado por poco tiempo (...) y saldrá y engañará a las naciones de los cuatro rincones del orbe, a Gog y Magog, a reunirlos para la guerra, numerosos como las arenas del mar. Y subieron por todo el ancho de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada”(9).

Los primeros cristianos interpretaron estos pasajes como relativos a la Persecución que se desencadenaría en los últimos tiempos, y todo conduce a creer que efectivamente a ella se refieren. Ciertamente, palabras de Nuestro Señor acerca de la gran tribulación por venir, parecen referirse en primera instancia a las persecuciones iniciales, a las cuales los primeros Cristianos se vieron expuestos, y sin duda que así es; sin embargo, por violentas que estas persecuciones hayan sido, no fueron consideradas por los mismos hombres que las padecieron como el verdadero cumplimiento de la profecía; y esto es ciertamente una fuerte razón para pensar que no lo fueron. Esto se ve confirmado por pasajes paralelos, comos las palabras de Daniel que hemos citado, quién ciertamente habla de una persecución todavía futura; si Nuestro Señor utilizó las mismas palabras, y estaba hablando de lo mismo que Daniel, entonces cualquiera que haya sido el cumplimiento parcial de Su profecía haya tenido en la historia de la primitiva Iglesia, Él ciertamente se refiere a la última persecución, si tomamos Sus palabras en toda su amplitud. Él dice: “Habrá una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta este tiempo ni la habrá, y a menos que dichos fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas en atención a los elegidos, dichos días serán abreviados”(10). E inmediatamente después: “Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes signos y portentos, capaces de engañar, si fuese posible, a los mismos elegidos”(11). En consonancia con este lenguaje, Daniel dice: “Habrá un tiempo de  tribulación, tal cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones; y en aquel tiempo se salvará tu pueblo, todo aquel que haya sido hallado en un libro”(12). Uno de los pasajes del Apocalipsis que he citado dice lo mismo, e incluso con más fuerza: “Le consedido hacer la guerra contra los altos y vencerlos (…) Y todos lo que viven en la tierra le adorarán, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida”(13).

2


Tratemos ahora de comprender y profundizar en esta idea que acabamos de presentar a nuestra consideración: aunque la Iglesia ha sido preservada de la persecusión durante mil quinientos años, sin embargo una persecución la aguarda antes del fin, más feroz y peligrosa que cualquiera que haya sufrido desde su comienzo.

Más aún, esta persecución estará acompañada por la cesación de todo culto religioso: “Abolirán el Sacrificio Perpetuo”(14). Los Padres de la Iglesia interpretaron estas palabras en el sentido de que el Anticristo suprimirá durante tres años y medio todo culto religioso. San Agustín se pregunta, incluso, si el bautismo será administrado a los niños en dicho periodo.

domingo, 15 de marzo de 2020

Cardenal Newman: Sermón "La Ciudad del Anticristo"






CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN



SERMÓN TERCERO
LA CIUDAD DEL ANTICRISTO


“La mujer que has visto es aquella gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra”(1). De este modo el Ángel interpreta ante San Juan la visión de la Gran Ramera, la encantadora, que sedujo a los habitantes de la tierra. La ciudad de la que se habla en estos términos evidentemente Roma, que era entonces la sede del imperio que dominaba toda la tierra, cuyo poder era supremo aun en Judea. Escuchamos hablar de los romanos a lo largo de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Nuestro Salvador nació cuando Su madre, la Santísima Virgen, y José, fueron llevados a Belén para pagar impuesto al gobernador romano. Fue crucificado bajo Poncio Pilato, el gobernador romano. San Pablo fue protegido en reiteradas oportunidades por su condición de ciudadano romano; por otra parte, fueron los gobernadores romanos quienes lo capturaron e hicieron prisionero hasta que por fin fue enviado a Roma, ante el emperador, y allí fue martirizado junto con San Pedro. Por lo tanto la soberanía, de Roma en la época en que Cristo y sus Apóstoles predicaron y escribieron, un hecho de notoriedad histórica, es también patente en el mismo Nuevo Testamento. Sin lugar a dudas, a esto se refiere el Ángel cuando habla de “la gran ciudad que reinó sobre la tierra”.

La conexión de Roma con el reino y las gestas del Anticristo es un tema tan presente en las controversias de hoy en día, que puede valer la pena considerar, luego de todo lo que he dicho acerca del último enemigo de la Iglesia, lo que las profecías escriturísticas dicen con relación a Roma. Esto es lo que intentaré hacer, como antes, bajo la guía de los primeros Padres.


1

Observemos qué es lo que se dice boca del Ángel con relación a Roma, en el pasaje más arriba citado, y qué es lo que podemos deducir de ello.

Esta gran ciudad es descrita bajo la imagen de una mujer, cruel, disoluta e impía, ataviada de esplendor mundano, en púrpura y escarlata, en oro, piedras preciosas y perlas, esparciendo y bebiendo la sangre de los santos, hasta embriagarse con ella. Más aún, ella es llamada “Babilonia la Grande”, para significar su poder, riqueza, profanidad, orgullo, sensualidad y espíritu perseguidor, según el modelo de aquél antiguo enemigo de la Iglesia. No necesito explicar acá cómo todo esto responde perfectamente al carácter y a la historia de la Roma del tiempo en que habla San Juan. Nunca hubo un pueblo más ambicioso, arrogante, duro de corazón y mundano que el romano; nunca lo hubo, pues ningún otro pueblo tuvo la oportunidad de perseguir hasta tal punto a la Iglesia. Los cristianos sufrieron diez persecuciones terribles que extendieron durante más de doscientos cincuenta años. No alcanzaría el día para llevar la cuenta de las torturas que sufrieron por parte de Roma, de tal modo que la descripción del Apóstol tuvo posteriormente, como profecía, un cumplimiento tan notable, como precisa había sido en su momento bajo la forma de relato histórico.

Esta ciudad culpable, representada por San Juan como una mujer depravada, está sentada sobre “un monstruo color escarlata, repleto de nombres de blasfemia, que tiene siete cabezas y diez cuernos”(2). De aquí somos conducidos al capítulo séptimo Daniel, en el cual los cuatro grandes imperios del mundo son representados bajo la figura de cuatro bestias: un león, un oso, un leopardo y un monstruo innominado, “diverso” del resto, “espantoso y terrible, y tremendamente fuerte”; “que tenía diez cuernos”(3). Ésta es ciertamente la misma bestia de San Juan vio: los diez cuernos la caracterizan. Ahora bien, la cuarta bestia la profecía de Daniel es un Imperio romano; por lo tanto, “la bestia”, en la cual la mujer está sentada, es ese mismo Imperio. Y esto concuerda en forma muy precisa con lo sucedido históricamente, puesto que Roma, la señora del mundo, se sentó y fue llevada triunfalmente por ese mismo mundo que ella había sometido, domado y hecho su criatura.

Además el profeta Daniel interpreta qué los diez cuernos del monstruo son “diez reyes que surgirán”(4) a partir de este Imperio; con lo cual concuerda San Juan al decir: “los diez cuernos que has visto son diez reyes que todavía no han recibido reino alguno, pero que recibirán poder como reyes durante una hora con la bestia”(5). Por otra parte, en una visión anterior, Daniel habla del Imperio como destinado a ser “dividido”, “en parte fuerte y en parte frágil”(6). Más aún, este Imperio, la bestia de carga de la mujer, por fin se levantará contra ella y la devorará, como un animal salvaje que se rebela contra su amo, y esto deberá suceder durante su estado y dividido o múltiple. Estos diez cuernos que has visto la aborrecerán y la dejarán sola y desnuda, y devorarán su carne y la consumirán por el fuego”(7). Ése será el fin de la gran ciudad. Finalmente, tres de los reyes, tal vez todos, serán sometidos por el Anticristo, quién aparecerá cuando ellos estén en el poder, pues ése es el curso de la profecía de Daniel: “Otro se levantará luego de ellos, y será diferente de los primeros y subyugará a tres reyes. Y proferirá palabras arrogantes contra el Altísimo oprimirá a los santos del Altísimo y pretenderá mudar los tiempos y las leyes; y ellos serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”(8). Este poder que surgirá por sobre los reyes es el Anticristo; y desearía que observéis cómo Roma y el Anticristo se relacionan mutuamente en la profecía. Roma caerá antes del surgimiento del Anticristo, puesto que los reyes destruirán Roma, y luego el Anticristo aparecerá y suplantará a los reyes. Por lo que podemos juzgar a partir de las palabras, esto parece claro. Primero, San Juan dice: Los diez cuernos odiarán y devorarán” a la mujer; en segundo lugar, Daniel dice: “Yo contemplaba los cuernos, y he aquí que surgió de entre ellos otro pequeño cuerno”, esto es el Anticristo, “ante el cual (o junto al cual) tres de los primeros cuernos fuera arrancados de raíz”(9).


2

Consideremos ahora hasta que punto estas profecías se han cumplido, y qué resta por cumplirse.

En primer lugar,  el Imperio romano se ha quebrado como estaba predicho. Se dividió en un número de reinos independientes, tales como el nuestro, Francia, y otros más; pero todavía es difícil numerar diez exacta y precisamente. En segundo lugar, aunque Roma ciertamente ha sido desolada del modo más pavoroso y miserable, todavía no ha padecido exactamente sufrimientos por parte de diez secciones de su antiguo imperio, sino de bárbaros que cayeron sobre ella desde regiones externas. En tercer lugar, todavía existe como ciudad, mientras que, según la profecía, debería ser “desolada, devorada y consumida por el fuego”. Y en cuarto lugar, existe un punto de la descripción de la ciudad impía que permanece prácticamente incumplido en el caso de Roma. Ella deberá tener “en su mano una copa de oro llena de abominaciones”, y deberá “embriagar a todos los habitantes de la tierra con el vino de su fornicación”(10), expresión que sin lugar a dudas denota algún tipo de seducción o de engaño que le será permitido practicar sobre el mundo, y que todavía no se ha cumplido, en el caso de esa gran ciudad imperial sobre las siete colinas de la palabra San Juan. Por lo tanto hay aquí cuestiones que requieren alguna consideración.
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