por R.P. Rodolfo Vergara
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
El corazón de María es como un vaso lleno de las más exquisitas esencias que por su mezcla forman el más delicioso de los perfumes. Esos perfumes son la suave exhalación de las virtudes que brotaron en él, como plantas aromáticas en un vergel cerrado, que crecen resguardadas de los ardores del estío y de los hielos del invierno.
María fue pura como el lirio de los valles: jamás mancha alguna empañó su inocencia. Y sin embargo, ¡cuántas precauciones para conservar un tesoro que no podía perder! Desde sus más tiernos años huye del aliento pes tífero del mundo; va a colocar su inocencia al abrigo de la soledad. Su pudor se turba aún a la vista de un ángel, y tanto amaba la virginidad que no sólo la prefiere a los goces y grandezas de la tierra, sino aun al insigne honor de ser la Madre de Dios, si para serlo hubiera sido preciso perderla.
La humildad más profunda se unía con amorosa lazada a la pureza más angelical. Ella contaba entre sus ascendientes una falange de gloriosos monarcas, pero humilde y modesta, se condena a la más triste oscuridad y da su mano de esposa, no al poderoso y al grande, sino á un pobre artesano, para aceptar juntamente con su mano de esposo las humillaciones inseparables de la pobreza. Favorecida con la plenitud de las gracias, jamás se gloría de los favores de que es objeto.
María desprecia desde su infancia el fausto y las riquezas para someterse a los rigores y privaciones de la indigencia. Habita en una pobre aldea y en una morada estrecha y desmantelada, aquella que habla de sentarse un día sobre los coros de los ángeles. Groseros y pobres vestidos cubren la desnudez de aquella que había de tener el sol por manto y las estrellas por corona. Ella no tiene para su Dios y su Hijo otra cuna que una roca, ni otro le cho que un puñado de tosca paja. ¡Digna madre del Dios que no tuvo donde reposar su cabeza, que vivió de su trabajo y que murió desnudo! María comprendió cuantos tesoros se encerraban en aquella máxima divina que lle va el consuelo al corazón del menesteroso: Bienaventurados los pobres.
Y ¿quién no admira su paciencia invencible en medio de los trabajos y sufrimientos, su inalterable dulzura aun en presencia de los más implacables enemigos de su Hijo; su tranquilidad jamás turbada aun en medio de los mayores peligros; su generosidad superior a todos los sacrificios y, en fin, su obediencia ciega y muda que no investiga, ni sufre tardanzas ni pone excusas?
Contemplemos, pues, llenos de admiración ese digno objeto de nuestra religiosa veneración; pero no nos limitemos a honores estériles y a una manifestación puramente exterior de nuestra admiración. Lo que hay de más esen cial en el culto que le debemos, es la imitación de esas excelentes y preciosas virtudes que son su más rica corona. Esta es la expresión más positiva y elocuente del verdadero amor: el que ama con sinceridad es arrastrado por un impulso irresistible a copiar en sí mismo la imagen del objeto amado, conformándose a él en todo lo que le permite su condición. El pequeño niño que tiene todo su amor concentra do en su madre, trata de imitarla hasta en sus defectos.
Uno de los designios más altos que Dios se propuso en la creación de este tipo maravillo so de perfección, fue el de presentar a los hom bres una criatura humana ataviada con todas las virtudes, para que la tuviesen sin cesar a la vista y la imitasen a medida de las fuerzas de cada uno. Dios quiere que imitemos a María, haciendo de cada uno de nosotros otras tantas copias de ese divino original. Ella no aceptarla con gusto nuestros obsequios si no fueran acompañados del deseo de imitarla. Nos abre su corazón a fin de que dibujemos en el nuestro todos los preciosos delineamientos del suyo.
EJEMPLO
Un rasgo de amor a María
En un pueblo de Francia habla una capilla dedicada a Santa Bárbara, en que se veneraba una hermosa estatua de María Inmaculada, que era objeto de tierna devoción para los habitantes de la ciudad y de sus contornos. Sucedió que esta capilla fue destruida para sustituirla por una iglesia de mayores dimensiones; pero los recursos de que se disponía para la obra no alcanzaron sino para lo indispensable, por lo cual la venerada estatua de María se encontraba como relegada a un rincón del nuevo templo en tanto que fuese posible reunir los fondos necesarios para destinarle un santuario especial.
A pesar del aparente abandono en que se la tenía, el pueblo no cesaba de venerarla, pudiéndose ver cada día a muchas personas de rodillas ante el pedestal en que estaba provisionalmente colocada. Entre sus más asiduos adoradores se señalaba una pobre obrera que vivía escasamente de su trabajo. Su corazón amante se sentía lastimado de ver que la sagrada imagen no se hallara dignamente hon rada, y no cesaba de discurrir la manera de remediar este involuntario abandono ocasionado por la falta de recursos.
Un día, después de una fervorosa oración, se dirigió resueltamente a la portería del convento de Capuchinos, encargados del servicio de la iglesia, e hizo llamar al Guardián. Éste, creyendo que la pobre obrera iba en solicitud de alguna limosna, comenzó a informarse con benevolencia acerca de su posición. No fue pequeña su sorpresa al oír que la obrera le preguntó con ademán humilde, pero resuelto, cuál sería la cantidad que se necesitaba para construir un altar a la imagen de María Inmaculada.
-No se necesita menos de mil quinientos francos, le respondió el Padre Guardián.- ¿Esta suma bastaría, replicó la obrera, para hacer un altar elegante y hermoso? -Eso sería suficiente, agregó el religioso: pero, a pesar de nuestros buenos deseos, no hemos podido reunir esa cantidad, y nos hemos resignado a esperar que la Providencia nos la proporcione.
Seis meses después la misma obrera volvía a tocar a la puerta del convento y a llamar al Padre Guardián. Al verle, le dijo con aire de satisfacción: La Divina Providencia os envía por mi mano la cantidad necesaria para construir el altar de María.-¿Cómo, hija mía, le dijo el religioso, sois vos la que erogáis es ta suma?
-No os asombréis, padre mío, pues aunque soy pobre, durante seis meses trabajando más y gastando menos, he podido reuniría para el objeto indicado.-Pero, vos tendréis familia, padres o hermanos... -Yo soy sola en el mundo: mis padres, mi familia y mi todo es la Santísima Virgen María.-Pero a lo menos, replicó el padre, este dinero es vuestro porvenir, y puede ser vuestro recurso en las enfermedades o en la vejez.-Tengo buena salud respondió la obrera, y aún puedo con mi trabajo formar algún pequeño peculio para más tarde. En cuanto el dinero que pongo en vues tras manos, lo he reunido para María, y a ella sola pertenece.
El buen religioso recibió, maravillado y enternecido, aquella suma ganada con el sudor de un pobre a costa de penosas privaciones, y se alejó de la obrera bendiciéndola por este acto de generosidad que hallaría su recompensa en el cielo.
En poco tiempo la estatua de María Inmaculada se levantaba en un hermosísimo altar, sin que nadie supiera cual había sido la mano que lo había costeado. Con esto la devoción a María se acrecenté en el pueblo, y la generosa obrera, llena de contento, iba cada día a recoger a los pies de su Madre bendiciones que la santificaron.
María fue pura como el lirio de los valles: jamás mancha alguna empañó su inocencia. Y sin embargo, ¡cuántas precauciones para conservar un tesoro que no podía perder! Desde sus más tiernos años huye del aliento pes tífero del mundo; va a colocar su inocencia al abrigo de la soledad. Su pudor se turba aún a la vista de un ángel, y tanto amaba la virginidad que no sólo la prefiere a los goces y grandezas de la tierra, sino aun al insigne honor de ser la Madre de Dios, si para serlo hubiera sido preciso perderla.
La humildad más profunda se unía con amorosa lazada a la pureza más angelical. Ella contaba entre sus ascendientes una falange de gloriosos monarcas, pero humilde y modesta, se condena a la más triste oscuridad y da su mano de esposa, no al poderoso y al grande, sino á un pobre artesano, para aceptar juntamente con su mano de esposo las humillaciones inseparables de la pobreza. Favorecida con la plenitud de las gracias, jamás se gloría de los favores de que es objeto.
María desprecia desde su infancia el fausto y las riquezas para someterse a los rigores y privaciones de la indigencia. Habita en una pobre aldea y en una morada estrecha y desmantelada, aquella que habla de sentarse un día sobre los coros de los ángeles. Groseros y pobres vestidos cubren la desnudez de aquella que había de tener el sol por manto y las estrellas por corona. Ella no tiene para su Dios y su Hijo otra cuna que una roca, ni otro le cho que un puñado de tosca paja. ¡Digna madre del Dios que no tuvo donde reposar su cabeza, que vivió de su trabajo y que murió desnudo! María comprendió cuantos tesoros se encerraban en aquella máxima divina que lle va el consuelo al corazón del menesteroso: Bienaventurados los pobres.
Y ¿quién no admira su paciencia invencible en medio de los trabajos y sufrimientos, su inalterable dulzura aun en presencia de los más implacables enemigos de su Hijo; su tranquilidad jamás turbada aun en medio de los mayores peligros; su generosidad superior a todos los sacrificios y, en fin, su obediencia ciega y muda que no investiga, ni sufre tardanzas ni pone excusas?
Contemplemos, pues, llenos de admiración ese digno objeto de nuestra religiosa veneración; pero no nos limitemos a honores estériles y a una manifestación puramente exterior de nuestra admiración. Lo que hay de más esen cial en el culto que le debemos, es la imitación de esas excelentes y preciosas virtudes que son su más rica corona. Esta es la expresión más positiva y elocuente del verdadero amor: el que ama con sinceridad es arrastrado por un impulso irresistible a copiar en sí mismo la imagen del objeto amado, conformándose a él en todo lo que le permite su condición. El pequeño niño que tiene todo su amor concentra do en su madre, trata de imitarla hasta en sus defectos.
Uno de los designios más altos que Dios se propuso en la creación de este tipo maravillo so de perfección, fue el de presentar a los hom bres una criatura humana ataviada con todas las virtudes, para que la tuviesen sin cesar a la vista y la imitasen a medida de las fuerzas de cada uno. Dios quiere que imitemos a María, haciendo de cada uno de nosotros otras tantas copias de ese divino original. Ella no aceptarla con gusto nuestros obsequios si no fueran acompañados del deseo de imitarla. Nos abre su corazón a fin de que dibujemos en el nuestro todos los preciosos delineamientos del suyo.
EJEMPLO
Un rasgo de amor a María
En un pueblo de Francia habla una capilla dedicada a Santa Bárbara, en que se veneraba una hermosa estatua de María Inmaculada, que era objeto de tierna devoción para los habitantes de la ciudad y de sus contornos. Sucedió que esta capilla fue destruida para sustituirla por una iglesia de mayores dimensiones; pero los recursos de que se disponía para la obra no alcanzaron sino para lo indispensable, por lo cual la venerada estatua de María se encontraba como relegada a un rincón del nuevo templo en tanto que fuese posible reunir los fondos necesarios para destinarle un santuario especial.
A pesar del aparente abandono en que se la tenía, el pueblo no cesaba de venerarla, pudiéndose ver cada día a muchas personas de rodillas ante el pedestal en que estaba provisionalmente colocada. Entre sus más asiduos adoradores se señalaba una pobre obrera que vivía escasamente de su trabajo. Su corazón amante se sentía lastimado de ver que la sagrada imagen no se hallara dignamente hon rada, y no cesaba de discurrir la manera de remediar este involuntario abandono ocasionado por la falta de recursos.
Un día, después de una fervorosa oración, se dirigió resueltamente a la portería del convento de Capuchinos, encargados del servicio de la iglesia, e hizo llamar al Guardián. Éste, creyendo que la pobre obrera iba en solicitud de alguna limosna, comenzó a informarse con benevolencia acerca de su posición. No fue pequeña su sorpresa al oír que la obrera le preguntó con ademán humilde, pero resuelto, cuál sería la cantidad que se necesitaba para construir un altar a la imagen de María Inmaculada.
-No se necesita menos de mil quinientos francos, le respondió el Padre Guardián.- ¿Esta suma bastaría, replicó la obrera, para hacer un altar elegante y hermoso? -Eso sería suficiente, agregó el religioso: pero, a pesar de nuestros buenos deseos, no hemos podido reunir esa cantidad, y nos hemos resignado a esperar que la Providencia nos la proporcione.
Seis meses después la misma obrera volvía a tocar a la puerta del convento y a llamar al Padre Guardián. Al verle, le dijo con aire de satisfacción: La Divina Providencia os envía por mi mano la cantidad necesaria para construir el altar de María.-¿Cómo, hija mía, le dijo el religioso, sois vos la que erogáis es ta suma?
-No os asombréis, padre mío, pues aunque soy pobre, durante seis meses trabajando más y gastando menos, he podido reuniría para el objeto indicado.-Pero, vos tendréis familia, padres o hermanos... -Yo soy sola en el mundo: mis padres, mi familia y mi todo es la Santísima Virgen María.-Pero a lo menos, replicó el padre, este dinero es vuestro porvenir, y puede ser vuestro recurso en las enfermedades o en la vejez.-Tengo buena salud respondió la obrera, y aún puedo con mi trabajo formar algún pequeño peculio para más tarde. En cuanto el dinero que pongo en vues tras manos, lo he reunido para María, y a ella sola pertenece.
El buen religioso recibió, maravillado y enternecido, aquella suma ganada con el sudor de un pobre a costa de penosas privaciones, y se alejó de la obrera bendiciéndola por este acto de generosidad que hallaría su recompensa en el cielo.
En poco tiempo la estatua de María Inmaculada se levantaba en un hermosísimo altar, sin que nadie supiera cual había sido la mano que lo había costeado. Con esto la devoción a María se acrecenté en el pueblo, y la generosa obrera, llena de contento, iba cada día a recoger a los pies de su Madre bendiciones que la santificaron.
JACULATORIA
De virtudes relicario,
Dechado de perfección,
Haced de mi alma un santuario
Que sea digno de Dios.
ORACIÓN
¡Oh María! cuán grato me es contem plaros ataviada de las más preciosas vir tudes para ser el modelo y dechado de to da santidad. La perfección de una madre es siempre un motivo de mayor ternura y de más decidido amor para los hijos, que no sólo ven en ella á la autora de su exis tencia, sino también un modelo que imi tar. Al veros tan santa, tan perfecta y tan favorecida de Dios, no puedo menos que amaros más y más, como el tipo que Dios quiere que me proponga copiar en mi mis mo para agradarlo y conseguir la eterna salvación. Daos a conocer ¡oh María! para que yo, penetrando en el conocimiento de vuestras sublimes perfecciones, pueda ha cerme semejante a Vos. Abrid vuestro corazón para que mis ojos puedan exta siarse en la contemplación de las heroicas virtudes que lo adornan. Ayudadme ¡oh Madre de gracias! a practicar la virtud y a adquirir los merecimientos que pueden asegurarme la posesión del reino eterno. Que la humildad, la caridad, la angelical pureza, el desasimiento de todos los bie nes de la tierra, la obediencia, y la en tera sumisión a la divina voluntad, sean ¡oh María! las piedras preciosas de mi corona. Yo quiero que en adelante el más va lioso homenaje que deje a vuestros pies sea el propósito de imitaros, porque ese es un obsequio que Vos estimáis en más que las coronas y las flores con que vengo diariamente a embellecer vuestra imagen que rida. La mejor prueba del verdadero amor es el deseo de asemejarse al objeto ama do; y como yo os amo con todo el amor de un hijo, me propongo copiar en mí, en cuanto me sea permitido, la bella imagen de vuestro corazón, a fin de que imitán doos en la tierra, alcance en el cielo la bienaventuranza que está prometida a to dos los que os imiten. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios que traemos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir, con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Ejercitarse frecuentemente en la humildad, aceptando en silencio las humillaciones y haciendo actos que nos rebajen en concepto de los demás.
2. Adoptar desde hoy la saludable resolución de honrar a María rezando todos los días el santo Rosario, por ser la devoción que le es más grata.
3. Rogar a María por la persona o personas que nos hubiesen ofendido o que nos inspiren más aversión y desprecio.
2. Adoptar desde hoy la saludable resolución de honrar a María rezando todos los días el santo Rosario, por ser la devoción que le es más grata.
3. Rogar a María por la persona o personas que nos hubiesen ofendido o que nos inspiren más aversión y desprecio.
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