sábado, 26 de marzo de 2016

Dom Gueranger: El Sábado Santo





Año Litúrgico
Dom Gueranger

EL SÁBADO SANTO


POR LA MAÑANA

Jesús en la Tumba

La noche ha pasado sobre el sepulcro en que descansa el cuerpo del Hombre-Dios. Pero si la muerte triunfa en el fondo de esta gruta silenciosa; si tiene entre sus lazos a Aquel que da la vida a todos los seres, su triunfo será muy corto; en vano velan los soldados a la entrada de la tumba; no podrá retener al divino cautivo cuando emprenda su vuelo. Los santos ángeles adoran con profundo respeto el cuerpo inanimado de aquel cuya sangre va a "purificar al cielo y a la tierra". Este cuerpo separado del alma durante un corto instante ha permanecido unido al Verbo; el alma que momentáneamente cesó de animarle, no perdió tampoco su unión con la persona del Hijo de Dios. La divinidad permanece unida incluso con la sangre derramada en el Calvario y que debe entrar de nuevo en las venas del Hombre- Dios, en el momento de su próxima resurrección.

El Exceso del Amor Divino

Acerquémonos a esa tumba y veneremos nosotros también los restos del Hijo de Dios. Ahora conoceremos los efectos del pecado. "Por el pecado ha entrado la muerte en el mundo, y se ha comunicado a todos los hombres."

Jesucristo, "que no conoció el pecado"permitió sin embargo a la muerte extender sobre El su dominio, con el fin de disminuir en nosotros la repugnancia que hacia ella profesamos y de devolvernos, una vez resucitado, la inmortalidad que el pecado nos había arrebatado. En su Encarnación se había dignado tomar "La forma de esclavo" 2; en este misterio se ha humillado todavía más. ¡Vedle muerto en una tumba! Si este espectáculo nos revela el afrentoso poder de la muerte, nos muestra aún en mayor grado el inmenso e incomprensible amor que Dios tiene para con el hombre. Este amor no ha retrocedido ante ningún exceso; y por esto podemos decir que, si el Hijo de Dios se ha bajado fuera de toda medida, nosotros hemos sido tanto más glorificados por sus humillaciones. Que esto nos lleve a amar esa tumba en la cual debemos nosotros nacer a la vida; y después de haberle dado gracias por haber querido morir por nosotros en la cruz, agradezcamos asimismo el haber aceptado por nosotros la humillación del sepulcro.

La Virgen de los Dolores

Bajemos ahora a Jerusalén y visitemos a la Madre de los dolores. La noche ha pasado también por su corazón, y las escenas de la jornada no han cesado de asaltar su memoria. Su Hijo ha sido pisoteado por los hombres, mientras ella veía correr su sangre. ¡ Cuántas lágrimas no ha derramado ella durante estas largas horas; y, sin embargo, Jesús no le ha sido aún devuelto! Junto a ella Magdalena, completamente desecha por las sacudidas y empujones recibidos en las calles de Jerusalén y en el Calvario, está muda de dolor. Espera que amanezca el día siguiente para volver al sepulcro y contemplar de nuevo los restos de su querido maestro. Las otras mujeres, menos amadas que la Magdalena, mas, sin embargo, estimadas por Jesús que han desafiado las burlas de los judíos y de los soldados, por asistir a Jesús hasta* su muerte, rodean ahora cuidadosas a la Virgen, y piensan aliviar su propio - dolor, yendo con Magdalena, una vez pasado el Sábado, a depositar en el sepulcro el tributo de su amor.

Los Discípulos

Juan, el hijo adoptivo, el amado de Jesús, llora por el Hijo y por la Madre. Los demás Apóstoles, los discípulos José de Arimatea y Nicodemus, van visitando uno a uno esta mansión de dolor. Pedro, con la humildad de su arrepentimiento, no tiene miedo de presentarse en la presencia de la Madre de la misericordia. Se comenta en voz baja de una parte el suplicio de Jesús, y de otra, la ingratitud de Jerusalén. La Santa Iglesia, en el oficio de esta noche, nos sugiere algunas ideas de lo que debieron ser las conversaciones de estos hombres que han sido tan atrozmente conmovidos por tan terrible catástrofe. "Así muere el justo, dicen pilos, y nadie se conmueve; es arrebatado de en medio de la iniquidad; semejante a un cordero no ha abierto su boca; ha muerto rodeado de angustia; mas su memoria se conserva en paz"

La Espera de la Resurrección

De este modo conversan estos hombres fieles, mientras que las santas mujeres, víctimas de su dolor, piensan en los cuidados de los funerales. La santidad, la bondad, el poder, los dolores y la muerte de Jesús están presentes en su pensamiento; mas no se acuerdan de su Resurrección que anunció y que sin duda no tardará en suceder. Solamente María vive con esta espera cierta. El Espíritu Santo, dice hablando de la mujer fuerte: "Durante la noche su lámpara no se extingue" 1; este pensamiento se cumple hoy de modo especial en la. Madre de Jesús. Su corazón no sucumbe, porque sabe que la tumba ha de devolver a. la vida a su Hijo, La fe en la Resurrección del: Salvador, esta fe sin la cual, como dice el Apóstol: "Nuestra religión será vana"2, está, por decirlo así, concentrada en el aliña de María. La Madre de la Sabiduría conserva este depósito precioso; y del mismo modo que ella llevó en su seno a aquel que no pueden contener el cielo y la tierra, asi en este día, a causa de su firme creencia en las palabras de su Hijo, está concentrada en sí misma toda la Iglesia. ¡Sublime jornada la del Sábado Santo que, en medio de todas sus tristezas, viene a enaltecer todavía a la Madre de Dios! La Santa Iglesia guardará siempre su recuerdo; y por esto, queriendo consagrar a su Reina un día especial en cada semana, le ha dedicado el Sábado.

Ha llegado la hora de dirigirse a la casa de Dios. Las campanas no se oyen todavía; pero los misterios de la Liturgia que se van a desarrollar en esta mañana no llaman menos a los fieles a concurrir a las más tiernas emociones. Conservemos el recuerdo de los que acabamos de sentir en el sepulcro así como a los pies de la Madre de los dolores y dispongamos nuestras almas a las alegrías que la fe nos ha de preparar.


EL OFICIO DE ESTE DÍA

Ritos del Oficio

Desde la antigüedad, tanto el día de hoy, como el de Viernes Santo se pasó sin la ofrenda del divino Sacriñcio. Ayer la Iglesia no lo celebraba porque el aniversario de la muerte de Cristo parecía cubrir con sus negras sombras el día entero. La misma razón la conduce a privarse también hoy de la celebración del Sacriñcio. La sepultura de Cristo es la| continuación de su Pasión; y mientras su cuerpo reposa inanimado en la tumba, no conviene renovar el divino misterio en que aparece glorioso y resucitado. La misma Iglesia griega que durante el curso de la Cuaresma, tiene a gala no ayunar el Sábado, imita a la Iglesia Latina reservando para este día más austeras disciplinas. Este día es, en efecto, un día de profundo duelo, durante el cual la Iglesia se detiene junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, hasta el momento en que, habiendo celebrado la Vigilia solemne, nocturna espera de la Resurrección, recibirá la alegría pascual cuya plenitud desbordará durante los días siguientes.

Pero la Esposa de Cristo no puede menos de permanecer hoy sentada junto a la tumba en que reposa su Señor y sólo romperá el silencio por el canto o por la recitación de las diversas horas del Oficio, como en los dos días anteriores, Antes de salir el sol comienza por el canto de las Tinieblas; Prima, Tercia, Sexta y Nona, se sucederán luego para recordarla lo que Jesús sufrió la víspera a estas mismas horas.

Ya no padece más, descansa y la Iglesia lo sabe; descansa como vencedor cuyo triunfo está cercano. Por eso en el Oficio, después de haber cantado: "Cristo se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz", añade en seguida: "y así Dios le ha exaltado y le ha dado un nombre sobre todo nombre". Y concluye con la oración: "Suplicárnoste, oh Dios todopoderoso, que los que nos preparamos con devota espectación a la resurrección de tu Hijo, alcancemos la gloria de su misma resurrección. Por el mismo Jesucristo."

Las Vísperas terminan este día. Mas la Iglesia suprime las Completas. No nos impone la celebración de este Oficio, que normalmente precede al reposo, puesto que nos convida a todos a estar en vela en esta noche hasta el dichoso instante en que proclamará llena de alegría la Resurrección del Señor.


PARA LA TARDE

Util nos será meditar algunos instantes todavía sobre el misterio de los tres días, durante los cuales el alma del Redentor permaneció separada de su cuerpo. Esta mañana visitamos el sepulcro y adoramos el sagrado cuerpo, que Magdalena y sus compañeros se preparan para rendirle mañana muy temprano nuevos honores. En este momento conviene ofrecer nuestros homenajes al alma santa de Jesús. No está en el sepulcro; busquémosla en los lugares en que habita esperando que venga a reanimar los miembros de los que la muerte le ha separado por un tiempo.

El Infierno

Hay cuatro vastas regiones donde ningún viviente entrará jamás; la revelación divina solamente nos ha enseñado su existencia. La primera es el infierno de los condenados, lugar espantoso, donde Satanás y sus ángeles están destinados, con los réprobos de la raza humana, a las llamas vengadoras de la eternidad. Es la corte del príncipe de las tinieblas, donde no cesa de formar contra Dios y su obra, planes perversos y continuamente frustrados.

El Limbo de lo Niños

El segundo es el Limbo donde están detenidas las almas de los niños que salieron de este mundo antes de ser bautizados. Según la doctrina más autorizada de la Iglesia, los huéspedes de esta mansión no sufren ningún daño y aunque no están llamados a ver la Esencia divina, son capaces de una felicidad natural y proporcionada a sus deseos.

El Purgatorio

La tercera región es el lugar de las expiaciones donde las almas salidas de este mundo con el don de la gracia acaban de purificar sus manchas para ser admitidas y recompensadas eternamente.

El Limbo de los Justos

Por fin el limbo en cuyas sombras está detenida la muchedumbre entera de los santos que murieron desde el justo Abel hasta el momento en el que Cristo expiró en la Cruz. Allí están nuestros primeros padres, Noé, Abrahán, Moisés, David, los profetas antiguos; Job y los demás justos de la gentilidad; los santos personajes cuya vida está próxima a la de Cristo, Joaquín, padre de María y Ana su madre; José, Esposo de la Virgen y padre putativo de Jesús; Juan, su precursor con sus padres Zacarías e Isabel.

Hasta que la puerta del cielo no sea abierta por la sangre redentora, ningún justo puede subir hasta Dios. Al salir de este mundo las almas más santas tienen que bajar al limbo. Mil pasos del Antiguo Testamento señalan los "infiernos" .como la morada de los justos que han ser vido y honrado a Dios; solamente en el Nuevo se habla del Reino de los cielos. Esta permanencia temporal no lleva consigo otros castigos más que la detención y cautividad. Las almas que moran allí están en gracia, aseguradas, con una felicidad eterna; soportan con resignación este destierro, fruto del pecado, pero ven con alegría siempre creciente acercarse el momento de su liberación.

Jesús en los Infiernos

Habiendo aceptado el Hijo de Dios todas las condiciones de la humanidad, no debía triunfar sino por su Resurrección y no debía abrir las puertas del cielo más que por su Ascensión; su alma separada del cuerpo, tenia que bajar a los "Infiernos" y compartir un momento la mansión de los justos desterrados. "El Hijo del hombre, había dicho, estará tres días en el corazón de la tierra" '. Pero en tanto su entrada en estos lugares debía ser saludada por las aclamaciones del pueblo santo, en cuanto debía desplegar su majestad y mostrar el poder y la gloria del Emmanuel. En cuanto Jesús dió su último suspiro en la Cruz, el limbo de los justos se vió de pronto iluminado de resplandores celestiales. El alma del Redentor unida a la divinidad del Verbo, bajó en un instante a estas sombras y de un lugar de destierro hizo un paraíso, es la promesa que al morir hizo Jesús al ladrón arrepentido: "Hoy estarás conmigo en el paraíso."

La Felicidad de los Justos

¿Quién podrá describir la felicidad de los justos en este momento por tanto tiempo deseado? ¿Quién, su admiración y amor al contemplar esta alma divina que viene a la vez a compartir y levantar su destierro? ¡Qué miradas bondadosas dirige el alma de Jesús sobre este inmenso ejército de elegidos que ha reunido en tantos siglos sobre esta parte de su Iglesia que adquirió con su sangre y a quien los méritos de esta sangre fueron aplicados por la misericordia del Padre antes de que fuese derramada! Nosotros que tenemos la esperanza de subir, cuando abandonemos este mundo, hasta Aquel que ha ido a prepararnos un lugar en los cielos 1, unámonos a las alegrías de nuestros padres y adoremos el amor del Emmanuel que se dignó permanecer tres días en estas mansiones subterráneas, para no dejar nada en los destinos de la humanidad, aun pasajeros que no haya aceptado y santificado.

Jesús Vencedor de Satanás

Pero en esta visita a los infiernos el Hijo de Dios viene también a manifestar su poder. Sin bajar sustancialmente a las mazmorras de Satanás, le ha hecho sentir su presencia; es necesario que el príncipe soberbio de este mundo doble la rodilla y se humille. En este Jesús, a quien ha crucificado por medio de los judíos reconoce ahora al propio Hijo de Dios. El hombre está libertado, destruida la muerte, borrado el pecado, las almas de los justos ya no bajarán al seno de Abrahán; subirán al cielo con los ángeles para reinar con Cristo, su Jefe divino. El reino de la idolatría va a sucumbir; los altares sobre los cuales Satanás recibía el incienso de la tierra han sido arrasados. La casa del fuerte armado ha sido forzada por su adversario divino; le han sido arrebatados sus despojos 1 ha sido arrancada a la serpiente la cédula de nuestra condenación; y la Cruz que, con tanta alegría había visto levantar para el Justo, ha sido para él, según enérgica expresión de San Antonio, como anzuelo mortífero presentado bajo el cebo al monstruo marino que muere despedazándose después de haberlo tragado.

El alma de Jesús hace sentir también su presencia entre los justos que suspiran en los fuegos de la expiación. Su misericordia aligera sus sufrimientos, y abrevia el tiempo de su prueba. Muchos de ellos ven acabar sus penas en estos tres días y se unen a la muchedumbre de los santos para rodear con sus votos y su amor a Aquel que abre las puertas del cielo. No es contrario a la fe cristiana pensar, con algunos teólogos, que la estancia del Hombre-Dios en la región vecina del limbo de los niños les llevó también consuelo; conocieron entonces que un día volverán a tomar sus cuerpos y verán abrirse una morada menos sombría y más alegre que aquella en la que la divina justicia les tiene cautivos hasta el día del gran juicio.



ORACIÓN
¡Oh alma del Redentor!; te saludamos y adoramos durante estas horas que te dignaste pasar con nuestros padres. Glorificamos tu bondad, admiramos tu ternura con tus elegidos. Te damos gracias por haber humillado a nuestro temible enemigo; dígnate abatirle siempre a nuestros pies, pero: ¡Oh Emmanuel! largo tiempo has estado en el sepulcro y ya es hora de unir tu alma a tu cuerpo; el cielo y la tierra esperan tu Resurrección, y, tu Iglesia, ya está impaciente por volver a ver a su Esposo. ¡Sal del sepulcro, autor de la vida, triunfa de la muerte y reina para siempre!


LA VIGILIA PASCUAL

Desde los primeros siglos vigilaban los fieles en la iglesia toda la noche del sábado al domingo, en recuerdo y en honra del momento en que Cristo, triunfante de la muerte, salió del sepulcro. Pero, entre todas las vigilias sagradas del año, ninguna era frecuentada con tanta asistencia y entusiasmo como ésta: los fieles que celebraban el tránsito de Cristo de la muerte a la vida gloriosa, tomaban parte al mismo tiempo, como testigos, en la administración solemne del bautismo a los catecúmenos: función en la que se manifestaba el paso de la muerte espiritual a la vida de la gracia.

La Iglesia de Oriente ha conservado hasta nuestros días la antigua tradición de esta gran Vigilia. En Occidente, desde la alta Edad Media, el deseo de aligerar la austeridad del ayuno que duraba desde la tarde del viernes santo hasta la Vigilia pascual, contribuyó a que se anticipase poco a poco la hora de la misa nocturna de la Resurrección, primero a después del mediodía, después a mediodía hacia el siglo XII, y en fin, hasta a la misma mañana del sábado santo. Finalmente, Durando de Mende, que compuso su Racional de los divinos Oficios, hacia el fin del siglo XIII, atestigua que en su tiempo apenas algunas iglesias conservaban todavía la costumbre primitiva.

Esta modificación introdujo una especie de contradicción entre el misterio de este día y el Oficio divino que en él se celebra. Cristo permanecía aún en la tumba, y ya se celebraba su Resurrección. De ahí que los ritos venerables de esta Vigilia, tan a propósito para hacer al alma entrar a participar de los misterios de Pascua, habían perdido mucho de su sentido.

Además, en nuestros días, esta ceremonia matutina se desarrollaba durante las horas de trabajo y hacía difícil la asistencia para la mayor parte del pueblo cristiano. Accediendo a las instantes peticiones de pastores y fieles, el Papa Pío XII decretó en 1951 la restitución de la Vigilia a su hora normal y la restauración de sus ritos, invitando al pueblo cristiano a volver de este modo a las tradiciones de la antigua piedad de nuestros padres. Vamos, pues, a trazar primero, el plan de la augusta función que se va a ejecutar; luego expondremos todas sus partes.

La administración del bautismo a los catecúmenos, es el gran objeto de esta larga ceremonia; es el punto central al que todo se dirige. Los fieles deben, por tanto, tenerlo presente de continuo, si quieren seguir con inteligencia y provecho este drama tan sagrado como imponente. Bendícese, en primer lugar, el fuego nuevo; viene a continuación la inauguración del cirio pascual. A ésta siguen las lecciones proféticas que forman un todo con lo que precede y lo que sigue. Terminadas éstas, bendícese el agua. Preparada la materia del bautismo, los catecúmenos reciben el sacramento dé la regeneración. Inmediatamente el Obispo (La presencia del Obispo, necesaria para la administración del Sacramento de la Confirmación, ha sido causa, sin duda, de que en toda esta función de la Vigilia Pascual, Dom Guéranger haya puesto al Obispo como celebrante pudiendo ser éste un simple sacerdote) les confería la Confirmación. Luego los fieles que han sido testigos del nuevo nacimiento de los neófitos, son invitados asimismo a renovar las promesas contraídas en su propio bautismo. Finalmente, comienza el Santo Sacrificio en honor de la Resurrección del Señor y los neófitos son admitidos por primera vez a participar de los sagrados misterios.

La Estación

En Roma, la Estación se celebra en San Juan de Letrán, la iglesia madre; el sacramento de la regeneración se administra en el Baptisterio de Constantino. Aún flotan sobre estos antiguos santuarios, los grandes recuerdos del siglo iv; cada año va a celebrarse allí el Bautismo de los adultos, y numerosa ordenación viene a unirse a los esplendores de este día. 


I. LA BENDICIÓN DEL FUEGO NUEVO


El Último Escrutinio

El último Miércoles fueron citados todos los catecúmenos para este día a la hora de tercia (nueve de la mañana). Va a tener lugar el último escrutinio. Presiden los sacerdotes; y se va preguntando el símbolo a aquellos que todavía no le han aprendido. Una vez repetida la Oración Dominical y los atributos bíblicos de los cuatro Evangelistas, uno de los sacerdotes despide a los aspirantes al Bautismo después de haberles recomendado mantenerse en el recogimiento y la oración.

El Fuego Nuevo

Hacia la hora de Nona (tres de la tarde), el obispo se dirige con todo su clero a la iglesia. En este momento comienza la Vigilia del Sábado Santo. El primer rito ; que hay que cumplir es la bendición del fuego nuevo, cuya luz debe alumbrar la ceremonia durante toda la noche. En los primeros siglos existía la costumbre de sacar cada día, el fuego de un pedernal para encender con él las lámparas y velas durante este oficio; y esta luz ardía en la iglesia hasta las Vísperas del día siguiente. La iglesia de Roma practicaba esta costumbre con mucha más solemnidad el Jueves Santo por la mañana; y en este día el fuego nuevo recibía bendición especial. Según un dato encontrado en carta que el Papa Zacarías dirigió al Arzobispo de Maguncia, San Bonifacio (s. vin), se deduce que con ese fuego encendían tres lámparas que se guardaban luego en lugar secreto, cuidando entre tanto de ellas con sumo esmero. De estas lámparas se tomaba después la luz para la noche del Sábado Santo. Más tarde, en el pontificado del Papa San León IV, en 847, la Iglesia de Roma acabó por extender al Sábado Santo las costumbres de sacar el fuego de dos pedernales como en los demás días del año (Este uso del fuego nuevo parece ser de origen irlandés).

Cristo: Piedra y Luz

El sentido de este uso simbólico, que en la Iglesia latina no se practica más que en este día, es fácil de comprender. Cristo ha dicho: "Yo soy la luz del mundo" '; la luz material es, pues, la figura del Hijo de Dios; la piedra es también una de las figuras bajo la cual el Salvador del mundo aparece en las SS. EE. "Cristo es la Piedra angular nos dicen de común acuerdo San Pedro 2 y San Pablo3 que no hacen más que aplicarle las palabras de la profecía de Isaías mas en este acto, la chispa viva que sale de la piedra, representa un símbolo más completo todavía. Simboliza a Jesucristo lanzándose fuera del sepulcro tallado en la roca, a través de la piedra que cierra su entrada.

Ahora bien, el sepulcro de Cristo se halla situado fuera de las puertas de Jerusalén; las piadosas mujeres y los Apóstoles deberán salir de la ciudad para llegar hasta él y constatar la Resurrección. Por eso el Obispo (o celebrante; y entiéndase así en lo sucesivo; salvo en el párrafo dedicado a la Confirmación), y su cortejo acaban de salir de la iglesia para dirigirse al atrio donde flamea en la noche el brasero del fuego nuevo. El Pontífice lo bendice con la oración siguiente:

V. El Señor sea con vosotros..
R. Y con tu espíritu.


OREMOS
Oh Dios, que, por medio de tu Hijo, que es la piedra angular, diste a tus ñeles el fuego de tu claridad: santitfica este nuevo fuego, producido de la piedra, y que ha de servir para nuestros usos: y haz qué, por medio de estas fiestas pascuales, nos inflamemos de tal modo en celestiales deseos, que podamos llegar con almas puras a las fiestas de la perpetua claridad. Por el mismo Cristo, Nuestro Señor. R. Amén.


Luego asperja el fuego con el agua bendita, y habiendo puesto incienso sobre las brasas tomadas del brasero, inciensa el fuego.

Es por tanto justo que este fuego misterioso, destinado a suministrar la luz al cirio pascual y más tarde al altar mismo," reciba una bendición especial, y sea acogido por el pueblo cristiano con muestras de júbilo.


II. LA BENDICION DEL CIRIO PASCUAL

Preséntase entonces delante del Obispo el cirio que la santa Iglesia tiene preparado para que luzca con esplendor durante la larga Vigilia que ya comienza; un cirio superior en peso y en grosor a todos los otros que se usan en las demás fiestas. Este cirio es único; tiene forma de columna y está llamado a representar a Cristo. Antes de ser encendido, su figura está representada en la columna de nube que cubrió la marcha de los Hebreos a su salida de Egipto; bajo esta primera forma es figura de Cristo en la tumba, inanimado, sin vida. Después de encendido, veremos en él a la columna de fuego que alumbra los pasos de su pueblo elegido; y asimismo la figura de Cristo, toda brillante por los esplendores de su Resurrección.

El Obispo traza entonces con un punzón una cruz entre los agujeros extremos destinados a recibir los granos de incienso. En la parte de arriba de esta cruz traza en seguida la letra griega Alfa, y en la parte de abajo la letra Omega y en los ángulos de la cruz traza cuatro números que son el milenio del año en curso. Al mismo tiempo pronuncia las palabras siguientes:



2 Es el principio y el fln
3 El Alfa
4 y la Omega
5 Suyos son los tiempos 
6 y los siglos
7 A El sea dada la gloria y el imperio
8 Por todos los siglos. Amén.

Grabados estos signos, el Obispo toma cinco granos de incienso, los asperja e inciensa tres veces, y luego los clava en los agujeros de la cruz: uno arriba, otro en el centro, otro a los pies y uno en cada brazo, diciendo:

Cirio Pascual

El número de estos granos de incienso, clavados de ese modo en la masa del Cirio, representa las cinco llagas de Cristo en la cruz, al mismo tiempo que su empleo significa el de los perfumes que Magdalena y sus compañeras habían preparado mientras Cristo reposaba en el sepulcro.

Entonces el diácono enciende en el fuego nuevo una velita o pábilo en el fuego nuevo, lo ofrece al Obispo y éste enciende el cirio pascual diciendo:

La luz de Cristo que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y de la mente.

A continuación bendice el cirio recitando la oración siguiente:



OREMOS
Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, venga sobre este incienso una larga infusión de tu bentdición: y enciende, oh invisible Regenerador, este resplandor nocturno; para que, no sólo refluya con la arcana mezcla de tu luz el sacrificio que ha de celebrarse esta noche,, sino que, en cualquier lugar a donde fuere llevado algo del misterio de esta santificación, expulsada la maldad de las astucia diabólica, reine la virtud de tu claridad. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén.


Durante este tiempo en la iglesia todas las lámparas han sido apagadas; antiguamente los fieles, antes de ir a la iglesia, apagaban el fuego de sus casas; y no se volvía a encender en toda la ciudad más que por la comunicación del fuego que había sido bendito y que era entregado después a los ñeles como un don de la Resurrección divina. No olvidemos de hacer resaltar aquí un nuevo símbolo más expresivo que los otros. La extinción de toda luz en este momento ñgura la abrogación de la ley antigua, que terminó una vez que el velo del templo se hubo rasgado; y la aparición del fuego nuevo representa la publicación misericordiosa de la ley nueva que, Jesucristo, Luz del mundo, viene a traer, disipando todas las sombras de la primera alianza.


III. LA PROCESION SOLEMNE Y EL PREGON PASCUAL

El diácono se reviste ahora de la estola y dalmática blancas, toma el cirio pascual bendecido y penetra en la iglesia a oscuras, a la cabeza del cortejo. Después de haber dado algunos pasos, la procesión se detiene, todos se vuelven hacia el cirio que el diácono eleva en alto, diciendo:

"Luz de Cristo".

Todos a una voz le responden:

"Demos gracias a Dios."

Esta primera ostensión de la luz proclama la divinidad del Padre que se nos ha manifestado por Jesucristo: "Nadie conoce al Padre, nos dice, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo ha tenido a bien revelárselo".

Todos se levantan y el Obispo que ha bendecido el cirio pascual, enciende en él su propia vela, luego la procesión prosigue por la iglesia.

Hacia el medio de la iglesia de nuevo se detiene la procesión y todos nuevamente se arrodillan mientras el diácono canta en un tono más elevado que la primera vez:

"Luz de Cristo".

Y todos le responden:

"Demos gracias a Dios".

Esta segunda ostentación anuncia la divinidad del Hijo que se ha aparecido a los hombres en la Encarnación y les ha mostrado su igualdad de naturaleza con el Padre. El clero y los demás ministros del altar encienden sus velas en el cirio pascual, y la procesión avanza hasta que el diácono ha llegado cerca del altar.

Por tercera vez levanta el cirio y, mientras todos se arrodillan, vuelve a cantar:

"Luz de Cristo"

Y la respuesta es la misma:

"Demos gracias a Dios."

Todos entonces se levantan y reciben la luz del cirio pascual. Esta tercera manifestación de la luz proclama la divinidad del Espíritu Santo que nos ha sido manifestado por Jesucristo al dar a los apóstoles el mandato solemne que la Iglesia va a cumplir en esta noche: "Enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"'. Por medio del Hijo, que es "La luz del mundo", los hombres han conocido a la Santísima Trinidad cuya confesión va a pedir el pontífice a los catecúmenos antes de bautizarlos, mientras el cirio de tres brazos debe recordar durante toda la noche este misterio al pueblo presente.

Tal es el primer uso del fuego nuevo; anunciar los esplendores de la Santísima Trinidad. Ahora va a servir para la gloria del Verbo Encarnado, completando el magnífico símbolo que debe atraer nuestras miradas.

El Pontífice subido a su trono y dejada la caña por el diácono, va éste a ponerse de rodillas ante el Pontífice pidiendo su bendición para la solemne ceremonia. El Pontífice les dirige estas palabras: "El Señor esté en tus labios y en tu corazón para que ensalces dignamente la Pascua."

Colocado el cirio pascual sobre un candelero en medio del presbiterio, el diácono inciensa el libro puesto sobre el atril, rodea al cirio incensándolo por todas partes, vuelve al atril y, teniendo todos en sus manos las velas encendidas, entona el "Exsultet".

El anuncio de la Pascua resuena en medio de los elogios que el diácono prodiga a este cirio glorioso; y celebrando a la divina antorcha, cuyo emblema es él mismo, cumple su cargo de heraldo de la Resurrección del Hombre-Dios. Solamente él revestido de blanco, mientras el Pontífice mismo lleva todavía los colores propios de la Cuaresma, hace oír su voz en la bendición del cirio con una libertad que de ordinario no le es concedida al diácono delante del sacerdote y menos delante de obispo. Los intérpretes de la Liturgia nos enseñan que el diácono representa aquí a Magdalena y a las otras santas mujeres, a quienes cupo el honor de ser iniciadas las primeras por el mismo Cristo, en el misterio de su Resurrección y fueron por El encargadas de anunciar a los Apóstoles, que habla ya salido de la tumba y que les precedería a Galilea (Se encuentra esta ceremonia en la Galia, Alta-Italia, y en España desde el fin del s. XV. Se encuentra asimismo el cirio pascual en Ravena, en tiempo de San Gregorio, y en Napóles en el siglo VIII)

Mas ya es hora de escuchar los acentos melodiosos de este canto sagrado, que conmueve nuestros corazones y nos dá al mismo tiempo una anticipación de las alegrías que nos reserva esta noche maravillosa. El diácono comienza por este exordio lírico:

Alborócese la multitud ingente de los ángeles en el cielo, alborócense, sí, los ministros de Dios (Exsultent divina mysteria ha sido un enigma y un tormento para los intérpretes. El cardenal Schuster lo traducía por "regocíjense los divinos misterios"; Dom Guéranger dice: "celébrense con júbilo los divinos misterios". Dom Capelle, abad de Mont César, en Lovaina, propuso corregir exsultent por resulten y traducía: "sean proclamados los divinos misterios". Dom Bonifacio Fischer, benedictino de Beuron, y Cristina Mohrmann, profesora en la Universidad de Nimega, sostienen que la recta grafía es en este caso misteria con i latina; y misteria, como minsteria es la forma vulgar de ministeria. Añade la última que' en muchas lenguas, y en latín dan testimonio Tácito y Tertuliano y otros, es muy frecuente emplear Un nombre abstracto en sentido concreto, y que eso ocurre aquí: misteria (ministeria) está, en lugar de ministri. Ahora bien, los ministros de Dios, en el lenguaje bíblico y de los SS. Padres, son los ángeles. (Ephemerides liturgicae, 66 [1952] 274-281)), resuene la trompeta de la salvación por la victoria del Rey tan excelso. Salte de gozo también la tierra, radiante de tanta luz, y, alumbrada con el esplendor del Rey eterno, advierta desvanecida la oscuridad en toda su redondez. Alégrese igualmente nuestra madre la Iglesia, adornada con tantos rayos de luz, y resuene este ámbito con las aclamaciones de los fieles. Y vosotros, hermanos carísimos, los que presenciáis la admirable claridad de esta luz santa, implorad, os ruego, juntamente conmigo la misericordia de Dios todopoderoso. El, que sin ningún mérito mío se ha dignado agregarme al número de los diáconos, me infunda la claridad de su luz, y así él mismo será quien haga la loa en honor de este cirio. Por Jesucristo, Señor nuestro e Hijo suyo, que, como Dios, vive y reina con él en unidad con el Espíritu Santo.


V. Por todos los siglos.
R. Amén.
V. El Señor sea con vosotros. R. 
Y con tu espíritu.
V. Arriba los corazones.
R. Los tenemos ya en el Señor.
V. Demos gracias al Señor, Dios nuestro.
R. Eso es cosa digna y justa.


Verdaderamente es cosa digna y justa, cantar con todos los afectos del corazón y del alma, y con la misma palabra, A Dios invisible, Padre omnipotente, y a su unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo; el cual pagó por nosotros al Padre eterno la deuda de Adán y borró la escritura del antiguo pecado con su sangre inocente. Esta es la fiesta de Pascua, en la que es inmolado el verdadero Cordero, cuya sangre hace sagradas las casas de los fieles. Esta es la noche en que por vez primera hiciste pasar a pie enjuto el mar Rojo a nuestros padres, los hijos de Israel, liberados de Egipto. Esta es la noche que disipó las tinieblas del pecado con el resplandor de una columna. Esta es la noche que, separando de los vicios del siglo y de las tinieblas de los pecados a los que por todo el mundo creen en Jesucristo, los restituye hoy a la gracia y los asocia a los santos. Esta es la noche en que, rotos los lazos de la muerte, se levanta Jesucristo triunfante del sepulcro. De nada nos serviría el haber nacido si no nos valiese ser redimidos. ¡Oh dignación admirable de tu misericordia con nosotros! ¡Oh amor inapreciable el de tu caridad: redimir al esclavo entregando a tu Hijo! ¡Oh! Ciertamente fué necesario el pecado de Adán para que lo destruyese Cristo con su muerte. ¡Oh culpa dichosa, la que fué ocasión de tener tal y tan grande Redentor! ¿Oh noche verdaderamente afortunada, que sola mereció saber el tiempo y la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos! Esta es la noche de la que estaba escrito: "La noche alumbrará como el día: la noche será mi luz para mis delicias". La santidad, pues, de esta noche hace huir del pecado, purifica de las culpas, devuelve la inocencia a los caídos y la alegría a los tristes; apaga los odios, dispone a la concordia, y doma los imperios.

¡Oh Padre santo! En atención a esta noche acepta el sacrificio vespertino de la llama encendida, que, con la solemne oblación del cirio elaborado por las abejas, te ofrece tu Iglesia santa. Mas ya conocemos las excelencias de esta columna, encendida en honra de Dios con el fuego rutilante, el cual, aunque se divida en partes comunicando su luz, no sufre mengua, porque se alimenta con la cera derretida que la madre abeja elaboró para sustento de esta preciosa antorcha. ¡Oh noche verdaderamente afortunada, que despojó a los egipcios y enriqueció a los hebreos! Noche en que se abrazan los cielos y la tierra, Dios y los hombres.

Rogárnoste, pues, Señor, que este cirio, bendecido en honor de tu nombre para disipar las tinieblas de esta noche, dure sin apagarse, y, aceptado en olor de suavidad, mezcle su luz con las luminarias de arriba. Vea sus llamas el lucero del alba, aquel lucero, digo, que no tiene ocaso; aquel, que, regresando de entre los muertos, amaneció brillante al género humano. También te suplicamos, Señor, que a nosotros tus siervos, a todo el clero y a tu devotísimo pueblo, en unión con nuestro santísimo Padre el Papa N., y nuestro Prelado N., nos concedas tiempos de paz y te dignes en estos regocijos pascuales regirnos, gobernarnos y guardarnos con tu asidua protección. Mira, además, a los que nos gobiernan desde el poder y, con el don inefable de tu bondad y misericordia, dirige sus intentos a la justicia y la paz, para que, tras las fatigas terrenas, lleguen a la patria celeste con todo tu pueblo. Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro e Hijo tuyo, que, como Dios, vive y reina contigo en unidad con el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos.

R. Amén.

Habiendo terminado el diácono esta oración,, se quita la dalmática blanca, y una vez que se: ha vuelto a revestir de la de color violeta, vuelve al lugar donde está el Pontífice. Entonces comienzan las Profecías sacadas de los libros del Antiguo Testamento.


IV. LAS LECCIONES O PROFECIAS

Después de tan solemne preludio, mientras la antorcha de la resurrección iluminando toda la iglesia, alegra santamente el corazón de los fieles, comienza la cuarta parte de la Vigilia pascual. Para completar el curso de la instrucción cuyo desarrollo hemos seguido durante toda la Cuaresma, lóense aquí algunos pasajes de la Sagrada Escritura, especialmente adaptados a esta solemne circunstancia.

Como en las demás Vigilias antiguas de la Iglesia Romana, las Lecciones de esta noche eran en número de doce. En tiempo de la dominación bizantina se las leía incluso entonces en griego en favor de los oyentes que ignoraban el latín. Su número se redujo luego a seis, número que todavía se conserva actualmente en uso para el sábado de las Cuatro Témporas, e incluso también a cuatro, como se ve en el Sacramentarlo Gregoriano y en el primer Ordo romano. Esta costumbre de no hacer más que cuatro Lecciones se conservó en ciertas iglesias, mientras en otras, entre ellas la de Roma, habían vuelto antes del fln del siglo XII, al número de doce.

Durante el curso de esta Vigilia los sacerdotes cumplían con los catecúmenos los ritos preparatorios para el Bautismo.

En este momento estaban reunidos en el pórtico exterior de la iglesia, mientras los sacerdotes cumplían con ellos los ritos preparatorios al Bautismo, llenos todos ellos de un sentido tan profundo. En primer lugar trazaban sobre la frente de cada uno el signo de la cruz; después, imponiéndoles las manos sobre su cabeza, conminaban a Satanás a salir de esta alma y cuerpo y a ceder el lugar a Cristo. Al ejemplo del Salvador tocaban con su saliva los oídos y narices de los neófitos, diciendo a los oídos: "Abrios"; y a las narices: "Respirad la dulzura de los perfumes"; el neófito recibía en seguida la unción con el Oleo de los Catecúmenos sobre el pecho y sobre las espaldas; mas antes de esta ceremonia que le hacía como un atleta de Dios, el sacerdote le mandaba renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obras.

Estos ritos se hacían en primer lugar sobre los hombres; luego sobre las mujeres: sus hijos, aunque fuesen de menor edad, eran admitidos también a esta ceremonia, según el sexo de cada uno, y, si entre los catecúmenos había algunos que estuviesen enfermos, y con todo querían ser llevados a la iglesia, para recibir en esta noche la gracia de la regeneración, los sacerdotes pronunciaban sobre ellos una oración en la que se pedía a Dios que se dignase socorrerles y confundir la malicia de Satanás.

Este conjunto de ritos, que se denominaba la Catequización, exigía mucho tiempo por razón del gran número de aspirantes al Bautismo. Por esta razón el Obispo se dirigía a la iglesia hacia la hora de Nona y comenzaba tan pronto la Vigilia. Con el fln de tener atenta a la asamblea, durante el tiempo necesario al cumplimiento de este rito, se leían mientras tanto, desde lo alto del ambón, los trozos de la Escritura más adaptados a estas solemnes circunstancias. Este conjunto de lecciones completaba el curso de instrucción cuyo desarrollo hemos ido siguiendo durante toda la Cuaresma.

Los catecúmenos son hoy día menos numerosos que antes, y además con la vuelta de la ceremonia a las horas nocturnas, estos ritos preparatorios han podido hacerse por la tarde; por lo mismo, para aligerar esta parte de la Vigilia, no se leen actualmente más de cuatro lecciones. Estas se cantan delante del cirio pascual bendecido en medio del presbiterio, mientras todos sentados escuchan.

Después de cada lección, el diácono, instructor de la asamblea litúrgica, invita a hacer de rodillas, en silencio, una oración en la que cada uno manifiesta a Dios los sentimientos que la lectura santa ha producido en cada uno. Luego la ordena levantarse y el Obispo recoge, "colecta" la oración de cada uno en la oración-colecta, en la que la santa Iglesia misma es la que se expresa. Cánticos tomados del Antiguo Testamento e inspirados por las mismas lecturas, aúnan todas las voces en el modo de los Tractos y a la vez que le instruyen ayudan a mantener más atento al auditorio. Con todo eso, la asamblea de esta función ofrece un aspecto de austera gravedad: la hora anhelada no ha sonado todavía, en que Cristo va a resucitar en sus neófitos.





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