viernes, 25 de marzo de 2016

R.P. Leonardo Castellani: La Pasión de Nuestro Señor






El Rosal de Nuestra Señora
R.P. Leonardo Castellani


La Oración del Huerto

-Los cinco misterios dolorosos contemplan toda la Pasión y Muerte de Cristo con los ojos de María Santísima; la cual estuvo presente a todos, menos a la Oración del Huerto; que sin duda el Apóstol Juan le narró en el amanecer  de aquella terrible noche; después de lo cual siguió a su hijo, acompañada de san Juan, en todos los pasos de la Vía Dolorosa hasta la Se­pultura; ella oyó a Pilatos cuando dijo: "Lo voy a azotar y después os lo entregaré lo vio después azotado y coronado de espinas cuando el Procurador Romano dijo: "Aquí tienen al hombre" y oyó los gritos de “ ¡Crucifícalo!"; lo acompañó en la terrible subida con la cruz a cuestas hasta la cima de la loma llamada "de las Calaveras”; presenció el atroz acto del en­ervamiento y la suspensión del moribundo en el aire; y cuando la luz volvió después del eclip­se, el remezón de la tierra y la huida de la gente, vio allí a la Virgen de pie al lado del muerto. Participó en su corazón de todos los dolores de Cristo, y esa fue la espada que la traspasó; por lo cual es llamada con razón la Co-Redectora: pagó junto con Cristo por nues­tros pecados. 

La Redención del hombre es un Misterio. Solemos decir que Cristo con sus dolores pagó por nuestros pecados. Esa es una metáfora o comparación tomada de las costumbres jurí­dicas de los romanos. Tiene el inconveniente de presentar a Dios como un Acreedor implaca­ble, que se cobra de cualquier manera que pue­de, Otra metáfora usada por san Pablo es me­jor: Cristo rompió el aguijón de la Muerte, que pesaba sobre la Humanidad: el Pecado es una cosa seria, es la ruptura del orden creado por Dios y la relación filial entre Dios y el Hombre, en forma tal que el hombre por sus fuerzas esa rotura no la puede componer; porque el peca­do es una cosa en cierto modo infinita. El Pe­cado aumenta el poder del demonio en el mun­do, el cual se ha ido robusteciendo y solidifi­cando desde el pecado de Adán a los nuestros. Fue necesario que todo el poder del mal se concentrase en una punta, y cayese sobre un hombre que era Dios, y ese hombre lo resis­tiese y allí se rom piese: digamos que fue nece­sario un hombre pacase el infierno por los otros hombres, y resistiese sin blasfemar ni desesperarse; y así el Poder del Príncipe deste Mundo fuese vencido. Y dese modo pasó esta tragedia única, en que la maldad, la crueldad y la demencia del hombre instigado por el diablo. llegan a su colmo; y un verdadero hombre, armado de la gracia de Dios, derrotase esa demencia, muriese voluntariamente y resucitara, como cabeza de todos los demás mortales. Algo así fue la Redención del hombre; pero ella continúa siendo un Misterio.

Esta lucha de Cristo con el demonio, el pe­cado y la muerte comenzó después de la Ultima- Cena, cuando yendo con sus Apóstoles al Monte Oliveto, a orar como era Su costumbre, anunció a sus compañeros: "MI ALMA ESTA TRISTE HASTA LA MUERTE” ; y su rostro, su voz y sus ademanes mostraron los afectos de su alma, abandonada de su Divinidad, que eran "el terror, el tedio y la tristeza'. Su alma pasó en una hora toda la Pasión anticipada; y de­jando a sus Apóstoles aparte, se postró en tierra y oró diciendo: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya” . Este voto de la voluntad huma­na de Cristo, no fue concedido; pero su volun­tad divina estaba firmemente unida con la del Padre; y nos dejó el modelo de todas nuestras oraciones. Tres veces oró, cada vez con mayor ansia; dos veces se levantó y volvió a los Após­toles, que estaban dormidos, los despertó y amonestó, y volvió a su oración; hasta que su Padre le mandó un Angel que lo robusteció; quizás recordándole el Psalmo 21, donde está descrita su Pasión pero también los admirables frutos de su Pasión; y que El recitó en la cruz, antes de morir.

Entonces se levantó y recogiendo a sus ate­morizados Discípulos, salió al encuentro de Ju­
das, y los que con él venían a arrestarlo, arma­dos de espadas, cuchillos y garrotes, como
quien va a reducir a un peligroso criminal.

El terror, el tedio y la tristeza lo acompa­ñaron durante todas esas terribles 15 horas hasta que dijo: “Dios mió, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”: Terror de los tormen­tos que iba a pasar, una verdadera tempestad de atrocidades; los cuales a veces hacen sufrir más en la imaginación que después en el efecto, como vemos en algunas operaciones quirúrgicas.

Tedio de los pecados y maldades del mun­do, que él había tomado sobre sus hombros, comenzando por las maldades que entonces te­nía presentes; y que tanto lo habían indignado y aburrido durante su vida.

Tristeza destas dos cosas, y del amargo pensamiento de que incluso este milagro divino que es la Redención, iba a ser inútil para muchos, por culpa dellos; conforme a lo que había dicho el Profeta: “¿Qué utilidad dio mi san­gre?" Parece mentira que haya tanta maldad en el mundo después que Cristo ha venido.

Un japonés le dijo en el siglo XVI a un misionero: "Si es verdad eso que Ud. nos cuenta ¿cómo es posible que los europeos sean tan sinvergüenzas?” Pero los que hicieron sinvergüencerías en el Japón no eran los misioneros ni por regla general los católicos: fueron los mercaderes holandeses luteranos y la imprudencia de un naviero portugués botarate quienes produjeron o bien dieron ocasión allí a la cruel persecución del Emperador Taikosama, que exterminó sangrientamente a los convertidos, pero al mismo tiempo puso el cimien­to a la actual pequeña y fervorosa cristiandad.

Esa objeción se repite no pocas veces hoy día: "el cristianismo ha fracasado, fíjese Ud. cómo está el mundo” . Pero si el mundo está como está, no es por causa del catolicismo, sino al contrarío porque él ha sido en gran parte abandonado o adulterado. Como decía el gor­do Chésterton: ‘Si el mundo hoy anda mal, la Iglesia tiene razón”.

Eso lo vio también Cristo con terror, tedio y tristeza entre los Olivos del Huerto, y eso lo hizo " sttdar sangre, que corrió hasta la tierra", bañándola como la sangre de los sacrificios en el Templo de Jerusalén, que era figura de la muerte propiciatoria del Cristo. Este fue el pri­mer bautismo desta tierra, llena de abrojos y espinas de pecados.

De en medio desta agonía se levantó ani­mosamente la oración de Cristo, esa fórmula eterna de todas las oraciones, incluso del Pa­dre Nuestro, donde también pedimos se haga la voluntad del Padre Celestial, y el Avemaria, donde recordamos y nos resignamos a ‘’nues­tra muerte", Esta es la buena oración: "Dios mió ¿qué te costaba haberme concedido lo que te pido hace 30 años? Pero sí Tú lo quieres, está bien”.



AUXILIUM CHRISTIANORUM

El nombre de María vivas mieles
que significa el MAR solemne y santo
rompió como un mar bravo allá en Lepanto
y destrozó el poder de los infieles.
Un relente de rosas y claveles
azulceleste veste y blanco manto,
pero también el Ímpetu y espanto
contra los viles, contra los luzbeles.
Parque Ella es Reina y Madre todo junto,
del poder del amor vivo prasunto,
y como Reina tiene sus cuarteles.
Como una flota camuflada en flores
y como Madre tiene sus furores
cuando le tocan sus hijitos fieles.
L. CASTELLANI
(Argentino - Siglo XX)



Los Azotes en la Columna

A eso de las 10 de la mañana del Viernes, propinaron a Cristo los 39 azotes que solían preceder a la crucifixión de los reos de muerte. Antes deso Cristo había sido arrastrado de noche sin ningún miramiento a la casa de Anás, que era suegro del Sumo Sacerdote Caifás, el Pontífice de aquel año; pero que en realidad gobernaba él, por medio de sus hijos y yernos, la religión hebrea; era un viejo avariento y zorro. Después esa madrugada había sido llevado a casa de Caifás, donde se había reunido el Sanhedrín; donde fue juzgado, recibió una bofetada y fue condenado a muerte, no por el testimonio de los discordantes testigos sino por Su propia confesión de que, “sí, como lo has dicho: yo soy el Cristo, el Hijo de Dios”; fue después maltratado, escupido y abofeteado por los sirvientes de Caifás; fue llevado al Pretorio de Pilatos y acusado de ser un sedicioso contra el César; fue interrogado por el Procurador Romano y después enviado al Reyezuelo Herodes, el cual se burló del y lo volvió a Pilatos con la palabra jurídica: “ad forum contentionis”, así como Pilatos había usado la fórmula “ad judicium oríginis”, esas triquiñuelas de los abogados; pues los dos sabían cierto que aquello de “sedicioso y enemigo del César” era filfa; y allí en el Pretorio, Pilatos que estaba aburrido de la gritería judaica y atemorizado de sus amenazas, después de haber proclamado públicamente : “No encuentro culpa en este hombre”, zanjó con este compromiso injusto: “Lo voy a azotar y os lo entregaré”. Dijo: “Le voy a dar una lección”; pero esa palabra griega “paidéusas” significa la pena de azotes. Pilatos hizo esta iniquidad, donde habría podido morir Cristo, que estaba agotado, para ver si “Contentaba con eso a los judíos”, dice san Lucas. Mientras lo azotaban, san Pedro, por miedo, lo renegó tres veces:

Si San Pedro no negara
A Cristo como negó
Otro gallo le cantara
Mejor que el que le cantó.

Cuando Pilatos sacó al balcón a Cristo azotado, san Pedro lo vio y lloró amargamente; pecador de un momento.

Los azotes a Jesús fueron crueles: El estaba ya agotado. Hay una visión de santa Brígida donde dice que Cristo recibió “5.000 y tantos azotes”. No parece creíble, porque los Romanos tenían una ley prohibiendo dar más de 40 azotes; porque se le morían allí mismo los reos de otro modo. Triste benignidad, era para poder crucificarlos vivos; y los crucificados que duraban en la cruz dos días o tres les daban estorbo: tenían que guardarlos y espantar a los caranchos y cuervos. Después inventaron la costumbre de quebrarles las piernas o pasarlos con una lanza al anochecer.

Los judíos para mostrarse benignos daban 39 azotes; y así dice san Pablo en su carta a los Corintios: “dos veces me han propinado 40 menos uno”. Pero si santa Brígida quiso decir que 40 azotes con correas de cuero armadas de cápsulas de plomo y uñas de hierro equivalían a 5.000 rebencazos comunes, allí dijo verdad.

Cuando soltaron a Cristo de la columna que tenía un metro y veinte de alto, cayó al suelo; lo alzaron y sentaron en un banquito, y allí comenzó una tortura quizás peor.

“Los pecadores me araron el lomo”, había dicho el profeta David en figura de Jesucristo; y otro Profeta dijo: “No hay en mi cuerpo parte sana”. Cristo sufrió en su carne para reparar nuestros pecados, especialmente los pecados de la carne. Durante su vida no tuvo ninguna enfermedad; y sin embargo, el profeta Isaías lo llama “el varón de dolores, el que sabe lo que es enfermedad”.

Cristo sufrió en su Pasión más que ningún hombre en este mundo. Su sensibilidad exquisita y la suma exagerada de torturas a que fue sometido hicieron que ahora ningún mortal pueda decirle: “Yo estoy sufriendo lo que tú no tienes idea”.

“Los azotes de Cristo han conmovido siempre al pueblo cristiano. En la procesión del Viernes Santo en Sevilla van muchos fieles encapuchados dándose azotes en las espaldas. En los Ejercicios Espirituales que hacen en Cura Brochero de Córdoba, los paisanos se dan rebencazos. Pero las enfermedades corporales son peores que eso; y Cristo es el hombre “que sabe lo que es enfermedad”.

“La Virgen Santísima oyó a Pilatos cuando dijo: “Lo voy a hacer azotar y os lo entregaré”; y sin duda se estremeció en su alma y en su cuerpo. Ella pasó en su corazón todos los dolores de la Pasión de Cristo; por lo cual la llamamos “la Virgen de los Dolores”.


La Coronación de Espinas

Después de azotado Cristo, los soldados de la Cohorte romana lo maltrataron y befaron, y Pílatos lo presentó al pueblo desde el balcón del Pretorio diciendo: "A q u í tienen al hombre La masa agolpada debajo gritó: "Crucifícalo", Probablemente no era la misma gente que el Domingo de Ramos lo había recibido en Jerusalén con aclamación y palmas. El pueblo es variable en sus humores, inconstante y tornadizo. Las turbas o muchedumbres son esencial­mente influenciables. Pero aquí no era la misma muchedumbre. Los amigos de Cristo, lo mis­mo que sus Apóstoles, estaban escondidos o apartados.

Esta vez atropellan a Cristo los soldados romanos que lo habían azotado, como dos horas antes los siervos del Pontífice, y los mismos Jueces que lo habían condenado. La "cohorte” romana era la décima parte de una "legión", la cual constaba de unos 6.000 hombres. No estaban allí les 600 hombres de la cohorte por supuesto, pues se mudaban en turnos de guardia. Como habían oído que este hombre, que para ellos era simplemente un reo de muer­te, había dicho ser el Rey de los Judíos, hicie­ron burla dél echándole encima un trapo color púrpura, poniéndole una caña en las manos a guisa de cetro y en la cabeza un trenzado de gruesas espinas como corona real; la cual golpeaban con cañas para clavarla. " Y venían a Él y decían: ¡Salud, Rey de los judíos y le daban bofetones". Entretanto Pílatos había tra­tado de negociar la salvación de Jesús poniéndolo como candidato al indulto de Pascua en­frente de Barrabás; pero el pueblo eligió a Barrabás, influenciado por los sacerdotes, es­cribas y prelados. Les bastó decir a aquella gente bruta: "Si soltamos a éste, que es un sedicioso, vendrán los ejércitos romanos y nos destruirán" — que fue justamente lo que les sucedió 40 años después, pero no ciertamente por haber soltado a Cristo sino por haber ele­gido a Barrabás; y es lo que sucede a todas las naciones que sueltan a los criminales y cas­tigan a los virtuosos.

Pilatos pues hizo traer a Jesús en el estado lastimero en que estaba, encorvado de dolor y vestido de rey de burlas y mojiganga; y lo mostró a todos diciendo: “Ecce homo": aquí tienen al hombre. Si lo dijo por ironía o por compasión, no sabemos; posiblemente las dos cosas. La Virgen miró a su Hijo desde abajo; El tenía los ojos sellados de sangre; pero El era el verdadero Rey» y Pilatos era un monigote.

— ¡Crucifícalo! ¡A la cruz! ¡A la cruz!
— ¿A vuestro Rey tengo que crucificar? (Esta vez con ironía)
— ¡No tenemos otro Rey más que al César! . . . } . . . (Y el César los va a destruir dentro de poco).
— Yo soy ¿nocente entonces de la sangre deste Justo ( dijo Pilatos: lo cual era mentira).
— ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! (la cual cayó).

Pilatos hizo traer una jofaina y se lavó os­tentosamente las manos; pero no se lavó su culpa. Fue un mal juez, un hombre inicuo y un varón cobarde, que es una de las peores cosas que pueden existir. Su mujer, Claudia Porcia, le había mandado decir que por favor no se mezclara en la muerte dese hombre, porque ese hombre era un justo; y el cobarde Go­bernador dos veces había reconocido pública mente que era inocente. Y sin embargo se le­vantó, se sentó pro-tríbunali, es decir, en la silla curul, y pronunció en voz alta la fórmula jurídica de la sentencia de muerte: “Ibis ad crucem": "irás a la cruz".

Decir con las palabras que Cristo fue inocente no es lo mismo que decirlo con las obras. El 25 de abril de 1933 un tribunal judío com­puesto de 5 jueces revisó en Jerusalén el anti­guo proceso de Jesús de Níazareth, y pronunció solemnemente por cuatro votos contra uno que el acusado fue inocente, y que su muerte fue un enorme error de la raza hebrea, la cual se haría un honor en repararlo. Repararlo ¿có­mo? Si Cristo fue inocente, Cristo fue realmete el Hijo de Dios. No dice la revista francesa donde se lee esto si los cuatro jueces se hicieron después cristianos; porque realmente si Cristo fue inocente dijo la verdad al decir que era el Hijo de Dios; pues si no dijo la verdad, entonces fue un blasfemo y según la Ley de Moisés debía morir: apedreado o crucificado, no hace al caso. Sería culpable, y no habría tal "enorme error".

Para reparar ese "enorme error" la raza hebrea va a tener que hacer una cosa enorme, que por ahora no se vé cerca; pero que cre­emos algún día hará. “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en Ti" — "Creed en Mí y bajaré de la Cruz".

"La Santísima Virgen, posiblemente la úni­ca persona del mundo en ese momento, sabía que el 'Ecce Homo" que tenía enfrente vestido de rey de burlas, era el Rey verdadero; y que Pilatos era la mojiganga. Sabía Marta que la corona de espinas se iba a transformar en co­rona de luz; que e! cetro de caña se iba a volver vara de hierro; y el andrajo de púrpura, ropaje de resurrección. Saber eso no le impedía sufrir indeciblemente por los dolores de su Hijo y el crimen de su pueblo; pero le impe­día doblarse bajo el sufrimiento. Allí estaba de pie, mirando al "gusano y no hombre, desprecio del vulgo y escarnio de la plebe" como lo llamó el Profeta; — en un éxtasis de dolor y de esperanza".


El Viaje de Jesús hacia el Calvario

Alrededor de las doce del día fue Nuestro Señor crucificado; y murió alrededor de las tres de la tarde.

Cuando le anunciaron la muerte, Pilatos se extrañó de lo pronto; mejor podría haberse extrañado que no hubiese muerto antes.

Tres veces cayó bajo la Cruz, según la Tra­dición, en el empinado camino que, desde hace veinte siglos, llamamos la Vía Dolorosa; la Tradición también nos ha trasmitido el episodio de la compasiva mujer Berenice, que llamamos la Verónica; y los Evangelios nos narran el breve diálogo con un grupo de mujeres solimitanas, llorando ellas y amonestando El; y la ayuda forzada del hombre de Cirene, Simón, a quien obligaron a llevar por un trecho la cruz. Tan rendido aparecía Cristo que los ver­dugos temieron muriese en el camino: el infierno quería su plan, quería su presa: los ju­díos querían un Crucificado na un muerto de cansancio. Muchos azotes y golpes recibió sin duda al detenerse o al caer, antes de llegar a la cima de aquella loma.

AHÍ lo desnudan y lo clavan con cuatro garfios en una cruz de cuatro brazos; había también cruces en forma de T y en forma de X; pero sabemos que esta era una cruz "in míssa" porque sobre la cabeza de Jesús había un letrero ordenado por Pilátos que decía en arameo en griego y en latín: “El Rey de los Judíos"

La cruz era un suplicio atroz: ya el tras­pasar con clavos la delicada estructura hue­sosa de las manos y los pies, es algo diabólico; pero poner después el cuerpo suspendido y tirando por su peso desas cuatro heridas, es al­go indecible. La cruz era un suplicio satánico.

"Satanás existe. La crueldad llevada a esos extremos no está en la condición natural del hombre. Hay en la historia del hombre muchas cosas que no son humanas (y que por cierto parece andan resucitando en nuestros días), que parecen indicar una inteligencia fría como el hielo y terriblemente enemiga de la natura humana. Esos suplicios atroces, la cruz, el empalamiento, e] reventar los ojos o cortar las ma­nos, habían sido inventado en el Oriente, en medio del culto de los ídolos, que era el culto de los demonios; no digamos nada de los sa­crificios al dios fenicio Baal - Molock, en que se arrojaban niños vivos en un boquerón de bronce candente; con razón el pueblo de Israel tenía horror a los pueblos convecinos. Los Romanos al comienzo fueron un pueblo sobrio, sensato y sano; y eso los llevó a la grandeza; pero ya en tiempo de Cristo habían comenzado los sangrientos juegos del anfiteatro y habían tomado de los persas el suplicio de la cruz, prohibiendo empero se aplicara a ningún ciudadano romano. Más tarde cayeron más bajo, en las 10 persecuciones a los cristianos, que duraron tres siglos y fueron realmente satánicas. Después se quebró y pereció el Imperio de Julio César.

"Eso no es Humano", decimos nosotros; y decimos más de lo que sabemos. No es bes­tial tampoco; es superhumano y super bestial.
"Soy gusano y no hombre”,
“Los que pasaban se burlaban de mí, y me hacían visajes: ha creído en Dios y Dios lo abandona; si Dios lo ama, que lo salve".
"Traspasaron mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos".

Los Profetas se habían quejado ya por Cristo; pero Cristo debía hablar también, y habló como quien era. Colgado atrozmente de cuatro heridas, febriciente y agotado, el extraordinario moribundo dijo siete palabras di­vinas. que fueron su testamento. Las tres primeras fueron para los demás, para dar todo lo que le quedaba; las otras fueron acerca de sí mismo, para acabar su misión en la tierra, lo cual también era dar. Perdonó a todos, a sus verdugos, al Buen Ladrón en la cruz; y en­tregó a su misma Madre al discípulo Amado, y en él a todos nosotros: dio la redención al mundo, el Paraíso inmediato a un pecador, su Madre Santísima a toda la Humanidad; y después tuvo sed.

"Padre, perdónalos, "no saben lo que hacen" "Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso' "Mujer, he ahí a tu hijo . Esa es tu madre”

Después dijo " Tengo sed” : la fiebre lo con­sumía. Le dieron con una esponja en una caña vinagre mezclado con mirra, sustancia amarga, que antes de la Crucifixión Jesús no quiso to­mar, porque embotaba los sentidos a los reos; y aquí no hizo más que probar; para que se cumpliera lo dicho por el profeta David: "Me dieron hiel de comer; y en mi sed me abreva­ron con vinagre".

El sol se había oscurecido en medio del día, probablemente después de la tercera pa­labra, y las tinieblas cubrieron la tierra du­rante tres horas, imagen de la desolación del alma de Cristo y la de su Madre.

"No podía haber eclipse en ese día y hora, pues era luna llena, el 15 de Nisán, y la luna estaba por tanto frente al sol y no interpuesta entre el sol y la tierra; de modo que, según la leyenda cristiana, un sabio Senador de Atenas, que fue más tarde san Dionisio Areopagita, ex­clamó al ver ese eclipse imposible: "O un Dios padece, o la máquina del mundo perece'.

En medio de la oscuridad, Cristo exclamó de nuevo: "Todo se ha cumplido" o “Está hecho” con una sola palabra griega "Teleéstathai" y después dijo en arameo, la lengua co­mún: "Eli, éli, lachma sabachtáni" de las cua­les se burló un burlón de los que allí estaban burlándose villanamente sin cesar de los do­lores ajenos: "A Elias llama éste, vamos a ver si viene Elias a salvarlo más él y todos los demás entendieron perfectamente: “Mi Dios, mi Dios ¿por qué me abandonaste?" que es el comienzo del psalmo 21; y es como un resu­men lírico de toda la vida y la pasión de Cristo. 

Esta palabra expresa la tremenda desola­ción del alma de Cristo, comparable al mismo infierno; pero no es una palabra de desesperación y derrota, como dicen algunos impíos actuales; al contrario, el Psalmo 21 de David, que es una sorprendente profecía de la Pasión de Cristo, termina con un grito de consuelo y esperanza. Cristo probablemente recitó en voz baja todo el Psalmo, diciendo en voz alta solamente el primer hemistiquio, el cual conecta esta sexta palabra con la anterior: "Hecho está"; donde dijo que su misión redentora estaba hecha y todas las profecías perfectamente cum­plidas.

"Mi Dios mi Dios ¿por qué me abandonaste?" “Lejos de Ti mi grito y mi plegaria..."

El Psalmo en sus dos terceras partes des­cribe la situación des te Crucificado, asombrosamente identificado; por las burlas blasfemas de los judíos ("confió en Dios, que Dios lo li­bre”) la sed que le quema las fauces ("seca está como teja mi garganta") sus vestidos re­partidos por los soldados ("echaron a las suertes mis vestidos") y sobre todo la frase incon­fundible: "Traspasaron mis manos y mis pies"; mezclado todo esto con frases de casi frenética esperanza; una mezcla de horror y de consuelo.

"pero yo soy gusano no soy hombre...
burla del pueblo escarnio de la plebe
estoy entre animales, toros bravos
entorno; y el león de fieras fauces.
Libra Señor mi vida de la espada
mi túnica de las garras de los perros ..."

En medio destas quejas suena al mismo tiempo como en un contrapunto la esperanza, como un violín de doble cordaje:

"En Ti esperaron nuestros padres
Esperaron y los libraste
Llamaron y quedaron salvos
Se quedaron avergonzados.
En tus manos desque nací
Desde el Seno Materno estoy en Ti
Anunciaré tu nombre a mis hermanos
En las reuniones te engrandeceré
Te he de alabar en la nutrida iglesia
Ante los tuyos mis votos daré...

"En el último tercio desta patética oración, se anuncian los frutos: la creación de la Igle­sia, la conversión de las Gentes y el pueblo nuevo que ha de nacer; y termina el poema de David, diciendo: 

Estas cosas es Dios quien las ha hecho”.

Al terminar de repasar este resumen de su vida, con voz alta y muy fuerte clamó Cristo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”; y reclinando la cabeza, entregó el espíritu. No es un desesperado este hombre: el Centurión romano, que lo vio todo, exclamó “Realmente este hombre era Hijo de Dios".

Se acabó la Redención del hombre. La luz volvió. Y el sol iluminó al lado de la Cruz a una mujer de pie, la Madre de Dios; a otra mujer postrada a sus pies, María Magdalena, símbolo de la humanidad pecadora; y a pocos pa­sos el apóstol san Juan, símbolo de la huma­nidad inocente.

A cierta distancia de allí, aterradas y llo­rosas, estaban las Santas Mujeres y José de Arimatea.


La Soledad de María

Cristo había muerto. Murió cuando quiso y como quiso, conforme había dicho poco tiem­po antes, después de una de las cuatro intentonas de darle muerte tumultuosamente, de la que salió: "Ninguno me quita la vida si yo no quiero; yo la entrego. Tengo poder de entregarla y tengo poder de retomarla", y a san Pedro, en el Huerto: "¿Crees que puedo pedir a mi Padre siete legiones de ángeles que me li­bren destos? Vuelve tu espada a su vaina". Y mostró su poder haciendo que los ruines captores cayeran dos veces al suelo al solo so­nido de su voz.

Los cuatro evangelistas notan que la úl­tima palabra fue arrojada por Cristo "con una grande voz", como quien está en posesión de todas sus fuerzas. Entregó así su vida; para retomarla.

Como al conjuro dese gran grito, tembló la tierra, se partieron las piedras, se rasgó de arriba abajo el velo del templo y saltaron las lápidas de muchos sepulcros. La gente bajó
del monte despavorida, y huyeron; los prime­ros probablemente los que habían sido más insolentes. El jefe de la Guardia Romana dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". 

José de Arimatea y Nicodemus, dos discí­pulos ocultos de Cristo, se presentaron audazmente a Pilatos y le pidieron el cuerpo del Señor. Pílatos se extrañó de que hubiese muerto tan pronto. Los judíos por su parte se hicieron presentes también a decirle: "Has puesto allí 'Rey de los Judíos". NO ES Rey de los Judíos. EL DIJO que era Rey de los Judíos". Pílatos se negó a cambiar el letrero: “Lo que he escrito, queda escrito". Y ciertamente Dios lo quiso: que la verdadera causa de la muerte de Jesús, y no las causas calumniosas, quedase allí grabada. Le dieron muerte porque no quisieron recibirlo por lo que El era. La vida de Cristo fue tal, que los judíos, o bien tenían que aceptarlo como el Mesías, o bien tenían que darle muerte. Lo mismo que hoy día, por lo demás: o bien hay que decir que ha sido el mayor criminal que ha sido en el mundo, o bien que ha sido el Hijo de Dios. No hay término medio posible, sí uno quiere atenerse a la lógica de los hechos. Para poder decir que fue un gran moralista o un gran poeta algo perturbado, hay que cambiar o tergiversar los he­chos — como hacen no pocos “ racionalistas bíblicos” actuales que para poder decir eso ne­gando su Divinidad mutilan, tergiversan, y hacen mangas y capirotes con la tela de los Evan­gelios; a los cuales pretenden "estudiar cientí­ficamente".

Los dos nobles judíos descolgaron cuida­dosamente el cadáver de Cristo y lo entregaron a la Madre. Aquí comienza la "soledad de Ma­ría" que el puebla cristiano contempla en la noche del Viernes Santo. Había perdido todo, como si hubiera perdido su vida misma: su pena era grande como el mar y nadie la podía compartir: estaba más allá de las palabras. Miguel Angel hizo en su juventud "la Pietá", que es probablemente la mejor escultura que existe: la Virgen está allí apesadumbrada, silenciosa y serena. El poeta Gerardo Diego escribió sobre ella estas líneas:

‘‘He aquí helados, cristalinos
En el maternal regazo
Muertos ya para el abrazo
Aquellos miembros divinos.
Fríos cierzos asesinos
Helaron todas las flores
Oh madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde ese día
La Virgen de los Dolores”.

La Virgen podía contar todos sus huesos; los resabios de las escenas terribles que había presenciado surgían en ella en oleadas a la vista de todas las heridas. "Lo hemos visto como un leproso, no había en él dignidad ni hermosura, como un herido de Dios y humillado”, había dicho el Profeta, Y la maldad de los hombres atormentaba a María tanto como el as­pecto lastimoso de su Primogénito; porque todos los hombres se habían convertido en sus hijos segundos.

"Ella sabía que había de resucitar; pero eso no suprimía su pena, que era presentemente demasiado grande. Una aflicción muy gran­de llena y domina el alma, y no deja lugar pa­ra otro sentimiento. Tenemos experiencia deso o incluso puede que lo hayamos pasado. ¿Aca­so una madre que ha visto morir a su hijo cesa en su lloro por pensar que él ahora está en el cielo? El consuelo futuro se hace como lejano, como inexistente; y la pena presente lo cubre todo. Hombres que sufren depresión síquica profunda que dura un día, la experiencia que tienen de que dura solo un día y que mañana estarán bien, no los alivia en nada; les parece que nunca saldrán dese estado, que nunca han estado en otro, y recuerdan tan solo todos los males pasados y todos los que han de venir. Será una especie de locura, si ustedes quieren; pero .así es con el alma humana.

'“Cristo 'bajó a los infiernos' dice el Credo: palabra misteriosa que no está en los Evangelios. El alma de Cristo fue al lugar donde estaban las almas de los muertos, que el Evangelio llama "el seno de Abrahán", y libertó las almas de todos los justos que allí esperaban Ja Redención, desde nuestros primeros padres Adán y Eva, hasta el ladrón arrepentido que había muerto a su lado en la Cruz. Si bajó también al infierno de los condenados, alivió sus penas y aterró a los demonios, algunos santos Padres lo suponen — no lo sabemos”.

Anochecía, y los que acompañaban a la Virgen le dijeron había que sepultar a Cristo. Se formó una pequeña procesión llevando en una sábana el Sacramento del cuerpo exánime del Dios Hombre, hacia la falda del monte donde José de Arimatea poseía un sepulcro nuevo, no usado: una gruta cerrada con una gran lápida circular, en cuyo interior había un hoyo cuadrangular del tamaño de un cuerpo de hombre. Vertieron sobre el cuerpo apresuradamen­te algunos perfumes y bálsamos que por caso tenían; y volvieron a rodar la piedra. La Vir­gen se quedó con sus recuerdos; y probablemente tuvo que ocuparse de recoger las ovejas perdidas, los Apóstoles que volvían al Cenáculo derrotados y desconcertados; pues no tenían la fe de María; como se ve en el hecho de que aún después de resucitado Cristo, a lo primero no hacían más que descreer todo lo que les
contaban. Empezó María Santísima a ejerci­tar su nueva Maternidad.

Esto pasó hace 19 siglos y medio, casi 2.000 años, y está ahora presente a nuestros ojos, arrancando todavía lágrimas. Esta "tragedia del Calvario” es el suceso más recordado de la Historia, el único suceso que permanece vivo. Hirió al tiempo del hombre en el centro y lo partió en dos partes; llenó con Sus ecos todos las Continentes; y permanecerá como el rumor eterno de las olas del mar hasta que "no haya más Tiempo”, como dijo el Angel del Apokalypsis. Y más allá todavía.




PLEGARIA A MARÍA

Aparta de tus ojos la nube perfumada
que el resplandor nos vela que tu semblante da
y tiéndenos, María, tu maternal mirada,
Aparta de tus ojos la nube perfumada
Tú, bálsamo de mirra; Tú, cáliz de pureza;
Tú, flor del Paraíso, y de los astros luz,
escudo sé y amparo de la mortal flaqueza
por la divina sangre del que murió en la cruz.
Tú eres, ¡oh, María!, un faro de esperanza
que brilla de la vida junto al revuelto mar,
y hacia tu luz bendita desfallecido avanza
el náufrago que anhela en el Edén tocar.
Impela, ¡oh, Madre, augusta!, tu soplo soberano
la destrozada vela de mi infeliz batel;
enséñale su rumbo con comprensiva mano,
no dejes que se pierda mi corazón en él.
José Zorrilla
(Español – Siglo XIX)







Todo sea a la Mayor Gloria de Dios




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