LA RELIGIÓN DEMOSTRADA
LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA
P. A. HILLAIRE
Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.
DECLARACIÓN DEL AUTOR
Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.
A. Hillaire.
T E R C E R A V E R D A D
La religión es necesaria al hombre. – No hay más que una religión verdadera y buena. – La verdadera religión ha sido revelada por Dios. – Señales por la cuales se la puede conocer.
58. P. ¿A qué nos obliga el conocimiento de Dios y del hombre?
R. Este conocimiento nos obliga a practicar la religión, que une al hombre con Dios como a su principio y último fin.
Conocemos a Dios y al hombre: a Dios, con sus atributos infinitos, con su Providencia que todo lo gobierna; al hombre, criatura de Dios, con su alma espiritual, libre e inmortal. De ahí resultan las relaciones naturales, esenciales y obligatorias del hombre para con Dios. Estas relaciones constituyen la religión.
59. P. ¿Qué es la religión?
R. La religión es el lazo que une al hombre con Dios. Este lazo se compone de deberes que el hombre debe llenar para con el Ser Supremo, su Creador, su Bienhechor y su Señor.
Estos deberes contienen verdades que creer, preceptos que practicar, un culto que tributar a Dios.
Se define la religión: el conjunto de deberes del hombre para con Dios.
La palabra religión viene, según unos, de religare, ligar fuertemente; según otros, de, reeligere a Dios; es decir, que el hombre debe ligarse libremente a Dios como a su principio, y debe elegir a Dios como a su último fin.
Así como entre los padres y los hijos existen lazos o relaciones naturales y sagradas, del mismo modo existen entre Dios Creador y Padre del hombre, y el hombre criatura e hijo de Dios. El lazo que une al hombre con Dios es más fuerte que aquel que une al hijo con el padre. ¿Por qué? Porque nosotros debemos mucho más a Dios de lo que debe un hijo a su padre. Dios es nuestro creador y nuestro último fin, no así nuestros padres. Así, nuestros deberes para con Dios son mucho más santos que los de los hijos para con los padres. La religión, considerada en cuanto que reside en el alma, es una virtud que nos lleva a cumplir nuestros deberes con Dios, a rendirle el culto que le debemos. Considerada en su objeto, encierra las verdades que hay que creer, los preceptos quehay que practicar, y el culto, es decir, la veneración, el respeto, el homenaje que debemos rendir a nuestro Creador.
Se distinguen dos religiones: la religión natural y la sobrenatural o revelada.
La primera es la que se conoce por las luces naturales de la razón y se funda en las relaciones necesarias entre el Creador y la criatura. Esta religión natural obliga absolutamente a todos los hombres, en todos los tiempos y en todos los lugares, porque ella dimana de la naturaleza de Dios y de la naturaleza del hombre. Encierra en sí las verdades y preceptos que el hombre puede conocer por la razón, aunque, de hecho, los haya conocido por la revelación: la existencia de Dios, la espiritualidad, la libertad e inmortalidad del alma, los primeros principios de la ley natural, la existencia de una vida futura, sus recompensas o castigos.
La religión sobrenatural o revelada es aquella que Dios ha hecho conocer al hombre desde el origen del mundo. El Creador impuso al primer hombre verdades que creer, como el destino sobrenatural del hombre, la necesidad de la gracia para llegar a este fin sublime, la esperanza de un Redentor..., y deberes positivos que cumplir, como el descanso del sábado, la ofrenda de sacrificios, etc.
Ante todo, vamos a probar que, aun cuando no existiera la religión revelada, la sola naturaleza del hombre, y las relaciones esenciales que lo unen al Creador le imponen una religión al menos natural. Veremos después que el hombre está obligado a abrazar la religión revelada.
Tenemos pues, que tratar seis cuestiones:
I.- Necesidad de una religión.
II.- Naturaleza de la religión.
III.- Futilidad de los pretextos aducidos por los indiferentes.
IV.- No hay más que una religión buena.
V.- La religión buena es la que Dios ha revelado.
VI.- Señales o notas de la verdadera religión.
I. NECESIDAD DE UNA RELIGIÓN
A) ES UN DEBER PARA EL HOMBRE
60. P. La religión, ¿es necesaria al hombre?
R. Sí; porque está fundada sobre la naturaleza de Dios y sobre la naturaleza del hombre, y se basa en las relaciones necesarias entre Dios y el hombre. Imponer una religión es derecho de Dios; practicarla es deber del hombre.
Dios es el Creador, el hombre debe adorarle.Dios es el Señor, el hombre debe servirle.
Dios es el Bienhechor, el hombre debe darle gracias.
Dios es el Padre, el hombre debe amarle.
Dios es el Legislador, el hombre debe guardar sus leyes.
Dios es la fuente de todo bien, el hombre debe dirigirle sus plegarias.
Todos estos deberes del hombre para con dios son necesarios y obligatorios, y el conjunto de todos ellos constituyen la religión. Luego, la religión es necesaria.
Dios es el Creador, el hombre debe adorarle. Dios es el Creador del hombre: le sacó todo entero de la nada, y conserva su existencia. Y en realidad, el hombre tiende hacia la nada, como una piedra que cae hacia el centro de la tierra, y a cada instante caería en la nada si la mano de Dios no le sostuviera. El hombre, sin el concurso de Dios, no puede hacer cosa alguna, porque los seres creados no pueden obrar sin el concurso de la Causa primera.
Por consiguiente, el hombre, en todo su ser y en todas sus acciones, depende de Dios su Creador y su Señor. Ser creado y ser independiente, es quimérico y contradictorio. El hombre, criatura inteligente, conoce esta dependencia; criatura libre, debe proclamarla. Cuando la proclama, adora a Dios. La palabra adorar significa rendir el culto supremo, el honor soberano, que consiste en reconocer en Dios la más alta soberanía y en nosotros la más alta dependencia. La ley natural nos dice: Puesto que Dios es tu Creador, tu Señor y tu Dueño, debes reconocer su majestad suprema y anonadarte como su más rendido servidor y su más humilde criatura. Adorar a Dios es, pues, el primer deber del hombre.
Dios es el Señor, el hombre debe servirle. El artista es el dueño, el propietario de su obra. Ahora bien, la propiedad fructifica para su dueño; el siervo, por consiguiente, debe servir a su dueño; el siervo, por consiguiente, debe servir a su dueño según sus facultades. Estas son verdades incontrastables y admitidas por todos.
Dios es el Señor y Dueño del hombre por un título superior a todos los títulos de propiedad, por el título de Creador. El hombre nada tiene que no haya recibido de Dios; luego, debe emplear todas sus facultades en el servicio y para la gloria de su Señor. Debe emplear su inteligencia en conocer a Dios y sus perfecciones, su corazón en amarle, su voluntad en obedecerle, su cuerpo en servirle; finalmente, todo su ser en procurar su gloria. Servir a Dios es, pues, un gran deber para el hombre.
Dios es el bienhechor, el hombre debe darle gracias. Es cosa por todos admitida que, con relación a un bienhechor, la gratitud es un deber, la ingratitud un crimen. Dios es el bienhechor soberano del hombre; todo en nosotros es un favor de Dios, todo lo recibimos de Él: cuerpo, alma, vida. Fuera de nosotros, también todo es favor de Dios: el pan que nos alimenta, el agua que apaga nuestra sed, el vestido que nos cubre, la luz que nos ilumina, el aire que nos hace vivir, en fin, todas las cosas que nos sirven. Luego debemos a Dios el tributo de nuestra gratitud. Este en un deber riguroso para todo el mundo.
Dios es el Padre, el hombre debe amarle. En la familia, el hijo debe a su padre respeto, sumisión y amor; es un deber innegable. Y ¿Por qué el hijo está obligado a honrar así al padre? ¿Acaso porque el padre es rico? No. ¿Porque es sabio? No "Aunque sea pobre, ignorante, enfermo, tiene siempre derecho a la veneración y al amor de su hijo, por el solo motivo de ser su padre.
Ahora bien, Dios es para nosotros más que un padre y una madre. Dios ha modelado con sus manos divinas el cuerpo del hombre; le ha dado el alma y la vida: cada día vela por él, y le colma de los beneficios de su Providencia. Luego es un deber del hombre amar a su Padre celestial. El hijo que olvida los deberes que tiene ara con su padre es un hijo desnaturalizado, un ser degradado, un monstruo de ingratitud. ¿Qué diremos entonces del hombre que olvida sus deberes para con Dios, su Bienhechor y su Padre?
Dios es el legislador, el hombre debe obedecer sus leyes. Nadie puede negar la existencia de la ley natural que Dios impone al hombre como consecuencia de la naturaleza que le ha dado; esta ley natural está escrita en el corazón de todo hombre por la mano de Dios mismo, de modo que nosotros tenemos en nuestro interior una voz, la voz de la conciencia, que nos hace conocer las prescripciones de esta ley divina. Si el hombre no sigue los principios de moralidad grabados en su conciencia, se hace culpable ante el soberano Legislador. Dios, infinitamente justo y santo, debe castigarle. Por consiguiente, el hombre que ha violado la ley de Dios, debe hacer penitencia, bajo pena de caer en manos de un juez inexorable. De ahí la obligación para el hombre de satisfacer a la justicia divina y ofrecer a Dios expiaciones por sus faltas.
Dios es la fuente de todos los bienes, el hombre debe elevar a Él sus plegarias. Dios es el océano infinito de todo bien y el libre dispensador de todos los dones; y, al contrario, el hombre no posee nada por sí mismo, y debe, por lo tato, pedírselo todo a Dios. En este mundo, el pobre suplica al rico, el enfermo al médico, el ignorante al sabio y el criminal al Jefe del Estado. Pero Dios es el rico, y el hombre, el pobre; Dios es el médico y el hombre el enfermo; Dios es el sabio y el hombre el ignorante; Dios es el soberano y el hombre el culpable. De ahí para el hombre el gran deber de la oración; es de necesidad absoluta.
Así la adoración, la sumisión, la gratitud, el amor, la expiación, la oración son los principales deberes del hombre, deberes que dimanan de la naturaleza de Dios yde sus relaciones con nosotros. Todos estos deberes son obligatorios, necesarios, y forman los actos esenciales de la religión. Luego la religión es obligatoria y necesaria.
Dios tiene derecho a estos diversos homenajes de parte del hombre, y los exige, porque Él lo ha creado todo para su gloria; y son precisamente los seres inteligentes y libres los encargados de adorarle, de amarle, de darle gracias, de alabarle en su nombre y en el de toda la creación.
61. P. ¿Necesita Dios de los homenajes de los hombres?
R. Dios nada necesita, se basta plenamente a sí mismo y nuestros homenajes no le hacen más perfecto ni más feliz. Pero Dios nos ha dotado de inteligencia y de amor, para ser conocido y amado por nosotros; tal es el fin de nuestra creación.
La religión es, pues, un deber de estricta justicia; el hombre está obligado a practicar la religión para respetar los derechos de Dios y obtener así su último fin.
Indudablemente, Dios no necesita de nuestro culto. Esta palabra necesidad no puede ser empleada sino con relación a las criaturas, jamás con relación a Dios. Pero ¿necesita Dios crearnos? ¿Necesita conservarnos? ¿Nuestra existencia le hace más feliz?... Si, pues, Dios nos ha creado, si nos conserva, aunque no necesite de nosotros, no debemos apreciar lo que nos pide por el provecho que le resulta.
El ser necesario, siendo necesariamente todo lo que es y todo lo que puede ser, se basta a sí mismo. Pero es necesario determinar lo que debemos a Dios, tomando como punto de partida lo que piden nuestras relaciones esenciales con Él. – Dios no necesita, necesariamente, que honremos y amemos a nuestros padres; sin embargo, lo manda porque los deberes de los hijos nacen de las relaciones que los ligan con sus padres. – Dios no precisa que nosotros respetemos las reglas de la justicia; sin embargo lo manda porque estas reglas están fundadas sobre nuestras relaciones con nuestros semejantes. – Así, aun cuando Dios no necesite de nuestros homenajes, los demanda porque son la expresión de las relaciones del hombre con Dios. La religión quiere que seamos religiosos para con Dios, como la moral quiere que seamos justos para con los hombres.
A todo derecho corresponde un deber: a los derechos de Dios corresponden los deberes de los hombres. Los derechos de Dios sobre el hombre son evidentes, eternos, imprescriptibles, más que los derechos de un padre sobre su hijo; luego, tales son los deberes del hombre para con Dios. La religión es para nosotros un deber de justicia, que hay que llenar so pena de violar los derechos esenciales de Dios.
62. P. ¿Puede Dios dispensar de la religión al hombre?
R. No; porque Dios no puede renunciar a sus derechos de Creador, de Señor, de fin último. Así como el padre no puede dispensar a sus hijos del respeto, de la sumisión y del amor que le deben, así tampoco puede Dios dispensarnos de practicar la religión.
R. No; porque Dios no puede renunciar a sus derechos de Creador, de Señor, de fin último. Así como el padre no puede dispensar a sus hijos del respeto, de la sumisión y del amor que le deben, así tampoco puede Dios dispensarnos de practicar la religión.
Dios, sabiduría infinita y justicia suprema, debe necesariamente prescribir el orden. Pero el orden requiere que los seres inferiores estén subordinados al Ser supremo, que las criaturas glorifiquen a su Creador, cada una conforme a su naturaleza. Luego el orden requiere que el hombre inteligente y libre rinda a Dios: 1°, el homenaje de su dependencia, porque Él es su Creador y su Señor; 2°, el homenaje de su gratitud, porque Él es su bienhechor; 3°, el homenaje de su amor, porque Él es su Padre y su Soberano Bien; 4° el homenaje de sus expiaciones, porque Él es su legislador y su juez; 5° el homenaje de su oraciones, porque Él es la fuente y el océano infinito de todos los bienes. Dios no puede renunciar a este derecho esencial de exigir nuestros homenajes, porque no sería Dios, ya que no amaría el orden y la justicia.
Dios podía no crearnos, pero desde el momento que somos la obra de sus manos, su dominio de nosotros es inalienable. Nosotros debemos emplear nuestra inteligencia en reconocer su soberano dominio; nuestra voluntad, en obedecer sus santas leyes; nuestro corazón, en amarle sobre todas las cosas, y en dirigir nuestra vida hacia Él, puesto que es nuestro fin último.
B ) LA RELIGIÓN ES NECESARIA AL HOMBRE
63. P. ¿Puede el hombre ser feliz sin religión?
R. No; sin religión el hombre no puede ser feliz ni en este mundo ni en el otro.
El hombre no es feliz en este mundo sino cuando sus facultades están plenamente satisfechas: es así que sólo la religión puede dar tranquilidad al espíritu, paz al corazón, rectitud y fuerza a la voluntad. Luego sin religión el hombre no puede ser feliz en este mundo.
No puede serlo en la vida futura, porque sin religión no puede alcanzar la felicidad, que es la posesión de Dios, Soberano Bien.
Así, todo lo que la religión pide al hombre para conducirle a la felicidad eterna, es el permiso de hacerle feliz en la tierra.
El hombre ha nacido para ser bienaventurado, y aspira, natural e irresistiblemente a la felicidad como a su fin último. Pero el hombre ha recibido de su Creador la facultad de conocer, de amar y de obrar: la facultad de amar al Bien supremo, que es el objeto de su corazón; la facultad de obrar, es decir, de aspirar libremente a conseguir la verdad y el Bien supremo, que debe ser el trabajo de su voluntad libre.
1° La inteligencia necesita de la verdad y de la verdad en entera: las partículas de verdad esparcidas por las criaturas no pueden bastarle; necesita de la verdad infinita, que sólo se halla en Dios. Luego, ante todas las cosas, la inteligencia necesita del conocimiento de Dios, su principio y su fin. Pero como la religión es la única que ofrece soluciones claras, precisas y plenamente satisfactorias a todas las cuestiones que el hombre no puede ignorar, debemos concluir que la religión es necesaria.
Por eso todos los sabios, verdaderamente dignos de tal nombre, se han mostrado profundamente religiosos. La frase de Bacon será siempre la expresión de la verdad: Poca ciencia aleja de la religión, mucha ciencia lleva a ella.
2° El corazón del hombre necesita del amor de Dios, porque ha sido hecho para Dios, y no puede hallar reposo ni felicidad sino amando a Dios, su Bien supremo. Ni el oro, ni los placeres, ni la gloria podrán jamás satisfacer el corazón del hombre: sus deseos son tan vastos, que no bastan a llenarlos todas las cosas finitas y pasajeras. Por eso todos los santos, todos los corazones nobles, todos los hombre hallan en la religión una alegría, una plenitud de contento que no podrán dar jamás todos los placeres de los sentidos y todas las alegrías del mundo.
3° La voluntad del hombre necesita de una regla segura para dirigirse hacia el bien y de motivos capaces de sostener su valor frente a las pasiones que hay que vencer, a los deberes que hay que cumplir, a los sacrificios que hay que hacer. Pues bien: sólo la religión puede dar a la voluntad esta firmeza, esta energía soberana, mostrándole a Dios como al remunerador de la virtud y castigador del crimen. A no ser por el freno saludable del temor de Dios, el hombre se abandonaría a todas las pasiones y se precipitaría en un abismo de miserias"
Finalmente la religión nos proporciona en la oración un consuelo, en la esperanza un remedio, en el amor de Dios una santa alegría, en la resignación un socorro y una fuerza; y además, nos hace entrever después de esta vida, una felicidad completa y sin fin. El hombre religioso es siempre el más consolado.
El hombre sin religión es, no solamente un gran criminal para con Dios, sino también un gran desgraciado, aun en este mundo. Es evidente que será más desgraciado todavía en la vida futura, porque sin la práctica de la religión no se puede alcanzar el bien supremo, que es la posesión de Dios.
C) LA RELIGIÓN ES NECESARIA A LA SOCIEDAD .
R. La religión es absolutamente necesaria al hombre para vivir en sociedad con sus semejantes.
La sociedad necesita:
1° En los superiores que gobiernan, justicia y pronta disposición a servir y favorecer a los demás.
2° En los súbditos, obediencia a las leyes.
3° En todos los asociados, virtudes sociales.
Ahora bien, sólo la religión puede inspirar: a los superiores la justicia y la disposición a sacrificarse en bien de los súbditos; a éstos, el respeto al poder y la obediencia; a todos, las virtudes sociales, la justicia, la caridad, la unión, la concordancia y el espíritu de sacrificio por el bien de los demás. Luego la religión es necesaria a la sociedad.
El fundamento, la base de toda sociedad, es el derecho de mandar en aquellos que gobiernan, y el deber de obedecer en aquellos que son subordinados. ¿De dónde viene ese derecho de mandar, que constituye la autoridad social? No puede venir del hombre, aun tomado colectivamente, puesto que todos los hombres son iguales por naturaleza, nadie es superior a sus semejantes. Este derecho no puede venir sino de Dios que, creando al hombre sociable, ha creado de hecho la sociedad. Luego para justificar este derecho, hay que remontarse hasta Dios, autoridad suprema, de la cual dimana toda autoridad.
1° Las autoridades deben ser justas y estar consagradas al bien público. La sociedad necesita de buenas autoridades que gobiernen con justicia, que se den por entero a procurar la felicidad de sus súbditos y sean para ellos verdaderos padres de familia. Ahora bien, gobernantes sin religión no pueden procurar la felicidad de los pueblos, como reconoce el mismo Voltaire: “Yo no quisiera, decía, tener que ver con un príncipe ateo, que hallara su interés en hacerme machacar en un mortero; estaría seguro de ser machacado" y añade: “Sí el mundo fuera gobernado por ateos, sería lo mismo que hallarse bajo el imperio de los espíritus infernales que nos pintan cebándose en sus víctimas”.
La religión, en cambio, enseña a los que tienen en sus manos el poder, que ellos son los ministros de Dios para el bien de los hombres sus hermanos; les enseña que la autoridad es un depósito del que rendirán cuenta al juez supremo. ¿Este no es soberanamente eficaz para obligar a las autoridades a practicar la justicia y consagrarse a la felicidad de sus pueblos?
2° Los súbditos deben respeto y obediencia a la autoridad. El espíritu de revuelta y de insurrección es incompatible con la tranquilidad y la felicidad de los pueblos. Los súbditos sin religión estarán siempre prontos para hacer revoluciones, y no retrocederán ante ningún crimen, con tal de satisfacer sus apetitos: testigos, los anarquistas modernos. Sólo la religión muestra en el poder legítimo una autoridad establecida por Dios: sólo ella enseña de una manera eficaz el respeto y la obediencia; sólo ella ennoblece la sumisión y nos enseña que el legislador ha recibido de Dios su poder y que los súbditos están obligados a obedecer las leyes justas y honestas como a Dios mismo. Dando a Dios lo que es de Dios, los súbditos aprenden a dar al César lo que es del César.
2° Los súbditos deben respeto y obediencia a la autoridad. El espíritu de revuelta y de insurrección es incompatible con la tranquilidad y la felicidad de los pueblos. Los súbditos sin religión estarán siempre prontos para hacer revoluciones, y no retrocederán ante ningún crimen, con tal de satisfacer sus apetitos: testigos, los anarquistas modernos. Sólo la religión muestra en el poder legítimo una autoridad establecida por Dios: sólo ella enseña de una manera eficaz el respeto y la obediencia; sólo ella ennoblece la sumisión y nos enseña que el legislador ha recibido de Dios su poder y que los súbditos están obligados a obedecer las leyes justas y honestas como a Dios mismo. Dando a Dios lo que es de Dios, los súbditos aprenden a dar al César lo que es del César.
3° Todos necesitan de las virtudes sociales. Los derechos y bienes de cada uno, la propiedad, el honor, la vida, deben ser respetados. No puede existir la felicidad donde priva el robo, la calumnia, el homicidio" Pero es imposible obtener de un pueblo sin religión el respeto a los derechos y bienes de todos los asociados. La única ley del hombre sin religión es sufrir lo menos posible y gozar de todo lo que pueda. Este hombre estará, por consiguiente, siempre pronto a robar, calumniar, matar, si su interés personal se lo aconseja. Y, ¿qué seguridad, qué felicidad puede esperar entonces la sociedad con semejantes ciudadanos? “El hombre sin religión es un animal salvaje, que no siente su fuerza sino cuando muerde y devora”.– MONTESQUIEU.
La moral sin Dios, la moral independiente, es una moral sin base y sin cumbre, una moral quimérica, que carece de fuerza obligatoria y de sanción eficaz. Dios debe ser la base y fundamento de la moral. Por eso la moral sin religión es una justicia sin tribunales, es decir, nula.
Cuando la conciencia no está dirigida por el temor y el amor de Dios, no tiene más norma que sus pasiones, sus deseos, sus caprichos, sin más móvil que el antojo, el egoísmo, la astucia, el fraude.
Es pues, manifiesto que sin Dios no hay virtudes sociales. El mismo incrédulo Rousseau lo confiesa: “Yo no acierto a comprender cómo se puede ser virtuoso sin religión; he profesado durante mucho tiempo esta falsa opinión, de la que me he desengañado”. No se halla heroísmo y la abnegación sino en la religión que los inspira.
CONCLUSIÓN. – “Si la religión es necesaria a la sociedad, ésta debe, como el individuo, reconocer, mediante un culto público y solemne, el soberano dominio de Dios; tanto más cuanto que, particularmente por medio de sus ceremonias religiosas, eleva los pensamientos, depura los sentimientos del pueblo y lo mejora. Era menester llegar a nuestros tiempos para hallar hombres que piden la separación de la Iglesia y del Estado; esta concepción es un producto del ateísmo moderno”. –
GUYOT .
D ) LA EXPERIENCIA PRUEBA LA NECESIDAD DE LA RELIGIÓN
Además de lo dicho, podemos acudir en este punto a las lecciones de la experiencia. Las ciudades y las naciones más religiosas han sido siempre las más tranquilas y florecientes. “En todas las edades de la historia, dice Le Play, se ha notado que los pueblos penetrados de las más firmes creencias en Dios y en la vida futura se han elevado rápidamente sobre los otros, así por la virtud y el talento como por el poderío y la riqueza”.
Los crímenes se multiplican en una nación a medida que la religión disminuye. Por esto, los que tratan de destruir la religión en un pueblo son los peores enemigos de la sociedad, cuyos fundamentos socavan. “Sería más fácil construir una ciudad en los aires, que construir una sociedad sin templos, sin altares, sin Dios”. PLUTARCO. – “Aquél que destruye la religión, destruye los fundamentos de toda sociedad humana, porque si religión no hay sociedad posible”. PLATON.
MAQUIAVELO ha dicho con razón: “La adhesión a la religión es la garantía más segura de la grandeza de un Estado; el desprecio de la religión es la causa más cierta de su decadencia. Si nuestro siglo está bamboleando, si el mundo está amenazado de muerte, no hay que buscar el origen de este mal sino en la falta de religión. La vieja sociedad pereció, porque Dios no ha entrado todavía en ella”. La revolución, al reconquistar la sociedad sobre bases nuevas, ha olvidado que Dios debía ser la piedra angular del edificio: y en ese olvido está la fuente del mal. Ni cambios políticos ni revoluciones conseguirán nada. No hay más que un remedio: restablecer sobre los derechos de los hombres, los derechos de Dios; reconocer, de una vez para siempre que si el hombre es el rey de la creación, no es su creador. A este precio únicamente se puede conseguir la salvación. Privado de Dios, el edificio social no puede permanecer mucho tiempo en pie.
Devolved, pues, la religión a la sociedad, vosotros a quienes están confiados sus destinos, si queréis que viva. En vez de tratar a la religión como enemiga, sabed que ella es vuestro auxilio indispensable, y que el primer deber de todo gobernante, es el profesar, proteger y defender la religión.
Napoleón I, que había visto de cerca al hombre sin religión, decía: “A ese hombre no se le gobierna, se le ametralla. ¡Ah!, ¡Vosotros queréis que ese hombre salga de mis colegios!... No, no; para formar al hombre yo pondré a Dios conmigo”. En otra ocasión decía: “Sin religión, los hombres se degollarán por cualquier insignificancia”.
65. P. ¿Han reconocido todos los pueblos la necesidad de la religión?
R. Sí; y lo prueba la existencia de templos y altares en todos los tiempos y en todos los pueblos.
Así como las escuelas demuestran que los pueblos han reconocido la necesidad de la instrucción, y los tribunales la de la justicia, así los templos y los altares demuestran que han reconocido la necesidad de la religión.
Así como es imposible hallar un pueblo que no conozca la existencia de un Dios, también lo es hallar uno que no le honre. “Jamás se fundó un Estado sin religión, y si lo encontráis, estad seguros de que no se diferencia de las bestias”.- Hume.
I I . NATURALEZA DE LA RELIGIÓN:
CULTO INTERNO, EXTERNO Y PÚBLICO
66. P. ¿Cuáles son los elementos esenciales de toda religión?
R. Hay tres elementos esenciales que integran el fondo de toda religión. Todas tienen verdades que creer, leyes que guardar y un culto que rendir a Dios. Tres palabras expresan estos tres elementos: dogma, moral y culto.
La religión es el conjunto de los deberes del hombre para con Dios. El hombre debe a su Creador el homenaje de sus diferentes facultades. Debe emplear su inteligencia en conocerle, su voluntad, en conservar sus leyes, su corazón y su cuerpo, en honrarle con un culto conveniente. Tal es la razón íntima de estos tres elementos esenciales de toda religión.
67. P. ¿Cómo manifiesta el hombre su religión?
R. Las relaciones del hombre con Dios deben traducirse por sentimientos interiores y por actos exteriores, que toman el nombre de culto.
El culto es el homenaje que una criatura rinde a Dios. Consiste en el cumplimiento de todos sus deberes religiosos.
Hay tres clases de cultos: el culto interno, el externo y el público o social. Estos tres cultos son necesarios.
La religión no es una ciencia puramente teórica; no basta reconocer la grandeza de Dios y los lazos que nos unen a Él: debe haber, de parte del hombre, un homenaje real de adoración, de respeto y de amor hacia Dios: eso es el culto.
Debemos honrar, respetar a todas las personas que son superiores a nosotros, ya por sus méritos, ya por su dignidad, ya por su poder. El culto es el honor,el respeto, la alabanza que debemos a Dios. El culto, pues, no es otra cosa que el ejercicio o la práctica de la religión que ciertos autores definen: El culto de Dios.
1° El culto interno consiste en los homenajes de adoración, de amor, de sumisión que nuestra alma ofrece a Dios, sin manifestarlos exteriormente por actos sensibles.
Este culto interno constituye la esencia misma de la religión; por consiguiente, es tan necesario y tan obligatorio como la religión misma. Un homenaje exterior cualquiera, que no dimane de los sentimientos del alma, no sería más que una demostración hipócrita, un insulto más que un homenaje. Dios es espíritu, y ante todo, quiere adoradores en espíritu y en verdad.
El primer acto de culto interno es hacer todas las cosas por amor de Dios; referirlo todo a Dios es un deber, no sólo para las almas piadosas, sino también para todos los hombres que quieran proceder de acuerdo con las leyes de la razón, porque ésta nos dice que, siendo servidores de Dios, debemos hacerlo todo para su gloria.
2° El culto externo consiste en manifestar, mediante actos religiosos y sensibles, los sentimientos que tenemos para con Dios. Es la adoración del cuerpo, que junta las manos, se inclina, se prosterna, se arrodilla, etc., para proclamar que Dios es el Señor y Dueño. Así, la oración vocal, el canto de salmos e himnos, las posturas y ademanes suplicantes, las ceremonias religiosas, los sacrificios son actos de culto externo. Estos actos suponen los sentimientos del alma, y son con relación a Dios, las señales de respeto y de amor que un hijo da a su padre.
3° El culto público no es más que el culto externo rendido a Dios, no por un simple particular, sino por una familia, por una sociedad, por una nación. Este es el culto social.
Ciertos deístas pretenden elevarse por encima de las preocupaciones populares, no aceptando más culto que el del pensamiento y del sentimiento, ni más templo que el de la naturaleza. Tienen, según ellos, la religión en el corazón, y rechazan como inútil todo culto externo y público. Nada más falso que esta teoría, conforme se probará en las dos siguientes preguntas.
68. P. ¿Es necesario el culto externo?
R. Sí; el culto externo es absolutamente necesario por varios motivos:
1° El cuerpo es obra de Dios como el alma; es junto, por tanto, que el cuerpo tome parte en los homenajes que el hombre tributa a Dios.
2° El hombre debe rendir a Dios un culto conforme con su propia naturaleza; y como es natural al hombre expresar, mediante signos sensibles, los sentimientos interiores que experimenta, el culto externo es la expresión necesaria del culto interno.
3° El culto externo es un medio de sostener y desarrollar el interno. A no ser por las exterioridades de la religión y sus prácticas, la piedad interior desaparecería y nuestra alma no se uniría nunca a Dios.
a) Mediante el culto externo, el hombre rinde homenaje de la Creación entera, cuyo pontífice es. Se prosterna para adorarle, edificando iglesias, adornando santuarios, el hombre asocia la materia al culto del espíritu y, por su intermedio, la creación material rinde a su Criador un legítimo homenaje.
b) El culto externo es natural al hombre. Este, como hemos visto, es un compuesto de dos substancias, tan estrechamente unidas entre sí, que no puede experimentar sentimientos íntimos sin manifestarlos exteriormente. La palabra, las líneas del rostro, los gestos expresan naturalmente lo que sucede en su alma. El hombre no puede, pues, tener verdaderos sentimientos religiosos que vayan dirigidos a Dios, si no los manifiesta por medio de oraciones, cánticos y otros actos sensibles. El hombre que vive sin religión exterior, demuestra, por eso mismo, que carece de ella en su corazón. ¿Qué hijo, penetrado de amor y de respeto para con sus padres, no manifiesta su piedad filial?...
c) Hay más todavía: el culto externo es un medio eficaz para desarrollar el culto interno. El alma, unida al cuerpo, lucha con grandísimas dificultades para elevarse a las cosas espirituales sin el concurso de las cosas sensibles. Ella recibe las impresiones de lo exterior por conducto de los sentidos. La belleza de las ceremonias, los emblemas, el canto, etc., contribuyen a despertar y avivar los sentimientos de religión. Que un hombre deje de arrodillarse ante Dios, que omita la oración vocal, que no frecuenta la iglesia, y bien pronto dejará de tener religión en su alma. Lo averigua la experiencia. Con razón se ha dicho: “Querer reducir la religión a lo puramente espiritual, es querer relegarla a un mundo imaginario”.
69. P. ¿Es necesario el culto público?
R. Sí; es culto público es necesario.
1° Dios es el Creador, el Conservador y el dueño de las sociedades y de los individuos. Por estos títulos, las sociedades le deben homenaje social y, por consiguiente, público de sumisión.
2° El culto público es necesario para dar a los pueblos una idea elevada de la religión y de los deberes que impone.
3° Es un medio poderoso para conservar y aumentar en todos los hombres el amor a la religión. El ejemplo arrastra, y nada es tan eficaz como el culto público para hacer popular la religión.
Fuera de eso, el género humano ha reconocido siempre la necesidad del culto público, como lo prueban las fiestas, los templos, los altares establecidos en todos los pueblos.
1° Dios ha hecho al hombre sociable; no vive, ni crece, ni se conserva sino en la sociedad. Sus necesidades, sus facultades, sus inclinaciones, todo en el hombre justifica estas palabras del Creador: No es bueno que el hombre esté solo. De ahí la institución de la familia o sociedad doméstica; y también la de la sociedad civil que no es otra cosa que la prolongación de la familia. Un particular debe adorar a Dios en su corazón y expresar, mediante actos exteriores, los sentimientos de su alma: su naturaleza lo requiere así. Cada sociedad, compuesta de un cierto número de individuos a los cuales de entre sí, constituye una persona moral, que tiene sus deberes para con Dios, puesto que de Él depende, como el individuo. Es la divina Providencia la que forma y dirige las familias y las sociedades, y las eleva o las deprime, según sean fieles o no a las leyes divinas. Necesita, pues, la sociedad de un culto público o social para dar gracias a Dios por los bienes que sus miembros reciben en común: el estado social del hombre lo pide.
2° Sin el culto público, Dios no recibe el debido honor, y los hombres no comprenden la importancia de la religión. En la sociedad civil, para infundir respeto a la autoridad, se emplea el culto civil. Cuando el Jefe de Estado pasa por una ciudad, se levantan arcos de triunfo, flotan las banderas al aire, las bandas ejecutan marchas, lo jefes militares, vestidos de brillantes uniformes, van a saludar al gobernante, y las muchedumbres le aclaman. Pues bien, el primer Jefe de Estado, el Soberano de los soberanos es Dios. ¿Podrá el hombre negarle aquellos homenajes públicos y solemnes que rinde a sus representantes en la tierra? No, no; el culto público es necesario.
3° El culto público es el medio más eficaz para desarrollar los sentimientos religiosos. Suprimid en el hogar doméstico la oración en común, las buenas lecturas, el canto de plegarias, gozos e himnos, las imágenes sagradas, etc., y muy pronto los miembros de la familia dejarán de pensar en Dios. Entonces, el hijo pierde el respeto al padre; la hija a la madre; la unión, los afectos y atenciones mutuos dejan de existir. ¡Qué triste y desgraciada es una familia sin religión!...
En la sociedad civil, ¿hay algo más conmovedor que ver reunidos en torno del mismo altar a los gobernantes y a los gobernados, a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, formando una sola familia, arrodillada, delante del mismo padre?... El ejemplo ejerce una gran influencia y es soberanamente eficaz para excitar en alma el pensamiento y el amor de Dios.
Suprimid las iglesias, las asambleas, las fiestas, la solemne voz de la campana, las cruces erigidas en las plazas, y millones de hombres ya no verán nada que les obligue a decir: He aquí a tus hermanos que piensan en Dios; es menester que tú también pienses en Él. ¡Qué distinta una parroquia piadosa, de un barrio impío, donde nada recuerda a Dios y su culto!...
Si prescindís del culto público, ¿de qué medio te valdréis para movilizar a las masas? Del teatro, de los clubs, de los cafés, de los lugares de orgías. Cerrad las iglesias y las capillas, y en seguida os veréis obligados a construir cárceles. Desterrad la religión de las calles y plazas públicas, prohibiendo las procesiones, y no tardarán en verse frecuentadas por otras procesiones de gentes que, por cierto, no es santa. El culto público, por consiguiente, no es tan sólo un deber, sino también una cuestión de vida o muerte para la sociedad doméstica o civil.
70. P. ¿Qué se necesita para el culto externo y público?
R. Para el culto externo y público se necesitan la oración, los edificios sagrados, las ceremonias, un sacerdocio y días consagrados al culto. Estos cinco elementos se hallan en todos los pueblos.
1° Se necesita de la oración. Ella es una parte esencial del culto: con la oración se adora a Dios, se le alaba, se le dan gracias, se le ama, se le implora. De esta suerte, la oración incluye el ejercicio de las más excelentes virtudes: la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la confianza, la oración honra todas las perfecciones divinas: el poder, la sabiduría, la bondad de Dios. La oración es la primera necesidad de nuestra flaqueza, el primer grito del dolor y de la desgracia. Es un instinto que Dios ha puesto en nosotros; el mundo ha rezado siempre, y a pesar de los sofismas de la impiedad, el mundo no dejará nunca de rezar. Nunca el hombre es tan grande como cuando se anonada ante el Creador para rendirle homenaje e implorar su socorro.
“Yo creo, escribía Donoso Cortés, que los que rezan hacen más por el mundo que los que combaten, y que si el mundo va de mal en peor es porque hay más batallas que oraciones. Si nosotros pudiéramos penetrar en los secretos de Dios y de la historia, quedaríamos asombrados ante los prodigiosos efectos de la oración, aun en las cosas humanas. Para que la sociedad esté tranquila, se necesita un cierto equilibrio, que sólo Dios conoce, entre las oraciones y las acciones, entre la vida contemplativa y la vida activa. Si hubiera una sola hora de un solo día en que la tierra no enviara una plegaria al cielo, ese día y esa hora serían el último día y la última hora del universo”.
2° Se necesitan iglesias. Los edificios sagrados no son necesarios para Dios, porque todo el universo es su templo; pero lo son para el hombre, y los hallamos en todos los pueblos. En el templo estamos más recogidos, nos sentimos más cerca de Dios, rezamos en común, somos instruidos y excitados a la piedad por las ceremonias. Se necesitan casas especiales para los diversos servicios públicos: ministerios, palacios de justicia, casas consistoriales, escuelas, etc.; ¿y no se necesitarán iglesias donde el pueblo pueda reunirse para tributar a Dios un culto conveniente? Los edificios sagrados son tan necesarios para el culto, que los impíos comienzan a destruirlos, tan luego como tienen en sus manos el poder para perseguir a la religión. Si adornáis vuestros palacios, vuestras casas, vuestro monumentos públicos, con mucha más razón debéis adornar las iglesias, porque nada es demasiado hermoso para Dios.
3° Se necesitan las ceremonias. Ellas dan a los hombres una elevada idea de la majestad divina; estimulan y despiertan la piedad debilitada o dormida, y simbolizan nuestros deberes para con Dios y para con nuestros semejantes.
4° Se necesita un sacerdocio, es decir, presbíteros elegidos de entre los hombres para velar por el ejercicio del culto. Sucede con el culto lo que con las leyes: para asegurar el cumplimiento y aplicación de las mismas, se requiere jueces y magistrados; así también se requieren sacerdotes para vigilar por la conservación del culto y de las leyes morales. El sacerdote instruye, dirige, amonesta y preside los acontecimientos más importantes de la vida; él es quién, en nombre de todos, ofrece el sacrificio, acto el más importante del culto.
En todas las religiones se hallan sacerdotes, señal clara de que todos los pueblos los han reconocido como necesarios.
Si hay alguna religión que debiera prescindir de los sacerdotes, sería seguramente la protestante, puesto que no hace falta el sacerdote cuando no hay altar, cuando cada cristiano está facultado para interpretar la Biblia a su manera. Sin embargo, los protestantes tienen sus ministros, que, aunque desprovistos de todo mandato y autoridad, comentan el Evangelio.
Los masones tienen sus logias, que vienen a ser su templo. Allí, con la aparatosa majestad de un pontífice, el venerable, revestido de ornamentos simbólicos, preside ritos y juramentos, que serían ridículos si no fueran satánicos.
¡Y los librepensadores!... Proclaman ferozmente a todos los vientos que no quieren culto ni sacerdotes; y después inventan el bautismo civil, el matrimonio civil, el entierro civil, etc., donde, en lugar del sacerdote católico, está el sacerdote del ateísmo, que parodia la liturgia y las oraciones de la Iglesia.
¡Tan cierto es que los hombres no pueden mudar la naturaleza de las cosas! No hay sociedad sin religión, ni religión sin culto, ni culto sin sacerdotes. Si no se adora a Dios, se adora a Satanás o a sus ídolos; si no se obedece al sacerdote de Dios, se obedece al sacerdote de Lucifer.
5o Se necesitan días especialmente consagrados al culto. Así como el hombre debe a Dios una porción del espacio, que le consagra edificando templos, también le debe una porción del tiempo, que le da consagrando al culto algunos días de fiesta. Todos los pueblos han tenido días festivos en honor de la divinidad, hecho extraño que sólo puede explicarse por la revelación primitiva. La división del tiempo en semanas, la santificación de un día cada siete, es una costumbre constantemente observada de todos los pueblos. “La semana, dice el incrédulo Laplace, circula a través de los siglos; y cosa muy digna de notarse es que sea la misma en toda la tierra”. El séptimo día se convierte en el día de Dios y en el día del hombre. Los pueblos cristianos lo llamaron domingo. Es el día en que Dios y el hombre se encuentran al pie de los altares y en que se establece entre ellos un santo comercio por el intercambio de plegarias y de gracias.
Si no existiera el domingo, el hombre olvidaría que hay un cielo eterno que debemos ganar, un alma que debemos salvar, un infierno que debemos evitar ¿Es acaso demasiado pensar en esto un día por semana?
Faltando la institución del domingo, los habitantes de un pueblo no se reunirían nunca para alabar a Dios y rendirle culto público y social.
El domingo trae aparejadas otras ventajas: 1° Es necesario para el cuerpo humano, porque éste se abatiría luego sin un día de reposo por semana. 2° Es necesario a la familia, cuyos miembros no pueden reunirse más que ese día para gozar de las verdades y dulzuras de la vida. 3° Es necesario a la felicidad social, porque la Iglesia es la única escuela de fraternidad, de concordia y de unión de clases.
Por esto, hacer trabajar al obrero el domingo, no es solamente un crimen contra Dios, sino también un ultraje a la libertad de conciencia y a la fraternidad social.
Faltar a las prácticas del culto público equivale a profesar el ateísmo y la impiedad, además de constituir un grave escándalo para la propia familia y para los conciudadanos del que falta a tan sagrado deber.
III. FUTILIDAD DE LOS PRETEXTOS ALEGADOS POR LOS INDIFERENTES PARA DISPENSARSE DE PRACTICAR LA RELIGIÓN.
1. ¿Qué me importa la religión? Yo puedo pasar sin ella.
R. Es lo mismo que si dijeras: ¿Qué me importan las leyes civiles? Yo puedo pasar sin ellas; quiero seguir mi antojo. Si no observas las leyes de tu país, te expones a que te recluyan en una cárcel. Si no observas las leyes de Dios, Él, infaliblemente, te encerrará en una cárcel eterna, de la que no se sale jamás.
Puedes pasar sin religión, como puedes pasar sin el cielo. Pero si no vas al cielo, tienes que ir al infierno. No hay término medio: o el cielo o el infierno. Al cielo van los fieles servidores de Dios, y al infierno los que se niegan a servirle. Ahora bien, el servicio de Dios consiste en la práctica de la religión. Puedes protestar cuanto te plazca, pero no lograrás cambiar los eternos decretos de Dios, tu Creador y Señor.
Un hombre sin religión es un rebelde y un ingrato para con Dios; un insensato para consigo mismo; un escandaloso para con sus semejantes.
1° Un rebelde. Dios nos ha creado. Nosotros le pertenecemos como la obra pertenece al obrero que la ha hecho. Negarnos a cumplir el fin para el cual nos formaron las manos divinas, es negar la relación incontestable de la criatura al Creador; es la destrucción del orden, la rebelión.
Es un rebelde el hijo que desobedece a sus padres, los cuales no son sino los instrumentos de que Dios se ha servido para darle el ser. ¿Cuál será el crimen de aquél que desobedece a Dios, a quien se lo debe todo: su cuerpo, su alma, su corazón y la promesa de una felicidad sin término?...
2° Un ingrato. Un hombre sin religión es un ingrato. Nosotros marcamos con este estigma la frente del hijo que desprecia a su padre, la frente del favorecido que olvida a su bienhechor. Pues bien, Dios es el Padre por excelencia, y todo lo que tenemos, todo lo que somos, todo nos viene de Dios.
Huelga decir que la gratitud es el primero de los deberes. El niño lo sabe: las dos manitas que salen fuera de la cuna dicen: mamá, yo te amo. La voz conmovida del pobre, sus lágrimas cayendo sobre la mano que le ha alimentado o vestido, traducen los sentimientos de su corazón. Y nosotros, hijos de Aquél que nos ha dado todo: nosotros, infelices mendigos, a quienes Dios sacó de la nada, ¿nosotros tendremos el derecho de pasar por el camino de la vida sin decir “gracias” a Aquél a quien le debemos todo?... No, no es posible. El día que el hombre pueda decir sin mentira: yo no debo nada a Dios, me basto a mi mismo ese día ser independiente, y dispensado de todo deber. Pero ese día no llegará nunca: seremos eternamente las criaturas, los deudores del Altísimo y, por lo tanto, le deberemos el testimonio de nuestra gratitud eterna.
3° Un insensato. Se considera insensato todo el que destruye sus bienes, rompe los enseres de su casa y arroja su dinero a la calle. ¿Y qué debemos pensar de aquél que, deliberadamente, destruye sus bienes espirituales, se cierra el cielo y arroja para siempre su alma al infierno? Tal es el hombre sin religión. Él se pierde completamente, y su pérdida es irreparable, eterna.
4° Un escandaloso. El mayor escándalo que el hombre pueda dar es el mostrarse indiferente para con Dios. Sin duda dirá: Yo no ofendo a nadie. Pregunto: ¿Y no injurias a Dios no glorificándole? ¿No injurias tu alma, que arrojas al fuego eterno? ¿No injurias a tu familia, a tus semejantes con el gran escándalo de tu indiferencia? No les puedes causar mayor perjuicio que el de arrastrarlos con tu ejemplo al desprecio de la religión y a la condenación eterna.
2. ¿Para qué sirve la religión?
R. 1° Esta es una pregunta impertinente, que raya en impiedad. No se trata de saber si la religión no es útil y agradable; basta que su ejercicio sea un deber para nosotros. Hemos probado que la religión es un deber estricto para el hombre; sabemos, por otra parte, que es bueno quien cumple con sus deberes y malo quien no los cumple. Que el deber, pues, nos sea agradable o desagradable, poco importa; hay que cumplirlo. Luego es necesario practicar la religión.
Pero no hay nada más dulce que el practicar la religión, puesto que ella responde a las más nobles aspiraciones del alma. ¿Qué es Dios? ¿Qué es el hombre? Dios es la luz, la belleza, la grandeza, el amor y la vida. El hombre, inteligencia y corazón, aspira con todas sus ansias a la luz, a la belleza, a la vida; con sus debilidades, indigencias y dolores llama en su auxilio el poder, la bondad y la paternidad de Dios.
Si tal es Dios y tal el hombre, ¿no ves que todo los une? Dios se inclina con sus bondades y sus tesoros, y el hombre se eleva con sus aspiraciones y necesidades: la religión es el templo donde ambos se encuentran y abrazan. Dios, amando al hombre y descendiendo hacia él; el hombre, llevado en las alas de la fe, de la esperanza y del amor, remontándose hacia Dios y descansando su corazón de Padre: he ahí su grandeza, su armonía...
La religión sirve a Dios y sirve al hombre; y ahí tienes la razón que explica por qué la religión jamás será destruida. Para ello sería necesario aniquilar a la vezel infinito amor de Dios y el corazón del hombre, que se buscan y se encontrarán siempre.
Muchos volúmenes se han escrito y podrían escribirse sobre los beneficios de la religión, y nunca se agotaría la materia.
2° ¿Para qué sirve la religión? Para distinguir al hombre del animal; es la ciencia moderna quien lo dice y lo prueba. QUATREFAGES, en su hermoso libro de La Unidad de la Especie Humana, demuestra que dos rasgos caracterizan al reino humano: la conciencia, fundada sobre la distinción del bien y del mal, y la noción de Dios y de la vida futura, a lo que él llama la facultad religiosa. Estos dos rasgos, exclusivamente propios del hombre, son del todo extraños al animal. Un hombre no es un hombre sino porque es religioso. Luego, los que viven sin religión se separan de la humanidad, descienden un grado en la escala de los seres y se clasifican a sí mismos entre los monos más o menos perfeccionados: tal es la conclusión lógica de la ciencia.
Un día, el ilustre Newton, presidiendo un banquete de sabios, se levantó y dijo: “Propongo un brindis solemne y de honor por todos los hombres que creen en Dios y que le adoran: ¡bebo a la salud del género humano!”
El instinto religioso es el más profundo y más universal de la naturaleza humana. Donde hay rasgos de hombre, hay rasgos de religión.
3° ¿Para qué sirve la religión? Pregunta más bien, ¿para qué no sirve? Un gran filósofo declara que la religión es el aroma de la ciencia; ¿y no es acaso el aroma de la vida entera? Sin la religión no hay más que una felicidad: la de no haber nacido. ¿Para qué sirve la religión? Pregúntaselo a los pobres, a los afligidos, que encuentra en ella su consuelo; al joven, a quien preserva de las pasiones; a la joven, a quien convierte en ángel; al soldado, a quién infunde valor; a los obreros; a quienes hace honrados y económicos; a los habitantes de la ciudades, a quienes guarda de la corrupción; a los labradores, a quienes procura la felicidad en su vida sencilla y ruda.
Un gran criminal iba a ser ejecutado. Sentado en el jergón de su calabozo, escuchaba a un sacerdote que trataba de hacer penetrar en su alma el arrepentimiento y la esperanza. – “¡Padre!, grita de pronto el reo, yo soy muy culpable, pero conozco otros más culpables que yo; son aquellos que me han hecho ignorar lo que me estáis diciendo. La religión me habría salvado: sin ella, me he convertido en un monstruo, y ahora vedme aquí frente al patíbulo”.
A la mañana siguiente, estando ya en el patíbulo, abrazó el sacerdote y al crucifijo, y mostrándolos a la conmovida muchedumbre, gritó: “¡Pueblo! Aquí tienes a tus verdaderos amigos. Crean al hombre que va a morir por haberlo sabido demasiado tarde”.
4° ¿Para qué sirve la religión? Ella es la égida de la familia: inspira al esposo y al padre la dignidad y ternura; a la madre, el respeto y la abnegación; a los hijos, el sentimiento del deber y la piedad filial.
La religión es la salvaguardia de la sociedad: inspira a los gobernantes la justicia en sus resoluciones; impone al pueblo el respeto a la ley y el amor a la patria. ¿Qué sería de la sociedad sin religión? Un famoso socialista, Pedro Leroux, nos lo va a decir:
“– Puesto que hay en la tierra más que cosas materiales, bienes materiales, oro y estiércol, dadme mi parte de ese oro y estiércol – tiene el derecho de decirnos todo hombre que respira.
” – Tienes hecha tu parte – le responde el fantasma social que tenemos hoy.
” – Juzgo que está mal hecha – responde el hombre a su vez.
” – Con ella te contentabas antes – dice el fantasma.
” – Antes – insiste el hombre – había un Dios en el cielo, una gloria que ganar y un infierno que temer. Había también en la tierra una sociedad en la cual tenía yo mi parte, pues siendo vasallo tenía a lo menos el derecho del vasallo: obedecer sin envilecerme. Mi amo no me mandaba sin derecho o en nombre de su egoísmo, porque su poder se remontaba a Dios, que permitía la desigualdad en la tierra. Teníamos una misma moral y una misma religión; en nombre de esa moral y de esa religión, servir era mi suerte, mandar era la suya. Pero servir era obedecer a Dios y pagar con mi abnegación a un protector en la tierra. Y si era yo inferior en la sociedad seglar, era igual a todos en la sociedad espiritual, que se llamaba Iglesia. Y aun esta Iglesia no era más que el vestíbulo y la imagen de la verdadera Iglesia, de la Iglesia celestial, a la cual se dirigían mis esperanzas y miradas...; sufría para merecer; sufría para gozar la bienaventuranza... Tenía la oración, los sacramentos, el santo sacrificio. Tenía el arrepentimiento y el perdón de Dios. Ahora he perdido todo eso. No puedo esperar un cielo; ya no hay Iglesia. Me habéis enseñado que Cristo era un impostor; no sé si existe un Dios, pero sí sé que lo que hacen las leyes creen poco en ellas, y las hacen como si no creyesen ni poco ni mucho en su eficacia. Lo habéis reducido todo a oro y estiércol. ¿Para qué obedecer?... Si no hay Dios, no hay patronos; si no hay paraíso allá arriba, yo quiero mi parte en la tierra...”.
Ahí tienes lo que hoy se llama cuestión social. Cuestión terrible que agita al mundo y se agrava más cada día. ¿Quién la resolverá? Los políticos parecen que no la comprenden; los filósofos disparatan, los fusiles son impotentes; sólo Dios puede resolverla.
La religión previene a los pobres y a los obreros contra el lujo, los placeres y los gastos inútiles, que son la causa primera de sus desgracias. Fomenta el amor al trabajo, los hábitos de orden y economía, la paciencia en las adversidades y las penas, que son la fuente de la felicidad. Inspira a los ricos la caridad, la solicitud por los pobres, y conserva así la unión entre las diversas clases sociales.
Un pensador eminente, LE PLAY, que recorrió todo el mundo para estudiar la cuestión social, después de largas observaciones declara:
1° Que donde quiera que halló honrada la religión y observados los diez mandamientos de la ley de Dios, florecían la familia, el trabajo, la fuerza física, las costumbres, la prosperidad pública, la felicidad social.
2° Que donde, por el contrario, declinan la fe religiosa y la observancia del decálogo, allí se alteraban la moralidad, el amor al trabajo, el vigor de las razas, la fecundidad de las familias. Allí germinaban las discordias sociales que causan la ruina de los pueblos. Y Le Play habla aquí no como cristiano, sino como observador imparcial y muy reposado, con columnas de números y con pruebas palpables de todo género.
CONCLUSIÓN: – Nada es más útil que la religión.
3. La religión es buena para las mujeres.
R. 1° ¿Y por qué no para los hombres? Hombres y mujeres, ¿no son iguales ante Dios? ¿No tienen la misma naturaleza, los mismos deberes, los mismos destinos? Los hombres, ¿no son criaturas de Dios, y no deben, como las mujeres, proclamar su adhesión al Creador? Si Dios tiene derecho a las adoraciones de las mujeres, ¿por qué no ha de tener el mismo derecho a las adoraciones de los hombres? ¿O es porque tienes barba te crees con derecho para tratar a Dios de igual a igual?...
2° O la religión es verdadera o es falsa. Si es verdadera, tan verdadera es y, por lo mismo, tan buena para los hombres como para las mujeres. Si es falsa, es tan mala para las mujeres como para los hombres, porque la mentira no es buena para nadie.
3° La religión es necesaria a la mujer; pero lo es más todavía para el hombre, que ha recibido más beneficios de Dios y le debe, por consiguiente, más agradecimiento. En una familia, el hijo mayor, por ser el más favorecido en el reparto de los bienes patrimoniales, ¿no debe a sus padres mayor reconocimiento y amor que los demás hijos?El hombre es el primero en todo: el primero en la sociedad, el primero en las ciencias y en las artes, etc. Es conveniente, pues, que sea también el primero en glorificar a Dios y en practicar la religión. Él es el jefe de la familia, y ha recibido la misión de guiarla a su destino, que es Dios. ¿Acaso podría hacerlo, si no le da ejemplos de piedad, si no marcha el primero, como un capitán al frente de su compañía, bajo la bandera de la religión?
4° Dirás: La religión es cuestión de sentimiento. La mujer vive con el corazón, necesita emociones; el hombre es más positivista.
¿Y qué cosa hay más positivista que la religión? ¿Qué cosa más real que tu existencia? Vives, esto es positivo, y debes interrogarte para qué estás en la tierra. Tu razón te contestará: Tú vienes de Dios, tú eres su siervo, habitas su mansión, te calientas a los rayos de su sol, te alimentas con sus dones y no existes sino para ejecutar sus órdenes. Él es tu Señor y Dueño. Si no quieres acatar sus leyes, sal de su casa. Pero, ¿adónde irás que no te encuentres en su casa?...
¿Qué pensarías de un servidor que dijera a su señor: – Yo soy alimentado y vestido a tus expensas: muy bien. Pero no te debo obediencia y respeto; tu mandatos son cuestión de sentimiento, buenos únicamente para tus sirvientas, que viven del corazón?... – El lenguaje de este servidor, ¿no será un insulto a su patrón? Si no practicas la religión, ¿no eres más criminal con respecto a Dios?
5° ¿Qué quieres de más positivo que salvar tu alma, que el cielo que merecer, que el infierno que evitar? Para conseguirlo, ¿no es necesario vencer tus pasiones, practicar las virtudes, cumplir, en fin con todos tus deberes? Ahora bien, nada de esto puedes hacer sin la ayuda de la religión.
CONCLUSIÓN: – La religión es buena y necesaria para todos: Ella nos enseña a conocer, amar y servir a Dios, que es el Dios de todos. Ella nos conduce a cielo, que es la patria de todos. Y puesto que en el género humano el hombre ocupa siempre el primer puesto, el debe ser también el primero en la práctica de la religión.
Preguntaban un día a un viejo magistrado: – ¿Por qué hay menos mujeres que hombres en las cárceles? – la razón es, contestó, porque hay más mujeres que hombres en las iglesias.
4. Basta ser honrado.
R. 1° Sí; basta para evitar el patíbulo, pero no para ir al cielo. Basta ante los hombres quizá; pero no basta ante Dios, Soberano Juez.
2° Todo el mundo, hoy en día, pretende ser honrado. El joven que se entrega a sus pasiones desenfrenadas, te dirá con toda seriedad: ¡Soy un hombre honrado!– El patrón que abusa de sus obreros y los obliga a trabajar el domingo, so pena de ser despedidos, te dice: ¡Soy un hombre honrado! – El obrero que no aprovecha bien el tiempo porque trabaja a jornal, se atreve a decir que es un hombre honrado. – Todos los comerciantes se dicen honrados; y, sin embargo, los oyes decir, quejándose unos de otros: Por todas partes no se ven más que fraudes, injusticias, engaños Los hombres honrados que solo temen a los gendarmes son los partidarios de esta bella religión. ¡Qué religión tan cómoda la religión del hombre honrado!...
3° No tienes, dices, nada que te reproche: dominas tus pasiones y vives como Bayardo, sin miedo ni tacha. Pues entonces eres un milagro viviente, una verdadera maravilla; ¡es tan difícil vencer las pasiones sin el auxilio de la religión!... Si tus debilidades y tus caídas no aparecen a la luz del sol, es que sabes disimularlas bajo el manto de una repugnante hipocresía.
¡Cuántos hombres honrados para el mundo (que no juzga sino de lo exterior) son grandes criminales a los ojos de Dios, que penetra los pensamientos más íntimos del alma Pero aun cuando lo que afirmas fuera exacto, aun cuando fueras casto, justo, buen hijo, buen padre, buen ciudadano, etc., no serías el hombre honrado que la conciencia reclama.
4° No se es honrado cuando no se practica la religión. La honradez es, ante todo, la justicia, que consiste en dar a cada uno lo suyo. Ahora bien, la religión no es otra cosa que la justicia para con Dios. Luego aquél que no practica la religión no es honrado, porque no es justo para con Dios. ¿Qué le debes a Dios? Todo. ¿Qué le dais a Dios? Nada, o casi nada. Luego no eres honrado. Un ingrato, un rebelde, ¿puede decir: No tengo nada que reprocharme, soy un hombre honrado?...
5° Hay que reprobar la imprudente condescendencia que tienen algunos cristianos para con los hombres sin religión. Sucede muchas veces que, después de haber hecho u inmerecido elogio de esos desgraciados, se añade: ¡Sólo le falta un poquito de religión!... ¡Cómo! ¿Te atreves a llamar honrado a un hombre que no tiene religión? Pero, entonces, el Señor nuestro Dios, ¿merece tan poca estimación de los hombres, que descuidar su servicio no es a sus ojos una falta digna de censura?... Violar los derechos del Creador, del Padre celestial, de nuestro soberano Señor, ¿dejará de ser un delito suficientemente grave para perjudicar la buena reputación de un hombre e impedirle gozar fama de bueno y honrado? ¡Qué escándalo!
Los ladrones, los asesinos son menos culpables que los impíos, o que los hombres que viven sin religión, porque nuestras obligaciones para con Dios son mil veces más importantes que nuestras obligaciones para con los prójimos.
No hay que olvidar que Dios nos ha creado y colocado en este mundo para conocerle, amarle y servirle. El hombre que no sirve a Dios es un monstruo de la naturaleza, como lo sería el sol que no alumbrara ni calentara. El hombre que no tiene religión no se porta como hombre; es un ser degradado, una afrenta de la creación.
5. Yo tengo mi religión: sirvo a Dios a mi manera.
R. 1o Tendrías razón, si Dios hubiera dicho: Cada cual podrá servirme como quiera; pero no es así. Dios es el único que tiene derecho para decir cómo quiere ser honrado, lo mismo que el dueño tiene derecho para decir a su siervo la manera cómo se le ha de servir.
2° Un criado que, para excusarse de no haber cumplido las órdenes de su amo, le dijera: Te sirvo a mi manera, sería despedido inmediatamente. El obrero que quisiera hacer el trabajo a su capricho, sería despedido inmediatamente. Un soldado que dijera: Hago el ejercicio a mi manera, no se libraría del castigo. Juzguemos por esos ejemplos el castigo que merecería el hombre que tuviera la insolencia de decir a Dios: Yo tengo mi religión, os sirvo a mi manera. Si Dios es el Señor, ¿no es claro que a Él corresponde regular el culto que le conviene, y ordenar la manera cómo quiere que se le honre y se le eleven las plegarias?
3° Si cada uno se arrogara el derecho de crearse una religión a su manera, nacerían millares de religiones, ridículas y contradictorias, como lo prueba la historia de los pueblos pagano y de las sectas protestantes.
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