LA RELIGIÓN DEMOSTRADA
LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA
P. A. HILLAIRE
Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.
DECLARACIÓN DEL AUTOR
Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.
A. Hillaire.
T E R C E R A V E R D A D
EL HOMBRE NECESITA DE UNA RELIGIÓN
La religión es necesaria al hombre. – No hay más que una religión verdadera y buena. – La verdadera religión ha sido revelada por Dios. – Señales por la cuales se la puede conocer.
VI. SEÑALES O NOTAS DE LA REVELACIÓN DIVINA
81. P. ¿Podemos conocer mediante señales ciertas la religión revelada por Dios?
R. Sí; podemos conocerla por señales ciertas e infalibles, y las primeras de entre ellas son los milagros y las profecías.
Si Dios nos impone una religión, ha de dar señales o notas para distinguirla de las religiones falsas: la religión revelada debe llevar la firma de su autor. Un rey tiene su sello real para autorizar sus decretos; un hombre tiene su firma con que subscribe sus cartas. Dios también debe tener un sello, una firma que nadie pueda falsificar. El sello de Dios, la firma de Dios, es el milagro y la profecía.
En lo tocante al milagro y a la profecía, tenemos que considerar tres cosas:
1° Su naturaleza y posibilidad.
2° Su comprobación.
3° Su valor probatorio.
PRIMERA SEÑAL DE LA REVELACIÓN : EL MILAGRO
§ 1° NATURALEZA Y POSIBILIDAD DEL MILAGRO
82. P. ¿Qué es un milagro?
R. El milagro es un hecho sensible, que suspende las leyes ordinarias de la naturaleza, supera su fuerza y no puede ser producido sino por una intervención especial de Dios, como la resurrección de un muerto, la curación de un ciego de nacimiento.La palabra milagro designa un acontecimiento extraordinario que excita la admiración y causa sorpresa. Y en este sentido se habla de los milagros del genio, de la elocuencia, de la ciencia, etc. Tomado en este sentido general, el término milagro es completamente impropio. El milagro es un hecho divino que supera las fuerzas de la naturaleza y suspende sus leyes.
Para un verdadero milagro se necesitan tres condiciones:
1° Un hecho sensible, capaz de ser visto o percibido por los sentidos; si falta dicha condición, no puede servir como prueba de la revelación.
2° Un hecho contrario a las leyes de la naturaleza. El mundo está gobernado por leyes que Dios ha establecido: el fuego quema; las aguas corren; los muertos no vuelven a la vida. Si el fuego deja de quemar, si el agua se detiene, si un muerto vuelve a la vida, hay suspensión de estas leyes y, por consiguiente, hay milagro.
3° Este hecho requiere una intervención particular de Dios, porque ningún ser creado, por poderoso que sea, puede cambiar nada en las leyes establecidas por el Criador. Sólo Dios posee el poder de hacer milagros.
No hablamos aquí más que de milagros de primer orden, absolutamente divinos, sea en su substancia, sea en su modo. Estos milagros son hechos que por su naturaleza, o por la manera como se realizan, superan realmente el poder de todos los seres visibles e invisibles.
Indudablemente, Dios puede servirse para ejecutarlos, del ministerio de los ángeles o de los hombres; pero ellos no obran ni en nombre propio ni por propio poder, sino en nombre y por poder de Dios, de quien no son más que simples instrumentos. Dios es siempre el agente principal, la causa eficiente del milagro.
Algunos autores dan también el nombre de milagros a hechos que sobrepasan el poder de los seres visibles, pero no el de los espíritus. Para diferenciarlos de los primeros, los llaman milagros de segundo orden. Los ángeles y demonios tienen un poder muy grande, y pueden usar de él; pero sólo con el permiso de Dios. Luego lo ángeles no hacen milagros ni los demonios prodigios, sino cuando Dios lo ordena o permite por razones dignas de su sabiduría.
Dios no puede permitir que el demonio induzca a los hombres a error; por eso es relativamente fácil conocer los prodigios de los demonios. Los teólogos dan reglas para discernir estos prodigios de los verdaderos milagros.
83. P. ¿Puede Dios hacer milagros?
R. Sí; Dios puede hacer milagros, porque ha creado libremente el mundo y libremente ha establecido las leyes que lo rigen. Puede, por consiguiente, suspender esas leyes cuando así le plazca.
Decir que el milagro es imposible, equivale a negar la omnipotencia de Dios; es contradecir al sentido común de todos los pueblos; es negar los hechos históricos más ciertos.
Los racionalistas modernos no quieren que el milagro sea posible, porque el milagro aniquila sus falsos sistemas. Por eso claman: ¡Nada de milagros!, ¡el milagro no existe!, ¡el milagro es imposible! Tal es su consigna; pero en cuanto a razones, no aducen ninguna. Cuando nosotros les mostramos milagros patentes, ni se dignan fijar en ellos su atención. ¡Ah!, es que, admitido el milagro, tendrían que rendirse y creer en la existencia de Dios, en una religión revelada, en todo el orden sobrenatural, y eso es precisamente lo que no quieren hacer, cueste lo que costare. No quieren oír hablar de religión, para tener libertad completa en la satisfacción de sus pasiones. ¡Pobres ciegos! ¿Qué ganan con engañarse a sí mismos?... El buen sentido, más clarividente que todas las ciencias críticas del mundo, se obstina en sostener que el milagro es posible.
¿Qué proclama la razón? Ella nos dice que Dios ha establecido libremente las leyes del mundo físico y que, por lo tanto, puede modificarlas a su agrado, hacer excepciones en las mismas, o bien suspender su curso. El ha creado el mundo; ¿no es, por tanto, su dueño? Dios ha creado el ojo del hombre y sus demás órganos, ¿y no podrá rehacer ese ojo, o cualquier otro órgano destruido? ¿Quién se atreverá a sostener que Dios no puede sanar a un renco, curar a un enfermo, resucitar a un muerto? Un oculista sana una catarata; ¿Dios no podrá hacer otro tanto, sin tomar un bisturí, o cortar una fiebre sin administrar quinina? Una fuerza más poderosa puede anular una fuerza inferior; así, la fuerza de mi brazo anula la fuerza del peso. Y, ¿por qué Dios no ha de tener la potestad de detener y dominar las fuerzas de la naturaleza?...
“Si alguien, dice el incrédulo Rousseau, imaginara negar a Dios el poder de hacer milagros, de derogar las leyes que ha establecido, se le honraría demasiado castigándole; bastaría encerrarle en una casa de locos”. Por eso todos los pueblos del mundo han admitido la posibilidad de los milagros. Más adelante veremos que existen verdaderos milagros, perfectamente atestiguados y comprobados.
Por lo demás, el milagro no es solamente posible para el poder de Dios, sino que es muy conforme a su sabiduría. “No sería conveniente, dice Lactancio, que Dios hablara como filósofo que diserta: debe hablar como señor que manda. Debe apoyar su religión, no sobre argumentos, sino sobre las obras de su omnipotencia”.
OBJECIONES : 1° El milagro trastorna las leyes y el orden de la naturaleza; es así que Dios ha querido que esas leyes fueran invariables: luego el milagro es imposible.
R. a) Suponiendo que el milagro trastorna esas leyes, ¿deberíamos concluir que es imposible? No; porque quien tuvo suficiente poder para establecerlas, debe tenerlo también para suspenderlas, para mudarlas y aun para abolirlas si tiene buenas razones para ello. Las leyes de la naturaleza quedan siempre sometidas a la voluntad todopoderosa de Dios. Esas leyes no son, en manera alguna, necesarias por sí mismas: Dios podría haber dictado otras. Si las leyes matemáticas y las leyes morales son inmutables por naturaleza, por estar fundadas sobre la esencia de Dios, que es siempre la misma, las leyes físicas no lo son, porque Dios las ha establecido libremente, ya que podía haber creado otro orden de cosas.
b) El milagro no destruye ni las leyes ni la armonía de la naturaleza. Es una simple suspensión de una ley en particular y en un caso particular. Esta suspensión no destruye esa ley ni las otras; por todas partes y siempre la excepción no hace más que confirmar la regla. Si el director de un colegio concede un día de asueto, ¿queda acaso por ello abolido el reglamento? Si un soberano, por buenas razones, indulta a un condenado, ¿detiene, por ventura, con eso el curso regular de la justicia? Pues lo mismo sucede en la naturaleza. No se trata de multiplicar milagros y substituir en todo la regla por la excepción. El que un paralítico camine, un ciego vea, un muerto resucite, no impide que la naturaleza siga su curso habitual, y que los hombres queden sujetos a la enfermedad y a la muerte. Luego el milagro no destruye las leyes ni la armonía del universo.
2° SE DICE TAMBIÉN: Los decretos de Dios son inmutables; es así que una suspensión de las leyes generales supone en Dios un cambio de voluntad: luego el milagro es imposible.
R. Esta objeción es pueril y fruto de una verdadera ignorancia. El milagro no supone cambio alguno en los decretos divinos: por un mismo acto de voluntad eterna, Dios decreta las leyes y las excepciones a estas leyes que quiere producir en el curso de los siglos. Desde toda la eternidad Dios ha concebido el plan de la creación, y el milagro forma parte de ese plan divino. Así, Dios ha decretado que tal momento, con motivo de tal súplica, por una razón digna de sabiduría, suspenderá las leyes ordinarias de la naturaleza. Obrando milagros, Dios no cambia sus decretos, sino que los cumple.
§ 2° COMPROBACIÓN DEL MILAGRO
84. P. ¿Podemos comprobar un milagro?
R. Sí; podemos comprobar el hecho milagroso y conocer con certeza si ese hecho tiene por causa la omnipotencia de Dios.En todo milagro hay dos cosas: el hecho exterior y sensible y la causa que lo produce.
1° El hecho se comprueba como todos los demás hechos naturales: si es un hecho presente, por el testimonio de los sentidos; si es un hecho pasado, por el testimonio de la historia.
2° Si el hecho sensible deroga las leyes naturales y es superior a las fuerzas de los seres creados, necesariamente debe atribuirse al Creador, puesto que no hay efecto sin causa capaz de producirlo. En este caso, el hecho producido es un milagro. Sólo Dios es dueño de la naturaleza; ésta no obedece a los impostores.
Los racionalistas, vencidos acerca de la posibilidad del milagro, alegan la imposibilidad de comprobarlo, en caso que existiera. Esta pretensión es tan poco razonable como la primera.
En todo milagro se debe distinguir: el hecho en sí mismo y su carácter milagroso; cosas bien fáciles de ser comprobadas.
a) El hecho se comprueba como todo otro hecho sensible, o por los sentidos, o por el testimonio de los que lo han presenciado. Supongamos un ciego reconocido como incurable por los médicos, y que, repentinamente, recobra la vista. ¿Es difícil comprobar que ese individuo era ciego y que ahora ve? No es menester acudir a los sabios; basta el simple buen sentido.
Si yo no soy testigo presencial del milagro, todavía me es posible conocerlo con certeza. Todo hombre razonable cree un hecho cuando se lo afirman numerosos testimonios, constantes y uniformes, de hombres dignos de fe, es decir, de personas que no han podido ser engañadas y que no quieren engañar. Estas son las condiciones de todo testimonio, y se aplican tan bien a los hechos milagrosos como a todos los demás. Aplicando estos principios, puedo estar seguro de la resurrección de un muerto que date de diecinueve siglos atrás, como si se hubiera realizado ante mis ojos; como puedo estarlo de la batalla de Waterloo o de la existencia de París. Negar esto es negar la certidumbre de la historia.
b) El carácter milagroso del hecho puede ser comprobado como el hecho mismo. Supongamos un muerto resucitado. ¿Dónde está la causa de su resurrección? Todo lo que acontece en el mundo supone una causa capaz de producirlo. Un hombre ha pronunciado sobre el muerto estas palabras: ¡Levántate! Evidentemente esta sencilla expresión no podía resucitarlo. Es una ley bien comprobada que la palabra humana nada puede sobre un cadáver. Por consiguiente, si la resurrección se ha realizado, es en virtud de un poder superior. ¿Cuál es este poder? Todos los seres creados, visibles e invisibles, son incapaces de destruir las leyes establecidas por el Criador. Para resucitar un muerto se requiere un poder infinito. Por tanto,sólo Dios ha podido dar a la palabra humana tan grande eficacia. No es menester una comisión de sabios para comprobarlo: basta tener ojos y una pequeña dosis de buen sentido.
Si hay casos en que las leyes de la naturaleza no aparecen evidentemente violadas, o si se duda de que el hecho supere todas las fuerzas creadas, entonces la prudencia nos obliga a suspender todo juicio.
N. B. – Para probar la revelación, Dios se sirve de milagros tan evidentes, que es imposible no distinguirlos con certeza.
OBJECIONES : 1° ¿Cómo poder saber si un hecho comprobado supera todas las fuerzas de la naturaleza? ¿No sería necesario para esto conocer todas sus fuerzas y todas sus leyes?
R. No, no es necesario, y sostener la afirmativa nos conduciría a la destrucción de todas las ciencias naturales. Es cierto que nosotros conocemos algunas de estas leyes. Sabemos, sin que haya lugar a duda, que un muerto no vuelve a la vida, que el fuego tiene la virtud de quemar, que una llaga antigua no se cicatriza repentinamente, y mil otras leyes por el estilo. Todo lo que se manifieste en oposición directa a una ley conocida de la naturaleza, no puede nunca ser producido por fuerzas naturales. Luego hay bastantes casos en los cuales podemos juzgar con certeza del carácter de un hecho. Cuando este carácter no es evidente, debemos abstenernos de emitir juicio; pero este caso dudoso no perjudica en nada a los casos anteriores.
Hay ojos que no son capaces de precisar en un arco iris el límite exacto entre el color rojo y el amarillo, y sin embargo, todo ojo sano puede reconocer líneas que son indiscutiblemente rojas y otras que son amarillas. Lo mismo sucede con los milagros. No se puede afirmar siempre si un determinado hecho es realmente un milagro; sin embargo, se puede indicar hechos que son, con toda certeza, verdaderos milagros.
“No es necesario conocer todas las leyes de la nación, ni todos los artículos del código, para asegurar que el homicidio voluntario constituye una infracción de la ley. Tampoco es necesario conocer todos los recursos de la medicina para saber que con un poco de saliva no se cura a un ciego de nacimiento, y que con una simple palabra no se hace salir del sepulcro a un cadáver.
”En nuestros días hay quien opone a los verdaderos milagros los efectos del hipnotismo y de la sugestión. Que el poder de la sugestión produce fenómenos nerviosos más o menos extraordinarios, es indudable. Que puede calmar y aun curar enfermedades nerviosas, también se comprende. Pero devolver la vista a los ciegos de nacimiento, el oído a los sordomudos, curar llagas y úlceras, he ahí loque no puede hacer. La imaginación y la voluntad son impotentes para renovar los órganos destruidos, así como para darles vida”(1).
2° Se oponen los descubrimientos de la ciencia moderna. Si nuestros abuelos, se dice, resucitaran, quedarían deslumbrados ante nuestros telégrafos, nuestros ferrocarriles, nuestros teléfonos, etc.
R. Es fácil distinguir entre el verdadero milagro y los prodigios de la ciencia. No cabe duda que muchos fenómenos, extraordinarios en otros tiempos, se han vulgarizado al paso que se ha ido conociendo mejor la naturaleza y sus fuerzas; un gran número de cosas, imposibles hoy para nosotros, no lo serán para nuestros nietos. Pero, dos caracteres distinguirán siempre el hecho milagroso y lo diferenciarán de los demás prodigios.
a) En todos los procedimientos de la ciencia hay siempre un intermediario entre la causa y el efecto; el calor y el agua en la máquina de vapor; el hilo y el aparato de los telégrafos y teléfonos... En el descubrimiento de estos intermediarios está empeñada la ciencia. Nada parecido acontece con el milagro: Jesús llama a Lázaro, y éste, muertos de cuatro días, sale del sepulcro. ¿Dónde está el intermediario?... Una cosa es llevar a cabo tal o cual hecho, mediante el empleo ingenioso de las fuerzas de la naturaleza, y otra muy distinta hacerlo sin el auxilio de la fuerza natural.
b) Se puede repetir los fenómenos científicos tantas veces como se quiera; basta poner la causa, y el efecto se sigue necesariamente. El milagro, en cambio, no se renueva; nadie intentará resucitar a un muerto con la palabra; tan convencido está todo el mundo de que el prodigio de Betania es un hecho excepcional, fuera de las leyes constantes de la naturaleza. Estos dos caracteres bastan para distinguir el milagro de todos los inventos presentes y futuros.
§ 3° FUERZA PROBATORIA DEL MILAGRO
85. P. Los verdaderos milagros, ¿prueban de una manera cierta la divinidad de la religión?
R. Sí; porque ellos son la señal, el sello, la firma que Dios pone a todas sus revelaciones para mostrar que Él es su autor. Luego una religión confirmada por verdaderos milagros no puede venir sino de Dios.
Un solo milagro perfectamente comprobado demuestra la divinidad de una religión, porque Dios no puede aprobar el error, ni favorecerlo mediante milagros: de lo contrario, engañaría a los hombres atestiguando una falsa doctrina.
El milagro de primer orden no puede tener más autor que Dios. Si ese milagro ha sido hecho en confirmación de una doctrina, es Dios mismo quien la confirma y le aplica su sello divino. Es así que repugna el supuesto de que Dios confirme el error, porque engañaría a los hombres. Luego cuando un hombre propone una doctrina como divina, y la apoya con un milagro verdadero, es Dios mismo quien marca esta doctrina con el sello de su autoridad. Este hombre no puede ser un impostor, y la doctrina que enseña es necesariamente divina.
1° Un solo milagro prueba, en primer lugar, la existencia de Dios, porque el milagro es un hecho divino; luego supone una causa divina.
2° Un solo milagro obrado en favor de una religión, prueba la verdad de toda ella. Dios es la verdad por esencia: no puede autorizar una religión falsa entre hombres, dándole, aunque sólo sea por una vez, el menor signo exterior de divinidad. De otra suerte, los hombres serían inevitablemente engañados, por culpa de Dios, a vista de una señal divina que, por su naturaleza, es el sello verdadero de la religión divina. Por consiguiente, si veo un milagro, un solo milagro en una religión, puedo exclamar con certeza: ¡he ahí la verdadera religión!
3° El milagro es un título auténtico de fe para la misión de aquél que lo produce. Es una demostración clara, breve y perentoria de que Dios le envía. ¿Qué hace un soberano de este mundo cuando envía un embajador a otro príncipe? Le da una credencial autenticada con el sello real. Dios procede como los príncipes de este mundo: cuando envía sus embajadores a los hombres, les da la credencial más cierta, la más segura, la más auténtica: el milagro.
“El milagro, dice el Cardenal Pie, es el verdadero eje y fundamento de la religión cristiana. Ni en la persona de sus profetas ni en la persona de su Hijo, Dios ha tratado de demostrar, por razonamientos de ninguna clase, la posibilidad de las verdades que enseñaba o la conveniencia de los preceptos que intimaba al mundo.
Él habló, mandó y, como garantía de su doctrina, como justificación de su autoridad, obró el milagro... No nos es, pues, permitido, en forma alguna, abandonar o debilitar, relegándolo a segundo término, un orden de pruebas que ocupa el primer puesto en la economía e historia del establecimiento cristiano. El milagro, que pertenece al orden de los hechos, es, para las multitudes, infinitamente más probatorio que todas las otras clases de argumentos: mediante él, una religión revelada se impone y se populariza”.
SEGUNDA SEÑAL DE LA REVELACIÓN: LA PROFECÍA
§ 1° NATURALEZA Y POSIBILIDAD DE LA PROFECÍA
86. P. ¿Qué es la profecía?
R. Es la predicción cierta de un acontecimiento futuro, cuyo conocimiento no puede deducirse de las causas naturales. Tales son, por ejemplo, el nacimiento de un hombre determinado, los actos de este hombre anunciados muchos siglos antes.
La profecía se diferencia esencialmente de la conjetura; es cierta y absolutamente independiente de las causas naturales. Así, las predicciones del astrónomo que anuncia los eclipses; las del médico que predice las resultas de una enfermedad; las de un hombre de Estado que prevé un cambio político, no son profecías: son deducciones de causas naturales conocidas. El demonio, superior al hombre en inteligencia, puede hacer conjeturas más serias que las del hombre, pero no puede hacer profecías, porque no conoce lo porvenir.
¿Qué se requiere para una verdadera profecía? – Se requiere: 1°, que la predicción se haga antes del acontecimiento y con tanta certeza, que no quepa duda alguna respecto de su existencia; 2°, que el hecho anunciado sea de tal naturaleza, que ninguna inteligencia creada pueda preverlo por medio de las causas naturales; 3°, que el hecho se cumpla según la predicción, porque la profecía en tanto prueba, en cuanto el acontecimiento anunciado la justifica.
¿Cuáles son los acontecimientos que no pueden ser conocidos por la ciencia? – Son aquellos que dependen de la libre voluntad de Dios o de la libre voluntad del hombre. Y
como estas cosas no dependen de las causas naturales, el profeta no puede verlas en ellas. No puede verlas sino donde están, en la inteligencia de Dios, que es el único que conoce lo por venir. Por consiguiente, la profecía es un milagro del orden intelectual, una palabra divina.
87. P. ¿Dios puede hacer profecías?
R. Sí; Dios puede hacer profecías, o por sí mismo o por sus enviados, porque Él conoce el porvenir y puede manifestarlo a los hombres. Los hombres que reciben estas comunicaciones divinas y predicen lo futuro, se llaman profetas.
1° Dios conoce lo por venir. La ciencia de Dios es infinita: abraza a la vez lo pasado, lo presente y lo futuro. Así Dios conoce lo mismo las cosas futuras que las presentes; lo mismo los actos futuros de las causas libres que los de las causas necesarias. Si Dios no quisiera los acontecimientos sino cuando se realizan, su ciencia no sería infinita, y Dios no sería Dios. Para Él no hay ni pasado ni futuro, sino un eterno presente.
2° Dios puede manifestar a los hombres el conocimiento de estos sucesos futuros, porque si Dios nos ha otorgado el don de hablar, ¿por qué se habría Él mismo reducido al silencio? Por lo tanto, Dios puede hacer profecías y levantar una punta del velo que oculta a los hombres lo por venir.
Tal es la creencia de todos los pueblos. Todos, paganos, judíos, cristianos, han creído en las profecías; todos han conservado el recuerdo de los oráculos que anunciaban al Libertador del mundo, al Deseado de las naciones; lo que prueba que todos los pueblos han atribuido a Dios el conocimiento del futuro.
OBJECIÓN: ¿Cómo se puede conciliar la presencia de Dios con la libertad del hombre?
R. 1° La razón nos dice que Dios conoce lo por venir y que nosotros somos libres: esto nos basta. En el orden natural hay muchas cosas que no podemos comprender, y, ¿tendríamos la pretensión de querer comprender los atributos infinitos de Dios? La criatura, limitada y finita, no puede comprender lo infinito.
2° La ciencia de Dios no destruye nuestra libertad, porque Dios ve nuestras acciones tales como son, es decir, libres. De lo alto de una torre, yo veo a un hombre que se va a arrojar a un precipicio: ¿mi mirada puede influir algo en la libertad de su acción? Evidentemente no. Es indudable que el hombre ejecuta las acciones que Dios ha previsto, pero no las hace porque Dios las haya previsto: al contrario. Dios no las hubiera previsto si el hombre no las hubiera de hacer libremente bajo la mirada divina.
Toda la dificultad viene de la palabra prever: pon en su lugar la palabra ver, que es la exacta, y la dificultad desaparece. Dios ve, con una visión simple y eterna, todo lo que para nosotros todavía es futuro. Pero la visión de Dios no muda la naturaleza de las cosas futuras. Dios ve todo lo que harán las criaturas libres, sin influir de modo alguno en su libertad. Pues así como Dios, por lo mismo que es inmenso, está presente en todos los espacios, del mismo modo está presente en todos los tiempos, porque es eterno e inmutable.
§ 2° COMPROBACIÓN DE LA PROFECÍA
88. P. ¿Cómo se conoce que una profecía es realmente divina?
R. Una profecía es realmente divina, si está hecha en nombre de Dios antes del acontecimiento que predice; si el acontecimiento se verifica según la predicción;si no es un efecto de la causalidad; si no podía ser previsto por medio de causas naturales.
La predicción y la realización del acontecimiento son hechos sensibles a los cuales se les pueden aplicar las reglas ordinarias de la ciencia histórica. El examen del hecho y de sus circunstancias permite juzgar si se puede atribuir la previsión a causas naturales y el cumplimiento a la causalidad.
Habitualmente, para hacer aceptar una profecía relativa al Mesías y de una realización lejana, los profetas hacían un milagro, o añadían una profecía relativa al pueblo judío, cuya realización debía cumplirse ante sus ojos. “Los libros de los profetas contienen profecías particulares mezcladas con las del Mesías, a fin de que las profecías del Mesías no quedaran sin pruebas y las profecías particulares no quedaran sin frutos”. – (Pascal.)
§ 3° VALOR PROBATORIO DE LA PROFECÍA
89. P. La profecía, ¿es una prueba de la divinidad de la religión?
R. Sí; la profecía es la palabra de Dios, como el milagro es su obra. Es así que Dios no puede confirmar el error con la autoridad de su palabra. Luego una religión que se apoya en verdaderas profecías posee en su favor un testimonio divino.
La profecía es sin duda un verdadero milagro en el orden intelectual y posee, por consiguiente, la misma fuerza demostrativa que el milagro. Es un sello divino, una señal infalible de la revelación divina. Todos los pueblos han dado este significado a las profecías, las cuales, como el milagro, son un medio cierto para conocer la verdadera religión.
DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO I
“Puesto que el hombre depende todo entero de Dios, su Criador y Señor, y que la razón creada está completamente sujeta a la Verdad increada, cuando Dios revela, estamos obligados a someterle plenamente nuestra inteligencia y nuestra voluntad por la fe. Pero la fe, según las enseñanzas de la Iglesia Católica, es una virtud sobrenatural, por la cual, prevenidos y ayudados por la gracia de Dios, creemos verdaderas las cosas que Él ha revelado, no por su evidencia intrínseca percibida mediante la luz natural de la razón, sino a causa de la autoridad de Dios mismo, que revela y que no puede engañarse ni engañarnos. La fe es, según el Apóstol, la substancia de lo que esperamos y la convicción de aquello que no vemos.”
Sin embargo, a fin de que el homenaje de nuestra fe estuviera de acuerdo con la razón, Dios ha querido añadir a los socorros interiores del Espíritu Santo, pruebas exteriores de su revelación, es decir, hechos divinos, y particularmente los milagros y las profecías. Estos hechos, mostrando luminosamente la omnipotencia y la ciencia infinita de Dios, son señales muy ciertas de la revelación divina y apropiadas a la inteligencia de todos. Por tal razón, tanto Moisés como los profetas, y especialmente nuestro Señor Jesucristo, han hecho tantos y tan manifiestos milagros y profecías. Leemos de los Apóstoles: Y saliendo, predicaron en todas partes, cooperando el Señor, y confirmando su doctrina con los milagros que se seguían(2). – También está escrito: Tenemos asimismo la palabra profética más firme que el testimonio de los sentidos, y a la que hacéis bien en estar atentos, como a una antorcha que brilla en un lugar obscuro”(3).
Cánones. – 1° Si alguien dijere que la razón humana es independiente, de tal suerte que Dios no puede imponerle la fe, sea anatema.
2° Si alguien dijere que la fe divina no se distingue de la ciencia natural de Dios y de las cosas morales y, por consiguiente, que no es necesario para la fe divina que una verdad revelada sea creída a causa de la autoridad de Dios que revela, sea anatema.
3° Si alguien dijere que la revelación divina no puede ser hecha creíble por señales exteriores, y que los hombres no deben ser llevados a la fe, sino por una experiencia interna y personal o por una inspiración privada, sea anatema.
4° Si alguien dijere que no hay milagros posibles, y que, por consiguiente, todas las narraciones de milagros, aun los de la Sagrada Escritura, deben ser rechazadas como fábulas y mitos; o bien que los milagros nunca pueden ser conocidos con certeza y que no constituyen una prueba verdadera del origen divino de la religión cristiana, sea anatema.
APÉNDICE
LOS MISTERIOS DE LA RELIGIÓN
Lo que el racionalismo rechaza en la religión revelada son los misterios. Esta palabra les sirve, a la vez, de arma para combatir la revelación y de pretexto para no admitirla. Sólo admite las verdades del orden natural; quiere comprenderlo todo. Afirma que la fe en los misterios no es razonable. Vamos a refutar estas afirmaciones absurdas del racionalismo moderno.
Cuatro cosas hay que considerar acerca de los misterios:
1° Su naturaleza. – 2° Su existencia. – 3° Su racionalidad. – 4° Su utilidad.
§ 1° NATURALEZA DEL MISTERIO
90. P. ¿Qué es un misterio?
R. Un misterio, en general, es una verdad que el hombre conoce, pero que no comprende.
Un misterio de la religión es una verdad revelada por Dios, que nosotros debemos creer porque Él lo dice, pero que nuestra razón no puede comprender.
La palabra misterio significa cosa oculta; es una verdad conocida, pero no comprendida. El misterio no es una cosa imposible, puesto que existe.
No es tampoco una cosa ininteligible, pues los misterios tienen un sentido perfectamente inteligible, y si no comprendemos el cómo de esas verdades, comprendemos lo que ellas significan. El misterio no es contrario a la razón; es simplemente superior a la razón, que no puede comprender cómo lo que se le dice existe de tal manera. El misterio no es una cosa que se cree sin motivo: en tanto se le admite en cuanto la razón ve claramente que debe ser admitido.
El misterio es una verdad cierta, pero oculta; una verdad cuya existencia conocemos, pero cuya naturaleza se esconde a nuestra inteligencia. Pero como una verdad puede estar oculta en Dios o en la naturaleza creada, debemos concluir que hay misterios de Dios y misterios de la naturaleza.
Los misterios de la naturaleza son hechos o leyes que la experiencia nos hace conocer, pero cuya esencia íntima la razón no puede todavía explicar ni comprender: tales son la electricidad, la luz, la vida...
Los misterios de la religión son verdades ocultas en Dios que la razón no puede conocer si Dios no las revela, y que, aun reveladas, el hombre no puede comprenderlas: tales son los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Eucaristía...
91. P. ¿No hay alguna diferencia entre los misterios de la naturaleza y los de la religión?
R. Hay dos grandes diferencias entre estas dos clases de misterios: la una proviene de su objeto, la otra, de la manera como nosotros conocemos la existencia de entrambos.1° Los misterios de la naturaleza tienen por objeto los seres creados y las leyes que los rigen. Los misterios de la religión tienen por objeto la naturaleza de Dios y sus designios sobre el hombre.
2° Los misterios de la naturaleza nos son conocidos, ya por la experiencia ya por el raciocinio. El trabajo de la ciencia consiste en descifrar estos misterios de la creación.
Los misterios de la religión no pueden ser conocidos sino por el testimonio de Dios que los revela. Este testimonio divino es para nosotros, en el orden religioso, lo que la experiencia en el orden material; es un hecho visible que comprueba una cosa invisible: nos testifica los misterios de Dios. La virtud de la fe nos hace creer en los misterios revelados a causa de la autoridad y de la veracidad de Dios que los revela.
3° Los misterios de la naturaleza pueden ser más o menos comprendidos por ciertas inteligencias creadas, sobre todo por los ángeles, que pueden leer los pensamientos de Dios manifestados y, por decirlo así, escritos en la creación.
Los misterios de la religión no pueden ser perfectamente comprendidos por ninguna inteligencia creada. Son secretos escondidos en la esencia divina; superan el alcance de las fuerzas naturales de todo entendimiento finito.
Indudablemente, hay muchas verdades ocultas en Dios cuya existencia ignoramos, pero que, una vez que Dios nos las ha manifestado, son comprendidas por nosotros; a esta clase pertenecería la institución de la Iglesia, el primado del Papa, etc. Estas verdades no son verdaderos misterios. Los misterios son verdades ocultas en lo infinito de Dios, y aun entonces cuando estos secretos divinos nos son revelados, no podemos tener una clara noción de ellos; quedan siempre envueltos en la obscuridad.
La revelación que Dios nos hace de un misterio nos muestra que una cosa existe, sin enseñarnos la manera como existe. Análogamente revelamos nosotros a los ciegos de nacimiento los fenómenos de la visión, de los que ellos no dudan, pero que no comprenderán jamás. Cuando entremos en el cielo, Dios hará capaz a nuestra inteligencia de ver lo que ahora estamos obligados a creer sin comprenderlo.
§ 2° EXISTENCIA DEL MISTERIO
92. P. ¿Hay misterios en la naturaleza?
R. Sí; en la naturaleza hay un gran número de cosas ocultas, cuya existencia es muy cierta, pero que los hombres no pueden comprender, porque la inteligencia humana es imperfecta. La razón, como el ojo, tiene límites más allá de los cuales no alcanza a ver.
Más aún: como no todas las inteligencias tienen la misma extensión, resulta que hay verdades comprendidas por unos que permanecen ocultos para otros, que las creen sin comprenderlas. Sólo Dios, inteligencia infinita, ve claramente todas las cosas y únicamente para Él no hay misterios.
1° El misterio se halla en todas partes de la creación. El hombre, por sabio que sea, no sabe el todo de nada: la esencia de las cosas es para él impenetrable. ¿Qué es la materia, la atracción, la luz, el calor, la electricidad? Misterio. ¿Qué es la vida? ¿Cómo un grano de trigo produce una espiga, una semilla pequeña se transforma en sangre, en nervios, en huesos? Misterio. ¿Cómo nuestra alma está unida a nuestro cuerpo? ¿Cómo la voluntad tiene dominio sobre los órganos? ¿Cómo la palabra comunica las ideas? He ahí otros tantos misterios que escapan a la penetración de los sabios.
La ciencia comprueba los hechos y las leyes de la naturaleza, pero no los explica; confiesa su impotencia. “Es preciso reconocer que, sin remontarse al origen de las cosas, la ciencia no tiene delante de sí más que misterios: la atracción, el calor, la constitución de los cuerpos, la luz, la electricidad, el magnetismo, la vida... El saber humano tropieza a cada momento con secretos impenetrables, tanto en el mundo físico como en el hombre mismo”. – (MASQUART, miembro del Instituto)
2° Hay verdades que son evidentes para unos y misterios para otros. La razón del sabio comprende ciertas verdades científicas que son misterios para el común de los mortales: que el sol está inmóvil, que la tierra gira, que es posible medir la distancia de la tierra al sol... Si entre la razón del sabio y la del ignorante existe tal desigualdad, que lo que es evidente para uno es misterio para el otro, ¿con cuánta mayor razón no debe existir esta desigualdad entre la inteligencia del hombre y la de Dios?
Los que se encuentran al pie de la montaña no ven lo que ven aquellos que se hallan más arriba: cada uno ve según el grado de su elevación. Sólo Dios se halla en la cumbre de la montaña y lo abarca todo con su mirada. Lo que Dios dice que existe es evidencia para Él, que lo ve, y misterio para nosotros, que no lo vemos.
93. P. ¿Es sorprendente que haya misterios en la religión?
R. Al contrario: más sorprendente sería que no los hubiera. La religión tiene por autor y objeto a Dios, Ser infinito. Pero como lo infinito es incomprensible para toda inteligencia creada y limitada, no debe sorprendernos que haya misterios en la religión.
Además, estando el mundo lleno de misterios, no debe maravillar a nadie hallar misterios en la religión, que nos habla de Dios, Creador del mundo.
Fuera de eso, una religión sin misterios no puede ser sino una religión falsa o muy imperfecta; porque Dios, al revelarnos la verdadera religión, ha debido manifestar sus perfecciones infinitas, perfecciones cuya naturaleza supera el alcance de nuestra inteligencia; de donde resulta que los misterios son un sello, una señal de una religión divina.
1° Los misterios de la religión están en la naturaleza de las cosas. El ser eterno es necesariamente infinito y, por consiguiente, incomprensible para toda inteligencia creada. La revelación es la expresión del pensamiento divino que se comunica a la inteligencia del hombre. Ahora bien, este pensamiento infinito, al caer en la ínfima capacidad de la inteligencia humana, debe necesariamente rebosar por todas partes. Es el océano que vierte su inmensidad en un hoyo de sus orillas; una gota de agua lo llena, la inmensidad desborda. ¿Y qué culpa tiene el océano de que el hoyo no encierre su inmensidad, de que no pueda contenerlo? Ha ahí la razón del misterio.
Por más generoso que Dios sea con nosotros, no puede hacer que nosotros nos hagamos una misma cosa con Él. Dios dilata el vaso de nuestra inteligencia, pero no puede igualarlo a la verdad infinita que se halla en Él. Así como hay objetos que están fuera del alcance de nuestros telescopios, así también hay en la inmensidad de la esencia divina verdades que están fuera del alcance de nuestras inteligencias limitadas: estas verdades inaccesibles se llaman misterios.
2° Según hemos probado ya, existe en el orden de la naturaleza creada visible, palpable, finita, una multitud de misterios, es decir, de hechos y leyes cuya esencia, causa y modo de ser hasta los sabios ignoran. Con mayor razón, pues, debe existir en la naturaleza divina, increada, invisible, impalpable, infinita, una multitud de misterios que superan la inteligencia creada. Si el hombre pudiera comprender perfectamente a Dios, sería necesario concluir que es igual a Dios, o que Dios no es infinito, lo que es un absurdo.
El hombre que rechazara la verdad religiosa por no poder comprenderla totalmente, se parecería al insensato que negara la existencia del sol, porque, al abrir la ventana de su alcoba, no ha podido encerrar en ella toda la luz del astro rey.
Por lo demás, los misterios en que Dios nos obliga a creer son bien pocos comparados con los de la naturaleza. Esto quiere decir que la ciencia impone a nuestra inteligencia más sacrificios que la religión.
3° Los misterios constituyen el lado divino del Cristianismo, porque la razón humana no inventa lo que no comprende. Jamás habría podido el hombre sospechar siquiera los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Redención y de la Eucaristía. Sólo Dios ha podido revelar al hombre verdades tan sublimes y tan incomprensibles. No es, pues, obra del hombre la religión que tales cosas enseña, sino obra de Dios. Por lo mismo, en vez de rechazar la religión a causa de sus misterios, hay que aceptarla con mayor gusto, porque estos misterios la marcan con el sello de la divinidad.
Un sabio decía con gran sensatez: “Si yo comprendiera los misterios, me costaría más creerlos. Desconfío de un sistema de religión demasiado humano y que el hombre sea capaz de imaginar. Dios habla: habla de Dios: lo que me enseña debe ser superior a mi razón... Una luz finita no basta para comprender lo infinito”.
§ 3° RACIONALIDAD DE LOS MISTERIOS
94. P. ¿Es razonable creer en los misterios?
R. Sí; nada más razonable que creer en los misterios de la religión, puesto que es Dios, la verdad por esencia, quien nos los ha revelado.
Si es razonable que un niño crea, fundado en la palabra de su padre, en cosas que no comprende; que un ignorante acepte, fundado en la palabra de los sabios, las verdades científicas a las que su inteligencia no alcanza; ¿no es mucho más razonable creer en los misterios por la palabra de Dios, que jamás puede engañarse ni engañarnos?
1° Por la fe creemos los misterios fundándonos en la autoridad de la palabra de Dios. Es indudable que para creer podemos exigir una demostración en regla de la revelación divina. Pero si está probado por la historia que Dios ha hablado y que ha revelado misterios, debemos creerlos sin vacilar. Desde el momento que su palabra es conocida, poco importa que Dios nos revele cosas comprensibles o no; su palabra es siempre infalible. La razón nos dice que la inteligencia finita debe someterse a la inteligencia infinita.
Diariamente admitimos sin temor de engañarnos, misterios en la naturaleza y en las ciencias, porque ellos nos son atestiguados por la experiencia o por los sabios. Con mayor razón debemos admitir los misterios de la religión atestiguados por la palabra infalible de Dios.
2° La fe en los misterios no es una sumisión ciega; tiene sus motivos que dan una certeza igual y aun superior a la de la ciencia. Si el fiel cristiano no puede decir: Creo porque comprendo, dice con seguridad, haciendo un acto de fe: Creo porque tengo la certeza de que Dios mismo ha revelado los misterios, y Dios no puede ni ensañarse si engañarme.“El hombre, tan lejos está de humillarse creyendo la palabra de Dios, que, antes bien, ejecuta un acto glorioso y fecundo. Así como el telescopio extiende el campo de la visión, así la fe ensancha el horizonte natural del espíritu y le permite penetrar extasiado, en un mundo superior, cuyas maravillas vislumbra”. – (PORTAIS )
95. P. ¿Son contrarios a la razón los misterios?
R. No; los misterios están por encima de la razón, pero no son contrarios a ella. Dios es quien da al hombre la razón, y Dios es quien nos manifiesta los misterios. Pero como Dios no puede contradecirse, y se contradiría si nos obligara a creer cosas contrarias a la razón que Él nos ha dado, debemos concluir que, entre estas dos luces que parten del mismo centro, la razón y la fe, no puede existir oposición alguna.
Por otra parte, la ciencia teológica ha demostrado que todos los dogmas cristianos, se hallan tan lejos de contradecir a la razón del hombre, que, al contrario, están conformes con ella y corresponden a las necesidades de su naturaleza.
Lo que es contrario a la razón es absurdo, repugna al sentido común, es radicalmente imposible; mientras que lo que está sencillamente por encima de la razón es muy posible, puede muy bien existir, aunque nuestra razón no lo pueda comprender.
Si fuera posible hallar contradicción en los misterios revelados, nos quedaría por explicar el más sorprendente de todos. ¿Cómo después de casi dos mil años, tantas inteligencias superiores, tantos penetrantes ingenios ha abrazado nuestros misterios, sin creerse obligados a renunciar a la razón y repudiar la ciencia? Si nuestros misterios son absurdos, ¿Cómo espíritus tan selectos como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Bossuet, Pascal, Descartes, Leibnitz, Newton, Chevreul, Pasteur, etc., han podido creer en cosas absurdas y contradictorias? Esto no es posible. Fuera de eso, para comprender cuán luminosos y fecundos son nuestros misterios cristianos basta leer la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, o bien a la obra de Bossuet, Elevaciones sobre los misterios.
Las pretendidas contradicciones que los incrédulos quieren hallar en los misterios reconocen dos causas:
1° Los incrédulos no exponen los dogmas de la fe conforme al pensamiento de la Iglesia; y así vemos que acerca del misterio de la Santísima Trinidad, los incrédulos dicen: Dios no puede ser a la vez uno y tres. Esto es completamente cierto, pero nunca la Iglesia ha dicho que tres sean uno; ella dice que en Dios hay tres personas y una sola naturaleza divina; tres con relación a las personas y uno con relación a la naturaleza. ¿Dónde está, pues, la contradicción? Un triángulo tiene tres ángulos; nuestra alma tiene tres potencias distintas y, sin embargo es una.
2° Ellos quieren comparar objetos completamente heterogéneos. Si un ciego de nacimiento quiere comparar los fenómenos de la visión que se le explican con las sensaciones del tacto, no puede menos de hallar contradicción entre los unos y las otras. Nosotros no conocemos los atributos de Dios sino por analogía. La analogía es una especie de semejanza que existe bajo ciertos aspectos entre dos objetos diferentes. Pero semejanza no significa identidad, y comparación no es razón. Si de la naturaleza y personas divinas nos formamos la misma idea que tenemos de la naturaleza y persona humanas, hallaremos que hay contradicción en decir que tres personas divinas no son más que un solo Dios. Pero la comparación entre la naturaleza infinita y una naturaleza limitada es evidentemente falsa.
§ 4° UTILIDAD DE LOS MISTERIOS
96. P. ¿Por qué Dios nos revela misterios?
R. Dios nos revela misterios, primero, para pedirnos la humilde sumisión de nuestro espíritu por la fe, como nos pide la de nuestro corazón por el amor y la de nuestra voluntad por la sumisión a sus leyes.
Pero lo hace, sobre todo, para instruirnos acerca de nuestro destino sobrenatural y enseñarnos verdades admirables cuyo conocimiento santifica nuestra vida. La revelación de los misterios es, pues, grandemente útil a la gloria de Dios y a nuestra salvación.
1° La revelación de los misterios nos brinda ocasión para ofrecer a Dios el homenaje más grande que le podamos ofrecer. Al inclinar nuestra razón ante la palabra de Dios, le sometemos lo mejor que poseemos, lo que nos diferencia del bruto y nos aproxima al ángel: la inteligencia. He ahí por qué el acto de fe en los misterios acrecienta el mérito del hombre, puesto que no hay mérito en creer lo que se ve o se comprende.
2° La razón principal por que Dios nos revela misterios es para instruirnos acerca de nuestro destino sobrenatural y de los medios necesarios para alcanzarlos. Porque, en hecho de verdad, todos los misterios se enderezan a un fin único: la salvación del género humano por la mediación de Jesucristo. El misterio de la Redención es, pues, el dogma esencial de la religión cristiana. Este misterio supone el de la Encarnación del Hijo de Dios, que, revestido de nuestra naturaleza, era el único que podía satisfacer a la justicia divina por los pecados de los hombres.
Ahora bien, ¿cómo podríamos nosotros concebir el misterio de la Encarnación, si previamente se nos dijera que en Dios hay tres personas? El misterio de laSantísima Trinidad, que nos parece el más difícil de creer, nos ha sido revelado para darnos con él la llave de los otros. Así, todos los misterios revelados convergen hacia nuestro último fin, fin sobrenatural al que Dios se ha dignado llamarnos. El Criador se muestra muy considerado con la razón humana y nos revela más que los misterios necesarios para la salvación.
3° Los misterios cristianos son como el sol: impenetrable en sí mismo, ilumina y calienta la tierra y no deslumbra sino al ojo audaz que quiere sondar su esplendor. Así, los misterios: insondables en su naturaleza para la inteligencia creada, iluminan la razón y abrazan de amor de Dios el corazón del hombre.
a) La revelación del misterio de la Santísima Trinidad nos da una idea elevada de Dios. Nunca el océano nos parece más vasto, ni el cielo más alto, que cuando lo vemos extenderse más allá de los espacios limitados a que alcanza nuestra vista; nunca el sol nos parece brillar tanto como cuando su resplandor nos obliga a cerrar los ojos: de la misma manera, cuanto más la grandeza inmensa de Dios sobrepasa los estrechos límites de nuestros pensamientos, tanto más infinitamente grande lo concebimos.
b) El misterio de la Encarnación, es decir, la unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la persona del Hijo de Dios, nos muestra la dignidad, la grandeza del hombre, el amor infinito de Dios a su criatura: Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito. Este misterio lleva al hombre a la práctica de las más nobles virtudes y anima y sostiene sus esfuerzos con el ejemplo conmovedor del Hombre-Dios.
c) El misterio de la Redención, es decir, de la muerte de cruz sufrida por el Hijo de Dios hecho hombre, es infinitamente eficaz para hacer comprender los atributos divinos, la justicia y la misericordia, la malicia del pecado y el valor de nuestra alma. Para borrar el pecado, un Dios derrama su sangre y muere en medio de los más terribles dolores. ¡Cuán grande debe ser el valor de mi alma si, para rescatarla, se necesitó la sangre de un Dios!
Dígase lo mismo de los otros misterios. Ved, pues, para qué sirve la revelación de los misterios. Ello nos enseña, con una certeza inquebrantable, ciertas verdades que son la luz y la felicidad de la vida.
97. P. ¿Qué debemos pensar de los incrédulos que dicen: Yo no creo sino lo que comprendo?
R. Estos incrédulos no son sino rebeldes, impíos y mentirosos.
1° Son rebeldes, al rechazar creer en los misterios revelados por Dios, porque Dios tiene el derecho de mandar a nuestra inteligencia lo mismo que a nuestra voluntad.
2° Son impíos, porque su negación a creer los misterios revelados por Dios es una injuria atroz que hacen a Dios mismo, ya que ponen en duda su ciencia y veracidad infinitas.
3° Son mentirosos, porque diariamente admiten una multitud de cosas que no comprenden: o mienten a sabiendas, o son imbéciles.
a) Dios es nuestro Señor; puede mandar a nuestra inteligencia que crea en los misterios, como puede mandar a nuestra voluntad que observe sus mandamientos. No podemos, pues, negarnos a creer en la palabra de Dios sin levantarnos contra su dominio soberano, sin violar sus derechos divinos sobre nuestra inteligencia.
b) Dios, que es la verdad misma, puede, con mejor título que cualquier hombre honrado, exigir que se crea en su palabra, aunque la inteligencia creada no vea el porqué de la afirmación divina. En este caso, rehusar creer a Dios, que nos revela los misterios, es hacer ofensa a su veracidad infinita: es una impiedad.
c) Es ridículo decir: Yo no creo sino lo que comprendo... ¡Pero si el hombre se pasa la vida creyendo y haciendo lo que no comprende! ¿Hay acaso un sabio que tenga el conocimiento completo de todos los fenómenos naturales, los más sencillos y los más ordinarios? ¿Quién ha penetrado jamás en la naturaleza íntima del calor, del frío, del hambre, de la sed, del sueño, de la vida y de la muerte?... Y, sin embargo, éstas son verdades que todo el mundo admite, aunque su naturaleza escape a nuestra penetración.
Vosotros que no queréis misterios en la religión, ¿qué pensaríais del ciego de nacimiento que negara la luz y los colores, porque no se puede formar ninguna idea sobre el particular? ¿Del ignorante que negara las maravillas de la electricidad, porque no las comprende? ¿Del salvaje africano que negara la existencia del hielo, porque nunca lo ha visto?... Los trataríais de insensatos... ¡Pues más insensatos sois vosotros mismos!...
“Por una deplorable anomalía, los hombres que se muestran arrogantes para con los misterios de Dios encuentran natural que haya en su inteligencia verdades demostradas que son misterios para un campesino. Pero encuentran inadmisible que haya en Dios verdades que son obscuridades para ellos. Para complacerles fuera menester que Dios tuviera la amabilidad de dejar de ser infinito, para reducirse a la capacidad de un espíritu que no lo sea. Si esto se llama filosofía, me considero dichoso al comprobar que no es ni razón ni buen sentido”. – (CAUSETTE)
Los incrédulos se niegan a creer en los misterios de la religión con el pretexTo de que no los comprenden, y en cambio admiten los absurdos del ateísmo, del materialismo, del panteísmo, del evolucionismo, etc., que comprenden menos todavía. Entre las varias hipótesis que han imaginado para explicar el mundo sin Dios, ¿hay una siquiera en que no estemos obligados a admitir los misterios más repugnantes y absurdos?... Ellos realizan así la frase de Bossuet: “Para no admitir verdades incomprensibles, caen en errores incomprensibles”.
CONCLUSIÓN. – “Dios que odia ante todo y sobre todo el orgullo, quiere recordarnos sin cesar, mediante los misterios de la naturaleza, que nuestra inteligencia depende de Él, lo mismo que todo nuestro ser; que Él es más grande que nosotros y que, por consiguiente, debemos someternos humildemente a su palabra y a su voluntad. Esta sumisión se llama fe y buen sentido. Un hombre que rehusara creer en los misterios de la naturaleza sería un loco; un hombre que rehusara creer en los misterios de la religión, no solamente sería un loco, sino un impío. No seamos ni lo uno ni lo otro.”(MONSEÑOR DE SÉGUR)
DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO I
DE LA FE Y DE LA RAZÓN
“La Iglesia católica ha admitido siempre y admite que existen dos órdenes de conocimientos distintos en su principio y en su objeto: en su principio, porque en el uno conocemos por la razón natural, y en el otro, por la fe divina; en su objeto, porque, fuera de las cosas que la razón puede alcanzar, hay misterios ocultos en Dios que son presupuestos a nuestra creencia, y que no pueden ser conocidos por nosotros, si no son debidamente revelados.
”Por esto el Apóstol, que afirma que Dios fue conocido por los gentiles mediante sus obras, cuando diserta sobre la gracia y la verdad traídas por Jesucristo, dice: Predicamos la sabiduría de Dios, encerrada en el misterio, esta sabiduría oculta, a la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este mundo ha conocido, sino que Dios nos la reveló por su Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Y el Hijo único de Dios rinde a su Padre este testimonio: que él ha ocultado estos misterios a los sabios y a los prudentes, y los ha revelado a los pequeñuelos.
”La razón, indudablemente, iluminada por la fe, cuando busca con diligencia, piedad y moderación, adquiere, con la ayuda de Dios, una cierta inteligencia de los misterios, y esta inteligencia le es muy provechosa. La razón adquiere esta inteligencia, bien por analogía con las cosas que conoce naturalmente, o bien por los vínculos que los misterios guardan entre sí y con el fin último del hombre.
”Sin embargo, la razón jamás alcanza a penetrar los misterios de igual modo que las verdades que constituyen su objeto propio. Porque los misterios divinos por propia naturaleza, de tal manera superan la inteligencia creada que, aun después de trasmitirlos por la revelación y recibidos por la fe, permanecen todavía envueltos como en una nube, mientras viajamos en esta vida mortal, lejos del Señor: Marchamos hacia Él por la fe, y no le vemos al descubierto.
”Pero aunque la fe esté sobre la razón, jamás puede existir entre la fe y la razón el menor desacuerdo ni oposición. El mismo Dios es el que revela los misterios y le infunde la fe, el que ha dado al espíritu del hombre la luz de la razón. Ahora bien, Dios no puede contradecirse a sí mismo, y la verdad jamás estará en contradicción con la verdad.
”Las vanas apariencias de semejante contradicción proceden particularmente, o de que los dogmas de la fe no han sido comprendidos y expuestos en el sentido de la Iglesia, o de que opiniones falsas son tomadas como enunciados de la razón. Nosotros definimos pues, que toda aserción contraria a la verdad conocida por la fe es absolutamente falsa. La Iglesia que ha recibido, con la misión apostólica de enseñar, la orden de guardar el depósito de la fe, tiene también la misión y el derecho divino de proscribir toda falsa ciencia para que nadie sea engañado por la filosofía y las vanas sutilezas...
”Y no solamente la fe y la razón no pueden jamás estar en pugna, sino que se prestan mutuo apoyo, puesto que la razón demuestra los fundamentos de la fe, e ilumina por su luz, cultiva y desarrolla la ciencia de las cosas divinas. La fe, por su parte, libra y preserva a la razón de los errores y la enriquece de amplios conocimientos. Tan lejos está la Iglesia de oponerse al estudio de las artes y de las ciencias, que, al contrario, favorece este estudio y lo hace progresar de mil maneras.
”La Iglesia no ignora ni desprecia las ventajas que las ciencias y las artes procuran al hombre. Más todavía: reconoce que así como estas grandes cosas vienen de Dios, Señor de las ciencias, así también, si se las cultiva como conviene, deben, con el auxilio de la gracia, llevarnos a Dios. La Iglesia no prohíbe en manera alguna que cada una de estas ciencias se sirva en su esfera de sus propios principios y de si método; pero reconociendo esta legítima libertad, vigila que las ciencias no adopten errores que los pongan en oposición con la doctrina divina”.
La revelación no ha sido propuesta al espíritu humano como un descubrimiento filosófico susceptible de perfeccionamiento, sino como un depósito que debe ser fielmente guardado. El sentido fijado a cada dogma por una primera definición de la Iglesia es infalible e invariable. La inteligencia, la ciencia, la sabiduría de cada uno y de todos pueden progresar indefinidamente, pero sin apartarse de la unidad del dogma.
Cánones. – 1° Si alguien dijere que la revelación divina no encierra misterio alguno y que la razón convenientemente cultivada puede, por los principios naturales, comprender y demostrar todos los dogmas de la fe, sea anatematizado.
2° Si alguien dijere que las ciencias humanas deben ser tratadas con tal independencia, que sus afirmaciones, aun en el caso de ser contrarias a la doctrina revelada, pueden ser sostenidas como verdaderas y que la Iglesia no tiene derecho para condenarlas, sea anatematizado.
3° Si alguien dijere que, considerado el progreso de las ciencias, puede llegar el caso en que se deba dar a los dogmas revelados un sentido diferente de aquél que ha sido comprendido por la Iglesia, sea anatematizado.
Notas
1. R. P. LODIEL, S.J. Nos raisosn de croire
2. Marcos, XVI, 20.
3. 2 Pet., I, 19.
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