domingo, 26 de febrero de 2017

R.P. Leonardo Castellani: La Curación y Bar-Timeo






En aquel tiempo: Tomando Jesús, consigo a los Doce, les dijo: “He aquí que subimos a Jerusalén, y todo lo que ha sido escrito por los profetas se va a cumplir para el Hijo del hombre. Él será entregado a los gentiles, se burlarán de Él, lo ultrajarán, escupirán sobre Él, y después de haberlo azotado, lo matarán, y al tercer día resucitará”. Pero ellos no entendieron ninguna de estas cosas; este asunto estaba escondido para ellos, y no conocieron de qué hablaba. Cuando iba aproximándose a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, y mendigaba. Oyendo que pasaba mucha gente, preguntó que era eso. Le dijeron: “Jesús, el Nazareno pasa”. Y clamó diciendo: “Jesús, Hijo de David, apiádate de mí!”. Los que iban delante, lo reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía mucho más: “¡Hijo de David, apiádate de mí!”. Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajesen; y cuando él se hubo acercado, le preguntó: “¿Qué deseas que te haga?” Dijo: “¡Señor, que reciba yo la vista!”. Y Jesús le dijo: “Recíbela, tu fe te ha salvado”. Y en seguida vio, y lo acompañó glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios. 
Lucas XVIII, 31-43



"Domingueras Prédicas I"
R.P. Leonardo Castellani


Dominica de Quincuagésima
La Curación de Bar-Timeo (1966)


El Evangelio de hoy consta de dos perícopas diferentes, la curación de un ciego por Cristo, y la última profecía acerca de su muerte, que pedirían dos homilías diversas. Paciencia. Haré dos medias homilías.

Los milagros de Cristo que están en el Evangelio son treinta y seis; el comentario de cualquiera dellos sirve para todos; quedan las singularidades de cada milagro, que son accidentales. Los que tenemos que predicar agarramos cualquier singularidad y hacemos un sermón sobre la benignidad de Cristo, el sacramento de la Extremaunción o el planeta Marte y los soviéticos.

Este milagro tiene algo peculiar único: hay discrepancias en las tres narraciones: dos Evangelistas narran que curó a dos ciegos, y Lucas que curó a uno; y después dos Evangelistas dicen que fue al entrar en Jericó; y Mateo dice al salir. "Se oponen dos a dos", como dicen los geómetras.

Leí hace poco en un autor yanqui Mencken que escribió un libro contra la Religión llamado Tratado sobre los Dioses (tengo que ser yo para leer estos bestias) la siguiente afirmación, textual: "Los Evangelios tienen discrepancias; y muestran evidencias claras de que han sido adulterados". El pobre Mencken mezcla a Roma con Santiago; no se da cuenta de que si han sido adulterados, el adulterador se hubiera guardado muy bien de dejar las discrepancias. Si fueron unos sacerdotes del siglo I que querían fundar una religión para sacar plata a la gente (como él cree) las discrepancias los reventarían. Pero ocurrió exactamente lo contrario; los sacerdotes del siglo I dejaron allí las discrepancias y se pusieron a cavilar cómo las explicaban; porque tenían los Evangelios por genuinos y por palabra de Dios; y así han seguido hasta hoy, dejando allí las dificultades de la Escritura, que algunas son morrocotudas; y rompiéndose las cabezas para explicarlas. De allí nació la teología, que ha caminado veinte siglos; y toda esa balumba inmensa, bibliotecas sobre bibliotecas, de estudios, esfuerzos, investigaciones, discusiones, libros y teorías no existirían hoy si los sacerdotes hubieran empleado el sencillísimo expediente de adulterar un poco los textos para hacer una religión fácil en orden a hacer colectas de plata para las ánimas del Purgatorio. ¡Ay Mencken de mis pecados! Pareces Lisandro de la Torre.

La solución desta discrepancia es sencilla; Cristo curó a dos ciegos, y el milagro se verificó en dos momentos, uno al entrar Cristo en Jericó y otro al salir, un día después. Lucas dejó aparte a uno de los ciegos (andaban a pares en Palestina, como las monjas hoy día) y contó solamente a Bar-Timeo, que llevaba la voz cantante y que hizo todo el teatro; sin mentir, porque el que cura a dos ciegos, cura a uno. Y lo otro, cuando a uno se le ocurre que el milagro pudo hacerse en dos momentos, enseguida ve que eso tiene un apoyo en el texto. Esa es la solución y hay tres más; pero si no hubiera ninguna era lo mismo. Esa discrepancia no afecta a la sustancia; porque Dios no dictó los libros sacros a los escritores sacros (como creyeron los primeros luteranos) palabra por palabra y letra por letra, porque entonces no habría en las Escrituras errores de ortografia ni faltas de gramática; y los hay. Aquí viene bien un sarcasmo de Nietzsche que dijo: "Es una gran gracia de Dios, que Dios, queriendo revelarse a los hombres, aprendiera el griego; y es una lástima que no lo aprendiera mejor". Aludía a las faltas de gramática que él veía en el Apokalypsis; y resulta que hoy día, los que saben más griego que él (como el Obispo protestante Benson) dicen que no son faltas de gramática sino licencias poéticas dese gran poeta que fue San Juan Evangelista. Así estas discrepancias.

En cuanto a la profecía sobre su Muerte, Cristo la repitió tres veces por lo menos, quizás más veces, si hemos de creer a Lucas. Pero tres veces está en el Evangelio y eso es lo seguro. Contra la viva resistencia de los Apóstoles, Cristo les predijo su muerte en todos sus rasgos: aprehendido, entregado a los Gentiles, azotado, escupido, vituperado, muerto en cruz y al tercer día resucitado.

Esto sólo lo podía saber Dios; no ningún hombre por inteligente que fuese.

La profecía es la prueba principal de la intervención de Dios en la Historia, como expliqué otra vez; así lo era para los Santos Padres Antiguos y para los judíos. Nosotros nos adherimos más a los milagros, por pereza quizás, por no "escudriñar las Escrituras" como mandó Cristo. La cuestión es que Cristo fue profeta, e hizo profecías acerca de sí mismo (que acabamos de ver), acerca de sus Apóstoles, acerca de su Iglesia y acerca del fin del mundo. Las primeras se han cumplido, la última tiene que cumplirse -si es que no está cumpliéndose. Excúsenme que no se las explane hoy. Antes de Cristo, hay en el Viejo Testamento un montón de profecías referentes a Cristo, que a ningún otro hombre pueden convenir, pues fijan todas las características de la vida de Cristo de modo inconfundible. Pensaba leerles la larga lista de las profecías mesiánicas que recopiló el gran matemático y filósofo francés Pascal; no hay tiempo, pero es mejor las recite de memoria, pues así diré las principales.

Sobre su NACIMIENTO está profetizado: que nacería del pueblo hebreo, en Belén de Judá, de la estirpe de David, de una Virgen, al terminarse las setenta semanas de años de la profecía de Daniel; que sería adorado por Reyes extranjeros y que huiría a Egipto.

Sobre su VIDA: que sería manso y humilde, tendría un Precursor, predicaría a los pobres, haría milagros, entraría triunfante en Jerusalén, sería vendido por treinta monedas, sería rechazado por su pueblo y postrado de una muerte airada y violenta.

Sobre su MUERTE: David en el Psalmo XXI, que recitó Jesús en la Cruz; e Isaías en el cap. LIII describieron la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en forma tan precisa que esos dos recitados son llamados el Ante-Evangelio: el Varón de Dolores, peor que un leproso, taladrarán sus manos y sus pies y se podrán contar todos sus huesos, repartirán sus vestidos y la túnica, la jugarán a los dados, lo insultarán, le darán hiel y vinagre, será reputado por delincuente y Él rogará por sus verdugos. Resucitará, subirá a los cielos, su sepulcro será glorioso y tendrá una inmensa progenie de seguidores. Todo esto, la vida y persona de Cristo en silueta, está en el Viejo Testamento, siglos antes de que Cristo viviera.

El que cae de rodillas ante Cristo, no hace ningún acto irrazonable ni se mueve por el sentimiento: Dios amontonó sobre Él evidencias hasta por lujo; con muchas menos bastaría. ¿Y los que no caen de rodillas ante Él? ¡Hoy día hay tantos, como ese Mencken que dije!

¿No caen por sobra de inteligencia? No: por falta de voluntad o de conocimiento. La fe depende de la voluntad: el acto de fe es libre. "Dijo el insensato en su corazón: No hay Dios", dice la Escritura (11). ¿Lo dice con su cabeza? No, con su corazón. Por eso una vez que lo ha dicho tiene que repetírselo toda la vida. Tira a Dios al suelo, le pone el pie encima, pero Dios no se muere como una cucaracha, sino que se mueve y hace fuerza y el otro patea.

Nosotros cuando hemos hecho el asentimiento a la fe, no nos pasamos la vida estudiando las pruebas de la existencia de Dios y leyendo libros de Apologética; pasamos a adorar y servir a Dios, a conocerlo cada vez más. Los impíos se pasan la vida buscando argumentos en qué sostenerse, si es que no se embrutecen en los vicios y en la ignorancia, como Mencken... 

Aquí en el país tenemos un Mencken: Lisandro de la Torre, al cual va a hacer una estatua el Gobierno, con nuestro dinero por supuesto. A mí me parece bien que le hagan una estatua, con tal me la dejen hacer a mí. Dos años antes de su suicidio empezó a producir a todo vapor argumentos contra la religión; y Monseñor Franceschi salió a disputar con él con otros argumentos y se equivocó; porque un necio puede preguntar en una hora más de lo que un sabio puede responder en un año. Franceschi publicaba un artículo por semana en su revista "Criterio" y de la Torre un artículo por día en el diario "Crítica", y lo ahogó bajo montones de paja. Pero Carlitas Steffens Soler vio lo que había que hacer: escribió un solo artículo en "La Fronda" y lo clavó a de la Torre contra la pared. Franceschi andaba con su rifle tirándole a los globos que el otro lanzaba al aire; y lanzaba diez cada día. Pero Carlitas Steffens Soler tomó una escopeta, le apuntó a la barriga, tiró un solo tiro, y lo dejó seco. Probó sin meterse en intríngulis que De la Torre era un perfecto ignorante de la materia en que se había metido.

Todo esto sería historia olvidada si al Vicepresidente Perette no se le hubiera ocurrido hacerle una estatua a De la Torre con nuestro dinero. Pero ahora es peor para De la Torre; porque ahora se republicará el artículo de Carlos Steffens Soler. Si otros no lo hacen, lo haré yo. Será útil; o por lo menos, gracioso.



Notas

11. Ps. 13,1.






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