"El sentido de la vigilia"
Sermón CCXIX
Vigilia pascual
Para exhortarnos a imitarle, el bienaventurado apóstol Pablo menciona también sus frecuentes vigilias, entre otras muchas pruebas de su virtud. ¡Cuánto mayor ha de ser nuestra alegría en la observancia de esta vigilia, en cierto modo la madre de todas las santas vigilias \ en la que todo el mundo está despierto! No aquel mundo del que está escrito: Si alguien ama el mundo, la caridad del Padre no reside en él, puesto que las cosas del mundo no son sino concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición mundana, que no procede del Padre. Este mundo, es decir, los hijos de la incredulidad, lo gobiernan los diablos y sus ángeles; contra ellos tenemos entablada una batalla según dice el mismo Apóstol: Nuestra lucha no es contra la carne ni la sangre, sino contra los príncipes, potestades y gobernantes de este mundo, de estas tinieblas. También nosotros lo fuimos en otro tiempo; ahora, en cambio, somos luz en el Señor. Resistamos, por tanto, a los gobernantes de las tinieblas con la luz de las vigilias. No es ese mundo el que se mantiene en vela en esta solemnidad, sino aquel del que se dice: Dios estaba reconciliando el mundo consigo en Cristo, no imputándoles sus delitos. Tanto resplandece en todo el orbe de la tierra la fama de esta vigilia que hasta obliga a estar despiertos en su carne a quienes no diré que duermen en sus corazones, sino que están sepultados en la impiedad infernal. También ellos pasan despiertos esta noche, en la que aparece visiblemente cumplido lo que mucho tiempo antes se había prometido: Y la noche resplandecerá como el día. Esto tiene lugar en los corazones piadosos, de quienes se dijo: Fuisteis tinieblas en otro tiempo; ahora, en cambio, sois luz en el Señor. Tiene lugar también en los émulos de todos, tanto los que ven en el Señor como los que tienen sentimientos de envidia ante él. En esta noche, pues, está en vela todo el mundo, tanto el mundo enemigo como el mundo reconciliado. Está en vela éste, ya liberado, para alabar al médico; está despierto aquél, ya condenado, para blasfemar contra el juez. Está en vela el primero, enfervorizado y resplandeciente en sus mentes piadosas; está despierto el segundo, consumiéndose y rechinando sus dientes. A aquél le impide dormir en esta fiesta la caridad, a éste la maldad; a aquél el vigor cristiano, a éste la envidia diabólica. Así, pues, nuestros mismos enemigos, sin darse cuenta, nos indican cómo debemos permanecer en vela en beneficio nuestro, si por nuestra causa están despiertos quienes nos miran con recelo. En efecto, incluso entre aquellos que en ningún modo han sido señalados con el nombre de Cristo, son muchos los que esta noche no pueden dormir, unos por dolor, otros por pudor, y algunos que se van acercando a la fe, también por temor a Dios. Por diversos motivos los mantiene despiertos esta fiesta solemne. ¡Cuan gozosa ha de ser la vigilia del amigo de Cristo, si hasta el enemigo vela con dolor! Si el pagano se avergüenza de ir a dormir, ¡con cuánto ardor ha de permanecer en vela el cristiano, envuelto Cristo en tanta gloria! A quien ha entrado ya en esta gran casa, ¡cuan conveniente le es mantenerse en vela en tan gran fiesta, si ya lo está quien se dispone a entrar en ella! Permanezcamos, pues, en vela y oremos para celebrar esta vigilia exterior e interiormente. Háblenos Dios en sus lecturas; hablemos nosotros a Dios con nuestras preces. Si escuchamos en actitud obediente sus palabras, en nosotros habita aquel a quien dirigimos nuestra oración.
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