domingo, 30 de julio de 2017

R.P. JUAN CARLOS CERIANI: SERMÓN EL MAYORDOMO INFIEL-30-JULIO-2017



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DOMINGO VIII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

EL MAYORDOMO INFIEL

R.P. Juan Carlos Ceriani




En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo. Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré porque mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza. Yo sé lo que he de hacer, para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas. Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y éste le respondió: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu escritura, y siéntate luego, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo. Él le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta. Y alabó el señor al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo, son más sabios en su generación, que los hijos de la luz. Y yo os digo: Que os ganéis amigos con las riquezas de iniquidad, para que cuando falleciereis, os reciban en las eternas moradas. 
Lucas XVI, 1-9



La vocación cristiana impone al hombre gravísimos deberes y le sitúa ante una gran tarea a realizar.

En la Epístola de hoy, San Pablo nos explica las obligaciones contraídas: no somos deudores de la carne, para vivir según la carne; al contrario, somos hijos de Dios, herederos suyos y coherederos de Cristo.

Por lo tanto, hemos sido llamados a mortificar con el espíritu las obras de la carne, y estamos obligados a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios.

Esto nos costará lucha y sacrificios sin cuento, hasta que logremos dominar y poner al servicio del espíritu el poder de la carne.

Por el contrario, ¡cómo lucha el hombre terreno, mundano, en defensa de sus intereses! ¡Cómo lo pone todo en juego para poder conseguir sus propósitos, sus aspiraciones terrenas, temporales!

Buena prueba de ello la tenemos en el mayordomo de la parábola del Evangelio de hoy.


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Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes…

Este hombre rico representa a Dios nuestro Señor, de Quien son todas las riquezas del Cielo y de la tierra.

Dichos tesoros son de tres clases:

Unas son riquezas corporales, que sirven al cuerpo para su mantenimiento, como la comida, el albergue y el vestido.

Otros son patrimonios espirituales, que adornan y enriquecen el espíritu con la gracia y las virtudes.

Otros son capitales eternos, con los cuales son premiados los justos en el Cielo.

Estos tesoros los reparte Dios a los hombres, y las primeras las da a buenos y malos, fieles e infieles; las segundas, solamente a los fieles, y algunas sólo a los justos; las últimas a los bienaventurados únicamente.

Debemos pedir a Dios que nos conceda usar de tal manera de las riquezas temporales que no perdamos las espirituales, y que negociemos con éstas de modo que podamos obtener las eternas.

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El mayordomo de este soberano Señor es el hombre, a quien entrega el gobierno de las riquezas que posee, así del cuerpo como del alma.

Aunque le da verdadero dominio de algunas, sigue siendo siempre mayordomo, porque su dominio no es absoluto, sino sujeto al dominio de Dios y de sus leyes.

Tampoco puede lícitamente distribuir ni usar de los bienes que tiene, si no es conforme a la voluntad del supremo Señor que se los dio.

Y a este Señor ha de dar cuenta y razón de todo; y eso el día que Él disponga pedírselo; para lo cual hay libro de recibo y gasto, en que se asienta lo que se nos da y el modo como lo distribuimos.

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Más allá de si la denuncia respondía o no a la realidad de los hechos, aquel mayordomo es acusado de desperdiciar los bienes de su Señor, gastándolos o usando de ellos contra la voluntad de su señor.

La intención de Nuestro Señor en esta primera parte de la parábola es hacernos reflexionar sobre el uso de los bienes recibidos: si lo hacemos según su divina voluntad, o contra ella y contra los preceptos que nos ha puesto en su santa ley.

Por estas cosas viene el mayordomo a ser difamado delante de su señor.

Sin más, pide el señor cuenta a su mayordomo y le quita el cargo.

Por tanto, oigamos la voz de Dios, que con sus inspiraciones y recuerdos interiores nos dice:

¿Qué pecados son estos que haces?

¿Qué tibieza es esta en que vives?

¿Qué olvido es este que traes de tu salvación?

¿Qué descuido es este que tienes en tu oficio y en las cosas que te he encomendado?

Escuchemos, pues, esta palabra y enmendemos con tiempo lo que Dios nos avisa por ella, porque si no estuviésemos enmendados a la hora de la muerte, la palabra que ahora nos dice para nuestra salvación, entonces nos la dirá para nuestra condenación.

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Somos hijos de Dios y, por lo tanto, herederos suyos y coherederos de Cristo. ¿Qué más queremos? ¿Nos falta algo todavía?

Para convencernos plenamente de nuestra inconcebible grandeza en Cristo la Sagrada Liturgia presenta hoy ante nuestros ojos este doble modelo, diametralmente opuestos: el del hombre carnal y el del fiel hombre espiritual, el del hijo del mundo y el del hijo de Dios, el del hombre separado de Cristo y el del hombre que vive en Cristo.

El hombre carnal es el hombre de lo presente, de lo perecedero. Sus sentimientos, sus aspiraciones y toda su mentalidad se ciñen exclusivamente a lo que existe aquí en la tierra. Está magistralmente retratado en el administrador del Evangelio de hoy.

Es un hombre que sólo se preocupa de sacar provecho de las cosas temporales y de los medios que para ello habrá de utilizar.

En cambio, le tiene sin cuidado el que estos medios sean justos o injustos, lícitos o ilícitos.

Es un hombre que pertenece por completo a los hijos de este mundo. Para él no significan absolutamente nada la vida futura, los mandamientos de Dios y una vida conforme al ejemplo de Cristo, a las máximas y principios del Evangelio.

En los hombres espirituales, en aquellos que están en Cristo, que no caminan según la carne, no se encuentra nada digno de condenación, nada pecaminoso y digno de castigo. Porque la ley del espíritu les ha dado la vida en Cristo y los ha libertado de la ley del pecado y de la muerte.

Grande, sublime es la vida del espíritu. Aunque exteriormente parezca pobre, sin embargo, en su íntima esencia, es algo enorme y extraordinariamente rico.

Obscura, insignificante, inadvertida al exterior, interiormente es, sin embargo, muy poderosa y elevada. Ella nos infunde la misma vida de Dios; nos da una santa libertad, una paz y un definitivo sosiego en Dios.

¿Quién más dichoso, más libre, más imperturbable y más fuerte que el hombre vivificado por el Espíritu de Dios? Este tal comparte realmente la misma vida de Dios.

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La parábola continúa dando a conocer la actitud del mayordomo; en la cual hemos de ver, en cuanto a la corteza de la parábola, la representación de un género de hombres astutos y sagaces para sus negocios.

Y en este sentido, no trae Cristo Nuestro Señor el hecho de este mayordomo para que lo imitemos, sino para que, al considerar la providencia que tuvo en remediar con tiempo las necesidades del cuerpo, aprendamos a ser prudentes en remediar las del alma; porque los hijos de este siglo aventajan en la prudencia que tienen para sus negocios temporales a la que tienen los hijos de la luz para los eternos; y de este modo podamos aprender de ellos.

¡Sí!, miremos la prudencia de los mundanos en su modo de vida mundana, y confundámonos de ver la que nos falta en la nuestra religiosa y cristiana.

Aquéllos son diligentes para el vicio, nosotros perezosos para la virtud; aquéllos se desvelan en inventar medios para cumplir sus malos intentos, nosotros nos echamos a dormir, descuidando de cumplir nuestros buenos propósitos; aquéllos sin dilación hacen luego cuanto pueden, aunque sea trabajoso, nosotros con dilaciones de día en día no hacemos lo que podríamos, aunque sea fácil.

Avergoncémonos, pues, de ser menos prudentes para lo eterno que éstos lo son para lo temporal; y dejando lo malo que tienen, imitemos con espíritu lo bueno, proveyendo con tanto fervor lo necesario para nuestra alma, como ellos proveen lo necesario para su cuerpo.

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Ponderemos el espíritu que anima a este mayordomo; en él se apuntan varios ejercicios para granjear la vida eterna.

Están los que la adquieren cavando, esto es, tomando por principal asunto la penitencia y mortificación de su carne con grandes rigores y asperezas.

Hay otros que ganan la vida eterna mendigando, esto es, tomando por principal asunto el ejercicio de la contemplación y oración, en la cual no se hace otra cosa que mendigar y pedir a Dios y a sus Santos lo necesario para la salvación y perfección.

Los que no son para ninguno de estos dos modos de vida, les resta que tomen otro tercer modo de granjear la vida eterna con limosnas y obras de misericordia, corporales y espirituales, conformes a su talento y capacidad; porque con estas obras de caridad y misericordia se alcanza de Nuestro Señor perdón de pecados y dones grandes de su gracia en esta vida, y después el premio de la vida eterna.

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Nuestro Señor infirió de esta parábola, diciendo: Y yo os digo: Que os ganéis amigos con las riquezas de iniquidad, para que cuando falleciereis, os reciban en las eternas moradas.

En estas palabras llama riquezas de iniquidad a las riquezas temporales, aunque sean lícitamente adquiridas, porque solamente las tienen por riquezas los malos, que ponen en ellas su descanso, y llaman bienaventurados a sus poseedores; pero los justos perfectos las tienen por basura, y huyen de ellas porque son ocasión de innumerables males de culpa y pena a los que desordenadamente las aman.

Pero, a pesar de esto, pueden ser instrumento de ganar las riquezas espirituales siguiendo el consejo que Nuestro Señor da aquí a los ricos, diciéndoles que ganen con ellas amigos, para que cuando fallecieren los reciban en las eternas moradas, ejercitando con los pobres todas las obras de misericordia, las cuales son amigos fidelísimos y poderosos para negociar con Nuestro Señor.

Jesucristo nos ofrece, pues, con el ejemplo del mayordomo infiel un medio de salvación. Quiere que imitemos su sagacidad granjeándonos amigos.

Puesto que necesitamos de intercesores, busquémoslos.

Mas ¿cómo nos captaremos simpatías? Bien claramente lo expresa el Evangelio: ¡Granjeaos amigos con las riquezas inicuas!

Mammona iniquitatis, llama el Señor al dinero. ¡Qué término tan expresivo! Manantial de iniquidad es, en efecto.

Enseña San Agustín que interpretando mal estas palabras, algunos roban lo ajeno y de ello dan algo a los pobres; y creen que con esto obran según está mandado. Esta interpretación debe corregirse. Dad limosna de lo que ganáis con vuestro propio trabajo. No podréis engañar al juez, que es Jesucristo. Por tanto, no des limosna del logro y de la usura. Pero, si tales riquezas tenéis, lo que tenéis es malo. No queráis obrar más de este modo. Zaqueo dijo: “Yo doy la mitad de mis bienes a los pobres”. He aquí cómo obra el que se propone hacerse amigos con la riqueza de la iniquidad y para no ser considerado como reo, dice: “Si he quitado algo a otro, le daré el cuádruple”.

Mammona iniquitatis… Manantial de iniquidad; pero nosotros podemos canjearlo en moneda aceptable, en valores auténticos.

¿De qué modo?

Convirtiéndolo en socorro del necesitado, que luego intercederá por nosotros ante el Justo Juez.

Además, con el dinero dado en honor de un Santo o en sufragio de las Benditas Almas, adquiriremos abogados defensores en las Iglesias Triunfante y Purgante.

Pero no es ése el único medio de granjearnos amigos. ¡Malparados quedarían los pobres, si no tuviesen otro medio de buscar defensores!

Sí; lo tienen. La devoción a los Santos nos granjea amigos en el Cielo; la devoción a las Almas del Purgatorio nos gana amistades entre aquéllos que pronto gozarán de la Gloria; las catorce obras de misericordia, en fin, obligan a aquéllos a quienes favorecimos a interesarse por nosotros.

Tenemos, pues, extenso campo dónde dar realidad a la indicación del Señor, dónde ejercitar la sagacidad propia de los hijos de la luz.

Aprovechémoslo.

No es que debamos hacer consistir nuestra piedad en multiplicar devociones, en cargarnos de rezos; pero es muy útil para la salvación contar con la ayuda de los Santos.

Demos, pues, una mirada a nuestras amistades del Cielo. Cada alma tiene sus particulares devociones. Examinemos si con ellas obligamos a los Santos, o, si por el contrario, nos hacemos reos de distracciones sin cuento.

Sea, por lo tanto, el fruto de esta parábola renovar nuestras devociones, de manera que las hagamos con espíritu de fervor.

Sea también otro fruto, ejercitarnos en obras de misericordia, de modo que obliguemos a nuestros prójimos a interceder por nosotros.

Tomemos, pues, la resolución de no hacer ni disponer de lo nuestro sino según el beneplácito de Dios, y de emplear en el servicio de Dios y en nuestra salvación igual celo al que en el mundo emplean los mundanos en buscar riquezas, honores y placeres.

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Para concluir, tengamos en cuenta la continuación del parágrafo del Evangelio de hoy: El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.

Por lo tanto, si no fuimos fieles en el dinero injusto, ¿quién nos confiará el verdadero, las verdaderas riquezas, las eternas?

Y si no fuimos fieles con lo ajeno, ¿quién nos dará lo nuestro?

Preguntas tremendas, que el Señor deja hoy en suspenso sobre nuestras cabezas…

Dentro de poco, la respuesta será aterradora…

No olvidemos que somos hijos de Dios y coherederos de Cristo… pero que los hijos de este siglo son más sabios su generación, que los hijos de la luz






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