martes, 22 de agosto de 2017

R.P. Leonardo Castellani: Breve Introducción a los Evangelios II







"El Evangelio de Jesucristo"
R.P. Leonardo Castellani



BREVE INTRODUCCIÓN A LOS EVANGELIOS


(Segunda entrega y final para lea la primera parte aquí)

VII. Aplicación de la nueva psicología lingüística a la crítica bíblica.

La exégesis hoy día participa de las condiciones embarulladas del mundo actual; quizá más aún que las otras ciencias culturales. Hegel ha introducido el macaneo en el dominio de las “Geistes-Wissenschaften”.

Las cuestiones más graves de exégesis son agitadas hoy día por hombres de método científico bastante dudoso; y a veces en forma tan temeraria, que es reconfortante escuchar sobre eso a una ciencia veramente experimental.

La ciencia experimental psicolinguística y etnográfica ha resultado hoy día netamente conservadora de la Tradición; y de la tradición católica más antigua, pura y acendrada. De tal modo que se podría parodiar la conocida frase 18 de Francis Bacon, diciendo: mucha ciencia experimental acerca a la Tradición, poca ciencia experimental aleja de la Tradición.

Hay exegetas hoy día que se tienen por defensores integérrimos de la Tradición y la Fe; a las cuales en realidad desacreditan y comprometen con sus macanas...

Las pacientes y rigurosas búsquedas del P. Marcel Jousse proceden con un método objetivo, cuidadoso de los hechos, de todos los hechos. Y ellas, al mismo tiempo que han dado la razón a los despreciados partidarios del sistema de la tradición oral, han reunido los sufragios de los más prudentes especialistas modernos, incluso de un exegeta tan independiente y poco sumiso como Alfred Loisy. Uno de los más sabios miembros de la Comisión Bíblica de Roma dedicaba poco ha uno de sus estudios “al R. P. Jousse, que por una vía nueva, confirma las verdades antiguas”.

Esta vía nueva, del todo inesperada después de tantísimas lucubraciones, se parece al huevo de Colón: es la aplicación de las leyes del estilo oral, científicamente desentrañadas, a los textos bíblicos escrupulosamente repuestos en su medio original, y no según nuestras actuales habitudes y experiencias de estilo escrito; habitudes que han engendrado tantos falsos problemas, errores y negaciones vanas.

Una multitud de hechos convergentes prueban que los libros del Viejo y Nuevo Testamento son un puro ejemplo de estilo oral.

Para estudiarlos pues hay que reponerlos y bañarlos en su propia atmósfera, y no en los ácidos de nuestros métodos de hipercrítica gráfica. Los tres Sinópticos no son syn-ópticos sino syn-acústicos: los ojos no tienen nada que ver con ellos: la boca y los oídos –pero especialmente entrenados–, fueron quienes los crearon.

La primera investigación psicofisiológica será pues la de los esquemas-rítmicos-tipo en los cuales todos los recitadores de Israel han moldeado y vertido sus composiciones populares hebraicas.

Después hay que establecer el elenco de paralelismos-clisé (Jacob-Israel, hombre-mujer, cielos-tierra, ánima-espíritu, carne-ánima, vida-muerte, sabio-necio, etcétera) que no solamente desatan los balanceos binarios y ternarios por una especie de automatismo casi previsible, sino que encauzan por dentro la composición de acuerdo a una lógica profunda; aunque no sea nuestra lógica grecolatina.

En fin, hay que despistar cuidadosamente los dispositivos didácticos que rigen esas curiosas composiciones: palabras mnemotécnicamente repetidas (palabras-broche) esquemas rítmicos plurales (estrofas) esquemas complementarios (recitativos O.) trabazón de las estrofas entre sí, clisés comunes, y palabras propias... o sea “ápax legómena”.

Por su retorno repetido, algunos paralelismos-clisé sirven para distinguir los diversos géneros que usan los recitadores: género teológico, género histórico, género filosófico, género poético...

Naturalmente estos géneros literarios no coinciden exactamente con los nuestros, más evolucionados y diferenciados; y se recubren e interfieren no poco: hay que tomarlos como son. Desde luego, no hay que hacer la confusión–que se hace continuamente por algunos semidoctos–del estilo oral con nuestra poesía, con su rima, sus pies contados y sus reglas rígidas y a veces artificiales (19).

El fin de los poemas orales hebreos –si así se quiere llamarlos– no es producir efectos estéticos o un estado de magia –”de la musique avant toute chose” era un disparate para ellos; y más aún la definición de Dante: “una finzione rettorica dipoi posta in musica”–. Su fin es mucho más elemental y necesario: una composición meticulosamente ordenada para ser aprendida fácilmente de memoria, y retenida impecablemente de generación en generación, a fin de conservar los documentos vitales de la raza: religión, leyes, historia...

Los grandes libros de la Humanidad –desde el Vedanta al Poema del Mío Cid– no son libros escritos, sino puestos por escrito a veces mucho después de su creación, y quizá justamente a modo de testimonio, para controlar la fidelidad de los diversos recitadores; así Pisístrato hizo poner por escrito las rapsodias orales de Homero, cuando se notó en Grecia que empezaban a corromperse; es decir, a diferir entre sí, por obra de los rapsodas, o recitadores.

El estilo oral no es una cosa prehistórica o arqueológica: está en la natura del lenguaje, se conserva ahora en muchas partes del mundo, y resucita cuando y donde menos se piensa aun en medio del estilo escrito (20).

Claudel hizo la innovación revolucionaria en la poesía moderna –y también Walt Whitman y otros– de usar un versículo rítmico –rimado o no–, a semejanza de la BIBLIA; pero es una imitación refinada y de segunda mano del estilo oral; Péguy está más cerca de la natura; él inspiró su versículo a Claudel. Sin conocer los precedentes lingüísticos, instintivamente, encontró su frase proposicional sustitutiva del verso, en la lengua de los campesinos lutecienses, sus paisanos. Su coincidencia con la expresión de los pueblos primitivos (es decir, con la poesía en estado puro y naciente) se halla no sólo en el versículo libre y variosílabo, calcado sobre el ritmo de la respiración y la emoción, que leemos en Le porche du mystére de la Deuxiéme Vertu, sino principalmente en las monótonas y potentes retahílas de cuartetos alejandrinos de Eöe; con sus metódicas repeticiones, a semejanza de olas de agua o surcos de arado en la tierra, que trasuntan el viejo uso de la palabra-broche:


“Il allait hériter des naufrages de Rome,
Du monde divisé dans des morcellements
11 allait hériter des naufrages de l'homme
Des eoeurs subdivisés par amoncellements.

I1 allait hériter des partages de Rome
D'un Empire brisé par des morcellements
11 allait hériter des partages de l'homme
D'un royaume épuisé par des ruisselleme?...

11 allait hériter des lourds legionnaires...
11 allait hériter des maigres mercenaires...
11 allait hériter des peuples débonnaires...
11 allait hériter des peuples centenaires...

11 allait hériter...
11 allait hériter...”, etcétera, etcétera.



Y así pacientemente durante cuatro páginas pesadas y potentes. Péguy no sabía nada de los trabajos del P. Jousse ni de los recitados orientales; se limitó a calcar sus internas meditaciones según el modo de pensar –y de expresar– de los paisanos franceses de la región chartresa, a cuya raza pertenecía.

De aquí se ve cómo Rubén Darío, a quien dan como “modernista” y “gran innovador de la métrica” no fue en realidad ni moderno ni innovador. Fue simplemente un romántico, el último y más grande de ellos, de acuerdo. Si hubiese sido realmente “modernista”, hubiera usado el metro de Walt Whitman.

“Es con voz de la Biblia y verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta ti, Cazador”.

Sí; pero él no lo hizo.

Cuando Israel volvió de la cautividad babiloniana en posesión de un dialecto, el arameo, los Recitados tradicionales no podían ser ya comprendidos en el hebreo original.

Entonces comienza el menester de los meturgemanes o traductores-intérpretes de la Sinagoga. Ellos traducen, o mejor dicho, calcan un esquema rítmico hebreo en otro esquema rítmico análogo en arameo o lengua vulgar.

Estas traducciones orales o targúms no fueron puestas por escrito al principio por escrúpulo religioso: se transmitieron oralmente y muy fielmente de generación en generación (21).

Son esquemas rítmicos calcados sobre la Biblia, familiares desde la infancia a los palestinos, los que van a servir de thesaurum o material común a los recitadores judíos del tiempo de Cristo. De ahí la necesidad do conocer los clisés bíblicos hebreos para comprender bien las composiciones orales arameas a las cuales pertenecen nuestros cuatro Evangelios, así como gran parte de las Epístolas y el Aapokalypsis.

Cuando las comunidades judías comenzaron a pulular en ambientes que hablaban griego, se verificó un segundo calco. Allí también hubo que fabricar targúms orales griegos, aprendidos de coro, y después fijados por escrito.

Entonces se produce naturalmente un fenómeno de interferencia. Los clisés arameos aprendidos de memoria por los meturgemanes se interponen a veces delante del clisé hebreo; o viceversa; esto da a veces calcos griegos absolutamente raros y aun incomprensibles, si no se acude al clisé extraño que está detrás de las palabras griegas demasiado literales; es decir, al dispositivo lingüístico interferente. La “oscuridad” de la Escritura no es por lo común oscuridad del original, sino de la traducción. Para poner un ejemplo: “Tí ennóí kai soi, guinai?”, dice el Evangelio de San Juan en las bodas de Caná. En griego ese clisé significa literalmente: “'Mujer, ¿y a mí y a ti qué?”. Parece una respuesta algo guaranga o al menos brusca de Cristo a su Madre. El traductor protestante de la Biblia inglesa de 1524, el famoso y desdichado William Tyndale, que abrigaba un fiero furor hacia el culto de la Santísima Virgen, lo agarró por donde quemaba, y lo tradujo lo más guarangamente posible: “Mujer, yo no tengo nada que ver contigo”; y tenemos testimonio del choque que produjo esta frase al comenzar a ser leída en las parroquias rurales inglesas –en tiempo de Enrique VIII y por artimaña del pérfido arzobispo Cranmer– el evangelio del domingo segundo de Epifanía en lengua vulgar. El pueblo sencillo no quería admitir que Cristo hubiese dicho eso a su Madre, así lo atestiguase el mismo Erasmo o el mismísimo Homero en persona; y tenía razón el pueblo sencillo instintivamente, contra los pedantes que “sabían griego”.

El modismo arameo original, que está detrás de esas palabras griegas, según dicen hoy los peritos, no tiene de necesidad un sentido de reproche y repulsa, sino que suele usarse en forma sonriente y humorosa, como si dijéramos en castellano: “Madre, no nos metamos ahora en líos; sabes que mi hora no ha llegado”. Mas la Madre entendió la sonrisa y no las palabras, a la moda de las mujeres; y sin hablar una palabra más, le hizo a Cristo adelantar su hora. Desde entonces hasta hoy, con respecto a su Madre, Cristo ha tenido siempre el reloj adelantado.


Los ejemplos se podrían multiplicar. El Nuevo Testamento no está compuesto de palabras sino de clisés o frases hechas. En realidad toda lengua está compuesta de frases. Cuando a mí me dice alguien, por ejemplo: “Vea, señor, el almacén de Pérez no está en esta cuadra; doble a la vuelta y emboque la calle Piedras”, yo creo percibir una fila de palabras – pero no es así– porque ]as he leído escritas y estoy acostumbrado –y harto– de leer y escribir. Pero póngase delante de un forastero... que no sea familiar con la lengua, y él nos dará testimonio de que lo oído es lo siguiente:


Veaseñorelalmacéndepérez
Noestáenestacuadra


Dob1ealavueltay
Emboquelacallepiedras.


Y mucho mejor que un extranjero, sería poner uno de los delicados aparatos fonéticos registradores, inventados por el Abbé Rousselot.

Pues bien, mucho más todavía y en forma más perfecta, la lengua de los medios estilorales está compuesta de frases; y éstas por lo común prefabricadas con gran perfección y manejadas por todos con gran uniformidad; como los campesinos de Castilla o de la Toscana manejan sus refranes.

“Las personas habituadas a considerar la palabra suelta como una unidad psicolingüística real –escribe L. Leroy, es decir, todos nosotros– se quedan entera1nente desorientadas cuando se les enseña que hay lenguajes, como los chinos por ejemplo, donde no existen palabras, propiamente hablando...” (22).

Es ahora sencillísimo de comprender lo que pasó con los diversos targúms de toda especie –pues los targúms rabínicos y talmúdicos de antes de Cristo están afectados exactamente de las condiciones mismas de los Evangelios– en manos de dos o tres diversos meturgemanes. Los clisés – pongamos– arameos no son traducibles siempre idéntice al griego y menos al latín. . . Es cosa sabida que las lenöJuas diversas no se cubren exactamente, y que toda lengua tiene palabras privativas suyas que no tienen equivalente exacto en otras, y se pueden traducir por varias palabras, o sólo con uná paráfrasis; como por ejemplo la palabra matter en ingles. Y vicevcrsa: hay frases enteras que se pueden verter con una sola palabra de otra lengua, como mise- en- page: paginación, por ejemplo (23). De ahí que dos o tres meturgemanes pueden verter de dos o tres modos diversos en griego el mismo clisé arameo; de donde se origina sencillamente el famoso “misterio de la Cuestión Sinóptica”; “la asombrosa coincidencia y más asombrosa disidencia” que asombró a San Agustín y a tantas gentes luego: si no se leyeron mutuamente parece imposible que coincidan tanto; y si se leyeron, que discrepen tanto... Mateo, Marcos y Lucas. No se leyeron mutuamente; pero oyeron los tres a un mismo Recitador, lo memorizaron y después decalcaron en griego lo que habían retenido fielmente de memoria. El P. Jousse ha hecho el experimento de tomar dos textos sacros griegos paralelos y disímiles y retrasponerlos al arameo para encontrar que los sinónimos desaparecen, y las divergencias se disipan en una convergencia de expresión aramea única...

En este medio de puro estilo oral arameo nace, se desarrolla y enseña un rabbí de Nazareth, Jesús, el Mesías.


Hablando a gentes arameas, de estilo oral, desarrolla su divina Instrucción en improvisaciones didácticas según el uso de los demás rabbís instructores de su tiempo y de antes y de después de él, por cierto, como éstas por ejemplo:







Improvisación didáctica de Rabbí Elisha Ben Abuyah

Recitativo 1

1. Todo aquel que aprende siendo niño
             ¿A qué cosa será comparable?
              A pluma con tinta escribiendo
              Sobre pergamino nuevo...

Recitativo 2

1. Todo aquel que aprende siendo viejo
             ¿A qué cosa será comparable?

2. A pluma con tinta escribiendo
             Sobre pergamino raspado...



Improvisación didáctica de Rabbí Josef Bar Iuda

Recitativo 1

1. Aquel que aprende de los jóvenes
           ¿A qué cosa será comparable?

2. A un hombre que come las uvas verdes
            Y bebe el vino en el lagar.

1. Aquel que aprende de los viejos
           ¿A qué cosa será comparable?

2. A un hombre que come las uvas maduras
           Y bebe el vino con solera.


Lo mismo que los otros rabbís, el Mesías Jesús improvisaba, con los sencillos y tradicionales paralelismos clisé o estereotipias (tierra-cielos; piedra-arena; sabio-necio; vino nuevo-vino viejo; luz-tinieblas; salud-enfermedad; agua-fuego, espíritu-carne, pastor-oveja; trigo-cizaña; sarmiento-viña; siglo-reino) sus sublimes recitados en los géneros usitados: género himno, género plegaria, género misterio de fe, y, sobre todo, género parábola, el cual se encuentra desarrollado en él de una manera enteramente propia y peculiar. 

Por supuesto que –lo mismo que con los otros rabiís y como ocurre aún hoy con los “autores” de los medios de estilo oral– él era de inmediato e impecablemente memorizado por sus decoristas (o discípulos) y aun parcialmente por el auditorio: memorización facilitada por la misma disposición “dialécticamente psalmodiada” de los recitativos lo cual puede uno comprobar experimentalmente una vez que entiende el procedimiento: 



Improvisación didáctica de Rabbí Jesús, el Mesías


Recitativo 1

1. No atesoréis para vosotros
          Tesoros en la tierra

2. Donde el herrumbre y polilla los comen
          Donde los ladrones cavan y roban.

Recitativo 2

1. Más atesorad para vosotros
          Tesoros en los cielos
          Donde el herrumbre y polilla no los comen
          Donde los ladrones no cavan y roban...

Recitativo 1

1. Quienquiera oye estos discursos y los hace
          Es semejante a un hombre cuerdo
          que edificó su casa sobre piedra.

2. Y mirad la lluvia ha caído
          Los torrentes se desataron...

3. Y los vientos han soplado
          Y atropellaron contra la casa...

4. Y la casa no fue volteada
          Porque estaba fundarla sobre piedra.

Recitativo 2

1. Quienquiera oye estos discursos y no los hace
            Es semejante a un hombre necio
            Que edificó su casa sobre arena.

2. Y mirad la lluvia ha caído
            Los torrentes se desataron...

3. Y los vientos han soplado
            Y atropellaron contra la casa..

4. Y la casa fue volteada
           Y Su derrumbe fue tremendo.


Éstos son recitativos sencillos, conservados por el Evangelista en su pura forma aramaica. Cualquiera ve que son fáciles de retener de memoria: lo único que cambia son unas cuantas palabras; y las que no cambian son clises o estereotipias conocidas por los oyentes de antemano y usadas continuamente en su conversación: a modo de refranes, o frases hechas.

Éstos son recitados sencillos, como digo, conservados casi literalmente por el meturgemán; un poco abreviados posiblemente. En otros el calco griego ha modificado o resumido un poco; pero un entendido puede reconducirlos fácilmente a las leyes de su forma original. Cristo debió ser un maestro en estas composiciones orales, puesto que las gentes exclaman al oírlo: “Verdaderamente jamas un hombre ha hablado como este hombre”. Después de la Ascensión, los Apóstoles, probablemente en común –en el Cenáculo– insertaron los discursos –o griegos o arameos– de Cristo en un contexto histórico compuesto igualmente con los clisés arameos tradicionales: eso constituyó lo que se llama de antiguo – los Santos Padres nos han conservado el nombre– la “catequesis apostólica”. Después, en su predicación oral palestina, entregaban a los rieles uno o varios –según la necesidad– de esos recitados históricos o doctrinales. San Juan se dedicó sobre todo a los discursos más espirituales del Maestro; los otros Apóstoles transmitieron los discursos del género parábola y del género apokalyptico o moral con preferencia: de acuerdo a los auditorios y a su propia idiosincrasia.

Cuando hubo que adoctrinar a los pueblos de habla griega, se tradujo al griego las fórmulas arameas acostumbradas; si ya el mismo Cristo no las había traducido, conforme es posible en el medio palestinense bilingüe. Lo que se traducía no era un papel escrito, sino una palabra escuchada y retenida. Los Apóstoles (Pedro, Mateo, Juan, Pablo) recitaban en arameo; sus meturgemanes o repetidores-traductores (Juan, Marcos, Tito, Lucas, Bernabé) escuchaban y calcaban, oralmente, en griego vulgar. Un meturgeman no necesita traducir a- medida- que, como nuestros traductores; puede esperar el fin del recitado, que se imprime tal cual en su memoria y en sus músculos laringo-bucales maravillosamente entrenados.

Ahora bien: algunas palabras arameas de sonido idéntico (homónimos) o casi idénticas –a causa de la degradación fonética de las guturales y las sibilantes, estudiada por Jousse– eran vertidas al griego ya en un sentido ya en otro, según lo entendían los intérpretes.

Tenemos un primer principio de variantes que afecta al sentido mismo; y que pasó a los Evangelios escritos.

Segundo: suponiendo que el intérprete no duda del sentido exacto de la palabra por calcar, sus traducciones, por fieles que se quiera, podrán no ser idénticas, sino sinónimas solamente: es sabido que toda lengua posee cantidad de sinónimos, que excogita la pericia o el gusto del hablista. Las expresiones griegas excogitadas por los intérpretes pertenecían a ese diccionario vivo común, compuesto por las versiones griegas del Viejo Testamento en uso entre los judíos, de las que Los Setenta era la más usitada; ese diccionario era lo bastante rico para proveer cantidad de clisés sinónimos. Los dos intérpretes apostólicos, Marcos y Lucas, por sus relaciones mutuas y por venir de ambientes idénticos, tenían el mismo modo de calcar oralmente y sus clisés les son comunes; otros, como Mateo o el que fue quizás su intérprete, emplean otras fórmulas, equivalentes; y también tradicionales. 

De donde tenemos la coincidencia literal de los Evangelios; y la otra forma de divergencia, que atañe ya no al sentido sino a las expresiones.

Estos hechos, expuestos aquí por orden cronológico, no fueron hallados así por los investigadores, sino en sentido inverso. La traducción (o retraspuesta) al arameo de perícopas paralelas del Evangelio, hecha por especialistas, reveló que ellas se fundían en una; y desaparecidas las divergencias aparentes, se disipaba el “misterio” de la Cuestión Sinóptica. Ese fue el punto de partida para una retahíla de estudios sobre la psicología del estilo oral, y la psicología de la expresión humana en general, que llegaron hasta el análisis de lo más íntimo de los lenguajes y de sus elementos constitutivos, sus leyes naturales y las etapas de su evolución en el mundo. Los cimientos de una nueva e importante rama de la psicología quedaron puestos. Los errores acerca de ella seguirán por un tiempo su camino: los errores tienen la vida dura; y yuyo malo nunca muere. Todavía llegan hasta nosotros, por ejemplo, observaciones acerca del “estilo abrupto y dislocado” de las epístolas de San Pablo, o acerca de su “incoherencia” o de su “oscuridad”. Mas si se retraspone al arameo el griego de San Pablo, estamos en presencia de una palabra magníficamente armonizada y ordenada, según las leyes tan características del estilo oral arameo. Aldous Huxley trata a los recitados de los Profetas hebreos –y a los salmos de David– de escritos “bárbaros y brutales”; pero puestos en su contexto lingüístico son seguramente más finos y equilibrados que las poesías inglesas que él –por desgracia– escribió. Podría traer aquí toda una antología de disparates vertidos acerca de la “literatura” o la “poesía” antigua, por autores que ni sospechan que no hay “literatura” ni “poesía” en el sentido que ellos entienden; sino otra cosa; de la cual nada saben. El sabio Noeldeke, por ejemplo, reprende y condena severamente a Mahoma y su Korán, que no tienen más culpa que la de no haber sabido unas reglas poéticas y literarias que son muy posteriores, y que se las quieren embutir a posteriori: “La mayor parte del Korán es decididamente prosaica –dice el sabio sueco-inglés– y muchas veces su estilo es afectado y melindroso. Naturalmente en temas tan variados, no podemos esperar que cada parte sea igualmente brillante y poética... Un decreto sobre el derecho de herencia, o un punto de ritual, deben ser por fuerza expresados en prosa [?], si no se quiere volverlos incomprensibles. Nadie se quejará de que las leyes civiles del Éxodo o el ritual sacrificial del Levítico carezcan del fuego de Isaías o la ternura del Deuteronomio [?]. Pero la falta de Mahoma consiste en una sumisión servil y obstinada a una forma semipoética (24) que había adoptado al comienzo para complacer al [mal] gusto propio y de sus oyentes. Por ejemplo, emplea la rima (25) tratando los temas más prosaicos, produciendo de esa manera el efecto desagradable (26) de un desacuerdo entre el fondo y la forma[!!!!]” (27). Ha oído campanas y no sabe adónde; y habla del Korán como un ciego puede hablar de colores.

Los mismos garrafales malentendidos podíamos traer del P. Cladder hablando de la Epístola de San Judas Tadeo; de Reville hablando de las de San Pablo; de Loisy hablando del Apokalypsis... En los “prolegómenos de un texto crítico del Nuevo Testamento publicado en España por un autor afamado, leemos: “In poeticis Veteris Testamenti citatis, ubi commodum visum est, rhytmica [sic] dispositio adhibita est. Similis conformatio visa est opportuna in rhythmicis quidusbam Quarti Evangelii, Paulinarum Epistolarlöm, Apocalypseos pericopis exhibendis...”. Por lo visto, el autor cree que la Biblia está compuesta parte en verso y parte en prosa. Y examinando en su texto las partes puestas en “rythmica dispositio”, se ve que para él todo el Viejo Testamento ha sido compuesto en verso, y el Nuevo Testamento casi todo en prosa... Sancta simplicitas!.

Siguiendo a Pitágoras, se admitió durante 2.000 años que el movimiento circular era el más perfecto, y por tanto los astros debían tener movimiento en círculo. Por desgracia los astros no parecieron preocuparse mucho por la regla de lo más perfecto y para hacerlos reentrar en ella los astrónomos antiguos tuvieron que infligirles las dos “suposiciones primeras y simples” –como dice Ptolomeo–de los epiciclos y de las excéntricas; las cuales empezaron a complicarse tanto que no podían ya llevarse adelante, cuando vino Copérnico y retiró el falso supuesto: los astros no seguían el movimiento “más perfecto” según Pitágoras.

Así también, después de haber asimilado los recitados ritmicomnemónicos a las leyes “perfectas” de nuestra poesía; de nuestro concepto de la “poesía” puramente estética, y ya grandemente artificial, de versos y estrofas –lenguaje de la imaginación y la emotividad, no de la memoria y el intelecto–, los eruditos y críticos se ven obligados a sobreañadirles toda clase de epiciclos y excéntricas, para que los ingenuos ritmeros de Oriente no escapen del todo a las leyes de la perfección poética... de los señores críticos actuales.

El descubrimiento y estudio de las leyes del estilo oral tiene en esta materia el efecto de Copérnico. Así como los epiciclos y excéntricas son para nosotros solamente curiosas antiguallas, así la Cuestión Sinóptica con sus intrincadas hipótesis–”problema arduum et salebrosum” le llama Rosadini: ya lo creo–, la cuestión de la versificación hebrea, y las máquinas de guerra de los racionalistas contra la autencía de los Libros Santos, deben ir a parar al museo del Flogisto, de la Piedra Filosofal y de los Espíritus Animales...

Puesto que se puede comprobar su composición oral aramea; y desde ella, gracias a la memorización invariable propia del estilo oral, se puede remontar a sus autores mismos, la autencía de los Evangelios, que todos los siglos cristianos poseyeron pacíficamente, ha quedado científicamente corroborada. Será siendo negada siempre por algunos, sin duda; pero esa negación no podrá invocar desde ahora para nada el nombre de “la Ciencia”.

Estamos más seguros de que el contenido de los Evangelios procede de Cristo y ha llegado fielmente a nosotros que si Cristo los hubiese escrito a máquina, los hubiese mandado a la imprenta, y hubiese corregido las pruebas. El Mesías los depositó en una muchedumbre de imprentas vivientes, controlables celosamente unas por otras; y ese pueblo de recitadores constituye una masa abrumadora de testigos, una falange de inspectores (28) y correctores y un control de seguridad tal, como no existe para un autor cualquiera que en nuestros días imprime un libro. Yo tengo plena certeza de que las cinco Grandes Odas de Paul Claudel no las escribió André Gide ni Georges Suarés; pero tengo aún mayor certeza de que el Evangelio de San Juan no lo escribió un oscuro gnóstico del siglo II que se cubrió con el nombre del Apóstol, como fantaseó Loisy.

Así quiso la Providencia conservarnos el libro más precioso que ha andado en manos de hombres (29).


VIII. El texto

El hombre corriente que abre un Nuevo Testamento común no se puede imaginar la montaña de trabajo que hay detrás de ese texto, bien o mal impreso, que cuesta pocos pesos, si no lo dan de balde.

Es un libro que tiene ya cerca de 2.000 años de historia y de vida; y la vida es movimiento.

¿Cómo sabemos que este texto que leo es conforme al que puso por escrito su autor; y que no ha sido mudado o corrompido?

A esta pregunta responde la Crítica Textual, que es una ciencia muy delicada, o mejor dicho es una tekné o arte, muy complicada y hoy día llegada a un punto sumo de refinamiento; y aun de bizantinismo. El arte de hacer mosaicos, en punto a complicación, es un juego de niños al lado de éste, que hace mosaicos de palabras, de variantes y de textos.


Los originales de los Evangelios se han perdido hace muchísimo tiempo; y entre ellos y las copias más antiguas que poseemos, media un lapso de 250 a 300 años (30). Mucho mayor es el lapso entre las tragedias de Sófocles y su códice más antiguo, unos 1.400 años. Pero la dificultad con los Evangelios es mayor; porque de Sófocles sólo poseemos un centenar de copias y ellas bastante parejas; de los Evangelios una infinidad, y muy discordantes.


Manuscritos griegos, mayúsculos, minúsculos y fragmentarios (o papiros, o velines o pergaminos o palimpsestos) hay hoy día 4.105 desparramados por todas las grandes bibliotecas del mundo; de ellos unos 167 son completos, y contienen todo el Nuevo
Testamento. En cuanto a su versión latina, que hoy día llaman Vulgata, debe de haber unos
30.000 manuscritos, según el cálculo máximo de Dom de Bruyne; que otros críticos reducen a la mitad o menos. Hay como un millar de manuscritos de las otras versiones antiquísimas, viejolatinas, siríacas, coptas, armenias, etiópicas, árabes, eslavas, góticas. Hay innumerables citas más o menos literales de los Evangelios en los antiguos escritores eclesiásticos. Ahora bien, ninguna de estas copias coincide con otra exactamente: no hay dos manuscritos iguales. Las variantes se calculan en 250.000.

Éste es el problema de la crítica textual evangélica, y éste es el material inmenso que debe manejar en una especie de ajedrez de más en más complicado, para conseguir su fin; el cual es, simplemente hablando, reconstruir a fuerza de paciencia e inteligencia el texto original.

Me atreveré a decir de inmediato una cosa osada: que nunca lo conseguirán. De la incursión que hice durante mis estudios en los intrincadísimos libros de los grandes críticos actuales he traído esa impresión neta, que no ha hecho sino crecer con los años.

Los tres más grandes sistemas de crítica textual actuales –hay muchos–, el de Wescott-Hort, el de Burgon-Miller y el de von Soden, que son complicadísimos, y se yerguen uno frente al otro, no pueden destruirse mutuamente por más argumentación que aduzcan; y por tanto sólo pueden darse como probables. Ir más allá de estos sistemas en cuanto a recogida de materiales, ingeniosidad conjetural y lógica argumentativa, parece imposible.

“Las opiniones de los críticos son más divergentes que nunca: el campo de la investigación permanece abierto, y el problema no está zanjado”, concluye el abate E. Jacquier al final del VI tomo de su completísimo y solidísimo epítome sobre el Nuevo Testamento, editado en París, Gabalda, año 1911, que tenemos delante (31).

Esto puede desalentar y aun desesperar a algún desprevenido: “¡por tanto no tenemos ni tendremos nunca un texto puro de los Evangelios; en los cuales se funda la predicación y la fe cristiana!” No, consuélese: el texto que tenemos actualmente es substancialmente puro: ninguna cosa fundamental de la fe, ningún punto de la dogmática hay que no esté apoyado en textos absolutamente seguros, indiscutidos e indiscutibles, y a veces repetidos en varios lugares diferentes. Este es el resultado, en sí mismo enorme, de muchos siglos de trabajo científico encarnizado y del sudor de innumerables sabios: Wescott y Hort, por ejemplo, para establecer su texto crítico–el mejor que hoy día existe–, trabajaron 25 años sobre el trabajo de todos sus predecesores a partir del siglo IV, en que comienza la crítica textual con San Jerónimo y Orígenes.

De modo que quien tiene hoy día el Nestle griego –con el cual trabajo– o el texto latino de la Vulgata Clementina publicado por Fillion o Hetzenauer, por ejemplo, puede estar absolutamente tranquilo de que tiene, en todo lo fundamental, el texto que escribieron Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Las variantes sobre las cuales se encorvan los críticos no son divergencias de fondo, sino de forma: de estilo, de gramática, de sinónimos, y de pequeñas y no esenciales interpolaciones, supresiones o mutaciones.

Para poner un ejemplo sencillo, tomado de los comienzos de este trabajo de purificación, veamos las correcciones críticas que hizo San Jerónimo a la versión ítala del manuscrito de Brixiano, que fue el básico para su gran revisión: de la cual revisión proviene después de muchísimas vicisitudes de avance y retroceso, nuestra actual VULGATA LATINA, aprobada por el Concilio de Trento. 

Abriendo al azar, Mateo, Capítulo VII:





La corrección 1 es un verbo más simple; 2, una inversión eufónica, 3, un error de ortografía, 4, un tiempo de verbo más directo; 5, un sinónimo; 6, un error de ortografía; 7, tiempo de verbo más directo. Y así continúa: todas son correcciones de buena latinidad simplemente. En esta página que tengo delante hay una sola variante que cambia un poco el sentido, al final:


ea assimilabitur             eam similabo eum.


Y para decidirse a estas variantes de sentido, Jerónimo acudía a los manuscritos griegos que poseía y a su gran inteligencia y experiencia de la Escritura.

¿Cómo han podido producirse tantas variantes? La Vulgata Clementina, publicada en 1592 por Clemente VIII, tiene más de 3.000 variantes sobre la Biblia Sixtina, publicada por Sixto V en 1590), y en la cual trabajaron cuatro Papas. ¿Y quién “corrompió” los textos?

Imagine el lector la copia de un libro a mano en un rollo de papiro de 9 metros o un códice de pergamino o velín: el esclavo copista tenía el ejemplar sobre los pies y la copia sobre las rodillas –como lo muestra un fresco romano antiguo– bajaba la vista al ejemplar y escribía a toda prisa; a lo más, en las casas ricas, había varios esclavos copistas o tajígrafai a los cuales un “dictante” (anagóostees) leía en voz alta; y un “corrector” (diorthoóthees) corregía enseguida las cópias.

Pero esto último era peor; los correctores de aquel tiempo se tomaban grandes libertades, como los que ahora llamamos linotipistas leídos: son los principales autores de las variantes; las cuales pueden ser culpables o inintencionadas.

Las variantes culpables no son problema: son las introducidas con intención herética por los heresiarcas, como las de Basílides, Valentino y Marción, tantas veces denunciadas por los Santos Padres (32). No son problema, porque la vigilancia de la Iglesia y las continuas denuncias de los Santos Padres (33) no las dejaban demorarse en el texto, del cual eran expurgadas enseguida: ni una sola de ellas ha llegado a nuestros textos actuales. Sabemos que existieron por los escritos de los Santos Padres.

Son las variaciones inintencionadas las que han dado tanto trabajo. Se producían de muchos modos:

1. El copista omitía los signos de puntuación, los acentos, los espíritus o las barras. Eso es muy común en los manuscritos. La dificultad que hay acerca de la hora de la Crucifixión, v.gr., probablemente viene de la simple omisión de la barra del digamma (F) letra griega que significa seis, mientras que la gamma ( ) significa tres. Leemos hoy en Marcos, XV, 25, que Jesús fue crucificado “a la hora tercia”; mientras Juan, XIX, 14, dice que Pilatos mostró a Jesús a los judíos “a la hora sexta”; lo cual no pega. La mejor solución de esta dificultad es la de San Jerónimo y es muy sencilla: los dos Evangelios tenían un digamma (hora sexta) y la segunda barra de un digamma estaba borrosa o borrada; y el copista no la vio o la omitió por distracción. Y en efecto, la tradición de la Iglesia es que Cristo fue crucificado después de las 12, y murió cerca de las 15 horas.

2. Errores por distracción en los casos gramaticales o bien omisión de palabras; palabras escritas todas juntas, lo cual es común en los manuscritos provenientes de una dictación, que el copista escribía como oía –ver p. 58–; palabras salteadas o sustituidas por una muy diversa, en que el copista distraído estaba pensando.

3. El copista omitía una palabra que no entendía (34); como la palabra déutero próotoo, suprimida en el Códice Sinaítico, en el Códice Vaticano, en el Códice L y en varios minúsculos.

4. El copista introduce palabras explicativas (interpolación: esto es más grave).

5. El copista omite o añade pronombres, pone palabras usuales en lugar de los arcaísmos, emplea una palabra sinónima que le parece mejor...

6. El copista cambia un texto que no entiende por uno que le parece más claro; o una palabra que le parece obscena por otra más decente: como es el caso de la palabra zamah del Cantar de los Cantares, que tanto trabajo dio a fray Luis de León.

7. El copista asimila inconscientemente dos clisés orales equivalentes. Ya hemos visto –p. 57– por qué podía producirse esto, y cómo.

El resultado de todas estas variantes fue que ya en el siglo IV San Agustín se desespera ante las innúmeras variaciones de los manuscritos latinos (“codicum infinita varietas”) que pululaban en gran cantidad en todo el Imperio, desde el África –donde surgió la primera versión latina– hasta la Bretaña; y el Papa San Dámaso encargó a San Jerónimo, que vivía en Palestina, hiciera una nueva traducción correcta del griego.

Se dice comúnmente que San Jerónimo “tradujo toda la Biblia del hebreo y del griego al latín”. Es un error. San Jerónimo primeramente contestó a San Dámaso: “Si hemos de fiarnos de los ejemplares latinos, dime de cuáles; pues hay tantos textos como códices; hemos de acudir al texto griego... pero entonces hay que hacer un gran trabajo crítico previo; pues también los manuscritos griegos están llenos de variantes...” (35). Al fin se puso al trabajo refunfuñando, como era su costumbre; en este caso, con mucha razón. 

San Jerónimo temía con razón la rebelión de la “opinión pública” si producía un texto diferente de lo que los fieles acostumbraban a oír en sus “iglesias”, y sabían de memoria; como en efecto sucedió (36).

Tradujo del hebreo muchos libros del Antiguo Testamento y revisó otros; el Libro de los Psalmos no lo tocó. Del Nuevo Testamento no hizo sino una cuidadosa “revisión” o corrección: completo en los Evangelios de Mateo y Marcos y en la primera parte de Lucas. En la segunda parte de Lucas y el Evangelio de San Juan, Jerónimo se limitó a corregir el estilo, guardando el texto del Brixiano, que estimó sano. Sin embargo, se produjeron las más agrias críticas, por parte de los que él llama “perros ahulladores” (“canes ululantes”). En su carta XXVII, Ad Marcellam, Jerónimo llama a sus críticos “burritos con dos pies”, y les aplica el proverbio romano: “Al burro no le toques la lira”, insultándolos amenamente. En su Prefacio al Libro de Job se queja de los críticos, diciendo que “si corrijo, me llaman falsario; si no corrijo, soy un sembrador de errores”. A San Agustín que, intimidado por el rumor, lo exhortaba a abandonar la traducción del Antiguo Testamento, lo reprende con una aspereza bien friulana. Estos santos antiguos no eran muy santulones (37). A pesar de la aprobación papal, la Vulgata de San Jerónimo –llamada así después del Concilio de Trento– fue resistida en todas partes, y recibida muy a la larga; los romanos en el siglo VI todavía no la preferían a la “ítala”. Pero San Patricio el Irlandés ya la citaba en el siglo V. En España San Isidoro de Sevilla la impuso en el siglo VII. Pero Walafrido Strabón en el IX dice que todavía no era universal en la Iglesia Romana occidental.

Propagada al fin por toda Europa, durante la Edad Media comienza el mismo proceso de corrupción textual debido a los copistas ''dormilones”, que dice el Dálmata; de modo que en las Escuelas, al lado de la Biblia, se escribían suplementos llamados “Correctoría”, a veces libros enteros, con las correcciones. Así, pues, prosiguen los dos fenómenos paralelos, las variantes y el trabajo crítico textual.


La Universidad de París quiso adoptar un texto seguro; pero erró en la elección; y el gran físico y gran escriturario inglés Roger Bacon asegura en 1268 que el Textus Parisinus estaba “horriblemente corrupto”. Los dominicos primero y después los franciscanos intentaron purificarlo, con mal método y mala suerte: hicieron retroceder la pureza textual más allá de San Jerónimo, adoptando variantes viciosas e interpolaciones que el santo había ya expurgado. Así que cuando en 1456 apareció la primera Biblia impresa –por Gutemberg y Peter Scheffler, o bien Johann Fust– la llamada hoy Biblia de Mazarino, el texto era defectuosísimo. Este texto se reprodujo enormemente hasta 1515. El primer intento crítico serio fue hecho por un hombre de nuestra raza: el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, en su Biblia Políglota de Alcalá, año 1517, en que están cara a cara los textos hebreo-griego-latino para el Antiguo Testamento, y el griego-latino para el Nuevo Testamento. El texto de la Vulgata es allí mucho mejor que el de las ediciones precedentes, sin ser del todo puro. Los cuatro “doctores” de Alcalá (Astúñiga, Núñez de Guzmán, Demetrios Ducas, “el griego”, y Antonio de Nebrija, el gran gramático) corrigen la Vulgata jeronimiana cotejándola con códices griegos “antiquísimos y castigadísimos”, enviados por el Papa León X.


En este tiempo, como efecto de la caída de Bizancio llegan al Occidente muchísimos manuscritos griegos y se inicia un nuevo tramo en la crítica textual con Erasmo Robert Estienne y otros.

Erasmo de Rotterdam, espíritu inquieto y agresivo contratado por Lady Margaret (la madre de Enrique VIII) para enseñar en Cambridge, elaboró en su helada torre del Queen's College –donde duró sólo año y medio– su libro Novum Instrumentum, que tuvo un efecto portentoso, y fue como la mecha de la pólvora que iba a desmembrar a Europa: era una apelación al texto griego de la Escritura, un repudio desdeñoso de la Vulgata jeronimiana... y el comienzo de la “alta crítica” moderna: ese trabajo de corrosión de que se habían de servir contra la Iglesia Romana los rebeldes y los reformadores, que empezaban a hervir en Alemania y todo el norte de Europa.

Prevalido de su conocimiento del griego, muy raro entonces, Erasmo parece pretender que él solo comprende la Escritura. Era un burdo sofisma, pues los manuscritos en griego estaban tan atrasados como la Vulgata, y necesitaban purificación tanto o más que ella. Erasmo publicó cinco ediciones diversas del texto griego, de las cuales la única que puede llamarse crítica es la cuarta, del año 1527. La primera es tan inescrupulosa que puede llamarse fraude: compilada apresuradamente en cinco meses del año 1515 con el fin de ganarle por la mano a la Biblia Políglota católica de Alcalá –”praecipitata verius quam edita”, confesó él más tarde– está calcada simplemente del deficiente Codex 1, del siglo XI, en parte; y de los Codex 2, que son un poco mejores, en tanto que el autor afirmaba mendazmente en el Prefacio que la había sacado de “muchísimos códices de ambas lenguas, y no cualesquiera, sino los a la vez antiquísimos y castigadísimos”. El único manuscrito que tenía del Apokalypsis sufría de lagunas, que Erasmo llenó simplemente por su cuenta, traduciendo al griego fragmentos de la Vulgata. Denunciada la inhonestidad, Erasmo trabajó y pulió su texto, introduciendo en su segunda edición 400 nuevas lecciones, de las cuales 70 – según Mill– son malas; sirviéndose para ello incluso de la Políglota de Alcalá, ya aparecida por entonces.

El camino de la crítica textual desde entonces es enorme; y puede dividirse en tres etapas:

1. Desde la Políglota a John Fell, en el año 1686, en que se pule el texto de acuerdo a varios manuscritos, se inventa el aparato crítico, y se discuten las principales variantes.

2. De John Mill a Lachmann, entre los años 1707-1830, en que se acumula prodigiosamente el material de control, se establecen las principales leyes críticas, y se clasifican y catalogan en grupos todos los manuscritos existentes: para lo cual el alemán Johann Marffn Augustinus Scholz, uno de los padres de la crítica actual (1794-1852) recorrió durante largos años la Francia, Suiza, Italia, el archipiélago griego y la Palestina, levantando un censo de los manuscritos del Nuevo Testamento, al cual enriqueció con numerosas piezas descubiertas por él. Se le debe la clasificación en Cinco Familias. En 1836 publicó en Leipzig su texto crítico del Nuevo Testamento griego, sobre el texto de Griesbach (1775) y el antiguo Elzeviriano; texto crítico muy sano que aún ahora es tomado por muchos como fundamento sólido de trabajo.

3. De Lachmann hasta nuestros días: con la ayuda de la tipografía y la fotografía, el material diseminado por las bibliotecas del mundo se puede tener todo junto en una biblioteca.... de Alemania; y se puede hacer a la vez el trabajo de hormiga y el trabajo de halcón: la colación de textos y el sistema crítico.

Karl Lachmann (1793-1851) no era un teólogo sino un lingüista: publicó su nuevo texto basado en el principio sencillo de la lección antiguamente más difundida, primero en 1831 y después, enormemente corregido, en 1850. Su principio sencillo se fue ramificando: “adopción de la lección más en uso en las más antiguas Iglesias de Oriente; en caso de duda, apelar a las más antiguas Iglesias de Italia y África; en caso de incertidumbre todavía, indicación del hecho por medio o al margen, rechazo del texto recibido...”.

Desde este sistema simple, que en el fondo es por mayoría de votos sin examen del valor interno (o contenido) de la lección, los sistemas críticos actuales se han complicado en forma inconcebible. El sistema del berlinés Von Soden (1910), incluso vulgarizado por un autor tan claro y sintético como Méchineau o Jacquier, pone al profano que lo curiosea en medio de un laberinto, mas los dos gruesos tomos (I, Sistema - II, Texto) de su obra Die Schriften des Neuen Testaments in ihrer altesten erreichbaren Textgestalt, hergestellt auf Grund ihrer Textgeschichte, Berlín, 1902-1910, para el no iniciado son un puro vértigo.

Von Soden es hegeliano, es decir, fanático del “sistema”: su construcción es atrevidísima y brillante, pero objetada por la mayoría de los especialistas actuales como poco sólida. Sistemador impávido, es demasiado amigo del a priori.

El prusiano revisó primero las familias de manuscritos con la ventaja sobre Scholtz del material completo y ya ordenado, con una meticulosidad enorme, mezclada de agudos chispazos y aun verdaderos descubrimientos; y las estructuró en 9 grupos con una cantidad desubgrupos, dominados por un tipo ideal llamado I-H-K (38), detrás del cual el crítico sostiene que debe haber un solo manuscrito (“arquetipo”) hoy perdido. Después estableció las complicadas relaciones entre las 9 familias que Kirsopp-Lake visualizó en el siguiente esquema, que puede verse en la página (39).

Después de eso, Von Soden se aplica a la fenomenal empresa de reconstruir el arquetipo I-H-K como un paleontólogo reconstruye un animal antediluviano a partir, no ya de todos sus huesos –trabajo fácil– sino de sus huellas. Su hipótesis fundamental es que el Diatesarón de Taciano (armonía de los Evangelios escrita en siríaco) es traducción de un diatesarón griego, el cual contaminó a casi todos los testigos del texto del Nuevo Testamento: sería una especie de proto-arquetipo. Sobre estas bases, Helmann von Soden efectúa un trabajo de erudición, lectura, cotejo y lógica que antes comparé a la creación de un mosaico infinitamente más complicado que los del Vaticano: montañas de erudición y una selva de tecnicismos, catálogos, andamiajes, constataciones y conclusiones que asombra y abruma. El libro de 1.500 páginas, aparecido en 1910, que contiene el “sistema”, solamente para leerlo una vez, hay que tener muchísimo tiempo... y ser alemán.

El sistema de Wescott-Hort es anterior al de Von Soden y no ha sido desbancado por él, antes al contrario. Conforme a la índole inglesa, es más empírico que sistemático y procede más por tanteo que por deducción a priori; no aspira a la simetría estructural ni a la certeza matemática, y aparece más elástico y receptible de correcciones. Ha sido expuesto con el mayor pormenor en el segundo volumen de The New Testament in the original Greek. Su principio fundamental es proceder de lo particular a lo general, cerrando el camino a todas las causas posibles de error: en suma, el método empírico. Por ejemplo, “en presencia de dos variantes–dice Hort– el primer impulso es preferir la que da mejor sentido; pero “mejor sentido” es un juicio subjetivo; y además nos puede hacer caer en la trampa de un “copista leído” que haya pensado lo mismo antes que nosotros y entremetido una variante para conseguir un “mejor sentido”... para él...”.

Así que el estudio de cada variante no permite una opción segura; hay que examinar el grado de valor general de cada documento, según que cada uno de ellos haya suministrado mayor o menor número de buenas lecciones; lo cual nos da un coeficiente de valor. Pero se constata enseguida que los documentos se ordenan en grupos naturales de lecciones concordantes. El estudio permite establecer la jerarquía de los grupos, y distinguir el grupo de manuscritos más antiguos, y aproximarse a la determinación de su origen y la razón de sus características...


El sistema de Wescott-Hort ha beneficiado de las severas críticas caídas sobre su rival el prusiano. El benedictino dom Chapman “ha probado victoriosamente” –según Jacquier– que la armonización de los textos evangélicos existente en el Códice de Beza, las viejas traducciones latinas y siríacas y el grupo de escritores eclesiásticos llamados “post- apostólicos”, no se deben necesariamente al Diatessarón de Taciano; más aún, ha negado la hipótesis del Diatessarón en griego, retirando así la base del sistema sodeniano. El inglés Kirsopp-Lake –antiguo discípulo de Von Soden– concluye que “si el Diatessarón griego no ha existido, no resta ninguna prueba del texto arquetípico I-H-K, lo cual reduciría al “sistema” de Von Soden a la nada.


El mejor fruto del sistema de Wescott-Hort ha sido el difundidísimo Nestle griego, en manos hoy día de todos los estudiosos del Evangelio (40). El doctor Eberhard Nestle trabajó en su texto con el método de Wescott-Hort pero sin esclavizarse, lo cual en realidad es conformarse a sus principios: sobre el texto de Wescott-Hort compulsó los textos de Tischendorff y Bernard Weis. Durante su vida, el Nestle griego vio 14 ediciones, que han sido continuadas por su hijo Erwin Nestle. Del Nestle común depende la edición católica del P. Merk, simplificada en el aparato crítico, y levemente corregida.

Hemos querido dar al lector una impresión directa de la historia del texto evangélico, que no puede ser sino una silueta somera; pero quizá bastante. La enorme suma de trabajo humano gastado sobre este libro –mayor que para ningún otro– señala su importancia, y es gloriosa a Dios. Tener esa idea es necesario no sólo al exegeta sino aun al lector común del Evangelio. Con ella, por ejemplo, salta a los ojos la temeridad de los que pretenden fabricarse su religión sobre la base de una interpretación “personal” de una “traducción moderna” (!) de los Libros Santos. Un conocido mío pretende que el Espíritu Santo no existe, fundándose en no sé qué versículos del Evangelio; y no tiene la menor seguridad de que esos versículos hayan sido proferidos así por Jesucristo: pueden ser una variante de copista, o un defecto de traducción. Los partidarios del libre examen protestante piden a Dios demasiado: Dios debería estar obrando continuos milagros para que ellos no erraran.


No faltan católicos igualmente temerarios o ignorantes: “la Vulgata ha sido canonizada por el Concilio de Trento; por tanto en la Vulgata no puede haber ningún error”. Después de Trento hubo en Europa, sobre todo en España, los partidarios de la Escuela Estricta que pretendían en el fondo hacer de toda la Vulgata, con puntos y comas, una cosa de fe, por el hecho de que el Concilio había definido que la Vulgata “era auténtica”, a los cuales el excelso P. Mariana S. J., el hombre más perspicaz del siglo XVII, morigeró severamente en una inmortal monografía (41). Si los Padres del Concilio hubiesen intentado definir que en la traducción de San Jerónimo no había ninguna imperfección, se hubiesen salido del campo de la fe y la moral, y hubiesen excursionado risiblemente en campo ajeno, en el de la ciencia: era manifiesto que había muchos defectos en la Vulgata, y algunos cardenales, más doctos, lo advirtieron así a los más “piadosos”. Lo que quisieron definir pues, dice Mariana, es que la Vulgata no contenía errores fundamentales contra la fe; y eso con respecto a los novi errores de aquel tiempo. Pero no cerraron el camino al estudio, a la crítica y a la opinión, petrificando a la Biblia en una especie de fetiche idolátrico. Si la palabra usada “auténtica” fue poco feliz, paciencia: su significado es éste: fundamentalmente sana. Lo que quiso definir el Concilio –y más que eso no puede definir nadie– es que la Vulgata ut jacet no contiene errores de fe.


Esta se puede llamar la Escuela de los Cómodos: siempre ha habido fanáticos que son más papistas que el Papa. “Platone platoniores” (42). Me hacen recordar una anécdota del general Yague, que fue recibido en audiencia por el Papa Pío XII, el cual comenzó a decirle: “Sí, a propósito de la república española, mi antecesor quizá al principio no vio claro...”, a lo que el militar español cortó diciendo: “¡Basta! ¡El Papa es infalible! ¡No permito a Su Santidad que piense que su antecesor se ha equivocado!”. Se non é vero, é ben trovato... por el conde Agustín de Foxá.

En cuanto a las versiones en lengua moderna existieron siempre–bien mirado, nuestro mismo texto griego fue una versión a la lengua común de entonces–y se multiplicaron después del siglo XVI. Su valor es variable según los traductores.

En esto los hispanos no hemos tenido tanta suerte como los ingleses y alemanes: no tenemos una traducción”monumental”, como esos dos pueblos. Existen traducciones parciales excelentes como los Psalmos de Juan Pérez de Pineda, pero no un conjunto que sostenga la comparación con la Biblia de Lutero o la llamada “King's Version” inglesa, obra del extravagante Wylliam Tyndale y el maligno arzobispo Cranmer, ambos empero grandes estilistas. Fray Luis de León debería haber traducido la Biblia al castellano; la Inquisición probablemente tuvo la culpa de que no lo hiciera. Tradujo del hebreo el Cantar de los Cantares... y le encajaron tres años de cárcel. Como para seguir (43).

El gran crítico literario francés Charles du Bos escribe: “La literatura francesa no posee entre sus clásicos una traducción de la Biblia; y no se ponderará jamás bastante todo lo que la literatura inglesa debe a ese imperecedero monumento de la lengua, la “Authorised Version”. Gracias a ella, el más humilde anglosajón se halla en posesión de un manantial, para remontar al cual en Francia es necesario amontonar el genio de un Lamartine y un Hugo, un Vigny y un Baudelaire” (44).

Lo mismo pasa en Hispania. La masa argentina no leerá jamás a Cervantes o a fray Luis de León –aunque ciertamente se deberían leer en las escuelas, desde los primeros grados– y no existiendo tampoco la costumbre de leer la Biblia en una buena traducción, no existe el freno a la degeneración de la lengua hablada, y aun escrita, que es un fenómeno continuo y visible entre nosotros, pese a los esfuerzos gramaticales de Avelino Herrero Mayor.


Las tres traducciones españolas antiguas que corren entre nosotros son mediocres: Cipriano de Valera, Torres Amat y Scío de San Miguel. Nos remitimos al juicio de Menéndez y Pelayo sobre estos tres trabajos.


Son retraducciones de la Vulgata latina, no de las lenguas originales; aunque Cipriano de Valera pretenda haber revisado su texto con el griego y el hebreo, los cuales no poseía. Esta Biblia protestante, calcada sobre la traducción anterior del morisco Casiodoro de Reina, es la mejor literariamente, aunque su fidelidad, manchada por la tendencia, es recusable. El obispo Torres Amat publicó como suya una traducción del jesuita Petisco, con intercalaciones continuas en letras bastardilla (Biblia con viruelas) tendientes a explicar o volver claro el Sagrado Texto; es decir, es parafrástica o glosística. Este sistema es repudiable, pues al fin el traductor entromete sus propias interpretaciones –bastante pedestres por cierto– en la majestad del divino texto. Monseñor Straubinger entre nosotros ha publicado una Biblia con el texto de Torres Amat revisado, y suprimidas casi todas las glosas; lo cual es una gran ventaja (45) .

La Biblia del obispo de Segovia, Felipe Scío de San Miguel, Sch. P., es quizás la mejor. Las paráfrasis que el traductor ha añadido a algunas secciones (como al Libro de Job) es mejor dejarlas, pues adolecen de la misma tacha que las de Torres Amat. Tres traducciones modernas poseemos desde las lenguas originales: Juan José de la Torre, del Nuevo Testamento; Bover-Cantera y Nácar-Colunga, de la Biblia completa, de cuya fidelidad al texto no podemos ser jueces, pero que literariamente no pasan de correctas.


No se hará ya una traducción eximia de la Biblia al español. Tampoco se llegará nunca, como dije, al texto puro, o sea enteramente igual al original, ideal de la ciencia críticotextual. Bástenos saber que tenemos un texto substancialmente sano, y algunas traducciones pasables. Yo lo siento mucho; y como decía el otro orador, “señores, deploro y pido perdón de decir cosas tan graves, pero si supiese otras más graves, ésas son las que diría”.


Me atrevo a esperar que con este resumen o silueta –detrás del cual hay muchos libros, lecturas y reflexiones, puede el lector creerlo– queda contestada la pregunta de algunas almas pías, que dicen: “¿Por qué Jesucristo no escribió El mismo los Evangelios y por qué Dios “permitió” este lío?”. Los por qué de Jesucristo son difíciles de determinar, porque El sabía más que nosotros de su oficio. Pero si el lector reflexiona sobre lo dicho, verá quizá que un libro escrito por Cristo y conservado celosamente en una urna de alabastro, no hubiese dado nada superior a lo que tenemos.

Un libro es una cosa muerta que se queda atrás en el correr de los años; la predicación oral de Cristo fue una cosa viviente, una especie de manantial, que engendró innumerables libros sin perder su frescura. Si Cristo hubiese escrito libros, serían hoy a modo de fetiches adorados y no entendidos, porque serían ya arcaicos y anacrónicos; o a lo más, una cosa como los poemas de Catulo o las oraciones de Cicerón, para uso escolar y académico. Jesucristo estableció con su ejemplo la preeminencia de la predicación sobre el escrito como medio de control. Si Cristo hubiese nacido en Roma o en Atenas y hubiese tenido a su disposición más esclavos amanuenses que Julio César, no hubiese conseguido ni de lejos el resultado que consiguió depositando la semilla de su palabra en la memoria y el corazón ferviente de sus meturgemanes de estilo oral.

Porque “la palabra de Dios es semejante a una semilla”... Lo dijo Él.



Notas

19. “Algunos libros de la Sagrada Escritura están en verso”, dice fray Luis de León. Es un error. Todos los libros de la Escritura, con excepción quiza de parte de los Macabeos, están en estilo oral. Ahora, si dijera que son poesía, estaba cerca de la verdad; pero no poesía como la nuestra.
20. El turquito Sait Saitim, árabe nacido en Damasco y radicado en Chascomús, amigo de don Martín Larralde, como había sido cadí de familia, se sabía las leyes y la historia de su región en verso, como pensaban los criollos. Podía decirle a uno quien sucedió a Omar ibn Abi Rabi’ah, y aun quién fue el undécimo de los Abbásidas; pero tenía que recitar su cantilena-psalmodia hasta llegar al undécimo; no podía saltar nada, porque los clisés o gestos proposicionales se desencadenan unos a otros. Mi abuela doña Magdalena sabía cuentos infantiles en dialecto furlán, que recitaba siempre exactamente igual, como sin duda pasó durante generaciones; si el cuento tenía tres partes, no podía empezar por la segunda. Los ejemplos pueden centuplicarse; porque el estilo oral una vez que uno lo ha entendido, ve que es una cosa que existe, y deposita sus huellas por todas partes.
21. Recordar lo que dice San Clemente de San Pedro: “no hizo nada para animar a Marcos...”. La gente sencilla de entonces tenía desconfianza a los escritos, lo mismo que la de hoy a los “diarios”.
22. Le Langage, Paris, 1905, p. 49.
23. ¿Traduces The heart of the matter como El revés de la trama? Mal, muy mal. ¿Cómo traduces el alemán gewasser?Y el francés ailleurs? La palabra griega sophrosyne no tiene equivalente adecuado en ninguna lengua; para no hablar de la forma dual, los aoristos y los deponentes; y así el alemán gemütlch el francés esprit, el inglés ingenuity, el latino adsum, el italiano seccatore, y listas enteras se podrían hacer.
24. El estilo oral.
25. La palabra-broche, en realidad.
26. Para los acostumbrados al verso actual.
27. Enciclopedia Británica, 11° ed., artículo “Korán”.
28. Inspector significa en griego la palabra obispo: episcopeuein.
29. Este capítulo, “Aplicacion de la Nueva Psicología Lingüística a la Crítica Bíblica”, es un extracto de las lecciones XVIII, XIX y XX del curso pronunciado desde el 7 de noviembre de 1932 al 20 de marzo de 1933 en la Ecole d'Anthropologie de París, 15, rue de l'Ecole-de-Médicine, bajo la alta presidencia del doctor Joseph Morláas. Una exposición sumaria de los trabajos del P. Jousse se halla en el opúsculo de Frédérick Lefevre: Una Nouvelle Psychologie du Langage, impreso en la colección Le Roseau d'Or, tomo IV, año 1927. He traducido casi literalmente dos páginas de la conferencia dada por el P. Jousse en el Instituto Bíblico de Roma, tomadas del compte-rendu del diario La Croix, del 3 de febrero de 1929. Quiero decir con esto que el material de este último capítulo, salvo algunos ejemplos y aclaraciones (como la digresión sobre Charles Péguy) no es mío propio; y goza de la más alta autoridad.
30. En tiempo de Tertuliano (siglo II) los originales existían todavía; y existía también según Zahn y Mangenot, la recitación oral; después de Tertuliano ya es dudoso; aunque hay dos alusiones, de Pedro Mártir y de San Agustín, que parecen indicar que se conservaban todavia en el siglo IV.
31. Histoire des Livres du Nouveau Testament, 4 vol. In-12. Le Nouveau Testament dans l’Elise Chrétienne, 2 vol. in-12.
32. Como ejemplo moderno podemos recordar las traducciones de palabras clave intencionalmente luteranas que introdujo en su traducción de 1534 William Tyndale, v.gr.: “sobre esta piedra se asentará mi congregación (ecclesía)” en lugar de “mi Iglesia”. (Hilaire Belloc, Crammer, p. 176).
33. Obispo en griego significa Inspector; y lo que más “inspeccionaban'' los antiguos obispos era la fidelidad de los textos de las Escrituras. De esta actividad episcopal desciencle la actual censura eclesiástica, la cual en algunos países –como el nuestro– está por desgracia muy decaída, por no decir corrompida.
34. El 1 de agosto 1956 tuvimos en nuestras manos, en Londres, el famoso Códice Sinaítico, el más importante de los manuscritos bíblicos igual en autoridad al Códice Vaticano, que se conserva en Roma; mas en este mismo manuscrito del siglo IV han debido ser corregidas numerosas negligencias de copista –de los cuatro copistas y siete correctores– por el crítico inglés Cronin. Es un volumen de unos 45 x 40 cm., de pergamino perfectamente conservado, escrito en mayúsculas griegas de una gran belleza, en 4 columnas estrechas. Contiene el Antiguo Testamento mútilo, el Nuevo Testamento completo y con dos libros añadidos –no canónicos– la Epistola de Bernabé y el Pastor de Hermas. Encontrado en el monasterio cismático por el sabio alemán Constantin Tischendorff en 1844, a punto en que iba a ser quemado, éste pudo publicarlo en facsímil en 1862, después de tres viajes al monasterio asiático. El manuscrito fue regalado (?) más tarde por los monjes al emperador de Rusia, y vendido por los Soviets al British Museum por una cantidad fabulosa de libras, que se recogieron en colecta pública.
35. Epístola Ad Damasum.
36. “Tanta est enim vetustatis consuetudo, ut etiam confesa plerisque vitia placeant...”.
37. “His achievement... aroused the hostile criticism of an unenlightener conservatism, and St. Jerome pilloried his detractors with characteristic breve...” dice James Duff, editor de las cartas de San Jerónimo. Ver Epistola XXVIII, 2.
38. La sigla K representa el texto antioqueno, la H el texto alejandrino, y la I una suma de 11 códices diferentes, que Von Soden considera influidos por el texto de Taciano, llamado por él “arquetipo”.
39. Hay un dibujo en la pag 65.
40. Novum Testamentum Graece ––cum apparatu critico-curavit –– D. Eberhard Nestle Stuttgart, Editio quarto decima, año 1930.
41. Dissertatio pro editione Vulgata, año 1609.
42. Uno de éstos, por ejemplo, el gran escritor León Bloy. Reaccionando extremosamente a lo Bloy contra los pedantes que la despreciaban y le preferian las versiones protestantes (Loysy), Bloy la magnifica exageradamente y dice ore rotundo que “la Vulgata es el Espíritu Santo; la Vulgata es la autobiografía de Dios, es Dios mismo consustanciado en palabras...”, etcétera. Dios se equivocó varias veces, por lo tanto.después del siglo XVI. Su valor es variable según los traductores.
43. “Pero si no hubiera Inquisición, fray Luis de León no hubiera existido”, diría quizá Agustín conde de Foxá... Todo se puede defender.
44. Aproximations, p. 211
45. Después de esta Biblia, editada por Guadalupe, Straubinger publicó en Desclée Brower Argentina otra en cuatro tomos que lleva la indicación: “Traducción de los textos primitivos”.








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