domingo, 13 de agosto de 2017

R.P. Leonardo Castellani: Sermón La Parábola del Fariseo y el Publicano




"Dijo Jesús a ciertos hombres que presumían de Justos y despreciaban a los demás esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, estando en pie, oraba en su interior de esta manera: Dios, gracias te doy porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, así como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano, estando lejos, no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho diciendo: Dios, muéstrate propicio a mí, pecador. Os digo que éste, y no aquél, descendió justificado a su casa; porque todo hombre que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado".
Lc. XVIII, 9-14




"Domingueras Prédicas I"
R.P. Leonardo Castellani


Dominica noveno después de Pentecostés
Parábola del Fariseo y el Publicano 


La Parábola del Fariseo y el Publicano. Este sencillo cuentito o anécdota se ha hecho famoso en la literatura de todo el mundo.

Los enemigos de Cristo eran los Fariseos: ellos lo mataron. El fariseísmo es soberbia religiosa, la peor soberbia que hay. Cristo hizo un breve cuentito y con él plantó en el Cristianismo la humildad: "el que se humille será ensalzado y el que se ensalce será humillado". La humildad es la primera virtud del Cristianismo; o mejor dicho no es una virtud, sino el fundamento de todas las virtudes, su campo: en lugar de la "magnanimidad", la primera virtud del paganismo, de la cual Aristóteles, que fue un magnánimo, dijo que era el campo de todas las virtudes. Pero el cristiano no abandonó la magnanimidad, que significa "ánimo grande, espíritu alto, corazón ancho", lo que llaman los españoles "señorío" -o "grandeza": simplemente el cristiano cavó más abajo; para ser de veras grande hay que cavar abajo hasta la propia pequeñez: humildad significa bajo o pequeño: de "humus", que significa "tierra".

El Domingo pasado vimos que la Virgen Santísima se llamó a sí misma dos veces "baja", "pequeña". Nuestras traducciones dicen "humilde", pero el griego "tapeinós" y el latín "humilis" significan "bajo", "pequeño". "Porque miró la pequeñez de su esclava -por eso me llamarán dichosa todas las gentes". Cuando Isabel su prima la llamó "Madre de Dios" ella se llamó "esclava", como le había dicho al Ángel: "Y o soy esclava del Señor": esclava, el término más bajo que existía en el paganismo.

No voy a hacer la descripción moral de la humildad, sería aburrido y demasiado largo: el pueblo cristiano SABE lo que es la humildad. "La humildad es la verdad", decía Santa Teresa: es ponerse en la verdad, esa verdad de lo poco que somos enfrente de Dios Nuestro Señor. Es lo contrario de la soberbia: la soberbia es endiosarse, tomar esto divino que hay en nosotros y contraponerlo y oponerlo a Dios. Es ponerse en la mentira: en la mentira más fundamental que existe; parecida a la paranoia o megalomanía.

La soberbia es apropiarse de lo que uno tiene, que es de Dios, y con ello "levantar las cejas contra su Creador", como dice el Dante de Satanás: "e contra il suo Fattore alzó le ciglia": alzó las cejas contra su Creador. Satanás tenía mucho con que ensoberbecerse; pero el hombre se apoya en cualquier cosa para ensoberbecerse, y por eso hay tantas variedades de soberbia, que no se pueden describir. "La vanidad es la soberbia de los débiles, y la soberbia es la vanidad de los fuertes"; la vanidad no es la hija de la soberbia sino su prima: hay hombres que NO son vanidosos de puro soberbios que son, como Diógenes el Cínico y Platón. Pero las dos son nefastas.

Los hombres se enorgullecen del mando, y eso es la ambición; se enorgullecen del talento, y eso es el engreimiento; se enorgullecen de la religión, y eso es fariseísmo; son las tres soberbias más grandes que hay -las que han cubierto el mundo de cadáveres, de ruinas y de lágrimas. Pero un hombre puede enorgullecerse de que sabe de memoria 400 números de teléfono, como un español que encontré el Miércoles en el Parque Lezama. Las mujeres se enorgullecen de su hermosura, y si no pueden deso, de su lengua -de su mala lengua a veces. Me acuerdo de los tres hermanos Rojas, los hijos de un sastre criollo de mi pueblo, Don Manuel Rojas, que se enorgullecían de ser criollos en medio de un montón de gringos. Un día fui a la sastrería a buscar no sé qué cosa, y el mayor de los Rojas me dijo que me sentara allí y esperara. Yo le dije "no me siento" porque cuando el viejo Rojas estaba en el boliche, no se sabía cuándo volvía, pero se sabía CÓMO volvía. Entonces el ñata Rojas me dijo: "¿Por qué no se sienta?" Y yo: "Porque me voy a casa y vuelvo mañana". Y entonces el ñata Rojas me gritó: "¡SOBERBIO!!!!", que tembló la sastrería y creo que todas las casas de la cuadra.

Mucho he meditado en mi vida sobre aquel grito del ñato Rojas: yo era soberbio (todos somos soberbios) pero él era más soberbio -y no tenía de qué ensoberbecerse. Eran cuatro desgraciados. Pero criollos.

San Alfonso María dijo que todos los que están en el Infierno están POR la lujuria o CON la lujuria. Se podría decir con más verdad que todos los que están en el Infierno están allí POR la soberbia: porque en el fondo de todo pecado ESTÁ la soberbia, como en el pecado de Lucifer, como en el pecado de Adán y Eva; porque la soberbia se arraiga en la propia estimación, en la propia dignidad, en el amor propio, que es el profundísimo entre nuestros instintos y sentimientos; y es una cosa muy buena, y por eso su corrupción es muy mala.

Para ser humilde no basta saber que uno es tan poca cosa delante de Dios: "todo lo que tienes lo has recibido ¿y por qué te glorías como que no lo hubieras recibido?". "Yo soy una NADA; peor aún, soy una NADA PECADORA" decía Santa Margarita. Ese es el comienzo; pero hay que practicar esa noción de que uno es POCO; y la mejor manera de practicarla es la humillación: la humillación bien recibida, ojo. No hay que ser como aquel franciscano que decía: "Nosotros, los hijos del humilde San Francisco, somos muy humildes, sí; pero humillados ¡NUNCA JAMÁS!". Cuando nos menosprecian, nos vilipendian o nos calumnian, naturalmente nos da rabia, porque realmente quitarle a uno el buen nombre, es peor que romperle un hueso; pero si uno aguanta eso con paciencia, crece la humildad; porque no puede hacer eso si no diciendo:" Al fin y al cabo, yo también soy malo; si no en esto que dicen, en otras cosas, quién sabe si yo no he hecho esto mismo que a mí me hacen, y Dios me está adoctrinando y corrigiendo. Al fin y al cabo, lo que yo soy delante de Dios, eso soy y no más -ni menos; y no me va a cambiar de cómo soy lo que digan cuatro locos, o en alabanza falsa o en vituperio falso". Cualquier hombre que lleva bien una humillación, está en presencia de Dios, ha trabado relación con Dios (o sea con la Verdad) aunque no lo sepa, aunque sea un ateo; porque "la humillación es peor que la muerte".

¿Quién me dijo esta frase "la humillación es peor que la muerte"? El P. José Murall, de Barcelona, que había probado la muerte y también la humillación; y sabía de qué hablaba. En la Guerra Civil Española lo agarraron los rojos , lo fusilaron y lo dejaron por muerto. Pero no estaba muerto; sino desvanecido, tenía solamente dos rasponazos de bala, en la cabeza y en un hombro. Desangrándose y arrastrándose llegó hasta una masía" del camino de Moneada -Reixach, donde lo socorrieron. Una vez que estaba contándole yo las cosas raras que me pasaban en Manresa (era mi confesor) se enserió de golpe, y me dijo aquella frase; y me dijo la razón; que el hombre corajudo delante la muerte tiene una especie de orgullo de desafiar la muerte; pero la humillación cuando es grande, lo hiere en lo más profundo de su ser.

Puesto esto, pueden leer la pequeña obra maestra que es la Parábola del Fariseo y el Publicano: no tiene ninguna dificultad excepto un error de traducción que se halla en algunas Biblias. Cristo ensalzó para siempre la humildad y abatió la soberbia, como dijo la Virgen Santísima en su "Magníficat": el Publicano se llamó a sí mismo "pecador" y salió del Templo ya siendo justo y no pecador; y el Fariseo, que se creía justo, salió con un pecado más. El Publicano se sabía pecador, estaba en la verdad; el Fariseo se creía santo; y Dios no fue de la misma opinión.





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