martes, 27 de febrero de 2018

IN MEMORIAM





MONSEÑOR MICHEL-LOUIS GUÉRARD DES LAURIERS, O.P.

 (25 DE OCTUBRE 1898 – 27 FEBRERO DE 1988) 


R.I.P


“Misereor super turbam”... “Misereor super sacrificium”... “Tengo compasión de esta muchedumbre, tengo compasión del sacrificio”. Estas palabras constituyen el epitafio de la tumba de Mons. Guérard des Lauriers O.P., defensor de la Santa Misa, de la “Oblatio munda”.





1988 - 2018: Mons. Michel-Louis Guérard des Lauriers O.P., In memoriam, 
30º aniversario de su fallecimiento


Padre Francesco Ricossa

Tu es sacerdos in æternum… El Sacerdote participa del Sacerdocio de Cristo, el cual permanece eternamente. Si nuestro sacerdocio permanece incluso en la eternidad, los pontífices y sacerdotes pasan ellos también de este mundo a la Vida eterna. El tiempo sobre esta tierra pasa y entonces poco a poco se extingue aquella primera generación de sacerdotes que conocieron la Iglesia en estado de orden, con toda su belleza, y que vivieron luego dolorosamente los terribles años de la crisis conciliar, decidiendo valerosamente permanecer fieles al Santo Sacrificio de la Misa que era desterrado y prohibido en todas las iglesias del mundo cristiano. Cuan tristes, pero al mismo tiempo dulces, son los recuerdos de estos sacerdotes que nos precedieron (y algunos, gracias a Dios, todavía nos acompañan: ¡ad multos annos!) y gracias a los cuales la Fe, el Sacrificio, los Sacramentos, han permanecido vivos entre nosotros. Este año nuestro Instituto conmemora los treinta años (¡ya!) de la muerte de uno de ellos, Mons. Michel-Louis Guérard des Lauriers, obispo católico y religioso dominico. Me permito compartir con ustedes un recuerdo personal.  Lo conocí en el seminario de Écône, donde enseñaba, el 8 de diciembre de 1974; pero cuando luego entré en dicho seminario, en octubre de 1977, el Padre Guérard, que había predicado el retiro de reingreso, acababa de ser alejado ‒para siempre‒ de Écône. Desde entonces, en el seminario fundado por Mons. Lefebvre, se hablaba con temor (temor de ser expulsados del seminario, temor de no poder recibir la ordenación sacerdotal) de “guérardianos” y “barbaristas”, los terribles “sedevacantistas” que seguían las tesis del Padre Guérard des Lauriers los unos, del Padre Barbara los otros… 

Las contradicciones sin solución llevarían a cuatro jóvenes sacerdotes italianos a dejar la Fraternidad San Pío X y a fundar, en Turín, el Instituto Mater Boni Consilii: era el 18 de diciembre de 1985. Sabíamos que la explicación de la crisis abierta por el Vaticano II que nos había dado la Fraternidad, y en la cual habíamos creído hasta entonces, no resistía la prueba de los hechos y no podía conciliarse con la doctrina de la Fe; pero ¿cuál otra explicación buscar? Esto, en efecto, no era para nada claro. He tenido ocasión de decirlo varias veces: nuestro Instituto nació en Turín en diciembre de 1985, pero no fue sino el 24 de septiembre de 1986, en Raveau, que encontró su verdadero camino. Dos de nosotros, en nombre de los demás, se trasladaron en efecto a Raveau, cerca de Nevers, donde vivía Mons. Guérard des Lauriers. Partimos el 22 de septiembre, llegando a Raveau el 24, fiesta de Nuestra Señora de la Merced. Allí celebré la Misa, y para mi gran sorpresa y emoción, fue Mons. Guérard mismo quien me ayudó en Misa. Volvimos a partir al día siguiente para Chémere-le-Roi, donde se encontraba el Padre de Blignières, que había dejado al Padre Guérard a causa de su consagración episcopal. El 29 de septiembre (luego de una estadía en París) regresábamos a Raveau: Mons. Guérard no creía que volvería a vernos, y fue con gran alegría que nos bendijo al día siguiente cuando salíamos para Nichelino. El camino estaba tomado, y este camino el Instituto nunca lo abandonó.

“Si alguien quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Tal es la condición para ser verdaderos discípulos de Jesucristo, que nos lleve ‒a Su imagen‒ al sacrificio por amor. Recorriendo la vida del Padre Guérard des Lauriers, los momentos destacados de su existencia terrena, vemos cómo él supo ser verdadero discípulo de Jesucristo renunciándose a sí mismo y llevando la cruz siguiendo al Maestro. La primera vez, en Roma, en 1926, respondiendo al llamado de la Verdad, que llamaba al joven Michel a dejar el mundo, su querida familia, la perspectiva de una brillante carrera científica, para abrazar la vida religiosa como hijo de Santo Domingo. El estudiante de veinte años de la Escuela Normal Superior dejaba todo para convertirse en un humilde y pobre novicio. La segunda vez, el Padre Guérard abrazó la cruz por la defensa del Sacrificio de la Misa: redacta, en 1969, el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missæ, lo que le valió el año siguiente ‒con el Rector Mons. Piolanti y otros profesores‒ ser alejado de la cátedra romana de la Pontificia Universidad Lateranense. Él, que, algunos años antes, había sido uno de los teólogos que sostuvieron al Papa Pío XII (del cual conmemoraremos también en 2018 los 60 años de la muerte) en su intención de completar los dogmas marianos con la definición de la Mediación y Corredención de María. No piensa en la carrera, en la reputación, en los honores, como por el contrario hicieran tantos otros, sino que abrazó la cruz testimoniando públicamente la fe en el Santo Sacrificio de la Misa. La tercera vez, cuando, en el otoño de 1977, fue despedido también por Mons. Lefebvre del seminario de Écône. Esta vez la cruz abrazada lo llevaba a rendir público testimonio en favor de la fe en la Iglesia y en el Papado, elaborando la tesis teológica llamada luego de Cassiciacum, por el nombre de los cuadernos que la publicaron por primera vez. En 1979, la Carta a los Amigos y Benefactores nº 16 publica una carta de Mons. Lefebvre a Juan Pablo II, en la cual el obispo de Écône proponía un vergonzoso acuerdo; la respuesta pública del Padre Guérard des Lauriers, Monseigneur, nous ne voulons pas de cette paix [Monseñor, no queremos esta paz], consuma la dolorosa fractura entre ambos. La cuarta vez, en 1981, cuando acepta el episcopado ‒más una carga que un honor‒ para que pudiesen continuar el sacerdocio católico y la Oblación pura. Los jóvenes sacerdotes que lo habían seguido hasta entonces lo abandonaron, mientras caían sobre él las “censuras canónicas” de los modernistas, que enunciaban, por una vez, una verdad: no puede haber comunión entre ellos y nosotros. Fue así que en 1986 el Instituto encontró a Mons. Guérard des Lauriers, quien nos acogió como un padre, y puso en el Instituto sus últimas humanas esperanzas. La última gran cruz abrazada, la última renuncia, fue sellada con la muerte, ocurrida en Cosne-sur-Loire el 27 de febrero de 1988. A pesar de su edad avanzada, Mons. Guérard des Lauriers no miraba con nostalgia al pasado, sino que volvía la mirada al futuro, siempre joven en Aquel “que alegra mi juventud”. Esperaba con ansias la compra de la nueva casa del Instituto (que sería la de Verrua) para encontrar a los jóvenes estudiantes de teología y 
vivir con nosotros, sin rechazar, según la expresión de San Martín, el trabajo. Y al mismo tiempo, estaba perfectamente dispuesto a dejarlo todo, hasta la vida, si tal era la voluntad del Señor.

Querido Monseñor, cómo quisiéramos tenerlo todavía con nosotros, poder tener cerca al Padre que Usted fue para quienes lo conocieron tan tarde y que habría sido ciertamente para los jóvenes que siguen sus pasos. Pero lo sabemos presente, guiados por la Fe que tiene por objeto lo que no se ve, y nos sentimos unidos a Usted en la comunión de los Santos. Mientras tanto, con este piadoso homenaje, recordamos a los católicos vuestra figura de religioso, de sacerdote, de teólogo y obispo católico, olvidada por muchos, ensuciada por otros, pero que nunca será olvidada por nosotros.








Sea todo a la mayor gloria de Dios.


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