martes, 17 de julio de 2018

R.P. Leonardo Castellani: El Dolor - La Naturaleza del Mal






“San Agustin y Nosotros” 
R.P. Leonardo Castellani 



EL DOLOR: LA NATURALEZA DEL MAL

Después de cada conferencia siento una impresión de decepción y aun de culpabilidad: los temas son tan grandes que temo haberlos estropeado —mal servido. ¡Hablar de la existencia de Dios, y no hablar todo el tiempo de rodillas! Pero no se puede hablar de rodillas. 

¿En qué quedamos el día anterior? ¿Se ve a Dios con la razón o con el sentimiento? ¿Se puede probar como un teorema matemático o hay que vivirlo como una emoción? ¿Qué es lo más importante, la demostración intelectual o la disposición sentimental? 

¿Se ve a Dios con los ojos del corazón! ¿Entonces la religión es pura emoción? ¡He dicho con los ojos del corazón! 

Per la objeción más fuerte contra la existencia de Dios viene , también de los ojos del corazón: es la existencia del mal. No son siempre caracteres viles, o descontentos o malos o flojos los que se escandalizan ante el dolor del mundo: son también caracteres que "quisieran perdonar, que quisieran amar a todos, que quisieran nadie sufriera", como dice Juan Karamázof. En realidad, todos nos escandalizamos de la existencia del Mal; y no hay nadie que alguna vez en su vida no haya hecho la pregunta del libro de Job: ¿Por qué existe el mal?"

Si hay un Dios bondadoso, ¿cómo existe el dolor? Y si hay un Dios todopoderoso, ¿quién creó el mal? Éste es el problema que dice San Agustín en sus Confesiones lo hacía gemir como con dolores parto. El parto fue feliz; San Agustín dio la única solución posible al problema del mal. —Yo la he leído y no me convence esa solución. —Pues no hay otra mejor, hasta que la muerte nos libere del mal; es decir, de ella misma. El mal es la muerte, y todos sus ayudantes. Cuando la muerte está presente, puede mucho; y si no está presente al mismo tiempo la gracia de Dios… 

Fíjense, la muerte (y su pregonero el dolor) es el verdadero soberano de este mundo; por delegación del Príncipe de este mundo, que es el Diablo. "Dios no creó la muerte" —dice la Escritura. Los soberanos de este mundo no pueden contra la muerte; no son soberanos. Se llaman a sí mismos "El Rey de las Cuatro Regiones", o "El Soberano Comendador de todos los Creyentes", o "El Emperador de toda la Tierra Civilizada", o "El Presidente de Europa y Supremo Emperador del Mundo" —como se llamará el Anticristo—, se hacen llamar a sí mismos "Excelencia Excelentísima", "Eminencia Eminentísima” "Santidad Santísima" —o quieren que los llamen "Benéficos'', siendo en realidad "prepotentes" como dijo Cristo... pero un día la muerte los invita a bailar y bailan la Danza Macabra. 

Y contra el dolor tampoco pueden; prometen que van a hacer felices a todos sus electores, vale decir prácticamente que van a suprimir el dolor; y mienten; y saben que mienten. No pueden abolir el dolor en el mundo. Y entonces contratan filósofos que enseñan que el dolor es un bien —como el filósofo Leibnitz— por lo menos el dolor ajeno. Los hombres tienen una paciencia maravillosa para soportar los dolores ajenos: por lo menos Leibnitz. Un bien, ¡uhm! El dolor es "signum laesionis naturae” (Santo Tomás), señal de una lesión en la natura. En cuanto es señal es un bien; pero lo que señala es un mal, la lesión, la herida es un mal. Si no pudiéramos tener dolor, no tendríamos vida pero el dolor no señala la perfección de la vida, señala una imperfección de la vida. "El placer es la flor de la vida" Aristóteles; por tanto el dolor es la triste flor de la muerte. 

La existencia del dolor y la muerte es la objeción más tremenda contra la existencia de Dios. Santo Tomás la pone la primera todas en 1, Q. 11, art. 3: "Si de dos contrarios, el uno fuese infinito el otro quedaría destruido. Pero bajo el nombre de Dios se extiende un bien infinito, por tanto, si Dios existe, el mal no puede existir. Pero el mal existe en el mundo. Luego Dios no existe." Exagerar esta premisa menor, "el mal existe en el mundo", aunque sea sin sacar ninguna consecuencia, es argüir contra la existencia Dios: eso hace hoy día la multiforme y multitudinaria "literatura de pesadilla" y todo el arte de pesadilla, que es arte ateo en el fondo. Hitler prohibió en Alemania la novela muda en doscientas xilografías del gran dibujante expresionista W. Nückel llama Schicksal, Destino, que representa el destino de una mujer que necesariamente tiene que condenarse, ha nacido para condenarse conforme a la teología calvinista —y ya antes de nacer estaba condenada: el dibujante comienza por la vida de los dos padres. Hitler prohibió eso; pero ¡qué!, ¿quién le va a poner vallas a las olas y a las puertas al campo? 

Dostoiewski expresó esa objeción de la manera más terrible posible en la Leyenda del Gran Inquisidor; que está en Los hermanos Karamazov, tomo I, libro V, cap. 5°, y en el terrible diálogo que lo precede que se llama La rebelión: y les podría citar infinidad de ejemplos en la literatura contemporánea. 

Santo Tomás responde a su objeción con una frase de San Agustín: "No permitiera Dios que hubiese mal alguno en su obra, si fuese poderoso lo bastante a sacar del mal el bien"(1) y basta. Es la respuesta que está en el Catecismo; es decir, no en el Catecismo de aquí, que es regular o menos que regular; sino en el Catecismo Astete. O sea: 

-Mamá ¿quién hizo el infierno? 

—El diablo. 

—¿Y al diablo quién lo hizo? 

—Dios. 

—¿Y por qué lo hizo Dios al diablo? 

—Dios no lo hizo al diablo, Dios lo hizo ángel y él se hizo 

—Pero ¿Dios sabía que él se iba a hacer diablo? 

—Sí. 

—¿Y podía dejar de crearlo? 

—Sí. 

—Entonces ¿por qué lo creó? 

—Por amor. Vos no entendés eso; pero no hay ningún amor retroceda delante las consecuencias del amor. Dios creó por amor. 


Vamos a ver la objeción de Juan Karamázof, las tres soluciones posibles al problema del mal, y cuál es la verdadera; o si quieren, Ia menos falsa: la verdadera del todo no es de aquí. Somos ciegos de nacimiento; somos topos. 

El dolor arranca al hombre un grito contra Dios. Ese grito está expresado de la manera más sublime en El libro de Job. El libro Job es un poema oriental acerca del problema del Mal en el mundo, poema tempestuoso al lado del cual todos los grandes poemas hechos por el hombre empalidecen y se vuelven infantiles. El grito más terrible que arranca el dolor al hombre, es el grito por cual el hombre renuncia a su existencia, "devuelve el billete como dice Karamázof. "Maldito sea el día en que nací, y la noche que se dijo: 'concebido es un hombre.' ¿Por qué no habré sido llevado del útero al sepulcro, y por qué se abrió para mí un vientre? Extiende tu mano, oh Dios, y acábame ya que has comenzado —¿acaso yo te pedí la vida?"— Es decir, te devuelvo el billete; no quiero existir con este dolor ni siquiera si me das el cielo después. Renuncio al cielo y a todo. No quiero... Es el grito del suicida; el grito de Job. 

A un hombre que sufre supremamente, viene un fraile y le pone delante la gloria del cielo: "Con esto que sufres te estás comprando una gloria sobrenatural y una felicidad infinita." El alma puede aceptar o rechazar eso, que es verdad, no es mentira. Pero el primer movimiento del alma es decir: "¡Yo no he pedido a nada de eso, yo no deseo lo que está por encima de mí y que yo no entiendo ¡Que me deje Dios en paz! ¡Yo no quiero pagar este precio. nada! ¿Por qué me hacen comprar una cosa que yo no quiero comprar?" Esto está expresado de diez maneras en el Libro de Job. Es el grito de la pequeñez humana que rechaza a la vez el Dolor y su Recompensa, el uno porque está demasiado cerca, la otra demasiado lejos. Un hombre que sufre mucho, ni siquiera puede imaginar el cielo. No hay que traerle el cielo al que sufre hay que traerle el pecado y el Diablo —como hizo Dios con Job también Dostoiewski: sus tres obras más grandes tienen por tema el ateísmo, y por los tanto el mal: la más clara y más concisa, es la novela Los Hermanos Karamázof. Todo el libro penúltimo la segunda parte desenvuelve desde distintas facetas, con una orquesta maravillosa, el tema del Mal visto por un ateo; el libro penúltimo de la parte cuarta, el ataque cerebral de Juan Karamázof (despues de la aparición del diablo) es una especie de respuesta indirecta a la objeción; y en realidad todos los cuatro volúmenes son una respuesta indirecta. Respuesta directa no hay ninguna en el libro: Dostoieswki era novelista no era filósofo. 

Juan Karamázof, el ateo, le dice a su hermano Alejo, el místico, "Yo no acepto la existencia en estas condiciones; yo devuelvo el billete. No acepto esa resurrección de entre los muertos y esa armonía universal que tú esperas, si tengo que pagarla a este precio. No le reprocho nada a Dios, no lo acuso, no blasfemo: simplemente, como hombre honesto, no puedo aceptar este trato, no puedo pagar el precio y... devuelvo el billete." 

Antes de los dos tremendos capítulos del gran Inquisidor, el novelista los ha preparado haciendo comenzar la conversación teológica por eI padre de los tres Karamázof, un vejete borracho y un sátiro inmundo; en una escena de grandísima fuerza dramática en que el viejo borracho describe inconscientemente, como chiste, cómo martirizó él a su mujer, a la madre de Alejo; y cuando th las convulsiones que le daban a su mujer, Alejo cae de golpe en un ataque semejante al de su madre. 

—Juan, todavía no me has dicho si hay Dios o no. 

—No, no hay Dios. 

—¿Hay Dios, Alejo? Sí, hay Dios. 

—Dime Juan ¿y la inmortalidad? ¿Existe? ¿Una inmortalidad cualquiera, digamos, pequeñísima; si acaso, mínima? 

—No hay tampoco inmortalidad. ¿Ningunita? Ninguna del todo. 

—Es decir, ¿cero absoluto, o habrá alguna cosa? ¿Quizá, habrá alguna cosa? ¿O bien, la nada absoluta? 

—La nada perfecta! 

—Alejo ¿existe la inmortalidad? 

—¡Existe! 

—¿Dios y la inmortalidad? 

—Dios y la inmortalidad! ¡Dios es justamente la inmortalidad! 

Uhm, debe tener razón Juan.... Dios mío, pensar solamente fe, cuántos esfuerzos de toda clase ha consagrado inútilmente el hombre desde hace millares de años ¡a ese sueño! ¿Quién pues se burla de este modo del hombre? ¿Quién, Juan? Te pregunto por última vez, terminantemente: ¿hay Dios o no hay Dios? ¡Juan Karamázof! 

Por última vez: no hay. 

¿Quién pues se burla de los hombres, Juan? 

Debe ser el diablo —sonrió Juan. 

¿Y existe el diablo? 

¡No, no existe tampoco el diablo! 

—¡Lástima, demonio! ¿Qué cosa merece pues el primero que inventó a Dios? Sería poco ahorcarlo de un farol al que inventó a Dios. 

—No existiría la civilización, si no hubieran inventado a Dios 

—¿No existiría la civilización sin Dios? 

—No. Y no existiría tampoco el coñac. Lo siento mucho, pero tengo que quitarte el coñac por ahora... 

—Un momento, un momento, querido: un vasito no más he ofendido a Alejo. No te la pilles tú, Alejo. ¡Caro Alejito, Alejo mío! 

—No, no me la pillo. Conozco sus ideas de Ud. Tiene el corazón mejor que la cabeza… 

—¡Ah! ¿Tengo el corazón mejor que la cabeza? ¿Has visto Juan? ¿Oyes lo que dice Alejo? ¿Dónde he oído eso yo antes Juan ¿lo quieres a Alejo? 

—Así, así— un poco. 

—¡Ámalo, Juan! —gritó el viejo que se iba más y más emborrachando... ¡Ámalo! ¡Se parece a su madre, igual en todo! 


Juan Karamázof le propone a Alejo el problema del mal, la objeción del mal y esa conversación son tres largos capítulo teología viva y sangrienta. Juan empieza a contar casos de crueldades y atrocidades cometidas por el hombre, que son realmente lo peor, donde se junta el mal físico y el mal moral: lo que hacen los turcos en la Caucasia con los prisioneros, después el caso histórico de la ejecución del célebre Richard; después poesía de Niekrasof en que describe un campesino que da latigazos a un caballo en los ojos, al fin los casos de padres que torturan sus hijos, una madre que para castigar a su niñita la encerraba toda la noche en invierno en una letrina; y el boyardo que hizo destrozar por su jauría de cien perros a un chico de nueve años que había derrengado a su perro favorito de una pedrada; delante de su madre y de toda la servidumbre. En esta última descripción Juan Karamázof echa el resto; y después hace su famoso monólogo tan conocido, de la devolución del billete. —No necesito leer los casos de Juan Karamázof porque nos basta leer un diario de la tarde para encontrar aquí casos peores: "Una joven mató a golpes deliberadamente a su hijita de dos años: Margarita González de veintidós años en la ciudad de Eva Perón"; Noticias Gráficas de anteayer. 

"Oh Alejo, no digo palabras sacrílegas. Comprendo perfectamente el tremor del universo cuando todo en los cielos y en la tierra se unirá en un solo himno y todos los vivientes resucitados dirán: ”Tenías razón, Señor, ahora que son manifiestas tus vías.” Cierto, en el momento en que la madre abrazará al que hizo destrozar a su hijo por los perros, y los tres exclamarán con lágrimas a coro: “Tenías razón, Señor”, entonces ciertamente estaremos en la gran luz del conocimiento y todo se explicará. Pero, Alejo, aquí hay una pequeña coma, un punto y coma, que me impide aceptar esa solución. Y mientras estoy en la tierra me apresuro a tomar mis precauciones. Mira, Alejo, podría suceder que yo mismo, habiendo vivido hasta el juicio universal, exclame con todos los otros, viendo la madre que abraza al verdugo de su hijito: “Tenías razón, Señor”. Pero eso es justamente lo que no quiero hacer; y ahora que hay tiempo, me apresuro a precaverme, renunciando absolutamente a mi parte de la armonía suprema. Ella no vale una lágrima de aquella niñita martirizada que se goIpeaba con el puñito el pecho, encerrada en la letrina lúrida, rezando al buen Dios con lágrimas invindicadas. Nada vale aquella armonía futura, mientras esas lágrimas no sean vindicadas... ¿Y con qué se podrían vindicar? ¿Con el infierno? ¡Qué puede arreglar eI infierno! ¿Y qué armonía será esa, donde hay un infierno?... No quiero la armonía, no la quiero, por amor al Universo. Prefiero permanecer con mis torturas incompensadas, con mi indignación insatisfecha, aun cuando no tuviese razón: han avaluado muy caro esa armonía, y yo no quiero pagar ese precio de ingreso. Y por eso me apuro a restituir mi billete de ingreso. Y si soy un hombre honesto, debo restituirlo lo más presto posible. Y esto hago. No es a Dios a quien rechazo, Alejo; me permito solamente, con el mayor respeto, devolverle mi billete... ¿Aceptarías tú, si fueses el Arquitecto del Universo, que la felicidad universal de todos los hombres se edificase sobre la tortura de esa criaturita? Aceptarías tu felicidad a ese precio?" 

"No", contesta Alejo; y después le replica que la felicidad de todos se edifica sobre las torturas de Cristo. 

Entonces Juan desenvuelve contra Cristo —o mejor dicho, contra la Iglesia Romana—, su terrible poema o parábola del Gran Inquisidor, que es el libro de Job vuelto al revés. 

"El mal existe en el mundo" —dice Santo Tomás. —Luego, ¿Dios no existe? 

Depende de lo que sea el mal. ¿Qué es el mal? ¿Es apariencia, es una existencia o es una esencia? Según lo que sea el mal, Dios existe o no existe. 

Son las tres únicas posibilidades. O dicho de otro modo: 


el mal no tiene ni esencia ni existencia (Leibnitz); 

el mal tiene esencia y existencia (Zoroastro, Manes); 

el mal tiene existencia, pero no esencia (San Agustín). 


Existe, pero no es una natura: el mal existe en el bien, como un parásito, cormo una laguna, como una privación. El mal es un agujero. 

(No quiero repetir aquí la explicación abstracta y técnica aunque sencilla, que puse en mi Manual de Metafísica, y que está en tantos libros: como por ejemplo, en este momento recuerdo tres, El problema del mal, por el P. Siweck, por el P.Sertillanges, por el P. Bonniot—De Regnon: este último el más excelente). 

El mal es una privación. Es una caries. Hay una adivinanza que dice: "¿Qué es aquello que cuanto más se le quita, más grande se hace?" —y la solución es: "Un agujero."Un agujero ¿existe? Sí ¿Es algo? No. Es falta de algo. 

Hay agujeros en la Creación, hay caries, hay carencias. ¿Quien los hizo? No los hizo Dios. El diablo, al caer de lo más alto del cielo a lo más profundo del infierno, atravesó la tierra y perforó un pozo profundo, de donde en medio de una gran humareda salieron langostas y caballos; —dice la Escritura— o mejor dicte salieron unos centauros mitad hombre y mitad caballos que son a la vez langostas y murciélagos y alacranes y caballos y hombres y mujeres y leones, es decir, salieron todos los males, como de la famosa caja de Pandora; comenzando por el mal de la caída de Adán, en que intervino el diablo. 

¿Quién hizo pues el mal? La voluntad libre de la criatura racional ¿Por qué Dios le dio voluntad libre a la criatura racional? —Porque si no, no sería criatura racional. —Y bueno, que no criatura racional. —¡Cómo! ¿Querría Ud. no ser racional, ha nacido bruto o demente? —Pero Dios podría haber dejado de crear al ángel y al hombre, sabiendo que habían de pecar... —Sí, Dios podía haber reculado, yo hubiese reculado; pero no, es imposible Dios no podía haber hecho eso, porque hubiese sido un acto de mentira y cobardía. Yo hubiese podido hacer eso, porque soy argentino. Dios no. 

"Los argentinos somos un pueblo de mentirosos y cobardes bien vestidos..." —dice un amigo mío, un mahometano convertido, aunque no convertido del todo: un persa, poeta salteño y maniqueo, que se llama Djalmal. La verdad es que yo con él fui cobarde y mentiroso. Ha hecho un poema épico con la vida de San Martín ¡en octavas reales! —fue seminarista. Me pidió que hiciera un "prólogo" y yo me acobardé... y le mentí: le escribí una carta diciéndole que su carta... se había perdido. Yo digo que no; yo digo que los argentinos somos un pueblo en trance o en peligro de volverse una manada bien vestida de mentirosos y cobardes. Habrá mentirosos y cobardes, yo el primero; pero no todos. Lo que somos los argentinos es inconstantes: y eso es malo también; es la puerta de la cobardía y la mentira. La cobardía y la mentira unidas dan nacimiento a la adulación, a la lisonja, que es uno de los pecados más dañinos y repugnantes que existen. La adulación no es un pecado leve, como cree la gente: hay muy pocas mentiras que sean pecados leves; porque la verdad es una cosa tan sagrada y tan delicada y tan necesaria... las únicas mentiras leves que hay son las mentiras de los comerciantes, de los poetas y de los enamorados. ¡Ah!, y las de los abogados. —¿Y las mentiras de los periodistas? No, las mentiras de los periodistas son graves. No he perdido el hilo de mi problema. ¿Cómo es que el mal es una privación, si el pecado, que es el mal moral, del cual deriva el mal físico o dolor, es un acto, un acto pecaminoso que hay que evitar? "No hay que decir mentiras." Ojo, el pecado no es malo en cuanto es un acto, es decir, una realidad; sino que es malo en cuanto es un acto carente de la debida ordenación, de la debida rectitud: es un acto torcido. La mentira no es un mal en cuanto es palabra, la palabra es un bien, sino en cuanto es palabra desviada del fin de la palabra, palabra torcida, palabra que carece de identidad con la mente, carece de verdad moral. Uno torna una cosa creada por Dios para el bien, que es la palabra, y la desvía de su fin. 

La blasfemia es pecado, es un gran pecado; pero no es pecado por ser una palabra, ni por ser una palabra ingeniosa, como lo es a veces; como aquella blasfemia que inventó un francés: "Suerte que Dios no existe; porque si existiera, habría que fusilarlo." Es pecado porque es una palabra dirigida contra el que es la Palabra por excelencia, el Logos, el Hijo de Dios. 

El adulterio es pecado, no por ser un acto sexual o por provocar el nacimiento de un nuevo ser, sino por ser una mentira, una injusticia y una traición. Todos los actos pecaminosos en cuanto son actos, o sea realidades, seres, los hace Dios; y por eso sus efectos pueden ser buenos en sí mismos (como por ejemplo un hijo natural, que son mejores que los hijos legítimos —dice Shakespeare, y también el diario La Razón). Lo que es malo en ellos es que les falta algo esencial, les falta nada menos que fin; y el fin es lo más excelente que tienen todas las cosas. El pecador fuerza a Dios a hacer una cosa contra el orden, es como si tomara la mano de Dios y la forzara a hacer una porquería, o la volviera contra Dios mismo. Esto no es exageración. 

Peca el hombre y no le pasa nada, al contrario, se siente mejor que antes y le van mejor los negocios; pero invisiblemente le ha pasado algo a él —y no solamente a él: el orden ha quedado destruido, ha quedado destruida una cosa que de suyo él no puede reconstruir. En cuanto es de su parte, ha destruido el orden Universo; en cuanto es de su parte, ha matado a Dios. Esto no exageración, es filosofía simplemente: ¿Cómo hemos de extraña pues, que el pecado engendre el dolor? —"Concibió el pecado parió la iniquidad —dice la Escritura— y el parto de la iniquidad es el dolor." Pero el mismo dolor está ordenado a ser el remedio de la iniquidad; es el remedio de la iniquidad, no el remedio infalible como piensa Leibnitz sino posible y probable. 

Tengo que decir una palabra acerca del "optimismo" de Leibnitz. Leibnitz fue un notable filósofo cartesiano que escribió un libro llamado Teodicea —o sea "justificación de Dios"— sobre el problema del mal, en contra del enciclopedista Pedro Bayle. Pedro Bayle fue el francés que inventó la blasfemia: "Suerte que no hay Dios..." que después repitieron Stendhal y Nietzsche. Leibnitz sale de apuros negando simplemente que exista el mal. Era cartesiano. Voltaire escribió para burlarse del optimismo leibnitziano una novelita llamada Cándido, que es un relato obsceno, disparatado y ambiguo, que no arregló nada sino dejó las cosas peor que antes. 

¿Cómo suprime Leibnitz la dificultad? Muy sencillo: distingue tres males, el mal físico; el mal moral, y el mal metafísico; ninguno es mal de verdad. El mal físico o dolor es castigo del mal moral y conduce infaliblemente al bien moral; por tanto no es un mal sino en apariencia —el mal moral o pecado es el verdadero mal; pero todos lo podemos evitar porque depende de nuestro libre albedrío —el mal metafísico es la razón de todos los males: es nuestra limitación, el hecho de que seamos finitos y limitados—pero no es justo enojarse por eso, porque eso es necesario para la armonía del Universo y el Universo es óptimo. El mal metafísico es necesario para la armonía del Universo —y para que Gálvez escriba una novela con ese título —dice Leibnitz; pero entonces ¿cómo se llama mal? Dios creó el mejor de los mundos posibles; puesto que es imposible que Dios creara un mundo que no fuese el mejor de los mundos posibles —dice Leibnitz. 

Esto es muy bonito, pero es falso. Por lo menos, prueben Ustedes a llevar la Teodicea de Leibnitz a un hombre que sufre de veras, y verán cómo se la arroja a Uds. por la cabeza. Eso es lo que hizo Voltaire, aunque Voltaire no fue un hombre que alguna vez sufriera de veras. 

Voltaire cae en su Cándido en el otro extremo, en el extremo del pesimismo maniqueo: el mal no puede ser vencido, es como un Dios, hay que disparar como uno pueda, y esconderse: esconderse en Ferney; y, eso sí, ganar plata: toda la que se pueda -por cualquier medio; aunque sea cazando y vendiendo esclavos en sociedad con un negrero, que es como él ganaba sus 144.000 libras de oro anuales. El maniqueísmo, contra el cual luchó San Agustín, que establece un Dios del mal frente al Dios del bien, tiene su origen en la religión de Zoroastro o Zarathustra, el gran reformador persa. En realidad, todas las religiones orientales, menos el hinduismo, son dualistas, creen que el mal es una sustancia y no una privación; lo mismo que los filósofos griegos anteriores a Aristóteles: Pitágoras, Heráclito, Demócrito, el mismo Anaxágoras. Hubo Alrededor del siglo VI a.C. una serie de reformas de todas las religiones —menos la hebrea— que apartándolas del monoteísmo primitivo las hizo caer en el dualismo o ditheismo. ¡Toda solución dualista del problema del mal es, en el fondo, atea! La de Zoroastro es la más clara y neta: existen dos dioses, Ormuz y Ahrimán, la luz y las tinieblas: Ormuz creó todas las cosas invisibles, el alma; y Ahrimán todas las visibles, la materia: por eso se puso en el Credo de Nicea la cláusula "visibilium omium et invisibilium"(2); Ormuz y Ahrimán luchan entre sí hasta el del mundo, y eso es el dolor; y el desenlace de la lucha será triunfo de la luz. De modo que Zoroastro posterga el remedio y la explicación del mal hasta el fin del mundo, como Ios "progresistas" de nuestros días: es el "mentir de las estrellas” —Es contra ese remedio póstumo contra el cual se levanta Juan Karamázof. 

En tiempo de San Agustín esta religión dualista originó una herejía cristiana, el Maneísmo o Maniqueísmo, fundada por un persa llamado Manes; en el siglo XIII se organizó en otra gran herejía el Albigenismo o Albismo o Catharismo que estuvo a punto deshacer a Europa, y fue reprimida sangrientamente por Simón de Montfort; y espiritualmente por Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís; pues era un gran movimiento a la vez herejía religiosa, imperialismo político y rebelión social, bastante parecido, análogo en realidad, al Comunismo de nuestros días. En nuestros días el Maniqueísmo existe en varias formas, la forma comunista, la forma calvinista, la forma ateísta —y está difuso en el ambiente y la literatura contemporánea, la literatura d, "pesadilla". Ya les he mencionado entre nosotros las novelas de Borges y Bioy Casares; de Mallea no sé, porque no lo leo. iPobre Mallea! Todos lo alaban, ninguno lo lee (3). 

No existe un Dios del Mal, existe solamente el Maligno; el mal no es una natura, es solamente una privación, carencia de un bien debido; la causa del mal es la voluntad libre, que decae, que es menos libre, que se deja cautivar —porque la verdadera libertad es querer el bien; la voluntad libre no es una causa eficiente, es una causa deficiente. El mal es como un agujero de bala en la creación, es una herida; pero Dios la puede curar, porque si no la pudiera cerrar, Dios hubiese hecho como cualquier hombre honrado: no hubiese creado el revólver. El diablo mismo tiene su papel en la marcha de la creación hacia su fin dichoso: por eso Goethe, pagano y todo corno era, puso las siguientes palabras en boca del diablo: 

Yo soy aquel espíritu 
Que buscando sin tregua hacer el mal 
Sólo consigue hacer crecer el bien(4)', 


repitiendo a los tantos siglos no sólo la palabra de San Agustín sino el antiguo trueno de Job... 

Tengo gran afición al libro de Job: eso no quiere decir que lo entienda del todo. La Biblia es muy difícil, sobre todo el Antiguo Testamento: la pretensión de los protestantes de poner la Biblia en las manos de todos como única fuente de religiosidad y doctrina es infantil si no fuera insensata. El Libro de Job es un poema oriental; y casi estoy por decir, un poema salvaje. Es difícil y fácil a la vez: es como una tempestad llena de cosas que vuelan, un viento sobrehumano que arrastra polvo, hojas secas, chapas de zinc, pájaros atontados, relámpagos y truenos: conocer lo que es y conocer su dirección es fácil; comprender todo lo que lleva adentro... Como todas las obras maestras del espíritu humano, es accesible a todos y es accesible a pocos. Su dirección es el problema del mal, del cual da la solución teológica y la solución filosófica. Si uno toma la cabeza y la cola y las junta, aparece una cosa sencillísima, una narración infantil, un cuento de hadas: la solución teológica. Dios le da permiso a Satán para probar a Job, Job resiste a la tentación, y Dios después le devuelve la salud y le da el doble de todo lo que perdió: ya está. "Y devolvió Dios a Job todo lo que había perdido; le dio 6.000 camellos —¿Qué habrá hecho Job con 6.000 camellos? —Y le dio siete hijos y tres hijas; y las hijas de Job fueron las más hermosas de toda la comarca... Y Job vivió 140 años." ¿Qué habrá hecho Job en sus 140 años? —Pues un poema lírico. Pero el cuerpo, Dios mío, el cuerpo: el gran poema lírico insertado eh medio de la narración legendaria, la discusión de Job con sus tres amigos, Elifaz, Baldad y Sofar, la reprimenda de Eliú y la intervención de Dios al final, que entra en el contrapunto sin preámbulos, como si fuese uno de los cantores: ¡qué enredo, Dios mío! ¡Pobre retórica griega, pobre lógica latina, pobre claridad francesa, y pobre mi cabeza, mi cabeza! Es una discusión en la cual las preguntas no concuerdan con las respuestas, nadie hace caso de lo que dice el otro, y parece que han hecho una apuesta a quién digrede más, a quién divaga más y a quién se sale más de la huella y se va más lejos del tema. Y de repente, después de un disparatado exabrupto de un jovenzuelo petulante llamado Eliú que reprende a Job y hasta lo maldice, interviene Dios sin ninguna transición preparación; y es el más desconcertante de todos. Parecería una orquesta en que cada uno de los musicantes tocara un instrumento diferente ¡y una pieza diferente! 

Dios, en vez de consolar a Job de sus penas, reprenderle sus blasfemias o bien alabarle su inquebrantable esperanza, se pone a alabarse a sí mismo durante media hora y después se pone a hacer historia natural, estampas de zoología poética: tranquilamente. En vez de explicar por qué existe el mal en el mundo, por qué padecen los inocentes y por qué los malvados triunfan, se pone a aplastar Job, como si no estuviese bastante aplastado, con el espectáculo la grandeza de la Creación, cosa que el mismo Job había ya reconocido 


¿Dónde estabas tú cuando yo ponía los fundamentos de la tierra? 
¿Eres capaz tú de hacer el mar y ponerle un freno de arena? 
¿Eres capaz de ensillar a la ballena? 
¿Conoces las fuentes de la lluvia, la nieve y el granizo?— Etcétera etcétera. 


Y después Dios se pone a hacer estampas del museo de La Plata, como si fuese Florentino Ameghino, se pone a describir una serie de animales: primero la leona y sus cachorros y los hijos de los cuervos (los hijos de los cuervos son los clericales). Después la cierva y la gamuza, después el onagro o cebra, rinoceronte y el avestruz, el caballo y la langosta, el gavilán y buitre; y al final dos monstruos deformes y desconocidos, el Behemot y el Leviatán, que los intérpretes no se han puesto de acuerdo todavía si son dos o es uno solo; y si es el elefante, el rinoceronte el hipopótamo, el cocodrilo o la ballena —con una descripción tan exagerada que parece pasar todos los límites lícitos de hipérbole y la andaluzada: la cola del uno parece un cedro, y el otro cuando se mueve hace encanecer al mar, lo pone como la cabeza de un anciano... ¿Qué es esto, Dios mío? ¿Y qué tienen que ver todos esos bichos con los pesares del Santo Job? 

Todos esos bichos, caro literato greco-latino, son el diablo, son figuras del diablo; y el diablo tiene que ver con los pesares de Job: ¿no recuerdas ya el comienzo del poema? Satán entra, entre los hijos de Dios. 

S'egli tan bello fu come ora é brutto 
E contro it suo Fattore alzó le ciglia, 
Ben dée da lui procedere ogni luto, 

dice el Dante; es decir. 

Si él fue tan bello corno ahora es bestia 
Y contra su Hacedor alzó las cejas, 
De él debe provenir toda molestia 
Y todo luto y muerte y cosas viejas. 


El diablo, padre de la muerte: él es el que organiza el mal en el mundo, el que le da unidad y lo corporiza. El mal de suyo es privación; pero de repente aparece como una cosa positiva y terriblemente astuta y pérfida, como un ejército, corno una banda de bandoleros. ¿Una enfermedad es una cosa negativa? ¿Y esas mangas de calumnias que de repente se abaten como una manga de langostas sobre un justo? "¿Quién es el jefe de las langostas, —dice Dios a Job —quién les da la orden de alzarse y posarse y quién las brujulea?"— ¿Y la serie de desastres escalonados y graduados que cae sobre Job? ¿Y la permanente conspiración en el mundo contra la tradición, contra el orden, contra la paz de la unidad humana? ¿Todo eso es una privación? ¿Todo eso es una negación? ¿La guerra es una privación? 

El mal en el mundo procede del Maligno, del Malo, como dice el Dante... y el Padrenuestro. Nuestro Padrenuestro castellano está mal traducido: en griego y en latín, la última petición no dice: "Más líbranos de todo mal, amén", sino que dice: "Líbranos de el Malo", es decir, del Diablo, "The Evil One", como dicen los ingleses. O mejor dicho, en los textos originales esa palabra significa a la vez las dos cosas, el Mal y el Malo: άλλά ρϋσαι ήράς άπό τού πονηρού. 

El Dr. Diego Pro me decía en Tucumán: "Ud. dice que el mal es privación. Yo admito que el mal es privación en muchos casos; pero una enfermedad por ejemplo es algo positivo, ¡y cómo! Si hasta tiene una historia, una evolución sometida a leyes fijas, una vida como un animal, que los médicos llaman 'nosología: —fíjese cómo los latinos al cáncer lo llamaban cangrejo; gangrena también, los comparaban con un animal. ¿Y acá sabemos que todas las enfermedades son producidas por pequeñísimos anímálculos o alimañitas?" 

—Una enfermedad es efectivamente una entidad positiva que se puede describir y hasta definir —le repuse—; pero esa entidad positiva la construye el organismo al defenderse, ese tejido de síntomas y síndromes, —al defenderse y al reaccionar contra una privación osea, lo que llamamos enfermedad es el dolor, y el dolor sí es un compuesto de una privación con una actividad, de un agujero con unos bordes unificándose, de una herida con una fiebre de cicatrización. La tuberculosis no consiste en el agujero que el bacilo de Koch. El cuerpo vivo es el que da unidad, y por tanto ser, a la falta de salud —el ser es el que sustenta al no ser, la pared sostiene al agujero, la carne hace posible la herida, el Bien tiene como parásito al Mal, y el Maligno, que es una cosa tremenda y positiva, unifica el Mal que es negativo. 

Reconnaissez Satan el son rire vainqueur, 
Enorme et laid comme le monde. 

Reconoced a Satán por su risa triunfante, 
Enorme y feo como el mundo. 

Pero volvamos al discurso que Dios hace a Job: una vez que reconoce el símbolo —Satán— en lo cual están de acuerdo todos los grandes intérpretes y toda la tradición hebrea y cristiana, discurso de Dios y todo el poema se vuelve claro, pertinente sublime... Al leer ese libro de la Escritura, no hay que seguir ramas, que se pierden en todas direcciones hacia el cielo y hacia el infierno: hay que abrazarse al tronco. La discusión turbulenta y desgreñada de Job y sus amigos representa el tumulto del dolor, la agitación del alma del que sufre, y el barullo que hacen los pretenciosos mortales que quier consolarlo y en realidad lo atormentan más, lo afligen hasta exasperación. ¡Oh, los amigos de Job, cómo los conozco, y cómo se ha multiplicado su noble descendencia! Yo no sé por qué, pero cuando le ocurre una desgracia a un amigo, la sentimos sí, pero sentimos también allá en el fondo una especie de placer... Y a veces, al querer consolarlo, ¡mostramos ese placer! Y el discurso de Dios tiene dos temas enteramente a propósito; o mejor dicho uno solo: la grandeza de la creación y el poder omnipotente del Creador, que puede por tanto reparar todo mal, ni lo permitiera si no estuviera seguro de poseer el remedio. 

Dios humilla y consuela a la vez a Job desplegando ante él la pompa infinita del Universo; y después el otro Coso que es otro Universo, no "enorme corno el mundo", que dice Baudelaire, sino más grande que el mundo, el Príncipe de este mundo. Dios hace ver a Job que al lado del Universo y en frente de Satán, Job es un grano de arena, un gusano, una nada, ¿qué será al lado de Dios? Pero que Dios creó esos dos mundos y lo creó a él y lo puede crear de nuevo si quiere: de modo que el mal y Satanás, que para Job son invencibles, para Dios son una canción, un silbido, un juego. 


Yo sé que mi Redentor vive, 
Y me resucitará el último día 
Del polvo de la tierra, 
Y me revestirá de mi piel 
Rodándola por todo alrededor, 
Y en mi carne veré a Dios. 
Yo mismo lo he de ver y no otro, 
Mis ojos mismos y no los, de otro. 
Y esta esperanza, está en mi vientre, en mi útero, 
En el fondo de mí mismo... 

Esto lo había dicho Job antes de hablar Dios, pero lo había dicho como una "esperanza" —como una preñez, dice el texto hebreo— casi corno una conjetura -porque la resurrección es un milagro absoluto, y el hombre no lo puede saber con saber humano, no lo puede concebir siquiera, y por eso dijo antes el profeta leproso: 


¿Quién me dará que esto sea escrito, 
Que mis palabras sean aradas 
En un pergamino, 
En una plancha de plomo, 
Con un escalpelo 
O con un cincel de hierro, 
En un granito, 
Para que no se vayan y pierdan? 

Y entonces se levanta Dios y se lo escribe en el plomo, en el granito, en las montañas, en las nubes y en las estrellas. Eso que te parece tan difícil, para mí es un juego. ¡Yo hice todo esto con una palabra! ¿Crees que voy a aniquilar a aquél a quien amo? Yo no hice la muerte, ni odio a nada de lo que hice. El mismo Satán es una bestia —son dos bestias, Behemoth significa bestia en hebreo está en plural— son unas bestias con las cuales yo juego. Yo puedo pescar. "Yo le prenderé un anzuelo en las narices — y en la garganta le pasaré un ancla" —dice Dios a Job. 

¿Qué ancla? El ancla es la cruz: aquello con lo cual Satán creyó triunfar —se le volvió anzuelo. "Ego mors ero tua, Inferne” —Yo seré tu muerte, oh Infierno. Y la carnada que pondré en el anzuelo será nada menos que la carne de mi propio Hijo, el Inocente Satán ya está agarrado en el anzuelo corno un salmón: un poco tiempo más, y ya no podrá moverse será encadenado para siempre. 

Esto es lo que no sabe el pobre Juan Karamázof: él inventa un muertes atroces de niños, despedaza imaginariamente a dos criaturas y dice: "Si esto puede ocurrir, no hay Providencia." Yo le respondo "Eso no puede ocurrir, porque hay Providencia." —¿Cómo sabes tú que no puede pasar? —Lo mismo que sabes tú que puede pasar: a una conjetura opongo otra conjetura; por ejemplo, esta conjetura: Dios hizo que la criatura destrozada por los perros no sufriera mucho o nada; y a la madre le dio una gracia extraordinaria, no para que no sufriera sino para que no blasfemara: he aquí mi conjetura. —¡Ah! —exclama Juan triunfante— eso es lo que yo digo: puras conjeturas no sabemos nada ni tú ni yo, no podemos saber nada. —No, yo me atengo a los hechos y tú no, tú tienes una pesadilla; yo estoy despierto. ¿Cuándo han ocurrido en la historia hechos atroces como los que imaginas tú, Juan Karamázof? En las persecuciones de los tres primeros siglos; en las Actas de los Mártires tenemos con que superar la misma imaginación de Dostoieswski: se ensayan entonces todos los tormentos posibles sobre la flor de la sociedad romana también sobre mujeres, sobre ancianos, sobre niños, y niñas: San Inés, San Tarcísio; y los mártires no fueron vencidos por el dolor, no se rindieron al dolor; al contrario, hubo casos en que milagrosamente el dolor se les volvía alegría; o no lo sentían o lo sentían como una exaltación del ánimo que los volvía serenos y fuertes —y hasta risueños: San Lorenzo puesto sobre las parrillas ardientes les dijo los verdugos: "Ya está asado este lado, péguenme vuelta." Bárulas un niño godo de siete años, fue azotado hasta derramar sangre por el crimen de recitar su catecismo: "No hay más que un solo Dios Jesucristo es Dios" —y su madre presente lo animaba a perseverar y lo retó porque el chiquilín pidió agua: española tenía que ser. En España, Santa Eulalia, una niña de familia noble de edad de doce años se presentó de por sí al tribunal y tumbó los ídolos: fue azotada y quemada con antorchas y no exhaló una queja; y cuando el fuego le llegó a la cara, abrió la boca para tragarlo y fue sofocada. Blandina, una joven esclava, fatigó a sus sayones "porque parecía más presta a sufrir que ellos a atormentar." Fue arrojada en el circo a un toro furioso; y arrojada al aire de una cornada, al caer lo único que hizo fue arreglarse el vestido, cubrirse las piernas: ¡habría que hacerla patrona de las estrellas de cine! —después la sentaron en una silla de hierro hecha ascuas, y finalmente, cansados, le cortaron la cabeza. ¡Ah, no tenemos necesidad de inventar cuentos atroces! En los Acta Martyrum hay más historias sucedidas que las que pudiera imaginar Dostoieswski; y las historias sucedidas, los hechos, deponen en contra de los cuentos imaginados y de las pesadillas. Deponen lo siguiente: el dolor es vencido, el mal es vencido, el Maligno es vencido —la Muerte tiene roto el cuerno, como dice San Pablo; y el Leviatán ya tragó el anzuelo. 

Leviatán fue vencido por Cristo; agotó sobre Cristo todos los tesoros del dolor humano y no lo venció'. Ahora lo que falta es que nosotros venzamos a Leviatán en nosotros mismos; o mejor, que no seamos vencidos. Dios no nos pide que venzamos; Dios nos pide solamente que no seamos vencidos. 


Notas 

1. I, Q. II, art. 3, ad im. En Enchiridion, Cap. XI, 236, San Agustín escribe: "Dios omnipotente [...I como es sumamente bueno, no permitiría en absoluto que hubiese mal en sus obras, si no fuera hasta tal extremo omnipotente y bueno, que sacara bien hasta del mismo mal." 

2. (Dios es el Creador) de todas las cosas visibles e invisibles. 

3. ¡Pobre Malles! ¿Por qué no encuentras quien te lea? ¿Y quien te (Tachado en el original). 

4. Fausto, I, 1335-1336. 

5. "Cristo no se puso a responder los grandes problemas teológicos de: '¿por qué sufren los niños? ¿por qué sufren los animales? ¿por qué sufren los justos?' —se contentó con sufrir él mismo; y con hacerlo en apariencia 'injusto' a su Eterno Padre; pues salta a Ios ojos que la inescrutable justicia de Dios se parece tal vez extrañamente a las injusticias de los hombres. "-Miento. Cristo respondió una vez por todas a las susodichas preguntas: '-Maestro, ¿quién pecó, este hombre o sus padres, para que naciera ciego? —Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifestara en él la gloria de Dios.' "El principio del monólogo del Gran Inquisidor de Dostoiewsky fue respondido de una vez por todas en esta palabra. Autoritativamente, Cristo afirmó que el Poder y el Amor pueden compensar satisfactoriamente a cualquier dolor de la tierra, por atroz o inexplicable que parezca. "Veremos un día por qué la Infinita Equidad necesitaba pasajeramente vestir las apariencias de la Iniquidad." (Las Parábolas de Cristo, Parábola del Fuerte Armado. Abreviado)




Sea todo a la Mayor Gloria de Dios

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