martes, 27 de marzo de 2018

Cardenal Newman: Cuatro sermones sobre el Anticristo IV





CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN



Trad. R.P. Carlos A.Baliña





SERMÓN CUARTO
LA PERSECUCIÓN DEL ANTICRISTO

Estamos tan acostumbrados a escuchar acerca de las persecuciones de la Iglesia, tanto por el Nuevo Testamento como por la historia de la Cristiandad, que no podemos evitar el considerar sus descripciones como simples palabras, o hablar de ellas sin comprensión de lo que estamos diciendo, y no recibir ningún beneficio práctico de sus narraciones. Y mucho menos de considerarlas como lo que realmente son: una señal característica de la Iglesia de Cristo. No son ciertamente un atributo necesario de la Iglesia, pero se trata al menos de una de sus insignias características, de tal modo que si uno echa un vistazo al curso completo de su historia, reconocerá a las persecuciones como una de las peculiaridades que permiten reconocerla. Y Nuestro Señor parece dar a entender cuán apropiada, cuán natural es la persecución de la Iglesia, al incluirla entre sus Bienaventuranzas: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el Reino de los Cielos”(1). El Señor da entonces a la persecución el mismo elevado y noble rango en el conjunto de las gracias evangélicas que el Sábbath tiene entre preceptos del Decálogo; quiero decir, como una especie de signo y señal de Sus seguidores, colocado como tal en el código moral, aunque sea en sí mismo externo a él.

Él parece mostrarnos esto también de otro modo, insinuándonos que la Iglesia comienza y termina en la persecución. Él la dejó en la persecución y la hallará en la persecución. La  Iglesia que Él reconoce como suya, la que Él ha edificado y reivindicará, es una Iglesia perseguida, qué porta Su Cruz. Y está tremenda reliquia que Él le ha entregado, y que ella poseerá hasta el fin, no puede perderse en el camino.

El profeta Daniel, que tantos vaticinios nos ha dejado acerca de los últimos tiempos, nos habla acerca de la gran persecución por venir. “Habrá un tiempo de tribulación tal, cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones y en aquel tiempo se salvará tu pueblo, todo aquel que haya sido hallado en el libro”(2), Nuestro Señor parece referirse a estas palabras en su solemne profecía antes de Su pasión, en la cual Él abarca dos series de eventos: aquellos que acompañaron a su primera venida, y los que lo harán con la segunda; ambas persecuciones de Su Iglesia, la primera y la postrera. Escuchemos sus palabras: “Entonces habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el inicio del mundo hasta entonces ni la habrá, y a menos que dichos días sean acortados, ninguna carne será salva; mas por razón de los elegidos, aquellos días serán acortados”(3).

Concluye con lo que tengo que decir acerca de la venida del Anticristo hablando de la persecución que la acompañara. Al hacerlo no hago más que expresar el juicio de la Iglesia primitiva, como he tratado de hacerlo todo a lo largo de estos sermones, y cómo me propongo realizarlo en lo que sigue.


1

En primer lugar, citaré algunos de los principales textos que parecen referirse a esta persecución final.

“Se levantará otro luego de ellos y (…) proferirá palabras contra el Altísimo, y hostigará a los santos del Altísimo e intentará cambiar los tiempos y la ley; y los santos serán entregados en sus manos durante un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”(4) esto es, tres años y medio.

“Profanarán el santuario-ciudadela y abolirán el Sacrificio Perpetuo y pondrán allí la abominación de la desolación, y corromperán con halagos a los violadores de la Alianza, pero el pueblo que conoce a su Dios se mantendrá fuerte y hará proezas. Y los sabios de entre el pueblo enseñarán a muchos, aunque caerán bajo la espada, la llama, la cautividad y la expoliación, durante algún tiempo”(5).

“Muchos serán purificados, y blanqueados y probados, más los inicuos seguirán obrando mal (…) y desde el tiempo en que el Sacrificio Perpetuo sea retirado y sea eregida la abominación de la desolación, transcurrirán mil doscientos noventa días”(6).


Habrá una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo”(7), y así siguiendo, como he dicho más arriba.

“Y se le dio una boca que profería grandes cosas y blasfemaba; y se le dio poder para obrar durante cuarenta y dos meses. Y abrió su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar contra Su nombre, contra Su tabernáculo y contra los que moran en el cielo. Y le fue concedido hacer la guerra contra los santos y vencerlos (...) Y todos los que viven en la tierra y adorarán, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida del Cordero inmolado desde la fundación del mundo”(8).

“Vi un Ángel que descendía del cielo portando la llave del abismo y una gran cadena en su mano, y se sujetó al dragón, a la serpiente antigua que es el demonio y Satanás, y lo encadenó por mil años (...) y luego de esto deberá ser liberado por poco tiempo (...) y saldrá y engañará a las naciones de los cuatro rincones del orbe, a Gog y Magog, a reunirlos para la guerra, numerosos como las arenas del mar. Y subieron por todo el ancho de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada”(9).

Los primeros cristianos interpretaron estos pasajes como relativos a la Persecución que se desencadenaría en los últimos tiempos, y todo conduce a creer que efectivamente a ella se refieren. Ciertamente, palabras de Nuestro Señor acerca de la gran tribulación por venir, parecen referirse en primera instancia a las persecuciones iniciales, a las cuales los primeros Cristianos se vieron expuestos, y sin duda que así es; sin embargo, por violentas que estas persecuciones hayan sido, no fueron consideradas por los mismos hombres que las padecieron como el verdadero cumplimiento de la profecía; y esto es ciertamente una fuerte razón para pensar que no lo fueron. Esto se ve confirmado por pasajes paralelos, comos las palabras de Daniel que hemos citado, quién ciertamente habla de una persecución todavía futura; si Nuestro Señor utilizó las mismas palabras, y estaba hablando de lo mismo que Daniel, entonces cualquiera que haya sido el cumplimiento parcial de Su profecía haya tenido en la historia de la primitiva Iglesia, Él ciertamente se refiere a la última persecución, si tomamos Sus palabras en toda su amplitud. Él dice: “Habrá una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta este tiempo ni la habrá, y a menos que dichos fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas en atención a los elegidos, dichos días serán abreviados”(10). E inmediatamente después: “Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes signos y portentos, capaces de engañar, si fuese posible, a los mismos elegidos”(11). En consonancia con este lenguaje, Daniel dice: “Habrá un tiempo de  tribulación, tal cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones; y en aquel tiempo se salvará tu pueblo, todo aquel que haya sido hallado en un libro”(12). Uno de los pasajes del Apocalipsis que he citado dice lo mismo, e incluso con más fuerza: “Le consedido hacer la guerra contra los altos y vencerlos (…) Y todos lo que viven en la tierra le adorarán, aquellos cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida”(13).

2


Tratemos ahora de comprender y profundizar en esta idea que acabamos de presentar a nuestra consideración: aunque la Iglesia ha sido preservada de la persecusión durante mil quinientos años, sin embargo una persecución la aguarda antes del fin, más feroz y peligrosa que cualquiera que haya sufrido desde su comienzo.

Más aún, esta persecución estará acompañada por la cesación de todo culto religioso: “Abolirán el Sacrificio Perpetuo”(14). Los Padres de la Iglesia interpretaron estas palabras en el sentido de que el Anticristo suprimirá durante tres años y medio todo culto religioso. San Agustín se pregunta, incluso, si el bautismo será administrado a los niños en dicho periodo.

Aún más, se nos dice que “pondrán la abominación de la desolación”(15) en el Lugar Santo, que allí “la erigirán”. Nuestro Salvador dice lo mismo. No podemos saber con certeza qué significa esto, mas en el precedente cumplimiento de la profecía consistió en la introducción de los ídolos paganos en la casa de Dios.

Aparentemente, el reino del Anticristo será apoyado por un despliegue de milagros parecido al que los magos de Egipto efectuaron contra Moisés. Por supuesto que en este tema aguardamos una elucidación más completa del lenguaje profético, que sólo el suceso mismo podrá darnos. Sin embargo, es claro que, sea que se trate de milagros verdaderos o ficticios, o como algunos han sugerido, descubrimientos de las ciencias físicas, el hecho es que producirán el mismo efecto que si fuesen reales, es decir, la fascinación de la imaginación de aquellos que no tengan amor de Dios firmemente arraigado en sus corazones, o sea, de todos excepto los elegidos. La Escritura es marcadamente precisa y consistente en esta predicción. “Signos y prodigios -dice Nuestro Señor- capaces de engañar, si fuese posible, a los mismos elegidos”(16). San Pablo habla del Anticristo como de uno “cuya venida está señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros y signos y prodigios  engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar porque no recibieron el amor de la Verdad, que los hubiera salvado. Por eso Dios les enviará un poder seductor que les hará creer en la mentira”(17). Y San Juan nos dice: “Realizó grandes prodigios, hasta llegar a hacer caer fuego del cielo a la vista de los hombres, y engañó a los habitantes de la tierra por medio de aquellos prodigios que Él tenía poder para realizar en presencia de la bestia”(18).

Por lo tanto, sin detenernos a buscar otros, la última persecución será la más tremenda que cualquiera de las precedentes en estos cuatro aspectos: será en si misma más fiera y más horrenda; será seguida por una suspensión de las disposiciones ordinaria de la gracia: “el Sacrificio perenne”; será acompañada por un establecimiento abierto y blasfemo de la infidelidad, o de alguna enormidad en lo más sagrado de la Iglesia; por último, será seguida por la capacidad de obrar prodigios. ¡Bueno será para los cristianos que dichos días sean cortados! Acordaos por el bien de los elegidos, que de otro modo serían abrumados; acortados, como parecería a tres años y medio.

3


Mucho podrá decirse, es cierto, acerca de cada una de estas cuatro cuestiones, mas me limitaré a realizar una observación acerca de la primera de ellas, o sea, la dureza de la persecución.

Será peor que toda otra persecución anterior. Ahora bien, para entender el alcance de esta afirmación, debemos entender de algún modo en qué consistieron dichas primeras persecuciones 

Esto es muy difícil de hacer en unas pocas palabras; sin embargo una muy somera incursión en la historia de la Iglesia nos convencería de que es muy difícil concebir mayores crueldades que aquellas que los primeros cristianos sufrieron a manos de sus perseguidores. Las palabras de San Pablo, hablando de las persecuciones anteriores a su tiempo, no son más que una pálida descripción de la prueba que se abatió sobre la Iglesia en sus días y posteriormente. Él dice acerca de los santos judíos: “Fueron torturados, sin aceptar la liberación (...) soportaron burras y azotes, cadenas y prisión; fueron lapidados, aserrados, tentados, heridos con la espada; vagaron cubiertos con pieles de cordero y de cabra; fueron destituidos de todo, afligidos, atormentados”(19). Tales fueron las pruebas de los Profetas bajo la Ley, que en alguna medida anticiparon el Evangelio, tanto en la doctrina como en el sufrimiento; aunque sufrimiento por el Evangelio y la doctrina evangélica fueron mayores y más completos que las prefiguraciones de ambos.

Permítaseme traer, a modo de ejemplo, un fragmento de una carta que da cuenta con cierto detalle de una de las persecuciones en el sur de Francia. Fue escrita por un testigo ocular.

“El furor del populacho, gobernador y soldados, se ensañó especialmente con Sanctus, un diácono, con Maturus, un recientemente convertido,  con Attalus, y con Blandina, una esclava, por medio de los cuales Cristo mostró que aquello que es poco estimado entre los hombres tiene, por el contrario, gran valor a los ojos de Dios. Puesto que, cuando todos estábamos atemorizados, y su misma señora temía que, a causa de la debilidad del cuerpo no estuviese en condiciones de confesar la, fe entonces Blandina se vio llena de una fuerza tan grande que, aun aquellos que se turnaban para torturarla de todas las maneras posibles, de la mañana hasta la tarde, se agotaron y abandonaron la empresa, confesando que ella nos había derrotado. Y se asombraban de que permanece viva, siendo que es cuerpo todo estaba lacerado y abierto por los golpes. Mas aquella bendita mujer, como un bravo combatiente, renovó su fortaleza durante su confesión y fue para ella un descanso y un respiro el decir: “Soy una Cristiana” (...) Sanctus también soportó en forma maravillosa y sobrehumana todas las crueldades de los hombres con una noble paciencia (...) y respondía a todas las preguntas diciendo: “Soy un Cristiano”. Cuando ya no tuvieron más nada que hacer con él, le aplicaron planchas de cobre candentes en las partes más delicadas de su cuerpo. Pero, aunque sus miembros y quemaban, él permaneció enhiesto y firme, constante en su confesión, refrescado y fortalecido por la fuente de agua de vida que procede de la entraña de Cristo. Más su cuerpo permaneció como testigo de su padecimientos: todo él era una llaga, desprovista de forma humana”(20).

Pocos días después fueron llevados a los juegos donde se encontraba las fieras salvajes; allí sufrieron nuevamente toda clase de tormentos, como si nada hubiesen padecido anteriormente. Nuevamente fueron azotados, y además forzados a sentarse en la silla de hierro al rojo vivo. Por último, lacerados por las fieras, allí llegaron a su fin. “Pero a Blandina la colgaron de un madero, y quedó expuesta para pasto de las fieras que arrojaban sobre ella”. Posteriormente fue azotada, y por último encerrada en una canasta y arrojada un toro, a merced de cuyas embestidas falleció(21). Mas el relato es demasiado largo, minucioso y escalofriante, para que continúe con él. Simplemente he querido dar un ejemplo de los sufrimientos que los primeros cristianos padecieron por la malicia del demonio.

Consideremos todavía los sufrimientos que los Vándalos arrianos infligieron a los cristianos en una época posterior. De cuatrocientos sesenta obispos de Africa, confinaron a cuarenta y seis en una región insalubre, a trabajos forzados, y dispersaron a trescientos dos por diferentes rincones de Africa. Diez años más tarde desterraron a doscientos veinte más. En otra oportunidad arrancaron de sus viviendas a cuatro mil cristianos, clérigos y laicos, y los forzaron a marchar por el desierto hasta que murieron por la fatiga o los malos tratos. Laceraron a otros a latigazos, lo quemaron con hierros candentes y le amputaron los miembros(22).

Escuchemos ahora como uno de los primeros Padres, precisamente cuando las primeras persecuciones estaban cesando, medita acerca de las perspectivas que se abre delante de la Iglesia, echando una mirada penetrante a los sucesos de su propio tiempo, tratando de discernir a partir de ellos, en la medida de sus posibilidades, si el mal predicho se aproxima.

“Habrá un tiempo de tribulación cual no lo hubo desde que hay naciones sobre la tierra hasta ese tiempo. El monstruo horrendo, la gran serpiente inconquistable por las fuerzas humanas, presto a devorar (…) El Señor, conociendo la grandeza del enemigo, en atención a los hombres piadosos dice: “Aquellos que estén en la Judea huyan hacia las montañas”. Sin embargo, si alguno se siente con el corazón suficientemente fuerte para luchar contra Satanás, que se quede [puesto que no dudo del vigor de la Iglesia], qué se quede y que diga: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (…) Demos gracias a Dios, quién limitará la magnitud de la tribulación a unos pocos días: “por razón de los elegidos dichos días serán acortados”. El Anticristo reinará sólo tres años y medio: un tiempo, tiempos, y la mitad de un  tiempo (...) ¡Bendito quien sea entonces un mártir de Cristo! Considero que los mártires de aquel tiempo serán mayores que todos los mártires, puesto que estos combatieron sólo contra hombres, mientras que aquellos en los tiempos del Anticristo combatirán contra Satanás en persona. Los emperadores perseguidores asesinaron, mas no pretendieron resucitar a los muertos, ni realizar signos y prodigios; pero en aquel tiempo la persuacióon será tanto por la fuerza como por el error, hasta el punto de llegar a engañar, si eso fuese posible, a los mismos elegidos. Que nadie diga en su interior en ese momento: “¿Que hizo Cristo que sea mayor que esto? ¿Con que poder hace este hombre estas cosas? No podría hacerlas a menos que Dios se lo permitiese”. El Apóstol nos advierte diciéndonos de antemano: “Dios les enviará un poder seductor”, no para ser excusados sino con condenados; a saber, todos aquellos que no creyeron la Verdad, esto es, en el verdadero Cristo, sino se complacieron en la iniquidad, esto es, en el Anticristo (...) Por lo tanto ¡prepárate, oh hombre! Has escuchado las señales del Anticristo; no las guardes solamente para ti, sino más bien comunícalas generosamente a todos. Si tienes un hijo según la carne, no te demores enseñarle; si lo has engendrado por la catequesis, adviértelo del mismo modo, a fin de que no reciba lo falso como verdadero. “Pues el misterio de iniquidad ya está actuando”. Temo a las guerras entre las naciones, temo las divisiones entre los cristianos, temo al odio entre hermanos. Mas con esto basta; que Dios no permita que todo esto suceda a nuestros días. Sin embargo, estemos preparados”(23).

4



Tengo dos observaciones para agregar a lo dicho: primero, podemos estar ciertos de que, dicha persecución ha sido profetizada, todavía no ha ocurrido y por lo tanto, está por venir. Podemos estar equivocados en pensar que la Escritura la vaticina, aunque ésta ha sido, yo diría, la creencia común a todas las épocas; pero si es que debe haber una persecución, está tendrá lugar en el futuro. Por esto, toda generación de cristianoa debería escrutar el horizonte desde una atalaya, cada vez más intensamente a medida que tiempo transcurre.

En segundo lugar, observo que, de tiempo el tiempo, aparecen signos que, aunque no nos habilitan para determinar el día, pues esto permanece oculto, nos indican que éste se acerca. El mundo envejece, la tierra se deteriora, la noche está avanzada, el día se avecina(24). Las sombras comienzan a retirarse, las antiguas formas del imperio que perduraron desde el tiempo en que el Señor estuvo entre nosotros, vacilan y tiemblan ante nuestros ojos, inclinándose y amenazando su próxima caída. Éstas son las cosas que Lo alejan de nosotros. Él está detrás de ellas. Cuando ellas desaparezcan, el Anticristo será desligado de “aquello que lo retiene”, y luego de su corta pero pavorosa época, Cristo volverá.

Por ejemplo, uno de los signos es el estado del Imperio romano, si es que podemos decir que existe, aunque de hecho existe. Es como un hombre que yace en su lecho de muerte, el cual, luego de una larga agonía, finalmente parte en el momento menos esperado, o por lo menos sin que uno sepa cuando. Uno contempla al hombre enfermo, y cada día aparece el último; sin embargo, pasa un día y otro día, uno no sabe cuándo llegará el fin; mejora, empeora, prolonga su partida, y a pesar de todo, se sabe que finalmente debe morir, que simplemente se trata de una cuestión tiempo. Así ocurre con el viejo Imperio romano, el cual actualmente yace inerte e impotente. No está muerto, mas yace en su lecho de muerte. Suponemos ciertamente que no morirá sin cierta resistencia o sin padecer convulsiones. El Anticristo se pondrá a la cabeza de él; sin embargo, en otro sentido, morirá para abrirle el camino al Anticristo, y esta última agonía, sin lugar a dudas, se va acelerando, sea cual sea el momento en que el deceso se produzca. Podrá prolongarse más allá de nuestra época, o la de nuestros hijos, pues somos creaturas de un día, y una generación es como un toque de hora de reloj, mas el Imperio se encamina a su disolución y sus horas están contadas. 

Otro signo inquietante del tiempo presente lo constituyen las connotaciones de la progresiva disolución de poder mahometano(25). También esto podrá sobrevivir  a nuestro tiempo, aunque tiende visiblemente a la aniquilación, y tal vez su desintegración indique que las arenas de la vida del mundo se van acabando.

Finalmente, si mencionar muchos otros signos que podría tomar en consideración, veamos uno particularmente remarcable. En uno de los pasajes que acabo de citar del libro del Apocalipsis, se dice que en los últimos tiempos, y en la perspectiva de la última persecución. Satanás liberado de su prisión, engañará a las naciones los confines de la tierra, Gog y Magog, y las congregará para hacer la guerra contra la Iglesia(26). Estos nombres habían sido ya utilizados por Ezequiel, quien a su vez lo toma del décimo capítulo del libro del Génesis. Leemos en dicho capítulo que, luego del diluvio, los hijos de  Jafet fueron “Gomer y Magog, y Madai, y Yaván, y Tubal, y Mésec, y Tirás.”(27). Se supone Magog es el ancestro de las naciones del norte los tártaros o escitas. Cualquiera sea la significación de Gog, siéndonos ésta desconocida, tenemos aquí una profecía en la cual se nos dice que las naciones del norte serán soliviantadas en contra la Iglesia, y las dos veces han traído consigo, o por lo menos (como el texto del Apocalipsis lo consigna), han sido arrastradas por la sugestión anticristiana, más por la seducción que por invención propia.

La primera irrupción fue la de los godos y vándalos en los primeros tiempos de la Iglesia; en este caso fueron engañados por la herejía arriana. La siguiente fue la de los turcos, quienes fueron del mismo modo seducidos por el Islam. En este caso, como en tantos otros, la historia es en parte un comentario de la profecía. Ahora bien, con esto no quiero insinuar que podamos al presente decir cómo se realizará todo esto en su plenitud, según el modo el modelo de sus prefiguraciones. Pero podemos ver bastante; podemos ver, por ejemplo, que las naciones del Norte están comenzando a reunir sus fuerzas y a posar su mirada sobre la sede del Imperio romano, como nunca lo habían hecho desde la invasión de los turcos. Aquí por lo tanto, tenemos un signo de la aparición del Anticristo, no digo de su venida inmediata o cercana, puesto que podrían no tratarse más que de un tipo o sombra de cosas pertenecientes al futuro lejano. A pesar de todo, es una preparación, una advertencia, una apelación a la consideración serena, así como una nube en el cielo (para usar el ejemplo de Nuestro Señor) no advierte acerca del tiempo(28). No es una prueba segura de que se aproxima una tormenta, pero es prudente no quitarle el ojo de encima.

5


Esto es lo que tengo que decir acerca de la última persecución y sus signos. Y sin lugar a dudas es provechoso pensar acerca de ello, aunque estemos bastante equivocados en los detalles. Por ejemplo, tal vez después de todo no se trate de una persecución sangrienta, sino de un tipo que involucre más bien astucia y sutileza, fundada no en milagros sino en maravillas naturales y poderes desarrollados por el ingenio humano; o sea, realizaciones humanas, pero en las manos del demonio. Satanás puede utilizar las armas de mistificación más alarmantes, puede esconderse, puede intentar seducirnos en pequeñas cosas, y de ese modo desplazar a la Iglesia, no de repente, sino poco a poco, de su verdadera posición en el curso de los últimos siglos. Creo que ha alejado cada parte de la Iglesia, para un lado o para el otro, en no importa qué dirección, de la “verdad tal cual está en Jesús”(29), de la antigua fe sobre la cual fue construida antes de la división entre Oriente y Occidente. Su política es separarnos y dividirnos, arrancarnos gradualmente de la roca de nuestra fortaleza(30). Y si debe haber una persecución, tal vez ocurra en aquel momento en que la Cristiandad esté tan dividida y tan reducida que se encuentre muy próxima al cisma y a la herejía. En aquel momento en que nos hayamos arrojado a los brazos del mundo, y le hayamos entregado nuestra independencia y nuestra fuerza, y dependamos de él para nuestra seguridad, podrá entonces arrojarse furioso sobre nosotros en la medida en que Dios se lo permita. Entonces súbitamente el Imperio romano podrá quebrarse, y el Anticristo aparecerá como un perseguidor y las naciones bárbaras se lanzarán al asalto. Pero todas estas cosas están en las manos de Dios y en su conocimiento, y allí debemos dejarlas.

Para concluir, sólo diré algo que me repetido varias veces: las reflexiones de este tipo pueden ser provechosas. El creer que una persecución aguda aguarda a la Iglesia puede actuar como un freno sobre nuestros corazones rebeldes y egoístas, sea que está tenga lugar en nuestros días o no. Seguramente, con esta perspectiva por delante, no nos podemos permitir el abandonarnos a pensamientos de facilismo y confort, al deseo de enriquecernos, de instalarnos o de elevarnos en el mundo. Seguramente con esta perspectiva por delante, no podemos sino pensar en ser aquello que todos los cristianos son en su verdadera condición (o por lo menos aquello que deberían de ser, aquello en que deberían fijar su voluntad, si fuesen verdaderos cristianos de corazón), o sea, peregrinos, centinelas aguardando el alba, aguardando la luz, aguzando ansiosamente nuestros ojos para percibir los primeros rayos de la mañana, esperando la venida de Nuestro Señor, Su glorioso advenimiento, cuando Él ponga fin al reinado del pecado y de la maldad, complete el número de Sus elegidos y perfeccione a aquellos que al presente luchan contra la debilidad, mas en sus corazones lo aman y lo obedecen.

¡Quiera Dios que todo esto se realice a su hora, de acuerdo a su infinita misericordia! ¡Quiera Él darnos la perseverancia a lo largo nuestro éxodo, y la paz a su término!(31)




John Henry Cardenal Newman, "Cuatro Sermones sobre el Anticristo", Ediciones del Pórtico, Buenos Aires, 1999. Traducción, prólogo y notas R. P. Carlos A. Baliña.


Notas

1.- Mt 5, 10.
2.- Dan 12, 1.
3.- Mt 24, 21-22.
4.- Dan 7, 24-25.
5.- Dan 11, 31-33.
6.- Dan 12, 10-11.
7.- Mt 24, 21.
8.- Ap 13, 5-8.
9.- Ap 20, 1-9.
10.- Mt 24, 21-22.
11.- Mt 24, 24.
12.- Dan 12, 1.
13.- Ap 13, 7-8.
14.- Dan 11, 31.
15.- Ibid.
16.- Mt 24, 24.
17.- II Tes 2, 9-11.
18.- Ap 13, 13-14.
19.- Hebr 11, 35-37.
20.- Eusebio de Cesarea, Hist. Eccles., 5, 1, 17-23.
21.- Eusebio de Cesarea, Hist. Eccles., 5, 37-38, 40-41. 
22.- Gibbon,  Historia de la decadencia y de la caída del Imperio Romano, cap. 37.
23.- San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 15, 16-18.
24.- Cfr. Rom 13, 12.
25.- Newman no se está refiriendo aquí a la religión musulmana, sino al Imperio Otomano que ya en su época mostraba señales de decadencia. [N. del t.]
26.- Cfr. Ap 20, 7-8.
27.- Gen 10, 2.
28.- Cfr. Lc 12, 54.
29.- Cfr. Ef 4, 21.
30.- Ps 61, 8.
31.- Este párrafo sólo se encuentra en la citada versión francesa [N. del T.].







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