lunes, 29 de diciembre de 2014

R.P. Leonardo Castellani: El Anticristo




Cristo ¿Vuelve o no vuelve?
R.P. Leonardo Castellani



8. Las Dos Bestias

Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y el Falso Profeta, un Rey del Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el “Pseudoprofeta”(9)

Poco ha el Presidente Truman y el Rey de Inglaterra decretaron el Día de Acción de Gracias a Dios, porque les concedió la victoria en esta guerra, como era su deber concedérsela, desde el momento que peleaban por Dios mismo, como antes habían ellos mismos infaliblemente definido ex catbedra.

Si esto no es ejercer funciones de Sumo Pontífice a la vez que de reyes, que venga Dios y lo diga. Ahora bien, así será también en el Fin del Tiempo, pero en forma mucho más universal y compulsiva, cuando aparezcan la Bes­tia del Mar y la Bestia de la Tierra.

El Anticristo será a la vez una corporación y una persona individual que la encarnará y gobernará:

1, Una corporación, porque eso dice la definición que de él formula San Juan (10), a saber, "spiritus qui solvit Jesum”, “espíritu de apostasía”: y decir un espíritu es decir un modo de ser que informa a cantidad de personas.

2. Un individuo, porque San Pablo (11) lo llama: “el hombre de pecado, el
inicuo, el hijo de la perdición, que contraría y se levanta contra todo cuanto se dice Dios o culto, hasta llegar a sentarse en el templo de Dios; presentándose como Dios”.

Este último texto es imposible de aplicar a un cuerpo colegiado de individuos, como la masonería o el filosofismo del siglo XVlII. Lacunza (12) intenta acomodarlo con innegable habilidad, pero inconvincentemente. Como todo investigador genial, Lacunza camina flechado siempre a su propia intuición, sin mirar nada fuera de ella.

Lacunza abogó reciamente la tesis de que el Contracristo no será un hom­bre particular, sino un cuerpo moral con unidad de doctrina y ánimo apostático; tesis que tiene antecedentes patrísticos; fue exagerada por los protestan­tes; y es común en los exégetas modernos (13). Le daba en rostro a Lacunza, con razón, la especie de novela exegética que la baja antigüedad nos había trasmitido acerca del gran Emperador Judío, de la tribu de Dan, que reinará en Babilonia o en Jerusalén, destruirá Roma y gobernará el mundo; de cuya historia escribió Maluenda un centón voluminoso, imaginativo y pintoresco, y Leonardo Lesio un interminable tratado (14).


9. El Anticristo de la leyenda

El Anticristo es el mayor misterio de la historia humana y la clave de su metafísica. No es de extrañar que atraiga poderosamente la atención de los curiosos, y que los breves y oscurísimos textos que de él tenemos no basten a la curiosidad de los exegetas fantasiosos, entre los cuales hay que contar algunos grandes nombres, como el Ambrosiaster. Se dieron a recoger cuanto texto sacro aludía de cualquier modo al perverso y al apóstata (“el hombre apóstata mueve de boca, guiña del ojo y da del pie”, en el Libro de los Proverbios, VI, 12-13), cuanta coincidencia venía a pelo (como la omisión de Dan entre las tribus de Israel en Apokalypsis, V II, 5, y su apoyo de “sierpe en la senda” en el Libro del Génesis, V II), cuanta figura de Rey Persecutor había en la Escritura o en los anales. Y con estos datos, mezclados a revelaciones privadas o a simples imaginaciones, compusieron una novela más o menos pía, no muy desemejante a algunos de los apókrypha del Nuevo Testamento.

El Anticristo sería un judío, de la tribu de Dan, hijo de una conversa ju­día monja ¡y de un obispo! ... cuando no del demonio directamente. No tendría ángel de guarda. Nacería con dientes y blasfemando. Adquiriría con rapidez fantástica todas las ciencias. Satán sería su compañero permanente..., etcétera, etcétera.

Los comentaristas complacientes describieron su corte, sus conquistas, sus ejércitos, sus mujeres, sus maldades felinas y serpentinas, sus prodigios mágicos, de los cuales uno sería elevarse en los aires para imitar la Ascensión del Señor, el cual lo sopla de golpe y lo manda de cabeza abajo ( “interficiet spiritu oris shí ”).

En suma, prepararon las vías a la novela de Hugo Wast Juana Tabor-666, la cual por lo menos profesa ser solamente novela, y no es mala novela del todo; ciertamente se lee más fácil que el libro de Maluenda, que es una aburrida novela con máscara de exégesis.

Bossuet, seguido por Calmet y otros, en su sistema que explica el Apokalypsis con la historia de los primeros siglos de la Iglesia -no suyo propia­mente, sino tomado de la escuela española de Mariana y Luis de Alcázar, y después saqueado por Renán-, identifica al Anticristo con Diocleciano, el último perseguidor, al cual computa en 666, poniendo en cifras romanas las letras del nombre Diocles Augustos.

Pero Bossuet, a quien debemos la elucidación convincente y la vulgarización del typo del Apokalypsis, advierte sabiamente que él no excluye de su sistema “queíqu’autre sem caché”: es decir, que deja abierto lugar para el antÍtypo; o sea, el sentido anagógico, trascendental y principal de toda profecía. Eso es lo que suprimió Renán, que convierte el último libro de la Biblia en una mera crónica poética, y, por cierto, crónica delirante y fraudulenta. Quiero decir, que trata a Juan Apokaleta de mente en delirio y de hombre doloso, que da como profecías sucesos próximos que él veía venir o sabía con certeza, por una buena información eventual.


10, El Anticristo histórico

El bajo Medioevo vio al Anticristo en Mahoma; y no dejó de calcular por supuesto el 666 con las letras de su nombre, charada nada difícil. El terrible peligro que el imperio mahomético representó para la Cristiandad y aquel problema histórico del cual en un momento dado no se veía ninguna salida, explica esta apropiación. Y es cierto que Mahoma representa uno de los precursores y figuras del Hijo de Perdición, una de las cabezas de la Bestia Bermeja: a nuestro parecer, la Segunda Bestia de Daniel, el Oso.

El sentir común de los escritores eclesiásticos, culminando hoy día en Hilaire Belloc con sus Las Cruzadas y Las Grandes Herejías, sostiene esta conjetura y da pie para otra algo más aventurada, pero no temeraria, que apunta el mismo Belloc en el primero de esos libros, a saber: que el Islam puede renacer como Imperio Anticristiano más poderoso y temible que antes, a manera de aquella cabeza de la Bestia Bermeja que fue herida de muerte y resurgió en los últimos tiempos, con asombro de todo el universo. Profecía que está duplicada en San Juan y en Daniel.

No hay razón ninguna para que esto sea imposible; y hay razones para que no vaya muy descaminado. El 3-4 de marzo de 1945 se formó silenciosamente en Egipto la Liga Arabe. En 1823, el profundo e inspirado escritor eclesiástico conde Josef de Maistre predijo en forma vaga las catástrofes actuales apoyándose en este hecho teológico, que él dilucida con singular sutileza: el protestantismo -dice- vuelto socinjano, desechada la divinidad de Cristo, se ha tornado ni más ni menos que mahometismo, tanto en su dogma -cosa manifiesta en aquel tiempo- como en su moral -patente en el nuestro; ver conferencia de Lambech de I928-. Lo cual significa para Occidente y su civilización el retiro súbdolo del cimiento religioso sobre el cual asentaba; o, mejor dicho, su adulteración sustancial.

El Occidente, pues, está hoy musulmanado (15).

El mundo moderno, hoy descristianizado, no difiere en nada esencial del mahometismo, a no ser por su atavismo cristiano, y por la resistencia desesperada de los fortines católicos aún en pie (16).

así el mahometismo resurgido será quizá cultural más que político; como las Bestias de Daniel, que representan culturas y religiones más bien que meros imperios políticos, los cuales están representados en la Estatua. Existe ya hoy día a plena luz el mahometismo cultural y religioso, que veía De Maistre en la descomposición del Protestantismo.

Tomando por ejemplo los libros que documentan fidedignamente la mentalidad común de Yanquilandia, en lo que concierne la moral y la religión (como el Babit y el Elmer Gantry, de Sinclair Lewis, la veintena de novelas policiales difundidísimas de Erle Stanley Gardner o la ingeniosa obra maestra de Kenneth Fearing, The Big Clock ), uno comprueba en forma contundente que ese pueblo vivaz, poderosísimo y temible no es amoral ni es inmoral, como lo tachan los resentidos de Sudamérica, sino que tiene realmente una moral y una religión, quizá más acremente afirmada que la golpeada moral católica de South America ; pero que esa moral y esa religión corresponden rasgo a rasgo y punto por punto al mensaje de Mahoma y no al de Cristo. La misma comprobación se podría hacer con la literatura de los demás países protestantes; lo cual omito, por no incurrir en prolijo. La profecía de De Maistre se ha cumplido tanto en la Moral como en la Dogmática. A saber: creencia en un solo Dios inaccesible; supresión o falsificación de la mística; negación de la Encarnación y, en general, del misterio; naturalismo, antisacramentalismo, apelo a la emoción y la acción, socialización de lo religioso... Todo esto en lo dogmático; mas en lo moral: poligamia, esclavitud, guerra santa, culto a la riqueza, energía bárbara de struggleforhfer.,. Me remito a todos tos que conocen a Norteamérica.

La mentalidad actual del protestantismo degenerado es mahometismo cultura] y religioso. Su cosmovisión o su mensaje actual no difieren esencialmente deI Islam.


11. El Anticristo protestante

El advenimiento del Protestantismo produjo una variación sustancial en la exégesis del Anticristo. Lutero aplicó la terrible etiqueta esjatológica al Papado, con lo cual es el primero que pone explícitamente en el tapete las dos tesis importantes —visibles en algunos Padres, como en Beatus de Líébana- de que: 1) el Anticristo no es un hombre singular, sino una institución; 2) la Iglesia fundada por Jesucristo puede corromperse, y de hecho se corromperá en los últimos días.

Por supuesto, esta última tesis es muy delicada para un católico -véase la cautela con que la propone Lacunza-, y para muchos, omnímodamente nefanda. Como la propone Lutero, es herética y contra la Escritura. Está ahí la gran promesa de Cristo sobre las Puertas del Infierno. La frase “Ecclesia de medio fiet”, del primer comentor del Apokalypsis, San Justino Mártir, se debe interpretar en el sentido de una casi extinción, no de una corrupción. “Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿creéis que hallará fe en la tierra?” (17).

La exégesis protestante se encarnizó por más de un siglo contra el Papado, estribando fuertemente en la “interpretación del ángel” de la Visión 13 del Apokalypsis, o sea, la Visión de la Gran Ramera. Sin ninguna duda, la ciudad que el ángel allí designa es Roma. La evasiva necesaria de esta exégesis no tiene más remedio que referirla: o a la Roma pasada exclusivamente, o bien a una Roma futura, imaginaria y transformada; es decir, o bien a la Roma étnica, que San Pedro apellidó Babilonia, o bien a una Roma renegada, sede del Anticristo, que pudo imaginar, d'après Lacunza, Hugo Wast.

Lacunza liberó una verdad prisionera del Protestantismo. Es sabido que el pretexto y el pathos que sostuvo la somera armazón heterodogmática de Lutero y la más rígida de Calvíno fue la corrupción de la Roma renascente y el mundanismo de la Roma papal; lo cual, es cierto, no eran meras calumnias, aunque tampoco era aquello que exageraban los vociferantes reforma­dores.

Naufragado el dogma luterano (18) y convertido en siniestro espíritu maníqueo de la sociedad capitalista el calvinismo, lo que queda hoy del Protestan­tismo no es más que ese pretexto y ese pathos que fuera antaño su recóndita alma. D e modo que Chesterton pudo definir el anglicanismo como una mezcla negativa de anticlericalismo y antirromanismo, o sea, orgullo racial nórdico y furor antisacerdotal.

En la primera sala de la Tate Gallery de Londres hay -o había en 1933, cuando la vi- lo menos cuatro cuadros de grandes pintores contemporáneos que traducen coloridamente este aserto: una escena del Gil Blas, con frailes disolutos en un mesón español; una fantasía de la derrota de la Armada Invencible; una glorificación de Isabel, la sucia virgen; y un brillantísimo cuadro histórico de Sargent, con un texto histórico de Sannazzaro al pie, que representa a la papisa Lucrecia Borgia sentada en el trono papal, soberbia de sirenal hermosura, con a sus pies un franciscano y un dominico que ignominiosamente le besan el alto y enjoyado chapín.

Toda la apologética de los disidentes y su actual dogmática está en este cuadro, que es un capolabor de la escuela llamada prerrafaelista: anticlerica­lismo y soberbia nórdica.

Lacunza ha liberado del horror de la soberbia protestante la amarga verdad de la parábola de la cizaña, que permanece mezclada al trigo sin poder ser arrancada ni por los ángeles hasta el fin del siglo. En esta cizaña tropezó Lutero, quien quiso arrancarla y la desparramó.


12. El Anticristo de Lacunza

Lacunza fue un jesuíta americano, versadísimo en la Escritura, de vida santa y asidua oración, a quien le tocó la hórrida suene de la expulsión de América primero, y después la extinción total de su orden por Carlos III y el Papa Clemente XIV.

La impresión de esta catástrofe fue sin duda la que suscitó en su alma de
cristiano nuevo la admirable intuición, inanulable por errores parciales, que forma el fondo de su obra La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, clásica en exégesis, honra de la ciencia americana, que nuestro Manuel Belgrano y su hermano el embajador hicieron publicar en Londres, por puro patrio­ tismo “americano”, como decían entonces (19).

Lacunza juzgó que el Anticristo era el filosofismo del siglo X V III, en lo cual no creemos haya errado mucho, como se verá en su lugar. Terriblemente resentido -et pour cause- en su corazón y horrorizado nme los pródromos de la Revolución Francesa; el Papa Benedicto XIV carteándose con Voltaire; y el licencioso cardenal de Bernis (Babetla Bouquetière), hechura de Choíseul y amigo de la ramera Pompadour, intrigando en Roma, no vaciló en aplicar la terrible visión de la Meretriz Magna -ebria de vino sacrílego y entregada a los reyes de la tierra- a Roma; no la Etnica pasada, sino tina Rene­gada futura, obtenida por prolongación de líneas de su Roma coeva; prolongación que por suerte no se verificó.

Digo que al hacer esto -sin escándalo ni pasión de ánimo, antes con bastante humildad y prudencia- liberó una verdad evangélica cautiva de la teología protestante; porque rechícese, si place, su opinión de exegeta, no se puede negar la eficacia de su cirugía de apologeta.

En efecto, al pobre protestante que no tiene más excusa de su escisión que “los escándalos terribles del pasado”, le contesta tranquilamente: “Eso no es nada al !ado de lo que —puede- lleguemos a ver. Eso no es sino la cizaña del enemigo entre el trigo del paterfamilias, que más bien prueba que desprueba la institución divina de la Iglesia.,.” Es la retortío argument!, la gallarda manera de argumentar del Rey de los Apologistas, el Africano. “¿Eso argüís? Pues, yo os concedo eso y estotro, que es mucho más; y en estotro está la clave de lo que os choca y ofusca.,,”. Es el método del De Civitate Dei contra los paganos.

El Anticristo es probablemente el filosofismo del siglo XVIII, prolongación de la seudorreforma protestante y precursor de esta nueva religión que vemos formándose hoy día ante nuestros ojos, llámese como se quiera (modernismo¡ aloguismo, antropolatría), que será sin duda la última herejía, pues no se puede ir más allá en materia de herejías.

el Anticristo será también un hombre singular, dado que todo espíritu objetivo no existe ni actúa sino encamado, y todo gran movimiento histórico suscita un hombre. Todo gran movimiento sociológico suscita y reviste una cabeza para ser formado; como, por ejemplo, Mussolini creó y a su vez fue criatura del nacionalismo italiano.

Eso es una ley histórica obvia, que expuso Carlyle en su Hero and Hero-worship. Esta síntesis de la vieja tesis patrística del Anticristo personal con la anti-tesis lacunziana, es bien probable, por no decir cierta. Así pasan las cosas en la historia humana.


13. El Anticristo artístico

Tal síntesis ha sido ilustrada por una parábola admirable del gran novelista y psicólogo inglés Roberto Hugo Benson, The Lord of the World (20), que traduje en el año 1958 para la editorial Itinerarium, de Buenos Aires.

Es una de las obras maestras de la novelística inglesa, sin duda la mejor
obra de su autor, un poema teológico de la categoría del Paradise Lost y el Pilgrim Progress. En ella el autor contempla la transformación del humanitarismo moderno en una religión positiva que en aquel su tiempo, año 1910, proponía el entonces líder socialista Gustavo Hervé, discípulo de Augusto Comte; y prolongando las líneas de la apostasia contemporánea, la encarna en un misterioso plebeyo de grandeza satánica, Juliano Felsenburg, orador, lingüista, estadista, quien consigue encaramarse fulgurante­ mente sobre el trono del mundo con el título de Presidente de Europa.

Como es propio de la obra artística, ese retrato imaginario del Hombre de Pecado prescinde de todos los aspectos proféticos de la Parusía, menos uno; y gana así en concentración y en unidad, lo que tal vez pierde la obra Juana Tabor-666 de Hugo Wast, al abarcarlos todos.

El Anticristo será, pues, un Imperio Universal Laico unido a una Nueva Religión Herética; encarnados ambos en un hombre o quizá en dos hombres, el Tirano y el Pseudoprofeta.

Por poco tiempo estas dos Bestias tendrán en sus manos el instrumento de extorsión y de persecución más gigantesco que ha existido: la mecánica (maquiavélica y brutal de un Estado Internacional Cosmopolita. Ese instru­mento reproducirá línea por línea el sacrilego Imperio neroniano, que Juan tenía ante los ojos al escribir sus fulgurantes visiones.

Todo este aparato del efímero y cruel triunfo del Príncipe de este Mundo destruirá el Señor Jesús con el fulgor de su advenimiento y con una sola de sus palabras, que matará al Rey sacrílego y aniquilará la doble Bestia.
Pero antes habrán pasado los Escogidos por el colador de la Tribulación
Suprema, la cual desemboca en el Día del Juicio; que no será, probablemente, un día de veinticuatro horas, sino un largo período de tiempo, como los días de la Creación.


Notas

9.- Léase bien este parágrafo: no dice que la Iglesia perderá la fe, como tampoco la Sina­goga había perdido la fe del codo cuando la Primera Venida. “En la cátedra de Moisés... Hu­eca, pues, todo lo que os dijeren...” La Gran Apostasía predicha por Cristo y San Pablo puede entenderse, sin exageración, de una manera ortodoxa.
10.- I Carta IV, 3.
11.- N Tesalon. II, 3-4.
12.- La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, tomo II, sección I.
13.- Véase: Hallo, L'Apocalipse, por ejemplo.
14.- A la pregunta ¿hombre o espíritu? podemos responder que el Anticristo será un hom­bre y una persona determinada, Cornelio Alapide, en II Thessal., 11, 3, lo da como cieno, y aun de fe; que también será un cuerpo social, un ente colectivo, un espíritu objetivo, nos parece actualmente también cieno, por las razones en el texto aducidas.
15.- “Si esto es el Islam ¡no somos todos musulmanes?”, decía Goethe en Di Wan. Es decir, quitándole las aristas odiosas al mahometismo, y suprimiendo las aristas duras del cristianismo, se las puede hacer coincidir más o menas.
16.- Cfr. Chesterton, The Flying Inn, último capítulo; y también infra, pág.213.
17.- Lucas XV III, 8,
18.- Ver Bossuet, Histoire des Variations.
19.- Lo dicho aquí acerca de Lacunza no representa justificación, ni siquiera defensa de «criturista navarro, sino una referencia crítica a su obra, tomada de don Marcelino Menéndez y Pelayo. El gran crítico santanderino en su obra Historia de los Heterodoxos Españoles (tomo V I, capítulo IV, Apéndice), opina que esta edición de Londres fue hecha por José Joaquín de Mora, “según es fama”. No es posible: pues et ejemplar que poseemos tiene una carta anónima *del editor a los americanos', donde pondera 'e l sentimiento de no poder verificarlo en la capital de Buenos Aires, nuestra amada patria*... Esta frase hace mis plausible ta otra fama de que la edición se debe realmente a los dos Belgranos, el general Manuel Belgrano y su hermano Mario, el embajador Son cuatro hermosos tomos en neo papel y bella tipografía, aunque con muchos errores, “en la imprenta de Carlos Wood, callejón de Poppin, calle de Fleet, 1816. No es ta edición primera.
El editor asegura que la obra “se halla traducida ya en todas las lenguas cultas de Europa", corre manuscrita en las Provincias Unidas del Río de la Plata y ha sido propalada y defendida -aunque en edición incompleta- por el primer vicario general del Ejército Oriental, Bartolomé Muñoz. Los motivos del editor no son puramente científicos, sino mis bien patrióticos, pa­ra mostrar a los españoles peninsulares "qué clase de bestias eran los americanos y entre qué especie de ellas se podían clasificar", como habla preguntado por aquel entonces un diputado de las Cortes de Cádiz. Estos motivos valen ahora también para nosotros, sobre todo unidos a los científicos, que ciñen mucho peso. No es justo Lacunza ande todavía sustraído por el viejo decreto del índice a los estudios exegéticos. Los estudios de los críticos, encabezados por et gran Menéndez y Pelayo, prueban que la puesta en el Index del libro del navarro no afecta ni la ortodoxia ni la ciencia del autor, mas obedece a razones circunstanciales de escándalo para aquel tiempo; por ejemplo: las “durísimas y poco reverentes insinuaciones, »cerca de Clemente XIV, autor del Breve de ex­tinción de la Compañía de Jesús", están hoy can borradas, para el lector actual, que ni siquiera las descubre, si no está ya prevenido. Las otras razones muerden más bien el modo de exponer encendido y poco cauto, que la sustancia de la obra. Ellas se pueden reducir a esa especie de tobar judaizante, pues Lacunza se quiso hacer pasar por un rabino judío -no acertamos por qué- firmando Josaphat Ben-Ezra; siendo así que era un navarro, aunque quizá era un cristiano nuevo por línea materna.
20.- Posteriormente he leído una obra deste mismo tipo mucho mis ceñida a la letra del Apokalypsis que la de Benson; a saber: Tres Diálogos (Drei Gesproeche, 1899-1900, Augewaelte Werke Erster Band, II, A. G. Verlag, Stuttgart, 1922) del místico ruso Wladimir Solovieff, escrita poco antes de su muerte en 1900; y mucho más profética -aunque menos artística- con respecto a este tiempo que la posterior obra del monseñor inglés.




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