lunes, 22 de diciembre de 2014

R.P. Leonardo Castellani: La Parusía




La Parusía


1. Cristo ¿vuelve o no?

Jesucristo vuelve, y su vuelta es un dogma de nuestra fe.

Es un dogma de los más importantes, colocado entre los catorce artículos de fe que recitamos cada día en el Símbolo de los Apóstoles y cantamos en la Misa Solemne. “Et iterum venturas est cum gloria judicare vivos et mortuos."

Es un dogma bastante olvidado. Es un espléndido dogma poco meditado.

Su traducción es ésta: el mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente, ni acabará por azar, dando un encontronazo con alguna estrella mostrenca, ni terminará por evolución natural de sus fuerzas elementales - o entropía cósmica, como dicen los físicos-, sino por una intervención directa de su Creador.

No morirá de muerte natural, sino de muerte violenta; o por mejor decir -ya que Tú eres Dios de vida y no de muerte-, de muerte milagrosa.

El Universo no es un proceso natural, como piensan los evolucionistas o naturalistas, sino que es un poema gigantesco, un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente Creación, Redención, Parusía.

Los personajes son los albedríos humanos. Las fuerzas naturales son los
maquinistas. Pero el primer actor y el director de orquesta es Dios.

“Varones galileos, ¿qué estáis allí mirando al cielo? Este Jesús que habéis visto subir al cielo, parejamente un día volverá a bajar del cíelo", dijeron los dos ángeles de la Ascensión.

Ese será el desenlace del drama de la humanidad: “Videbunt in quem transfixerunt» (“Mirarán al que enclavaron”).

El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida, o Encarnación.

Sí no se lo entiende, no se entiende nada de la Escritura ni de la historia de la Iglesia. El término de un proceso da sentido a todo el proceso. Este término está no sólo claramente revelado, mas también minuciosamente profetizado. Jesucristo vuelve pronto.

Ven, Señor Jesús,Oh Señor Jesucristo, ¿por qué tardas? ¿ Qué esperaspara mostrar al mundo tus divinas banderas,y arrojar tu mensaje de luz sobre las fieras?

2. Cristo no vuelve más

La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos, no pensar que vuelve.

En consecuencia, e) mundo moderno no entiende lo que le pasa. Dice que el cristianismo ha fracasado. Inventa sistemas, a la vez fantásticos y atroces, para salvar a la humanidad. Está a punto de dar a luz una nueva religión. Quiere construir otra torre de Babel que llegue al cíelo. Quiere reconquistar el jardín del Edén con solas las fuerzas humanas (1).


Está lleno de profetas que dicen: “Yo soy. Aquí estoy. Este es el programa para salvar al mundo. La Carta de la Paz, el Pacto del Progreso y la Liga de la Felicidad, ¡La Una, la Onu, la Onam, la Unesco! ¡Mírenme a mí! Yo soy.”

La herejía de hoy, descrita por Hilaire Belloc en su libro Las Grandes Herejías, pareciera explícitamente no negar ningún dogma cristiano, sino falsificarlos todos.

Pero, mirándolo bien, niega explícitamente la Segunda Venida de Cristo; y, con ella, niega su Reyecía, su Mesianidad y su Divinidad. Es decir, niega el proceso divino de la Historia. Y al negar la Divinidad de Cristo, niega a Dios. Es ateísmo radical revestido de las formas de la religiosidad.

Con retener todo el a aparato externo la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo transformándolo en una adoración del hombre; o sea sentando al hombre en el templo de Dios, como si fuese Dios. Exalta al hombre como si sus fuerzas fuesen infinitas. Promete al hombre el reino de Dios y el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas.

La adoración de la Ciencia, la esperanza en el Progreso y la desaforada Religión de la Democracia, no son sino idolatría del hombre; o sea, el fondo satánico de todas las herejías, ahora en estado puro.

De los despojos muertos del cristianismo protestante, galvanizados por un espíritu que no es de Cristo, una nueva religión se esta formando ante nuestros ojos.

Esto se llamó sucesivamente filosofismo, naturalismo, laicismo, protestantismo liberal, catolicismo liberal, modernismo... Todas esas corrientes confluyen ahora y conspiran a fundirse en una nueva fe universal; que en Renán, Marx y Rousseau tiene ya sus precursores (2).

Esta religión no tiene todavía nombre, y, cuando lo tenga, ese nombre no será el suyo. Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a ella. Y ella les hará creer en la venida del Otro, “Porque yo vine en el nombre de mi Padre y no me recibisteis; pero otro vendrá en su propio nombre y le recibiréis" (3).

De ellos escribió el primer Papa:

¡Sabed, en primer lugar, que vendrán en los últimos días en decepción seductores que andan según sus concupiscencias! 
Y dirán: “¿Dónde está la promesa de su venida? Todas las cosas perseveran lo mismo que desde el principio del mundo, después que murieron los Padres." 
Se les esconde a los que esto quisieran, que al principio fue el cielo y la tierra sacada del agua y consistente sobre el agua por el verbo de Dios.  
De donde aquel mundo de entonces, inundado del agua, pereció. Pero los cielos de ahora y la tierra en el mismo verbo de Dios cimentados, están reservados al fuego del día del juicio, y la perdición de los impíos...
No olvida Dios su promesa, como algunos creen; mas obra con paciencia por vosotros, no queriendo que perezca nadie, sino que todos se conviertan a penitencia (4)."

3. Mis palabras no pasarán

El mundo actual está ansioso de profecía.

Ante los desastres y las amenazas de esta época catastrófica, es natura! que todos queramos saber lo porvenir. El que no sabe adonde se dirige, no puede dar un paso. ¿Adónde va el mundo?, claman todos.

A esta hambre actual de profecía se le propinan profecías falsas. Es menester dar la buena profecía, que para eso la tenemos.

Los protestantes sirven por Radio Excelsior La Voz de la Profecía a toda Sudamérica. Las revistas argentinas Maribel, Mundo Argentino, El Hogar, ofrecen con asiduidad las profecías de Nostradamus, de la Gran Pirámide, de Madame Thébes, del abad Malaquías... Algunos católicos sin mucha teología se dedican temerarios a espigar profecías privadas en el campo peligroso de los libros devotos.

Hay que dar, pues, la gran profecía primordial, la profecía esjatológica de Jesucristo, de San Pablo, del Apokalypsis de San Juan. 

Este mundo terminará. Su término será precedido de una gran apostasía y una gran tribulación. A ellas sucederá el advenimiento de Cristo, y de su Reino, el cual no ba de tener fin.

Estas profecías están contenidas primeramente en el llamado sermón esjatológico de Nuestro Señor, que está en los tres Sinópticos: San Lucas XV II, 20; San Mateo XXIV, 23; y San Marcos X III, 21.

De este sermón de Cristo, cuyo eco son los pasajes esjatológicos de Pablo y Pedro, y la gran revelación de Juan, hace la impiedad contemporánea su argumento principal contra la Divinidad de Cristo.

Pretenden, en efecto, que Cristo se equivocó y engañó a sus Apóstoles creyendo que el mundo se acababa entones mismo, cuando El predicaba, o muy poco después. Esgrimen exactamente la frase que en labios de ellos pone San Pedro: “Falló la promesa relativa a la Segunda Venida.” Luego, Cristo —dicen— no es lo que Él dijo.

La palabra en que se apoyan principalmente es la siguiente: “En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todas estas cosas sean hechas. El cielo y la tierra pasarán, mi palabra no pasará” (5). Es un solemne juramento de Jesucristo que parecería fallido. Se equivocó Cristo, entonces.

Pero esta precisión misteriosa del tiempo contiene precisamente la clave
de la interpretación profética.

Toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo, llamado typo, y otro remoto, llamado antitypo. ¿Cómo podría un profeta describir sucesos lejanísimos, para los cuales hasta las palabras faltan, a no ser proyectándolos analógicamente desde sucesos cercanos?

El profeta se interna en la eternidad desde la puerta del tiempo y lee por transparencia trascendente un suceso mayor indescriptible en un suceso menor próximo; en el modo que existe también analógicamente en los grandes poetas.

De la manera que Isaías describe la redención de la humanidad en la liberación del cautiverio babilónico, y San Juan la Segunda Venida en la destrucción de la Roma étnica, así Cristo el fin del mundo en la caída de Jerusalén y en la dispersión milenaria del pueblo judío. Eso justamente le preguntaron los Apóstoles, creídos que las dos cosas habían de ser simultáneas. Al decirles, saliendo del Templo, que de él no quedaría piedra sobre piedra, pensaron en el fin del siglo, y le interrogaron: “¿Cuándo será esto y qué señal habrá de tu triunfo y de la conclusión del siglo?”. Cristo, sin desengañarlos de su error, entonces inevitable, respondió a la vez a las dos preguntas y describió en un mismo cuadro pantografiado la ruina de la Sinagoga, que era el final de una edad, y el final de todas las edades, o, como ellos decían, “la consumación del evo”.

“Esta generación” significa, pues, a la vez los Apóstoles allí presentes con referencia al typo, que es el fin de Jerusalén; y también la descendencia Apostólica y su generación espiritual con referencia al antitypo, el Fin del Mundo. Los Apóstoles vieron el fin de Jerusalén, la Iglesia verá el fin de Roma.

De esta manera la objeción racionalista ha servido de ocasión para estimular y para iluminar la interpretación católica, ahora en posesión de la llave de la exégesís. Y el encarnizado trabajo de Heitmüller y Renán para aplicar cada versículo del Apokalypsis a los sucesos colindantes al reino de Nerón -año 6 4 - se vuelve útil al creyente: iluminando el typo para comprender mejor el antitypo.


4. La Gran Tribulación

Renán escribe:
El Anticristo ha cesado de alarmarnos [...] Nosotros sabemos que el fin del mundo no está tan cerca como creyeron los inspirados videntes de la primera centuria, y que ese fin no será una súbita catástrofe. Operará por medio del frío en centenares de centurias, cuando nuestro sistema no tenga más poder para reparar sus pérdidas; y el planeta Tierra haya agotado los recursos de los senos del viejo Sol para proveer a su curso.
Antes de esta quiebra del capital planetario, ¿alcanzará la humanidad la perfección de la ciencia, que no es sino el manejo de las fuerzas cósmicas, o será la Tierra otro experimento fracasado entre millones, convertida en hielo antes que el problema de matar a la muerte se haya solventado? No podemos decirlo. Pero con el Vidente de Patmos, más allá del flujo de las vicisitudes, percibimos el ideal, y afirmamos que un día será cumplido. 
Entre las nieblas de un universo embrionario, contemplamos las leyes del progreso de la vida, la conciencia del ser creciendo y ampliándose en sus fines, y la posibilidad de un estado final en que todo será sumergido en un Ser definitivo, Dios, igual que los innumerables brotes y yemas del árbol en el árbol, igual que las miríadas de células del organismo viviente en el viviente. 
Estado en el cual hallará cumplimiento la vida universal; y todos los seres individuos que han sido, vivirán de nuevo en la vida de Dios, verán en El, gozarán en El y cantarán en El un eterno Aleluya. 
Cualquiera sea la forma en que concibáis el futuro adviento de lo Absoluto, el Apokalypsis no puede dejar de regocijamos. Simbólicamente expresa el principio fundamental de que Dios no tanto "es”, cuanto que "llegará a ser".

Hasta aquí el apóstata bretón, padre del modernismo.

Frente a este sueño averroísta y ateo de disolución paulatina en Dios, y aquesta remotísima y del todo irresponsable evolución bergsoniana, la palabra terminante de Cristo dice que el mundo terminará de golpe, que los hombres serán juzgados, que no todos desembocarán en la Vida, “como las células vivientes en el viviente”, puesto que muchos caerán en la "muerte segunda” y definitiva; y que una terrible lucha precederá como agonía suprema la resolución del drama de la Historia.

Las palabras de Cristo en su simplicidad sintética son más temibles que las fulgurantes visiones del Apokalypsis con sus formidables despliegues de sangre, fuego y ruinas. Cristo dice simplemente que vendrá una tribulación como no se ha visto otra en el mundo -¡y cuenta que se han visto algunas!-, que si no fuera abreviada perecería toda carne, y que si fuese posible, serían inducidos en error los mismos electos. Las guerras terribles, las pestes, los terremotos que se sucederán en el mundo, no son sino el principio del dolor. El Dolor mismo será peor todavía. Porque madurada ya la iniquidad de la tierra, ella se levantará en toda su pureza y aprovechará todos sus anteriores ensayos, dirigida por Satanás en persona, que será arrojado a la tierra y estará en pleno furor, sabiendo que le queda poco tiempo, i Ay de las que crían y de las preñadas en aquellos días! i Ay de los que quedaron para ser cribados por Satanás en la última prueba!

Las dos fuerzas antagónicas que pelean en el mundo desde la Caída se tenderán en el máximo esfuerzo. Los santos serán derrotados y vencidos por todas partes. La apostasía. cubrirá el mundo como un diluvio. La iniquidad y la mentira tendrán libre juego. El poder político más poderoso que baya existido no sólo perseguirá la Religión a sangre y fuego, sino que se revestirá de religiosidad falsa. Y los pocos fieles a Cristo parecerán perder el resuello cuando, separado el Obstáculo, aparezca en la tierra el Hijo de Perdición, aquel en que Dios no tiene parte y que Cristo no se dignó nombrar siquiera: el Anticristo... El Otro.

Decir “una tribulación como nunca se vio otra igual”, es decir muchísimo. Quiere decir que los cristianos de aquel tiempo sufrirán como nunca se sufrió, como no sufrió Job, ni Edipo, ni Hamlet; como no sufrió San Alejo, San Roque, Santa Liduvina, San Juan de la Cruz, San Alfonso Rodríguez. Y los cristianos de aquel tiempo no son los que ya pasaron; somos nosotros, o algunos muy próximos a nosotros. ¡Bienvenido sea ese dolor, con tal que veamos volver a Cristo!

Considerad una cosa, señores. En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso [...] Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales. Físicas, porque con los buques y las vías férreas no hay fronteras, con el telégrafo no hay distancia.., Y no hay resistencias morales, porque todos los ánimos están divididos y todos los patriotismos están muertos (6).


5. Dulcísimas promesas

Las terríficas visiones del Vidente de Patmos -que Renán califica de “delirios de terror”- y las palabras de Cristo -más duras aún en su limpidez de acero que las del discípulo- inducirían pánico y desesperación, sí no estuviesen equilibradas por las promesas más dulces.

Así como la mayor tribulación en su brevedad encierra un terror desmesurado, así la condicional si fuera posible encierra una promesa amorosísima. “Caerían, si fuera posible, los mismos escogidos”, dice Cristo.

No es posible, pues, que caigan los escogidos. Un ángel les marca la frente y los cuenta. Dios ordena suspender las grandes plagas hasta que están todos señalados. Dios abrevia la persecución por amor de ellos. El Anticristo reinará solamente media semana de años (42 meses, 1,260 días). Todos los mártires serán vengados. Los impíos serán flagelados de innúmeras plagas. Dos grandes santos defenderán a Cristo y tendrán en sus manos poderes prodigiosos. Y cuando caigan, Cristo jos llamará y revivirán.

Después, nosotros, los que vivimos, seremos llamados y arrebatados con Cristo en el aire. Ésta será la Resurrección Primera. Y reinaremos con Cristo mil años, es decir, un largo tiempo, en la Jerusalén restaurada, donde tienen que cumplirse un día todas las opulentas promesas mesiánicas: porque ni una sola de las dulcísimas promesas de la Escritura dejará de llenarse más allá todavía de la esperanza y la imaginación del hombre, cualquiera sea el sentido que corresponda en la realidad futura a esta difícil palabra, cuya interpretación aquí no prejuzgamos... ¡Dichoso aquel que merezca gozar la Resurrección Primera!

Pero antes tiene que manifestarse el Misterio de Iniquidad, tienen que reinar las Dos Bestias, tiene que ser quitado el Obstáculo, tiene que perecer la Gran Prostituta.


6. El Misterio de Iniquidad

El Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración del hombre.

Las Dos Bestias son el poder político y el instinto religioso del hombre vueltos contra Dios y dominados por el Pseudo Cristo y el Pseudoprofeta. El Obstáculo es, en nuestra interpretación, la vigencia del Orden Romano (7). La Gran Ramera es la religión descompuesta y entregada a los poderes temporales, y es también la Roma étnica, donde este Misterio de Iniquidad se verificó por vez primera, a los ojos deslumbrados de Juan el último Apokaleta,

La adoración del hombre con el odio a Dios ha existido siempre. “Ya funciona el Misterio de Iniquidad -dice San Pablo a los de Tesalónica-; solamente está sujetado, y vosotros sabéis cuál es el Obstáculo.”

El Misterio de Iniquidad es el principio de la Ciudad del Hombre, que lucha con fa Ciudad de Dios desde el comienzo; es la raíz de todas las herejías y el fuego de todas las persecuciones; “es la quietud incestuosa de la criatura asentada sobre su diferencia específica”; es la continua rebelión del intelecto pecador contra su principio y su fin, eco multiplicado en las edades del "No serviré” de Satanás.

La cúspide del Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración idolátrica del Hombre.

El Misterio de Iniquidad tiende a corporizarse en cuerpo político y aplastar a los santos. Él fue quien condenó a Sócrates, persiguió a los profetas, crucificó a Jesús, y después multiplicó los mártires; y él será quien destruya la Iglesia, cuando, retirado el Obstáculo, se encarne en un hombre de satánica grandeza, plebeyo genial y perverso, quizá de raza judía, de intelecto sobrehumano, de maldad absoluta, a quien Satán prestará su poder y su acumulada furia.

La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, obstaculiza esa manifestación y la reduce, apoyada en el orden humano que el Imperio Romano organizó en cuerpo jurídico y político; pero llegará un día, que será el fin de esta edad, en que desaparecerá el Obstáculo. El Espíritu Santo abandonará quizá este cuerpo social histórico, llamado Cristiandad, arrebatando consigo a la soledad más total a los suyos, dándoles dos alas de águila para volar al desierto. Y entonces la estructura temporal de la Iglesia existente será presa del Anticristo, fornicará con los reyes de la tierra -al menos una parte ostensible de ella, como pasó ya en su historia-, y la abominación de la desolación entrará en el lugar santo. “Cuando veáis la desolación abominable entrar adonde no debe, entonces ya es.”

¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso? ¿Será la destrucción material de Roma? ¿Será la entronización en ella de un culto sacrilego? No lo sabemos. Sabemos que el Apokalypsis, al describir la Gran Prostituta, señala con toda precisión “la ciudad de las siete colinas”: interpretación dada por el mismo Angel que a San Juan adoctrina.


7. La Meretriz Magna

Su nombre es Misterio, Babilonia magna. Madre de las fornicaciones y abominaciones de la tierra. Está sentada sobre la Bestia Bermeja, llena de nombres de blasfemia, que tiene siete cabezas y diez cuernos. Va vestida de púrpura y seda, adornada de joyas, con un cáliz lleno de inmundicia, y ebria de sangre de los mártires de Cristo.

La tentación de entregarse a los poderes de la tierra, de buscar aquí abajo la salvación del hombre, de adorar el Estado tiránico, es la tentación suprema. En nuestros días ha sido sistematizada racionalmente por un gran filósofo alemán, Hegel. A ella sucumbió la Sinagoga, al exigir un reino temporal; con ella fue tentado Cristo; y es consecuentemente sin cesar tentada la Iglesia.

Las tres tentaciones que sufrió Cristo no son quizá sino esta tentación misma desenvolviéndose en tres grados. “Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”, es decir, emplea tus poderes religiosos, el poder de hacer milagros, en proveer a tus necesidades y adquirir bienes terrenos. ¿No es necesario el pan? ¿No es hecho por Dios? ¿No eres capaz de usar rectamente del pan, sin glotonería? ¿No tienes hambre?

El historiador Belloc calcula que, al estallar el Protestantismo en Europa, la Iglesia era dueña en Inglaterra de un quinto de la tierra y un tercio de la renta del país. No eran en general bienes mal ganados, no eran bienes mal administrados en general; pero eran bienes terrenos en demasía y poseídos con demasiado apego. El peso de los bienes hundió a la Iglesia inglesa, fue el instrumento o la ocasión de su ruina. Los bienes de la Iglesia no son el Bien de la Iglesia. A veces, por desgracia, son la cola que arrastra por la tierra, la cota de la cual decía con gracia el santo varón Don Orione: “Algunos eclesiásticos son perros mudos: para soltarles la lengua habría que cortarles la cola.” Así ocurrió, por desdicha, con tantos prelados herejes deí tiempo de la Reforma, con Crammer y Mortimer; con tantos apóstatas de la Revolución Francesa, Sieyés y Talleyrand. No tememos reconocerlo. Si no lo reconociéramos, ¿dejaría de ser real por callado o negado?

La segunda tentación es: “Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, para que viéndote volar los hombres, te adoren.” Es decir: “Emplea tus facultades religiosas para conseguir prestigio y poder; para ser conocido, aclamado, obedecido, venerado; para brillar entre los hombres y los pueblos. SÍ la religión no es reverenciada, si no es obedecida, de poco sirve. ¿Acaso buscas tu propia gloria en eso? Buscas la gloria de Dios, la gloria de la Iglesia, el buen nombre de tu Orden, de tu convento; buscas la honra del Clero, de la Curia, del Pontificado. «¡Muéstrate al mundo!», como dirán después a Cristo sus parientes y amigos. ¡Asombra a las masas! ÍHaz bajar fuego del cielo! ¡Haz un signo en las nubes! ¡Ven, que queremos coronarte como nuestro Rey!”

El exceso de pompas, aunque sean religiosas; de ceremonias, de exterioridades, de propaganda, como dirían hoy; la excesiva obsecuencia a la ciencia y sus artilugios, el apego a los instrumentos temporales pesados, el aseguramiento y amundanamiento de la actividad religiosa, la burocracia eclesiástica excesiva o inerte, los sacerdotes funcionales y no carismáticos, la agitación y el sacramentalismo, en lugar de la contemplación; en suma, lo que llamaba Péguy “el descenso de la mística a la política”, constituye en la Iglesia el fermentum phanseorum que hincha y desvanece ía masa, y constituye la segunda tentación.

La primera tentación fue humana; la segunda, farisaica; la tercera es satánica.

"Todo esto es mío y te lo daré si hincándote me adoras.” Es decir: busca
para la religión un reino en este mundo; y búscalo con los medios más eficaces, que son los satánicos. Ahora bien, la Iglesia viadora no es el Reino de Cristo en este mundo, según nuestra opinión, sino el instrumento de congregación de la Esposa de Cristo, para que sea arrebatada con Cristo a Su Venida (8). Pero como los judíos cayeron en desear un Rey temporal, así la Iglesia es tentada con el deseo de reinar aquí, como reinan los otros reinos. “¡Oh Iglesia, aplasta a los albigenses, quema a los herejes, extirpa a los hugonotes, expulsa a los judíos! iMate un judío!".

Había un exceso de presión material, de coacción gubernativa, de violencia religiosa en suma, lo mismo que un exceso de bienes y de pompas, cuando estalló la Reforma en Europa, según opina Belloc. Esta sería la verdad que el Protestantismo se llevó cautiva, y que nosotros debemos liberar como a Lucía Miranda.

El Cisma Griego ha imputado siempre a la Iglesia Romana haber ya sucumbido a esta tentación suprema de conseguir el reino de Cristo en este mundo por medios terrenales, bastardos y aun perversos. Dostoiewski formuló en el terrible apólogo del Gran Inquisidor, en Los Hermanos Karamazof (Libro I, v. 5), no en forma categórica, sino dubitativa, esta querella del Oriente al Occidente. Pero sólo al fin de esta edad nuestra, la terrible acusación dará de lleno en el blanco.

Si sabemos que hasta el fin de este aión la cizaña estará mezclada inevitablemente al trigo, entonces las fimbrias del vestido de la Princesa Prometida serán siempre enlodadas; y su calón mordido por la serpiente. El error de Lutero consistió en ignorarlo, en querer purificar la Iglesia arrancando ahora mismo la cizaña, la cual, según Jesucristo, está reservada al tiempo de la Siega, Y a los Segadores, que no son los hombres. 

Al querer arrancar a destiempo la cizaña, Lutero la desparramó.

La Inquisición

La Inquisición es una cuestión histórica compleja, que no se puede resolver sin conocimientos históricos serios y sin ese habitus del historiador, que le permite trasladarse a otras épocas y vivirías imaginativamente.

Desde luego, la afirmación torpe de “la persecución del pensamiento qua
pensamiento” y de que la Iglesia “empleó ía violencia para convertir a la
fe", es falsa, antihistórica y absurda. 

La Inquisición no fue una creación de la Iglesia, sino del poder político en todos los casos; y la Iglesia como un cuerpo colaboró con ella principalmente con el fin de mitigar su dureza o de impedir sus excesos. Como su nombre lo indica, su fin era inquirir si los inculpados por la ley civil eran o no veramente herejes; y, en caso de serlo, de persuadirlos con razones, o en último caso, de obtener de ellos una retractación externa, que los reducía (reconducía) al consorcio social en el cual vivían. El caso más claro de ella es el de los donatistas, reprimidos por el Imperio con una acción policíaca, primero rechazada y después tolerada por San Agustín.

En esta institución, como en cualquier otra, se cometieron abusos, incluso por parte de los eclesiásticos. La primera en sufrir de ellos fue la Iglesia, como se ve por Cauchón, que, desprovisto incluso de jurisdicción sobre la Doncella, colaboró con la política feudal inglesa, quizás más por ignorancia crasa —terrible defecto en un obispo- que por crueldad o malicia. Caifás existe y existirá siempre.

Los casos de Galileo y Giordano Bruno, según nuestra opinión, dañaron a la Iglesia; pero la reacción que provocaron en ella misma marcaron el fin de la Inquisición Romana. Urbano V III sufrió más con el asunto Galileo que el mismo “búrbero toscano”; el cual no sufrió mucho, según se dice; antes bien, su fama europea y su carácter moral salieron levantados del proceso. “I torti e le ingiustizie che l‘invidia e la malignitá mi bantio machinato contro, non mi hanno travagliato ne mi travagliano’’, dice en carta a Elia Diodati el 7 de febrero de 1634.

Gíordano Bruno, dejado aparte su talento filosófico, era un temperamento anárquico y asocial. Sus errores teológicos -profesados por Escoto Erigena y otros en medio del mayor poderío de la Iglesia- jamás lo hubiesen conducido a la hoguera, si no hubiesen sido pie de su actividad antisocial: antiautoritaria; anarquista, como diríamos ahora.

Aunque la mentalidad moderna no lo perciba, hay ideas que son tan peligrosas como las bombas; y el hecho de ser filósofo no privilegia a nadie a destruir la autoridad legítima.

De todos modos, la intervención de la burocracia eclesiástica en los dos procesos no careció de defectos y fue miope y aun cruel. Tuvo que abrir los ojos ante la reacción del mundo intelectual europeo y enterarse de que una nueva época, mejor o peor, había comenzado. “Ce vilain tribunal de l'lnquisition sous lequel presque toute la chretienté gémit”, decía Pascal en 1656.

Estos dos mártires informest lo mismo que sus hermanos mayores Juana
de Arco y Boecio, con los millares de mártires de la Historia, no prueban otra cosa sino que la actividad política existe y es necesaria, que la Iglesia tiene sus pies sobre ella -a veces un poco empantanados en ella- y que es una cosa riesgosa y seria, con la cual no se puede jugar.


Fuente: Cristo ¿Vuele o no vuelve?


Notas

1.- Quien dudare de esto (de que se está formando ante nuestros ojos una nueva y vasta religión), puede leerlas obras de los ingleses Aldous Huxley o Bernard Shaw; o recorrer los numerosos opúsculos a mimeógrato y sin imprimatur del R Teilhard de Chardin, miembro de la Acádemie des Sciences y de la Compañía de Jesús; principalmente: Comment Je Cross, Esquisse d'un Univers Personnel, L'Esprit de la Terre, Comment je voit, Les Phases d’une Planète Vivante, Le Milieu Vivant, Introduction a la Vie Chrétienne y otros menores; mezcla, a nuestro entender, de buena ciencia, mala filosofía y teología herética sutilmente paliada; mezcla detonante que constituye -y ojalá nos equivoquemos en esto- vasto y completo programa de neocatolicismo profundamente heterodoxo y modernista.

2.- Las Tres Ranas del Apokaiypsis, a saber: liberalismo, comunismo y modernismo.

3.- San Juan V, 43.

4.- II Petr. III, 3-9.

5.- San Mareos XIII, 30,

6.- Donoso Cortés, Dtscurso sobre los Sucesos de Roma, 14 de enero de 1849.

7.- Confrontar: Rosadini, S, J., in Libros N. Testamenti, Vol. III, Gregoriana, Roma, 1931; In Epistolarn II ad ThessaL, curso inédito, 1930-1931.

8.- Cuestión opinable y delicada: Gregorio Magno, por ejemplo, afirma que los términos Remo de Dios e Iglesia no coinciden siempre; aunque se use a veces Reino por Iglesia.

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