"CATECISMO ROMANO"
DEL CONCILIO DE TRENTO
Traducción y notas de P. Pedro Martín Hernández
Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 1951
CAPÍTULO III
LA EUCARISTÍA
I. NECESIDAD E IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE ESTE SACRAMENTO
Entre todos los sagrados misterios instituidos por Nuestro Señor Jesucristo como instrumentos eficientes de su gracia divina, no hay ninguno que pueda compararse con el santísimo sacramento de la Eucaristía. Como no existe tampoco culpa de la que debamos temer ser castigados más severamente por Dios que el tratar sin un profundo respeto un misterio no sólo santo, sino que además encierra al mismo Autor y Fuente de toda santidad.
San Pablo acertó a penetrarlo como nadie y nos amonesta a todos con palabras bien terminantes: El que sin discernir come u bebe el cuerno del Señor indignamente, se come u bebe su prooia condenación. Por esto han entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos (1Co 11,29-30).
Es preciso meditar con toda la posible frecuencia en la infinita maiestad de este sacramento, para que, comprendiendo los honores divinos que deben tributarse a la Eucaristía, podamos recabar el máximo fruto de gracia y huir ia justa ira de Dios.
II. INSTITUCIÓN DIVINA
Siguiendo el orden establecido por el Apóstol, que declaró a los Corintios transmitirles lo que él había recibido del Señor (1), será conveniente exponer ante todo la divina institución de este Sacramento (2).
Según el santo Evangelio, tuvo lugar de esta manera: Habiendo amado Jesús a los suyos que estaban en el mundo, al fin les amó extremadamente (Jn 13,1). Y para dejarles una prenda de este su admirable amor, viendo que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre (Jn 13,1), y queriendo permanecer con ellos siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28,20), realizó con inefable sabiduría un misterio que trasciende divinamente toda humana posibilidad y comprensión. Celebrada con sus discípulos la cena del cordero pascual - para que la sombra y la figura cediesen paso a la realidad-, Jesús tomó el pan i), después de dar gracias, lo bendijo, lo partió u dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Asimismo, después de cenar tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre: cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mias.
III. NOCIÓN ETIMOLÓGICA
Los escritores sagrados, no acertando a expresar con una sola palabra toda la dignidad y excelencia de este admirable sacramento, han intentado designarle con distintos nombres.
1) Le han llamado ante todo eucaristía, que significa "buena gracia" o "acción de gracias".
Y en realidad es este sacramento "buena gracia", ya porque prefigura la vida eterna, de la que dice el Apóstol: Gracia de Dios es la vida eterna en Nuestro Señor Jesucristo (Rm 6,23), ya porque conviene a Jesucristo, que es la gracia verdadera y fuente de todos los dones divinos.
Y es igualmente verdadera "acción de gracias", porque, inmolando esta purísima Hostia, damos a Dios todos los días infinitas gracias por los inmensos beneficios que nos concede, y especialmente por el beneficio inefable de la gracia que nos otorga en este sacramento.
Expresa además este nombre adecuadamente cuanto hizo el Señor en la institución de la eucaristía. Porque, tomando el pan, lo partió y dio gracias (4).
Mucho antes, el profeta David, contemplando la grandeza de este divino misterio, sintió necesidad de anteponer una acción de gracias - Su obra es gloria y magnificencía (Ps 110,3) -antes de prorrumpir en aquel cántico sublime: Hizo memorables sus maravillas. Yave es misericordioso y clemente; dio de comer a los que le temen (Ps 110,4-5).
2) Llámase también frecuentemente a la eucaristía sacrificio (de esto hablaremos después extensamente) y comunión. Este último . nombre está tomado del pasaje del Apóstol: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1Co 10,16).
San Juan Damasceno comenta las palabras de San Pablo: Este sacramento nos une a Cristo y nos hace partícipes de su carne y de su divinidad y en Él nos une y enlaza a todos nosotros, como cimentándonos en un único cuerpo (5).
3) Y se le llama sacramento de paz y sacramento de caridad para que entendamos cuan poco tienen de cristianos quienes alimentan enemistades y desuniones, y cómo es nuestro deber el extirpar toda clase de odios, de rencores y de discordias, verdaderas pestes en la comunidad cristiana. Tanto más cuanto que en el cotidiano sacrificio de la Eucaristía profesamos y prometemos conservar ante todo la paz y la caridad (6).
4) Llámesele también Viático, porque es el alimento espiritual con que nos alimentamos en la peregrinación de esta vida y porque nos allana y despeja el camino para la gloria y felicidad eterna. De aquí la antigua y constante tradición de la Iglesia católica: que ninguno de los cristianos parta de la vida sin recibir este sacramento (7).
5) Siguiendo el ejemplo de San Pablo, muchos de los antiguos Padres llamaron también a la Eucaristía con el nombre de "Cena" por haberla instituido Jesucristo en el inefable banquete de la última Cena (8).
Mas no debe deducirse de aquí que esté permitido consagrar o recibir la Eucaristía después de haber comido o bebido alguna cosa. Al contrario, según testimonio de los antiguos Padres, los mismos apóstoles introdujeron la santa y saludable disposición, constantemente mantenida y observada después por la Iglesia, de que reciban la sagrada Eucaristía únicamente quienes observen riguroso ayuno.
de muchos familiares, que, por no asustar al enfermo o por cualquier otro motivo inconsiderado, le privan de tan saludable y extraordinario auxilio en la hora suprema y seriamente decisiva de la muerte. Nuestra santa madre la Iglesia, siempre solícita del bien de sus hijos, lo tiene preceptuado bien explícitamente en su Código de Derecho Canónico.
LA EUCARISTÍA COMO SACRAMENTO
IV. NATURALEZA DE LA EUCARISTÍA
La Eucaristía es uno de los siete sagrados misterios reconocidos y venerados siempre en la Iglesia como verdaderos y propios sacramentos (9). En la consagración del cáliz se dice expresamente: "Misterio de fe".
Confirman esta verdad innumerables testimonios de todos los Padres y escritores sagrados, que siempre reconocieron en la Eucaristía un verdadero sacramento.
Y no son sólo los argumentos de autoridad. Puede deducirse la misma doctrina de la naturaleza y esencia misma de la Eucaristía. Este misterio, en efecto: a) consta de señales externas y sensibles; b) significa y produce la gracia; c) y fue instituido por Jesucristo, según explícitos testimonios del Evangelio y de San Pablo (10). Y éstos son exactamente los requisitos necesarios y esenciales para tener un verdadero y propio sacramento.
Conviene notar que hay en la Eucaristía muchos aspectos diversos a los que los escritores sagrados dieron el nombre de sacramento; unas veces designan de esta manera a la consagración, otras a la comunión, y otras muchas al mismo cuerpo y sangre contenidos en la eucaristía. San Agustín dice: Este sacramento consta de dos elementos: la apariencia visible de la especie y la carne y la sangre invisible de Nuestro Señor Jesucristo (11). También decimos nosotros que debe ser adorado este sacramento, entendiendo por él el cuerpo y la carne del Señor (12).
Pero es claro que en todos estos casos sólo impropiamente se habla de sacramento; únicamente pertenece éste con propiedad a las especies de pan y de vino (13).
A) Diferencia entre éste y los demás sacramentos
No será difícil entender que la Eucaristía se diferencia realmente de los demás sacramentos.
1) Primeramente, los otros se actúan en el momento de hacer uso de su respectiva materia, esto es, cuando efectivamente se administran a los fieles. El bautismo, por ejemplo, es sacramento en el instante en que el sujeto recibe la ablución del agua.
En la Eucaristía, en cambio, se realiza el sacramento con la consagración de la materia, y no cesa jamás de ser sacramento aunque esté reservada en el sagrario.
2) Además, en los demás sacramentos no se realiza ninguna mutación en sus respectivas materias: el agua del bautismo y el óleo de la confirmación nunca pierden su prístina naturaleza de agua y óleo.
En la Eucaristía, en cambio, el pan y el vino se convierten después de la consagración en la verdadera substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo.
B) Un solo sacramento
Pero, aunque sean dos los elementos - el pan y el vino- que constituyen integralmente el sacramento de la Eucaristía, no por ello debe deducirse que son dos sacramentos. Es uno solo, como enseña la autoridad de la Iglesia. De otra manera no podría retenerse el número exacto de siete sacramentos, como está deíinido en los Concilios Latera - nense, Florentino y Tridentino (14).
Esta unidad del sacramento corresponde plenamente al efecto que produce: la gracia, que une a todos los fieles en el único cuerpo místico de Cristo.
Único sacramento, no porque conste de un solo elemento, sino porque significa una sola realidad. Porque así como el comer y el beber, aunque sean dos cosas distintas, se usan para obtener un solo efecto: la reparación de las fuerzas del cuerpo; de igual modo fue conveniente que a esta doble realidad, con que se sustenta el cuerpo, correspondiese un doble elemento material en el sacramento, significativo del alimento espiritual, que sostiene y fortalece el alma. Por esto dijo el Señor: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6,55).
C) Triple significado espiritual
Otro aspecto importante de la eucaristía es su significado espiritual. Aspecto tanto más esencial cuanto que los cristianos, al contemplar con los ojos de la carne estos misterios sagrados, han de saber penetrar con el alma hasta la contemplación de las realidades divinas que ellos encierran.
Tres son las cosas inefables significadas por este sacramento (15) :
1) La primera pertenece al pasado, y es la pasión del Señor. El mismo Jesucristo dijo: Haced esto en memoría mía (Lc 22,19). Y el apóstol San Pablo: Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis ests cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga (1Co 11,26).
2) La segunda pertenece al presente, y es la gracia divina que nos concede este sacramento para nutrir y conservar la vida del alma. Porque así como el bautismo
nos engendra a nueva vida y la confirmación nos fortalece para poder resistir al demonio y confesar abiertamente el nombre de Cristo, así la Eucaristía nutre y sostiene la vida sobrenatural.
3) La tercera pertenece al futuro, y es el fruto de la felicidad y eterna gloria, que recibiremos un día en la patria celestial, según la promesa de Dios.
Estas tres realidades, distintas en el orden del tiempo, están tan admirablemente significadas en la Eucaristía, que todo el sacramento, aunque conste de diversas especies sensibles, se aplica a cada una de ellas en particular, como si todas no formaran más que una sola cosa.
V, PARTES ESENCIALES
A) Materia
Es necesario un perfecto conocimiento de la materia de la Eucaristía, tanto para la válida consagración del sacramento como para comprender su profundo simbolismo, que debe enardecer a los cristianos en amor y deseo del mismo sacramento.
La materia de este sacramento es doble: el pan hecho de trigo, y el vino de uva. Trataremos primeramente del pan.
1) EL PAN. -El Evangelio dice que Cristo nuestro Señor tomó en sus manos el pan, lo bendijo y partió, diciendo: Éste es mi cuerpo (16). Y en San Juan, Jesucristo se llama a sí mismo pan, cuando dice: Yo soy el pan que bajó del cielo (Jn 6,41).
Hay diferentes especies de pan, ya por razón de la materia (pan de trigo, pan de cebada, pan de legumbres, etcétera), ya por razón - de la calidad (con levadura o sin ella).
En cuanto a lo primero, las palabras del Señor indican que el pan debe ser hecho de trigo: en el lenguaje corriente, cuando decimos absolutamente pan, es evidente que nos referimos al hecho de trigo. Y puede verse una confirmación de lo mismo en los panes de la proposición del Antiguo Testamento, figura de la Eucaristía. El mismo Dios ordenó respecto de éstos: Tomarás flor de harina y cocerás doce panes (Lv 24,5).
Ningún pan, pues, sino el de trigo, debe tenerse por materia válida de este sacramento, según la tradición apostólica confirmada por la autoridad de la Iglesia (17).
En cuanto a lo segundo, el ejemplo de lo que Cristo hizo indica también que el pan debe ser sin levadura. Él instituyó la Eucaristía en el primer día de los Ázimos, tiempo en el cual no era lícito a los judíos tener en casa pan con levadura (18).
Ni constituye dificultad alguna el hecho de que San Juan Evangelista diga que todas estas cosas fueron hechas antes de la fiesta de la Pascua (13,1). Porque la fiesta de los Ázimos comenzaba en la tarde del jueves, y en ella exactamente celebró Jesucristo la Pascua. La diferencia está en que los demás evangelistas, refiriéndose a la costumbre usual entre los judíos de dividir el día a la caída de la tarde, llamaron a este día el primero de los Ázimos, y San Juan, atendiendo al día natural, que comienza al salir el sol, lo llama anterior a la Pascua. También San Juan Crisóstomo llama primer día de los Ázimos a aquel en cuya tarde debían comerse los ázimos (19).
Por lo demás, la consagración de la Eucaristía con pan sin levadura refleja mejor la integridad y pureza con que deben acercarse los cristianos a este sacramento. San Pablo escribió: Alejad la vieja levadura, pata ser masa nueva, como sois ázimos, porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada. Así, pues, festejémosla, no con la vieja levadura, no con la levadura de la malicia y la maldad, sino con los ázimos de la pureza y la verdad (1Co 5,7-8).
Pero no se crea que el pan ázimo es tan esencialmente necesario, que sin él no pueda en modo alguno consagrarse este sacramento. Porque uno y otro - el ázimo y el fermentado - tienen igualmente el nombre y la naturaleza de pan. A nadie, sin embargo, es lícito cambiar por propia iniciativa, o mejor, temeridad, el laudable y antiquísimo uso de la Iglesia. Y mucho menos a los sacerdotes latinos, que tienen expreso mandato de consagrar con pan ázimo (20).
En cuanto a la cantidad de pan que debe consagrarse, no hay nada establecido. Tanto más cuanto que no es posible fijar con exactitud el número preciso de quienes puedan o deban participar en los divinos misterios.
2) EL VINO. -La segunda materia o elemento sensible de la Eucaristía es el vino de uva, en el que se mezclan unas gotas de agua (21).
Siempre sostuvo y enseñó la Iglesia católica que nuestro Señor y Salvador usó el vino en la institución de la Eucaristía. Él mismo dijo: Yo os digo que no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros nuevo en el reino de mi Padre (Mt 26,29). El fruto de la vid - comenta San Juan Crisóstomo - es evidentemente el vino y no el agua (22).
A esta verdad se opuso la herejía de quienes afirmaron que solamente se había de usar el agua en el sacramento de la Eucaristía (23).
La Iglesia añadió siempre al vino algunas gotas de agua (24) :
a) En primer lugar, porque así lo hizo Cristo en la Cena, según la autoridad de los Concilios y el testimonio de San Cipriano (25).
b) Además para recordar la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo (26).
c) Últimamente, porque, simbolizando las aguas a los pueblos (27), las gotas de agua unidas al vino significan la unión del pueblo cristiano unido con Cristo, su Cabeza. Es práctica de origen apostólico, que siempre observó religiosamente la Iglesia.
Por ser muy serios los motivos que han establecido esta mezcla del agua, no puede omitirse sin culpa grave. No obstante, aunque se omita, el sacramento conserva siempre su validez.
Adviertan los sacerdotes que la cantidad del agua debe ser mínima, porque - según la sentencia común de los teólogos - ese agua se convierte en vino. El papa Honorio escribe a este propósito: Se ha introducido en tu país el deplorable abuso de usar para el sacrificio mayor cantidad de agua que de vino, cuando, según la autorizada costumbre de la Iglesia católica, debe usarse el vino en cantidad absolutamente superior (28).
Fuera del agua, pues, y del vino, ninguna otra materia es admisible en el sacramento de la Eucaristía. Y la Iglesia ha intervenido más de una vez con rigurosos decretos contra temerarios abusos en esta materia (29).
Veamos ya la admirable propiedad y eficacia con que el pan y el vino expresan las divinas realidades simbolizadas en este sacramento.
3) CONVENIENCIA DE LA MATERIA EUCARÍSTICA. -
a) Ella significa en primer lugar a Cristo, como verdadera vida de los hombres. Él mismo dijo: Porque mi carene es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebí' da (Jn 6,55). Dando el cuerpo de Cristo nuestro Señor verdadero alimento de vida a quienes reciben la Eucaristía con pureza y santidad, con razón fueron elegidos como materia de la misma los elementos con que se mantiene la vida terrena. Ello nos hará comprender fácilmente que el alma encuentra su plena saciedad en la comunión del cuerpo y sangre preciosa de Cristo.
b) Sirven también el pan y el vino para que mejor actuemos nuestra fe en la presencia real del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. Cada día constatamos, en efecto, la transformación del pan y del víno - por virtud naturalen el cuerpo y sangre de nuestra misma persona. Este mero símil nos ayudará a creer en la conversión de la substancia del pan y del vino en la verdadera carne y sangre de Cristo, en virtud de la consagración.
c) Nos ayudará, además, esta admirable conversión de los elementos a comprender lo que se realiza en las almas (30). Porque así como el pan resulta de muchos granos de trigo, y el vino de muchos racimos de uva, así los cristianos, aunque seamos muchos, en virtud del misterio eucarístico, nos unimos y estrechamos íntimamente en un único y místico Cuerpo.
B) Forma
1) EN LA CONSAGRACIÓN DEL PAN. - Más que a los fieles - que no han recibido las órdenes sagradas-, será necesario a los sacerdotes un exacto conocimiento de la forma con que debe consagrarse la divina Eucaristía, para que sepan realizarla válida y lícitamente.
El Evangelio y San Pablo nos enseñan que la fórmula es ésta: Éste es mi cuerpo. He aquí el texto evangélico: Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo (Mt 26,26).
Esta forma, usada por Jesucristo, ha sido siempre observada religiosamente por la Iglesia. Sería labor demasiado larga aducir aquí los testimonios de los Santos Padres y Concilios, especialmente del Concilio de Florencia (31). Tanto más cuanto que todos ellos - sobradamente
conocidos - no son más que la explanación de aquellas palabras del Señor: Haced esto en memoria mía. Precepto que evidentemente se refiere no sólo a lo que El hizo, sino también a las palabras usadas por Cristo para consagrar la Eucaristía y para significar sus divinos efectos.
Y la sola razón natural puede probar que en estas palabras consiste la verdadera forma de la Eucaristía. La forma de un sacramento son las palabras que significan lo que en él se obra; y con las palabras Éste es mi cuerpo se declara lo que en este misterio se realiza, es decir, la conversión del pan en el verdadero cuerpo del Señor.
Y así han de tomarse las palabras del evangelista:
Bendijo el pan. Su sentido obvio parece ser éste: Tomando el pan, lo bendijo, diciendo: Éste es mi cuerpo.
Las palabras tomad y comed, que antepone el evangelista, es claro que no se refieren a la consagración misma, sino al uso que debe hacerse de la Eucaristía. Y, aunque el sacerdote debe pronunciarlas, no son de absoluta necesidad para la realización del sacramento (como no lo es la conjunción latina enim en la fórmula consecratoria del pan y del vino). De no ser así, lógicamente no se debería ni aun se podría consagrar el sacramento sino en el caso de asistir alguno a quien se administrase. Es ciertísimo, en cambio, que, una vez pronunciadas por el sacerdote, según el uso y el rito de la Iglesia, las palabras de Cristo, queda realmente consagrada la Eucaristía, aunque de hecho no se administre después a ninguno.
2) EN LA CONSAGRACIÓN DEL VINO. -Y conviene también - por la razón arriba apuntada - que el sacerdote conozca perfectamente la fórmula de la consagración de la segunda materia de la Eucaristía: el vino.
Hiay que creer como cierto que consiste en las siguientes palabras: Éste es, pues, el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, la cual será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados.
La mayor parte de estas palabras están tomadas del Evangelio; las demás las recibió la Iglesia de la tradición apostólica.
Las primeras - Éste es el cáliz - se encuentran en San Lucas y en San Pablo (32). Las siguientes: De mi sangre, del nuevo testamento, que será derramada por cosoíros y por muchos para remisión de los pecados, se encuentran en San Lucas y en San Mateo (33).
Las palabras eterno y misterio de fe provienen de la tradición, custodia e intérprete de la verdad católica.
Nadie dudará que estas palabras encierran la verdadera forma de la consagración del vino, si aplicamos aquí la doctrina anteriormente expuesta al hablar de la forma de la consagración del pan. Debe contenerse dicha forma en las palabras que expresen el cambio de la substancia del vino en la substancia de la sangre de Cristo. Y como es evidente que estas palabras lo significan, no puede establecerse otra forma distinta.
Estas palabras expresan además admirablemente algunos de los frutos divinos de la sangre de Cristo, derramada por nosotros en la pasión. Frutos que pertenecen de manera especial a este sacramento. Tales son: a) el derecho a la heredad del cielo, que merecemos por el nuevo y eterno testamento; b) la posesión de la justicia en gracia de este misterio de fe: Cristo Jesús, a quien ha puesto Dios como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, por la tolerancia de los pecados pasados..., para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Jesús (Rm 3,25-26) ; c) y, por último, la remisión de los pecados.
Una más atenta consideración de estas palabras nos descubrirá mejor su conveniencia y los misterios divinos que encierran.
Las palabras Éste es, pues, el cáliz de mi sangre, significan: Ésta es mi sangre, contenida en este cáliz. Es muy oportuno el recuerdo del cáliz, cuando se consagra esta sangre que han de beber los cristianos; no aparecería como bebida si no fuese presentada en una copa.
Las palabras Del Nuevo Testamento significan que la sangre de Jesucristo se ofrece a los hombres no en figura, como en el Antiguo Testamento - San Pablo, escribiendo a los Hebreos, afirma que ni el primer Testamento fue otorgado sin sangre (He 9,18) -, sino en su efectiva realidad. También escribe San Pablo: Por esío es el Mediador de una nueva alianza, a fin de que, por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo la nueva alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la herencia eterna (He 9,15).
La palabra eterno se refiere a la eterna heredad, que de derecho nos vino por la muerte de Cristo, testador eterno.
Las palabras misterio de fe no excluyen la verdad del sacramento efectuado, sino indican que es necesario creer firmemente lo que está oculto y no puede percibirse por los sentidos.
Pero es muy distinto el significado de estas palabras en este caso deí que tienen cuando se aplican al bautismo. Aquí decimos misterio de fe, en cuanto que sólo con los ojos de la fe vemos la sangre de Cristo, oculta bajo la especie de vino; el bautismo, en cambio, es llamado sacramentó de fe (y, según los griegos, misterio de fe) por comprender en sí la entera profesión de la fe cristiana.
Llamamos además misterio de fe a la sangre de Jesucristo por la gravísima dificultad que encuentra la razón humana en admitir lo que la fe le propone: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, padeció por nosotros la muerte, significada por el sacramento de su sangre. Por esto aquí, más propiamente que en la consagración del cuerpo, se recuerda la pasión del Señor con las palabras que será derramada para la remisión de los pe - cados. La sangre, consagrada separadamente, pone ante nuestros ojos, con mayor fuerza y eficacia, la pasión del Señor, sus sufrimientos y su muerte.
Las palabras por vosotros y por machos, tomadas separadamente de San Mateo y de San Lucas, fueron unidas por la Iglesia, por divina inspiración, para significar el fruto y la fecundidad de la pasión de nuestro Señor. Porque, considerando su eficacísima virtud, debemos admitir que Cristo derramó su sangre por la salud de todos; mas, si atendemos al fruto que de ella consiguen los hombres, habremos de admitir que no todos la participan efectivamente, sino sólo muchos.
Por consiguiente, al decir Cristo por vosotros, significó a los apóstoles, con quienes hablaba, excepto Judas, y a los elegidos entre los judíos, como discípulos suyos. Y al añadir por muchos, quiso referirse a todos los demás elegidos, tanto judíos como gentiles. Con razón no
dijo por todos tratándose de los frutos de su pasión, que sólo los elegidos perciben. En este sentido deben entenderse las palabras de San Pablo: Cristo, que se ofreció una vez para soportar los pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud (He 9,28). Y aquellas otras del mismo Señor: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, porque son tuyos (Jn 17,9).
Otros muchos misterios se encierran en las palabras de la consagración, que, con la ayuda divina y el continuo estudio y meditación de las realidades sobrenaturales, descubrirán fácilmente los sacerdotes.
VI. LOS TRES MISTERIOS DE LA EUCARISTÍA
Y procedamos ya a declarar y desentrañar los divinos misterios ocultos en la Eucaristía, que en modo alguno debe ignorar ningún cristiano.
San Pablo dijo que cometen grave delito quienes no distinguen el cuerpo del Señor (34). Esforcémonos, pues, en elevar nuestro espíritu sobre las percepciones de los sentidos, porque, si llegáramos a creer que no hay otra cosa en la Eucaristía más que lo que sensiblemente se percibe, cometeríamos un gravísimo pecado.
En realidad, los ojos, el tacto, el olfato y el gusto, que sólo perciben la apariencia del pan y del vino, juzgarán que sólo a esto se reduce la Eucaristía. Los creyentes, superando estos datos de los sentidos, hemos de penetrar en la visión de la inmensa virtud y poder de Dios, que ha obrado en este sacramento tres admirables misterios, cuya grandeza profesa la fe católica.
1) El primero es que en la Eucaristía se contiene el verdadero cuerpo de Nuestro Señor, el mismo cuerpo que nació de la Virgen y que está sentado en los cielos a la diestra de Dios Padre.
2) El segundo, que en la Eucaristía no se conserva absolutamente nada de la substancia del pan y del vino, aunque el testimonio de los sentidos parezca asegurarnos lo contrario.
3) Por último - y esto es consecuencia de los dos anteriores, y lo expresa claramente la fórmula misma de la consagración-, que, por acción prodigiosa de Dios, los accidentes del pan y del vino, percibidos por los sentidos, quedan sin sujeto natural. Es cierto que vemos íntegras todas las apariencias del pan y del vino, pero subsisten por sí mismas, sin apoyarse en ninguna substancia. Su propia substancia de tal modo se convierte en el cuerpo y sangre de Cristo, que deja de ser definitivamente substancia de pan y de vino.
A) Presencia real de Jesucristo
1) PRUEBAS DE LA SAGRADA ESCRITURA. -Acerca de la primera verdad (que en la Eucaristía se contiene el verdadero cuerpo de Cristo) no pueden ser más explícitas y claras las palabras del mismo Señor: Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre. Su significado no puede ser mal entendido, especialmente tratándose de la naturaleza humana de Cristo, tan cierta y real, según el testimonio de la fe católica. San Hilario escribió a este propósito: No es absolutamente posible duda alguna sobre esta verdad, habiendo declarado el mismo Señor y habiendo confirmado la fe que su carne es verdaderamente comida (35).
El apóstol San Pablo, después de referirnos la consagración del pan y del vino y su distribución a los apóstoles, escribe: Examínese, pues, el hombre mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación (1Co 11,28-29).
Si no existiese en este sacramento - como pretenden los herejes - más que una simple memoria y símbolo de la pasión de Cristo, ¿por qué amonestar a los fieles sobre tan grave obligación de examinar su propia conciencia?
Con la terrible palabra condenación expresamente declara el Apóstol que comete un crimen nefando quien, recibiendo indignamente el cuerpo de Cristo, no diferencia la Eucaristía de cualquier otro manjar corriente. Y en la misma Epístola insiste San Pablo otra vez: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1Co 10,16). Palabras que abiertamente demuestran ser la Eucaristía el sacramento de la substancia del cuerpo y de la sangre de Jesucristo.
A la luz de testimonios tan explícitos, no cabe duda alguna sobre esta verdad, autorizadamente confirmada por la santa madre Iglesia (36).
2) DOCTRINA DE LA IGLESIA. -Por una doble vía podemos descubrir el pensamiento de la Iglesia sobre este punto: a) por la doctrina unánime1 de los Padres, y b) por la condenación de las arbitrarias falsificaciones de los herejes.
a) Los Santos Padres, testimonios los más autorizados de la doctrina eclesiástica, han sostenido constante y unánimemente, desde los comienzos de la Iglesia, Ja verdad del dogma eucarístico.
Sería labor inacabable aducir todos y cada uno, de sus testimonios. Baste la mera insinuación de algunos de ellos para poder juzgar de todos los demás.
San Ambrosio, en su libro De his qui initiantur myste - tiis, afirma, como innegable artículo de fe, que en la Eucaristía se recibe el verdadero cuerpo de Jesucristo formado en el seno de la Virgen María (37). Y en otro lugar: Antes de la consagración está sobre el altar el pan, mas después de la consagración no está allí más que la carne de Cristo (38).
San Juan Crisóstomo profesa y enseña repetidamente la misma verdad. Es notable su homilía 60, en la que habla de los que se acercan indignamente a la comunión, y las 44 y 45, en las que comenta el evangelio de San Juan. Dice el santo Doctor: Obedezcamos a Dios y no nos atrevemos a contradecirle, aunque nos parezca que dice cosas contrarias a nuestros sentidos y a nuestra razón, porque sus palabras son infalibles y nuestros sentidos fácilmente se engañan (39).
San Agustín insiste constantemente en la misma doctrina. Comentando el título del salmo 33, dice: Llevarse a sí mismo en sus propias manos, es imposible al hombre, pero,Vn cambio, es posible a Cristo; llevábase en sus manos citando, ofreciendo su propio cuerpo, dijo: Éste es mi cuerpo (40).
Omitiendo los testimonios de San Justino (41) y San Iréneo (42), Acordemos al menos el de San Cirilo, quien, en su libro 4, sobre San Juan, hace una profesión de fe tan clard sobre la verdadera carne del Señor en la Eucaristía, que en modo alguno pueden tergiversarse sus palabras con falsas y sofísticas interpretaciones (43).
Y podíamos citar aún a San Dionisio (44), a San Hilario (45), a San Jerónimo (46), a San Juan Damasceno (47) y a otros innumerables Padres, cuyos claros y profundos testimonios se encuentran en cada página de sus obras, recopiladas en un volumen por ilustres escritores.
b) Condenación de los herejes (48). -La verdad del cuerpo de Cristo en la Eucaristía es doctrina tan difundida y constante en la Iglesia, que cuando, en el siíglo XI, se atrevió a negarla Berengario, afirmando que se trataba de un mero símbolo, inmediatamente fueron condenadas sus impías afirmaciones por unánime sentencia en el Concilio de Vercelli, convocado por León IX. El mismo hereje abjuró allí de su herejía. Cuando rúas tarde reincidió en el mismo error, fue condenado de nuevo por otros tres Concilios: uno en Tours y dos en Roma, convocados estos últimos por Nicolás II y Gregorio VII. Estas decisiones conciliares fueron confirmadas más tarde por Inocencio III en el ecuménico Concilio Lateranense IV. A su vez, los Concilios de Florencia y Trento declararon más abiertamente aún y confirmaron esta verdad de fe (49).
Si los sacerdotes explican diligentemente esta doctrina - prescindiendo de quienes, ciegos en sus errores, aborrecen la luz-, fortalecerán a los - débiles y dudosos y llenarán de profunda alegría a todos los buenos. Es doctrina catalogada eminentemente entre los dogmas de la fe cristiana, y ninguno que crea en Dios y en su omnipotencia puede dudar del divino poder para obrar las inmensas maravillas que adoramos en la Eucaristía. Si, además, creemos a la santa Iglesia católica, necesariamente habremos de creer, por lo mismo, en la verdad de este sacramento.
3) DIGNIDAD ESTUPENDA DE LA EUCARISTÍA. -Nada colmará tanto de estupor y alegría a las almas buenas como la contemplación de la dignidad sublime de este sacramento.
a) Ante todo, constatarán la gran perfección de la ley evangélica, a la que fue concedido poseer en realidad lo que en la ley mosaica estaba solamente oculto en símbolos y figuras. A este propósito escribió muy bien San Dionisio que la Iglesia está en medio de la sinagoga y del paraíso, participando de uno y otra (50).
En realidad, jamás acertaremos nosotros a admirar suficientemente la perfección de nuestra Iglesia y la espléndida alteza de su gloria, únicamente separada por un velo de la bienaventuranza celestial. Convenimos con los santos del cielo en la presencia de Jesucristo, Dios y hombre; nos distingue únicamente el hecho de que ellos le gozan en una visión bienaventurada, mientras nosotros le veneramos con profunda fe, presente, sí, pero invisible a nuestros ojos y misteriosamente velado en el sacramento.
b) En segundo lugar, en la Eucaristía experimentan las almas la perfectísima caridad de Nuestro Señor. Porque fue su inmensa bondad la que sugirió al Salvador el no privar jamás a les hombres de aquella santa humanidad que de ellos había asumido, queriendo Él mismo permanecer con nosotros, en cuanto le era posible, para demostrar así la verdad de aquellas admirables palabras: Mis delicias son estar con los hijos de los hombres (Pr 8,31).
4) JESUCRISTO ENTERO EN EL SACRAMENTO. -Recordemos, además, que en la Eucaristía está no solamente el cuerpo de Cristo, con todas las partes, miembros y elementos que pertenecen a un verdadero cuerpo, sino el Cristo total e íntegro: cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Es dogma de fe que en el sacramento está el cuerpo de Cristo. Pero Cristo es nombre que designa al Dios - Hombre todo entero: la Persona divina del Verbo encarnado, con las dos naturaleza, divina y humana, y con todo lo que a las dos naturalezas pertenece: la divinidad, el alma, el cuerpo con sus distintas partes, y la sangre. En la Eucaristía está el mismo Cristo que en el cielo; y en el cielo, la humanidad de Cristo está unida a la divinidad en una sola persona. Sería, pues, impío suponer que el cuerpo del Cristo eucarístico está separado de la divinidad.
Sin embargo, todas estas santas realidades no están presentes en la Eucaristía del mismo modo y por el mismo motivo:
a) Algunas se encuentran en ella en virtud de la consagración, cuyas palabras deben producir realmente lo que significan. Los teólogos dicen que una realidad está contenida en el sacramento en fuerza del sacramento cuando aquélla está expresada en las palabras de la fórmula sacramental; de tal manera que, si por un absurdo, pudiese ésta subsistir sin las otras, en el sacramento tendríamos solamente lo que expresa la fórmula, y nada más.
b) Otras realidades, en cambio, se encuentran en el sacramento en cuanto que no pueden estar separadas de aquello que la fórmula misma expresa y directamente pretende. Examinemos la fórmula con que se consagra la Eucaristía; significa ésta y expresa directamente el cuerpo de Cristo: Éste es mi cuerpo. Por consiguiente, el cuerpo de Cristo está presente en la hostia en fuerza del sacramento. Mas, puesto que al cuerpo están unidas la sangre, el alma y la divinidad, todas estas cosas deben también encontrarse presentes en el sacramento, no en fuerza de la consagración, sino por su inseparable unión con el cuerpo, es decir, por concomitancia. Así, Cristo entero está en la Eucaristía, porque, dado el género de unión de las realidades en Él existentes, donde está una, deben estar también las otras.
5) JESUCRISTO ENTERO BAJO LA ESPECIE DE PAN Y BAJO LA ESPECIE DE VINO. -Por la misma razón, Cristo está todo entero tanto bajo la especie de pan como bajo la del vino. Y así como en la especie del pan no solamente está el cuerpo, sino también la sangre y Jesucristo entero, del mismo modo en la del vino no solamente está presente la sangre, sino también el cuerpo y Cristo todo entero.
Y aunque hemos de creer firmemente que esto es así, se estableció, sin embargo, la consagración bajo las dos especies por profundas razones:
a) Lo primero para expresar más al vivo la pasión de Cristo, en la cual la sangre fue separada del cuerpo.
Por esto en la consagración del vino se hace explícita mención de la efusión o derramamiento de la sangre.
b) Además, para significar mejor que este sacramento - pensado por Cristo como alimento del alma - es comida y bebida, esto es, alimento completo.
6) JESUCRISTO ENTERO EN LA MÁS MÍNIMA DE LAS PARTÍCULAS. -Ni puede tampoco olvidarse que Cristo está todo entero no sólo en cada una de las dos especies consagradas, sino también en la más pequeña partícula de cada una de ellas.
A este propósito escribió San Agustín . Cada uno recibe a Jesucristo, que está todo entero en cada una de las partes, por pequeñas que sean; se da entero a todos, distribuyéndose a cada uno (51).
Y lo confirma espléndidamente la misma narración evangélica: Cristo no consagró separadamente cada uno de los pedazos de pan distribuido a los apóstoles, sino que, con una única consagración, consagró el pan entero, suficiente para el sacramento y para la distribución. Más claramente aparece en la consagración del cáliz y en las palabras del Maestro: Tomadlo y distribuidlo entre vosotros (Lc 22,17).
Sirva cuanto queda dicho para que los fieles comprendan y crean que en el sacramento de la Eucaristía están realmente el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
B) Transubstanciación
1) EL HECHO. -Después de la consagración no queda en el sacramento nada de la substancia del pan y del vino.
Esta verdad, por extraña que nos parezca, se sigue necesariamente de lo anteriormente dicho sobre la consagración. Dijimos que después de ella, bajo las especies de pan y de vino, está el verdadero cuerpo de Cristo: ahora bien, si Cristo se encuentra en la Eucaristía, donde antes de la consagración no existía, esto sucede: a) o por cambio de lugar, b) o por creación, c) o por transformación de otra substancia en Él.
a) No es posible que Cristo se encuentre en el sacramento eucarístico por cambio de lugar, es decir, por haber abandonado el cielo para bajar a la hostia. Esto supondría que Cristo no está ya en el cielo, porque el que se mueve de un lugar a otro abandona el lugar de donde se traslada.
b) Más absurdo resulta pensar que Cristo esté en la Eucaristía por creación.
c) No resta, pues, más que admitir que Cristo se en cuentra en la Eucaristía por conversión de la substancia de pan en Él.
Luego no puede subsistir nada de la substancia del pan y del vino.
2) DEFINICIÓN DE LA IGLESIA. -Los Padres del Concilio Lateranense y de Florencia definieron este dogma (52).
Más explícita y claramente aún, el Concilio de Trento nos ha dejado la siguiente declaración: "Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanecen las substancias del pan y del vino juntamente con la sangre y el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, sea anatema" (53).
3) PRUEBAS DE LA SAGRADA ESCRITURA. -Por lo demás, se apoya este dogma en claros testimonios de la Sagrada
Escritura.
a) Ante todo, en las mismas palabras de la institución: Esto es mi cuerpo. La palabra Esto tiene tal fuerza, que expresa con precisión toda la substancia de la cosa que está presente. De tal forma que, si aún permaneciera la substancia del pan, no habría podido decir Cristo con verdad: Esto es mi cuerpo.
b) Además, el mismo Señor dice en San Juan: El pan que yo os daré es mi carne, vida del mundo (Jn 6,51), llamando pan a su carne. Y poco después añade: En verdad, en verdad as digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,53). Y aún. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6,55).
Si Cristo, con palabras tan formales, llama a su carne verdadero pan y verdadera comida, y a su sangre verdadera bebida, claramente quiso darnos a entender que en el sacramento no permanece substancia alguna de pan ni de vino.
4) DOCTRINA DE LOS SANTOS PADRES. -Este dogma ha sido, constantemente, unánime doctrina de los Padres de la Iglesia.
San Ambrosio escribe: Tú acaso dirás: Este es mi acostumbrado pan; mas este pan, te respondo, es pan antes de las palabras de la consagración, pero después de ella se convierte en la sangre de Cristo. Y esclarece esta verdad con toda una serie de comparaciones y ejemplos. Y en otra parte, comentando el verso del Salmo: Yave hace cuanto quiere en los cielos, en la tierra, en el mar y en todos los abismos (Ps 134,6), observa: Aunque se vea la apariencia del pan y del vino, debe creerse que después de la consagración alli sólo está el cuerpo y la sangre de Cristo (54).
San Hilario, para ilustrar la misma verdad, utiliza casi idénticas palabras: Aunque exteriormente no aparezca más que pan y vino, sin embargo, en la Eucaristía está realmente el cuerpo y la sangre del Señor (55).
Ni debe maravillarnos que aun después de la consagración se haya conservado el nombre de pan para la Eucaristía. Porque el sacramento conserva tanto la apariencia de pan como su propiedad natural de alimentar y nutrir al cuerpo. Es, por lo demás, costumbre bíblica llamar las cosas según sus apariencias externas. Así, por ejemplo, en el Génesis se dice que se aparecieron a Abraham tres hombres, siendo así que eran tres ángeles (56) ; y en los Hechos, aquellos dos ángeles que se aparecieron a los apóstoles inmediatamente después de la ascensión de Cristo son llamados también hombres (57).
5) EXPLICACIÓN DEL HECHO. -Sumamente difícil es la explicación de este misterio. Sin embargo, deben esforzarse los sacerdotes por explicarlo a los más adelantados en el conocimiento de las cosas divinas, ya que los que no están suficientemente adiestrados en las verdades de la fe y en el estudio de las Sagradas Escrituras, correrían el riesgo de sentirse oprimidos por la grandeza del misterio.
En fuerza de esta admirable conversión, toda la substancia del pan se convierte, por virtud divina, en toda la substancia del cuerpo de Cristo, y toda la substancia del vino, en toda la substancia de la sangre de Cristo. Ninguna mutación, sin embargo, se da en el mismo Cristo, porque ni es de nuevo engendrado, ni mudado, ni alterado, sino que permanece intacto e igual -en su substancia.
San Ambrosio, declarando este misterio, escribe: Observa cuan eficaz es lÉ palabra de Cristo. Si ella pudo llamar a la existencia lo que no existía, es decir, al mundo creado, más eficaz aún será al hacer que unas realidades ya existentes tengan nuevo ser y se transformen en realidades distintas (58). Igualmente opinan otros antiquísimos Santos Padres.
San Agustín comenta también: Creemos firmemente que antes de la consagración están allí el pan y el vino cuales les formó la naturaleza; pero después de la consagración están allí la carne y la sangre de Cristo cuales les consagró la bendición (59).
Y San Juan Damasceno: El cuerpo de Cristo, aquel mismo cuerpo que nació de la santa Virgen en la Encarnación, esiíá en la Eucaristía verdaderamente unido a la divinidad; no porque descienda del cielo, donde ascendió, sino porque el pan y el vino se han convertido en el cuerpo y en la sangre del Señor (60).
Con toda exactitud designó la Iglesia a esta admirable conversión con el nombre de transubstanciación, como lo enseña el santo Concilio de Trento. Porque así como la generación natural puede llamarse con propiedad transformación, en cuanto que en ella se muda la forma, así también, con exactitud y acierto, inventaron nuestros mayores el nombre de transubstanciación para designar esta conversión eucarística, ya que en la Eucaristía se cambia toda una substancia entera en otra.
6) RESPETEMOS Y ADOREMOS EL MISTERIO. -Procuren los sacerdotes prevenir a los fieles, como repetidamente lo han hecho los Santos Padres, para que no se dejen desviar por una demasiada curiosidad en la indagación del misterio de esta transformación substancial. El modo como esto se realiza escapa a la razón humana, ni existe, además, en la naturaleza imagen o analogía alguna que pueda iluminarnos a este propósito.
Aprendamos de la fe solamente la realidad del hecho; en cuanto al modo, sepamos moderar nuestra excesiva curiosidad.
Conviene adoptar también una postura de humildad y discreción frente al otro aspecto del misterio: cómo es que Cristo pueda estar todo entero en toda mínima partícula eucarística. También es prudente evitar aquí todas las disquisiciones demasiado sutiles. Y, en todo caso, nunca olvidemos las palabras evangélicas: Nada hay imposible para Dios (Lc 1,37).
Una nueva observación: Cristo nuestro Señor no está en este sacramento como en un lugar o espacio material. Porque las cosas materiales ocupan un espacio en cuanto que son extensas, y Jesucristo no está en la Eucaristía en cuanto que es grande o pequeño, esto es, como una cuantidad, sino como una substancia, esto es, en cuanto que la substancia del pan se convierte en la substancia de Cristo. Y la substancia de una cosa se encuentra toda entera tanto en un espacio pequeño como en otro mayor. La substancia del aire, por ejemplo, está toda entera en el aire contenido en un espacio pequeño como en el contenido en un espacio mayor; como la substancia del agua se encuentra lo mismo en un recipiente pequeño que en un río.
Si, pues, el cuerpo de Cristo sustituye a la substancia del pan, se seguirá que aquél se encuentra en el sacramento del mismo modo que se encontraba la substancia del pan antes de la consagración. Y que esta substancia del pan se encontrase allí en grande o pequeña cantidad sería cosa absurda el discutirlo, porque allí se encontraba toda entera la realidad de la substancia misma.
C) Sustentación milagrosa de las especies sacramentales
1) EL HECHO. -Un tercer aspecto, no menos admirable, del sacramento, lo constituye el hecho de que en la Eucaristía las especies del pan y del vino subsisten sin estar sostenidas por ningún sujeto.
Hemos dicho que el cuerpo y la sangre de Jesucristo están realmente presentes en este sacramento, de tal modo que no permanece en él nada de la substancia del pan y del vino. Como estas especies o accidentes no pueden estar sostenidos por el cuerpo y la sangre de Cristo, sigúese que se sostienen por sí mismas, sin apoyarse en substancia alguna: hecho que no pertenece al orden natural de las cosas, sino que constituye un verdadero prodigio.
2) DOCTRINA DE LA IGLESIA. -Ésta fue la perpetua y constante doctrina de la Iglesia católica, sostenida por la autoridad de los Padres y los Concilios citados anterior mente a propósito de la transubstanciación.
3) RESPETEMOS Y ADOREMOS EL MISTERIO. -Pero lo que sobre todo importa, prescindiendo de estas sutiles cuestiones, es que los cristianos sepamos adorar y venerar la majestad de este admirable sacramento, elevando un himno de gratitud al Dios que se ha dignado otorgarnos tan santos y sublimes misterios bajo las especies del pan y del vino.
1) Repugnando a nuestra naturaleza el comer carne humana o beber su sangre, quiso Dios, en su infinita sabiduría, superar esta dificultad, y nos ofreció la carne y la sangre de Jesucristo bajo las especies de pan y vino, elementos los más comunes y gratos- de nuestro alimento cotidiano.
Y a esto se unen otras dos ventajas:
2) el vernos libres de la calumnia de los paganos, calumnia que difícilmente podríamos evitar si nos vieran comer a Cristo en su forma humana;
3) y el poder así alimentar cada día nuestra fe, mientras recibimos a Cristo, sin que nuestros sentidos puedan percibir su propia realidad. Porque, según la célebre sentencia de San Gregorio Magno, la fe no tiene mérito cuando la razón humana ofrece la experiencia (6l).
Todo esto, sin embargo, debe predicarse con las debidas cautelas, atendiendo siempre a la capacidad de los oyentes y a las necesidades de cada momento.
VII EFECTOS DE ESTE SACRAMENTO
Todo cuanto llevamos dicho sobre este sacramento debe ayudarnos a comprender y apreciar mejor los admirables efectos de la Eucaristía. Siendo imposible agotar con nuestras pobres palabras humanas este ilimitado argumento, subrayaremos solamente algunos.
1) Una primera idea nos la podremos formar reflexionando sobre todos los admirables efectos de los demás sacramentos y comparando a la Eucaristía como a una fuente, de la que aquéllos no son más que riachuelos.
Y no es sólo comparación: la Eucaristía es realmente la fuente de todas las gracias, porque encierra en sí misma a Jesucristo, Fuente y Autor de todo don celestial, de cuya divina abundancia derivan los sacramentos cuanto tienen de santo y perfecto.
2) Consideremos además la naturaleza del pan y del vino, bajo cuyas especies se nos comunica el sacramento cucarístico. Todo aquello que el pan y el vino producen en el cuerpo, lo produce en el alma la Eucaristía de un modo infinitamente más perfecto. Y no es el sacramento el que se convierte, como el pan y el vino, en nuestra substancia, sino que somos nosotros los que de modo inefable nos convertimos en Cristo. San Agustín pone en labios de Cristo estas palabras: Yo soy la comida de los grandes; cree u me comerás. No me mudarás tú en ti como haces con el alimento del cuerpo, sino que tú te mudarás en mí (62).
Y si es verdad que la gracia y la verdad vino por Jesucristo (Jn 1,17), ésta debe necesariamente difundirse en el alma cuando recibimos con corazón puro al que ha dicho: El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él (Jn 6,56).
Nadie puede dudar eme quien participa de este sacramento con fe y con piedad, recibe al Hüo de Dios, quedando interiormente injertado por la arada en su cuerpo como miembro vivo. Porque escrito está: El que me come vivirá por mí (Jn 6,57) ; y en otro luqar: El pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo (Jn 6,51).
A este propósito escribe San Cirilo: El Verbo de Dios, uniéndose a su propia carne, la hizo vivificante. Convenía, por tanto, nne se uniera a nosotros de un modo maravilloso por medio de su santísima carne y de su preciosa sangre, que recibimos en la vivificante consagración del pan y del vino (63).
Mas, aunque afirmamos con toda verdad que la Eucaristía concede la gracia, no significa esto que no sea necesario poseer ya la gracia para recibir con fruto el sacramento. Porque asi como a los cadáveres de nada les sirve el alimento corporal, tampoco aprovechan para nada al alma muerta los sagrados misterios. Por esto tienen las apariencias de pan y de vino: para significar que han sido instituidos no para dar inicialmente, sino para conservar la vida del alma (64).
3) Decimos también que este sacramento da la gracia, porque también la primera gracia (necesaria para recibir la Eucaristía, si no queremos comer y beber nuestra propia condenación) no se da sino a aquellos que al menos con el deseo y con el voto reciben este sacramento. Porque la Eucaristía es fin de todos los sacramentos y el símbolo de la unidad social de los miembros de la Iglesia, fuera de la cual nadie puede conseguir la gracia (65).
4) Además, así como el alimento natural no sólo conserva, sino que también aumenta la vida del cuerpo y nos hace gustar cada día nuevas dulzuras y nuevos placeres, del mismo modo el divino manjar de la Eucaristía no sólo sustenta al alma, sino que la acrecienta siempre con nuevas fuerzas y hace que el espíritu se transporte cada día en el regalo y dulzura de las cosas divinas. Por esto decimos que la Eucaristía da la gracia, pudiéndose justamente comparar con el maná, en el cual quien lo comía encontraba las delicias de todos los sabores.
5) La Eucaristía remite los pecados veniales. Todo aquello que el alma perdió en el ardor de la concupiscencia con culpas leves, se lo restituye la Eucaristía, que cancela esta venialidad. Del mismo modo - por seguir utilizando la misma comparación - que el alimento repara y acrecienta nuestras fuerzas, deterioradas un poco por la fatiga de cada día. San Ambrosio dice a este propósito: Este pan se recibe cada día para remedio de las cotidianas enfermedades (66). Pero todo esto únicamente se refiere a aquellos pecados en los que el alma no se complace (67).
6) Otro efecto de la Eucaristía es el conservarnos puros de todo pecado futuro y librarnos de la violencia de las tentaciones, inmunizando al alma, cual divino medicamento, para que no sucumba a la infección y a la corrupción venenosa de cualquier pasión mortal.
Por esto - testifica San Cipriano-, cuando los antiguos cristianos eran condenados por los perseguidores a los tormentos y a la muerte por confesar la fe cristiana, la Iglesia hacía que se les administrase el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, para que no desfallecieran en aquella lucha suprema, vencidos acaso por la violencia de los dolores (68).
La Eucaristía refrena también y reprime la misma concupiscencia de la carne, porque, al encender en el alma el fuego de la caridad, mitiga los ardores sensuales de nuestro cuerpo (69).
7) Por último, para compendiar en una palabra todos los divinos beneficios de este sacramento, posee la Eucaristía una virtud infinita para procurarnos la gloria eterna, según las palabras de Jesús: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,54). Es ya una señal en esta vida aquella suma paz y tranquilidad de conciencia que disfrutan las almas después de comulgar (70). Y en el momento de la muerte, fortalecidos por la virtud divina del sacramento, levantaremos el vuelo hacia la bienaventuranza eterna, como Elias, después de haber comido el pan cocido bajo las cenizas, pudo caminar hasta el monte Horeb, el monte santo de Dios (71).
Utilisimo para un estudio más atento y particularizado de los benéficos efectos de la Eucaristía será el releer y meditar el capítulo 6 de San Juan, donde se refieren las virtudes de este divino sacramento; o también meditar en el Evangelio las admirables páginas de toda la vida del Señor. Si estimamos por muy dichosos a quienes hospedaron a Jesús durante su vida mortal (72) o a quienes recuperaron la salud por el contacto de sus vestidos (73), mucho más afortunados podremos decirnos quienes le recibimos en el alma para curar todas nuestras llagas y unirnos con Él, enriquecidos con sus inestimables tesoros.
VIII. USO DE LA EUCARISTÍA
A) ¿Cómo puede recibirse?
¿Quiénes son los que pueden recibir todos estos admirables frutos del sacramento eucarístico? De hecho, no todos se acercan de un modo igualmente digno a recibir el pan del Señor. El Concilio de Trento distingue tres modos distintos de recibir la Eucaristía (74).
1) Los que están en pecado mortal reciben los sagrados misterios sólo sacramentalmente, en cuanto sus labios impuros comen efectivamente el pan consagrado. De éstos dice San Pablo: El que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación (1Co 11,29). Y San Agustín: El que no está en Cristo, ni Cristo en él, no come con certeza espiritualmente su carne aunque carnal y visiblemente parta con sus dientes el sacramento del cuerpo y sangre del Señor (75). En este caso no sólo no se percibe fruto alguno, sino que se come y se bebe una terrible condenación.
2) Otros reciben la Eucaristía sólo espiritualmente.
Son aquellos que, animados de una viva fe actuada por la caridad (Ga 5,6), alimentan en el corazón un deseo y un voto de ese pan celestial. Con ello consiguen ciertamente inmensos beneficios, si bien no todos.
3) Otros, por último, reciben la Eucaristía sacramental y espiritualmente. Son aquellos que, siguiendo el consejo del apóstol San Pablo, se examinan primero a sí mismos (76) y se acercan a la sagrada mesa con el vestido nupcial de la gracia (77). Éstos perciben todos los copiosos
frutos que el sacramento produce en el alma.
Es evidente, por tanto, que se privan de muchos beneficios de la Eucaristía quienes, pudiendo acercarse sacramentalmente, se limitan a alimentar en el corazón el sólo deseo de este insigne sacramento.
B) Disposiciones previas para recibirla dignamente
Y hablemos ya de la debida preparación con que deben acercarse las almas a recibir el sacramento.
El mismo Cristo nos dio ejemplo en la cena: antes de distribuir a los apóstoles su cuerpo y su sangre, quiso arrodillarse delante de ellos y, aunque ya estaban limpios, lavarles los pies (78). La enseñanza es clara: demostrarnos cuan profundo cuidado es necesario para acercarnos al sacramento eucarístico con recta conciencia y pureza de alma.
Piensen los cristianos que quien se acerca a la Eucaristía con las debidas disposiciones reporta abundancia de dones espirituales, mas quien la recibe mal dispuesto o con disposiciones indignas, no sólo no recibe ventaja alguna, sino que recibe gravísimo daño. Porque es propio de las cosas más santas y eficaces producir máxima ayuda si se las usa en tiempo oportuno y con la debida preparación, mas causan gravísimos inconvenientes si se las toma abusivamente. La Eucaristía, ciertamente, produce efectos admirables en el alma dispuesta a recibirla dignamente, pero produce sin duda la muerte espiritual en quien indignamente abusa de ella.
Poseemos un símbolo bien expresivo en el arca de la alianza, la cosa más santa que los hebreos poseían (79). De él se sirvió Dios frecuentemente para dispensar a su pueblo beneficios inmensos; mas cuando cayó en manos de los filisteos, les acarreó los más terribles azotes (80).
Nos sucede también a nosotros en la vida física que el alimento introducido en un estómago sano y bien dispuesto, nutre y sustenta, mientras el mismo alimento recibido en un estómago indispuesto ocasiona gravísimas molestias.
1) Un primer elemento de esta digna preparación para recibir la Eucaristía consistirá en saber distinguir bien entre mesa y mesa, esto es, entre el convite sagrado y los profanos, entre el pan divino y el pan de la tierra. Esto significa la necesidad de una fe profunda en la Eucaristía, el sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor, a quien adoran los ángeles, en cuya presencia tiemblan las columnas del cielo (Job 26,11) y de cuya gloria está llena toda la tierra (Is 6,4). Esto es - en frase de San Pablo-, discernir el cuerpo del Señor. Ante la augusta grandeza de este misterio, más que las sutiles elucubraciones, valen las fervientes y profundas adoraciones (81).
2) Otra preparación indispensable es examinarnos a nosotros mismo? para ver si estamos en paz con iodos y si amamos de verdadero corazón a nuestro prójimo. Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofrenda Mt. 5,23-24).
3) Una tercera disposición consiste en examinar nuestra propia conciencia para ver si no está manchada con alguna culpa grave; en tal caso será necesario arrepentimos y buscar la absolución en el sacramento de la penitencia. El Concilio de Trento definió que es absolutamente ilícito a quien tiene la conciencia gravada con pecado mortal y puede confesarse recibir la comunión sin la confesión, aunque esté sinceramente arrepentido (82).
4) El sincero reconocimiento de nuestra indignidad para recibir tan sublime beneficio. Para esto nos ayudará el repetir de corazón las palabras del Centurión, expresión máxima de la fe, según testimonio del mismo Jesucristo: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo (Mt 8,8).
5) Examinarnos sinceramente si en verdad podemos hacer nuestras las palabras de Pedro: SÍ, Señor, tú sabes que te amo (Jn 21,15). Sin olvidar que el que entró al convite del Señor sin el traje de boda, fue arrojado a una. cárcel obscura y condenado a penas eternas (Mt 22,11).
6) Por último, debe también estar dispuesto el cuerpo para recibir el sacramento con el ayuno, que consiste en no comer ni beber nada desde la media noche antecedente hasta el momento en que se recibe la Eucaristía (83).
7) Pide también la dignidad de tan alto sacramento que los casados se abstengan de realizar el acto matrimonial durante algunos días antes. David, al recibir del sacerdote los panes de la proposición, declaró que él y los suyos estaban limpios del uso conyugal hacía tres días (84).
C) Comunión frecuente
Para evitar que algunos cristianos se dejen dominar de demasiada pereza o negligencia en recibir este sacramento - acaso con pretexto de demasiadas exigencias de preparación-, deben recordar los cristianos que todos están obligados a recibir la Eucaristía y que la Iglesia ha establecido que el que no comulgare por lo menos una vez cada año, en Pascua, incurre en pecado mortal (85).
Esto no significa que sea suficiente obedecer a este precepto formal y que baste para nuestra vida espiritual una sola comunión al año. Necesitamos acercarnos con toda la frecuencia posible a la mesa eucarística.
No es posible fijar con precisión una regla igual para todos: ¿una vez al mes?, ¿a la semana?, ¿cada día? Convendrá, sin embargo, tener siempre presente la máxima de San Agustín: Vive de tal manera que puedas comulgar cada día (86). Como cada día necesitamos dar a nuestro cuerpo el alimento suficiente, así también el alma cada día reclama el ser sostenida por este vital alimento, porque es evidente que no está menos necesitada el alma del alimento espiritual que el cuerpo del material. Mucho más si consideramos los inmensos beneficios que de la Eucaristía se derivan para nuestra vida espiritual. Los judíos debían reparar sus fuerzas cada día en el desierto con el maná (87).
Los Padres de la Iglesia alaban y aprueban con toda su autoridad el uso frecuente de este sacramento. No fue sólo San Agustín el que escribió: Cada día pecas, cada día debes comulgar (88) ; quien conozca las obras de los Padres, fácilmente encontrará este argumento unánimemente expresado por todos.
Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que los primeros cristianos comulgaban diariamente (89). Encendidos en profunda y sincera caridad divina y viviendo continuamente entregados al fervor de la oración y al amor del prójimo, se encontraban siempre dispuestos para acercarse a la mesa eucarística. Cuando más tarde pareció debilitarse esta costumbre, fue reavivada por el papa y mártir San Anacleto, ordenando que comulgasen al menos todos los sagrados ministros que participaban en el santo sacrificio. Y afirmando que así lo habían practicado los apóstoles (90).
En la Iglesia se conservó mucho tiempo la costumbre de que el sacerdote en la misa, después de haber comulgado él, se volviese a los fieles presentes y les dijese: Venid, hermanos, a la comunión. Y los que se hallaban preparados se acercaban con devoción a recibir la sagrada Eucaristía.
Enfriado más tarde el fervor, hasta el punto de que rarísimamente se acercaban los fieles a la comunión, el papa San Fabián estableció la obligación de comulgar al menos tres veces al año: los días de Navidad, Pascua y Pentecostés (91) ; disposición confirmada después por muchos Concilios, especialmente por el I Agatense (92). Últimamente, habiendo llegado a tal punto la relajación de los fieles, que no sólo dejaban de observar esta sabia disposición, sino que aun descuidaban años y años el sacramento eucarístico, el Concilio Lateranense IV ordenó que todos los fieles comulgasen al menos una vez al año, por Pascua, declarando fuera de la Iglesia a quienes no cumplían este precepto (93).
D) ¿Quiénes no deben comulgar?
Aunque esta ley de la frecuencia eucarística anual, sancionada por la autoridad divina y la de la Iglesia, obliga a todos los fieles, deben exceptuarse evidentemente los niños que no tienen aún uso de razón. Estos ni pueden ser capaces de discernir el pan eucarístico del pan común ni pueden recibirle con la digna preparación necesaria (94). Parece también oponerse la intención rrusma de Cristo, que dice: Tomad y comed; es claro que los niños no tienen capacidad por sí mismos para realizar estos actos.
Cierto que en algunos lugares existió la antigua costumbre de administrar la Eucaristía también a los niños; pero hace ya mucho tiempo desapareció por orden de la Iglesia, por razones que fácilmente se intuyen desde el punto de vista de la piedad cristiana.
En cuanto a la edad en que puede administrarse a los niños la primera comunión, nadie mejor para decirlo que el padre o el confesor del mismo, a quienes corresponde averiguar si los niños tienen el conocimiento y gusto de este admirable sacramento (95).
Tampoco debe administrarse en modo alguno la Eucaristía a los locos, privados por su enfermedad de todo sentimiento de devoción espiritual. Mas, si antes de caer en la locura dieron muestras de sentimientos piadosos, será lícito administrarles la comunión en el momento de la muerte, según el decreto del Concilio Cartaginense, excluido siempre todo peligro de vómito o de otra irreverencia inconveniente.
E) La comunión bajo las dos especies
Por lo que atañe al rito, recordemos que está prohibido por ley eclesiástica a los fieles el recibir la Eucaristía bajo las dos especies, sin expresa autorización de la misma Iglesia. Únicamente pueden hacerlo los sacerdotes que celebran el santo sacrificio de la misa.
El Concilio de Trento explica a este propósito que si bien es cierto que Jesucristo instituyó en la última Cena este divino sacramento bajo la doble especie del pan y del vino, y así lo distribuyó a los apóstoles, no se sigue de ahí que Él intentara obligar a todos los fieles a recibirlo siempre y solamente bajo las dos especies. El mismo Señor, cuando habla de este sacramento, lo hace casi siempre refiriéndose a una sola especie, la del pan: El que come este pan vivirá para siempre... El pan que yo os daré es mi carne, vida del mundo... Si alquno come de este pan, vivirá para siempre (Jn 6,52-59) (96).
La Iglesia se decidió, por muchas y graves razones, a probar y sancionar con su autoridad el uso de la comunión bajo la sola especie del pan:
a) Primeramente para impedir con el máximo cuidado que la sangre del Señor se derramase en el suelo (cosa difícil de evitar cuando hubiese de administrarse el sacramento a grandes masas de fieles).
b) Además, debiendo la Eucaristía estar siempre pronta para su administración a los enfermos, era de temer que la especie del vino, conservada largo tiempo, terminase por avinagrarse.
c) Ni hay que olvidar que muchos fieles en modo alguno pueden tolerar el gusto, ni aun siquiera el olor, del vino. Justamente, pues, la Iglesia estableció la comunión bajo la sola especie del pan, para que no dañase a la salud del cuerpo lo que se daba para la del alma, d) Únase a estas razones la penuria del vino en muchas regiones y lo gravoso y dificultoso que resultaría el proveerse de él.
c) Por último - y es la razón más importante en este caso - era necesario combatir la herejía de aquellos que afirmaban que Cristo no estaba entero bajo cada una de las dos especies, sino que el pan contenía el cuerpo solamente, sin sangre, y el vino sola la sangre sin el cuerpo (97). La Iglesia, intentando reafirmar más explícitamente la verdadera fe en el dogma eucarístico, decretó la comunión bajo la sola especie de pan. Los autores eclesiásticos, por lo demás, han reunido en sus obras otras numerosas razones de esta disposición, que fácilmente pueden constatarse en sus escritos.
IX. EL MINISTRO
Y para que no quede punto alguno sin tocar sobre la doctrina de este sacramento, declararemos también quién es el ministro, aunque apenas ninguno lo ignorará.
Solamente el sacerdote tiene la potestad de consagrar la Eucaristía y distribuirla a los fieles (98). El Concilio de Trento enseña explícitamente que en la Iglesia fue siempre constante tradición que el pueblo recibiese los sacramentos de los sacerdotes y que éstos se comulgasen a sí mismos en la celebración de la misa. El Concilio hace arrancar esta tradición de los mismos apóstoles y ordena observarla religiosamente; tanto más cuanto que el mismo Cristo nos dio ejemplo de ello, al consagrar su cuerpo santísimo y distribuirlo con sus manos a los apóstoles (99).
Y para que apareciera más evidente la dignidad de tan augusto sacramento, no sólo fue reservado a los sacerdotes la potestad de administrarlo, sino que también se prohibió por ley eclesiástica que ninguno, sin estar ordenado, se atreviese a tocar los vasos sagrados, los corporales, salvo en caso de grave necesidad (100).
Lógica consecuencia de lo dicho será la insigne devoción y santidad exigida a quienes deben consagrar, administrar o recibir la santísima Eucaristía. Aunque - ya lo notamos al hablar de otros sacramentos - también éste permanece siempre válido, aun en el caso de ser administrado por sacerdotes indignos, siempre naturalmente que se "observen las normas esenciales para su validez. El efecto de los sacramentos - también lo hemos repetido varias veces - no depende del mérito de quien lo administra, sino de la divina virtud y poder de Jesucristo.
Y esto es cuanto debe explicarse de la Eucaristía en cuanto que es sacramento.
LA EUCARISTÍA COMO SACRIFICIO
X. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO Y SACRIFICIO
Y para que, según las prescripciones del Concilio de Trento, tengamos un cuadro completo de la doctrina euca - rística, réstanos por último considerar la Eucaristía como sacrificio (101). Porque hemos de ver en ella no solamente un tesoro de riquezas celestiales con las que conseguimos la gracia y el amor divino, sino también el medio más sublime que tenemos en nuestras manos para agradecer a Dios los inmensos beneficios que nos ha concedido.
Cuan agradable y cuan acepta sea a Dios esta Víctima eucarística si se le sacrifica en el modo legítimo con que debe hacerse, podemos colegirlo de la siguiente consideración: si aun los sacrificios de la Antigua Ley, de quienes dice la Escritura: No deseas tú el sacrificio y la ofrenda (Ps 39,7), porque no es sacrificio lo que tú quieres; si no, te lo ofrecería; ni quieres tampoco holocaustos (Ps 50,18), agradaron al Señor hasta el punto de que la misma Biblia dice de ellos: Aspiró Yave su suave olor (Gen. 8,21), ¿cuánto más no deberemos esperar que agrade a Dios el sacrificio de Aquel de quien dos veces afirmó el cielo: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias? (Mt 3,17).
Es necesario penetrar con todo cuidado este santo misterio para que podamos participarle con la atención y piedad debidas.
Por dos causas instituyó Cristo la Eucaristía: para que fuese alimento celestial de las almas, con el que pudieran conservar su vida espiritual (102), y para que la Iglesia tuviese un perpetuo sacrificio, capaz de satisfacer por nuestros pecados y capaz de aplacar la ira divina, volviéndonos propicio y clemente al Padre, que está en los cielos, justamente ofendido por nuestros continuos pecados.
Símbolo de este sacrificio fue el cordero pascual que los judíos inmolaban como sacrificio y como sacramento (103). No pudo darnos Cristo, al inmolarse por nosotros al Padre sobre el altar de la cruz, una prenda más sagrada de su inmenso amor que dejarnos este sacrificio visible, mediante el cual pudiéramos nosotros renovar su cruenta inmolación sobre el Calvario, y renovásemos, a través de los siglos, la memoria fecunda de tan inmensos beneficios para nosotros.
Diferencia entre el sacrificio y el sacramento. -Existen profundas diferencias entre el sacramento eucarístico y el sacrificio.
1) El sacramento se realiza mediante la consagración, mientras la esencia del sacrificio está en la oferta inmoladora.
2) Por esto la Eucaristía, mientras se conserva en el copón o se lleva a los enfermos, tiene carácter de sacramento, mas no de sacrificio; y solamente como sacramento tiene razón de mérito, y comunica a quienes lo reciben todas las ventajas que anteriormente recordábamos.
Como sacrificio, en cambio, no solamente posee virtud de merecer, sino también de satisfacer. Así como Cristo Nuestro Señor mereció y satisfizo en su pasión por nosotros, así nosotros con el sacrificio eucarístico no sólo merecemos los frutos de la pasión, sino también satisfacemos, por nuestros pecados.
XI. INSTITUCIÓN Y SÍMBOLOS DE LA MISA
El Concilio de Trento ha declarado explícitamente que el sacrificio de la misa fue instituido por Jesucristo en la última Cena, y ha fulminado anatema contra quienes afirmen que no se ofrece en la Iglesia un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerle no tiene otro significado en este caso que dar en alimento a los fieles la carne del Señor (104).
Explica también claramente el santo Concilio que el sacrificio se ofrece a Dios sólo, y que la Iglesia, aunque celebre misas en memoria y honor de los santos, no pretende ofrecer a ellos el sacrificio, sino a Dios, que ha glorificado a los santos en la inmortal gloria del cielo. Por esto nunca dice el sacerdote: "Ofrezco el sacrificio a ti, Pedro o Pablo", sino que, ofreciéndolo e inmolándolo a sólo Dios, le da gracias por las insignes victorias de sus gloriosos mártires e implora la protección de éstos "para que se dignen interceder por nosotros en el cielo, mientras hacemos memoria de ellos sobre la tierra" (105).
La Iglesia ha tomado la doctrina sobre la realidad del sacrificio eucarístico de las palabras mismas del Señor. Cuando Cristo dijo a los apóstoles en la última Cena: Haced esto en memoria mía, en aquel mismo momento instituyó sacerdotes a los Doce - como lo definió el santo Concilio de Trento - y les mandó (y en ellos a cuantos habían de sucederles en el oficio sacerdotal) inmolar y sacrificar su cuerpo.
Así lo afirma San Pablo en su Carta a los Corintios: No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios (1Co 10,20-21). Por la mesa de los demonios significa el altar, sobre el cual éstos recibían el sacrificio idólatra; la mesa del Señor será, pues, el altar, sobre el cual se ofrece a Dios el sacrificio de la misa.
El Antiguo Testamento nos ofrece espléndidas figuras y símbolos del sacrificio eucaústico:
a) Malaquías lo profetizó en aquel luminoso vaticinio: Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura, pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yavé Sebaot (Mal. 1,11).
b) Además la Víctima divina fue prefigurada por todos los sacrificios ofrecidos antes de Cristo, en cuanto que todos los beneficios en ellos simbolizados o expresados se contienen de modo perfecto o infinitamente más real en el sacrificio de la Eucaristía. Entre todas las figuras proféticas, la más expresiva, sin duda, es aquella de Meíquisedec (106). El mismo Redentor ofreció al Padre en la última Cena su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, como sacerdote eterno según el orden de Mel - quisedec (Ps 109,4).
XII. NATURALEZA DEL SACRIFICIO DE LA MISA
Confesamos como dogma de fe que el sacrificio de la misa y el sacrificio de la cruz no son ni pueden ser más que un sólo y único sacrificio (107).
1) Una e idéntica es la Víctima, Cristo Jesús, inmolada una sola vez con sacrificio cruento sobre la cruz. No son dos hostias - la cruenta del Calvario y la incruenta de la misa-, sino una sola, cuyo sacrificio - después del mandato de Cristo: haced esto en memoria mía - se renueva cada día en la Eucaristía.
2) Y uno e idéntico es también el sacerdote, Cristo Señor Nuestro. Porque los sacerdotes que celebran la misa no obran en nombre propio, sino en el de la persona de Cristo, cuando consagran su cuerpo y su sangre. Prueba evidente son las mismas palabras de la consagración; el sacerdote no dice: "Esto es el cuerpo de Cristo", sino: Esto es mi cuerpo. Es la persona misma de Cristo, representada por el sacerdote, quien convierte la substancia del pan y del vino en la verdadera substancia de su cuerpo y de su sangre.
XIII. VALOR DEL SACRIFICIO
Siendo esto así, es claro - como también enseña el Concilio de Trento - que el sacrificio de la misa no es solamente un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, ni una simple conmemoración del sacrificio de la cruz, sino un verdadero y propio sacrificio de propiciación, por el que se vuelve a Dios aplacado y benigno (108).
Por consiguiente, inmolamos y ofrecemos esta Víctima santa con corazón puro, con viva fe y con íntimo dolor de nuestros pecados, infaliblemente conseguido de Dios, misericordia y gracia para el oportuno auxilio (He 4,16). Porque Dios se complace de tal manera con esta Víctima divina, que nos perdona nuestros pecados, dándonos el don de la gracia y la misericordia. Por esto ora solemnemente la Iglesia: "Cuantas veces se celebra la conmemoración de este sacrificio, se realiza la obra de nuestra redención" (109). La virtud de este sacrificio, por lo demás, es tal, que no sólo aprovecha a quien lo ofrece y recibe, sino a todos los fieles, tanto a los vivos como a los muertos en el Señor, que esperan aún su completa purificación: Es doctrina cierta, de tradición apostólica, que la misa se ofrece tan útilmente por los difuntos como por los pecados, penas, expiaciones, angustias y calamidades de los vivos. Todas las misas son, por consiguiente, de utilidad común, en cuanto van dirigidas a la común salvación y saiud de todos los fieles (110).
XIV. CEREMONIAS DE LA MISA
Una última palabra sobre las muchas, solemnes y significativas ceremonias que acompañan la celebración del santo sacrificio de la misa.
Todas ellas se ordenan a hacer resaltar más la majestad de tan gran sacrificio y a llevar a los fieles, de la visión terrena de los sagrados misterios, a la espiritual contemplación de las divinas realidades eternas, ocultas en ellos.
No hay por qué detenernos demasiado en este punto, pudiendo todos tener a mano tantas publicaciones escritas sobre esta materia por doctos y piadosos autores (111).
Fuente: Mercaba
NOTAS
(1) Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido, que el Señor Jesús en la noche en que fue entregado tomó el pan. " (1Co 11 1Co 23).
(2) El Concilio de Trento no viene a probar directamente la institución divina de la Eucaristía, ya que este dogma no estaba todavía puesto en duda. A ello hace referencia tan sólo en el c. 2 de la ses. XIII, y ni siauiera le dedica un canon ex profeso.
Más adelante, con la ilustración de la escuela racionalista, se empezó a neqar no ya sólo la divinidad de Cristo, sino también que Éste hubiera tenido alguna vez intención de instituir tanto la Eucaristía como los demás sacramentos. Conciben a Cristo como un hombre fracasado, que tiene siempre delante de los ojos la inminencia del fin del mundo, y que por ello no podía pensar en perpetuarse con su presencia real a través de los siglos. De ahí viene la diversa interpretación que dan a los pasajes de los Evangelios que se refieren a la eucaristía. Para unos son meras narraciones simbólicas; para otros, escatológicas o mera exhibición de un hombre inconsecuente. Así se expresan, y. gr., Loisy, Renán, etc. Pero ya antes de ellos el mismo Concilio de Trento decía claramente: "Todos nuestros mayores, cuantos pertenecieron a la verdadera Iglesia de Cristo y trataron de este santísimo sacramento, expresamente profesaron que nuestro Redentor instituyó este admirable sacramento en la última cena" (ses. XIII c. l: D 874).
"Nuestro Salvador, cuando iba a volver de este mundo al Padre, instituyó este sacramento... " (ibid., c. 2: D 875).
(3) Cf. Mt. 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19; 1 Cor. ll,24ss.
(4) Cf. Mt. 26,27.
(5) SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthodoxa,1. 4 el3: MG (94),1154.
(6) "Ya desde el principio tuvo por uno de sus principales deseos atrancar de raíz la cizaña de los execrables errores y cismas que el hombre enemigo sembró (Mt 13,25), en estos calamitosos tiempos nuestros por encima de la doctrina de la fe, y el uso y culto de la sacrosanta eucaristía, la que por otra parte dejó nuestro Salvador en su Iglesia como símbolo de su unidad y caridad, con la que quiso que todos los cristianos estuvieran entre sí unidos y estrechados" (C. Trid., ses. XIII, introd. : D 873).
(7) Es muy de lamentar en este punto el descuido frecuente "En peligro de muerte, cualquiera que sea la causa de donde éste proceda, obliga a los fieles el precepto de recibir la sagrada comunión" (cn. 864,1).
"Aunque hayan recibido ya en el mismo día la sagrada comunión, es muy recomendable que, si después caen en peligro de muerte, comulguen otra vez" (ibid., § 2).
"Mientras dure el peligro de muerte, es lícito y conveniente recibir varias veces el santo viático en distintos días, con consejo de un confesor prudente ' (ibid., § 3).
"No debe diferirse demasiado la administración del santo viático a los enfermos, y los que tienen cura de almas deben velar con esmero para que los enfermos lo reciban estando en su cabal juicio" (en, 865).
"Para que pueda y deba administrarse la santísima Eucaristía a los niños en peligro de muerte, basta que sepan distinguir el cuerpo de Cristo del alimento común y adorarlo reverentemente" (cn. 854 § 2).
(8) Y cuando os reunís no es para comer la cena del Señor, porque cada uno adelanta a tomar su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro está ebrio (1Co 11,20).
(9) "Tiene, cierto, la santísima Eucaristía de común con los demás sacramentos el ser símbolo de una cosa sagrada y forma visible de la gracia invisible". "Si alguno dijere que los sacramentos de la nueva Ley no fueron instituidos por Jesucristo nuestro Señor o que son más o menos de siete, a saber, bautismo, confirmación, eucaristía..., o también que alguno de éstos no es verdadera y propiamente sacramento, sea anatema" (C. Trid., ses. XIII c. 3: D 876; ses. VII el: D 844).
"El tercer sacramento es el de la eucaristía" (C. Flor., Decreto para los Armenios: D 698).
(10) Cf. los textos citados en la nota 3.
(11) SAN AGUSTÍN, Contra Faustum,1. 20 c. 13: ML 42,397.
(12) "No queda, pues, ningún lugar a duda de que, conforme a la costumbre recibida de siempre en la Igleisia católica, todos los fieles de Cristo, en su veneración a este santísimo sacramento, deben tributarle aquel culto de latría que se debe al verdadero Dios".
"Si alguno dijere que en el santísimo sacramento de la Eucaristía no se debe adorar con culto de latría, aun externo, a Cristo, Hijo de Dios unigénito... " (C. Trid., ses. XIII c. 5 y cn. 6: D 878 y 888).
(13) "Y ésta fue siempre la fe de la Iglesia de Dios: que inmediatamente después de la consagración está el verdadero cuerpo de Nuestro Señor y su verdadera sangre, juntamente con su alma y divinidad, bajo la apariencia del pan y del vino" (C. Trid., ses. XIII c. 3: D 876).
(14) Cf. la nota 9; C. Later. IV. el: D 428.
(15) "¡Oh sagrado convite, en el cual se recibe a Cristo; en él recordamos la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria venidera!" (ant. del Magníficat en la festividad del Corpus Christi).
(16) Cf. la nota 3. a
(17) Cf. C. IV de Lctrán, el: D 430; de Tiento, ses. XIII
c. 4: D 877; de Flor., Decreto para ¡os Armenios: D 689; disposiciones de Honorio III: D 441.
Lo mismo señala el CIC: "El sacrosanto sacrificio de la misa debe ofrecerse de pan y de vino, y a éste debe mezclarse una pequeñísima cantidad de agua". "El pan debe ser puro de trigo y recientemente hecho; de tal manera que no haya peligro alguno de corrupción". "El vino debe ser natural de la planta de la vid y no corrompido" (cn. 814 y 815).
(18) Por siete días no habrá levadura en vuestras casas y quien coma pan fermentado será borrado de la congregación de Israel, sea extranjero o indtaena ().
El día primero de los Ázimos se acercaron los discípulots a ]esús y le diieron: ¡Dónde quieres que preparemos para comer la Pascua? (Mt 26,17).
(19) SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 32 in Mt. : MG 58,729.
(20) Conviene notar, sin embargo, que desde el punto de vista dogmático es indiferente el uso del pan ázimo o fermentado.
Dos diferencias accidentales respecto al modo de prepararlo, que en nada afectan a la naturaleza misma del pan, única materia válida de la Eucaristía.
El Concilio Florentino en el Decreto a los griegos determinó: "Definimos que el cuerpo de Cristo se consagra verdaderamente en pan de trigo ázimo o fermentado" (D 692).
Lo confirma el uso constante de la Iglesia, que ha consagrado y sigue consagrando el pan ázimo o fermentado. En la Iglesia griega se usa de hecho desde el siglo vi el pan fermentado, significando con ello la fe en el inefable misterio de Cristo, que tiene dos naturalezas, una divina y otra humana, en una sola persona: la del Verbo de Dios.
En la Iglesia latina, en cambio, ha prevalecido el uso del pan ázimo.
Desde el punto de vista disciplinar, los sacerdotes de rito latino deben usar siempre del pan ázimo, y los de rito griego, del fermentado (CIC 816).
(21) El mezclar algunas gotas de agua con el vino de la consagración es uno de los ritos más antiguos del sacrificio euca - rístico. El rito trae su origen del hecho de Jesús, que consagró el cáliz, en el que los hebreos solían mezclar habitualmente un poco de agua. Hablan ya de esto San Justino, San Ireneo, San Cipriano y otros Padres. En el rito ambrosiano se suele recitar, mientras se echa el agua en el cáliz, la fórmula siguiente: "Del costado de Jesucristo salieron sangre y agua, en el nombre del Padre, etc. " Con todo, no es éste todavía su significado más profundo, que viene expresado mejor en la oración de la misa de rito romano, cuando se bendice la infusión del agua en el cáliz, y que trae a la memoria el misterio de la unión personal del Verbo en las dos naturalezas, divina y humana. De este primer simbolismo nace aquel otro que nos da a conocer nuestra unión e incorporación a Cristo, la realidad más profunda de la espiritualidad cristiana.
(22) SAN ]UAN CRISÓSTOMO, Hom. 83 in ML: MG 58,740.
(23) a) Los ebionitas y encratitas ofrecían en el cáliz solamente agua, absteniéndose de usar vino so pretexto de sobriedad, por lo que fueron llamados "acuarios".
b) Los severianos y maniqueos desechaban el vino (aun como materia eucarística) bajo pena de pecado mortal, por considerarlo como elemento intrínsecamente malo y diabólico.
c) En tiempo de las persecuciones, algunos cristianos, temerosos en su simplicidad de ser descubiertos por el olor del vino tomado en la comunión, usaban sólo del agua. Fueron seriamente reprendidos por San Cipriano en la Epist. 63 a Cecilio,1. 2: ML 4,392.
(24) Cf. la nota 17 y, además, C. de Trent, ses. XXII, c. 7: D 945.
(25) - SAN CIPRIANO, Epist. 63 a Cecilio,1. 2: ML 4,392.
(26) Jn 19,34.
(27) Las aguas muchas... son los pueblos muchos (Ap 17,15).
(28) El papa Honorio III en la epist. Perniciosus valde, ad Olaum. obispo de Upsala, el 13 de diciembre de 1220 (D 441).
(29) Los calvinistas admiten que de ley ordinaria se requiere el pan para consagrar la eucaristía, pero añaden que, en caso de necesidad, puede usarse todo lo que tenga alguna analogía con el pan y con el vino.
(30) Pues a la manera que en un sólo cuerpo tenemos muchos miembros, y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo de Cristo (Rm 12,4-5).
Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (1Co 10,17).
(31) "La forma de este sacramento son las palabras con que el Salvador lo consagró, pues el sacerdote consagra el sacramento hablando en persona de Cristo" (C. de Flor., Decreto a los Armenios: D 698; cf. C. Trid., ses. XIII, c. 4: D 877).
(32) Asimismo tomó el cáliz después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros (Lc 22,20).
Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre (1Co 11,25).
(33) Y, tomando un cáliz y dando gracias, se lo dio, diciendo: Bebed de él todos, que ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados (Mt 26,27-28 Lc 22,20).
(34) 1 Cor. 9,29.
(35) SAN HILARIO, De Trinit. VIII,14: ML 10,243-244.
(36) "Estas palabras (de la institución), conmemoradas por los santos evangelios (Mt 26,26 Mc 14,22 Lc 22,19) y repetidas luego por San Pablo (), como quiera que ostentan aquella propia y clarísima significación, según la cual han sido entendidas por los Padres, es infamia verdaderamente indignísima que algunos pendencieros y perversos las desvíen a trozos ficticios e imaginarios, por los que se niega la verdad de la carne y sangre de Cristo... " (C. de Trento, ses. XIII, el: D 874).
(37) SAN AMBROSIO, De his qui myster. initiantuv, c. 9: ML 16,424.
(38) SAN AMBROSIO, De los Sacramentos,1. 4 c. 4: ML 16,458.
(39) SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 82 in Mt,: MG 58,743, y Hom. 44. 45 in lo. : MG 59,247-259.
(40) SAN AGUSTÍN, Enarr. in Ps. 33: ML 36,306.
(41) SAN JUSTINO, ApoL, II: MG 6,467.
(42) SAN IRENEO, Contra haereses,14 c. 18: MG 7,1027.
(43) SAN CIRILO, In lo.,1. 4, c. 13: MG 73,563.
(44) SAN DIONISIO, De Eccl. hier., c. 3: MG 3,503.
(45) SAN HILARIO, De Trinitate,1. 8: ML 10,242-243.
(46) SAN JERÓNIMO, Epist. ad Damas, de filio prodigo: ML 22,379ss.
(47) SAN JUAN DAMASC, De fide orthodoxa, c. ll: MG 94, (1154ss).
(48) Sobresalen entre las herejías contra el dogma eucarístico: a) los docetas de los primeros siglos de la Iglesia, que, al juzgar como fantástica la realidad de la carne de Cristo, negaban con ello indirectamente su presencia real en el sacramento; b) en el siglo IX, Juan Escoto parece haber impugnado directamente la presencia de Cristo en la Eucaristía, ya que, según Hincmaro de Reims (De praedest. 21) enseñaba "que el sacramento del altar no es verdadero cuerpo y sangre del Señor, sino tan sólo me morial de su verdadero cuerpo y sangre", aunque algunos niegan que éste fuera el sentir de Escoto (cf. DIEKAMP, De Ss. Euchar.. sect. 3 § 22) ; c) más adelante, en el siglo xi, Berengarío de Tours rechaza abiertamente la verdad de la Eucaristía. Ésta viene a constituirse para él en un mero símbolo, figura o señal de la carne de Cristo, que vive en el cielo; d) en los siglos XII y XIII, los petrobrusianos, valdenses, cataros y albigenses niegan la verdad del cuerpo y sangre de Cristo, admitiendo solamente la Eucaristía como pan consagrado con cierta bendición; e) en el siglo xiv, Wiclef admite asimismo el mero símbolo de la Eucaristía; f) con la Reforma protestante, los diversos reformadores tuvieron ideas distintas acerca de este misterio. Así, por ejemplo, Lutero admite la presencia de Cristo en la Eucaristía, al menos en el momento de recibirle en la comunión; Zwinglio, Carlostadio y Ecolampadio lo tienen como mero sentido figurado y simbólico; Calvino, siguiendo una via media, negaba, contra Lutero, que el cuerpo de Cristo estuviese en otro lugar que en el cielo, pero, contra Zwinglio y los sacramentarlos, admitía en la Eucaristía no ya un mero símbolo, sino una virtud especial, emanada del cuerpo de Cristo en el cielo; g) la mayor parte de los anglicanos siguieron en esto la doctrina de Calvino, sobre todo bajo el reinado de Eduardo VI; h) por fin, los modernistas y racionalistas, negando todo principio sobrenatural, lo rechazan también de plano.
(49) Cf. en C. Rom. (a. 1079: D 375) el juramento de fe prestado por Berengario; el C. IV de Letrán (D 430) dice: "Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva y en ella el mismo sacerdote es sacrificio, Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contiene verdaderamente en el sacramento del altar, bajo las especies de pan y vino, después de transubstanciados, por virtud divina, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre... " (véase también el C. de Flor. : D 698, y el de Trcn. : D 883).
(50) SAN DIONISIO, De Eccl. hier., c. 5: MG 3,502.
(51) SAN AGUSTÍN, Apud Gratianum, De consecration., dist. 4 c. 77: ML 187,1772-1773.
(52) Cf. nota 49.
(53) C. de Tren,, ses. XIII cn. 2: D 884.
(54) SAN AMBROSIO, De Sacramentis,1. 4, c. 2: ML 16,458.
(55) SAN HILARIO, De Trinitate,1. 8: ML 10,246-247.
(56) Gcn. 13,2.
(57) Ac 1,10.
(58) SAN AMBROSIO, De Sacramentis,1. 4 c. 4: ML 16,460.
(59) SAN AGUSTÍN, Sentent. Prosper, Apud Gratianum, De con - secratione, dist. 2, c. Nos autem... 41: ML 187,1749-1750.
(60) SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthodoxa,1. 4 el3: MG 94,1143-1146.
(61) SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 26 in Evang., n. l: ML 76,1197.
(62) SAN AGUSTÍN. Confesiones. 1. 7 r 10- ML 32,742.
(63) SAN CIRILO, In lo.,1. 4 c. 2: MG 3,566.
(64) a) La Eucaristía de suyo ("per se", en lenauaie teoló - pico) no confiere la gracia primera, porque es un sacramento de vivos, que supone en el sujeto que lo recibe la vida de gracia. Cristo lo pensó e instituyó como "comida y bebida", y la comida y bebida no tienen como finalidad resucitar a los muertos, sino conservar y robustecer la vida presente.
b) Seqún la opinión más autorizada, eventualmente ("per accidens") confiere tamban la Eucaristía al perpHor la primera gracia, y por tanto, perdona los pecados mortales, si el pecador se acerca de huena fe y ron atrición general.
(65) Necesidad de la Eucaristía.
a) Es evidente que la comunión real o sacramental de la Eucaristía no es absolutamente necesaria, con necesidad de medio, para la salvación.
El santo Concilio de Trento enseña que sólo el bautismo y la penitencia son sacramentos necesarios, con necesidad de medio, para la salvación; y con respecto a los niños "que carecen del uso de la razón, por ninguna necesidad están obligados a la comunión sacramental de la Eucaristía" (D 933).
b) Sin embargo, su recepción reiterada puede decirse que es moralmente necesaria para perseverar en la gracia (C. de Trcn., ses. XIII c. 2: D 875) ; Si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daté es mi carne, vida del
mundo (In. 6,51). c) Según sentencia de Santo Tomás, parece ser necesario para la salvación el voto o deseo de la Eucaristía, incluido en la recepción del bautismo y de los otros sacramentos; deseo que tiende a la Eucaristía, no como a medio de justificación, como son los otros sacramentos, sino como a fin de todos ellos y fuente de toda gracia (cf. SANTO TOMÁS,3 q. 79 a. l ad 1).
En cuanto a la necesidad de recibir la Eucaristía como precepto, cf. nota 85.
(66) SAN AMBROSIO, De Sacramentos,1. 5 c. 4: ML 16,471.
(67) "Quiso (Jesucristo) que este sacramento se tomara como espiritual alimento de las almas (Mt 26,26), por el que se alimenten y fortalezcan los que viven de la vida de Aquél que dijo: el que come de mí, también Él vivirá por mi (Jn 6,58), y como antídoto por el que seamos librados de las culpas cotidianas y preservados de los pecados mortales" (C. de Trcn., ses. XIII c. 2: D 875).
(68) Cf. SAN CIPRIANO, Epist. Cornel: ML 3,878-888.
(69) Cf. nota 67. El papa León XIII afirma: "Tras esos deleites (de la carne) córrese hoy con ardiente e insaciable anhelo; ésta es como una enfermedad contagiosa, que a todos invade desde la más tierna edad. Remedio excelente contra tan gravísimo mal lo tenemos siempre dispuesto en la divina Eucaristía. Porque, ante todo, aumentando ella la caridad, enfrena las pasiones" (encíclica Mirae carilatis,28-5-1902) ; y la Sagrada Congregación del Concilio: "Los fieles de Cristo, unidos a Dios por el sacramento, reciben de Él fuerza para reprimir la concupiscencia" (decreto Sacra Tridentina Synodus,20 diciembre 1905).
(70) "Quiso Cristo que (el sacramento de la Eucaristía) sea además prenda de gloria futura y de felicidad perpetua" (C. de Trent., ses. XIII c. 2: D 875).
(71) 1 Re. 19,8.
(72) Mt. 8,14; 9,10.
(73) Lc 10,38; Mt. 9,20-21.
(74) C. de Trent, ses. XIII, c. 8: D 881.
(75) SAN AGUSTÍN, In lo., tr. 26: ML 35,1614.
(76) Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan, y beba del cáliz (1Co 11,28).
(77) Entrando el rey para ver a los que estaban a la mesa, vio allí a un hombre que no llevaba traje de boda u le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? (Mt 22,11).
(78) Luego echó agua en la jofaina y comenzó a lavar los pies a los discípulos (Jn 13,5).
(79) Ex 26,21-24.
(80) 1 Sam. 5.
(81) Para recibir la sagrada Eucaristía se exige un conocimiento de la doctrina cristiana y una preparación cuidadosa por la que puedan conocer los misterios necesarios con necesidad de medio para salvarse, y se acerquen a recibir la Eucaristía con verdadera devoción (véase sobre esto CIC 854).
(82) "Si no es decente que nadie se acerque a función alguna sagrada sino santamente, cuanto más averiguada está para el varón cristiano la santidad y divinidad de este celestial sacramento, con tanta más diligencia debe evitar acercarse a recibirlo sin grande reverencia y santidad" (C. de Trent, ses. XIII c. 7: D 880 y 893; cf. CIC 856).
(83) La disciplina eclesiástica sobre el ayuno eucarístico desde la media noche, a tenor de los cánones 808 y 850, sigue en vigor para todos aquellos que no se encuentren en las condiciones que expone la constitución apostólica Christus Dominus. Queda, sin embargo, establecido un nuevo principio como general y común para todos, fieles y sacerdotes: el agua natural no quebranta el ayuno eucarístico. Entiéndese natural el agua tal como la suministra la naturaleza en ríos, fuentes, etc., con los elementos que posea naturalmente en suspensión (como las aguas minerales), y que no han sido añadidos artificiosamente (litines, azúcar, etc. ). Está fuera de duda que se considera también como natural para el ayuno eucarístico el agua a la que en las poblaciones añaden las autoridades alguna substancia química para desinfectarla o hacerla más potable.
Las condiciones en las que la constitución apostólica Christus Dominus y la instrucción del Santo Oficio (AAS XX,15ss. y 47ss. ) eximen de manera general de la observancia de la ley del ayuno eucarístico, son las siguientes:
A) A LOS FIELES:
1) Los fieles enfermos, aunque no guarden cama, pueden tomar algo a manera de bebida (exceptuando las alcohólicas) una o varias veces y a cualquier hora, si no pueden guardar íntegro el ayuno eucarístico hasta la hora de la comunión sin grave molestia debida a su enfermedad. Pueden además tomar cualquier medicina, sólida o líquida (exceptuadas sólo las alcohólicas), siempre que se trate de verdadera medicina, prescrita por el médico o considerada como tal por todos, Para poder hacer use de este privilegio han de obtener el consejo favorable de un confesor ("confesor" es un sacerdote que tiene facultad para absolverles sacramentalmente cuando piden el consejo, se confiesen o no de hecho). El consejo han de recibirlo directamente del confesor, no por tercera persona, ni por escrito o por teléfono; ha de preceder a la comunión; aunque puede recibirse antes o después de tomar las bebidas o las medicinas. Es valedero para una vez si el sacerdote lo dice así, o si no dice nada acerca de esto.
2) Los fieles que se hallan en circunstancias especiales. Los fieles que no por enfermedad, sino por otra molestia grave -debida a un trabajo debilitante, a la hora tardía, única en que les es posible comulgar, o a un largo camino que han de recorrer-, no pueden guardar íntegro el ayuno eucarístico hasta la hora de comulgar, pueden tomar una o varias veces algo a manera de bebida (excluyendo las alcohólicas) hasta una hora antes de acercarse a la sagrada mesa. Para poder hacerlo necesitan el consejo favorable de un confesor, en el sentido y condiciones expuestas para los enfermos.
Trabajo debilitante es el que por su naturaleza, duración, circunstancias en que se realiza, y atendidas las condiciones de salud, edad, etc., del que trabaja, produce una molestia verdadera y notable. Es debilitante, por ejemplo, el trabajo de los empleados de oficinas, transportes u otros servicios públicos que exigen una ocupación ininterrumpida día y noche por turnos de servicio; el de los que por oficio o caridad pasan la noche en vela (enfermeros, serenos, etc. ) ; el de las mujeres gestantes o lactantes; el de las madres de familia que antes de ir a la iglesia tienen que emplear un buen rato en los quehaceres domésticos. Por la duración puede considerarse debilitante el trabajo, manual o mental, realizado en dos horas y en circunstancias normales; en circunstancias especiales, el de una hora o menos.
Hora tardía absoluta es la de las nueve de la mañana; relativa, otra anterior cuando es imposible que después de la comunión (que no puede hacerse antes) quede espacio de tiempo suficiente para desayunar (o tomar algo caliente) y no acudir tarde a las ocupaciones. No justifica la hora tardía para hacer uso del privilegio la mera comodidad o la devoción privada, pero sí una causa razonable, como sería la de comulgar en un santuario en ciertas ocasiones especiales, tomar parte en una comunión general, acompañar en una primera comunión, etc.
Largo camino. - Es largo el recorrido de dos kilómetros hecho a pie. En circunstancias especiales de la persona (salud, edad, etc. ), del camino (escabroso, empinado, etc. ), del tiempo (borrascoso, etc. ), del medio de locomoción (coche particular, autobús, motocicleta, bicicleta, etc. ), la longitud del camino para efectos del ayuno eucarístico se determina en relación con el recorrido de dos kilómetros ^erho a píe por una persona en circunstancias normales, atendida la molestia que se sique. El motivo del camino no es preciso que sea expresamente el de comulgar; basta que se trate de un motivo razonable, por ejemplo, de negocios.
Cualquiera de estas tres circunstancias especiales exime de la observancia del ayuno eucarístico, si de ella se sigue una molestia verdadera y notabLc Si ésta no tuviera luaar, no cabría tampoco la exención, es decir, que no es suficiente la mera presencia de alcrana de estas causas para considerarse uno exento. El trabajo debilitante y el larqo camino como causas eximentes han de preceder a la comunión No pueden provocarse libremente estas circunstancias especiales con el fin de poder hacer uso del privilegio.
3) La comunión en las misas vespertinas. - Los fieles pueden comulgar en las misas que se celebren por la tarde, si no lo han hecho va por la mañana. Las normas de ayuno eucarístico a las que han de atenerse para poder comulqar en estas misas son las siguientes: a) Bebidas no alcohólicas: pueden tomarlas sólo durante la comida principal; pero de los licores (anís, coñac, etc. han de guardar abstinencia desde la media noche.
b) Comidas: pueden tomar alimentos sólidos cuantas veces quieran hasta tres horas antes de acerrarse a recibir al Señor. Para poder hacer uso de este privileoio no necesitan pedir conseio al confesor; les basta cumplir estas normas.
Para comulaar en las misas qi'e se celebran a media noche (vigilia de Navidad, viailia pascual o en otras ocasiones) sigue en vigor la ley general del ayuno eucarístico, es decir, guardado desde la media noche.
B) A LOS SACERDOTES:
1) Enfermos. - Los sacerdotes enfermos que se hallan en las circunstancias expuestas anteriormente para los fieles enfermos, pueden hacer uso de la misma dispensa que éstos en relación con el ayuno eucarístico, quieran celebrar o sólo recibir la comunión. A diferencia de los fieles, en ningún caso necesitan pedir consejo a un confesor.
En circunstancias especiales. - Son tres, y comprenden todas y solas las circunstancias en las que el legislador pretende conceder la dispensa. Son: hora tardía, trabajo debilitante, camino largo. Los sacerdotes que se encuentren en ellas gozan para la celebración de la misa de los mismos privilegios que los fieles para la comunión, expuestos anteriormente.
a) El trabajo debilitante, de suyo y a tenor de la instrucción del Santo Oficio, ha de ser ministerial (oír confesiones, predicar, preparación de la predicación, etc. ) ; sin embargo, equivaldría a él un trabajo no ministerial, pero razonable como sería el velar por caridad a la cabecera de un enfermo). Respecto de la duración, circunstancias, etc., véase lo que queda dicho para los fieles.
b) La hora tardía absoluta, que expresamente señala la Instrucción, es la de las nueve de la mañana; en circunstancias especiales, hora tardía relativa será otra anterior a la de las nueve. Absoluta o relativa según los casos, la hora tardía dispensa a los sacerdotes del ayuno eucarístico íntegro según las normas expuestas antes.
c) El camino largo en circunstancias normales es el de dos kilómetros a pie, cuatro o cinco en bicicleta, quince o veinte en autobús, treinta o cuarenta en coche particular, etc.
Todos los sacerdotes que han de celebrar dos o tres misas pueden tomar en las primeras las abluciones prescritas por las rúbricas del misal, empleando en ellas solamente agua. Si por inadvertencia emplearan también vino, pueden no obstante celebrar las otras misas. El que el día de Navidad o en la Conmemoración de los Fieles Difuntos celebra seguidas las tres misas, ha de atenerse, en lo referente a las abluciones, a las rúbricas; pero, si inadvertidamente tomare las abluciones sólo con agua, puede celebrar las misas siguientes; si también con vino, no puede celebrar las otras misas, si el celebrarlas es por mera devoción.
3) Misas vespertinas. - Para la celebración de estas misas, cuando el ordinario las hubiere autorizado, tiene perfecta aplicación lo dicho anteriormente para los fieles que deseen comulgar en ellas. Para las que se celebren a media noche, obliga la ley general del ayuno eucarístico desde la media noche.
Observaciones: a) El confesor a quien los fieles piden consejo para atenerse a los privilegios referentes al ayuno eucarístico, puede aconsejar "semel pro semper", mientras duren las condiciones de la misma enfermedad o subsista la misma causa de molestia notable en las circunstancias especiales. El consejo ha de darse en el fuero interno sacramental o extrasacramental, nunca por tercera persona, ni por teléfono o escrito.
b) Bebida es todo lo que se toma del exterior en estado líquido, aunque contenga alguna substancia sólida en suspensión, como pan rayado, sémola, etc.
c) Grave molestia equivale a molestia o incomodidad verdadera y notable, que proviene de enfermedad o indisposición, grave o leve, habitual o pasajera, que obligue o no a guardar cama. La bebida se puede tomar como remedio lenitivo o preventivo de la molestia que, sin ella, se hace o se haría sentir antes de comulgar.
(84) El abstenerse del uso del matrimonio como preparación casta para recibir la Eucaristía, estuvo en vigor en los primeros siglos de la Iglesia y fué objeto de prescripciones taxativas, ya como una forma de penitencia exigida a los primeros cristianos, ya como condición especial de un tiempo determinado, y. gr., el de Cuaresma. Los moralistas de hoy, sin embargo, están unánimes en reconocer que el uso legítimo del matrimonio, así como no constituye culpa alguna, antes bien, usándolo en la debida forma, llega a ser un acto meritorio, así tampoco debe impedir por sí mismo la recepción de la sagrada Eucaristía. Aquellos autores que pudieran ver en este uso una cierta irreverencia hacia el Sacramento del Altar, se les puede responder justamente que en manera alguna se ha de ver culpa en un uso que Cristo ha santificado con un sacramento y lo ha elevado hasta significar su misma unión con la Iglesia; de ahí que la disciplina eclesiástica actual no haga referencia alguna a tal abstención, y mucho menos la prescriba.
(85) "Todo fiel de uno y otro sexo, después que haya llegado a la edad de la discreción, esto es, al uso de la razón, debe recibir el sacramento de la Eucaristía, una vez en el año, por lo menos en Pascua" (CIC 859).
La obligación de recibir la Eucaristía viene señalada tanto por un precepto divino como por otro eclesiástico. Según el primero, todos los adultos: a) alguna vez en su vida deben de recibir la comunión, según las palabras del mismo Cristo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,53) ; b) la han de recibir con cierta frecuencia, y sobre todo en el peligro de muerte, donde se hace más necesaria; c) el precepto eclesiástico trae su origen del Concilio Latera - nense IV (a. 1215), en tiempos de Inocencio III, que en su c. 21 determina: "Todo fiel de uno y otro sexo, después que hubiere llegado a los años de discreción, confiese fielmente él solo, por lo menos una vez al año, todos sus pecados al propio sacerdote, recibiendo reverentemente, por lo menos en Pascua, el sacramento de la Eucaristía" (D 437).
(86) SAN AGUSTÍN, Hom. 4,1. 50: ML 39,1909.
(87) Ex 16,15.
(88) SAN AGUSTÍN, Hom. 4,1. 50: ML 39,1909. "Excítase a los fieles a recibir frecuentemente, y aun a diario, el pan eucarístico, según las normas contenidas en los decretos de la Sede Apostólica; y a los que asisten a la misa y estén bien dispuestos, a comulgar no sólo espiritualmente con el afecto, sino recibiendo el sacramento de la santísima Eucaristía" (CIC cn. 863).
Es sabido cómo recientemente, sobre todo bajo el pontificado de San Pío X, contra un exagerado formulismo jansenista, que separaba a los fieles de la recepción de la Eucaristía, se ha venido fomentando su uso frecuente y, a poder ser, diario.
"El más importante de los decretos de la Sede Apostólica a que se hace alusión en el canon, es el Sacra Tridentina Synodus de San Pío X (20 de diciembre de 1905). Las principales normas que en él se dan son las siguientes:
1). "A nadie se le debe prohibir la comunión frecuente, y aun diaria, si se acerca a ella en estado de gracia y con rectitud de intención.
2). La rectitud de intención consiste en que no se comulgue por vanidad o por rutina, sino por agradar a Dios.
3). Basta no hallarse en pecado mortal, aunque sería de desear también estar limpio de pecados veniales.
4). Se recomienda la preparación diligente para la comunión y la acción de gracias después de ella.
5). Debe procederse con el consejo del confesor". (Código de Derecho Canónico, BAC, nota al c. 863).
(89) Perseveraba en oír la enseñanza de los apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la ovación (Ac 2,42).
(90) SAN ANACLETO, en Graciano, De consecratione, dist. l c. Episcopus: ML 187,1726; y el mismo, dist. 2, c. Perada,10: ML 187,1735.
(91) SAN FABIÁN Papa, Epist. 3 ad Hilar., en Graciano, De consecratione, dist. 2, c. Etsi: ML 187,1738.
(92) Concilio Agatense, I, cn. 18.
(93) Cf nota 85; C. de Trento, ses. XIII cn. 9; ses. XIV cn. 8: D 944: CIC 863.
(94) "No puede administrarse la Eucaristía a los niños, que por su corta edad todavía no tienen conocimiento y gusto de este sacramento" (CIC 854 § 1).
Ya antes lo había indicado el mismo C. de Trento, cuando habla de que los niños no tienen obligación de recibir, antes del uso de la razón, la Eucaristía (cf. ses. XXI c. 4 cn. 4: D 933 V 937).
(95) "Para que pueda y deba administrarse la santísima Eucaristía a los niños en peligro de muerte, basta que sepan distinguir el cuerpo de Cristo del alimento común y adorarlo devotamente".
"Fuera de peligro de muerte, con razón se exige un conocimiento más pleno de la doctrina cristiana y una preparación más cuidadosa, esto es, tal que conozcan, seqún su caoacidad, los misterios necesarios con necesidad de medio para salvarse y se acerquen a recibir la Eucaristía con devoción proporcionada a su tierna edad".
"Al confesor y a los padres de los niños, o a aquellos que hacen sus veces, es a quienes toca juzgar si están suficientemente dispuestos para recibir la primera comunión".
"Sin embargo, el párroco tiene el deber de velar, aun por medio de examen, si prudentemente lo juzga oportuno, para que los niños no sean admitidos a la sagrada comunión antes del uso de la razón o sin las disposiciones suficientes; y asimismo tiene el deber de procurar que los que ya han llegado al uso de la razón y están suficientemente dispuestos, cuanto antes sean alimentados con este divino manjar" (CIC 854 § 2. 3. 4. 5)
(96) Cf. C. de Trent., ses. XXI c. l. 2. 3:D 930 931 932 934 935 936.
(97) Estos herejes fueron, entre otros, los secuaces de Juan Wiclef, Juan Huss y Jerónimo de Praga, en el siglo xv; los ca - lixtinos, o seauidores de Jorge Calixto, y otros luteranos y calvinistas del siglo xvi.
(98) "Sólo los sacerdotes tienen la potestad de ofrecer el sacrificio de la misa".
"Sólo el sacerdote es ministro ordinario de la sagrada comunión" (CIC 802 y 845).
(99) "Ahora bien, en la recepción sacramental fue siempre costumbre de la Iglesia d" Dios que los laicos tomen la comunión de manos de los sacerdotes y que los sacerdotes celebrantes se comulguen a sí mismos".
"Si alguno dijere que no es lícito al sacerdote celebrante comulgarse a sí mismo, sea anatema" (C. de Trent. ses. XIII c. 8 y cn. 10: D 881 y 892).
(100) "Se ha de procurar que el cáliz con la patena y, antes de lavarlos, los purificadores, las palias y los corporales que han sido usados en el sacrificio de la misa, no los toquen fuera de los clérigos o de aquellos que tienen el cargo de custodiarlos".
"Los purificadores, palias y corporales que han servido en el sacrificio de la misa, no 'se les entregarán para lavarlos a los legos, aunque sean religiosos, si antes no los ha lavado un clérigo de órdenes mayores" (CIC 1306).
(101) Otro de los dogmas que negaban abiertamente los protestantes era el que la santa misa pudiese constituir por sí misma un verdadero sacrificio. Considerándola como un símbolo o recuerdo del hecho de la cruz, no podía llevar consigo la mise ningún poder sacrificial. Cristo no se inmolaba de nuevo, y ds este modo la misa no tenía razón alguna de sacrificio, come el del Calvario, antes bien, según Lutero y sus secuaces, el sacrificio de la cruz padecía y sufría menoscabo con sólo compararlo con el sacrificio del altar.
De aquí que la misa, según ellos, no fuera tampoco sacrificio propiciatorio por los vivos y por los difuntos, ni había de decirse en honor de los santos; y asimismo condenaba las misas privadas, en que sólo el sacerdote comulga, ya que toda la razón de la misa la ponían más en la mera recepción de la Eucaristía que en el acto sacrificial en sí.
Ante estos errores, el concilio de Trento declaró la verdadera doctrina católica durante toda la sesión XXII del mismo, en que trata directamente del sacrificio de la misa.
Como resumen de la concepción tridentina, véase este pasaje en el el: Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos la eterna redención; como, sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la muerte (He 7,24), en la última Cena, la noche que era entrenado, para deiar a su esposa amarla, la Ialesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres, por el que se representara aquel suyo sangriento, que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera a través de los siglos (), y su eficacia saludable se aplicara para remisión de los pecados que diariamente cometemos, declarándose a sí mismo constituido para siempre sacerdote según el orden de Melquisedec () ), ofrecía a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino, y bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, para que los tomaran, a sus apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio les mandó con estas palabras: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19 Lc 1), que los ofrecieran. Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia (D 938).
(102) Mató sus víctimas, y mezcló su vino y aderezó su mesa (Pr 9,2).
Les contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, no tendrá ya más hambre, y el que cree en mi, jamás tendrá ya sed.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día (Jn 6,35 Jn 51-54).
El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1Co 10,16-17).
(103) Hablad a toda la asamblea de Israel y decidle: el día 10 de este mes tome cada uno, según las casas paternas, una res menor por cada casa.
La res será sin defecto... Lo reservaréis hasta el día 14 de este mes, y todo Israel lo inmolará entre dos luces ().
(104) Cf. C. Trid., ses. XXII, cn. 2 y 3: D 949-950.
(105) "Y, si bien es cierto que la Iglesia a veces acostumbra a celebrar algunas misas en hcnoi y memoria de los santos, sin embargo, no enseña que a ellos se ofrezca el sacrificio, sino a Dios, que los ha coronado. De ahí que tampoco el sacerdote suele decir: Te ofrezco a ti el sacrificio, Pedro y Pablo" (SAN AGUSTÍN, Contra Faustum,20,21: ML 42,384), sino que, dando gracias a Dios por las victorias de ellos, implora su patrocinio, para que aquellos se dignen interceder por nosotros en el cielo cuya memoria veneramos en la tierra" (C. Trid., ses. XXIII c. 3; D 941).
(106) Y Melquisedec, rey de Salém, sacando pan y vino, como era sacerdote de Dios Altísimo, bendijo a Abraham, diciendo... (Gn 14,18).
Y este cambio de ley es aún evidente en el supuesto de que, a semejanza de Melquisedec, se levanta otro sacerdote, instituido
no en virtud del precepto de una ley carnal, sino de un poder de vida indestructible, pues de él se da este testimonio: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (He 7,15-17).
(107) Siguiendo la idea del Concilio de Trento, podemos resumir en estos apartados la doctrina sobre la relación que existe entre el sacrificio de la misa y el sacrificio de la cruz:
a) El sacrificio de la misa es representativo y conmemorativo del sacrificio de la cruz. -Verdad es esta largamente declarada por el Concilio de Trento, en el capítulo citado de la ses. XXII, y que Su Santidad el papa León XIII resume de esta manera: "El sacrificio de la misa es, no una vana y vacía conmemoración de la muerte del mismo Cristo, sino una verdadera y admirable, aunque mística e incruenta renovación de ella" (enc. Mirae Caritatis).
Y Pío XI: "Conviene que recordemos siempre que toda la virtud de la expiación depende del único sacrificio cruento de Cristo, que de manera incruenta se renueva cada día en nuestros altares" (ene. Miserentissimus Redemptor).
b) El sacrificio de la misa es uno y el mismo con el sacrificio de la cruz; sin embargo, se diferencia de él según la diversa manera de ofrecerle. - "Una y la misma, dice el Tridentino, es la víctima, uno mismo el que ahora se ofrece por ministerio de los sacerdotes y se ofreció entonces en la cruz; sólo es distinto el modo de ofrecer" (C. Trid., ses. XII, c. 2: D 940).
Idea que repite y explica Su Santidad Pío XII cuando dice: "Idéntico, pues, es el sacerdote, Jesucristo, cuya sagrada Persona está representada por el ministro.
Igualmente idéntica es la víctima; es decir, el mismo divino Redentor, según su humana naturaleza y en la realidad de su cuerpo y sangre.
Es diferente, sin embargo, el modo como Cristo es ofrecido. Pues en la cruz se ofreció a sí mismo y sus dolores a Dios; y la inmolación de la víctima fue llevada a cabo por medio de su muerte cruenta, sufrida violentamente. Sobre el altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su humana naturaleza, la muerte no tiene ya dominio sobre Él (Rm 6,9) ; y, por tanto, no es posible la efusión de la sangre. Mas la divina sabiduría ha encontrado un medio admirable de hacer patente con signos exteriores, que son símbolos de muerte, el sacrificio de nuestro Redentor" (ene. Mediator Dei).
c) El sacrificio de la misa se distingue accidentalmente del sacrificio de la cruz. -Esta diversidad accidental entre ambos sacrificios proviene: 1. °, de parte de la víctima, la cual, aunque sea numéricamente la misma en uno y otro sacrificio, sin embargo, en la cruz la víctima era Cristo pasible y mortal, mientras que en la Eucaristía Cristo se ofrece inmortal e impasible; 1?, de parte del oferente, ya que en la cruz Cristo se ofreció a sí mismo al Padre de modo visible, mientras en la misa se ofrece de modo invisible por ministerio de los sacerdotes (cf. AKAS - TRUEY, Tratado de la Santísima Eucaristía: BAC, p. 364ss. ).
(108) Conocidos son los efectos del sacrificio de la misa, que ya resume el C. de Tiento en el cn. 3, de la ses. XXII citada anteriormente (cf. nota 104). De aquí que el sacrificio del altar no sea solamente latréutico, o de adoración, y eucarístico, o de acción de gracias, sino también propiciatorio e impetratorio.
"El sacrificio en cuanto propiciatorio lleva consigo tanto la propiciación, que aplaca la ira divina y, perdonando el pecado, restituye el hombre a la amistad de Dios, como la satisfacción, que remite las penas, las cuales, desaparecido el reato de la culpa y de la pena eterna, han de ser expiadas o por satisfacción en el purgatorio o por obras penales y satisfacciones en esta vida. Por eso el sacrificio de la misa, atendiendo a este efecto, se dice frecuentemente satisfactorio, aunque el C. de Trento, bajo el nombre de propiciatorio comprenda ambos efectos (ALAS - TRUEY, Tratado de la Santísima Eucaristía, p. 363).
(109) Secreta de la misa de la dominica IX después de Pentecostés.
(110) C. de Trent: D 950 983 940.
"Puede aplicarse la misa por cualesquiera, tanto por los vivos como por los difuntos que están expiando sus pecados en el fuego del purgatorio... " (CIC 809).
(111) Con esta idea del sacrificio y de la misa pone fin el Catecismo Romano a su clara exposición de la Eucaristía. De cuánta importancia sea este sacramento para la vida cristiana, es cosa a todas luces conocida. La Eucaristía viene a ser como el resumen de la gracia y de los sacramentos, ya que si en los otros se nos da esa gracia, en éste se nos da al mismo Autor de toda ella.
Por eso debe atraer toda la atención del cristiano el conocimiento y gusto de ese soberano medio de justificación, que nos dejó el mismo Cristo. Más todavía hoy, en que, por las disposiciones de los Romanos Pontífices, se ha hecho tan frecuente el uso de este sacramento; conviene que sepamos aprovecharnos bien, para no dejar frustrados los inmensos beneficios que nos promete.
Mucho aprovechará tener ante nuestros ojos las circunstancias que rodearon aquella institución divina. Jesús se quería marchar, pero no quería separarse de nosotros, ya que, como dijo tantas veces: mis delicias han llegado a ser el estar con los hijos de los hombres. Y para no dejarnos solos se ha quedado con nosotros en el altar. Aquí Jesús:
a) Es alimento de nuestra alma. - Porque yo he venido pura que tengan la vida. Y para darnos vida nos da su propio cuerpo y su propia sangre. Nunca se ha conocido un dios como el de los cristianos, que se haya dado en manjar a sus propios hijos. Es un regalo y, a la vez, una invitación apremiante. En verdad, en verdad os digo, si no comiereis la carne del Hijo del hombre u no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,53).
Sería de lamentar que quedaran vanos tantos esfuerzos del amor divino. A veces pasamos hambre y no acabamos de buscar un poco de alimento. A veces, hemos dado con el pan y con el vino, y, en vez de quedarnos satisfechos, nos vamos todavía con hambre. No comulgamos o no comulgamos bicn. Porque, si no, ¿cómo puede ser que salgamos necesitados de la casa del Padre, de donde procede toda hartura? Llevados a veces de raquitismos y otros intereses humanos, nos acercamos al altar sin interés ni preparación. Padecemos anemia de espíritu porque nuestras pasiones nos ahogan todo apetito, y no podemos gustar del alimento.
Y, sin embargo, Jesús se quedó en el sagrario:
Para que tuviéramos Vida...
Para que no conociéramos la enfermedad y la muerte...
Para que nos fortaleciera en los períodos de anemia y de convalecencia.
Si produce estos efectos en nosotros la comunión, podemos estar gozosos, pues habremos llegado a gustar del alimento que nos da la vida.
b) Es nuestro Amigo. -Y nadie como Él nos conoce. Conoce las necesidades del corazón humano, las horas del dolor, de la pena y del desengaño. Y para darnos un poco de consuelo se quedó con nosotros. Lo triste es que los hombres no hemos llegado todavía a conocer su amor: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y no ha recibido de ellos más que ingratitudes y menosprecios".
La amistad es "no de los más dulces consuelos que nos ha dejado Dios a los hombres. Pero la amistad es recíproca. Exige entrega de uno a otro. Es necesario darse. Y como Jesús se nos da, nosotros hemos de darle también nuestra confianza. Cuando hemos llegado a la entrega completa, ya no existe lo
tuyo y lo mío, no podemos quedarnos con nuestras propias cosas, porque ya todo entre nosotros es unidad. Y como El se da, así nosotros se lo debemos de dar todo.
A veces, buscando por las criaturas, quisiéramos encontrar en ellas un poco de consuelo, de que andamos necesitados. Y no logramos más que dividir nuestro corazón. Sin embargo, el AMIGO es siempre UNO.
Todos los que trabajáis o sufrís... Todos los que os sentís abrumados... : Venid a mí y yo os aliviaré. Porque yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos.
Cristo amigo es el ÚNICO y el de siempre; el de todas las horas, el de todas las situaciones de nuestra alma.
El ÚNICO que siempre nos atiende y nos remedia.
EL ÚNICO que no sabe de egoísmos y siempre espera.
¡Qué pena! Andar constantemente a la caza de corazones humanos donde volcarnos, mientras nos olvidamos de nuestro único Amigo.
c) Es Amor. - El amor es el compendio de la amistad. Y Jesús, que nos había amado hasta el fin, nos sigue amando con la misma predilección. De este modo, cuando nos acercamos a comulgar, con verdadera caridad, ese amor se nos pasa a nosotros, y empezamos a gozar de la misma realidad divina, ya que en la Eucaristía, con el Hijo, están el Padre y el Espíritu de Amor. Las tres Personas divinas viven su existencia amando, y, al recibirlas nosotros en la Eucaristía, nos hacemos partícipes de esa misma vida de amor.
Cuando nos acerquemos a Él, hemos de darle gracias porque nos ha amado tanto y, como Moisés, hemos de dejar a un lado nuestras 'sandalias y nuestro bordón de peregrinos, para descansar confiados en su caridad.
Y así como el cristianismo es caridad, el cristianismo es también Eucaristía, donde nos encontramos todos unidos y hermanados. Por eso el que comulga, a la vez de amar a Dios, no puede menos de amar a los hombres. La caridad de Cristo nos urge. Amaremos en cuanto sepamos unirnos a Él. Y esa Eucaristía o unión será para nosotros la prenda más segura del amor a nuestros hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario