miércoles, 25 de febrero de 2015

Hora Santa Para las Almas Atribuladas





R.P. Mateo Crawley-Boevey SS.CC
(1875-1960)




Observación preliminar


Imaginamos por lo corriente que la mayor parte de las cruces son principalmente una expiación de nuestros pecados, y que tienen por objeto casi exclusivo cancelar la deuda contraída con un Dios ofendido. Ello es ciertamente así; pero además hay otro concepto con frecuencia omitido, no menos verdadero y de inmenso consuelo. Es saber: que los sufrimientos son la prenda más segura y estimable del amor que Jesús profesa a sus amigos; que las amarguras son un verdadero don de lo alto, una prueba irrecusable de la ternura y de la misericordia exquisita del Corazón de Jesús... Por esto prodiga a su Madre Inmaculada, la Reina de los mártires, las torturas y las penas, y de ahí también que el mayor y más rico tesoro de las almas predestinadas sea siempre el del dolor... 

Sufrir, en consecuencia, no es siempre padecer el latigazo vengador de un Dios justiciero sino a menudo, y con suma frecuencia, el testimonio mayor de caridad y la prueba de excepcional predilección del Salvador hacia un alma generosa, ferviente en el amor. 

(Pongámonos ahora en presencia del Señor Crucificado... Su Calvario está ahí, en ese altar... Adoremos sus llagas divinas, su sangre preciosa y los dolores de su Sagrado Corazón...). 




Jesús. Venid a Mí todos los que sufrís, los que gemís agobiados bajo la pesadumbre de la Cruz... ¡Oh, mucho antes que sucumbáis abrumados bajo la carga..., venid! ¡Apresuraos..., aceptad los brazos que os ofrezco, pues quiero ser para vosotros, los afligidos, el Cireneo del amor!... ¡Venid!... 

No demoréis... ¡Anhelo tanto sosteneros en la Vía Dolorosa, consolaros, aligerar el peso de vuestras cruces y endulzarlas!... Os aguardo ya..., ¡venid!... ¡Ah!, pero deseo, ante todo, enseñaros, hijitos míos, la ciencia de las ciencias: la de saber sufrir con paz divina, sufriendo en compañía mía y por mi amor... Recordad, hijos de mi Divino Corazón, que siglos antes que vosotros, Yo he saboreado toda la crueldad de vuestras penas...; las conozco todas, no sólo como Dios que soy...; las conozco todas por amarguísima experiencia, porque soy Jesús, el Hijo del Hombre, que quiso saborear hasta las heces este cáliz... Y desde entonces, vosotros sufrís para reparar mis voluntarios sufrimientos..., sufrís para divinizar vuestra vida... No temáis, pues, a este Salvador Crucificado cuando se acerca a vosotros deseoso de imprimir en sus hijos los estigmas de su gloria... Como nunca, entonces, cuando ostentáis mis llagas, sois de veras los predestinados de mi amante Corazón... No me temáis..., ¡oh, venid!... Comprendo, sí, que la naturaleza miserable se rebele...; que no acepte sonriente esta gloria de sangre, la sublime gloria del Calvario... Si Yo consultara vuestra naturaleza, ésta pediría gozar de menos gloria en el Cielo y de más holganza y bienestar aquí en la tierra... No razonéis así vosotros, hijos del alma, y dejadme obrar, en favor vuestro, con entera libertad, ya que soy la Sabiduría y la Misericordia infinitas... ¡soy Jesús!... Consentid que labre vuestra dicha, no por cierto según el criterio humano, ni según vuestros caprichos, sino a la manera de un Dios que por amor y en una Cruz se convirtió en Salvador y amigo vuestro... Venid sin recelos ni temores, y que la vista de mis propias llagas, que me hablan de las vuestras, que me piden misericordia, os acerque a vuestro Dios Crucificado... ¿Qué aguardáis?... Venid, pues vuestras almas están embebidas como una esponja en la amargura de tantos llantos acerbísimos... ¡Ah!, para endulzarlos, os será preciso arrojaros en el torrente de mis lágrimas... Sabed que el secreto de sufrir con valentía, con paz y con mérito, está en saber padecer entre mis brazos, en saber verter todas las lágrimas en el cáliz de mi dolorido Corazón... He aquí, os lo ofrezco Yo mismo ese cáliz precioso, consoladores amados... Resolveos, pues, a acudir pronto a Mí: el único y el gran Consolador soy Yo, que os llamo. ¡Venid! 




(Y ahora pidamos la gracia inestimable de comprender las graves y consoladoras enseñanzas de esta Hora Santa, diciendo cinco veces con todo fervor y en honor de las cinco llagas, esta jaculatoria). 




(Todos, cinco veces) 




¡Corazón Agonizante de Jesús, ten piedad de nosotros! 




Cinco grandes dolores crucifican, como otros tantos clavos, a la inmensa mayoría de los hombres... Cinco hierros inclementes, insoportables para el mundo, no así por cierto para el cristiano convencido, y menos aún para el apóstol... Y así como en la tarde del Viernes Santo, después del Descendimiento, la Inmaculada, San Juan y Magdalena, recogieron de manos de Nicodemus y besaron, con deliquios de amor, los clavos y la lanza, tintos en la sangre de Jesús; consideremos con esa misma fe, estos otros hierros, instrumentos providenciales de nuestra tortura y de nuestra gloria... No dudemos que la meditación cristiana de nuestros sufrimientos nos acercará mucho a Jesús Crucificado, nos arraigará en su Corazón. 




Primer dolor 

Sufrir el desconocimiento y la injusticia de las creaturas 


Las almas. Es mucha gloria, Rey Divino del Calvario, que nos encontremos siempre contigo en la misma calle de amarguras... Y esto, porque nuestras lágrimas no son sino unas cuantas gotas rebasadas del océano de penas que llevas dentro de tu pecho sacrosanto... De ahí, Señor, que no habiendo sido comprendido Tú, que no siéndolo todavía, después de siglos, permitas con sabiduría que las creaturas a su vez no nos comprendan a nosotros... Gracias, ¡oh! gracias, por la amargura saludable que padecen los pequeños y los poderosos, los ricos y los pobres, los mundanos y los santos, al sentirse fustigados por el látigo de fuego, que es el juicio injusto de los hombres... látigo cruel sobremanera cuando viene de la mano de aquellos que hubieran debido hacernos justicia y brindarnos amor... ¡Oh!, ten piedad, dulcísimo Jesús, de los desdeñados..., de los heridos por la desconfianza..., de los desalentados por la crítica acerba..., de los condenados por ligereza o por maldad... Haz con ellos todos obra de ternura y de piedad, Señor, porque el mundo es tanto más cruel con sus innumerables víctimas, cuanto más culpable él mismo... 

Apresúrate, Maestro, el único de veras Bueno, apresúrate a socorrerlos con el bálsamo secreto de tus ternuras... No tardes, Jesús, en acudir en socorro de esos heridos del alma, tal vez culpables, mucho más por fragilidad que por malicia..., almas débiles, vacilantes, enfermizas... Señor Jesús, ¡cómo quejarnos que las creaturas nos juzguen con severidad, cuando ante dicho tribunal te encontramos también a Ti!... No sólo hace siglos, ¡oh, no!..., todavía y todos los días, a cada instante, tus creaturas te interrogan con altanería sobre tus leyes y derechos... y, lo que es más triste, ¡ellas..., te condenan sin apelación!... Venimos por esto a aprender de Ti, Jesús, una lección de humildad, lección divina que nos aliente en esta Hora Santa, que fortifique nuestro valor abatido, que nos enseñe con tu palabra, y sobre todo con tu ejemplo, aquel espíritu de fe, propio de los que se llaman hijos tuyos... Háblales, pues, Maestro muy amado.




(Pausa) 




Jesús. ¿Habéis olvidado, hijitos míos, que vosotros los discípulos, no sois más que Yo, vuestro Maestro?... Si pues el mundo injusto me desconoce a Mí, su Luz y Salvador, qué de extraño que haga otro tanto con vosotros?... ¡Qué! ¿No veis con qué tesón las tinieblas pretenden descartarme con una victoria insolente?... 

Me condenaron en el Pretorio y sufro todavía las consecuencias de dicha sentencia tenebrosa... ¡Ah, y si no fuera sino el ataque de los que abiertamente profesan la maldad!..., ¿qué decís del desdén, de la persecución oculta y crudelísima de aquellos que se precian de honrados, de aquellos a quienes se aprecia como buenos, que se admira como virtuosos, sabios y prudentes?... No lo olvidéis: mi Evangelio y mi Corazón son el blanco de sus ataques, hábiles y arteros... ¿Y seréis vosotros, por ventura, más justos, más santos y fuertes que Yo?... Mi pueblo no ha cambiado; fue ayer, y sigue siendo hoy día, refractario a mi predicación..., rechaza mi doctrina y desdeña las invitaciones amorosas de mi Corazón... 

¡Qué bien os sienta, ya veis, a vosotros, ofendidos por el desconocimiento de las creaturas, el meditar ante mi altar, el desconocimiento con que ellas ultrajan a su Dios y Señor, mal comprendido de los suyos..., desconocido con frecuencia de sus preferidos..., y aun de sus apóstoles!... Esa fue la triste realidad de ayer y sigue siendo la penosa realidad de hoy día... Ved, si no: ¿quiénes se interesan de veras en acercarse a Mí..., en estudiar hipócritamente mi Persona adorable?... ¿Quiénes se afanan en hablar de Mí?... ¡Ay! cabalmente aquellos que niegan mi doctrina..., aquellos que, a ciencia cierta, quieren censurar mi Iglesia Santa..., aquellos enemigos que tienen verdadero empeño en cavar mi tumba para sepultarme en el eterno olvido de los hijos que rescaté con mi sangre... 




Esos son, con frecuencia, los que más se afanan, como los sanedristas, en escudriñar de mala fe mi Evangelio y mi Ley... Pero si así soy tratado, Yo, la leña verde, ¿qué no hará el mundo con vosotros, la leña seca, dispuesta ya para ser pasto de las llamas?... ¿Por qué extrañaros tanto que si los hombres desprecian y desconocen al Sol increado de Justicia y de Verdad, que soy Yo, desconozcan y desdeñen también el chispazo pobre de luz, que sois vosotros?... Por esto, hijitos, pensad en reparar, ante todo, el gran pecado actual, el desconocimiento de vuestro Dios y Señor..., y Yo, que soy tan suave y compasivo, sabré reparar oportunamente, la injusticia cometida con vosotros... Y qué, ¿no me habéis desconocido vosotros a Mí?

Reparad, ¡oh!, reparad, consoladores míos, ese vuestro propio pecado... Puesto que venías a confiarme las injusticias que los hombres han cometido con vosotros, dejadme recordaros las injusticias que, más de una vez, habéis cometido contra Mí, vuestro Rey y Señor... Animados, pues, de verdaderos sentimientos de humildad, de arrepentimiento y de gran confianza, acercaos en esta Hora Santa a mi Sagrado Corazón... Venid a Mí todos los que sufrís del desconocimiento de las creaturas, venid..., que Yo soy el gran Desconocido de la tierra... 




(Con el alma profundamente conmovida meditemos estas palabras tan amargas, aunque muy verdaderas por desgracia..., y humillémonos..., y reparemos, acudiendo con la más absoluta confianza al Corazón de Jesús...). 




Las almas. ¡Cuánta confusión y remordimiento, sentimos, Señor, al comprender ahora la insensatez de haber venido a quejaros de la injusticia de las creaturas ante Aquel que se llama y es el gran desconocido, el Dios flagelado por nuestra propia injusticia, ofendido y humillado por nuestro propio desconocimiento! ¡Ah! Jesús, bien merecidos tenemos nosotros ése y muchos otros castigos; pero Tú, Señor, ¿por qué has de estar perpetuamente atado a la columna del olvido y de la vergüenza?... 

¿Por qué, Tú?... ¡Piedad, Jesús!... ¡Gracias, Señor, porque presentado a tu Padre irritado, tu Faz adorable, cubierta de lodo, y tu Corazón Divino, sangriento y atravesado, con ello detuviste, Salvador bendito, el rayo de su cólera!... Escucha una plegaria amorosa y dolorida, ¡oh Jesús!: Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero a causa de esta amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus Confesores...: la gracia de conocerte, ¡oh Jesús! 




(Todos) 

La gracia de conocerte, Jesús. 




Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el desconocimiento que nos apena y nos hiere, pero, a causa de esta amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus mártires: la gracia de conocerte, Jesús. 




La gracia de conocerte, Jesús. 




Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero, a causa de esta amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus esposas vírgenes; la gracia de conocerte, Jesús. 




La gracia de conocerte, Jesús. 




Dios de caridad infinita, Rey desconocido, te bendecimos en el desconocimiento que nos apena y nos hiere; pero, a causa de esta amargura, otórganos una gloria mayor que la de tus apóstoles: la gracia de conocerte, Jesús. 




La gracia de conocerte, Jesús. 




Ángeles y Arcángeles del Señor, prestadnos vuestra inmaculada pureza, a fin de poder conocer con luz de inocencia a Jesús, a fin de hacerle reconocer dondequiera como el Rey del amor adorable. Principados, Tronos y Potestades, prestadnos vuestra luz celestial para conocer íntimamente a Jesús, a fin de hacerle reconocer dondequiera como el Rey del amor. Virtudes y Dominaciones, comunicadnos una centella de vuestra sublime inteligencia para conocer claramente a Jesús, a fin de hacerle reconocer dondequiera como el Rey del amor adorable. Querubines y Serafines, ¡oh!, encendednos en las llamas de vuestra caridad para amar con amor ardoroso a Jesús, todo amor, a fin de hacerle reconocer dondequiera como el Rey del amor adorable. 




(Aquí un cántico al Sagrado Corazón, víctima de amor).




(Pausa)




Segundo dolor 

Tribulaciones del corazón... desamor e ingratitud de parte de las creaturas 


Las almas. Divino Maestro, sufrimos de una herida cruel y mortal..., herida del corazón: sentimos nostalgia de amor..., y no somos amados. ¡Con cuánta sabiduría permites, Jesús, que las creaturas no quieran o no sepan amarnos..., y que, a las veces, rehusándonos su corazón, lo ofrezcan a quienes menos lo merecían o lo esperaban!... Ello es cruel, pero desarraiga de la tierra... ¡Ah, entonces sufre el corazón toda la intensidad del mal de soledad! Y, entonces también sentimos despertar en nosotros una sed inmensa de un amor más fiel, más fuerte y más puro...: el tuyo Señor... Esa tortura, más que tortura, es misericordia y es gracia...

¡Quién como Tú conoce, Señor, la angustia del alma que no ha encontrado sino frialdad y silencio en el corazón de los suyos!... Pero esta congoja íntima parece inseparable de otra, no menos cruel: los lazos más fuertes, lazos de familia, estallan, se quiebran... La causa secreta de este dolor, o su fruto legítimo y envenenado, es siempre... la ingratitud... ¡Qué hambre insaciable de amor se despierta, en esos momentos de angustia, en nosotros, y cómo se ahonda el abismo del corazón, ansioso de amar más, siempre más en la desesperación de su dolor!...

Que, si en esa hora de mortal desolación, cedemos a la tentación de acudir en demanda de afecto, de consuelo a las creaturas, a aquellas mismas que hemos tal vez colmado de favores, recibiremos con frecuencia un escorpión en vez del pan que pedíamos...: esto es, un rechazo, tanto más penoso cuanto más cortés en la forma... En medio de tanto desamparo, tornamos los ojos, ansiando encontrar una mirada compasiva, de afectuoso interés..., pero, ¡ay!, alrededor nuestro se ha hecho el desierto de alma y de silencio... Y pensar, Señor Jesús, que con suma frecuencia en esta tristísima historia, como en la del Jueves Santo, la razón secreta de estas desventuras, de tantos desengaños en la vida, es casi siempre el interés mezquino y la vil moneda…

En castigo de nuestro apego a los sórdidos tesoros y a los mentidos placeres... Tú has ordenado, Jesús, o Tú permites que el oro y el placer mundanos tengan el triste privilegio de envilecer el corazón, de atosigar sus más nobles sentimientos... Mira ahora a tus plantas, Jesús adorable, mira compasivo a estos amigos tuyos que han sufrido y sufren todavía de esa hambre de amor..., te traen un corazón herido, tal vez un alma en jirones... ¡Ah!, y Tú sabes que la caravana de los que sufren este mal mortal de desamor es muy grande... ¡Ten piedad de todos ellos, Corazón de Jesús!... ¡Ten piedad también de nosotros, Jesús Crucificado!




(Pausa) 




Estas graves reflexiones entrañan una enseñanza cristiana de primera fuerza y de suma trascendencia. Cada decepción de la tierra, como cada lágrima, debiera ser para nosotros un toque de gracia, un eco de la voz de Jesús, el único Amigo fidelísimo, el único... Este Amigo divino jamás engaña, jamás... Oigamos, pues, con entera docilidad su voz..., escuchadla..., os habla desde el Sagrario en esta Hora

Jesús: ¡Ay, a quién venís a confiar la pena que provoca en vosotros la falta de amor!... Bien sabéis que si hay alguno en la tierra que llore esta amargura, soy Yo, Jesús... Contemplad, si no, a este gran Herido...; poned los ojos en mi Corazón atravesado... Pero, sabedlo desde luego, si las creaturas no os aman como debieran, ello se debe, sobre todo, a que son ingratas, antes que con vosotros, conmigo, el Dios de caridad... ¡Qué experiencia tengo Yo, amigos del alma; qué experiencia amarguísima de la pena que venís a llorar sobre mi pecho!... Hijitos queridos, vuestro dolor lo comparto, y nadie, nadie más que yo, toma parte íntima y sincera en esa vuestra angustia crudelísima, no lo dudéis... Pero ya que así me habláis, dejadme instruiros con luz de cielo en materia tan importante y delicada... Que mis palabras, partiendo de mi Corazón herido, reconforten e iluminen los vuestros apenados…

Decidme: al quejaros con tanta amargura de la ingratitud de las creaturas, ¿no sentís el remordimiento de haberlo sido vosotros conmigo..., y tal vez con más responsabilidad?... ¡Os quejáis a Mí de que se os olvida!...; ¡pobrecitos!... Pero..., y vosotros ¿no me habéis olvidado también, y con frecuencia, por las creaturas?... 

Me afirmáis que éstas os arrebatan injustamente el cariño que decís os deben... No lo apruebo, hijitos; pero... ¿no me habéis robado también vosotros vuestro afecto?... 

Y, más aún, ¿no recordáis que a veces habéis arrebatado en favor vuestro el cariño que esas mismas creaturas me decían... ¡Ya veis el principal porqué de tantas de esas penas!... Y ahora oídme: no penséis que el remedio al mal de desamor consista en que Yo os devuelva todo el cariño que reclamáis de las creaturas... ¡Oh!, no, ello os haría mayor daño... 

El remedio es otro: consiste en buscar ese amor no en las creaturas, sino en el Creador... Por esto os digo a todos: ¡Venid a Mí todos los que sentís un hambre devoradora de afecto; acudid a Mí, pues las creaturas no podrán jamás hartaros!... 

Venid y apresuraos, porque esperaríais en vano si creyerais que las creaturas abundan en nobleza de corazón... Acudid a mi Costado abierto, fuente inagotable del amor verdadero...; pero en retorno de mi Corazón adorable, dadme, ¡oh!, dadme los vuestros. Puesto que sufrís al no ser amados, ¡venid y gustad un amor sobre todo amor...; el mío!... 

Y porque este es divino, inmenso, así también, inmenso y profundo es mi dolor cuando vosotros, hijitos, me rehusáis el don de amor que os rehúsan los hombres, vuestros hermanos... ¡Ah, si supiérais qué sed devoradora tengo de ser inmensamente amado! 




(Pausa) 




Y ahora, acentuemos una idea que puede parecer extraña aun a los mismos cristianos, y es que: el único que tiene un derecho pleno y absoluto a ser amado, el único, es Nuestro Señor... ¡Dichosa frialdad la de las creaturas, si con ellas nos desapegamos de la tierra y si con ella compensamos también y reparamos la ingratitud y el desamor con que tantos ofendemos al Maestro adorable! 




(Un momento de silencio) 




Las almas. ¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor!... porque eres Jesús, ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud... Pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que padecen por faltarles el retorno de amor de los hermanos: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor! (Todos) 




Dales Tú, en consuelo, más amor. 




¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud!...; pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que padecen la herida de una afección tronchada y que es sincera y honda: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor! 




Dales Tú, en consuelo, más amor. 




¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que han sufrido la deslealtad y la traición en la amistad: ¡oh, dales Tú, en consuelo más amor! 




Dales Tú, en consuelo, más amor. 




¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que padecen las funestas consecuencias, de un amor culpable: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor! 




Dales Tú, en consuelo, más amor.




¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que sufren en lo íntimo del alma el mal de tedio y soledad: ¡oh, dales Tú, en consuelo, más amor! 




Dales Tú, en consuelo, más amor. 




¡Corazón de Jesús, mortalmente herido y triste con nuestro desamor, ámanos más todavía a pesar de nuestra ingratitud...; pero ofrece tu Corazón en especial, Señor, a aquellos que, siendo buenos, leales, generosos, no encontraron en retorno la medida de amor que habían esperado: ¡oh, dales Tú en consuelo, más amor! 




Dales Tú, en consuelo, más amor. 




Y ahora, Maestro adorable, para santificar la decepción con que las creaturas nos amargan..., y para reparar el amor vulgar y mezquino con que se te ama a Ti, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor! 




Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor. 




Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos amargan.., y para reparar la tibieza de tantos cristianos ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor! Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor. Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos amargan..., y para reparar el culpable olvido de tantos, ¡aumenta, Corazón de Jesús,

Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor. 




Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos amargan..., y para reparar la falta de generosidad en tu servicio, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor! 




Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor. 




Para santificar, Maestro adorable, la decepción con que las creaturas nos amargan..., y para reparar la estéril y árida religiosidad superficial de tantos católicos, ¡aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor! 




Aumenta, Corazón de Jesús, nuestro amor.




(Si es posible, un cántico al Sagrado Corazón). 




(Pausa)




Tercer dolor 

Sufrimientos físicos y materiales 


Las almas. ¡Con qué gran sabiduría has dispuesto, Señor, que el cuerpo que nos diste para servicio tuyo, y que la tierra, con todos los demás bienes temporales, creados para nuestro bien moral y eterno, conspirasen en contra nuestra, Jesús, por haber conspirado con pecado de rebeldía contra Ti, nuestro Bienhechor divino!... 

“Peccavimus”... ¡Hemos pecado abusando de esos bienes, Señor!... “Miserere”... 




¡Tennos piedad!... ¡Ah, sí!, tennos piedad, Jesús, en tantos y tantos sufrimientos temporales y materiales que no son sino el fruto amargo de nuestro propio delito... Retorna, Maestro de misericordia, por los mismos caminos que hace siglos recorriste...; retorna presto, Jesús; vuelve a recorrer nuestros caminos polvorientos, donde aguardan, postrados, que Tú pases bendiciendo nuestros queridos enfermos... Bien sabes Jesús, que los amamos en Ti y para Ti... Consérvalos todavía si fuere posible




(Todos) 




(Tres veces) 




¡Señor, si Tú quieres, puedes sanarlos! 

Retorna, Maestro, ¡oh!, vuelve a recorrer los caminos de la tierra, Amigo divino; llama con insistencia a la puerta de tantos hogares, donde reina una gran desolación..., la desesperanza y el desconcierto... Y si la familia no te respondiera, si no te abriera sus puertas, no aguardes, Jesús..., esa casa es tuya: entra, ¡oh!, entra en ella... El silencio con que ahí se te responde, te prueba ya, Señor, que ahí hay una dolencia grave que sanar... ¡entra! Mira alrededor tuyo, desde el Tabernáculo... ¡Qué hacinamiento de ruinas morales!...; ¡cuántos fracasos lamentables de mil proyectos humanos..., de tantos sueños dorados de bienestar temporal y de locas quimeras, forjadas y fomentadas por nuestra naturaleza egoísta y miserable!... 

Que no se cansen, Jesús, tus ojos; mira alrededor tuyo todavía...; contempla los escombros humeantes de tantos hogares deshechos, desmembrados; de tantas fortunas desaparecidas, esfumadas... ¡Ay! Y bajo el hacinamiento de tantas ruinas yacen amigos tuyos, heridos..., que lloran. Pon en ellos tus ojos de cielo; mira compasivo, Señor, y recompensa con un latido amoroso y tierno de tu Corazón dulcísimo a tantos que sólo ayer daban a manos llenas a tus pobres...; ¡ah, pero hoy, ellos acuden a Ti en su pobreza e imploran tu caridad, te ruegan que remedies un desastre material que amenaza sepultarlo todo!... 




(Todos) 




(Tres veces) 




¡Jesús, Hijo de María, ten piedad de esos desgraciados! 




Samaritano incomparable y único, bien sabemos tus hijos que todo cuanto permites y ordenas contribuye sabiamente a asegurarnos una felicidad eterna...: ¡todo!...Y cabalmente, porque así lo creemos, hemos querido esta tarde, inspirados por nuestra fe, y sin razonar, bendecirte en la cruz de nuestra desgracia... Sin penetrar en el secreto misterioso de tus designios; sin ver siempre claramente el porqué de tantos dolores, creemos que eres bueno y misericordioso cuando crucificas, y por esto nos abandonamos a tu amor... ¡Ah!, no pretendemos, por cierto, comprender el enigma de nuestra vida en sus vaivenes, Señor adorable, y mucho menos, ¡oh, no!, reclamar ni rebelarnos en contra de tus decretos soberanos aunque éstos, con frecuencia, estén en pugna con los intereses transitorios de nuestra salud, de nuestros negocios y proyectos... Venimos, pues, a protestarte con amor y fe, Jesús, que queremos vivir nuestra vida tal como Tú nos la tienes trazada...: ni más dichosa ni menos desgraciada de lo que Tú has resuelto eternamente que ella sea para gloria eterna, tuya y nuestra... Bástenos saber, como Tú mismo lo afirmaste, que no caerá un solo cabello de nuestra cabeza sin que Tú lo permitas. Cuando Tú, pues, así lo ordenes, sabemos de antemano que has procedido como Dios de amor... Y porque estamos plenamente convencidos que Tú eres, ¡oh, Jesús!, la Revelación de la Bondad del Padre y de la Misericordia infinita de Dios, descansamos ciega y amorosamente entre tus brazos y nos abandonamos sin reserva a tu Divino corazón




(Con vehemencia de amor) 




Señor: Tú que dominas las tempestades, óyenos benigno; te prometemos, Jesús, que en la enfermedad como en la salud, te diremos siempre con eterna sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 

Señor: Tú que riges las leyes morales, óyenos benigno; te prometemos que en la prosperidad y en la pobreza te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 

Señor: Tú que ordenas las leyes de la naturaleza, óyenos benigno; te prometemos que tanto en los éxitos, como en los fracasos de nuestros asuntos temporales, te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 

Señor: Tú que diriges las leyes que rigen a las sociedades, óyenos benigno; te prometemos que en la situación de honor o de humildad entre los hombres, te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 

Señor: Tú que imperas sobre las leyes de la vida y de la muerte, óyenos benigno; te prometemos que en el goce de la vida, como en la hora de la agonía, te diremos siempre con entera sumisión y por amor: ¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad!

¡Gracias, Jesús, y hágase tu santa voluntad! 




(Todos) 

Cuarto dolor 

Angustia del espíritu. Fugacidad y bancarrota de todo lo terreno y humano.

Las almas. Mejor que nosotros, Tú bien sabes, Buen Jesús, que ni la enfermedad ni las preocupaciones materiales de bienestar material y de dinero, son las preocupaciones más angustiosas de la vida, ¡ah, no! Hay otro torcedor: la angustia del espíritu... Esto es, la inquietud constante, provocada por la caducidad y el fracaso ineludible de todo lo de acá abajo... ¡Oh, qué penosa es la incertidumbre de un porvenir, siempre obscuro..., qué abrumadora aquella falta de reposo interior y de paz en el alma!... 

Sé Tú mismo nuestra paz, ¡oh Jesús!

(Tres veces) 

Sí, Tú mismo y sólo Tú, has de ser nuestra quietud y nuestra paz..., sólo Tú, 




Maestro adorable... Porque Tú jamás engañas... Porque Tú jamás cambias... Porque Tú jamás mueres… 

(Todos) 

¡Qué hielo mortal sufrimos sin Ti, Jesús! (Tres veces)

(Todos) 




¡Sé Tú nuestro calor de vida, buen Jesús! 




¡Ay! En vano pretendemos que las creaturas nos procuren una dicha, que ellas mismas no poseen, no... El secreto de felicidad lo tienes Tú, Jesús, y sólo Tú. Por esto te decimos, en nombre de la herida de tu Sagrado Corazón: ¡sé nuestra dicha, Jesús!

Sé nuestra dicha, Jesús. 

En nombre de tu corona de espinas, ¡sé nuestra gloria, Jesús! 

Sé nuestra dicha, Jesús. 

En nombre de tu amor de sangre en Getsemaní, ¡sé nuestro amor, oh Jesús! 

Sé nuestra dicha, Jesús. 


(Pausa)


Jesús. Sí, hijos muy amados de mi Divino Corazón, Yo quisiera ser vuestra paz... vuestro amor..., vuestra gloria..., vuestra única felicidad... Yo, vuestro Jesús!... ¡ah!, pero, a vuestra vez, sed vosotros también: gloria mía, dicha mía, y la jubilación de mi Corazón adorable. Acabáis de hablarme de las congojas que torturan vuestro espíritu y de las penas que amargan vuestras almas, en la desaparición y ruina de todos los bienes perecederos de la tierra... Pero no es esto, sobre todo, amigos queridos, lo que labra vuestra desgracia... ¡ah, no!... Es un cielo, todo un cielo, el que os hace falta..., el cielo de mi amor. Y entonces, cuando sufrís de ese mal, cuando Yo os falto, siento Yo, a mi vez, que a Mí me falta algo... el bien tan mío, que sois vosotros. Decís muy bien al afirmar que vuestras cruces materiales son pequeñas en comparación con las penas del espíritu... ¡Qué bien lo sé Yo mismo en la experiencia que me procuran vuestras infidelidades!... ¡Ah, cuánto más cruel es para Mí la angustia de Getsemaní, que no la desnudez de Belén y la pobreza de mi hogar en Nazaret!... Conozco, ¡oh, sí!, aquel abismo profundo y secreto en que se traban las luchas del espíritu cuando se desencadena la violenta tempestad moral... Pero cabalmente porque Yo lo sé todo, heme aquí, he venido para recoger la confidencia que sólo a Mí podéis hacer... Acercaos, pues, y desahogad el alma, contádmelo todo: zozobras crueles..., preocupaciones de familia..., las alternativas de vuestros intereses y negocios..., el porvenir incierto del hogar..., los temores y el sobresalto por una desgracia que parece amenazaros... 

He aquí mi Corazón, vaciad en él toda la hiel de amargura de los vuestros, toda... 

No temáis, decídmelo todo, pues soy Jesús, que os ama como nadie... 

(La Hora Santa debe ser la hora de verdadera y amorosa intimidad recíproca entre el Corazón de Jesús y nosotros sus amigos. Digámosle, pues, con toda confianza, en un lenguaje de silencio, todo lo que nos apena... Pedídle luz en la tormenta, paz y fuerza en la tribulación y amor en todo... ¡Habladle!...). 

(Silencio, pausa)




Jesús. Y ahora, hijitos míos, después de haber desahogado en Mí vuestros dolores, pensad también en los míos..., en mi Getsemaní, ya que sobre todo para ello es la Hora Santa... Vuestras penas preparan el espíritu para meditar, a la luz de una claridad divina, la infinita amargura con que los humanos sacian mi Divino Corazón... ¡Oh, que vuestras penas no os hagan olvidar las mías!... En vuestras tristezas, pues, e incertidumbres..., en las decepciones y en las sorpresas de dolor, poned los ojos y el alma en otra Cruz, la mía, pensad en aquel Dios de cuyo Getsemaní es este Tabernáculo... Y recordad, al sufrir, que vosotros no sois sino creaturas, y creaturas culpables que os habéis desviado del camino recto..., que padecéis por haber huido, a veces, lejos del redil..., por haber trocado desgraciadamente el cielo por los abrojos y los frutos envenenados de la tierra... Pensad y meditad que vuestra amargura no es sino la cosecha de la cizaña sembrada por el pecado... ¿Qué sería de vosotros si yo no endulzara, con misericordia, las lágrimas y dolores que vosotros mismos provocásteis?... ¿Qué sería vuestra vida si Yo no hubiera plantado, entre las espinas del pecado, mi Cruz divina, cuya , amorosa y tierna, perdona y rescata, alienta, fortifica y consuela?... Más que nunca, pues, amadme con ese vuestro corazón herido, amadme con la fuerza de vuestras propias angustias. Y puesto que habéis acudido a esta Hora Santa para considerar ante todo mis dolores, midiéndolos, en lo posible, por los vuestros..., venid ahora, venid y ved si todas vuestras agonías juntas pueden compararse con la de mi Divino Corazón, desconocido..., traicionado..., cruelmente herido... Más no olvidéis: vosotros sois las criaturas culpables..., y Yo soy vuestro Dios y Señor... Venid y ved, ponderad y medid, hijitos míos, si os es posible, según la medida de mis dolores, la medida de mi amor, que, olvidando sus propias angustias, se afana, se desvive, por suavizar y cicatrizar todas las heridas, todas... ¡Ah, todas no!... Mi amor deja siempre abierta la llaga de mi Costado..., ésta no cicatrizará jamás..., quedará siempre abierta para recibir a mis hijos y amigos dolientes... 




(Un instante de recogimiento y de plegaria en silencio. Puede entonarse entre tanto un cántico apropiado).




Quinto dolor

Fugacidad de la vida –todo pasa–, separaciones crueles, inevitables: la muerte.

¡Todo es deleznable y transitorio..., todo, menos Jesús!... Él, y sólo Él, es la eterna, la divina Realidad acá abajo. Todo lo demás, creaturas y bienes, sueños de grandeza y sensaciones de placer, oasis de alegría momentánea y relámpagos de gloria humana, todo, todo pasa y muere..., todo se desvanece y se derrumba con estrépito y con dolor al embate del tiempo, que vuela hacia la eternidad... Pero en medio de ese diluvio de lágrimas, al borde del abismo de tantas ruinas..., en los umbrales de aquella eternidad, cuyos fulgores alumbra el camino sombrío y tenebroso del tiempo, está el Maestro, el Salvador, el Rey-Amigo, está Jesús... 

Sí, Jesús, la única Realidad, la Realidad viviente e inmutable, que desde este Tabernáculo preside como Soberano los vaivenes de la vida..., los espasmos de la muerte... ¡Ah!... ¡la muerte!... Morir es el dolor de los dolores, la angustia más cruel y decisiva, la separación definitiva..., el dolor supremo... ¡Ah!, pero ¡cómo reconforta el espíritu poner los ojos en el Verbo de Dios, Jesús, y contemplarlo a Él, la vida, apresado por las garras de la muerte..., y ultimado... y muerto en un patíbulo!... Es esto, a la vez que una lección sublime, un sublime consuelo... 

Meditemos, al efecto, brevemente esta enseñanza en cuatro cuadros, hechos con las lágrimas y los duelos del Corazón de Jesús. 




Primer cuadro 

Un inmenso duelo cierne un día sus alas de tristeza sobre la casita encantadora de Nazaret: el justo José, aquel a quien ha llamado tantos años, con respeto y cariño, “padre”, yace moribundo... Su cuerpo, que desfallece ya en las supremas congojas, se reclina dulcemente entre los brazos de Jesús..., mientras la cabeza del padre adoptivo cae en supremo desmayo sobre su Corazón adorable... Al lado del moribundo, una Reina, la Esposa fiel entre todas. Esposa tierna y amante como ninguna, solloza con el corazón destrozado... No es Ella sola la que gime desolada... El Rey de amor..., Jesús, que recibió de ese Justo las amorosas caricias y el pan cotidiano, ganado con sus sudores..., sí, Jesús llora también amargamente, y Jesús es Dios... (Acentuado) 

¡Corazón misericordioso de Jesús, ten piedad de las viudas y de los huérfanos que lloran esta misma desventura!... 

(Breve pausa)


Segundo cuadro 

Jesús, pronto ya para iniciar su vida pública se despide del santuario de su infancia y adolescencia, su querido Nazaret...; despídese también de María Inmaculada..., y de aquella vida apacible, de retiro y silencio, transcurrida en la intimidad estrecha de su divina Madre... Bien sabe Jesús lo que le aguarda en el camino que está ya para emprender... ¿Quién como Él sabe apreciar el tesoro que deja en ese rincón pobrecito, en ese oasis, en el que ha vivido compartiendo durante treinta años la paz y las zozobras de María?... Pero el Padre celestial lo llama, y, sin más, helo en marcha... Por ese camino de amarguras han debido siempre partir también, como Jesús, los hijos del hogar, las avecillas del nido familiar... Con el alma en jirones, cuando llega la hora, uno tras otro, se alejarán del santuario en que dejan a los padres, que bendicen entre lágrimas a los hijos de su amor... Los acontecimientos inevitables de la vida..., o el cumplimiento austero de deberes de conciencia, con la expresión de la voluntad de lo alto, y aunque duela, es preciso someterse, romper lazos, y partir.

¡Corazón de Jesús de Nazaret, ten piedad de los padres y de los hijos que han debido saborear las heces de este cáliz! 




(Breve pausa) 


Tercer cuadro 

Jesús se despide el Jueves Santo de sus amigos íntimos de Betania...: deja para siempre ese hogar, en demanda voluntaria del Calvario... ¡Ah! Y aquellos amigos fidelísimos que lo querían tanto, tanto..., que le brindaron el hospedaje de un amor ardiente..., que llamaron a Jesús su Amigo íntimo, hubieron de recibir entonces de sus labios, en una postrera confidencia, la revelación de la tragedia que se realizaría al siguiente día... ¡Cómo se partieron esos corazones..., qué desolación mortal invadió esas almas generosas, cuando llegó la hora de la suprema despedida del Rey Amigo de Betania!... “¡Adiós! –les dijo–. ¡Hasta mañana en el Calvario!”. Este cuadro suele reproducirse en el adiós impuesto por las distintas vocaciones..., sobre todo por aquellas que marcan con relieve una vida de inmolación... Así deben un día despedirse y separarse los predestinados que en el claustro, y a veces en pleno mundo, deben rescatar a éste con la sangre de su alma... 

¡Corazón de Jesús, ten piedad de las familias y de los predestinados a quienes reclamas este sacrificio redentor!




(Breve pausa) 


Cuarto cuadro

La escena pasa en el Calvario... El Señor Crucificado va a dar su último adiós a la Reina de los Dolores, Reina de su adorable Corazón... La muerte se cierne ya sobre el Divino Ajusticiado... ha recibido licencia del Padre y del Hijo de acercarse cruel... para apagar el soplo de la vida en el cuerpo sacrosanto del Salvador..., en aquel cuerpo divino que María había calentado entre sus brazos de Virgen Madre en las noches de Navidad... Todavía una mirada..., la última, y en ella otorga a la Reina Inmaculada, en testamento, Juan, la Iglesia, las almas y su propio Corazón... Un último estertor..., y Jesús, inclinando la cabeza ensangrentada..., expira. 

(Acentuado) 




¡Corazón de Jesús, ten piedad de las madres y de los hogares que sufren hoy o sufrirán mañana el golpe tan temido, pero implacable, de la muerte! En recuerdo, Jesús, de María Dolorosa, te pedimos, te suplicamos, que en esas horas de duelo crudelísimo, seas Tú mismo el Gran Consolador... Y más: que seas Tú la Resurrección y la Vida para aquellas familias enlutadas por la muerte... 

Por manos de la Reina de los mártires, te presento, Corazón Agonizante de Jesús, las lágrimas de las madres y esposas atribuladas..., la desolación y las tristezas de tantos hogares destrozados y desmembrados por una serie de tribulaciones y desgracias..., los llantos y el dolor acerbo de tantos corazones jóvenes todavía y marchitos ya en plena primavera de la vida. Corazón tan compasivo de Jesús, da a esas almas, y otórganos a todos, en la hora siempre sorpresiva de la prueba, un refugio de paz en tu Costado abierto, y en él, divina fortaleza y luz divina mientras dure la Vía Dolorosa... ¡Ah!... Pero no podemos, absortos en nuestras penas, olvidar las tuyas, Jesús Crucificado... Por esto te pedimos que vengas con frecuencia a buscar en nuestras almas y en la intimidad de nuestros hogares el reposo de amor a que te da derecho un Calvario sufrido por amor nuestro... Y para probarte, Jesús amadísimo, que hemos comprendido en realidad de verdad la lección de luz y fuerza que nos han dado tu Cruz y nuestras cruces, terminamos esta Hora Santa diciéndote, con el corazón en los labios, esta palabra de fe inmensa y de caridad 




(Tres veces, en voz alta) 

¡Gracias, Jesús, por el cáliz glorioso del dolor! 




Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes. 




Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores. 




Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.




Padrenuestro, Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.




Padrenuestro, Avemaría y Gloria por el descanso eterno del alma de nuestro amigo Fabián Vázquez y pidiendo consuelo cristiano para su familia.




(Cinco veces) 




¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino! 




(Luego, cinco veces) 




¡Corazón de Jesús, venga a nos tu reino!





Sea todo a la mayor gloria de Dios.


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