domingo, 22 de febrero de 2015

LOS SIETE DOMINGOS AL SEÑOR SAN JOSÉ: CUARTO DOMINGO





Para preparar su gran fiesta del 19 de marzo



Esta maravillosa tradición, cuyo origen se remonta al siglo XVI, consiste en dedicar los siete domingos anteriores a la fiesta de San José a acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para expresarle cariño y pedirle mercedes.

Indulgencias

El Sumo Pontífice Gregorio XVI en 22 de enero de 1836 concedió á todos los fieles que, á lo menos con corazón contrito, recen devotamente las oraciones de los Gozos y Dolores en siete domingos continuos, las siguientes Indulgencias: 300 días en cada uno de los seis primeros domingos; plenaria en el séptimo confesando y comulgando.

Su Santidad Pío IX, en 1 de febrero de 1847, se dignó conceder una indulgencia plenaria para cada uno de los siete domingos de San José, si se observan las condiciones de confesión, comunión y visita en cualquier templo, rogando por las necesidades del Sumo Pontífice y de la santa Iglesia.

Se pueden rezar también en cualquier época del año; pero se exige que sean siete domingos seguidos, sin interrupción, y que en cada domingo se recen todos los Dolores y Gozos de San José; y quien no sabe leer rece siete veces el Padrenuestro, Avemaria y Gloria. Se recomienda a la piedad de los fíeles que en cada domingo lean una de las meditaciones que van a continuación.

Las indulgencias son aplicables por las benditas almas del purgatorio, con las condiciones acostumbradas.




CUARTO DOMINGO


El dolor: La profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María.

El gozo: La predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas.






ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DOMINGOS


¡Dios y Señor mió, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre todas las cosas! al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido yo a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: ¡Piedad, Señor, para este hijo rebeldeyi perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia; pero os la pido por los méritos de vuestro padre nutricio San José. Y Vos, gloriosísimo abogado mío, recibidme bajo vuestra protección, y dadme el fervor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén.




MEDITACIÓN

El Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para padre nutricio de Jesús, atesoró en su corazón un amor incomparablemente más grande que el que han tenido y tendrán á sus hijos todos los padres de la tierra. Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor que traspasó el alma de José, cuando oyó que el santo anciano Simeón profetizaba á María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de contradicción entre los hombres. Entonces se le representó al vivo y con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles clavos; que aquella frente infantil se vería coronada de espinas; que aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con sombras de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, sería abierto con una lanza. Los futuros dolores de María traspasada con una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar á su Hijo, ya recibiéndole muerto en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de padecerlos en amarga soledad y abandono.

Pero este dolor tan acerbo de San José se convirtió luego en gozo deliciosísimo, cuando consideró el copioso fruto de la redención, y vio como de lejos innumerables ejércitos de mártires que llevaban palmas dé triunfo, coros brillantes de cándidas vírgenes coronadas de inmortales guirnaldas, ejércitos de pecadores que lavaron sus estolas en la sangre redentora, doctores de la Iglesia, santos levitas, é inmensa muchedumbre de todas las naciones y lenguas, cantando en celestiales himnos las glorias de Jesús y las alabanzas de María.


¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de inflamarnos de tal modo en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas, que para ganarlas, tengamos en nada las penas de la tierra y aun el sacrificio de nuestra vida. Amén.


ORACIÓN FINAL

Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad de no poder procurar al Creador un lugar digno de su majestad! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al escuchar a los ángeles alabar con hosannas al Dios de los Ejércitos!

Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas.

Pater, Ave y Gloria.




GOZOS DEL GLORIOSO PATRIARCA Y ESPOSO DE MARÍA, 
SAN JOSÉ


Pues sois santo sin igual
y de Dios el más honrado:
sed, José, nuestro abogado
en esta vida mortal.

Antes que hubieseis nacido,
ya fuisteis santificado,
y ab eterno destinado
para ser favorecido:
nacisteis de esclarecido
linaje y sangre real.
Sed, José...

Vuestra vida fue tan pura
que en todo sois sin segundo:
después de María, el mundo
no vio más santa criatura;
y así fue vuestra ventura
entre todos sin igual.
Sed, José...

Vuestra santidad declara
aquel caso soberano,
cuando en vuestra santa mano
floreció la seca vara;
y porque nadie dudara,
hizo el cielo esta señal.
Sed, José...

A vista de este portento,
todo el mundo os respetaba,
y parabienes os daba
con alegría y contento;
publicando el casamiento
con la Reina celestial.
Sed, José…

Con júbilo recibisteis
a María por esposa,
Virgen pura, santa, hermosa,
con la cual feliz vivisteis,
y por ella conseguisteis
dones y luz celestial.
Sed, José..

Oficio de carpintero
ejercitasteis en vida,
para ganar la comida
a Jesús, Dios verdadero,
y a vuestra Esposa, lucero,
compañera virginal.
Sed, José...

Vos y Dios con tierno amor
daba el uno al otro vida,
Vos a El con la comida,
y El a Vos con su sabor:
Vos le disteis el sudor,
y Él os dio vida inmortal.
Sed, José...

Vos fuisteis la concha fina,
en donde con entereza
se conservo la pureza
de aquella Perla divina,
vuestra Esposa y Madre digna,
la que nos sacó de mal.
Sed, José…
Cuando la visteis en Cinta,
fue grande vuestra tristeza; sin condenar su pureza,
tratabais vuestra jornada;
estorbóla la embajada
de aquel Nuncio celestial.
Sed, José…

No tengáis ¡oh José! espanto,
el Paraninfo decía:
lo que ha nacido en María,
es del Espíritu Santo:
vuestro consuelo fue tanto,
cual pedía caso tal.
Sed, José...

Vos sois el hombre primero
que visteis a Dios nacido;
en vuestros brazos dormido tuvisteis aquel Lucero,
siendo vos el tesorero
de aquel inmenso caudal.
Sed, José...

Por treinta años nos guardasteis
aquel Tesoro infinito
en Judea, y en Egipto
a donde lo retirasteis;
entero nos conservasteis
aquel rico mineral.
Sed, José...

Cuidado, cuando perdido,
os causó y gran sentimiento
que se os volvió en contento
del cielo restituido;
de quien siempre obedecido
sois con amor filial.
Sed, José...

A vuestra muerte dichosa,
estuvo siempre con Vos
el mismo humanado Dios,
con María vuestra Esposa:
y para ser muy gloriosa,
vino un coro angelical.
Sed, José…

Con Cristo resucitasteis
en cuerpo y alma glorioso,
y a los cielos victorioso
vuestro Rey acompañasteis,
a su derecha os sentasteis
haciendo coro especial.
Sed, José…

Allá estáis como abogado
de todos los pecadores,
alcanzando mil favores
al que os llama atribulado:
ninguno desconsolado
salió de este tribunal
Sed, José…

Los avisos que leemos
de Teresa nuestra madre,
por abogado y por padre
nos exhorta que os tomemos:
el alma y cuerpo sabemos
que libráis de todo mal
Sed, José…

Pues sois santo sin igual
y de Dios el más honrado,

sed, José, nuestro abogado en esta vida mortal.









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