sábado, 4 de abril de 2015

Vigilia Pacual: Nuestro Señor Desciende a los Infiernos





"Descendió a los Infiernos"



I. SIGNIFICADO Y VALOR DEL ARTÍCULO

Muy interesante es, sin duda, que conozcamos la gloria de la sepultura de Jesucristo; pero importa mucho más que conozcamos los gloriosos laureles que consiguió venciendo al demonio y vaciando las sillas del infierno. De este misterio y de la triunfante resurrección de Jesucristo trata el presente artículo del Símbolo.

Podrían estudiarse perfectamente por separado estos dos misterios; aquí, sin embargo, siguiendo el ejemplo de los Santos Padres, los trataremos conjuntamente.

II. "DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS"

Esto hemos de creer en la primera parte del artículo: muerto Jesucristo, descendió a los infiernos su alma (85), y allí permaneció todo el tiempo que el cuerpo estuvo en el sepulcro.

Con ello afirmamos también que la misma Persona de Cristo estuvo presente a la vez en el infierno y en el sepulcro. Ni debe extrañarse nadie de esta afirmación, pues, como tantas veces hemos repetido, aunque el alma se separó del cuerpo, nunca se separó la divinidad ni del alma ni del cuerpo.

A) Significado preciso de la palabra "infierno"

Y para mejor comprender estas verdades de nuestra fe católica, convendrá primero precisar bien el significado que aquí tiene la palabra infierno.

Algunos, impía y neciamente, quisieron hacerla sinónima de "sepulcro". En el artículo anterior afirmábamos que Cristo nuestro Señor fue sepultado; y no habría razón ninguna para que los apóstoles, en la redacción del Símbolo, repitieran la misma verdad y con una fórmula más oscura.

Por la palabra infierno se significa aquí aquella morada oscura donde estaban retenidas las almas de quienes, muertos antes de la venida de Cristo, no habían conseguido aún la bienaventuranza celestial.

La Sagrada Escritura nos ofrece numerosos ejemplos de esta significación. San Pablo escribe: Para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos (Ph 2,10). Y San Pedro, a su vez, en los Hechos de los Apóstoles: Dios le resucitó, rompiendo las ataduras del infierno (Ac 2,24).

Este lugar de las almas retenidas no era único:

1) Existe, ante todo, una cárcel horrible y tenebrosa, donde yacen, atormentadas con fuego eterno, las almas de los condenados y los demonios. Este lugar es llamado en la Sagrada Escritura "gehenna", "abismo" y propiamente "infierno" (86).

2) Existe, además, el fuego del purgatorio, donde, sufriendo por cierto tiempo, se purifican las almas de los justos antes de serles franqueadas las puertas del cielo, en el que no puede entrar cosa impura (Ap 21,27).

Es ésta una verdad de fe que, según la proclamación de los Concilios, está claramente contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición Apostólica. Hoy más que nunca urge predicarla diligentemente, porque vivimos tiempos en que los hombres no sufren la sana doctrina (2 Tm 4,3) (87).

3) Existía, por último, un tercera morada, donde estaban retenidas las almas de los justos muertos antes de la venida de Jesucristo. Allí, sin dolor alguno sensible y alimentados por la esperanza de redención, gozaban de una vida serena y apacible. A estas almas justas que esperaban la llegada del Salvador en el seno de Abraham libertó Jesucristo cuando descendió a los infiernos.


B) Descendió realmente

Y hemos de creer como, dogma de fe que Cristo bajó a los infiernos no sólo con su infinito poder y eficacia redentora, sino realmente, con su alma y su presencia.

La Sagrada Escritura lo afirma explícitamente en aquella profecía de David: No dejarás tú mi alma en el infierno (Ps 15,10).

Mas, aunque Cristo bajó realmente a los infiernos, no por eso sufrió mengua alguna su infinito poder, ni se mancilló un solo ápice su esplendorosa santidad. Este hecho, por el contrario, resultó una nueva y solemne confirmación de su santidad y divinidad, tantas veces demostradas con milagros. Lo entenderemos mejor si comparamos las causas por las que Cristo y los demás hombres bajaron a los infiernos:

1) Éstos bajaron como prisioneros; Él, en cambio, descendió como vencedor y libre entre los muertos, para ahuyentar a los demonios que tenían aprisionadas a aquellas almas.

2) Además, todos los hombres que bajaron a los infiemos fueron atormentados con penas terribles; muchos, con el suplicio eterno de la condenación; otros, aunque libres de las penas de sentido, con la privación de Dios y la angustiosa espera de la bienaventuranza. Cristo, en cambio, bajó no para sufrir, sino para liberar las almas de los justos de aquella cárcel molesta y comunicarles el fruto de su pasión.

Nada hubo, pues, en esta bajada de Cristo a los infiernos que disminuyera su infinita dignidad y poder.

C) ¿Para qué descendió?

1) Cristo nuestro Señor bajó a los infiernos principalmente para liberar las almas de los justos de aquella cárcel, donde el demonio las retenía como presa suya, y llevarlas consigo al cielo.

Prodigio que el Redentor llevó a cabo de una manera admirablemente gloriosa: apareció radiante entre los prisioneros, inundándoles de su esplendorosa luz; y en el mismo instante de su aparición, todos quedaron llenos de inmensa alegría; y les concedió, sobre todo, la más deseada Üe las bienaventuranzas: el ver a Dios. De esta manera cumplía Jesucristo la promesa que hiciera I al buen ladrón sobre la cruz; Hoy serás conmigo en el paraíso (Lc 23,43). Esta liberación de los justos había sido ya profetizada mucho antes por Oseas: ¿Dónde están, ¡oh muerte!, tus plagas? Yo los rescataré del infierno ().

Lo mismo fue significado por el profeta Zacarías cuando dijo: Mas cuanto a ti, por la sangre será consagrada tu alianza. Yo he sacado a tus cautivos del baño. Tus cautivos han vuelto a la fortaleza llenos de esperanzas (Za 9,11)/

Y el apóstol San Pablo: Despojando a los principados y las potestades, los sacó valientemente a la vergüenza, triunfando de ellos con la cruz (Col 2,15). ¦ /

Para entender mejor la fuerza de este misterio, conviene recordar que Cristo con su pasión, no sólo rescató a los justos que nacieron después de su venida, sino también a cuantos habían preexistido desde Adán y a cuantos habían de nacer hasta el fin de los tiempos. Antes de su muerte y resurrección, las puertas del cielo estuvieron cerradas para todos; las almas de los justos o entraban en el seno de Abraham o () iban al fuego del purgatorio, si tenían algo que satisfacer y expiar.

2) Hay, además, otra razón por la que Cristo bajó a los infiernos: para manifestar allí, como antes lo hiciera en el cielo y en la tierra, su eterno poder y su gloria. Para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los infiernos (Ph 2,10).

¿Quién no admirará aquí con estupor la inmensa bondad de Dios para con los hombres? No se conformó con sufrir por nosotros una muerte cruel, sino que quiso bajar a los mismos abismos de la tierra para libertar a las almas, por Él tan amadas, y llevarlas consigo al reino de su gloria.



Fuente "CATECISMO ROMANO" DEL CONCILIO DE TRENTO Traducción y notas de P. Pedro Martín Hernández Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 1951



Notas

(85) Porque también Cristo murió una vez por los pecadores, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu, y en Él fue a predicar a los espíritus que estaban en la prisión (1P 3,18-19).






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