En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora y yo en él. Así como vive el Padre que me envió, y yo vivo por el Padre; así, el que me come, también vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo. No sucederá como a vuestros padres que comieron el maná, y murieron. Quien come este pan, vivirá eternamente.
(Juan VI, 56-59.)
Homilía de Corpus Christi del padre Castellani.
Festejamos el Santísimo Sacramento del Altar: leemos un trozo de la promesa de la Eucaristía; y en la Epístola, su Institución narrada por San Pablo en la Primera a los Corintios: “Dominus Jesús, in qua nocte tradebatur...”: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado...”.
Los tres Sinópticos narran también la Institución; y comienzan con esa palabra de Cristo: “Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar”: Con deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. En hebreo, la repetición de una palabra hace el superlativo: “con deseo he deseado”, como en castellano cuando decimos: “con mucho, pero mucho deseo”; significa “muchísimo deseo”.
Con muchísimo deseo Cristo deseó la Institución de la Eucaristía en su Última Pascua y Cena. No deseó su Pasión: en el Huerto dijo: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”, y aquí dice: “Antes de que yo padezca”. Eso no se puede desear, ese cáliz colmado de dolores, humanamente; y Cristo era humano. Deseó la Eucaristía porque era el Misterio del Amor, el signo y el sello de su amor a los hombres; no a los hombres en general, sino a cada uno dellos, a mí: particularmente a los suyos: “vobiscum” —con vosotros. Cristo tuvo aquí una enajenación mística y la expresó con gran sobriedad.
Si uno se asoma al Misterio del Amor de Dios humanado a través de esta frase, se asoma a un abismo: solamente Cristo pudo decir y hacer eso. Nosotros amamos a los hombres... Sí: Américo Ghioldi ama a toda la Humanidad en general, dijo en un discurso: eso es fácil; decirlo sobre todo. Pero si yo voy por la calle, digo cada cosa de cada uno de los pobres gatos que cruzo, que si me oyeran me correrían; después me corrijo, por supuesto; pero después; yo digo después: “Tienen un alma, Dios me manda amarlos”; o por lo menos digo: “Tienen dos pies como yo y caminan”. Amar a la Humanidad en general es fácil; amar bien a los hombres particulares, a nuestros amargos hermanos los hombres, es difícil —sobre todo cuando uno ve la espléndida manada de siete autos juntos a toda velocidad por la Avenida Caseros. Hablo por mí.
Cristo amó a todos los hombres en particular, los presentes y los futuros —a mí en particular; y por eso instituyó un sacramento en el cual Él se hace humildemente comida, un pedacito de comida, para todos los hombres y para mí en particular.
Eso es tener una capacidad de amar inmensa, solamente posible a un Dios —a un Dios hecho hombre. Con gran deseo deseó poner ese sello a su amor, dar esa muestra incomparable. Nosotros no tenemos ese gran deseo de recibirlo (“Nosotros”: hablo por mí), pero algún deseo tenemos, puesto que nos arrastramos a pie o en colectivo a la iglesia a recibirlo. Nosotros no podemos tener ese gran deseo con nuestras propias fuerzas; solamente podemos tener el deseo de tenerlo. Él lo puede dar; a veces lo da. Nosotros sin Él nada podemos.
—¿Ud. ama mucho a Dios? —Así lo espero: mucho o poco, no sé. Mi amor a Dios, si vamos a mirarlo de cerca, consiste en rezar una cantidad de oraciones vocales sencillas, en tener un constante propósito de no hacer daño a nadie, y en querer ser "honrado" lo más posible, sin serlo algunas veces. Ser honrado significa ser veraz con los otros y consigo mismo, no significa tan solamente no robar; y ser así veraz significa vivir en la realidad; en la realidad moral, que es la realidad propia del hombre. Todos los males que hay en el mundo universo vienen de que los hombres, de una u otra manera, nos salimos de la realidad real; nos inventamos otra realidad; a veces incluso le trazamos programas a Dios, de lo que debe hacer.
La Prudencia, que es la primera y la madre de las virtudes morales, consiste simplemente en discernir la realidad moral; pero ahora la palabra “Prudencia” significa algo como cautela, precaución, astucia, y a veces hasta pillería; ése es un mal sentido de la palabra; habría que llamar ahora a esa Primera Virtud Cardinal “discernimiento” o “discriminación”. ¿De qué? De la realidad, o sea, del Ser. El que posee la virtud de prudencia, posee todas las otras virtudes; y el que no la tiene, no tiene ninguna otra virtud. Y las virtudes son para hacernos vivir en la realidad más real, sacarnos de todo error, imaginación o ficción. Veracidad.
Nuestro amor de Dios es prudente, a veces demasiado prudente —en el mal sentido; y a veces IMprudente. Hablo por mí. Una vez cuando yo oía sermones en vez de decirlos, oí un sermón en una Parroquia sobre el amor de Dios —creo que este mismo día de Corpus. El Predicador dijo literalmente: “Cuando uno ha cumplido todos los mandamientos, ¿ya ama a Dios? No todavía. Si además ha cumplido todos los consejos evangélicos, ¿ya ama a Dios? No todavía...” Yo, que estaba en primera fila, dije en voz alta: “¡Pero eso no es poco, canastos!” No sé si me oyó, mis vecinos me miraron enojados. Vuelto a casa, escribí una carta al Superior de esos Religiosos, diciéndole debía retirar de la predicación a ese Religioso; el cual después habló de no sé qué “arrobos cristianos” y “enajenaciones místicas”, que yo nunca he tenido; y él tampoco probablemente. Yo le escribí al Superior que Jesucristo había dicho: “El que me ama, que cumpla los mandamientos; y entonces el Padre y yo vendremos y estaremos con él”; y desde entonces el negocio compete más bien al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que a nosotros.
El Domingo siguiente fui a Misa esperando que el Superior hubiese retirado al Predicador; y lo veo adelantarse muy orondo y empezar otro sermón irreal. Yo me volví a una viejita a mi lado, y le pregunté: “¿Cómo se llama ese Padre?” “Es el Padre Superior”, me dijo. “Aquí la hicimos”, dije yo. No volví más a esa Parroquia, porque como me conocían, me iban a echar. Yo había firmado la carta: “Leonardo Castellani, Visitador clandestino de Parroquias”.
Perdonen este cuento poco piadoso, pero el Cura Brochero decía que nunca había que predicar sin contar algún cuentito; pero éste no es cuentito sino sucedido de pe a pa. Ha sido para decir que el amar a Dios no puede consistir en tener “arrobos cristianos” ni “enajenaciones místicas”. Si alguno de Uds. los tiene, mejor para él; yo no los tengo. Yo he llorado a veces leyendo una novela, pero comulgando jamás he llorado.
Para acabar, amar a la Humanidad es fácil, amar a este prójimo o a esta prójima es difícil —amarlo bien; y amar a Dios es fácil y difícil: es fácil entenderlo y es difícil hacerlo. El amor de Cristo hacia nosotros es un abismo, es una cosa inmensa: “Con gran deseo he deseado...” Pero el saber esto no ha de hacernos “antropomorfar” a Dios; Cristo es humano pero no es antropomorfo. “Antropomorfismo” significa hacer a Dios igual a nosotros o quizás un poquito inferior a nosotros: es un error o abuso mental. No hemos de pensar el amor de Dios como una camaradería entre iguales, o como el amor de mi padre y madre, ni como el amor de dos novios, ni como el amor ya firme y tranquilo de dos casados, ni siquiera como el amor de los Santos, que tienen arrobos cristianos y enajenaciones místicas. Es mayor que eso, es inmenso.
Pero así como es inmenso, así es también de inmensa su pérdida, si lo perdemos por nuestra culpa. El Evangelio del próximo Domingo trae la Parábola de los Invitados, y ella dice que los invitados a la cena que rechazaron la cena fueron pasados a cuchillo y la ciudad incendiada. Cristo no encontró nada mejor que una masacre para significar el rechazo del amor de Dios, la perdición eterna; y se quedó corto. “Quia Deus zelotes es Tu” —dijo el Profeta judío: “Porque Tú eres un Dios celoso”. “Porque el amor es fuerte como la muerte y los celos son duros como el infierno” —dijo otro Profeta judío. Estos judíos...
No hemos, pues, de decir como Don Babel Manitto, un criollo que conocí cuando chico: “Dios es bueno; si no hace más el pobre, es que no puede”. Podría ser que escarbando en esa opinión teológica, uno encontrara que Don Babel Manitto dijo más de lo que sabía; pero lo que él quiso decir es que Dios era un viejito lleno de buenas intenciones, como Illia, pero que no hacía nada, o hacía muy poco; pero el pobre seguía siendo bueno. Y así no es Dios. Es celoso, es omnipotente, es justiciero.
Hoy día es mejor ser deudor que acreedor: somos deudores de Dios, mejor así. Si a mí todo el mundo me dijera que soy un santo, a lo mejor yo me creía que Dios me debía algo. Por suerte en mi vida me han dicho muchísimas veces más que soy un chiflado, que no un santo.
Perdonen otra vez que en vez de hablar del amor de Cristo a nosotros haya hablado más bien del amor a Cristo de mí. Si alguno tiene mucho más amor que eso, lo cual es muy posible, bien, dichoso él. Yo lo que no quiero es darme pisto con lo que no tengo; ni tampoco hacer sermones “irreales” —ni tampoco sermones piola— nueva ola.
Visto en Stat Veritas
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