martes, 13 de octubre de 2015

Martirologio Romano 13 de octubre

SAN EDUARDO
Rey y Confesor

n. 1003 en Oxford, Inglaterra; † 5 de enero de 1066

SAN EDUARDO, Rey y Confesor

Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino
que os está preparado desde el principio del mundo.
(Mateo 25, 34)


  • San Eduardo, Rey de los Ingleses y Confesor, que descansó en el Señor el día 5 de Enero, pero es venerado principalmente en este día, a causa de la Traslación de su cuerpo.
  • En Tróade, ciudad del Asia Menor, el triunfo de san Carpo, que fue discípulo de san Pablo Apóstol.
  • En Córdoba de España, el suplicio de los santos Mártires Fausto, Jenaro y Marcial; los cuales, atormentados primero en el ecúleo, raídas luego las cejas y arrancados los dientes, cortadas las orejas y la nariz, en el suplicio del fuego consumaron por fin el martirio.
  • En Salónica, san Florencio, Mártir, que al cabo de varios tormentos, fue consumido en la hoguera.
  • En Stokerau de Austria, san Colmano, Mártir.
  • En Antioquía, san Teófilo, Obispo, el sexto después de san Pedro Apóstol que ocupó la silla Pontifical de aquella Iglesia.
  • En Tours de Francia, san Venancio, Abad y Confesor.
  • En Subiaco del Lacio, santa Celedonia, Virgen.
  • En Aurillac de Francia, san Geraldo, Confesor.
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.

R. Deo Gratias.



SAN EDUARDO
Rey y Confesor


Eduardo III, sabio y profundo legislador, pasó primero 35 años en Normandía durante el reinado de los invasores normandos. Llamado a Inglaterra por el concierto unánime de las voluntades, hizo florecer en ella la justicia y la paz. Edificó numerosas iglesias y fundó la abadía de Westminster. Extremadamente caritativo, llevó un día a un pobre en sus espaldas y le dio una sortija de gran valor. Nada rehusaba de lo que se le pedía en nombre de San Juan Evangelista, el cual le advirtió sobre la hora de su muerte, acaecida en 1066 a la edad de 65 años.


MEDITACIÓN
SOBRE LA FELICIDAD DEL HOMBRE EN ESTA VIDA


I. Tres cosas pueden hacernos felices, tanto al menos cuanto lo podemos ser en este lugar de destierro. La primera es la buena conciencia: sin ella, ni los placeres, ni los honores, ni el cumplimiento de todos nuestros deseos podrían contentarnos. Si tienes el alma pura, todo lo desagradable que pueda sucederte no debe turbarte. ¡Qué consuelo poder decirse: Hago lo que depende de mí para estar bien con Dios! ¿Puedes, tú, con verdad, decirlo? ¿No te reprocha nada tu conciencia?

II. La segunda condición para ser feliz es abandonarse generosamente a la providencia de Dios, consagrarse a Él sin reserva, no querer sino lo que Él quiere y recibir de su mano con agradecimiento el bien y el mal, pues lo uno y lo otro son efectos de su bondad. Las aflicciones, el ayuno, las enfermedades, no son penosos para los que los soportan, sino solamente para los que los reciben a disgusto (Salviano).

III. La tercera condición es considerar cuál es voluntad de Dios en todo lo que nos acaece. Dios tiene sus designios y el demonio los suyos. ¿Cuál es designio de Dios en esta enfermedad que te envía? Que la soportes con resignación, mediante el pensamiento de la muerte y del paraíso. El demonio, por su lado, quiere arrojarte en la impaciencia y en la murmuración. Dios es tan bueno que no permitiría más que sucediese ningún mal en el mundo, si no fuese lo suficientemente poderoso como para sacar bien del mal (San Agustín).


Conformidad con la voluntad de Dios
Orad por los que os gobiernan


ORACIÓN
Oh Dios, que habéis coronado con la gloria eterna al bienaventurado rey Eduardo, vuestro confesor, haced, os lo suplicamos, que honrándolo en la tierra, podamos reinar un día con él en el cielo. Por J. C. N. S.





Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo IV; Patron Saints Index; Vida de los Santos de Alban Butler S.J.






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