"El Evangelio de Jesucristo"
R.P. Leonardo Castellani
Domingo Vigésimo Primero después de Pentecostés
Esta parábola del Deudor Desaforado es una ilustración colorida y un poco humorística de la quinta petición del Padrenuestro: "Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores"; que el finado don Lautaro Durañona y Vedia colgaba en la caja de Tribuna -el diario de Buenos Aires, no éste de San Juan-cuando ella estaba vacía, no pocas veces. La parábola trata del perdón de las deudas y de las ofensas.
Viene luego de la pregunta de San Pedro a Cristo: "¿Cuantas veces he de perdonar a mi hermano si me ofende? ¿Siete veces?. San Pedro estaba de broma y creía alargarse mucho: más allá de tres veces nunca él había ido. Cristo le respondió más alegremente todavía: "Setenta y siete veces siete", con lo cual San Andrés se restregó las manos muy aliviado y miró con sorna a su hermano.
El perdón de las ofensas es una cosa que tiene varios bemoles y sostenidos; hay que haberla pasado para saber bien lo que es eso. Por eso, esta parábola, que parece enteramente plana y paladina, necesita explicación y hasta filosofía. Bastante trabajo le dio al finado Juan de Maldonado.
"¡Perdonemos, querido amigo, como buenos cristianos...!", Muy bien yo no deseo otra cosa. Pero "como buenos cristianos", ojos. No como mahometanos o como budistas. ¿Qué entiendo usted por perdonar? ¿No vengarse? ¿Condonar una ofensa? ¿Devolver la estimación y el cariño al injusto? Son tres cosas diversas.
El hombre de suyo no perdona la injusticia. Y no se puede decir que ese impulso sea del todo malo, porque implica en sí el sentido de la justicia; y a veces hasta el deber de conservar el orden. La justicia es la madre del orden. La corrupción de la justicia legal, por ejemplo, es el mal más grande que puede caer sobre una nación. De modo que cuando Cristo vino y dijo simplemente que había que perdonarlo todo, hubo un temblor en el mundo: los fieles romanos de los primeros tiempos, por ejemplo, no querían saber nada con el "perdón de la adúltera" que San Juan narra en el Capítulo VIII (113). Hay que examinar bien cómo lo dijo Cristo.
La parábola consta de tres cuadritos, diseñados con unos pocos rasgos bien atrevidos. Primero hay un Hombre-Rey que toma rendición de cuentas a sus siervos. Se presenta uno que le debe ¡diez mil talentos! -cerca de un millón de pesos actuales- y no puede pagar. El Rey lo manda vender como esclavo a él, a su mujer y a sus hijos. El Siervo cae de rodillas y clama: "¡Téngame espero un poco, que le pagaré todo!". "-¿De adónde?". El Rey muda bruscamente de actitud, y no solamente le promete espero, sino que le condona ahí mismo toda la deuda. Este Rey era un desaforado: hombre de impulsos repentinos y extremos. No sabe mandar quien no ha sido mandado. Sin embargo, creo que hizo bien, porque de no, el otro era capaz de suicidarse. ¡Diez mil talentos! ¿De donde los había de sacar?
El Siervo sale muy contento y en la misma aula regia se encuentra con un Consiervo que le debe cien denarios: unos tres mil pesos actuales. Lleno de alegría lo agarra del pescuezo hasta sofocarlo, gritando: "¡Compañero, a pagar!"; y como el otro no hacía más que decir: "Tenéme un poco de espero, que te lo pagaré todo", lo manda a la famosa cárcel por deudas, que había en la antigüedad; y una buena cárcel era, por cierto. Fin de segundo cuadro. Este Siervo era un coimero: es imposible que haya podido deber diez mil talentos al Rey, si no hubiera robado como un... en fin, como un cáncer -estábamos por decir una comparación vedada-. Ora en juego, ora en saña,, siempre el gato araña.
Tercer cuadro: los otros Consiervos muy escandalizados van y cuentan al Rey el hecho del Siervo Coimero. El Rey se asombró y se encolerizó: y haciéndolo buscar, lo entregó a los Verdugos para que lo torturaran hasta que pagase el último diezcentavos, o sea el óbolo. Un talento tenía muchos miles de óbolos. ayúdenme a pensar el purgatorio del tipo; todavía a estas horas debe de estar en el calabozo. "Siervo perverso, ¿no te perdoné yo toda la deuda porque me rogaste? ¿No convenía que te apiadases de tu compañero, como me apiadé yo de tí?". "Así hará vuestro Padre celeste, si no perdonaís de corazón a vuestros hermanos".
Esta parábola es más clara que el agua: pero ahora comienzan las dificultades químicas. Es agua pesada.
Esto de que hay que perdonar siempre y todo y a todos ¿no descompagina el orden moral? ¿No tiene límites ni excepciones? A veces no se puede perdonar aunque se quiera. A veces uno ve claramente que perdonar sería hacer mal. Juan Lanas lo perdona todo: también Martín Blandengue; pero ninguno de los dos sirve para juez ni para gobernante: ni quizás para buen padre de familia.
El hombre que lo perdonara todo ¿no sería una cosa fofa? ¿Tendría carácter? ¿tendría ética? ¿No sería agarrado a patadas por todos impunemente, como una cosa inerme inmune? ¿No se le volvería un infierno la vida? ¿Como se podría vivir en una casa de departamentos? ¿Por qué no suprimir entonces todos los Tribunales y todas las Cárceles? ¿Y donde hay que tirar la línea? San Pedro la tiraba a las siete veces, y no es poco. "A la tercera vencida", decimos nosotros. Cristo llegó hasta el Calvario: pero de ahí no pasó. Y no cayó más que tres veces; después se levantó.
Perdonarlo todo parece que es suprimir la diferencia entre el bien y el mal, y aniquilar el sentido moral. Y no resistir a la injusticia, lo mismo. Y amar a los enemigos, peor.
Bien. Cristo dijo que había que amar a los enemigos, pero no dijo que no había enemigos: eso lo dijo Buda Sidhyarta Gautama. No dijo que había que amarlos más que a los amigos, ni igual que a los amigos; ni mucho menos que había que ponerse en las manos de ellos. No.
Vamos a ver: supongamos que el Reino de Andorra me hubiese hecho a mí una ofensa de muerte, ¿que tendría que hacer? ¿Tendría que amar el reino injusto y homicida? Es imposible.
No. Lo que tendría que hacer es odiar al reino de Andorra y amar a todos los andorranos. Y como los andorranos son los que realmente existen, resulta que yo odiaría a una abstracción, y amaría la realidades. Esto es lo que decimos: que hay que odiar el pecado y amar al pecador (114).
No se puede amar la ofensa en cuanto ofensa porque es un mal, y el mal no se puede amar; y el ofensor mientras no se arrepienta está como identificado con la ofensa; y por tanto, tampoco se lo puede amar como antes. Se le puede -y debe- perdonar en el primer y segundo sentido de la palabra: no en el tercero.
Por eso es de notar que Cristo le dijo a San Pedro: "Setenta veces siete, si otras tantas se arrepintiere"; y el Rey dijo: "¿No te perdoné yo toda deuda porque me lo rogaste?". Ni Dios mismo perdona -en el tercer sentido- al que no se arrepiente. Si yo devuelvo el aprecio a un injusto como si no fuese injusto, hago yo mismo una injusticia. ¿Contra quién? Contra mí mismo, y lo que es peor, contra la convivencia.
"Con nadie hay que ser injusto.
Ni siquiera con sí mismo".
dijo el hijo de Martín Fierro.
Vamos a ver: un ladrón me quita la cartera y empieza a darme palmadas en la espalda y decirme: "Aquí no ha pasado nada. Seamos amigos. Usted es cristiano. ¡Pacificación! ¡Muy bien! ¡Venga mi cartera! Aquí ha pasado algo (mi cartera ha pasado de mi bolsillo al suyo); y si yo procedo como si no hubiera pasado nada, miento. "El derecho de asilo no alcanza a los delincuentes" ha dicho muy bien el que fue presidente de la Nación, general Lonardi.
Una injusticia mientras no es reparada destruye la convivencia. Si yo exijo reparación, no es porque no haya perdonado en un sentido, o porque no esté dispuesto a perdonar en todos sentidos: es porque no puedo, sin hacer agravio a la conciencia, al orden, al bien común. No es que yo no perdone, sino que el otro no recibe el perdón. El otro es el que mantiene un estado de desorden; peor que la guerra. Por eso hay guerras justas.
Calvino dijo: "Una cosa es condonar la ofensa y otra cosa es devolver la estimación y cariño al ofensor si no se arrepiente". Maldonado se enoja mucho de esta distinción, dice que es "contra todo el espíritu del EVANGELIO", que es "una novedad", y que su autor es un "caput hereticorum" ("un hereje jefe"). Pero es el caso que Calvino aquí -dejando de lado toda la antipatía que le tengo- tiene razón. Y el que hizo primero la distinción fue Tomás de Aquino, que no es un "caput hereticorum".
Por lo tanto, vamos con delicadeza: la convivencia social, elemento constitutivo de la naturaleza humana; pide tribunales, cárceles, milicos armados de tremendas pistolas y hasta pena de muerte, si me apuran. Si yo rechazo las palmaditas en la espalda de algunas personas, no es precisamente por ser mal cristiano -aunque puedo ser que lo sea- sino por no carecer del todo de sentido moral. Y Cristo no aceptó palmaditas en la espalda parte de Herodes que se las quiso dar, y bien las necesitaba entonces; y lo llamó "raposa vieja". No lo quiso ni ver mientras pudo; y no le respondió palabra cuando lo vio. Herodes podía quizá haberle salvado la vida y Él lo despreció; no le perdonó la muerte de San Juan Bautista; porque simplemente no se había arrepentido. "¿No te perdoné yo toda la deuda, porque me rogaste?".
Maldonado hace dos errores serios en la explicación de esta parábola: uno, rechazar la distinción de Santo Tomás porque la trae Calvino al cual tiene un odio inextinguible; y otro, al decir que en esta parábola hay "rasgos ornamentales"; conforme a una teoría de los "rasgos ornamentales de las parábolas" que él inventó y a la cual tiene un amor inextinguible; y que es un error. La inventó para ir en contra de la interpretación meticulosa y fragmentaria de los detalles propia de los Santos Padres antiguos, la cual es a osadas otro error; que explicaremos otro día, cuando veamos la parábola del grano de Mostaza. Ahora no hay lugar.
"Rasgo ornamental" es para Maldonado "las cosas superfluas", que según él habría en las parábolas. No hay cosas superfluas en las parábolas. Ese rasgo de los "¡diez mil talentos!", una suma considerable -por ejemplo-, ¿es una exageración inútil e inverosímil?... Veámoslo un poco: es difícil, si no imposible, fijar el valor de las monedas antiguas: porque, primero, había talentos de oro y de plata; y, después, nuestras monedas actuales están en constante muda; pero de todos modos, un talento de oro era una cosa que un hebreo veía pocas veces,o nunca; y diez mil talentos es inconcebible. En realidad, talento era medida de peso más que moneda: unos 59 kilos de oro puro.
No es una exageración inútil. El "Hombre-Rey" es Dios, es Cristo mismo, juez de vivos y muertos; y el autor de la parábola quiere marcar la diferencia inconmensurable que va del hombre a Dios y de las "deudas" que tenemos entre nosotros, y las que tenemos con Dios. Al oír "10.000 talentos" los ojos de los oyentes se perdieron en el infinito con un temblor; porque efectivamente esa suma le era inimaginable. Este es el motivo permanente de las "exageraciones" de Cristo, ya lo hemos dicho; y de su especie de "humorismo trascendental".
Por mucho que exagerara, nunca iba a medir bien Lo Inconmensurable, nunca iba a nombrar del todo a Lo Inefable. Cristo era excelente artista, mucho más artista que el erudito Juan de Maldonado; el cual de artista no tiene un jerónimo.
Ojo con la justicia de Dios, pues, que es desmesurada y extremosa; así como perdona en un instante, así también castiga en un instante con un rigor implacable. Dice Jorge Luis Borges: "¿Qué proporción hay entre un pecado que se comete en un instante, y el infierno, que dura para siempre?"(115). Yo lo único que digo, sin discusiones, es esto: ojo con la justicia de Dios.
Por tanto, la moral cristiana por sublime que sea no es imprudente ni utópica: guarda un sensibilísimo equilibrio entre el impulso de vindicta mahometana y la indiferencia y apatía de Buda, Schopenhauer y Tolstoi. No es, como éstas, insensible, estólida y fofa, imposible en definitiva. Si la moral de la No Resistencia al Mal del Tolstoi, Gandhi y Romain Rolland fuese la "verdadera doctrina del Evangelio", como dice aquí mi amigo Bernardo Ezequiel Koremblit, entonces los cristianos no hubiesen derrotado a Atila en los Campos Cataláunicos, ni Simón de Montfort a Pedro de Aragón en Muret, ni Juan de Austria a los turcos en Lepanto; y la Europa actual no existiría... Y nosotros tampoco. Seríamos todos chinos; y yo sería un asiático... y estaría en Siberia probablemente, en un campo de concentración.
Notas
113. El adulterio era castigado gravemente por la ley romana: en dos períodos del derecho romano. con la pena capital, lo mismo que en la ley de Moisés.
114. Yo no sé donde está el Reino de Andorra. Que cada uno quite Andorra y ponga lo que quiera. Yo sé bien en quién pienso cuando digo "Andorra".
115. Discusión, p. 129.
Sea todo a la Mayor Gloria de Dios
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