Aclamad a Dios, moradores todos de la tierra:
servid al Señor con alegría
(Salmos XCIX, 1)
En aquel tiempo: Tomando Jesús, consigo a los Doce, les dijo: “He aquí que subimos a Jerusalén, y todo lo que ha sido escrito por los profetas se va a cumplir para el Hijo del hombre. Él será entregado a los gentiles, se burlarán de Él, lo ultrajarán, escupirán sobre Él, y después de haberlo azotado, lo matarán, y al tercer día resucitará”. Pero ellos no entendieron ninguna de estas cosas; este asunto estaba escondido para ellos, y no conocieron de qué hablaba. Cuando iba aproximándose a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, y mendigaba. Oyendo que pasaba mucha gente, preguntó que era eso. Le dijeron: “Jesús, el Nazareno pasa”. Y clamó diciendo: “Jesús, Hijo de David, apiádate de mí!”. Los que iban delante, lo reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía mucho más: “¡Hijo de David, apiádate de mí!”. Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajesen; y cuando él se hubo acercado, le preguntó: “¿Qué deseas que te haga?” Dijo: “¡Señor, que reciba yo la vista!”. Y Jesús le dijo: “Recíbela, tu fe te ha salvado”. Y en seguida vio, y lo acompañó glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.
Lucas XVIII, 31-43
Domingueras Prédicas II
R.P. Leonardo Castellani
Domingo de Quincuagésima
La Curación de Bartimero (1967)
El Evangelio de hoy tiene dos perícopas diversas entre sí, sin relación mutua aparente: la tercera profecía sobre la Pasión, Muerte y Resurrección y la curación de dos ciegos. Los Santos Padres hallan que la relación es la fe: el ciego Bartimeo es loado por su fe, y la profecía nace de la fe. Es traído por los cabellos.
La curación de los ciegos en Jericó presenta discordias en los tres Evangelistas, como saben; pero concordados es posible y aun fácil. Fueron dos ciegos, como dice Mateo; y el milagro tuvo dos partes: a la entrada, y el día siguiente, a la salida de Jericó. Está indicado esto en el texto: una vez el ciego Bartimeo fue atajado por los circunstantes que lo agarraron de los vestidos y él se arrancó dejándoselos en las manos; la otra vez tranquilamente Cristo manda se lo traigan y se lo traen. Marco, que copió la catequesis de San Pedro, pone su nombre: "Hijo de Timeo"; lo cual prueba que el Apóstol lo conocía, se hizo un Discípulo probablemente; de hecho, Lucas dice que ya curado, siguió a Cristo: "sequebatur illum", lo seguía, se había unido a la pequeña comitiva apostólica.
San Agustín lo pone como ejemplo del acto de fe: "Primero preguntó sumisamente, después averiguó diligentemente, después confesó paladinamente, después obró valientemente", dice el Santo Doctor. Antes de la fe hay que averiguar, ésos son los preámbulos de la fe a cargo de la razón; después de la fe hay que obrar conforme a ella, porque la fe sin obras es muerta.
"La profecía nace de la fe." Pero Cristo ¿necesitaba la fe, o podía tener fe, siendo Dios? La profecía nace de la ciencia infusa (o infundida por Dios), y Cristo tenía ciencia infusa. Ciencia infusa es la que no se adquiere através de los sentidos, como es la de los Profetas -y la de los ángeles. Los ángeles no podrían tener conocimiento del Universo material, porque no tienen sentidos corporales, si Dios no les infundiera ese conocimiento; lo cual llaman los teólogos "iluminación". Dios ilumina directamente a los ángeles supremos; y después ellos se iluminan en escalera (1); y el ángel superior que ilumina a otro inferior, se hace como su padre; se establece entre ellos una relación como la de paternidad terrestre.
Cristo tuvo tres ciencias (2): la ciencia infusa, que está dicha; la ciencia humana, que adquirió por experiencia (3), y la ciencia infinita de Dios, la cual de suyo debía suprimir las otras dos, por ser infinita; mucho más que un fósforo a la luz del sol. ¿Cómo no las suprimió?
La única razón posible es que la ciencia divina de Cristo se fue a la retroscena, quedó suspendida, reservada, escondida, por la Encarnación: eso dice San Pablo al hablar de la "kenósis" (4) o vaciamiento; y al decir hiperbólicamente que la Divinidad se aniquiló: "exinanivit semetipsum formam serví accipiens." (5) Desde luego, si no fuera así, Cristo no hubiera podido sufrir ni morir: la visión beatífica elimina todo sufrimiento. "Mirar cómo la Divinidad SE ESCONDE" -dice San Ignacio.
Cristo por su ciencia infusa, o profética, conoció detalladamente su Pasión, Muerte y Resurrección y la profetizó tres veces -o más. Esto revienta la calumnia común de los impíos actuales, comenzando por Wellhausen y Renan y acabando por Wrede y Schweitzer: dicen que Cristo se ilusionó, y después se llevó un tremendo encontronazo que lo hizo exclamar en la Cruz: "¡Elí, Elí! ¿Lemá sebactaní?, ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?." (6)
Para Renan, el gran apóstata, Cristo fue un joven campesino galileo, enteramente inculto, ignorante de la Política Mundial -Romana en este caso; un poeta con la cabecita llena de pájaros y lirios, un moralista atolondrado con un ideal ético utópico; que en realidad se buscó Él mismo el encontronazo y el ajusticiamiento ... "Evomenda et ca canda".
El grito "¡Elí, Elí! ¿Lemá sebactaní?" no fue un grito de desespero, como lo muestra el Texto mismo: después de él Cristo dijo: "Todo se ha cumplido" (7); y enseguida, tranquilamente: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (8), dándonos ejemplo de "una buena y santa noche", como dice aquí el P. Herráez.
Cristo simplemente recitó el Psalmo 21, donde está profetizada su Vida, su Pasión y su Triunfo; y que comienza así:
"¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?"
La respuesta viene inmediatamente: el recitado del Profeta David en sus dos terceras partes describe sorprendentemente la Pasión de Cristo: las burlas blasfemas de los judíos: "Confió en Dios, que Dios lo libere"; la sed que le quema las fauces: "Seca está como teja mi garganta"; sus vestidos repartidos: "Echaron a suertes mi túnica", y la frase inconfundible: "Traspasaron mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos"; mezclado todo esto con frases de casi frenética esperanza. Cuando acabó el Psalmo, Cristo vio que faltaba una profecía: "Y mi sed me abrevaron con vinagre"; y cuando ella se cumplió (9), Cristo pronunció; "Ya está cumplido todo" -o sea: "Mi misión se cumplió."
En el último tercio del Psalmo se anuncia el triunfo del que "ya no era hombre, era gusano", y el triunfo, el surgimiento de la Iglesia:
"Si pone su vida para salud de muchos,
Verá una larguísima progenie." (10)
"Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
En las reuniones dellos te engrandeceré.
Te he de alabar en la nutrida Iglesia,
Ante los tuyos sacrificaré" (11),
terminando David su poema con este sello:
"Estas cosas ha hecho Dios."
San Pedro no quería que Cristo hablara de su Pasión, solamente de sus milagros. Cristo se le enojó (12), porque su Pasión era su triunfo; y su Resurrección, el mayor milagro.
Hoy día hay dos ciegos: el impío y el mal cristiano. Su nombre es Legión. Cristo puede sanarlos, y los sanará; pero no tan suavemente como a los dos de Jericó.
Notas
1. En su Tratado sobre el Gobierno del Mundo, (Suma Teológica, I, Q. 109, art. 3, c.), Santo Tomás afirma que Dios ilumina todo entendimiento, pero esto no impide que un ángel superior ilumine a otro manifestándole la verdad de lo que pertenece al orden de la naturaleza, de la gracia o de la gloria (Ibíd., Q. 106, art. 1, ad 2m.).
2. En este párrafo y el siguiente Castellani unifica bajo la expresión "ciencia divina" o "ciencia infinita" la ciencia increada (que Cristo posee como Dios) y la visión beatífica (el conocimiento intuitivo de la Divinidad que Cristo posee como hombre). En el Senor hay, pues, cuatro ciencias: una increada y tres creadas. Éstas últimas son: la ciencia humana o experimental (que obtiene a partir de los sentidos y por el uso natural de la inteligencia), la infusa y la visión beatífica.
3. A ella al u de San Lucas cuando escribe: "Y crecía en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres" (2, 52).
4. Filipenses 2, 7
5. "Se anonadó a Sí Mismo tomando la forma de siervo".
6. Mateo 27: 46.
7. Juan 19, 30.
8. Lucas 23, 46.
9. Juan 19, 28-29.
10. Isaías 53, 10.
11. Psalmo 21, 23, 26.
12. Mateo 16, 21-23.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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