miércoles, 12 de octubre de 2016

La Religión Demostrada X: La Religión Cristiana







LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.





DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.






CUARTA VERDAD
LA RELIGIÓN CRISTIANA ES LA ÚNICA
RELIGIÓN DIVINA


II. LA RELIGIÓN CRISTIANA

111. P. ¿Qué es la religión cristiana?

R. Es la religión fundada por Jesucristo.

Los cristianos reconocen a Jesús de Nazaret, hijo de la Virgen María, como al Mesías esperado por todos los pueblos, y le adoran como a Hijo de Dios hecho hombre.

Jesucristo estableció en Judea la religión cristiana, hace veinte siglos, y la hizo extender por sus apóstoles en todas las partes del globo.

La palabra hebrea Mesías tiene la misma significación que la palabra Cristo, de la lengua griega: quiere decir ungido o sagrado. Entre los hebreos se consagraban los reyes, los sacerdotes y los profetas. El Redentor prometido en el paraíso terrenal fue llamado Mesías, porque debía ser por excelencia Rey, Sacerdote y Profeta. El nombre de Jesús, que significa Salvador, fue traído del cielo por el arcángel Gabriel, encargado de anunciar a María la encarnación del Hijo de Dios. A este nombre divino juntaron los apóstoles el de Cristo, y la Iglesia Católica ha conservado la costumbre de llamar Jesucristo a Aquél a quien reconoce por Mesías y Salvador del género humano. Se le añade Nuestro Señor, es decir, Nuestro Dueño, porque nos ha creado y redimido.


NARRACIÓN HISTÓRICA DE LA REVELACIÓN CRISTIANA

Para conocer la historia de la revelación cristiana hay que leer la Historia Sagrada y la Historia de la Iglesia. Nada más interesante ni más útil. Recordaremos aquí los hechos principales de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

La expectación universal.– Todos los profetas habían anunciado al Mesías como el Salvador del género humano. Pero antes de su llegada, era necesario que el hombre caído reconociera su impotencia para levantarse sin la gracia de Dios. Ahora bien, después de 4.000 años de existencia, y no obstante las dos primeras revelaciones, el mundo había caído miserablemente en la ignorancia y en el fango del paganismo.

El mundo pagano había llegado a la culminación de la grandeza material. Grecia e Italia habían dado al mundo hombres ilustres: oradores, poetas, filósofos, capitanes. El imperio romano, el más vasto que haya existido, presentaba el espectáculo de un lujo inaudito.

Al contrario, la religión y las costumbres se hallaban en la más completa decadencia. El sol, la luna, los animales y las plantas eran objeto de adoración; serendía culto al demonio bajo los nombres de las mil divinidades del Olimpo. Todo era Dios, excepto Dios mismo. Únicamente la nación judía proclamaba la unidad de Dios y se negaba a adorar la criatura. La opresión era universal: el esclavo temblaba en presencia del amo; la esposa y los hijos en presencia del padre; el ciudadano ante el Estado. La corrupción era profunda, incurable.

Entre los mismos judíos, privados hacía más de 400 años de enseñanza infalible de los profetas, todo se desmoronada. Habían caído bajo la dominación de los romanos, que les impusieron un rey extranjero, el idumeo Herodes. Los fariseos alteraban la ley mosaica e introducían una multitud de prácticas inútiles, a fin de tener subyugado al pueblo.

El mundo, en este estado, suspiraba por la llegada del Redentor. No solamente en Judea, sino en todas partes del universo, el sentimiento unánime era que el Mesías no podía tardar más en traer la luz, la salvación y la vida.

La venida de Cristo.– Por fin, en la hora fijada por los profetas, cuando el cetro había salido de la tribu de Judá, bajo el reinado de Herodes, apareció el Salvador prometido, el Deseado de las naciones. Según las profecías, tuvo por madre de una virgen, la Virgen María, de la sangre real de David. Nació pobre, abandonado, en un establo de Belén, a la medianoche del 25 de Diciembre. Pero los ángeles cantaron sobre la cuna de este niño. Gloria in excelsis Deo!... y los pastores vinieron a adorarle. Una estrella extraordinaria brilló en el firmamento y guió a los Magos de Oriente, que le ofrecieron oro, incienso y mirra, para reconocerle como su Rey, su Dios y su Redentor.


Con el nacimiento de Jesucristo comienza la era cristiana. En ese día, el primero de los tiempo nuevos, César Augusto, el emperador romano, señor del rey Herodes, hubiera quedado muy sorprendido al saber que en sus registros, en un pequeño pueblo de la Judea, sus oficiales iban a escribir un nombre más grande que el suyo; que el establo de Belén sería más venerado que el palacio de los Césares; que el reino del pobre Niño del pesebre superaría en extensión a su inmenso imperio, y que, finalmente, el género humano; prosternado a las plantas de este Niño, contaría sus años, no ya desde la fundación de Roma, sino desde el nacimiento de Cristo Redentor. Este solo hecho confirma la divinidad de Jesucristo.

Vida oculta en Nazaret.– Jesús permaneció en Nazaret, pequeña población de Galilea, hasta la edad de treinta años. Acerca de tan largo espacio de tiempo, el Evangelio no dice más que estas dos frases: Estaba sujeto a María y a José. – Mostraba cada vez más la gracia y la sabiduría que moraban en Él. La tradición nos enseña que ayudaba a su padre adoptivo, José, en su humilde trabajo de carpintero. Los primeros cristianos mostraban los yugos y los arados hechos por el divino obrero (San Justino).


¿Por qué estos treinta años de vida oculta?

Jesús quiso enseñarnos los grandes deberes del hombre: la humildad, la obediencia, el trabajo, el amor a la vida obscura, el olvido de sí mismo y el desprecio de las riquezas. La soberbia y la ambición habían perdido al hombre: la humildad y la obediencia debían salvarle.

Jesucristo, con su ejemplo, habilita el trabajo manual, tan despreciado de los paganos, que lo dejaban a los esclavos. A través de los siglos, los obreros hallarán su título de nobleza en el taller de Nazaret, cerca de Jesús obrero. En Nazaret, como en el Calvario, Jesús se muestra el verdadero Salvador de los hombres.

Preludios de la vida pública de Jesucristo. – Cuando los antiguos reyes recorrían sus provincias, iban precedidos por heraldos, que anunciaban su llegada y preparaban los caminos por donde había de pasar el cortejo real. Dios había predicho por sus profetas que el Mesías tendría un precursor que anunciaría su llegada. Yo enviaré, dijo a Malaquías, un mensajero que me prepare los caminos; e inmediatamente después, aparecerá en su templo el Dominador que vosotros esperáis, el Ángel de la alianza que deseáis (17).

El año 15 del reinado de Tiberio, siendo gobernador de la Judea Poncio Pilatos, y Herodes de la Galilea, se vio aparecer a orillas del Jordán a un profeta extraordinario: era Juan Bautista. Niño milagroso, nacido de Zacarías y de Isabel, prima de María, Madre de Jesús, se había preparado para su misión con una vida austera en el desierto. A la edad de treinta años se presenta mandado por el cielo, a predicar el advenimiento del reino de Dios. Bautiza en las aguas del río a los pecadores, y por tal razón el pueblo le llama Bautista.

Las muchedumbres vienen a escuchar a este profeta, y se preguntan si no es él el Mesías. – No, les contesta, yo no soy el Cristo, pero vendrá bien pronto en pos de mí Aquél a quien no soy digno de desatar las correas de su calzado. Él os bautizará en el Espíritu Santo (18).

Hacía seis meses que Juan Bautista anunciaba a los judíos la próxima llegada del Mesías. El 6 de enero, Jesús, después de cumplir treinta años salió de Nazaret y vino a pedir el bautismo a su precursor. Cuando salió del agua, el cielo se abrió, el Espíritu Santo descendió, en forma de paloma, sobre la cabeza de Jesús, y se oyó una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias (19). Era la manifestación del misterio de la Trinidad.


Jesús se retira al desierto para prepararse a cumplir su misión con cuarenta días de ayuno y de oración. Durante este tiempo, Juan Bautista lo anunciaba a Israel. Declara a los enviados de la sinagoga: Yo no soy sino la voz anunciada por el profeta Isaías... Pero entre nosotros está uno a quien no conocéis: ¡Es el Cristo, el Hijo de Dios! (20).

Algunos días más tarde, Juan le vio venir del desierto y le rindió homenaje, diciendo al pueblo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo... Yo no le conocía, pero he visto descender al Espíritu Santo sobre Él, y os aseguro que es el Hijo de Dios 21 . De este modo, Jesús de Nazaret era mostrado a los judíos como el Mesías esperado y como Hijo de Dios.

Predicación del Evangelio. – Saliendo del desierto, Jesús entra en la Galilea y empieza a predicar el Evangelio o la buena nueva del reino de Dios y de la Redención, prometida después de la caída del hombre. Sin fijar su residencia en ningún lugar, hospedándose indiferentemente en casa de los pobres y de los ricos que le ofrecían hospitalidad, al principio anda solo, como los profetas, por las ciudades y los pueblos, predicando ora al aire libre, ora en las sinagogas. La idea fundamental de su predicación es que el reino de Dios es un reino espiritual y no temporal, como lo esperaba la mayoría de los judíos, hombres groseros y materiales.

No tiene un plan determinado en sus enseñanzas, sino que se aprovecha de todas las circunstancias para hacer penetrar su doctrina en las almas. Habla pronunciando sentencias sencillas y sublimes a la vez: se vale de parábolas conmovedoras; su palabra sencilla está llena de unción. No intenta como un sabio probar lo que enseña; no discute: afirma con autoridad, en virtud de su misión divina.

Manifiesta que es el Mesías prometido y el Hijo de Dios enviado por su Padre para la salvación de los hombres. Tiene en su lenguaje un encanto divino, que hace decir a los que le escuchan: ¡No, jamás hombre alguno ha hablado como Este! 

Confirma sus enseñanzas con la santidad de su vida, la sublimidad de su doctrina y, particularmente, con numerosos milagros, que atestiguan su misión y su divinidad. Ejerce sobre la creación entera su acción dominadora, como Señor de todas las cosas. Todo le obedece; el cielo, la tierra, los infiernos. Los ángeles acuden al desierto a servirle, Moisés y Elías le acompañan en el Tabor. Multiplica los panes, calma las tempestades, camina sobre las olas, realiza una multitud de curaciones y resucita a los muertos. Arroja a los demonios del cuerpo de los poseídos. Para llevar a cabo estos milagros, le basta una palabra, un gesto, un simple contacto.

Formación de la Iglesia. – Después de sus predicaciones, un gran número de hombres empiezan a seguirle a fin de escuchar su palabra de vida y ser testigos de sus milagros. De entre estos primeros seguidores, Jesucristo elige doce, en recuerdo de los doce patriarcas de Israel, y les da el nombre de apóstoles, es decir, enviados, porque quería enviarlos a predicar su doctrina a todos los pueblos de la tierra. Los lleva consigo, los instruye con un cuidado especial y, durante tres años, recorre con ellos Galilea, Judea, Samaria y el mismo desierto, a donde le siguen las muchedumbres, ávidas de escucharle.

De tiempo en tiempo envía a sus apóstoles, de dos en dos, a predicar el Evangelio. En prueba de su misión les confiere el poder de expulsar a los demonios y de curar las enfermedades, como lo hacía Él mismo.

En el tercer año de su apostolado, Jesucristo elige también setenta y dos discípulos, en recuerdo de los setenta y dos consejeros de Moisés, para que ayudaran a los apóstoles en la predicación del Evangelio por las ciudades y la campiña. De esta suerte echa los cimientos de su Iglesia, que debía continuar su obra sobre la tierra.

Cierto día, dirigiéndose a Simón, cuyo nombre había cambiado por el de Pedro, le nombró jefe de su Iglesia, diciéndole: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las potestades del infierno no triunfarán contra ella. Y le confió las llaves del reino de los cielos para que las trasmitiera a sus sucesores.

Los enemigos de Jesucristo. – Durante los tres años de su vida pública, Jecucristo tuvo que combatir la incredulidad de los judíos y la hostilidad celosa de los jefes de la nación. Israel esperaba un Mesías poderoso, para restaurar el trono de David y dar a los judíos el imperio sobre todos los pueblos. Esperaba una revolución política y no un cambio religioso, interpretando en este sentido material las profecías que anunciaban el reino glorioso del Mesías. Este pueblo carnal y terreno no reconoció al conquistador de sus ensueños en este profeta de Nazaret, pobre y obscuro, que predicaba la guerra a las pasiones, el desprecio de las riquezas y el reinado de Dios en las almas.

El pueblo, empero, arrastrado por la dulzura y los milagros de Jesús, se dejaba convencer; pero los jefes de la nación se declararon enemigos de Jesucristo y atribuían sus milagros al poder del demonio.

Dominaban en aquella época en Judea dos sectas funestas: los saduceos y los fariseos. Los primeros, filósofos materialistas, no pensaban más que en la vida presente, buscando de una manera exclusiva los placeres sensuales. Los fariseos, hipócritas y perversos, bajo la práctica exterior de la ley de Moisés, ocultaban un orgullo desmedido y vicios infames. Entre estos dos partidos estaba dividida laalta sociedad y ejercían gran influencia sobre el pueblo. La mayor parte de los miembros del famoso tribunal llamado sanedrín formaba en las filas de una y otra secta.

El sanedrín presidido por el sumo sacerdote, era el gran tribunal de la nación, encargado de regir y juzgar los asuntos religiosos. Se componía de setenta y dos miembros, divididos en tres cámaras: los príncipes de los sacerdotes o jefes de las veinticuatro familias sacerdotales; los escribas o doctores de la ley; los ancianos del pueblo o jefes de las tribus y de las principales familias. El sanedrín tenía el derecho de castigar a los transgresores de la ley, pero, desde que los romanos impusieron su dominación a los judíos, le estaba prohibido pronunciar sentencia de muerte.

Los fariseos fueron los enemigos más encarnizados de Jesucristo. Celosos de su popularidad, heridos en su orgullo por la superioridad de su doctrina, exasperados por la libertad con que condenaba sus errores y descubría su hipocresía, concibieron contra Él tal aversión, que bien pronto se convirtió en odio mortal. La sabiduría de Dios, que gobierna el mundo, se sirvió de este odio para llevar a cabo la redención del linaje humano.

La Pasión de Cristo Redentor. – Jesucristo había venido a este mundo, no sólo para instruirlo y traerle una religión más perfecta, sino también para salvar a la humanidad culpable. Ahora bien, esta redención debía cumplirse mediante el sacrificio de su vida y la efusión de su sangre. A mitad del tercer año de su predicación, Jesucristo subió a Jerusalén para celebrar allí la Pascua con sus apóstoles.

Cristo, verdadero rey de Israel, quiso entrar triunfalmente en la Ciudad Santa. El pueblo, al saber que llegaba Jesús, corrió a su encuentro, llevando palmas y ramos de olivo, alfombrando con hojas el camino que debía recorrer, mientras gritaba lleno de júbilo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Gloria al Mesías!

Estas aclamaciones enfurecieron a los fariseos, que buscaron la manera de apoderarse de Él, sin soliviantar a la muchedumbre. Aceptaron complacidos el ofrecimiento de Judas Iscariote, que se brindaba a entregarle mediante el pago de treinta monedas de plata. Esta venta se repite en el transcurso de los siglos contra Cristo y su Iglesia. Los judíos compran la prensa, compran los votos, y la traición de Judas se repite en el mundo.

Jesús en el Huerto de los Olivos.– El Jueves Santo por la noche, el Salvador reunió en Jerusalén a sus doce apóstoles para comer el cordero pascual, según el ceremonial prescrito por Moisés. Después de la institución de la divina Eucaristía, la gran Pascua de la nueva ley, Jesús se dirigió al Huerto de los Olivos. Allí, al considerar los sufrimientos que le esperaban y su inutilidad para muchos, el Salvador se sintió oprimido por una amarga tristeza: cayó en agonía y, desde las ocho de la
noche a las nueve, lloró los pecados de los hombres.

A medianoche viene Judas capitaneando a los soldados del sanedrín. Jesús pronuncia esta única frase: Soy Jesús de Nazaret, y la tropa cae de espaldas. Quiere mostrar con este prodigio que va a entregarse libremente a los sufrimientos. Se deja, pues, atar y conducir a Jerusalén, mientras sus discípulos le abandonan.

Jesús en presencia de Caifás.– Contra todas las reglas de procedimiento, el gran sacerdote reúne el sanedrín a medianoche, para condenar al Salvador. Estos jueces buscan testigos falsos, pero sus declaraciones carecen de eficacia para justificar la sentencia de muerte. Para poder pronunciarla contra Jesús, no halla el sanedrín otro pretexto que la afirmación solemne de Jesús: Sí, soy el Cristo, el Hijo de Dios. Caifás dice que semejante afirmación es una horrenda blasfemia; y como, de acuerdo con la ley mosaica, la blasfemia era castigada con la muerte, Jesús es condenado y entregado a la brutalidad de los lacayos y soldados.

Jesús ante Pilatos.– El Viernes Santo, a eso de las siete de la mañana, Jesús es conducido al tribunal de Pilatos, gobernador romano, para que ratifique y ejecute la sentencia. El gobernador invita a los enemigos de Jesús a que expongan sus acusaciones contra Él; y entonces, los del sanedrín, dejando a un lado la acusación de blasfemia, le presentan como reo de crímenes políticos. Este hombre, dicen, subleva al pueblo; prohíbe que se pague tributo al César, y se dice el Cristo Rey.

Pilatos interroga a Jesús, reconoce su inocencia y busca la manera de ponerle en libertad; pero no quiere disgustar a los judíos, por temor de ser denunciado al emperador Tiberio de perder el puesto. Oyendo que Jesús es galileo, le manda, sin demora, a Herodes, que se halla en Jerusalén con motivo de las fiestas de la Pascua.

Jesús ante Herodes. – Herodes, orgulloso de ver comparecer ante su tribunal a ese hombre extraordinario, le pide que haga algún milagro. En presencia de aquel príncipe impúdico, Jesús guarda silencio; por lo cual Herodes, despechado, le hace vestir con un traje de burla como a un loco y lo devuelve a Pilatos.

Durante este tiempo, los fariseos propagan entre el pueblo toda suerte de calumnias contra el Salvador; la aparente debilidad y abatimiento de Jesús, el juicio del sanedrín y de Herodes, todo induce a creer que lo afirmado por los fariseos no es una calumnia, sino verdad. El pueblo judío, que cinco días antes gritaba: ¡Hosanna al Hijo de Dios!, dentro de poco pedirá su muerte. De un modo análogo el pueblo católico argentino y el de otros países, engañado por los judíos y masones, vota por los enemigos de Dios y les permite forjar toda clase de leyes contrarias a la libertad de la Iglesia y al bien de la patria. Vuelve Jesús a presencia de Pilatos. – El gobernador, viendo el odio de los fariseos, desea salvar a Jesús. Espera hallarmás justicia en el pueblo, y siguiendo la costumbre de indultar a un preso en el tiempo pascual, compara a Jesús a un asesino llamado Barrabás: ¿A quién queréis que ponga en libertad, pregunta a la muchedumbre, a Jesús o a Barrabás? El pueblo seducido por los fariseos, pide la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

Pilatos se indigna; y para mover al pueblo a compasión, condena a Jesús a la pena de azotes, no obstante haberle declarado inocente.

Este suplicio reservado para los esclavos, era, según la ley romana, horriblemente cruel. El condenado, completamente desnudo, era atado a una columna baja, de modo que presentara la espalda encorvada a los golpes terribles de los verdugos ejercitados en el arte de la tortura. Los ramales de cuero terminaban en corchete para desgarrar las carnes, o en bolas de plomo para magullar las llagas. Cada golpe arrancaba jirones de carne, y la sangre corría de todas las partes del cuerpo. Bien pronto la víctima, encorvándose hacia un lado, dejaba todo su cuerpo expuesto a los golpes desgarradores; no era raro ver al condenado morir en este suplicio. La paciencia divina de Jesús asombra a los verdugos y excita su rabia; y de la planta de los pies hasta la coronilla no hay en Él un punto sano, pudiéndosele contar todos los huesos, con lo que se realiza la profecía de Isaías: Dinumeraverunt omnia ossa mea. De esta suerte, la pureza por esencia pagaba las impurezas de los hombres.

Después de tan espantoso tormento material, los soldados romanos quisieron burlarse de este Rey de los judíos. Le hicieron sentar sobre un fragmento de columna como sobre un trono; le echaron sobre las espaldas, a manera de manto real, un harapo de púrpura; pusieron en sus manos una caña por cetro y ciñeron sus sienes con una corona de punzantes espinas, adaptándola a fuerza de golpes; luego, como tributo, le escupieron en el rostro y le dieron de bofetadas. Para expiar el orgullo del hombre, el Salvador sufre estas crueles ignominias con paciencia divina.

Pilatos muestra al pueblo a Jesús en un estado capaz de conmover las mismas piedras. La víctima tiene el cuerpo desgarrado, la cabeza coronada de espinas, el rostro manando sangre; y cuando así lo ha puesto a la vista del pueblo, el juez dice: ¡He aquí al hombre! Los judíos lanzan gritos de furor: ¡Crucifícalo!... Nosotros tenemos una ley, y según ella debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios. 

Los romanos solían respetar las leyes religiosas de los pueblos conquistados, y por eso los fariseos substituyen el crimen de Estado, que Pilatos rehúsa admitir, con el crimen de religión. Sin embargo, el gobernador todavía vacila. Entonces, ellos le descargan el último golpe: Si lo pones en libertad, no eres amigo del César, puesto que todo aquel que se hace rey se declara contrario al César.

Al oír estas palabras, Pilatos se estremece ante el temor de perder su puesto, y se lava las manos diciendo: Soy inocente de la sangre de este justo; vosotros responderéis de ella.

Los judíos gritan: ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! El gobernador pronuncia la sentencia y condena a Jesús a muerte de cruz.

Dos años más tarde, este juez inicuo, acosado por los judíos, fue desterrado a Poitiers, en las Galias, donde, desesperado, se suicidó. La imprecación del pueblo judío, por otra parte, se cumplió: la maldición de Dios cayó sobre él y sobre su raza, que se halla dispersa por todo el mundo, llevando siempre en su frente el estigma de Caín.

Jesús en el Calvario. – El suplicio de la cruz estaba reservado a los esclavos y a los malhechores. El Salvador del mundo, cargado con nuestras iniquidades, quiere pasar por este suplicio humillante y cruel. Los verdugos colocan sobre sus hombros una pesada cruz, que Él abraza con amor y lleva penosamente hasta el Calvario, lugar destinado a las ejecuciones. El camino que conducía a él tenía una longitud de 750 metros.

Al recorrer esta vía dolorosa, Jesús, extenuado por tantos sufrimientos, cae tres veces. Al salir de Jerusalén, se halla incapaz de dar un paso, llevando la cruz a cuestas; los soldados obligan a un hombre de Cirene a que ayude a la víctima. Jesús se encuentra con su santísima Madre, y su corazón se desgarra de pena. Más adelante, una piadosa mujer, llamada después la Verónica, enjuga su divino rostro, y el Señor, agradecido, deja impresa en el sudario su santa faz.

En la subida al Calvario, el Salvador habló sólo una vez, pero habló como doctor y como profeta. Anunció a las mujeres de Jerusalén que le seguían llorando, el castigo futuro de su patria y la suerte del pecador que no quiera aprovecharse de los frutos de la Redención.

Llegado al Calvario, Jesús, despojado de sus vestiduras, es clavado en la cruz por cuatro sayones, que hacen penetrar, a fuerza de golpes de martillo, enormes clavos en sus pies y manos. Cuando la víctima queda clavada, en medio de atroces sufrimientos, los verdugos levantan la cruz y la dejan caer de golpe en el hoyo preparado de antemano. Cada sacudida produce en todos los miembros de Jesús un estremecimiento de espantosos dolores... Era mediodía. 

Dos ladrones fueron también crucificados con Él, uno a la derecha y otro a la izquierda. Así se cumplía la profecía: Ha sido contado entre los malhechores.

Sobre la cruz, el Salvador, levantado entre la tierra y el cielo, pronuncia siete palabras. Ora por sus verdugos; promete el paraíso al ladrón arrepentido; entrega a María por madre a Juan, y luego calla por espacio de tres horas. En aquel momento, el sol se obscurece y densas tinieblas cubren la tierra. Jesús ruega ante la justicia divina por los pecadores. Viendo el número de los réprobos que no querrán aprovecharse de sus méritos, deja escapar un grito de desconsuelo hacia su Padre: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?... Después se vuelve a los hombres para decirles: Tengo sed... tengo sed de la salvación de vuestras almas... Por último anuncia que todo se ha consumado: las profecías se han cumplido, el precio de nuestro rescate está pagado. El Redentor profiere un gran grito, pone su alma en las manos de su Padre, he inclinando la cabeza, muere... Eran las tres de la tarde.

La naturaleza entera pareció llorar la muerte de su Criador: la tierra tembló, las rocas del Calvario se partieron, se desgarró el velo del Templo, las tumbas se abrieron... El centurión romano, que guardaba a los ajusticiados, exclamó: ¡Este hombre era realmente el Hijo de Dios!

Sepultura de Jesús. – Algunas horas después, un soldado, para atestiguar la muerte de Jesús, abre de una lanzada el costado de la víctima y de la herida sale sangre y agua. José de Arimatea y Nicodemo obtuvieron permiso de Pilatos para sepultar el sagrado cuerpo. Habiéndolo desclavado de la cruz, lo colocaron en un sepulcro nuevo excavado en una roca. Los judíos, sabiendo que Jesús había predicho su resurrección y temiendo que vinieran a robar el cadáver, sellaron la tumba con el sello de la nación y pusieron varios soldados para que la guardaran. Esta precaución, completamente providencial, sólo va a servir para hacer más auténtica la resurrección de Jesucristo.

Resurrección de Jesucristo. – El domingo, al despuntar la aurora, Jesús sale lleno de gloria de la tumba sin tocar la piedra. La tierra tiembla, un ángel desciende del cielo, hace rodar la piedra, se sienta en ella y siembra el terror entre los guardianes del sepulcro. Estos, viendo vacío el sepulcro, corren a anunciar al sanedrín la resurrección del crucificado. Los príncipes de los sacerdotes les entregan una cantidad de dinero para que esparzan la voz de que, estando ellos durmiendo, habían venido los discípulos de Jesús y robado el cadáver.

El mismo día, el divino Jesús se aparece por la mañana a María Magdalena, a las santas mujeres y a Pedro. Por la tarde, se muestra a dos discípulos en el camino de Emaús, y después a sus apóstoles, reunidos en el Cenáculo.

Durante cuarenta días se aparece a sus apóstoles en diversas circunstancias; les encarga que enseñen y bauticen a todas las naciones y, finalmente, les da las últimas instrucciones para establecer su iglesia, de la que nombra definitivamente a Pedro primer pastor y Jerarca supremo.

Ascensión. – El cuadragésimo día, Jesús, seguido de ciento veinte discípulos se encamina al monte de los Olivos. Allí, después de haber prometido a sus apóstoles que les enviaría el Espíritu Santo, los bendice por última vez y en su presencia se va a los cielos.


112. P. ¿Cómo conocemos la vida de nuestro Señor Jesucristo?

R. Conocemos la vida de nuestro Señor Jesucristo particularmente por los Evangelios.

Se llaman Evangelios los cuatro libros donde se narra la vida, los milagros y las principales palabras de Jesucristo.

Autores de los Evangelios son los apóstoles San Mateo y San Juan, y dos discípulos, San Marcos, discípulo de San Pedro, y San Lucas, discípulo de San Pablo.

Los tres primeros evangelistas, San Mateo, San Marcos y San Lucas, escribieron su Evangelio del año 40 al año 70 de la era cristiana; San Juan, a fines del primer siglo.

La palabra Evangelio es lo mismo que buena nueva. Es la nueva de la redención de los hombres, nueva grandísima y felicísima sobre todas las demás. Se da este nombre, ya a la doctrina de Cristo, ya a los libros en que está contenida.

Cuatro hombres elegidos por Dios, dos apóstoles y dos discípulos, escribieron, bajo la inspiración del Espíritu Santo, la divina historia de lo que Jesús dijo e hizo entre los hombres. Las narraciones de estos cuatro testigos, aunque diversas en la forma, en la intención, en el origen, se explican y confirman las unas a las otras, de suerte que no constituyen sino un solo Evangelio.

1° El Evangelio de San Mateo fue escrito hacia el año 42, ocho años después de la Ascensión del Salvador. San Mateo, apellidado Leví, cuando estaba a punto de dejar la Palestina para ir a llevar a otras naciones la buena nueva, escribió en hebreo, para los judíos convertidos de Jerusalén, los hechos principales de la vida de Jesús. Su intento fue demostrar a los judíos incrédulos que Jesús de Nazaret era realmente el Mesías anunciado por los profetas. Es el más antiguo de los cuatro Evangelios.

2° El Evangelio de San Marcos fue escrito cinco o seis años más tarde, en Roma, por Juan Marcos, discípulo y secretario de San Pedro. Marcos siguió a su maestro a Roma, recogió sus narraciones y, en vista de ellas, escribió su Evangelio a petición de los romanos, deseosos de tener por escrito el compendio de las enseñanzas dadas por el Apóstol. Este Evangelio, aprobado por San Pedro, estaba destinado particularmente a los gentiles, así como el de San Mateo lo estaba para los judíos convertidos. Es el más compendiado.

3° San Lucas compuso el tercer Evangelio y los Hechos de los Apóstoles entre los años 53 y 60 de la era cristiana. Natural de Antioquia, médico, pintor y escritor distinguido, San Lucas fue convertido por San Pablo y se hizo el compañero de sus viajes a Éfeso, a Jerusalén, a Grecia y a Roma. Sacó los elementos para su Evangelio de las predicaciones de su maestro, de sus relaciones con los otros apóstoles y de las enseñanzas que recogiera de los labios de la Virgen María (Según la tradición, San Lucas reprodujo siete veces el retrato de la Santísima Virgen; y en Roma se conservan aun algunos ejemplares.San Lucas se propuso ordenar, de la mejor manera posible, la narración de los hechos evangélicos; y así su libro tiene más forma de historia que los otros: es el más completo y el más metódico de los Evangelios. San Lucas escribió para los griegos, cuya lengua hablaba admirablemente. Presenta al Hombre-Dios como al Salvador del género humano.

4° El Evangelio de San Juan fue compuesto a fines del siglo primero. San Juan, el discípulo predilecto de Jesús, el último superviviente de los apóstoles, escribió en griego su Evangelio, a ruegos de los obispos de Asia, para combatir las primeras herejías sobre la divinidad de Jesucristo. Pone todo su empeño en dar a conocer mejor al Salvador, su existencia eterna en el seno de Dios, su unión substancial con el Padre, su encarnación y el misterio de la vida divina que Jesús venía a comunicar a los hombres.

Los tres primeros evangelistas narran la vida exterior del Salvador y sus enseñanzas populares. San Juan guarda silencio acerca de lo que se halla en los primeros Evangelios, y ahonda más que los otros hagiógrafos en los secretos de Jesús y en lo sublime de su doctrina. Es el único que reproduce su discurso de después de la Cena, la página más hermosa de nuestros Libros Santos, donde se aspira un aroma de divinidad y de amor divino.


113. P. ¿Debemos creer todo lo que está contenido en los Evangelios?

R. Sí; porque se debe creer a un libro histórico cuando es auténtico, íntegro y verás.

Los Evangelios poseen estas tres cualidades de una manera mucho más perfecta que todos los otros libros históricos. Escritos por los apóstoles y los discípulos cuyos nombres llevan, han llegado intactos hasta nosotros, y sus autores son testigos verídicos y dignos de fe; no han podido ser engañados ni engañadores. Es imposible, pues, poner en duda los hechos narrados en los Evangelios, sin negar al mismo tiempo toda ciencia histórica.

N.B.– Los Evangelios pueden ser considerados de dos maneras: 1°, como libros inspirados; 2°, como libros simplemente históricos.

Nosotros, los cristianos, creemos que los Evangelios son libros inspirados, es decir, que los apóstoles y sus discípulos los han escrito siguiendo el impulso del Espíritu Santo, que se los dictó. Como libros inspirados, merecen fe divina, esto es, la fe absoluta que merece la palabra de Dios. Pero aquí no tenemos que discurrir
acerca de la inspiración.

Consideramos los santos Evangelios como libros de historia, según el concepto puramente histórico.

Conforme a la sana crítica y al buen sentido, un libro de historia tiene autoridad plena y merece fe humana cuando es auténtico, íntegro y veraz.

Un libro es auténtico cuando ha sido escrito en la época y por el autor que le asignan.

Un libro es íntegro cuando ha llegado hasta nosotros sin alteración, tal como fue compuesto por su autor.

Un libro es verídico cuando el autor no puede ser sospechoso de error o de mentira.

1° Autenticidad de los Evangelios. – Los cuatro Evangelios tienen por autores a los escritores cuyos nombres llevan. Así lo demuestran:

a) El testimonio del pueblo cristiano. Este ha considerado siempre los Evangelios como auténticos, los ha leído en los divinos oficios y los ha conservado con religiosa veneración.

b) El testimonio de los mismos paganos, que los atribuyen a los discípulos de Jesús.

c) La imposibilidad de atribuirlos a otros autores, sea contemporáneos de los apóstoles, porque éstos hubieran protestado, sea posteriores a su muerte, porque los cristianos no lo hubieran admitido. 

d) Los caracteres intrínsecos de los Evangelios requieren que sus autores sean testigos oculares y contemporáneos de Jesucristo.

e) La autenticidad de nuestros Libros Santos exige pruebas más fuertes que las exigidas para los otros libros históricos, pruebas accesibles a todas las inteligencias. Dios ha provisto a esta necesidad. Él nos da una prueba única en el mundo y acomodada a todas las inteligencias, tal como no la posee libro alguno: me refiero al testimonio del pueblo judío para el Antiguo Testamento y del pueblo cristiano para el Nuevo.

Los Evangelios son para los cristianos una herencia de familia cuya procedencia deben conocer mejor que nadie. El pueblo cristiano funda su origen, la razón de su existencia, de su fe, de su vida, en la predicación de los apóstoles que le hicieron conocer las obras, los milagros y las enseñanzas de Jesucristo. Ahora bien, los Evangelios no son más que el resumen escrito de la predicación apostólica. Los primeros cristianos aceptaron estos libros: a) porque conocían a sus autores y sabían que eran dignos de fe, y b) porque no hallaban en estos escritos sino lo que ya creían. Siempre y en todas partes los cristianos han considerado los cuatro Evangelios como la obra de los apóstoles y de sus discípulos; ante ese testimonio constante y universal se deshacen todas las objeciones de los incrédulos pasados, presentes y futuros.

Los racionalistas creen encontrar, en lo que ellos llaman ciencia crítica, armas contra nosotros. Los sabios cristianos los han seguido en este terreno, y ved aquí los testimonios que la crítica más sabia presenta de los escritos de los primeros siglos de la Iglesia, en favor de la autenticidad de los Evangelios.

San Justino, apologista y mártir en 106, afirma que los Evangelios eran leídos en los oficios del domingo, y habla de esta costumbre como de un uso general que existía de mucho tiempo atrás. Este filósofo pagano abrazó el cristianismo, después de haber recogido los datos más preciosos acerca de todos los hechos evangélicos.

Los Padres apostólicos, contemporáneos de los evangelistas, como San Clemente Romano, discípulo de San Pedro y Papa desde el 91 al 100; San Bernabé, compañero de San Pablo muerto el año 104; San Ignacio de Antioquia, discípulo de San Juan, martirizado el año 107, etc., citan en sus cartas una gran multitud de pasajes sacados del Evangelio; prueba evidente de que los Padres contemporáneos de los apóstoles tenían a la mano los Evangelios y conocían su verdadero origen.

San Ireneo, el sabio obispo de Lyon, discípulo de Policarpo, amigo éste de San Juan, del año 120 al 202, invoca contra los herejes nuestros cuatro Evangelios, que compara a los cuatro puntos cardinales y a las cuatro figuras de querubines. Nos cabe conocer en su célebre obra Adversus Haereses la época de su narración. Citaremos sus palabras:

“Mateo publicó su Evangelio entre los hebreos y en su lengua, en la época en que Pedro y Pablo predicaban el Evangelio en Roma y fundaban la Iglesia. Más tarde, Marcos, discípulo y secretario de San Pedro, nos comunica por escrito, las verdades que enseñaba ese apóstol. Lucas, discípulo de Pablo, escribía en un libro el Evangelio que predicaba su maestro. Finalmente, Juan, el discípulo predilecto del Señor, publicó un Evangelio mientras residía en Éfeso, en Asia... Tal es la certeza de nuestros Evangelios, que hasta los mismos herejes la reconocen y testifican.”

Son de una importancia capital las palabras de Ireneo, primado de las Galias y discípulo de Policarpo que reúne en su persona la autoridad de la Iglesia de Oriente y Occidente.

Orígenes, que vivió desde 185 a 254, afirma que hay cuatro Evangelios, que son los únicos recibidos sin dificultad en toda la Iglesia de Dios. Este gran doctor no se contenta con nombrar los autores, sino que los comenta y explica. 

Tertuliano, años 145-230, es tan explícito como Orígenes: con él tenemos el testimonio de la Iglesia de África.

Es útil reproducir testimonios posteriores al siglo II: son demasiado numerosos. Por consiguiente, no hay duda posible: los cuatro Evangelios fueron escritos por los autores cuyos nombres llevan.

b) Testimonio de los paganos.– Al testimonio de los cristianos podemos añadir el de los filósofos paganos, enemigos encarnizados de la Iglesia. Celso, que escribió entre los años 115 y 140 ve en los Evangelios los escritos de los discípulos de Jesús. Porfirio, en el siglo III, y Juliano el Apóstata, llaman a los evangelistas por sus nombres. Si ellos hubieran podido negar el verdadero origen de nuestros Evangelios, no hubieran dejado de hacerlo, porque éste era, evidentemente, el medio más rápido y eficaz para combatir a la Iglesia de Cristo.

c) Imposibilidad de todo fraude. – Ningún impostor hubiera podido componer los Evangelios ni durante la vida de los apóstoles ni después de su muerte. 1° Era imposible viviendo los apóstoles, porque éstos, sumamente atentos a conservar la Fe, de ninguna manera hubieran permitido que se abusara de su nombre para engañar a los fieles. 2° Era imposible después de la muerte de los apóstoles, porque los cristianos no hubieran recibido los Evangelios, y habrían protestado contra los impostores, como lo hicieron contra los Evangelios apócrifos desde el momento de su aparición. Los falsos Evangelios son remedos, y por lo mismo deponen en favor de los verdaderos, como la moneda falsa atestigua la existencia de la verdadera.



2° Integridad de los Evangelios.– Los Evangelios han llegado intactos hasta 
nosotros.

a) En efecto, no han sido alterados, y el texto actual está completamente conforme con los antiguos manuscritos.

b) Fue siempre imposible cualquiera alteración.

a) Nuestros Evangelios no han sido modificados.– Los sabios modernos, protestantes y católicos, han comparado los manuscritos más antiguos, las diversas traducciones en todas las lenguas; han estudiado hasta los viejos pergaminos de los monasterios griegos del Sinaí y del Monte Atón, y en todos estos manuscritos no han hallado ninguna divergencia que merezca ser notada. El texto que hoy poseemos es el mismo que se halla citado por los Santos Padres; está conforme con los 500 manuscritos antiguos cuya existencia han comprobado los sabios; está también de acuerdo con las antiguas versiones o traducciones hechas en diversas épocas. Por consiguiente, la integridad de los Evangelios queda rigurosamente probada.

Es indudable que existen numerosas variantes entre los diversos manuscritos, y no podía ser de otra manera: jamás libro alguno ha sido tan copiado y traducido en todos los tiempos y lugares. Pero estas variedades son debidas únicamente a errores de copistas o de traductores; dejan intactas las partes esenciales de cada frase, y no alteran ningún hecho importante, ningún punto de dogma o de moral.

b) Era imposible toda alteración substancial.– Estos libros, respetados como divinos, leídos todos los domingos en los oficios, eran conservado con cuidado religioso por todos los cristianos. Sería imposible hoy falsificarlos, porque son conocidos a la vez por los católicos, los herejes y los incrédulos: los unos a falta de los otros protestarían contra cualquiera alteración. Ahora bien, este estado de cosas fue siempre el mismo; luego lo que es imposible hoy, lo fue en tiempos pasados.

3° Veracidad de los Evangelios.– Los autores del Evangelio son verídicos.

a) No podían engañarse acerca de los hechos que narran: tales hechos eran recientes, sensibles e importantes.

b) No querían engañarnos: eran hombres sencillos, honestos, francos y publicaban su narración con peligro de vida.

c) No podían tampoco engañar, aun habiéndolo querido, porque vivían todavía numerosos testigos presenciales de los hechos del Evangelio, y no hubieran dejado de descubrir la impostura. Por otra parte, los judíos tenían sumo interés en poder demostrar que los evangelistas mentían.

a) No podían engañarse, porque no narraban sino lo que había visto o recibido de boca de testigos oculares dignos de fe. Se trataba de hechos recientes, sensibles, materiales, hechos a la luz del sol, en presencia de una multitud de testigos, a veces  hostiles. Esos hechos eran de una importancia capital para la religión del pueblo judío; finalmente, eran frecuentemente maravillosos y, por lo mismo, de tal naturaleza que debían llamar la atención. Creemos que nadie se atreverá a afirmar que todos los evangelistas eran ciegos, sordos o ilusos. En este caso habría que afirmar lo mismo de una multitud de otros testigos contemporáneos, aun entre los enemigos de Jesús, que recibieron sin protesta las narraciones evangélicas.

b) No querían engañar. – Su narración tiene un sello de verdad, de sencillez, de candor tal, que jamás se encuentra nada semejante en el libro de un impostor.Puntualizan los hechos, señalan los lugares donde se realizaron, citan testigos vivos todavía, y confiesan humildemente sus propios defectos y faltas.

No querían engañar: nadie engaña sino cuando prevé, como resultado de ese engaño, alguna utilidad, como gloria, fortuna, bienestar. Y ¿qué interés podían tener en engañarnos? Tan lejos estaban de poder esperar algún provecho de su fraude, no menos perjudicial para los judíos que para los gentiles, que sólo debían esperar, de parte de los hombres, el desprecio, la persecución, la muerte, y, de parte de Dios, los castigos reservados a los impostores sacrílegos. Mentir, pues, en tales condiciones era una locura. Pascal tiene razón cuando dice: Yo creo fácilmente la historia cuyos testigos se dejan degollar en comprobación de su testimonio.

c) No hubieran podido engañar.– Los hechos que cuentan se habían realizado en presencia de millares de testigos que todavía vivían. Los enemigos del Cristianismo no hubieran dejado de descubrir la impostura. Los judíos incrédulos, los jefes de la sinagoga, hicieron todo lo posible para ahogar la religión nueva, imponiendo el silencio a los apóstoles, pero se confesaron impotentes para negar los hechos del Evangelio.

No hubieran podido engañar, porque los apóstoles eran del todo incapaces de inventar por sí mismos, siendo hombres sencillos y humildes, una doctrina tan sublime, superior a todas las doctrinas filosóficas; no hubieran podido crear un tipo de virtud tal como Jesucristo, ni concebir un Mesías que no se parece en nada al que esperaban los judíos. El retrato que hacen de Jesús no tiene analogía alguna con los héroes del mundo; ningún ser humano podía darles la idea de un modelo tan sublime de perfección.

CONCLUSIÓN.– Son, pues, los Evangelios el libro histórico más autorizado, el más íntegro, el más verídico de todos los libros. Estamos, por consiguiente, tan ciertos de los milagros de Jesucristo como de sus enseñanzas. Los testigos que los narran los han visto; estos testigos no se engañan; sus narraciones han llegado hasta nosotros en toda su integridad: ¿Cómo, dice el impío Rousseau, recusar el testimonio de un libro escrito por testigos oculares que lo sellaron con su sangre, recibido en depósito por otros testigos que nunca han cesado de darlo a conocer en toda la tierra, y por el cual han muerto más mártires que letras tienen sus páginas?

Si los hechos del Evangelio no fueran verídicos, el Cristianismo nunca se hubiera podido establecer y conservar en la tierra.

Vamos a terminar esta cuestión citando una página muy conocida que la evidencia de la divinidad de los Evangelios arrancó al mismo Rousseau:

“Confieso que la majestad de las Escrituras me asombra, la santidad del Evangelio habla a mi corazón. Mirad los libros de los filósofos con toda su pompa:¡qué pequeños son comparados con aquél! ¿Es posible que un libro tan sublime y tan sencillo a la vez, sea obra de los hombres? ¿Es posible que Aquél cuya historia narra no sea más que un hombre también?... ¿Diremos que la historia del Evangelio ha sido inventada a capricho? No es así como se inventa; y los hechos de Sócrates, de los cuales nadie duda, están menos atestiguados que los de Jesucristo. En el fondo es esquivar la dificultad sin destruirla. Sería más inconcebible que varios hombres, de común acuerdo, hubieran forjado este libro, que no el que uno solo haya proporcionado el tema. Nunca autores judíos hubieran hallado ni este tono ni esta moral. El Evangelio tiene caracteres de verdad tan grandes, tan sorprendentes, tan perfectamente inimitables, que el inventor sería más grande que el héroe mismo”.


114. P. La religión cristiana, ¿difiere mucho de la religión primitiva y de la religión mosaica?

R. No; no difiere de ellas en su esencia, puesto que tiene los mismos dogmas, la misma moral y el mismo culto esenciales.

Estas tres religiones tienen el mismo autor: Dios; el mismo fin sobrenatural para el hombre: el cielo; los mismos medios para llegar a él: la gracia. Las tres descansan sobre el mismo Redentor: esperado y llegado, Jesucristo es siempre el fundamento de la verdad religiosa. La salvación nunca ha sido posible sino por Él y por sus méritos.

Con todo, la religión cristiana es más desarrollada, más perfecta y más rica en gracias.

Así como el sol se anuncia con la aurora, descubre su luz cuando se levanta y brilla en todo su esplendor al mediodía, así, la religión revelada se desenvuelve por grados: empieza en la religión primitiva, se desarrolla en la religión mosaica y brilla en todo su esplendor en la religión cristiana. Después de la revelación cristiana no queda más que la revelación del cielo: la visión beatífica.

La revelación hecha por Jesucristo es antigua y moderna a la vez: antigua, porque reproduce todas las revelaciones anteriores; moderna, porque las esclarece y completa: Yo no he venido, dice Él, a abrogar la ley o los profetas; no he venido a abrogar, sino a dar cumplimiento (22).

1° Estas tres revelaciones o religiones, primitiva, mosaica y cristiana, no son sino los diversos estados de una sola y misma religión, desarrollada por Dios en la sucesión de los siglos y que recibe su perfección por Jesucristo. Semejante al hombre a quien se dirige, la religión revelada ha tenido diversas edades: a) su infancia, desde Adán hasta Moisés; b) su adolescencia, desde Moisés hasta Jesucristo; c) su edad perfecta, desde Jesucristo hasta el fin del mundo. Pero no por eso ha dejado de ser la misma, así como el hombre, pasando por las diversas edades de la vida, no deja de ser la misma persona.

Y, a la verdad, las tres religiones tienen el mismo nacimiento: las tres vienen de Dios; el mismo fin y las mismas ayudas, puesto que el objeto de todas ellas es conducir al hombre al cielo mediante la gracia. Los dogmas, aunque revelados progresivamente, se encuentran, por lo menos en germen en las tres religiones. Así, el misterio de la Encarnación es anunciado por los profetas, que llaman al Mesías, ya Hijo de David, ya Hijo de Dios, Emmanuel, es decir, Dios con nosotros.

Un mismo decálogo manda siempre las mismas virtudes. Para con Dios: la fe, la esperanza, la caridad, la adoración; para con el prójimo: la justicia, la caridad, la verdad; para con nosotros mismos; la humildad, la castidad, el desinterés.

Uno mismo es el culto, por lo menos en sus actos esenciales: la oración, el sacrificio, la santificación de un día por semana.

2° Las tres religiones descansan sobre el Redentor. El punto culminante de la historia de la religión, como el de la historia del mundo, es la venida del Mesías. Colocado entre el pueblo judío, que le llamaba con todos sus deseos, el pueblo cristiano, que le ha saludado por su Dios, Jesucristo une los dos Testamentos o las dos alianzas de Dios con los hombres. Todo lo que le ha precedido dice relación a Él como Salvador esperado; todo lo que le ha seguido se une a Él como a Salvador llegado. Jesucristo es el punto a donde convergen todas las cosas. Él es el objeto de la fe de todos los siglos: desde el nacimiento del mundo, el fiel ha debido creer en Jesucristo prometido, como el cristiano debe creer en Jesucristo venido. Él era ayer, Él es hoy, Él será en los siglos de los siglos.

La religión cristiana ha comenzado, pues, con el primer hombre y no terminará sino con el mundo. Nosotros creemos hoy y se creerán en todos los siglos las mismas verdades fundamentales; nosotros observamos los mismos preceptos que nuestros primeros padres, los patriarcas y los profetas.


“Así, la religión, después de la caída del hombre, ha sido siempre una e idéntica en su autor, en su mediador, en su dogma, en su moral, en su culto. Luego nunca ha habido más que una sola verdadera religión: la religión cristiana; ella seremonta a los primeros días del mundo, y perdurará hasta el fin de los siglos. Semejante a un árbol magnífico, plantado en el principio de los tiempos por la mano de Dios mismo, ella ha desarrollado poco a poco su robusto tronco, ha extendido sus ramas bienhechoras, alimentando con sus frutos saludables y cubriendo con sufollaje inmortal todas las generaciones que han pasado, pasan y pasarán sobre la tierra”. (Mons. Gaume).


115. P. ¿En qué está la perfección de la religión cristiana?

R. 1° Jesucristo explicó mejor las verdades ya conocidas.

2° Reveló nuevos misterios.

3° Interpretó con mayor claridad las leyes morales.

4° Estableció los sacramentos, fuente eficaz de la gracia.

5° Abolió las ceremonias figurativas del culto mosaico.

6° Reemplazó los sacrificios antiguos, de poco valor, por el Santo Sacrificio de la Misa, de un valor infinito.

7° Reunió a los que practican su religión en sociedad visible, con una autoridad infalible para instruir a los hombres, gobernarlos y administrarles los sacramentos.

8° Hizo obligatoria para todo el género humano la religión cristiana.

1° Jesucristo perfeccionó el dogma. – Derramó abundantísima luz sobre las verdades ya reveladas, como la unidad y las perfecciones de Dios, la espiritualidad, libertad e inmortalidad del alma, las recompensas y los castigos de la vida futura. Nos reveló claramente los grandes misterios de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención, que nos hacen entrever la naturaleza infinita de Dios y nos muestran el amor infinito del Creador para con el hombre, su criatura.

2° Jesucristo perfeccionó la moral. – Dictó con mayor claridad el decálogo, que redujo a los dos grandes preceptos del amor a Dios sobre todas las cosas y del amor al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Mandó a los hombre como deber riguroso el observar las leyes de la penitencia y emplear los medios por Él establecidos para darles la gracia, es decir, el deber de recibir los sacramentos que dan, conservan o restituyen la vida sobrenatural. Nos mostró la fuente de todas las virtudes en el espíritu de sacrificio: Si alguien quiere, nos dice, seguirme al cielo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Sin renunciar a sí mismo, es imposible amar a Dios y al prójimo.

3° Jesucristo perfeccionó el culto.– Reemplazó los ritos simbólicos de la antigua ley por signos eficaces, los sacramentos, que obran por sí mismos y confieren la gracia a todos los cristianos bien dispuestos. Instituyó el Sacrificio de la Misa, de un valor infinito, porque es la reproducción incruenta del gran sacrificio del Calvario: por la Misa podemos rendir a Dios todos nuestros homenajes de adoración, de acción de gracias, de expiación y de oración.

Estableció un nuevo sacerdocio, que no está limitado a los cabezas de familia, como en la religión primitiva, ni a los miembros de una sola tribu, como en la religión mosaica, sino que ha sido confiado con poderes maravillosos a todos aquellos que responden a la vocación de Dios.

Por último, nos dio una fórmula de oración, el Padrenuestro, compendio de todo lo que debemos desear y pedir a Dios.

4° Jesucristo aseguró la conservación de la religión cristiana. – Instituyó una sociedad, la Iglesia, con una autoridad infalible, que tiene una jurisdicción más extendida, más manifiesta, más firme que la sinagoga judía. Esta autoridad está en el Soberano Pontífice, sucesor de San Pedro, designado por Jesucristo como jefe de la Iglesia, y en los obispos, sucesores de los apóstoles.

5° Jesucristo hizo obligatoria para todos los hombres la religión cristiana. – Jesús dijo a sus apóstoles: Id, enseñad a todas las naciones, predicad el evangelio a toda criatura. Aquél que creyere y fuere bautizado, se salvará; aquél que no creyere, será condenado. He aquí que estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos (23). Está, pues, destinada la religión cristiana a todas las naciones y a todos los individuos, y todos están obligados a aceptarla, bajo pena de ser condenados.


116. P. ¿Qué cosas comprende la religión cristiana?

R. La religión cristiana contiene:

1° Las verdades que debemos creer.
2° Los deberes que debemos practicar.
3° Los medios que debemos emplear para dar gloria a Dios y santificarnos.


1° Las verdades que debemos creer están expuestas en compendio en el Símbolo de los Apóstoles.

2° Los deberes que debemos practicar están contenidos en los mandamientos
de Dios y de la Iglesia.

3° Los medios establecidos para glorificar a Dios son el Santo Sacrificio de la Misa, la santificación del domingo y de los días festivos; los medios de santificarnos son los sacramentos que nos dan la gracia necesaria para la salvación. Tal es, en resumen, la doctrina cristiana, la doctrina de Cristo, que los apóstoles han predicado y que la Iglesia nos enseña.

N.B. – Más adelante explicaremos de una manera más extensa estas diversas partes de la religión cristiana. Por ahora, nos basta recordar las principales verdades que debemos creer acerca de nuestro Señor Jesucristo, si queremos de veras ser sus discípulos.

Creencias de los cristianos.– 1° Nosotros, los cristianos, creemos que Dios Creador ha levantado en su misericordia, la humanidad caída y perdida por el pecado del primer hombre.

2° Creemos que para esto ha enviado a la tierra al Mesías, prometido a los patriarcas y anunciado por los profetas. Este Salvador nos ha enseñado lo que debemos creer y lo que debemos hacer para agradar a Dios.

3° Creemos que este Redentor es el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, que tomó la naturaleza humana para unirla a su persona divina, y, después de su Encarnación, se llamó Jesucristo.

4° Creemos que el Hijo de Dios hecho hombre, o el Hombre-Dios, ha satisfecho por el pecado de Adán y por nuestros pecados personales a la justicia divina, de modo que, aplicándonos sus méritos en determinadas condiciones, somos elevados nuevamente al estado sobrenatural y somos hechos hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo.

5° Creemos que Jesucristo, ha instituido una sociedad religiosa que Él llama Iglesia, para continuar su obra y asegurar la salvación a los hombres que profesaren su doctrina, obedecieren sus leyes y recibieren sus sacramentos.

6° Creemos que entre todas las sociedades que desean ser las iglesias de Jesucristo, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana es la única verdadera Iglesia por Él fundada, y fuera de la cual no hay salvación.

7° Creemos que Jesucristo ha puesto en la Iglesia católica una autoridad infalible, un tribunal supremo, que tiene por misión enseñar, propagar y hacer practicar la religión cristiana: esta autoridad es ejercida por el Soberano Pontífice, sucesor de San Pedro, y por el cuerpo de los obispos unidos al Papa.

Tales son los puntos de nuestro Símbolo que vamos a explicar, probar y defender contra los que los atacan. Estos enemigos son de tres clases, los judíos, los racionalistas y los herejes.

Demostrando la divinidad de la religión cristiana, probaremos:

CONTRA LOS JUDÍOS, que Jesucristo es el verdadero Mesías prometido y esperado en Israel.

CONTRA LOS RACIONALISTAS, que Jesucristo es verdaderamente el enviado de Dios, y Dios mismo.


CONTRA LOS HEREJES, que la Iglesia Católica es la sola iglesia fundada por Jesucristo.




Notas

17. Malaquías. III, 1.
18. Marcos, I, 7 y 8.
19. Mateo, III, 16 y 17.
20. Juan, I, 23 y 26.
21. Id. I, 29, 31 y 32.
22. Mateo, V, 17.
23 Mateo XXVIII, 19 y 20; Marcos XVI, 15 y 16






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