martes, 8 de noviembre de 2016

La Religión Demostrada XIII: La Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo







LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.






DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.



CUARTA VERDAD
LA RELIGIÓN CRISTIANA ES LA ÚNICA
RELIGIÓN DIVINA




III. DIVINIDAD DE LA RELIGIÓN CRISTIANA


APÉNDICE
DIVINIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Los precedentes argumentos demuestran la divinidad de la religión cristiana, porque una religión promulgada por un Enviado de Dios es, por lo mismo, divina. Pero la divinidad de nuestra religión aparece con mayor evidencia todavía cuando se prueba que su fundador no es solamente el Enviado de Dios, sino el Hijo de Dios mismo.

La divinidad de Jesucristo es el dogma básico de la religión cristiana; y por esta razón los racionalistas modernos la combaten de una manera tanto más peligrosa cuanto que ocultan su odio bajo pretensiones de ciencia. Afectan reconocer en Nuestro Señor Jesucristo a un sabio, a un profundo filósofo, a un gran bien hechor de la humanidad, pero no quieren reconocerle como Hijo de Dios hecho hombre.


126. P. ¿Por qué debemos creer que Nuestro Señor Jesucristo es Dios?

R. Debemos creer que Jesucristo es Dios, porque Él lo revela con sus palabras y lo prueba con sus obras.

1° Jesucristo nació como Dios; 2°, habló como Dios; 3°, obró como Dios; 4°, murió como Dios; 5°, resucitó como Dios; 6°, reina como Dios; 7°, se sobrevive como Dios.

Para averiguar lo que es un hombre, parece natural empezar preguntándole, como los judíos a San Juan Bautista: ¿Quién eres tú? ¿Qué dices de ti mismo? Reservándose el ver después si sus obras y su vida están conformes con su respuesta.

A esta pregunta, Jesús responde de una manera categórica: Yo no soy solamente un Enviado de Dios para revelar a la tierra las voluntades del cielo, sino que soy el Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Lo dijo a sus discípulos, a sus enemigos, al pueblo judío, al mundo entero por medio de sus apóstoles y a los siglos venideros por medio de su Iglesia.

1° Hemos probado ya que Jesucristo es un Enviado de Dios, encargado de instruir a los hombres. Que se debe creer en la palabra de un Enviado de Dios es indudable; pero como Jesucristo nos revela formalmente que Él es el Hijo de Dios, no solamente por adopción como nosotros, sino por naturaleza, debemos inferir que verdaderamente es Dios.

2° Por si esta afirmación no bastara, Jesucristo lo prueba con sus obras:

a) Con sus milagros tan numerosos y tan ciertos.

b) Con sus profecías perfectamente realizadas.

c) Con la santidad de su doctrina y de su vida.

d) Con su reinado inmortal sobre las almas.

e) Con el establecimiento y conservación de su Iglesia.

Tal es el argumento general que vamos a desenvolver, siguiendo las célebres conferencias de Mons. Freppel sobre la divinidad de Jesucristo.

ADVERTENCIA IMPORTANTE.– Jesucristo es a la vez, Dios perfecto y hombre perfecto. Igual a Dios Padre por su divinidad, es inferior al Padre por su humanidad. La naturaleza divina y la naturaleza humana, aunque muy distintas, están íntimamente unidas en la persona única del Verbo. Así como el alma racional y el cuerpo constituyen un solo hombre, así también Dios y el hombre son un solo Jesucristo.

Hay, pues, en Jesucristo dos naturalezas distintas: la naturaleza divina y la naturaleza humana, unidas en una sola persona, la del Verbo, Hijo único de Dios. Por consiguiente, se debe atribuir a Jesucristo Hombre-Dios todas las propiedades que posee y todas las acciones que ejecuta en una y otra naturaleza. Se puede decir, pues, con la misma verdad: Jesucristo es eterno, y Jesucristo ha nacido.

Y porque la misma persona es, al mismo tiempo, Dios y hombre, se ha podido llamar a sí mismo Hijo del Hombre, declarar que su Padre es más grande que Él, que Él ignora el día del juicio, etc. En esto Jesús hablaba como hombre.

Después de cada una de las humillaciones del Hombre-Dios, sucede una maravilla que recuerda su majestad divina:

Quiso nacer en una familia pobre, pero fue concebido por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, y es un ángel quien revela este misterio.

Nació, pero nació de una Virgen: ecce Virgo concipiet et pariet filiun.

Fue puesto sobre la paja de un pesebre, pero voces celestiales cantaron en torno de ese pesebre, y una estrella milagrosa invitó a los Magos de Oriente a que fueran a adorarle.

Fue presentado en el templo, pero el profeta Simeón lo proclamó luz del mundo.

Recibió el bautismo de penitencia, pero el Espíritu Santo descendió sobre Él en figura de paloma, y la voz del Padre celestial le proclamó su Hijo muy amado.

Come, pero cuando le parece, vive sin alimento, o bien llama a los ángeles para que se lo sirvan.

Duerme, pero durante su sueño dispone que la barca zozobre, y, al despertar, con una sola palabra calma la tempestad.

Camina, pero cuando lo manda, el agua se solidifica bajo sus plantas.

Muere, pero al expirar, los astros se eclipsan en señal de duelo, la tierra tiembla y las rocas se parten...

Es sepultado, pero tres días después sale vivo del sepulcro: los ángeles publican su resurrección.

Su aparición en la tierra es el punto culminante de la historia del mundo; todos los acontecimientos giran en torno de Él como los planetas alrededor del sol.

El mundo civilizado considera desde el día de su nacimiento todos los hechos de la historia.

El Memorial de Santa Elena nos narra que la cuestión de la divinidad de Jesucristo fue objeto de repetidas discusiones entre Napoleón y uno de sus fieles compañeros de destierro, el general Bertrand. El gran conquistador caído pregunta al general: – ¿Qué piensas tú de Jesucristo?

El soldado se excusa; había tenido mucho que hacer desde que estaba en el mundo para poder pensar en tal cuestión.

– Pues bien – insiste Napoleón – yo te lo diré.

Y entonces, abriendo el Evangelio, no con la mano, sino con el corazón que de él estaba lleno, se puso a comparar a Jesucristo con él y con todos los grandes hombres de la historia. Hizo notar las diferencias características que dan a Jesús un lugar especial en la humanidad; y después de un torrente de elocuencia que cualquier Padre de la Iglesia hubiera firmado con gusto, terminó con esta frase: – ¡Créeme, yo conozco a los hombres, y te digo que Jesucristo no era hombre!

El ilustre poeta Víctor Hugo había escrito estos hermosos versos a los pies de su crucifijo:

Los que lloráis, venid a este Dios que llora.

Los que sufrís, venid a Él porque da la salud.

Los que tembláis, venid a Él porque sonríe.

Los que pasáis, venid a Él porque permanece.


127. P. Jesucristo, ¿nació como Dios?

R. Sí; porque las circunstancias del nacimiento de Jesucristo no podían convenir más que al nacimiento de un Hombre-Dios.

1° Durante cuatro mil años, antes de nacer, es esperado, deseado, adorado por todos los pueblos de la tierra como el Salvador, el Emanuel, el Hijo de Dios.

2° Su nacimiento es anunciado con milagros que manifiestan su divinidad.

1° Un hombre no puede hablar de sí antes de existir. Nacer es empezar a vivir, y por consiguiente, nada precede al nacimiento, porque nada precede a la vida. Esta es la ley de todos los hombres. Quienquiera, pues, que haga hablar de sí antes de su nacimiento, es más que un hombre.

Ahora bien, Jesucristo es el único que ha hecho hablar de sí antes de nacer; sólo Él ha vivido durante cuatro mil años en la memoria de los hombres. Se hizo esperar, desear, amar, adorar por todos los pueblos. Y no son cuatro mil años de vida humana los que pasó Jesucristo, antes de nacer, en la memoria de los hombres: son cuatro mil años de vida divina. Porque el pueblo judío, como los pueblos paganos, no tenían fija su mirada en la cuna de un hombre; era un Dios lo que los gentiles pedían al Oriente por boca de los sabios, y un Dios también era lo que el pueblo judío pedía a Belén por boca de sus profetas. Por consiguiente, antes de nacer, Jesucristo vivió como Dios en la memoria de los pueblos.

¿Dirás, por ventura, que Jesucristo no es Aquél que vivía en la memoria de los hombres? Pero nosotros hemos probado que es verdaderamente el Masías. (Ver P.118) Él realizó desde su nacimiento todo lo que los profetas habían anunciado acerca del Mesías: salió del pueblo judío, de la tribu de Judá, de la familia de David; nació de una Virgen en Belén, en la época anunciada con mucho tiempo de anticipación...

Además, ¿quién otro que no sea Jesucristo, vino en el momento indicado por la expectación universal a presentarse a los hombres como el Mesías, el deseado de la naciones? ¿Por qué, después de su nacimiento, salvo un puñado de judíos, la humanidad ha cesado de esperar a este Mesías?... Luego es realmente Jesucristo el que vivía como Dios en la memoria de los hombres.

Ahora bien, nacer con un pasado de cuatro mil años, nacer después de haber vivido en el recuerdo del mundo entero, nacer esperado, deseado, predicho, nacer después de haberse hecho amar, adorar por todos los pueblos, no es nacer como nacen los hombres, es nacer como Dios.

2° Verdad es que Nuestro Señor, para obrar nuestra salvación, quiso nacer en un establo, tener por cuna un pesebre; pero el cielo manifestó con milagros su divinidad. Los ángeles cantaron su nacimiento en las llanuras de Belén, una estrella milagrosa lo anunció a los reyes Magos. El niño del pesebre fue adorado como Dios por los pastores y los Magos. Luego Jesucristo nació como Dios.


128. P. Jesucristo, ¿habló como Dios?

R. 1° Sí; Jesucristo se declara Hijo de Dios, igual al Padre, Dios criador, todopoderoso, eterno. Afirma que es Dios ante sus apóstoles, ante el pueblo, en el tribunal de Caifás y en la cruz. Se atribuye los poderes, los derechos y los honores divinos.

Ahora bien, si Jesucristo se proclama Dios sin serlo, es un insensato o un impostor. Pero los mayores enemigos de la religión están obligados a confesar que jamás ha existido un hombre tan sabio y virtuoso como Él. Luego, puesto que este hombre, incomparable por su sabiduría y su virtud, afirma que es Dios, prueba cierta hay en ello de que lo es en realidad. Ningún hombre juicioso se atrevería a decir que es Dios; jamás un santo cometería el crimen de igualarse a Dios.

2° Por otra parte, hemos probado que Jesucristo es, por lo menos, el Enviado de Dios para establecer la religión cristiana; por consiguiente, sus enseñanzas tienen en su abono la autoridad misma de Dios, que la confirma con prodigios.

Ahora bien, Jesucristo presenta su divinidad como dogma fundamental del cristianismo: afirma que es Dios, y Dios le permite que pruebe su afirmación con milagros. Luego su afirmación es verdadera, su divinidad es cierta; si no, Dios mismo, en contra de los intereses de su gloria, habría engañado al mundo acreditando con milagros una impostura.

Debemos concluir, por tanto: Jesucristo es Dios.

N.B. – No han faltado algunos locos, como Nabucodonosor, Nerón, Tiberio, que han tratado de hacerse honrar como semidioses, pero jamás hombre alguno, excepto Jesucristo, se ha atrevido a proclamarse Dios creador, todopoderoso, eterno; es éste un hecho singular, inaudito en la historia del mundo.

Esta afirmación de Jesucristo en sí misma, abstracción hecha de los milagros que la han confirmado, es tan extraordinaria en su forma y en sus circunstancias, que se impone a la atención y al estudio de todo espíritu serio que quiere conocer la verdad. No es permitido, pues, a nadie, bajo pena de renunciar a su razón y de comprometer su destino eterno, no conceder importancia a este gran hecho: la afirmación de Nuestro Señor Jesucristo.

1° Jesucristo afirma que es Dios ante sus apóstoles. – Un día, en Cesarea, pregunta a sus discípulos: – ¿Qué dicen los hombres de mí? – Los unos dicen que sois Juan Bautista, los otros que sois Elías o Jeremías, o bien uno de los profetas. – Y vosotros, ¿qué decís que soy yo? – Simón Pedro contestó: – Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

¿Qué va a hacer Jesús, Él, que es el Mesías enviado por Dios para enseñar la verdad a los hombres? No puede sufrir un equívoco en materia tan importante: sería una perfidia. Si no es el verdadero Hijo de Dios, lo debe declarar. Pues bien, Jesús alaba a Pedro por su testimonio, y le dice: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque ni la carne ni la sangre te ha revelado esto, sino mi Padre celestial, que está en los cielos.

Y para premiar a su apóstol por su fe viva y probar, al mismo tiempo, que dispone de la omnipotencia, Jesús le elige por fundamento de su Iglesia y le promete las llaves del reino de los cielos.

2° Jesucristo afirma que es Dios delante del pueblo.– Como se paseara un día en el templo, bajo el pórtico de Salomón, la turba le rodea y le dice: ¿Hasta cuándo quieres tenernos suspensos? Si eres el Cristo, dilo abiertamente. Jesús responde: Hace tiempo que os lo he dicho, y vosotros no lo creéis; sin embargo, las obras que Yo hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí. Yo y mi Padre somos una misma cosa. Ego et Pater unum sumus.

Ahí tienes su divinidad claramente expresada: el Padre y el Hijo no son más que un sólo Dios. – Jesucristo Hijo de Dios es consubstancial con el Padre. Exasperados al ver a un hombre pobre y sin lustre presentarse ante ellos como Cristo-Dios,los judíos buscan piedras para apedrearle. Jesús les dice con calma: ¿Por qué queréis apedrearme? “Por tu blasfemia, porque, siendo un hombre, pretendes ser Dios.”

¿Qué responde Jesús? Si verdaderamente no es Dios, ése es el momento oportuno de explicarse, de retractarse. Jesús no se retracta, al contrario, confirma lo que acaba de decir: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a Mí no me creáis, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en Mí, y Yo en el Padre (67).

3° Jesucristo afirma que es Dios en el tribunal del sumo sacerdote.– La afirmación más solemne de su divinidad la hizo Jesucristo delante de los magistrados, en el tribunal de Caifás. El sumo sacerdote interpela a Jesús y le dice: Te conjuro por Dios vivo que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios. El Salvador contesta: Tú lo has dicho: lo soy: Tu dixit, ego sum. Y para confirmar esta afirmación categórica agrega: Habéis de ver al Hijo del hombre, sentado a la diestra de Dios venir en las nubes del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos (68).

Al oír estas palabras, Caifás y los miembros del Sanedrín rasgaron sus vestiduras, como si acabaran de oír una blasfemia, y le condenaron a muerte. Dijeron, pues, a Pilatos: “Tenemos una ley, y según ella debe morir, porque se ha hecho hijo de Dios” (69). Luego Jesucristo fue condenado porque afirmó que era Dios.

4° Jesucristo afirma que es Dios en la Cruz.– Levantado en la cruz, Jesucristo habla también como Dios. Dice al buen ladrón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¿No es esto declararse Dios y disponer como dueño del reino de los cielos?

5° Jesucristo se atribuye los poderes, los derechos y los honores divinos.– Es evidente que atribuirse las perfecciones de Dios, los poderes, los derechos y los honores divinos, es declararse uno Dios. Pues bien, así procede Jesús. Se atribuye la creación del mundo y la eternidad. Un día, los judíos le preguntan: – ¿Quién eres tú? – Yo soy el principio de todas las cosas... Abrahán, nuestro padre, deseó ver el día de mi venida a la tierra; lo vio y se gozó en él. – ¡Cómo!, replican los judíos, no tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán? (Este patriarca vivió veinte siglos antes de Jesucristo). Jesús les responde: En verdad, en verdad, os digo: antes de que Abrahán fuese, yo soy.

¡Qué palabras! Jesús no dice: era, sino soy: Antequam Abraham fieret, ego sum. Antes dice pasado; yo soy dice presente, porque en Dios no hay ni pasado ni futuro, sino solo presente. Estas palabras traen a la memoria la sublime definición que Dios da de sí mismo a Moisés: Yo soy el que soy. Ego sum qui sum. Jesús se manifiesta así: el Ser único, eterno, necesario (70).

Se atribuye, además, el poder de Dios; dice a los judíos: Todo lo que el Padre hace, el Hijo igualmente lo hace. Como el Padre resucita los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. El Padre a nadie juzga, pero pidió el poder de juzgar a su Hijo, para que honren al Hijo como honran al Padre, etc. (71). 

Se atribuye la facultad de perdonar los pecados, la ejerce en nombre propio con el paralítico, la Magdalena, etc., y comunica este poder a sus apóstoles... Jesucristo reclama para sí el culto divino: un culto de fe, de esperanza, de caridad, de adoración. – Vosotros creéis en Dios, creed también en Mí (72). Tened confianza, yo he vencido al mundo... Si me pedís alguna cosa, Yo la haré: hoc faciam. Exige para sí el amor supremo: – Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí (73). Mientras proclama el precepto: Adoraréis al Señor Dios vuestro y no serviréis sino a Él. Se deja adorar por el ciego de nacimiento, por las santas mujeres, por sus discípulos.

Se podría citar un gran número de testimonios de Jesús tan claros y tan terminantes como los anteriores. Revela su divinidad con sus palabras, como el sol su claridad con sus rayos. La sola lectura del Evangelio engendra en el espíritu de todo hombre sincero el convencimiento de que Jesús se proclamó Dios, un mismo Dios con el Padre. San Juan escribió su Evangelio con el fin especial de probar la divinidad de Cristo. Así lo anuncia desde el principio y al final de su libro: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios. Esto era en el principio de Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y nada de lo que de lo que es hecho fue hecho sin Él... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

El final no es menos explícito: Y también hizo Jesús muchos otros milagros en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Estos, empero, han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre y por sus méritos.


JESUCRISTO AFIRMA QUE ES DIOS: LUEGO ES DIOS

PRIMERA PRUEBA.– Jesús afirma que es Dios. Pues bien, aquí el razonamiento es muy sencillo: O Jesús dice la verdad, o no la dice: No hay término medio.

1° Si dice la verdad, es lo que dice ser, es Dios. Es el Hijo eterno del Dios vivo: De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (74). Así todas sus palabras, sus acciones, sus milagros, sus triunfos, se explican fácilmente: nada es imposible para Dios.

2° Si Jesús no dice la verdad, es – blasfemia que cuesta escribir, aunque sea para confundirla – un loco o un impostor.

Un loco, si cree por error lo que afirma;

Un impostor, si miente a sabiendas.

Pero nadie se atreve a decir que Jesucristo, el sabio por excelencia, sea un loco, un iluso, capaz de engañarse acerca de su propia naturaleza; nadie se atreve a decir tampoco que Jesucristo, el más santo de los hombres, sea un impostor culpable de apropiarse los honores divinos y de eternizar la idolatría que venía a destruir. Luego Jesucristo es verdaderamente Dios. Por lo demás, Él lo prueba con sus obras.

1° Es imposible admitir en nuestro señor Jesucristo la hipótesis de la locura: un loco no enseña constantemente la sabiduría, y Jesucristo la enseña en todas sus palabras. Un loco no practica constantemente la sabiduría, y Jesucristo la practica en todos sus actos. Un loco no establece un código de leyes, el más completo y el más sabio de todos los códigos, adaptable a todas las personas, a todas las situaciones, y Jesucristo hace escribir el Evangelio, que puede hacer las veces de todas las leyes y basta para hacernos felices.

2° Tampoco es posible admitir la hipótesis de la impostura: un impostor no observa durante toda su vida una conducta de santidad, de desinterés, de olvido de sí mismo; y Jesucristo no desmintió un solo instante siquiera este comportamiento, que hace de Él, el hombre más santo del mundo. Fuera de eso, se miente por interés: ¿y qué podía esperar Jesucristo de esa mentira sino una muerte terrible? De todas las imposturas, la de llamarse Dios sería la más loca, porque el engaño es el más evidente.

La conclusión se impone como la de un teorema. Jesucristo de proclamó Dios: no mintió, luego se creyó Dios; no estaba loco, luego era Dios, verdaderamente Dios y hombre a la vez. Nadie puede evadir esta conclusión.

SEGUNDA PRUEBA.– Dios da a sus enviados, a sus embajadores ante los hombres, como señal de su misión divina, el poder de hacer milagros y profecías.

Jesucristo recibió ese poder: era, pues, por lo menos, un Enviado de Dios para instruir a los hombres y enseñarles la verdad.

Pero Jesucristo se dice Dios, se declara Dios en el sentido estricto de la palabra; luego, o es realmente Dios, o Dios, permitiéndole probar su divinidad con milagros, se hace cómplice del más culpable de los impostores. Pero es imposible que Dios permita a sus enviados que engañen a los hombres probando con milagros sus mentiras o sus errores: luego Jesucristo, Enviado de Dios, no pudo hablar y obrar de manera que probara que era Dios, si ciertamente no lo era.

“No hay Dios en el cielo, decía Napoleón, si un hombre ha podido concebir y llevar a cabo con éxito el designio gigantesco de hacerse adorar sobre la tierra usurpando el nombre de Dios. Sólo Jesús se atrevió a decir: Yo soy Dios. Luego es realmente Dios”.


129. P. Jesucristo, ¿obró como Dios?

R. Sí; Jesucristo obró como Dios, porque hizo obras divinas.

El hombre es dueño de un triple poder: la fuerza exterior para obrar, la inteligencia para conocer, la voluntad para hacer el bien. Su actividad se extiende al orden físico, intelectual y moral. En estos tres órdenes, Jesucristo hizo obras que sobrepasan todas las fuerzas creadas:

1° En el orden físico, Jesucristo hace en nombre propio, numerosos milagros.

2° En el orden intelectual, manifiesta una ciencia divina, sea por la sublimidad de su doctrina, sea por la claridad de sus profecías.

3° En el orden moral, vive en una santidad infinitamente superior a toda perfección humana y practica virtudes naturalmente inaccesibles al hombre.

Es así que sólo Dios puede hacer obras divinas; luego Cristo obró como Dios; luego es Dios.


§1° LOS MILAGROS DE JESUCRISTO PRUEBAN QUE ES DIOS

Hemos probado ya que Jesucristo hizo numerosos milagros perfectamente comprobados (véase número 119). Estos milagros no solamente prueban su misión divina, sino que prueban también que es Dios, porque los hizo en nombre propio como Hijo de Dios, y los dio en prueba de su divinidad. Dijo a los judíos: Si no queréis creer en mis palabras, creed en mis obras.

Ciertamente, antes de Jesucristo, Moisés y los profetas, como después de Jesucristo los apóstoles y los santos, han recibido el poder de hacer milagros. Perotodos estos taumaturgos no han tenido más que un poder prestado: no eran más que delegados de Dios, sus ministros: no obran sino en nombre de Dios.

Sólo Jesucristo procede como señor: ejerce sobre toda la naturaleza una acción divina, ilimitada. Manda como soberano y en nombre propio. Dice al leproso: Yo lo quiero, sé limpio; al paralítico: Levántate, toma tu lecho y anda; al ciego de Jericó: Ve, tu fe te ha salvado; al Centurión: Vete, tu servidor está sano; al hijo de la viuda de Naím: Joven, te lo mando, levántate. Él puede todo lo que quiere. Este no es, por cierto, un poder delegado, un poder prestado.

Más todavía, Jesús comunica a sus apóstoles y a sus discípulos el poder de hacer milagros en su nombre y por su propio poder: En verdad os digo: el que en Mí cree, las obras que yo hago también él las hará, y aun mayores que éstas hará (75). Los que creyeren en Mí, dice en otra parte, echarán fuera demonios en mi nombre, hablarán nuevas lenguas... y, poniendo sus manos sobre los enfermos, los sanarán (76). Y de hecho, los apóstoles, en nombre de Jesús, obraron una multitud de milagros.

Por último, el milagro es un hecho divino. Siendo un hecho divino, prueba que Dios ha puesto su poder a disposición de aquél que lo hace, y prueba, por eso mismo, que el que lo hace no es un impostor; si Jesús; que se llamó a sí mismo Dios, no lo era, tendríamos que llegar a esta conclusión: que Dios, dándole el poder de hacer milagros, protegió a un falso profeta y acreditó una mentira. Pero como es imposible que Dios, la verdad por esencia, pueda engañar así a los hombres, se deduce que Jesucristo, que se dice Dios y que hace milagros para probarlo, es realmente Dios: Este es el Hombre-Dios, el Emmanuel deseado por todos los pueblos.


§2° JESUCRISTO OBRA COMO DIOS EN EL ORDEN INTELECTUAL

a) Prueba que es Dios por la doctrina que enseña. – Hemos demostrado (núm. 125) la excelencia de la doctrina de Cristo, y hemos probado que no podía venir sino de Dios. La manera como Jesucristo la enseña demuestra también que es Dios. 

Jesús la enseña en su propio nombre. Se coloca entre los doctores, los legisladores, los profetas; enseña como Dios. Dice: Soy el camino, la verdad y la vida. El que me sigue no anda en tinieblas.

“No dice como los moralistas: voy a indicaros el camino, sino que dice: el camino soy yo. No afirma como los sabios: os voy a enseñar la verdad, sino que dice: la verdad soy yo. No asevera como los legisladores y los profetas: hallaréis la vida en mis leyes o en mis relaciones, sino que dice: la vida soy yo. No es un camino, sino el

único camino de la salvación; no es una verdad, sino toda la verdad; no es la vida que pasa, sino la vida que dura para siempre. Los judíos tenían razón en decir: “jamás hombre alguno ha hablado como este” (77).

La ciencia de Jesucristo no se parece en nada a la ciencia del hombre ni a la ciencia de los profetas. Habla de la Trinidad como otro lo haría de su propia familia; del Paraíso, como de la propia casa. Su ciencia no es ni aprendida ni inspirada, puesto que en ella ni se encuentra el esfuerzo personal ni los transportes causados por una iluminación personal. Se hace ver que su ciencia no es el fruto natural de su pensamiento; la verdad le es familiar; es visible que Él ha nacido en medio de los secretos que revela. Así se explica que el espíritu que se cansa de las obras maestras de los hombres, se recree siempre leyendo el Evangelio. Ante la majestad del Evangelio, como ante la de la creación, el espíritu reconoce lo divino. 

Jesús es, a la vez, el doctor más elevado y el más llano: sabe cautivar a los niños, a las pobres mujeres del pueblo, lo mismo que a los doctores de Israel. 

Cuando enseña, todos los hombres le reconocen por su maestro, desde los pieles rojas del Canadá hasta los sabios de la Academia. Todo el hombre queda cautivado, desde las cimas de la inteligencia hasta las fibras más íntimas del corazón. Y la palabra de Jesús sigue siendo siempre la luz del mundo: El cielo y la tierra pasarán, pero su palabra no pasará. Sólo Dios hecho hombre, y dirigiéndose a los hombres, puede hablar de esa forma.

“Yo creo en Cristo porque ha traído a la tierra la doctrina más santa, la más fecunda y la más divina que haya jamás brillado sobre la inteligencia humana. Una doctrina tan celestial no puede ser fruto del error y de la mentira. Cristo lo ha dicho, como Divinidad lo dice la razón: las doctrinas se conocen por su moral, como el árbol por sus frutos; los frutos del Cristianismo son infinitos, perfectos y divinos; luego, la doctrina misma es divina; luego el autor es un Verbo divino, como se llama a sí mismo. Ved por qué soy cristiano; he ahí toda mi controversia religiosa”. (LAMARTINE).

Jesucristo prueba que es Dios por sus profecías. – Dios nos deja la ciencia de lo pasado, la ciencia de lo presente, pero reserva para sí la ciencia de lo porvenir. Lo por venir no pertenece a ningún hombre, lo por venir es de Dios. la profecía es la ciencia de lo futuro: luego sólo Dios es el principio y la fuente de toda profecía. Los profetas anunciaron lo por venir, pero no en nombre propio ni por propia ciencia.

Jesucristo hizo en nombre propio y de propia ciencia gran número de profecías. (ver No 121) Al contrario de los otros profetas, jamás emplea la fórmula bíblica: El Señor ha dicho. Y no solamente habla en nombre propio, sino que promete realizar Él mismo las profecías que anuncia.

Prometió resucitar después de su muerte, subir al cielo y enviar el Espíritu Santo a su Iglesia.

Prometió que, una vez levantado de la tierra, es decir, crucificado, lo atraería todo a Él, hombres y pueblos.

Prometió que su Evangelio sería predicado en todo el mundo, y que su Iglesia, fundada sobre Pedro, subsistiría siempre, a pesar de las herejías, los cismas y las persecuciones de todas clases.

Estas promesas las ha cumplido, porque la resurrección de Jesucristo, su ascensión, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, la conversión del mundo al Evangelio, el establecimiento y duración de su Iglesia, a pesar de obstáculos humanamente insuperables, son hechos históricos absolutamente verdaderos.

Es así que sólo es propio de Dios hacer tales promesas y, sobre todo, cumplirlas. Luego Jesucristo es Dios.


§3° LA SANTIDAD DE JESUCRISTO PRUEBA QUE ES DIOS

La santidad consiste en cumplir todos los deberes para con Dios, para con el prójimo, para consigo mismo, y en practicar todas las virtudes. Renunciar a sí mismo, consagrarse a la gloria de Dios y al bien del prójimo, dilatar su corazón con la caridad a todos los hombres: tales son los aspectos de una santidad heroica. Pues bien, en estos tres aspectos, la santidad de Jesucristo es de una perfección sin igual y sin tacha.

Se presenta al mundo como un modelo perfecto y universal: modelo de todos los hombres, modelo de todas las virtudes. La humanidad no ha producido ningún santo cuya belleza moral no se esfume en presencia de la santidad de Jesucristo. Él ha sido el único en el mundo que haya podido decir a sus enemigos, sin temor de ser desmentido: ¿Quién de vosotros puede convencerme de pecado? No se dice de Jesús: Es un santo, sino que se dice: Es el santo de los santos.

Y con todo, Cristo nada tiene de extravagante en su virtud, ni siquiera un exceso de perfección. Si se le coloca al lado de los santos formados en su escuela, asusta menos el modelo adorable que sus discípulos. Su santidad más bien solicita nuestra imitación que engendra desconfianza de poder tomarla por modelo. Si la naturaleza divina se muestra en la sublimidad de sus perfecciones, la naturaleza humana se deja ver en la verdad de sus emociones legítimas. Era necesario un Dios para revelar al mundo una moral divina, era también necesario un Dios para ofrecer el ejemplar perfecto de la misma.

La santidad incomparable de Jesucristo, es la única santidad fecunda, creadora, es decir, la única que haya producido imitadores sobre la tierra. “Ningún sabio, dice Voltaire, ha tenido la más mínima influencia sobre las costumbres de la calle en que vivía, y Jesucristo ha influido en el mundo entero”.

Jesús pronuncia algunas palabras, y hace surgir del seno de la humanidad novedades tan asombrosas como la fecundación de la nada. Así como en el principio, cada palabra del Verbo criador llama los mundos a la existencia, así cada palabra del Verbo redentor en un fiat todopoderoso que suscita aún mayores prodigios.

Jesús dice: Vended todo cuanto poseéis y dadlo a los pobres; y con estas palabras siembra innumerables religiosos para lo futuro. El Maestro añade: No temáis a los que matan el cuerpo; y millones de mártires nacen al calor de estas palabras. El Maestro prosigue: Amad a vuestro prójimo... Lo que hiciereis al menor de estos pequeñuelos lo hacéis a Mí; y una multitud de héroes de la caridad cristiana fueron engendrados con estas palabras divinas.

Ciertamente que fue hermoso el momento en que los mundos, obedientes a la voz del Creador, salieron de la nada y fueron a ocupar sus puestos en las órbitas respectivas. Pero no fue menos solemne el momento en que las virtudes cristianas, brotadas del calor de una palabra divina, se levantaron en la tierra hasta entonces estéril e infecunda. Mientras que la creación material no duró sino seis días, la creación espiritual es incesante. Cuando suene la hora de la destrucción para la primera, la segunda, compuesta de todas las virtudes de los santos, brillará con resplandor divino en el firmamento de la eternidad.

¿Qué debemos inferir? Que la santidad de Jesucristo es una santidad divina, la santidad del Hombre-Dios. Los mismos impíos lo han comprendido. J.J. Rousseau ha dicho: Si la vida y la muerte de Sócrates son las de un hombre, la vida y la muerte de Jesucristo son las de un Dios. Sólo la verdad clara, evidente, puede arrancar tales palabras de la boca de un incrédulo.

CONCLUSIÓN.– Jesucristo obró como Dios. El poder infinito aparece en sus milagros.

La ciencia infinita caracteriza su doctrina y sus profecías.

Una santidad divina resplandece en su vida entera. Luego Jesucristo es Dios.

Jesucristo es Dios, porque hiere los sentidos con el brillo de sus milagros: es el Taumaturgo de los taumaturgos.

Jesucristo es Dios, porque penetras los espíritus con la profundidad infinita de su doctrina: es el Doctor de los doctores.

Jesucristo es Dios, porque conoce y revela lo futuro con una certeza y claridad que no son propias de los hombres: es el Profeta de los profetas. 

Jesucristo es Dios, porque conmueve los corazones con la infinita santidad de su vida: es el Santo de los santos.


130. P. Jesucristo, ¿murió como Dios?

R. Sí; Jesucristo murió como Dios, porque solo Él dominó la muerte, que domina todas las criaturas. Murió porque quiso morir.

Además, los numerosos milagros que se realizaron en el momento en que exhalaba su postrer aliento, atestiguan que la muerte de un Dios. Al verlos, el Centurión romano exclamó: ¡Este era verdaderamente el Hijo de Dios!

Si Jesucristo permite que la muerte le hiera, es para expiar de una manera más completa el pecado del hombre; con su muerte de Cruz lleva a cabo la redención del mundo.

Quiso morir en el suplicio de la Cruz, para probarnos su exceso de amor por nosotros y para hacernos comprender mejor la enormidad del pecado mortal.

1° Jesucristo murió porque quiso morir. – El hombre, después del pecado original está destinado a morir: no puede substraerse a esa sentencia. Pero Jesús muere porque quiere morir: Nadie me ha quitado la vida; yo la dejo libremente; tengo el poder de dejarla y de volverla a tomar (Juan, X). Señor de la muerte, Jesús habla de ella con toda tranquilidad, como una circunstancia de su vida, querida y prevista: Mirad que subimos hacia Jerusalén, donde el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y crucificado (Mateo, XX).

2° Jesucristo murió cuando quiso morir. – Él fija la hora. Más de una vez, los judíos habían tramado su muerte, y, a pesar de sus deseos, no se habían atrevido a ponerle las manos encima, porque su hora no había llegado todavía (Juan, VIII, 20). Cuando llegó la hora, Jesucristo la indicó: Esta es vuestra hora y la hora del poder de las tinieblas (Lucas, XXII, 53).

3° Jesucristo murió como quiso morir. – El nombra con anticipación a sus verdugos. Descubre al traidor que debe entregarle. Indica el género de muerte con todas las circunstancias de su pasión. Si Jesucristo no hubiera elegido libremente esta muerte infame y prevista, podría fácilmente substraerse a ella.

4° Por último, la muerte de Nuestro Señor va acompañada de milagros que no se producen cuando muere un hombre. El velo del templo se rasga, la tierratiembla, las rocas se parten, los muertos resucitan, el sol se obscurece y las tinieblas cubren toda la tierra: todo muestra que el universo está de duelo a causa de la muerte del Hombre-Dios.

A la vista de este prodigio, el sabio Dionisio Areopagita, exclamó: O el Autor de la naturaleza padece, o la máquina del mundo perece.

Este fenómeno sobrenatural fue consignado en los archivos públicos del imperio romano. Tertuliano, 160 años más tarde, invocaba su precioso testimonio, y el mártir Luciano decía a los emperadores: “Si, yo creo en la divinidad de Jesucristo, y vosotros deberíais creer también, de acuerdo con vuestros propios anales. Abridlos, y hallaréis que, en tiempos de Pilatos, cuando Cristo sufrió, en pleno mediodía, las tinieblas desalojaron la luz”.


131. P. Jesucristo, ¿resucitó como Dios?

R. Sí; Jesucristo resucitó como Dios, porque resucitó por su propia virtud. Un hombre es impotente de resucitar a otro, y con mayor razón de resucitarse a sí mismo: sólo Dios puede dar la vida.

Es así que Jesucristo volvió a darse la vida por su propio poder, conforme afirma Él mismo: Tengo el poder de volver a tomar la vida (Juan, X, 18).

Fuera de esto, había predicho más de una vez su resurrección, dándola como prueba de su divinidad. Luego Jesucristo es Dios, puesto que se resucitó a sí mismo.

Hemos probado anteriormente (P. 120.), que el hecho de la resurrección de Jesucristo es de una certeza incontestable.

Nos queda por demostrar que el milagro de la Resurrección prueba de una manera invencible la divinidad de Jesucristo; los dos hechos siguientes establecen esta prueba:

1° Jesucristo anunció claramente su resurrección a los judíos, para probar que Él era Dios.

2° La creencia en la resurrección de Jesucristo es la que más ha contribuido al establecimiento y a la propagación del Cristianismo. Los primeros cristianos llamaban a la Resurrección el testimonio, es decir, la garantía por excelencia de la divinidad de Jesús y de su religión.

1° Jesucristo anuncia su resurrección en prueba de su divinidad. – Los escribas y los fariseos dijeron un día a Jesús: “Maestro, quisiéramos verte hacer un milagro, a fin de saber si realmente eres el Mesías anunciado por los profetas”. Les respondió Jesús: “Esta generación mala y adúltera pide una señal; más no le será dada sino la deJonás profeta. Porque así como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo, XII, 39 y 40.). – Es decir, así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena y salió vivo, así yo estaré tres días y tres noches en el corazón de la
tierra y saldré vivo de ella.

En otra ocasión, los judíos dijeron también a Jesús: “¿Qué señal nos muestras para probarnos que tienes el derecho de hacer lo que haces? Destruid este templo, dijo Jesús hablando de su cuerpo, y en tres días lo reedificaré” (Juan, II, 39.). En efecto, cuando el Salvador resucitó, sus discípulos recordaron lo que había predicho de su permanencia en el sepulcro, y creyeron en Él. Jesucristo, pues, había elegido el milagro de su resurrección para atestiguar que era Hijo de Dios, y Dios como su Padre. Sólo un Dios puede decir como Él: Tengo poder para dejar la vida y volver a tomarla (Juan, X, 18.).

2° El milagro de la Resurrección sirvió más que otro alguno para el establecimiento del Cristianismo. – Cuando los apóstoles trataron de señalar sustituto al traidor Judas, San Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, anunció que la elección debía recaer sobre uno de los testigos de la resurrección de Jesús. Esta condición muestra bien a las claras la conexión entre el apostolado y la resurrección de Cristo. En efecto, a partir del día de Pentecostés, el ministerio apostólico consiste, ante todo, en predicar a Cristo resucitado, es decir, a Cristo Dios, fundador de la única religión verdadera, la religión cristiana.

Está fuera de duda que los apóstoles predicaron el Cristianismo y que la multitud de gentiles y de judíos abrazaron esta religión.

Pero, ¿se concibe que los Apóstoles predicaran la doctrina de Jesucristo, si este no hubiera resucitado, si no pudiera nada a su favor? ¿Qué provecho les podía reportar semejante predicación?

¿Por qué los judíos y los gentiles se habrían sometido a adorar a un hombre muerto? ¿Por qué convertirse a una religión tan austera y difícil? A no ser por la resurrección de Jesucristo, estos dos hechos quedarían sin explicación. Lo que los explica es que Jesucristo está vivo. Él se resucitó a sí mismo; luego es Dios.


132. P. Jesucristo, ¿reina como Dios?

R. Sí; aún después de su muerte, Jesucristo reina como Dios sobre las inteligencias, sobre los corazones y sobre las almas.

1° Reina sobre las inteligencias por la fe de sus discípulos en los misterios revelados, a pesar de la oposición de la razón, inclinada a no creer sino lo que comprende. El cristiano cree esas verdades, no por la evidencia de las mismas, sino por la palabra de Jesucristo.

2° Reina sobre los corazones por el amor soberano que inspira. Un hombre no puede hacerse amar sino por algunas personas y durante su vida. Jesucristo, al contrario, se hace amar todavía veintiún siglos después de su muerte y por millares de millones de personas, que hacen en su obsequio los sacrificios más heroicos.

3° Reina sobre las almas por la adoración que le rinden. La adoración es un homenaje reservado solo a Dios: el hombre en su sano juicio no puede pretenderlo, y Dios no puede dividirlo con nadie, sin renegar de sí mismo. Pero Jesucristo hace diecinueve siglos que es adorado en todo el mundo; luego reina verdaderamente como Dios; luego es Dios.

“Él, que ha podido hacer adorar una cruz al mundo corrompido de Roma o de Atenas, Ese, lo juramos, no puede ser sino un Dios”. (Chateaubriand)

1o Jesucristo reina sobre las inteligencias. – Doblegar las inteligencias a la palabra del que habla, no porque esta palabra sea evidente, sino, y únicamente, porque es su palabra y viene del él; hacerles aceptar misterios sin permitirles la menor duda, ¿no es reinar como Dios sobre las inteligencias? Pues ésta es precisamente la autoridad que Jesucristo posee sobre la inteligencia humana. Jesucristo lo ha dicho: bastan estas palabras para que se acepten dogmas los más incomprensibles, preceptos de moral los más duros para la naturaleza corrompida.

Hace veinte siglos que Jesucristo dirige los espíritus con una autoridad absoluta por medio de las luces de la fe. La doctrina cristiana ha recibido el homenaje de los mayores genios, de aquellos que más han honrado la ciencia, la filosofía, la literatura. La fe en Cristo y en sus misterios es la fe de Dante y de Tasso, de Corneille y de Racine; es la fe de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino, de Bossuet y de Fenelón, de Descartes y de Malebranche; es la fe de Galileo, de Euler, de Pascal y de Bacon, de Copérnico y de Newton; es la fe de los hombres superiores de todas las época. Durante veinte siglos, más de veinte mil millones de hombres, los más esclarecidos, los más civilizados de todos, han dicho a Jesús: Creemos en Ti y en tu palabra... Si esto no es divino, nada divino hay sobre la tierra.

2° Jesucristo reina sobre los corazones por el amor. – Reinar sobre los corazones, es hacerse amar; reinar como Dios sobre los corazones es hacerse amar sobre todas las cosas. Porque apoderarse de esa suerte de los corazones, dominarlos, unírselos, hasta el sacrificio, hasta el martirio, no puede ser más que obra de Dios.

Pues bien, Jesucristo ejerce sobre los corazones una influencia: 1°, inmensa por su extensión; 2°, inmortal por su duración; 3°, de una profundidad sin igual.

a) El amor de un hombre no traspasa los límites de una familia, de un reducido número de amigos y, cuando más, de un pueblo, de una nación. Jesucristo ha reinado sobre millares de millones de corazones y reina aún sobre más de trescientos millones de hombres: ¿hay acaso alguna edad, alguna condición que haya podido substraerse al imperio que Jesucristo ejerce sobre los corazones?

b) Ningún hombre logra hacerse amar después de su muerte, cuando mucho, más allá de una o dos generaciones. Ha habido muchos grandes hombres sobre la tierra: mientras vivían, se les adulaba; ahora que están muertos no hay quien piense en ellos y quien los ame. Alejandro, César, Napoleón, etc., ¿tienen muchos fieles que vayan a decirles: Os amo, quiero vivir, sufrir y, si es necesario, morir por vos... No, por cierto. Los muertos bien pronto quedan en el olvido. Y sin embargo, un hombre, nacido en un pesebre, que vivió treinta años en un taller de carpintero, que acabó sus días en un patíbulo, un hombre muerto hace veinte siglos, recibe todos estos homenajes. El amor que inspiró no ha perdido nada de su fuerza y de su energía. Los que le conocieron han muerto por su amor; los que no le conocieron mueren todavía por amor a Él. Centenares de millones y de millones de hombres dicen a este muerto: ¡Os amamos! Cuando un hombre o un pueblo cierra su corazón a Jesucristo, otros se abren a su amor; lo que una época le quita, la época siguiente se lo devuelve centuplicado. El amor a Jesucristo ha atravesado los siglos,
siempre inmortal, siempre floreciente.

c) ¿Cómo se puede medir la profundidad del amor? Evidentemente, por sus efectos, por la fuerza de su adhesión, por la grandeza de su sacrificio. Pues bien, millones de millones de hombres han amado a Jesucristo hasta el sacrificio de sus bienes, de su familia, de su vida. Basta dirigir una mirada a la historia del Cristianismo. ¡Cuántos hombres, después de San Pedro, han lanzado este grito de amor que se inmola sin reserva!: ¡Lo hemos dejado todo por seguirle! Se cuentan casi treinta millones de mártires, y, ¡cuántos santos anacoretas, cuántos religiosos, cuántas vírgenes, cuántos hombres, finalmente, han hecho, y hacen todavía hoy, los más heroicos sacrificios por amor de Jesucristo!

Es esta una de las pruebas de la divinidad de Jesucristo que más había impresionado a Napoleón, cautivo en Santa Elena. “Jesucristo, – dice –, por un prodigio que supera todo prodigio, reclama el amor de los hombres, es decir, lo que es más difícil de obtener, lo que un sabio pide en vano a algunos amigos, un padre a sus hijos, una esposa a su esposo, en una palabra, el corazón; Él lo reclama absolutamente y lo consigue... Él subyuga a la humanidad por un amor inmenso, inmortal, todopoderoso... De ahí que yo deduzco que es Dios”.

¿Cómo explicar este extraño fenómeno de un pobre crucificado que reina sobre millones de corazones, mientras que hombres como Alejandro, César y Napoleón son olvidados?... Es que ellos no eran más que hombres y Jesucristo es Dios.

Esa es la explicación; no busquemos otra.

3° Jesucristo reina como Dios sobre las almas. – Ser creído por su palabra, es mucho; ser amado, es más aún; ser adorado es el colmo de la soberanía, porque la adoración es un homenaje reservado sólo a Dios. Pues bien, Jesucristo ha sido adorado por espacio de veinte siglos, y es todavía adorado, por lo menos, quinientos millones de hombres, por todos aquellos que se llaman cristianos.

Si Jesucristo no es Dios, no es más que un judío crucificado, un condenado a muerte; y entonces, la religión cristiana es una impiedad, y el mundo entero ha vivido hasta ahora en una grosera idolatría... Pero, ¿cómo explicar entonces que haya salido de esta impiedad el heroísmo de la humildad, de la caridad. ¿Cómo se explica que un crimen tan enorme como la adoración de un crucificado haya engendrado veinte siglos de fe, de abnegación, de honor, de generosidad, de perfección moral?... Esto es naturalmente imposible y, sin embargo, existe; luego es divino.

Por otra parte, si Dios hubiera podido permitir que de esta colosal idolatría saliera un mundo de virtudes, ya no sería posible pronunciar el nombre del mismo Dios. La frase de Napoleón es exacta: No hay Dios en el cielo, ni un hombre ha podido ejecutar el designio de usurpar su autoridad y su culto en toda la tierra.


133. P. Jesucristo, ¿se sobrevive como Dios?

R. Sí; Jesucristo se sobrevive como Dios en su Evangelio y en su Iglesia.

1° El Evangelio es la palabra siempre viva, siempre presente, siempre eficaz del Hombre-Dios. La lectura del Evangelio obra, en los corazones sinceros, maravillas de santidad que no pueden emanar sino de Dios.

2° La Iglesia, con su admirable propagación, su eminente santidad, su inagotable fecundidad para todo lo bueno, su unidad católica y su inmutable estabilidad, presenta al mundo señales manifiestas de una obra divina. Es así que Jesucristo es el fundador de la Iglesia; luego es Dios.

Pero la Iglesia es la manifestación siempre viva, la encarnación prolongada de Jesucristo, cuya obra prosigue a través de los siglos: luego Jesucristo se sobrevive como Dios en su Iglesia, la cual es el testimonio perenne de su divinidad. 

Es evidente que se trata aquí de la Iglesia católica; ella es la única sociedad cristiana que se remonta, de siglo en siglos, sin alteración, a Jesucristo y a sus apóstoles. Ella es la que fue fundada y propagada por todo el mundo, a pesar de dificultades humanamente insuperables; ella es la que fue sellada con la sangre de los mártires; la que transformó al mundo con la práctica de las virtudes cristianas. Ellaes la única en que se perpetúan las maravillas de que Dios rodeó la cuna del Cristianismo; ella sola produce, aun hoy, santos y taumaturgos, ella sola convierte y civiliza los pueblos bárbaros. Luego ella sola tiene el derecho de invocar, como prueba de su divinidad, los hechos divinos, los milagros y las profecías, así del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Todas las sectas que presumen ser obra de Jesucristo son relativamente recientes. Así, la Iglesia griega, la Iglesia rusa tienen por primer fundador, el siglo IX, al intrigante Focio, patriarca de Constantinopla; las sectas protestantes, fundadas por Lutero, Calvino, Enrique VIII datan del siglo XVI. Todas estas sectas son ramas muertas que se han separado del tronco vivo de la Iglesia de Cristo.

1° La Iglesia católica es divina. – El establecimiento y la perpetuidad de la Iglesia prueban de una manera evidente la divinidad de Jesucristo. Él ordenó a sus apóstoles que fueran en su nombre a enseñar a todos los pueblos una doctrina sorprendente por sus misterios, una moral contraria a todas las pasiones, a exigir obediencia a su autoridad, y el empleo de medios establecidos sin cuento, pero les prometió también el Espíritu Santo y que, mediante su auxilio, triunfarían de todas las dificultades, y que su obra quedaría siempre en pie, a pesar del infierno. Él estará con ellos hasta la consumación de los siglos.

Jesús murió en la cruz; a juicio de sus enemigos, la ignominia de ese suplicio debía aniquilar para siempre los proyectos del Salvador; mas, al contrario, esa misma cruz se convierte en símbolo del triunfo. Sin más ciencia que la de Jesús crucificado, sin más apoyo que la virtud de la cruz, a pesar del poder de los Césares y de los sofismas de los filósofos, a pesar de la corrupción de la sociedad y de la austeridad de las leyes cristianas, doce judíos desconocidos se dirigen a los poderosos, a los ricos, a los filósofos, para imponerles la adoración de un crucificado, la creencia en misterios incomprensibles y la práctica de virtudes sobrehumanas; proyecto insensato, si no viene de Dios.

A) Bien conocido es el triunfo de los pescadores de Galilea. El cristianismo es predicado por ignorantes y creído por sabios. La Iglesia, a pesar de la debilidad de los medios y la magnitud de los obstáculos, se propaga rápidamente por todo el mundo. Éxito parecido era imposible sin la intervención de Dios. (Ver P. 122.)

B) La fecundidad de la Iglesia se manifiesta inmediatamente por sus frutos divinos. Ella arranca a los pueblos de la idolatría, transforma las costumbres, infunde el espíritu cristiano de la familia y de la sociedad civil, y suscita en el mundo una nueva civilización. Esta transformación inmensa no podía realizarse sin el concurso de Dios. (Ver P. 124.)

C) Después de veinte siglos, la Iglesia permanece firme e inmutable, conservando una juventud inmortal en medio de la debilidad de las instituciones humanas. En torno de ella se amontonan las ruinas, los siglos pasan, las tempestades políticas arrancan de cuajo los grandes imperios: la Iglesia queda siempre en pie.

Muchos siglos ha que el hombre la combate, pero la Iglesia vive siempre. A pesar de las potestades infernales coaligadas contra la Iglesia, ella prosigue su obra civilizadora. De esta manera se cumple la profecía de David: El imperio de Cristo se extenderá sobre todas las generaciones... Reinará del uno al otro mar... todos los reyes de la
tierra le adorarán y todas las generaciones le estarán sujetas (78).

D) Todas estas maravillas se explican fácilmente si Cristo es Dios. Pero si no es más que un hombre, no hay explicación posible de los triunfos de la Iglesia, de su maravillosa fecundidad para todo lo bueno, de su inmutable ni de su inmortal duración. Llamad obras del hombre a todo lo que se muda, a todo lo que cae, a todo lo que desaparece en el abismo del tiempo; pero todo lo que vive, todo lo que se agiganta a través de las tempestades de los siglos, lo que nunca envejece ni muere, no puede ser obra del hombre: Es obra de Dios.

El Concilio Vaticano I tiene razón cuando dice: “La Iglesia, por sí misma, con su admirable propagación, su santidad eminente y su inagotable fecundidad para todo lo bueno, con una unidad católica y su inmutable estabilidad, es un gran motivo de credibilidad: la Iglesia lleva consigo el testimonio irrefragable de su misión divina”.

El acto por excelencia del poder divino es la creación. Al contemplar la majestad de la naturaleza, la armonía del universo, la fecundidad de la vida, no se puede menos de reconocer una Causa suprema, un Dios creador.

Y de la misma manera, al contemplar la Iglesia, mundo de las inteligencias, reino de las almas, con sus caracteres divinos, se comprueba fácilmente que no puede ser sino una creación divina. La Iglesia demuestra la existencia de un Dios Redentor, como el universo la de un Dios Creador.

Para crear el mundo material le bastó a Dios una palabra; y de un modo análogo, Jesucristo para engendrar su Iglesia sólo necesitó emplear las siguientes palabras: Venid, seguidme, y estas palabras le dieron discípulos. Dijo luego a éstos: Id y enseñad, y esta segunda expresión formó el apostolado, la jerarquía, la infalibilidad, es decir, la Iglesia.

Jesucristo formó la Iglesia a su imagen: le dio la unidad, porque Él es uno; la santidad, porque Él es santo; la autoridad, porque Él es el Señor; la catolicidad, porque Él es inmenso; la perpetuidad, porque Él es eterno.


Dios, al crear los mundos, produjo la fuerza de atracción para hacerlos gravitar hacia un centro común: de ahí proviene la armonía del universo. Del mismo modo, en la creación de la Iglesia, Jesucristo ha puesto su gracia, atracción espiritual que hace gravitar las almas hacia Dios, centro común de las inteligencias. 

2° Jesucristo se sobrevive en la Iglesia. – Jesucristo prosigue en la Iglesia y por la Iglesia el triple ministerio que había venido a desempeñar en la tierra: a) Él es siempre quien, como Doctor, enseña por voz de la Iglesia; b) Él es quien, como Pontífice, administra los sacramentos; c) Él es quien, como Rey, conduce y dirige a los fieles mediante el Papa y los obispos. La Iglesia no hace más que recibir el movimiento y la vida del Espíritu de Jesucristo, que la anima y obra por ella exactamente como el cuerpo, que no es más que el instrumento de que se sirve el alma para sus operaciones exteriores. Es, pues, ciertamente la Iglesia la manifestación siempre viva de Jesucristo, su encarnación prolongada a través de la sucesión de los tiempos.


CONCLUSIÓN GENERAL.– 1° Jesucristo afirma que es Dios. 2° Jesucristo prueba que es Dios con sus hechos: sus milagros; con su libro: el Evangelio; con una institución: la Iglesia. 3° Se impone como Dios al mundo: reina sobre las inteligencias, sobre los corazones y sobre las almas.

¿Hay algo más asombroso y más divino? Un niño nace sobre la paja, entre un buey y una mula: este niño crece en un taller; a los treinta y tres años de edad muere en una cruz entre dos ladrones; después de llegar a conquistar el mundo. ¿Para qué? Para la doctrina del sacrificio: humildad, pureza, caridad. ¿Qué mundo? El imperio romano escéptico, corrompido, egoísta. ¿Cómo? Con la predicación de doce pescadores judíos. Y después de diecinueve siglos, siguiendo a los mártires, a los doctores, a las vírgenes, el mundo civilizado está todavía de rodillas a los pies de este niño nacido sobre paja, delante de este hombre muerto en una cruz.

Ahí tenéis un hecho, positivistas; todas las hipótesis y evasivas de los impíos nada valen: cuando un incrédulo nos salga al paso con su insignificante objeción de químico o de astrónomo, podemos decirle: Llegáis demasiado tarde; la demostración de la divinidad de Cristo está hecha de una manera irrefutable.

Está hecha por la evidente inspiración de los profetas, por la autenticidad de los milagros; está hecha por la sangre de treinta millones de mártires; está hecha por la regeneración de la vida moral en el mundo, por tantas renuncias voluntarias, por tantos heroísmos cotidianos y ocultos, por tantas virginidades, por tantas santidades; está hecha por todas las armonías del Cristianismo con el alma, por la cumplida solución que da a todos los problemas humanos, por el sentido sublime que da a la vida y al dolor, por el esplendor de sus dogmas, superiores a todas las doctrinas filosóficas.

Está hecha por la impotencia de sus perseguidores, por la conversión final de los unos, por la muerte desesperada de los otros y por el grito de todos los Julianos moribundos: ¡Venciste, Galileo! Está hecha, finalmente, por la existencia de veinte siglos de la Iglesia católica.

En vano los racionalistas niegan toda religión revelada y positiva; la revelación divina hecha por Jesucristo, Hijo de Dios, está atestiguada por un hecho evidente, gigantesco, incontrastable, más refulgente que sol: la existencia de la Iglesia católica, la existencia del Cristianismo. Es el acontecimiento más grande de la historia del mundo: cuarenta siglos lo prepararon, veinte siglos viven de su influjo.

El mundo es el testigo permanente de la existencia de Dios. La Iglesia Católica es el testigo permanente también de la divinidad de Jesucristo. ¡A Él sólo todo el honor y toda la gloria por los siglos de los siglos.


134. P. ¿Cuáles son las consecuencias que fluyen de la divinidad de Jesucristo?

R. Se pueden sacar tres principales:

1a Puesto que Jesucristo es Dios, es evidente que la religión por Él establecida es divina, la única verdadera, la única querida por Dios, la única que exige de todos los hombres, la única que puede llevarnos al cielo.

2a Todas las enseñanzas de Jesucristo, dogmas y preceptos, deben ser aceptados en su totalidad, puesto que son manifiestamente divinos. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no dejan de cumplirse (79).

3a Hay que creer, sin vacilar siquiera, los misterios que forman parte de la Revelación cristiana, aunque no los entendamos, porque estos misterios se fundan sobre la autoridad infalible de la palabra de Dios.

N.B. – Para probar que la religión cristiana es revelada por Dios, se puede emplear dos métodos. Por el primero, que hemos seguido, se prueba que Jesucristo es un Enviado de Dios: luego la religión que vino a revelar al mundo es una religión divina.

La divinidad del Cristianismo está confirmada también por una serie de hechos históricos que han sucedido después de la muerte de su fundador, a saber:

1° La propagación milagrosa de la religión cristiana.
2° Su conservación perpetua a través de los siglos.
3° La constancia y número de los mártires.
4° Los frutos maravillosos que ha producido en el mundo.

El segundo método, más breve, consiste en probar la divinidad de Jesucristo. Una vez demostrado que Jesucristo es Dios, de suyo se sigue que la religión cristiana fundada por Él es divina.


1° La religión cristiana es obligatoria para todos los hombres hasta el fin de los siglos. – Dios, soberano Señor, tiene el derecho de hacerse servir como mejor le plazca; ahora bien, el legislador divino obliga a todos los hombres a practicar la religión cristiana, porque dijo a sus apóstoles: Predicad el Evangelio a todas las criaturas: el que creyere y fuere bautizado se salvará; el que no creyere se condenará. Luego, cualquiera que no crea en la religión enseñada por los apóstoles, o no la practique, está seguro de ser condenado.

En efecto, el hombre no es libre para rechazar el orden sobrenatural y atenerse tan sólo al orden natural. Así como el hombre no tiene facultad para rechazar sus destinos naturales porque le vienen de Dios, así tampoco puede rechazar sus destinos sobrenaturales, que tienen el mismo origen. Así como carece de derecho para decir: No quiero ser hombre, sino animal, así también carece de él para decir: No quiero ser cristiano, sino sólo hombre. No se ha dejado a nuestro arbitrio elegir y tomar el puesto que nos agrade, sino que es derecho exclusivo de Dios el asignárnoslo.

Pues bien, Dios ha elevado al hombre al orden sobrenatural, y sólo mediante Jesucristo puede alcanzar el hombre su vida sobrenatural. Jesucristo es el mediador único y necesario entre Dios y el hombre. Él se proclama la vida, la verdad, el camino; y dice expresamente que nadie llega al Padre sino por Él (80). Los apóstoles repiten que no hay en el cielo otro nombre que pueda salvarnos (81).

De igual suerte que para hacer madurar la uva se necesita de la luz y del calor y del sol, así también para hacer madurar a un elegido se necesita la acción directa del sol de justicia, Jesucristo. Todo lo que se substraiga a su influencia se condena a no madurar jamás para el cielo. No puede uno salvarse sino por la gracia, y la gracia no puede adquirirse sino por el Mediador, Nuestro Señor Jesucristo.

“Para iluminar al mundo, Jesucristo dejó un símbolo; para guiarlo, preceptos; para santificarlo, sacramentos, un sacrificio, un sacerdocio; para regirlo hasta el fin de los tiempos instituyó sus vicarios. Treinta y tres años fueron consagrados a esta gran obra, que no terminó sino en el árbol de la cruz. Y, ¿nos sería permitido, conservando siempre nuestros derechos al cielo, eximirnos de ver en ese símbolo un dogma, una regla en ese decálogo, un sacrificio en esa cruz, una institución divina en esa Iglesia? Semejante pretensión sería la más insostenible que imaginarse
pudiera” (82).

Nuestra regeneración sobrenatural le costó tan cara al Hijo de Dios, que la religión, que nos aplica los méritos de su sangre derramada en el Calvario, no puede ser una institución libre de ser aceptada o rechazada, según convenga.

¡Qué!, el Verbo eterno descendió a la tierra, se revistió de nuestra humanidad, sufrió, murió en la cruz, ¿y se podría pensar en conseguir el cielo sin acudir a este divino Mediador? ¿Acaso puede ser lícito decir a Cristo: Has muerto por mí, pero yo me río de la muerte y puedo pasarme sin ella? ¡Oh, no, eso no puede ser! Si Dios ha hecho tanto que ha elevado al hombre al orden sobrenatural, el hombre tiene el deber de sobrenaturalizarse. Si Dios ha hecho tanto que ha enviado a su Hijo a la tierra, el hombre debe unirse a ese Hijo divino para convertirse él mismo en un hijo de Dios. (ver P. 79)

2° Hay que aceptar todas las enseñanzas de Jesucristo. – Puesto que Jesucristo es Dios, hay que aceptar toda su doctrina, sin añadirle ni quitarle nada. Quienquiera que la altere comete un atentado contra Dios. Después de Jesucristo, ya no se trata de inventar, sino de conservar: su palabra, perpetuada de siglo en siglo, debe resonar hasta el fin de su inviolable integridad. Luego a nadie es lícito tomar una parte y dejar otra en la religión cristiana: es necesario aceptarla toda entera.

3° Hay que creer en los misterios de la religión cristiana. – Cuando Dios habla hay que creerle, porque Dios es la verdad misma. Los misterios del Cristianismo no son absurdos ni contradictorios como tampoco lo son los misterios de la ciencia; únicamente superan algunos, por su naturaleza, nuestra inteligencia limitada, al modo que muchos astros escapan al alcance de los más potentes telescopios. El sabio conoce y entiende una multitud de verdades que son misterios para otros: ¿son por eso menos reales esas verdades? Dios, inteligencia infinita, sabe también y comprende una infinidad de verdades que no pueden conocer ni comprender los hombres más sabios. Lo que Dios sabe y comprende tiene derecho a decirlo, y si lo dice, puede y debe obligarnos a que le creamos por su palabra. ¿Hay algo más legítimo? (ver P. 94)


LA SOLA CRUZ BASTA PARA PROBAR EL CREDO CATÓLICO

En su obra el Credo o el Refugio del Cristianismo, Monseñor Gaume hace ver cómo una de quince años que conozca un poco de la historia puede, con la cruz en la mano, obligar a cualquier incrédulo a declararse católico o a renegar de la razón.


“El establecimiento del Cristianismo es la más sorprendente de las revoluciones. Esta revolución implica los hechos siguientes, que no se pueden negar sin negar toda certeza histórica:

1° Hace dos mil años, el mundo civilizado era pagano. Hoy el mundo civilizado es cristiano.

2° El paso del paganismo al Cristianismo es obra de Jesús de Nazaret, ayudado por doce pescadores de Galilea.

Jesús de Nazaret es un judío crucificado; los judíos eran entonces, como hoy, odiados por todos los pueblos. Tan sólo los más grandes criminales eran condenados al suplicio de la cruz. Un judío crucificado era, pues, los más odioso que podía darse en el mundo.

3° Desde hace veinte siglos, el mundo civilizado adora a Jesús crucificado: lo ha hecho y lo hace libremente, sin verse obligado a ello por la fuerza ni arrastrado por el atractivo de los placeres y de las riquezas.

4° Por tener la dicha de adorar a ese Jesús crucificado, doce millones de mártires de todas las condiciones, y de todas las naciones, durante trescientos años, aceptan alegremente la muerte, en medio de los más espantosos tormentos.

Después de esa época, cerca de otros veinte millones de mártires ha seguido su ejemplo. Y ese ejemplo se sigue aún hoy día, cuando la ocasión se presenta.

Por tener la felicidad de adorar a Jesucristo, hombres y mujeres de toda edad, de toda condición, de toda nacionalidad, en número incalculable, combaten sin cesar sus más caras afecciones, se entregan a duras austeridades, abandonan sus hogares, dan sus bienes a los pobres y consagran gratuitamente sus personas al servicio de las miserias más repugnantes.

5° Adorando a Jesús crucificado, el mundo ha adentrado en luces, en virtudes, en libertades, en civilización, de una manera sorprendente.

Testigo, el más pequeño de los niños cristianos que, acerca de los problemas que más interesan al género humano: Dios, la providencia, el hombre, su naturaleza, sus deberes, su destino, es más sabio que los más grandes filósofos de la antigüedad: Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca.

Testigo, la más oscura aldea cristiana, donde se halla más dignidad para el hombre, más libertad para la mujer, más seguridad para el niño, que se conocieron en todo el mundo pagano.

Testigos, todos los pueblos de Europa y de América, que, bárbaros en otros tiempos, se han convertido, adorando a Jesús crucificado, en príncipes de la civilización.

Testigo, en una palabra, el mapamundi, donde vemos brillar la luz, la civilización y el progreso en todos los pueblos que adoran a Jesús crucificado.

6° Todas las naciones que no adoran a Jesús crucificado permanecen en la barbarie, en la esclavitud, y esperan todavía la verdadera civilización.

7° Ninguna nación ha salido ni sale de la barbarie ignorante o letrada, no se libra de la esclavitud ni entra en el progreso, sino adorando a Jesús crucificado, y en proporción a la vivacidad de su fe: testigo: la historia universal.

8° Toda nación que deja de adorar a Jesús crucificado pierde, desde luego, sus buenas costumbres, su paz, su prosperidad; después desaparece o vuelve a caer en la esclavitud y retrocede a la barbarie en razón directa de su abandono a Jesús crucificado.

Testigos, todas las naciones de Asia y de África, donde la ignorancia disputa la primicia a la degradación.

Testigos, las naciones de la Europa moderna, donde todo es intranquilidad, malestar, odio, confusión, revoluciones y conmociones.

9° Jesús crucificado se mantiene, después de veinte siglos, sobre los altares del mundo civilizado, a pesar de los ataques formidables y continuamente renovados de los tiranos, de los impíos, de los sofistas y de los perversos.

Por una excepción, única en la historia, allí se mantiene en medio de las convulsiones que, veinte veces, han mudado la faz del mundo, arrasado los imperios, las dinastías, las repúblicas y las instituciones más consolidadas. Allí se mantiene amado y adorado, a pesar de la inflexible ley de muerte que pesa sobre todas las obras humanas.

Tales son los hechos visibles, palpables, permanentes, que nadie puede poner en duda sin renegar de la historia.

¿Cómo explicar estos hechos increíbles? No hay efecto sin causa...

O Jesús crucificado es Dios, o no lo es.

1° Si es Dios, todo se explica. El mundo adora a Jesús crucificado, porque los milagros obrados por Él y por sus discípulos han evidenciado su divinidad y obligado al género humano a creer en ella. No hay nada, entonces, de extraño en que una religión divina se haya propagado milagrosamente y haya producido en el mundo frutos admirables de virtud, de civilización y de progreso.

En este caso, siendo el Cristianismo obra de Dios, es verdadero, completamente verdadero, eternamente verdadero, y nada posee fundamento más sólido que el Credo del cristiano.

2° Pero si Jesucristo no es Dios, el mundo entero, el mundo civilizado está poseído de locura.

¿No es una verdadera locura que el mundo, en pleno siglo de Augusto, dando fe a la palabra de doce pescadores de Galilea, haya destrozado sus ídolos, quemado sus templos, mudado sus leyes y purificado sus costumbres, para adorar como único Dios del cielo y de la tierra a un judío crucificado? ¿Es esto natural? ¿Es esto posible?...

¿Es posible que millones de hombres ricos, pobres, senadores, cónsules, príncipes, en Asia, en África, en Grecia, en Roma, se hayan dejado despedazar, quemar, ahogar por tener el gozo y el honor de adorar como Criador del mundo a un judío crucificado, si este judío no es Dios?...

¿Es posible que durante veinte siglos, el mundo, en vez de salir de su vergonzosa idolatría, haya persistido en la adoración de Jesús crucificado, y que centenares de millones de hombres le amen hasta sacrificarle sus riquezas, su libertad, su familia, sus afecciones y sus esperanzas?...

¿Es posible que el mundo haya mejorado, se haya hecho más libre, más civilizado, más feliz por todos conceptos, profesando el mayor absurdo, esto es, adorando, como Criador y Dios del cielo y de la tierra, a un judío crucificado, a Jesús de Nazaret, si no es verdaderamente Dios?

¿Cómo se explica que la parte del género humano que rehúsa adorar a Jesús crucificado permanezca sumida en la barbarie, en la esclavitud, en un vergonzoso abismo de miserias? ¿Cómo se explica que esta parte degradada del género humano salga de la barbarie de la esclavitud, de la corrupción y marche por el sendero de la civilización y de la felicidad tan pronto como adora a Jesús crucificado?... Este hecho, probado por la historia de todos los pueblos se convierten a la religión cristiana, ¿es natural y humanamente posible?

¿Es posible que este Jesús crucificado, si no es más que un judío, se haya elevado de un solo salto, del cadalso, donde acababa de morir, a los altares del mundo entero, y se mantenga allí desde hace veinte siglos, a pesar de todos los esfuerzos de la astucia, de las violencias de la fuerza, del desencadenamiento de las pasiones, unidas para derribarle; y esto en medio de las ruinas acumuladas de los imperios, de las monarquías, de las repúblicas y de las instituciones humanas?...

¿Es posible, finalmente, que Dios, verdad y poder infinito, haya permitido que este judío crucificado se haya apoderado, en provecho propio, de la fe y de la adoración del género humano?...

Admitir efectos sin causa es una locura, y una locura tanto mayor cuanto los efectos son más admirables.

Pretender que el género humano se ha convertido a la religión cristiana sin que, por una parte, le haya impulsado a ello la fuerza irresistible de los milagros, y, por otra, el auxilio todopoderoso de la gracia de Dios, es una enorme locura.

Por consiguiente, el incrédulo queda encerrado en un círculo de hierro, del que no puede escapar más que por una de estas dos salidas:

O la fe en la plenitud de su vigor, o la locura llevada a los últimos límites.

Los positivistas no se cansan de objetar que la religión no es científica, que no está demostrada con hechos, como las otras ciencias.

Es falso, acabamos de recordar hechos históricos ciertos, permanentes. Sin duda, pueden los positivistas negarse a verlos; pero así como el ciego que niega el sol, no le impide brillar, tampoco impedirán ellos a la divinidad de Jesucristo, sol de justicia, que brille en el mundo.

A los ojos del sentido común, el proyecto de hacer adorar a un hombre muerto en una cruz es el colmo de la locura. Sólo podía triunfar, si ese hombre era verdaderamente Dios.

Pero ese proyecto triunfó; luego Jesucristo es Dios. Sobre este hecho siempre subsistente reposa el Credo del cristiano.

Si Jesucristo es Dios, el Cristianismo es verdadero, tan sólo él verdadero, completamente verdadero. A todos los dogmas que enseña, a todos los deberes que impone, no queda más que decir: Credo, creo.

1° La religión cristiana me dice: el hombre ha sido creado en el orden sobrenatural para un fin también sobrenatural: Credo.

Pero el hombre cayó por la culpa de Adán: Credo.

Fue rescatado por Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre: Credo.

El hombre posee un alma libre e inmortal: Credo.

Hay un infierno eterno: Credo. – Un cielo eterno: Credo.

Jesucristo ha fundado una Iglesia infalible, encargada de enseñar lo que hay que creer y hacer para ir al cielo: Credo.

Esta Iglesia subsistirá hasta el fin del mundo: Credo.

2° La Iglesia me dice que el único medio de evitar el infierno y merecer el cielo es creer lo que ella me enseña; hacer lo que ella me ordena: Credo.

Que viva humildemente, castamente, mortificadamente: Credo.

Que respete los bienes, el honor, la reputación de mis hermanos: Credo.Que me confiese y comulgue, por lo menos, durante el tiempo pascual: Credo.

3° Y pues el Cristianismo es verdadero, absolutamente verdadero, todos los sistemas contrarios a la religión cristiana son falsos; todas las objeciones, nulas, puesto que no pueden haber verdades contradictorias.

Luego en presencia del solo hecho del establecimiento del Cristianismo y del cambio maravilloso que ha obrado en el mundo, todos los sistemas: materialismo, panteísmo, ateísmo, naturalismo, racionalismo, positivismo, satanismo, espiritismo, socialismo, liberalismo, etc., que levantan hoy día su cerviz repugnante contra la Iglesia católica, como la hidra de la fábula o la bestia del Apocalipsis, son falsos, completamente falsos.

Todos los sofismas dirigidos contra el dogma, la moral y el culto de la religión cristiana, caen aplastados como la bala que el árabe fugitivo dispara contra la pirámide del desierto.

NARRACIÓN.– Era en Francia, el día siguiente de las hazañas del 93. Uno de los jefes de la república, que había asistido al saqueo de las iglesias y a la matanza de los sacerdotes, se dijo a sí mismo: “Ha llegado el momento de reemplazar a Jesucristo; voy a fundar una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso”.

Al cabo de algunos meses, el inventor, Reveillere-Lépaux, acude desconsolado a Bonaparte, primer cónsul y le dice: – ¿Lo creeríais, señor? Mi religión tan lindo no prende... – Ciudadano colega, responde Bonaparte, ¿tenéis seriamente la intención de hacer competencia a Jesucristo? No hay más que un medio; haced lo que Él: Haceos crucificar un viernes, y tratad de resucitar el domingo.

Lépaux no creyó conveniente aventurarse a tal ensayo, y la nueva religión pasó, entre befas, a la religión de las utopías.


Notas


67. Juan, X, 37 y 38.

68. Mateo, XXVI, 64; Marcos, XIV, 62.

69. Juan, XIX, 7.

70. Id., VIII, 56-58.

71. Id., V. 21-23.
72. Juan, XIV. 1.
73. Mateo, X, 37.
74. Juan, III, 16.
75. Juan, XIV, 12.
76. Marcos, XIV, 17 y 18.
77. Mons. Besson, El Hombre-Dios.
78. Salmo LXXI
79. Mateo, XXIV.
80. Juan, XIV, 6.
81. Hechos, IV, 12.
82. Mons. Besson, La Iglesia.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...