LA RELIGIÓN DEMOSTRADA
LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA
P. A. HILLAIRE
Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.
DECLARACIÓN DEL AUTOR
Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.
A. Hillaire.
QUINTA VERDAD
LA IGLESIA CATÓLICA ES LA ÚNICA DEPOSITARIA DE LA
RELIGIÓN CRISTIANA
NECESIDAD DE PERTENECER A LA IGLESIA CATÓLICA
156. P. ¿Es necesario para salvarse pertenecer a la Iglesia católica?
R. Sí, porque Jesucristo ordena a todos los hombres que formen parte de su Iglesia, bajo pena de condenación eterna.
1° Él dijo a los príncipes de su Iglesia: Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura; el que creyere será salvado, y el que no creyere será, condenado. Quien a vosotros oye, a Mí me oye; quien os desprecia, a Mi me desprecia y desprecia también a mi Padre, que me ha enviado... Si alguien no escucha a la Iglesia, sea para vosotros como gentil y publicano.
Según estas palabras, la Iglesia es la autoridad viviente, establecida por Jesucristo para que le represente en el mundo. Es así que todo hombre debe sujetarse ala autoridad establecida por Dios para que lo represente en la tierra, como un súbdito está obligado a obedecer a los representantes de su soberano. Luego todos los hombres están obligados a someterse a la Iglesia. — (Véase núm. 140)
2° Para salvarse hay que creer lo que Jesucristo enseña, hacer lo que manda y recibir de Él la vida de la gracia. (Es así que sólo en la Iglesia católica se cree en la doctrina de Cristo, se practican sus preceptos y se recibe su gracia. Luego es necesario para salvarse pertenecer a la Iglesia católica. Ella es el camino fijado por Dios para conducir a los hombres a la salvación. Todo el que rehúsa seguir este camino se pierde.
3° Jesucristo es el único mediador entre su Padre y nosotros; la Iglesia es la única medianera, entre nosotros y Jesucristo. Es, pues, necesario entrar en la Iglesia para ir a Jesucristo, para ir a Dios. — (Véase núm. 134)
Por consiguiente, quienquiera que, voluntariamente, permanezca fuera de la Iglesia católica, no puede llegar a la salvación. “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”.
Esta necesidad de pertenecer a la Iglesia católica no es más que una consecuencia de las demostraciones precedentes.
Una religión es necesaria al hombre: una sola religión es verdadera; la religión cristiana es esta religión verdadera y divina; luego hay que seguir y practicar la religión cristiana.
Es así que la religión cristiana no se halla sino en la verdadera Iglesia de Jesucristo, en la Iglesia católica, puesto que ella ha recibido el depósito de los dogmas y de los preceptos revelados por Jesucristo, y que sólo ella posee derecho y poder de comunicar la gracia, fruto de los méritos del Redentor. Luego es necesario, bajo pena de muerte eterna, entrar en la Iglesia católica tan luego como se hayan conocido su origen, su misión y su autoridad divina.
1° Jesucristo ordena a sus apóstoles que iluminen a los hombres con la predicación del Evangelio, que los santifiquen con los sacramentos y los dirijan por medio de leyes. Al mismo tiempo impone a los hombres la obligación de obedecer a los Pastores de la Iglesia como a Él mismo: Quien a vosotros oye, a Mí me oye, etc. Todos los hombres, por tanto, están obligados, por un precepto formal de Jesucristo, a escuchar a aquéllos que enseñan en su nombre, a recibir de sus manos la vida de la gracia encerrada en los sacramentos, a obedecer sus preceptos, bajo pena de depreciar al Hijo de Dios y a su Padre, que le envió a la tierra para salvar a los hombres. Todo el que creyere en la palabra de los apóstoles y fuere bautizado, se salvará: todo el que no creyere, será condenado.
2° Para ir al cielo hay que seguir el camino trazado por Dios. Oigamos a un ilustre orador moderno: “Para entrar en posesión de la felicidad sobrenatural, Dios puede señalarnos una ruta especial y única. Él tiene el derecho de subordinar la conquista de esa felicidad a cierto conjunto de condiciones obligatorias; si nosotros no las cumplimos, si no marchamos por el sendero que nos trazan, tendrá pleno derecho para desheredarnos del trono que nos ha prometido en el cielo.
”¿Hay nada más legítimo?, pregunto yo. — Soldados, ¿veis ese fuerte?
”Mañana tendréis que apoderaros de él por asalto. — ¿Por qué lado, capitán? — Por el Norte: es la única parte por donde es accesible, y, además, ésta en mi voluntad. — Entendido —. Y los soldados obedecen.
“Ahí tenéis el poder de un general, ahí tenéis la obligación de un ejército. Ya lo habréis comprendido, señores: el ejército somos nosotros; el fuerte es la meta inmortal a la cual aspiramos; el general es Dios. Él tiene sobre nuestros destinos un dominio absoluto. Libre para fijar nuestras glorias y nuestras alegrías futuras, no lo es menos para fijar el camino que debe conducirnos a ellas. Si le place decirnos: Tú pasarás por allá, y nada más que por allá, tan luego como sus planes nos sean anunciados no tenemos que replicar ni una palabra. No podemos decirle: No puedo; Él no manda lo imposible. No podemos decirle: Eso no me gusta; no le corresponde a Él acomodarse a nuestros caprichos, sino a nosotros el acatar sus voluntades” (34).
Ahora bien, la Iglesia católica es el único camino trazado por Dios para ir al cielo. Cualquiera que rehúse creer en sus dogmas, recibir sus sacramentos, seguir sus preceptos, será condenado. El triple poder conferido por Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia es una prueba evidente de la voluntad divina. Él le ha dado un poder doctrinal para enseñar las verdades reveladas, un poder sacerdotal para conferir la gracia, un poder pastoral para regir la sociedad de las almas. Los que se niegan a someterse a este triple poder de la Iglesia, viven lejos de la salvación, como los paganos o adoradores de ídolos y los publícanos o pecadores impenitentes. — (Véase núm. 145)
3° Nuestra salvación no viene sino de Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice Él; nadie llega al Padre sino por mí (35). El que en Mí no estuviere, será echado fuera, como sarmiento, y se secará, se le arrojará al fuego, y se quemará (36). Y no está en otro alguno (fuera de Jesús) la salvación, porque otro NOMBRE no hay debajo del cielo dado a los hombres en el cual podamos ser salvos (37). Luego Jesucristo es el ÚNICO MEDIADOR entre su Padre y nosotros.
La Iglesia no es más que una sola cosa con Jesucristo. Es Jesucristo mismo prolongando su encarnación entre los hombres.
La Iglesia continúa en la tierra la misión de Jesucristo. Como mi Padre me ha enviado, así yo os envío; mi Padre me ha enviado para salvar al mundo, yo también os envío para salvar a los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones. No hay, pues, salvación posible fuera de la Iglesia.
La Iglesia es el cuerpo de Jesucristo, el complemento de Cristo, su desenvolvimiento al través de los siglos. Nadie, dice San Agustín, puede obtener la vida eterna si no tiene a Cristo por cabeza, si no pertenece a su cuerpo, que es la Iglesia. Pero así como en un cuerpo sólo los miembros que lo constituyen están sometidos a la influencia de la cabeza, mientras los miembros extraños no pueden participar de su vida, así también los miembros extraños a la Iglesia no pueden recibir la gracia y la vida que Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, comunica a sus miembros.
La Iglesia es la esposa de Jesucristo de la manera que Eva, la esposa del primer Adán, es la madre de todos los hombres; la Iglesia, esposa del segundo Adán, debe ser la madre de todos los escogidos. Esta es la enseñanza de todos los Santos Padres. “Si alguien vive fuera de la Iglesia, dice San Agustín, no es del número de los hijos; y no queriendo tener a la Iglesia por Madre, no tendrá a Dios por Padre: Nec habebit Deum Patrem qui Ecclesiam noluerit habere matrem. “Aquél, dice San Cipriano, que abandona la Iglesia de Jesucristo, no llegará a las recompensas de Jesucristo. Ato, no, puede tener a Dios por Padre, el que no tiene a la Iglesia por Madre”.
Además de esto, todos los Santos Padres emplean la comparación del Arca de Noé. Ninguno de los que no entraron en el Arca de Noé se salvó; tampoco se salvará nadie que no entre en la Iglesia católica. La máxima, pues, Fuera de la Iglesia, no hay salvación, resulta de las palabras del Evangelio, de los escritos de los Santos Padres y de toda la tradición cristiana.
CONCLUSIÓN.— El hombre no es libre para elegir entre las varias sectas cristianas y la Iglesia católica. Sostener lo contrario sería afirmar, o que Jesucristo, al fundar su Iglesia, hizo una obra perfectamente inútil, lo que es una blasfemia, o que todas las religiones son buenas, lo que es un absurdo manifiesto, puesto que de dos creencias opuestas una necesariamente es la verdadera; y sería impío suponer que Dios pueda permanecer indiferente entre el error y la verdad. — (Véase núm. 71)
159. P. ¿Qué significa la máxima: Fuera de la Iglesia no hay salvación?
R. 1° Esta máxima no significa: Todo el que no sea católico será condenado; sino que, siendo obligatoria para todos la religión católica, el que rehúsa instruirse acercade ella, o abrazarla una vez conocida, peca gravemente y se hace acreedor a la condenación eterna.
2° En cuanto a los que no conocen a la Iglesia, si observan la ley natural grabada en su corazón, si cumplen con los deberes que les dicta la conciencia, Dios, que quiere la salvación de todos, les dará las luces y gracias necesarias para conseguir la salvación. Estos tales se salvarán por el deseo implícito de pertenecer a la Iglesia, deseo contenido en la caridad o contrición perfecta.
Sin embargo, es una gran desgracia no conocer a la Iglesia, porque ese desconocimiento lleva consigo la privación de los medios eficaces que esta buena Madre ofrece a sus hijos para que puedan llegar fácilmente al cielo.
Se puede pertenecer a la Iglesia, o en realidad, o por deseo, al menos implícito. Llamamos implícito el deseo contenido en la voluntad expresa y general de emplear los medios y observar las leyes establecidas por Dios para conseguir la salvación.
Es de necesidad de precepto pertenecer a la Iglesia en realidad, y de necesidad de medio el pertenecer a, ella, por lo menos, en deseo implícito. La necesidad de la Iglesia, por consiguiente, no se diferencia de la del bautismo. Para salvarse, hay que recibir el bautismo en realidad o en deseo: de la misma manera, hay que pertenecer a la Iglesia católica, en realidad o en deseo.
Esta doctrina puede explicarse en otros términos: Es de necesidad de precepto pertenecer al cuerpo de la Iglesia, y de necesidad de medio pertenecer a su alma. El cuerpo, o la parte visible de la Iglesia, es la sociedad de los fieles bautizados, unidos visiblemente entre sí por la profesión de la misma fe, la participación de los mismos sacramentos y la sumisión a los pastores legítimos.
El alma, o parte invisible de la Iglesia, es la gracia santificante, principio de vida sobrenatural. Las almas que la poseen, unidas invisiblemente a Jesucristo por la fe, esperanza y, sobre todo, por la caridad, están unidas entre sí como las ramas del árbol que reciben del mismo tronco la misma savia y la misma vida. Para pertenecer al alma de la Iglesia es suficiente estar en estado de gracia, y poseer la vida divina que Jesucristo nos mereció con su muerte, y que Él nos comunica por el Espíritu Santo.
1° Todo aquél que reconoce a Jesucristo como a Dios y a la Iglesia católica como a la única divina, y que, esto no obstante, se mantiene fuera de su seno, no puede salvarse, porque se niega a cumplir el gran precepto impuesto por Jesucristo a todos los hombres de que sean miembros de su Iglesia. ¿Es injusto excluir de la salvación a los herejes y los cismáticos de MALA FE, que, por capricho y con obstinación, se niegan a buscar la verdad, o que, aun viendo la luz, permanecen voluntariamente en las tinieblas? ¿No es acaso justo que aquéllos que rehúsan entrar en el Arca de salvación perezcan en el naufragio?, ¿que los que no quieren pertenecer a la casa de Dios en la tierra sean excluidos de la celestial Jerusalén?...
Los que dudan de la verdad de su religión, deben buscar la verdadera Iglesia. El hereje, el infiel, que, atormentados por la duda, descuidan la oración, dejan de consultar y de ilustrarse, se hacen reos de pecado grave. — (Véase núm. 72)
2° ¿Pueden salvarse los que no conocen a la Iglesia? Esta pregunta puede referirse a los niños y a los; adultos.
A) Los niños de los herejes, de los cismáticos, de los infieles, si son válidamente bautizados, reciben con el bautismo la gracia santificante, y no la pierden sino cuando, con advertencia plena, caen en falta grave.
Los niños que mueren sin el bautismo, y, por consiguiente, fuera de la Iglesia, están privados de la felicidad sobrenatural y de la visión beatífica. Pero esta dicha no les es debida, porque supera las exigencias de la naturaleza humana. Según la enseñanza común de los teólogos, estos niños no sufren la pena de sentido; tampoco sufren, según Santo Tomás, el sentimiento de tristeza que podría causarles la pérdida de la visión de Dios. Gozan de la felicidad natural, que hubiera sido la herencia de la naturaleza humana, si Dios no nos hubiera elevado al orden sobrenatural, y bendecirán eternamente al Creador por haberlos sacado de la nada.
B) Tampoco es imposible la salvación para los adultos que viven en las sectas heréticas, cismáticas o en las naciones infieles.
1° Una ley desconocida no puede obligar. Los que ignoran el Evangelio desconocen a la Iglesia de Jesucristo, y, por lo mismo, se hallan involuntariamente fuera de ella; no pueden ser condenados por este simple hecho: Nadie se condena sino por su culpa. La buena fe excusa: Dios no imputará a los que están fuera de la Iglesia, sin culpa propia y por ignorancia invencible, un estado del que no son responsables. Estos tales no están obligados más que a servir a Dios mediante el cumplimiento de los deberes que les impone la conciencia.
2° Si estos hombres, los infieles, observan con fidelidad la ley natural grabada en todos los corazones, y los herejes y cismáticos, además de la ley natural, las positivas, en la parte que haya llegado a su noticia; si están dispuestos a abrazar la verdad que llegue a su conocimiento; en una palabra, si hacen de su parte todo lo posible, Dios les dará las gracias que necesitan. Al que hace de su parte todo lo posible, Dios no le niega su gracia: Facienti quod est in se, Deus non denegat gratiam, dicen los teólogos. Él quiere la salvación de todos, para todos dispone y concede gracias suficientes para que puedan alcanzar la justificación y la salvación. Si Dios no les hace conocer exterior mente, mediante la predicación, las verdades necesarias para salvarse, lo hará interiormente por sí mismo o por el ministerio de los ángeles.Dios, dice Santo Tomás; enviaría un ángel para introducir en la Iglesia a los hombres de buena voluntad, antes que dejarlos que se pierdan (38).
Escuchemos al inmortal Pontífice Pío IX, en su Encíclica de 10 de agosto de 1863: “Nosotros sabemos que aquéllos que viven en la ignorancia invencible de nuestra religión y que siguen fielmente los preceptos de la ley natural impresa en todos los corazones; que, dispuestos a seguir la voluntad de Dios, llevan una vida ordenada y honesta, sabemos que pueden, con el auxilio de la luz y de la gracia divina, obtener la vida eterna; porque Dios, que penetra y ve perfectamente los pensamientos y las disposiciones de todos los espíritus, en su clemencia y en su soberana bondad no permite que nadie sea castigado con suplicios eternos sin haberse hecho culpable de una falta voluntaria”.
3° ¿Significa lo dicho que estos infieles, estos herejes, estos cismáticos de BUENA FE, se salvarán fuera de la Iglesia? No, por cierto; por lo mismo que tienen el deseo sincero de hacer la voluntad de Dios, de abrazar la verdad, pertenecen a la Iglesia con el corazón, puesto que entrarían en ella si la conocieran; teniendo la caridad perfecta, desean implícitamente, pertenecer a la Iglesia, y este deseo suple la incorporación real, como el deseo implícito del bautismo suple el bautismo mismo. Ellos pertenecen, si no al cuerpo, por lo menos al alma de la Iglesia.
CONCLUSIÓN.— Estos hombres de buena fe y de buena voluntad, ¿son muchos? Las Iglesias griega y rusa, las sectas protestantes de Alemania, de Inglaterra, de Suiza, de América, ¿ocultan a muchos elegidos? Es éste un misterio que sólo Dios puede conocer. Si nada es más cierto que este principio: Fuera de la Iglesia no hay salvación, nada es más misterioso que su aplicación, porque ésta encierra tres elementos insondables: la gracia de Dios, la conciencia del hombre y la hora de la muerte (39).
De estos principios incontestables resulta que, relativamente a la salvación, se pueden distinguir, entre los hombres, las clases siguientes:
1° El católico en estado de gracia: pertenece, al mismo tiempo, al cuerpo y al alma de la Iglesia, y, si muere en ese estado, su salvación está asegurada.
2° El católico pecador: no pertenece al alma de la Iglesia más que por los vínculos de la fe y de la esperanza; es un miembro paralizado que puede revivir todavía, pero que, por el momento, está privado de vida. Si la muerte lo sorprende en pecado mortal, su desgracia es irremediable. Pero, como pertenece al cuerpo de la Iglesia, tiene mil medios para volver a Dios.
3° El apóstata: que se ha alejado por sí mismo del seno de la Iglesia.
4° El incrédulo, el hereje, el cismático OCULTOS, que no han roto abiertamente con la Iglesia, pertenecen a su cuerpo; pero se hallan separados de su alma y en camino de perdición.
5° El hereje, el cismático de BUENA FE, el excomulgado penitente no pertenecen al cuerpo de la Iglesia, pero pueden estar unidos a su alma por los lazos de la fe y da la caridad divina: si mueren sin falta grave en la conciencia, o con contrición perfecta, se salvarán.
6° Finalmente, los infieles, los que no han oído hablar del Evangelio, se hallan en el estado en que se hallaban los gentiles antes de la venida del Mesías: no tienen más deberes que cumplir que los que conocen por la ley natural y por la educación, la cual les ha transmitido, aunque alteradas, las tradiciones primitivas acerca de Dios, la Providencia, la promesa más o menos confusa de un Redentor y la existencia de otra vida. El infiel que cree venido de Dios todo lo que él sabe de la verdadera religión, que no pide sino ser instruido acerca de las verdades de la fe, que observa la ley divina, tal como la conoce, se salvará, porque pertenece al alma de la Iglesia por los dones interiores de la gracia.
No habrá, pues, más perdidos sin remedio que los apóstatas, los incrédulos, los herejes, los cismáticos y los infieles de MALA FE, los excomulgados impenitentes y los católicos muertos en pecado mortal (40).
Notas
34. MONS. PLANTIEB, Adviento de 1847.
35. Juan., XIV, 6.
36. Id., XV, 6.
37. Act., IV, 12.
38. Summa theologica, III pars, q. 1.
39. Creemos útil llamar la atención del lector sobre las palabras de un escritor muy serio, el abate Pirenne, en sus Estudios filosóficos sobre las principales cuestiones de la Religión Revelada. Ellas pueden contribuir a salvar, en el momento de la muerte, una gran multitud de almas. ―Supongamos que el pagano — y dígase lo mismo de los herejes, de los cismáticos y de los pecadores — muere amando a Dios por sí mismo y sobre todas las cosas con caridad perfecta; por lo mismo se salva. Porque con la caridad sobrenatural él lo tiene todo: la caridad justifica por sí misma. Y notad que el grado más débil de caridad es suficiente: porque la esencia de una virtud no consiste en su intensidad (una gota de agua es tan agua como todo el océano), y la cantidad de una cosa no influye en su naturaleza. Por tanto, la caridad subsiste con el apego al pecado venial, y particularmente, subsiste sin ninguna devoción sensible.
"Estáis, por consiguiente, salvado, desde el momento que dejáis esta vida amando a Dios por si -mismo y sobre todas las cosas. Estáis salvado, cualesquiera que sean las circunstancias en que os encontréis. Que en el momento supremo, pagano, hereje o pecador, vuestra voluntad, movida por la gracia de Dios, produzca un acto de caridad perfecta, aunque muy débil, y vuestra salvación está asegurada, porque la caridad hace perfecta, a la contrición; la caridad y la contrición perfecta contienen el deseo, por lo menos implícito, del bautismo y de la confesión.
"Si se desea saber de qué modo se comunica la caridad a los hombres, he aquí la contestación de los teólogos: Dios dará lo necesario a todos aquéllos que hacen lo que humanamente depende de ellos, a-un cuando para, esto tuviera que hacer un milagro.
"Las personas que se hallan junto a los moribundos, aunque sean éstos herejes, pueden fácilmente moverlos a hacer actos de caridad perfecta, habiéndoles de la excelencia, de la bondad, de la amabilidad y de la belleza infinitas de Dios, en comparación del cual todos los bienes criados no son más que polvo...
40. Extracto de PORTAIS, Doctrina católica”.
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