R.P. Mateo Crawley-Boevey SS.CC
(1875-1960)
Dichosa soledad del Sagrario... ¡Qué bien descansa el alma así, entre las sombras del santuario, a los pies de Jesucristo, que es la luz!
Dejemos, siquiera por un momento, el mundo de vanidades y falsías, y acerquémonos al Paraíso delicioso del Corazón Sagrado de Jesús... Él está aquí y nos llama... Roguémosle confiadamente que cierre los ojos a todas nuestras culpas y que nos abra, en esta Hora Santa, la llaga del Costado, en la que salva a los pecadores, donde santifica a los buenos y en la que endulza las amarguras de la vida y los horrores de la muerte...
(Pausa)
(Pedidle que acepte esta Hora Santa, como la plegaria de todos nuestros hogares).
(Lento)
¡El cielo interrumpió su cántico de gloria, los ángeles se estremecieron de emoción al ver llorar a Jesucristo por amor del hombre!... Ese llanto lo guardó María en esta Hostia para nosotros los amigos, los fieles que ahora le adoramos... ¡Oh, si cada lágrima de Jesús hubiera sido vencedora de un alma... si cada gemido suyo hubiera conquistado para siempre una familia! Pero todavía es tiempo para darle la posesión de esta tierra ingrata, que Él vino a redimir... La Hora Santa precipitará su triunfo.
(Hagamos, pues, violencia al Corazón abandonado del Maestro, para que apresure su reinado en el vencimiento decisivo de su amor... Hablémosle sin más demora y con toda el alma).
“Jesús amado, atraídos hacia ti por tus clamores, compadecidos por tu soledad y sedientos del advenimiento de tu reino, henos aquí, ¡oh, Divino agonizante de Getsemaní!, tristes con tu mortal tristeza, olvidados de ese mundo que te olvida, aquí nos tienes pobres de fe, enfermos de espíritu, inquietos de la vida, decepcionados de la tierra, dolientes y caídos... aquí nos tienes reclamando nuestra parte de agonía y de dolor en el dolor y la agonía de tu dulce Corazón!...”.
Ábrenos en esta Hora Santa tu herida preciosísima, a fin de confiarte en ella una esperanza y un consuelo que te alivien... ¡Ah! y mañana, con tu gracia, te daremos una gloria inmensa, en el triunfo social de tu Sagrado Corazón... ¡Apresúrate, Señor, y reina, en recuerdo de tu agonía crudelísima del Huerto!...”.
(Meditemos la soledad y las angustias de Getsemaní y del Sagrario).
Almas piadosas, penetremos en espíritu en aquel jardín tan lleno de pérfidas sombras para Jesucristo. ¡Ah!, qué convicción de fe tan consoladora nos alienta y nos alumbra. Aquél que está en la Hostia, mudo, silencioso, pero siempre agonizante y redentor, es el mismo Nazareno que desfalleció entre los olivos, al peso de angustias infinitas... Sorprendámoslo, ¿queréis?, sorprendámoslo en su agonía eucarística, pues tenemos más derecho que los ángeles.
Vedlo, está moribundo, y ¡oh dolor!, está siempre solo...
Sus enemigos fraguan un complot... Los indiferentes tienen preocupaciones de tierra y dicen que no tienen ni amor, ni tiempo para el pobre Jesucristo... Los amigos, los apóstoles de predilección, con excepción rarísima, están fatigados del combate y muchos duermen, mientras el Maestro aguarda desamparado y triste, la muerte y la traición. No así vosotros, creyentes, que estáis en esta hora compartiendo la amargura de su soledad... Endulzadla con un cántico, cuya suavidad le haga olvidar la ingratitud del hombre.
(Hagamos una solemne acción de gracias, y, todos de rodillas, bendigamos al Señor por las inagotables larguezas de su amor menospreciado).
(Lento y cortado)
Las almas. Por habernos prevenido con el don gratuito e inapreciable de la fe.
(Todos en voz alta)
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el tesoro de la gracia y por la virtud de la esperanza en aquel cielo que es el término de los dolores de esta vida.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el arca salvadora de tu Iglesia, perseguida y siempre vencedora.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por la piedad incomprensible con que perdonas toda culpa, en los sacramentos del Bautismo y de la santa Confesión.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por las ternuras que prodigas a las almas doloridas que, sufriendo te bendicen en sus penas y en la Cruz.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los ardides santos de tu caridad, en la conversión maravillosa de los más empedernidos pecadores...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los bienes de la paz o de la prueba, de la enfermedad o la salud, de la fortuna o la pobreza, con que sabes rescatar a tantas almas...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los singulares beneficios a tantos ingratos, mal nacidos, que abusan de situación, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el obsequio que nos hiciste al confiarnos el honor y la custodia de tu Madre, el Corazón de María Inmaculada...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por tu Eucaristía sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía tuya deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Y en fin, por aquel inesperado Paraíso, que quisiste revelarnos en la persona de tu sierva Margarita... por el don maravilloso, incomprensible, de tu Sagrado Corazón...
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
(Meditemos en la prisión de Jesucristo el Jueves Santo, continuada en la Santa Eucaristía).
¿Habéis pensado alguna vez en esta frase, insondable en el misterio de caridad que entraña: “Jesús cautivo, Jesús encarcelado por amor en el Sagrario”? Miradle a través de esa reja; tras de aquellos muros del tabernáculo, está Jesucristo prisionero, vencido por su propio Corazón... Así, hace veinte siglos, el Jueves Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado, del huerto de la agonía a la prisión en que le arrojó el inicuo juez... Y esa noche afrentosa, horrenda en la soledad y desamparo del Maestro, y lejos, muy lejos de todos los que Él amaba, se prolonga en todos los Sagrarios de la tierra...
La blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el sacrilegio... todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de ignominia, tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir hasta su rostro y profanarlo como el beso del traidor... ¡Y Jesucristo no se va!... ¡Es el Cautivo del amor, su Corazón le ha traicionado! ¡Está ahí, envuelto en el ultraje humano...; está ahí, sentado en al banquillo de los reos... tiene un gran delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!... ¡Vedlo, así le paga éste... con olvido y soledad!...
Las almas. ¡Oh, amabilísimo Cautivo!, encadena también estas almas, que quieren compartir la soledad de tu prisión... te piden que su cautividad, como la tuya, sea eterna... y te suplican para ello que les des por cárcel, en la vida y en la muerte, el abismo insondable de tu Costado herido. ¡Sí, arrójanos en él a todos, como rehenes por los grandes pecadores, por aquéllos que reniegan de tu altar y blasfeman de tu Cruz!... Queremos que se salven para ti, y por la gloria de tu nombre... ¡Redímelos, Jesús Sacramentado, cabalmente a ellos, los verdugos de este Gólgota, en que vives perdonando sus ofensas!...
Divino Salvador de las almas, cubierto de turbación me postro en tu presencia, y dirigiendo mi vista al solitario tabernáculo, siento oprimido el corazón, al ver el olvido en que te tienen relegado tantos de los redimidos... Pero, ya que con tanta condescendencia, permites que, en esta Hora Santa, una mis lágrimas a las que vertió tu humilde Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos que no ruegan, te bendigo por aquellos que te maldicen y con todo el ardor de mi alma, te alabo y adoro con esta gran plegaria, en todos los Sagrarios de la tierra.
Aceptad, Señor, el grito de expiación que un sincero pesar arranca de nuestras almas afligidas: ellas te piden piedad.
Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos.
(Todos en voz alta)
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por las infidelidades y los sacrilegios.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por las blasfemias y profanaciones de los días santos...
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por el libertinaje y los escándalos públicos.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los corruptores de la niñez y de la juventud.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por la desobediencia sistemática a la Santa Iglesia.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y los hijos.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los atentados cometidos contra el Romano Pontífice.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los trastornadores del orden público, social cristiano.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por el abuso de los Sacramentos y el ultraje a tu Santo Tabernáculo.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por la cobardía o los ataques de la prensa, por las maquinaciones de sectas tenebrosas.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Y por fin, Jesús, por los buenos que vacilan, por los pecadores que resisten a la gracia...
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
(Pausa)
(Meditemos en la condenación de Jesús, y en su ignominia al ser tratado como loco: misterios de caridad y de dolor que se perpetúan en el Sacramento del Altar).
Hemos callado un breve instante, y se ha hecho el silencio en el fondo de ese pobre tabernáculo... ¡Ay! el mundo, sin embargo, ha seguido y seguirá condenando en su clamor de culpa al Prisionero del Altar..., y si consiente en libertarle, es sólo para exhibirle como loco, para llevarle después al desierto del olvido humano... y de ahí a la muerte afrentosa de una Cruz... Pero oíd al mismo Jesús, expuesto ahí donde le veis, como cuando le presentó Pilatos al pueblo enfurecido: el Hombre-Dios quiere quejarse dulcemente a vosotros, sus amigos; escuchadle, creyentes fervorosos, como le oyó San Juan, en los latidos angustiosos de su Corazón despedazado.
“¡Háblanos Tú, Maestro!”.
(Lento y cortado)
Jesús. Alma tan querida, mira mi frente, marcada con la sentencia de muerte, fulminada por una de mis propias creaturas... Mi amor es infinito..., el tuyo ha sido pobre..., la sentencia me la diste también tú.
Mira mis manos atadas por aquellos que piden vergonzosa libertad... ¿No has tenido tú, a las veces, tus horas de licencia y de pecado? Mis cadenas las forjaste también tú...
Mírame, cubierto con manto blanco de insensato; he amado tanto, que el mundo me condena como loco... lo fui de amor en mi Calvario; lo soy en la Hostia del altar... ¿no te has avergonzado nunca de la locura redentora de Jesús? ¿No me has herido con respeto humano también tú?
Mírame afrentado, porque quise dar la paz al mundo... Mírame desamparado... Soy vergüenza de los sabios, soy desecho de los grandes, soy risa de los pueblos... soy el reo de los gobernantes..., ¡pero, para todos, cuando lloran su pecado, para todos soy Jesús!...
Dime: y tú ¿no has sido infiel, o no me has herido nunca?... ¿No me has abandonado en mi Pasión?... Respóndeme yo quiero darte, en esta Hora Santa, el ósculo de paz, y de perdón... ¡Respóndeme!
(Breve pausa)
Las almas. ¿Qué tengo yo, ¡oh, Divino prisionero!, que Tú no me hayas dado?
¿Qué sé yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?
¡Perdóname los yerros que contra ti he cometido!
Pues me creaste sin que lo mereciera;
Y me redimiste sin que te lo pidiera;
Mucho me hiciste en crearme;
Mucho en redimirme;
Y no serás menos poderoso en perdonarme...
Pues la mucha sangre que derramaste,
Y la acerba muerte que padeciste,
No fue por los ángeles que te alaban,
Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...
Si te he negado, déjame reconocerte;
Si te he injuriado, déjame alabarte;
Si te he ofendido, déjame servirte;
Porque es más muerte que vida,
La que no está empleada en tu santo servicio...
(Pausa)
(Consideremos la soledad del Viernes Santo, prolongada en todos los Sagrarios).
¡Qué sombrío debió ser en el Calvario y también en el Sepulcro, el anochecer del Viernes Santo! Allá, en la montaña, en el Gólgota, las manchas de una sangre divina pisoteada con furor... Más abajo, en la cueva de la tumba, la inercia, el silencio y el frío de la roca y de la muerte... ¡Ahí tenéis en ese altar el Gólgota; ahí tenéis la tumba en el Sagrario! Contemplad, y decid si no es verdad que Jesucristo sigue siendo la víctima del hombre.
Allá fuera, ruge la tempestad de la negación y la blasfemia. Estamos ahora reparando ese ultraje, en un momento de oración...; pero dentro de un instante, terminada la Hora Santa, cerradas las puertas de este templo, quedará Jesús solo con sus ángeles, en aquel sepulcro y esperando que la alborada le traiga el eco de un clamor humano...
¡Ah, y si supiéramos la vida de recuerdo, de plegaria permanente por nosotros, la vida de perpetua inmolación del Corazón de Jesucristo en esa Hostia!... Que Él mismo nos lo diga:
(Cortado)
Jesús. “Hijos míos: estoy angustiado... estoy herido, vengo llorando una inmensa desventura... de lejos llego con el Corazón atravesado, ¡aquí me tenéis despedido del lecho de agonía de un desgraciado moribundo!... Me ha rechazado porque dice que es justo y que no me necesita... ha dicho que muere tranquilo, sin dejar que Yo le abrace y le perdone...; ha expirado sin mirar mi Cruz, sin bendecir mis llagas...; ya murió sin aceptarme... ¡Y le había amado tanto!... Le había redimido con mi sangre... ¡y no ha tenido para mí, ni el último latido, ni su última mirada!
¡Vosotros, que me amáis, consoladme de esa herida... endulzadla, orando con fervor por los pobres moribundos!... (Pedid por los agonizantes).
Acercaos... Dejadme sentir el calor de afecto de vuestras almas fidelísimas, porque “la mía está bañada en el rocío de la noche”... He aguardado, en vano, que un hogar me brinde el hospedaje que se da al último y al más pobre peregrino... He llamado... le ofrecí mi paz... ¡la necesitaba tanto!... Y aquí me tenéis...; regreso con la amargura del rechazo..., mientras tanto, ¡cuánto sufre esa familia desgraciada!... no hay dicha en ella..., no hay consuelo, ni resignación... ni amor.
(Breve pausa)
Dadme vuestro amor, prestadme el fervor de vuestras oraciones, ofrecedme el holocausto de vuestros sacrificios, para vencer a tantos obstinados, que luchan contra la ternura de mi Corazón, que los persigue sin descanso.
Contad las espinas de mi corona; ellas podrán deciros los consuelos y las flores de cariño, rechazados por las almas queridas de vuestro propio hogar..., por tantos seres, muy amados de vuestros corazones y del mío..
¡Oremos juntos porque venza en ellas la paciencia y la misericordia de mi Corazón, que los espera aquí, en la Santa Eucaristía! Tengo sed de verme rodeado en esta Hostia de los pródigos vencidos, de las ovejas recobradas, de los hijos convertidos por la dulzura del reproche, por mis lágrimas, por las gracias especiales concedidas los primeros viernes y aquí, en la Hora Santa.
¿Qué aguardáis? Pedid, ¡oh sí, pedid con fe! Pues este vuestro Dios quiere vengar su cautiverio, haciendo la felicidad del mundo... Llamad a la herida de mi pecho, y se abrirá de par en par mi Corazón... Pedid, pues. ¡Quiero ser Jesús!... cumpliendo con vosotros mis promesas!
(Pausa)
Las almas. ¡Oh, buen Jesús, absorto en tus dolores..., confundido por tu soledad y tus tristezas, he olvidado mis pedidos y las necesidades de mi alma pobrecita!... Adivina Tú las flaquezas de tu siervo, y cura sus heridas más secretas... Mi hogar también espera en esta Hora Santa la bendición de tu Corazón, agonizante; no suprimas en él, si así es tu voluntad, no agotes el manantial de lágrimas de mi familia atribulada: ¡pero acércate a los míos y enséñales a padecer amando, puestos los ojos en tus ojos celestiales, y cobijadas sus almas combatidas en tu alma divinamente acongojada!
¡Que mi casa sea Nazaret y la Betania de tu Corazón, Señor Jesús!
Y mira, amabilísimo Maestro; bendice también desde esa Hostia los tesoros del hogar, que nos robó la muerte; bendice a nuestros muertos, y dales pronto el descanso eterno de tu cielo... Hemos padecido con esas ausencias desgarradoras, pero, al verte agonizar también a Ti por nuestro amor, hemos dicho, resignados: “¡Hágase tu voluntad!”. No te olvides de ellos, ¡oh!, y acuérdate también, hermoso Nazareno, de aquellos que en el mundo viven enteramente huérfanos de cariño... de los olvidados por los hombres en el banquete de la vida..., de tantos que la tierra menosprecia en su soberbia, y que padecen hambre de amor y de justicia. Tú sabes cómo hiere aquel desdén de los hermanos... ¡Te ruego, pues, que te apiades de ellos, en tu gran misericordia!
(Pausa)
Tendría que pedirte mucho más en mi indigencia, pero todo ello lo remediarás Tú, que velas por las flores y las avecitas del Santuario... Quiero que los últimos momentos de esta Hora Santa expiren en el olvido de mí mismo, y te lleven sólo mis ansias incontenibles, mi aspiración apasionada por tu triunfo en el reinado de tu amante Corazón. Sí, para todos estos que te amamos, tus intereses son los nuestros..., queremos, todos, tu reinado... ¡Pedimos, pues, Señor, que cumplas con nosotros las promesas que hiciste a tu confidente Margarita María, en beneficio de las almas que te adoran en la hermosura indecible, en la ternura inefable, en el amor incomprensible de tu Sagrado Corazón!... ¡Por eso te gemimos con tu Santa Iglesia, te suplicamos por la Virgen Madre, te exigimos por el honor inviolable de tu nombre, que establezcas ya, que apresures el reinado de tu amante Corazón!
(Todos)
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz inalterable, prometida a las familias que te han recibido con hosannas.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen aflicciones y amarguras, que Tú sólo prometiste remediar.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la muerte.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos, sólo Tú la inspiración y recompensa en todas las empresas...
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
6ª. Y tus predilectos, quiero decir los pecadores, no olvides que para ellos, sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor...
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
7ª. ¡Ah, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes debes inflamar con esta admirable devoción!
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
8ª. Aquí está la vida, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado... permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas; en nombre de ellas te pedimos sigas siendo en todas el Soberano y el Amigo muy amado.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos sacerdotes que te aman y que te predican como Juan, tu apóstol regalado.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
11ª. Y a cuantos enseñan esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo y por la Comunión de los primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa infalible... te lo pedimos en el trance decisivo de la muerte.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón...
(Pausa)
Debemos separarnos, Jesús, pues va a terminar la hora mil veces dulce y santa de tu inefable compañía... ¡Oh, vente oculto en mi alma, al nido del hogar, donde serás Esposo, Padre, Hermano, Amigo, el Rey de la familia... ven! Y al despedirnos, dejo aquí ante tu Corazón Sacramentado, el mío todo entero, en el clamor de una última plegaria; ¡escúchala, Jesús benigno!
(Cortado)
Cuando los ángeles de tu Santuario te bendigan en la Hostia sacrosanta... y yo me encuentre en la agonía... sus alabanzas son las mías, acuérdate del pobre siervo de tu Divino Corazón.
Cuando las almas justas de la tierra te aclamen encendidas en amor... y yo me encuentre en la agonía... sus loores y sus lágrimas son las mías... acuérdate del pródigo vencido por tu Divino Corazón.
Cuando los sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles, te aclamen soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos..., y yo me encuentre en la agonía... su celo y sus ardores son los míos, acuérdate del apóstol de tu Divino Corazón.
Cuando tu Iglesia ore y gima ante el altar, para rescatar contigo al mundo, y yo me encuentre en la agonía... su sacrificio y su plegaria son los míos..., acuérdate del fiel amigo de tu Divino Corazón.
Cuando en la Hora Santa, tus almas regaladas, amando, sufriendo y reparando, te hagan olvidar perfidias y traiciones... y yo me encuentre en la agonía..., sus coloquios contigo y sus consuelos son los míos, acuérdate de este altar y de esta víctima de tu Divino Corazón.
Cuanto tu divina Madre te adore en la Sagrada Eucaristía y repare allí los crímenes sin cuento de la tierra... y yo me encuentre en la agonía..., sus adoraciones son las mías..., acuérdate del hijo de tu Divino Corazón.
Mas, no ¡Señor!, olvídame si quieres, con tal que, en mi muerte, me dejes olvidado para siempre, en la llaga venturosa de tu amable Corazón.
(Pausa)
¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?... ¡Despójame de todo, de tus propios dones, pero abrásame en la hoguera de tu ardiente Corazón!
¿Qué sé yo, que tú no me hayas enseñado?... Olvide yo la ciencia de la tierra y de la vida, pero conózcate mejor a ti, ¡oh Divino Corazón! ¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado? ¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?... Úneme, pues, a ti con vínculo que sea eterno... ¡renuncio a todas las delicias de tu amor, con tal de poseer perfectamente este otro Paraíso, el de tu tierno Corazón!
Y en él sepulta, ¡oh, sí!, los yerros que contra ti he cometido... y castiga y véngate de todos ellos, hiriendo con dardo de encendida caridad, al que tanto te ha ofendido.
Y si te he negado, déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives...
Si te he ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor eterno... porque es más muerte que vida la que no se consume en amar y hacer amar tu olvidado, tu amante, tu Divino Corazón.
¡Venga a nos tu reino!
Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados humildemente delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser, y a fin de estar más firmemente unidos a Ti, he aquí que hoy día cada uno de nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Muchos, Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon, al quebrantar tus mandamientos; compadécete, Jesús, de los unos y de los otros y atráelos a todos a tu santo Corazón. Sé Rey, ¡oh, Señor!, no sólo de los fieles que jamás se separaron de Ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de hambre.
Sé Rey para aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas, y desunió la discordia, tráelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que luego no quede ya más que un solo rebaño y un solo pastor.
Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí. Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura; otorga, a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola aclamación:
¡Alabado sea el Divino Corazón por quien hemos alcanzado la salud; a El gloria y honor, por siglos de los siglos. – Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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