jueves, 6 de abril de 2017

Hora Santa: Abril






R.P. Mateo Crawley-Boevey SS.CC

(1875-1960)





Nota: La hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los hijos la lectura de los distintos protagonistas.






HORA SANTA DE ABRIL
Para rezar en familia


En una Hora Santa como ésta, hora de silencio y de plegaria íntima, confió Jesús-Eucaristía los anhelos de su Corazón a Margarita María, su primer apóstol. ¡Oh!, qué momento de ventura, qué solemne instante aquél, en que la tierra volvió a resonar con la súplica ardorosa del Dios-Hombre, que, gimiendo, mendigaba amor... Sí, pedía amor, y ofrecía en pago, no los tesoros ya entregados en la Cruz..., regalaba, en esa noche radiante y deliciosa más que el cielo, nos entregaba su adorable Corazón... 

Cristianos fervorosos: ¡Hosanna en las alturas!... ¡Él nos pertenece desde entonces por entero!... 

Almas reparadoras: ¡Hosanna acá en la tierra!... ¡Él es nuestro en la vida y será nuestro más allá de los umbrales de la muerte!... 
Oremos, hermanos, y si lo amamos, levantemos un clamor de fe y de caridad, roguémosle nos descubra, en esta Hora Santa, las ansias vehementes de su apasionado Corazón... “Revélanos, Señor Jesús, a tus amigos, descúbrenos aquí, como a tu dichosa confidente los anhelos, los propósitos de triunfo que encerraste en esta prodigiosa devoción. 
Di, Señor, ¿qué pides?... Habla sin tardanza, reclama con imperio, exige..., pues ya ves cómo esperamos sedientos tu palabra... Somos tus consoladores..., queremos ser el nido blando en que descanse tu cabeza destrozada; y acéptanos, como a Gabriel, de aliento y de sostén en tu agonía redentora... Míranos, Señor, como miraste a la Verónica, pues nuestras almas deben ser el lienzo de pureza que recojan tus hermosas lágrimas... Aquí estamos los fidelísimos, los resueltos, que hemos querido velar una hora con tu Corazón agonizante... Habla, Jesús Sacramentado, ya que todos éstos que rodean el Calvario del altar solicitan, como el Cireneo, el premio anticipado de llevar tu Cruz. 
Corazón Divino, cuéntanos en este instante de divina confidencia tus ambiciones de reinado, confíanos tus anhelos de victoria... Ordena, Jesús, que muramos por tu amor, y moriremos. Háblanos por esa herida del Costado, que, desde hace ya tres siglos, está venciendo con ternura y con perdón al mundo... Que no nos hablen otros... háblanos Tú, Jesús-Eucaristía, y viviremos...”. 


(Pausa) 

(Pedidle gracia para escuchar su voz divina) 

Voz de Jesús. Acércate, alma querida, soy Yo, no temas... No traigo majestad que te espante... vengo pobre, me llego a ti desamparado... no tengo en este instante más resplandores de gloria que mis llagas, ni más tesoro que este Corazón que te ha querido tanto... Soy el Nazareno, hijo del pueblo, nacido en un establo... He sido un artesano humilde y pobrecito... he caminado descalzo y he sufrido incertidumbres y penurias infinitas por el amor del pueblo. Quiero reinar en él..., quiero ser su Soberano..., quiero que los humildes, que los que trabajan, que los que sufren, acepten la realeza amabilísima de mi Corazón Divino... ¡Oh, sí!... Quiero que el pueblo sea mío, conquistado en la desnudez de Belén y del Calvario..., quiero y reclamo que la muchedumbre que llora, que padece hambre de pan y sed de justicia, adore, crea, espere y ame..., quiero que sea mía... Vosotros, mis amigos íntimos, preparadme esa Pascua y el trono y la diadema en la Hora Santa... Clamad ante el altar, rogad sin tregua y devolvedme así el alma de ese pueblo, que me arrebatan indignados los que reniegan de la Cruz y de mi sangre. Haced venir a mí a los pobres...; entronizadme en sus hogares, soy Jesús, el Nazareno pobre...

(Pausa) 

Las almas. Sí, Jesús, Tú reinarás entre los pobres, y el pueblo, vencido por tu dulce Corazón, te aclamará su Rey... Cediendo, pues a tu reclamo, recoge la plegaria que va a resonar ahora mismo en tu Sagrario. 


Por tus lágrimas vertidas en la cueva humilde de Belén. 

(Todos en voz alta) 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas derramadas en secreto en el Nazaret de tus cariños. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas lloradas en la muerte de tu amigo Lázaro. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas sentidas que te arrancaron la ruina de tu pueblo y de tu patria. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas de sangre que empaparon el huerto de Getsemaní, mil veces venturoso. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas amargas, arrancadas por la pérfida traición de Judas. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas de desengaño, lloradas en la triple negación de Pedro y en el abandono de todos tus apóstoles. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus lágrimas de desconsuelo, derramadas al ver destrozado el Corazón de tu Madre en la Vía Dolorosa. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus postreras lágrimas con que, en el Calvario, te despediste de la tierra, y en especial, de los pobres tus amigos. 

Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón! 

(Pausa) 

Voz de Jesús. ¡Cómo os bendice mi Corazón, consolado por la súplica ardorosa que acabáis de hacerle!... Sí, triunfaré; soy Rey; para esto nací y vine al mundo. Ese mundo ingrato, como un mar embravecido, me rechaza... En la barca de mi Iglesia atravieso las edades ofreciendo la calma, la libertad, la paz a los humanos... ¡Ay, la tempestad arrecia!... Hay gobernantes que quieren el naufragio de la Iglesia, esta Arca salvadora... y hay muchos hombres ricos, sabios, poderosos, que, como el inicuo Sanedrín, traman la ruina del sacerdocio y de mi templo... Mi Vicario está afligido... mi soberanía, desconocida oficialmente... dispersos, por el huracán del odio, y desterrados mis apóstoles y amigos... Profanados muchos lugares de retiro y oración...; conculcados mis derechos y mi Ley... Soy Rey porque soy Jesús, el Hijo del Dios vivo. ¡Ah!, los que amáis de veras la gloria de mi nombre... vosotros, al menos, mis amigos, pedid conmigo, pedid al cielo la victoria sacrosanta de mi Iglesia... no olvidéis que sus congojas son las mías... Quien la ultraja, ultraja y hiere mi Divino Corazón... 

(Pausa) 

Las almas. Hemos oído, Jesús, la sentencia de blasfemia contra Ti y tu santa Iglesia... y también el grito de dolor que te arranca esa ingratitud de los poderosos, a quienes diste autoridad... y de las naciones a quienes otorgaste libertad por tu Evangelio... 

Perdona, Monarca escarnecido, y confunde a tus enemigos... te lo pedimos con apremio fervoroso.

Por la desnudez y el desamparo de tu maravilloso nacimiento. 

(Todos, en voz alta) 
Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

Por la oscuridad en que viviste tantos años en el taller de Nazaret. 

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

Por tu fuga tan penosa hasta el Egipto, perseguido por encarnizados enemigos. 

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

Por tu retiro de cuarenta días de plegaria y penitencia en las soledades del desierto. 

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

Por el desdén de los Doctores de Israel, por las afrentas con que recibían la predicación de tu Evangelio. 

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

Por la ingratitud con que te lastimaron tantos a quienes bendijiste con bendición de milagros portentosos. 

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

Por la veleidad incomprensible de ese pueblo que pagaba tus favores pidiendo para Ti la sentencia de la Cruz... 

Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón! 

(Pausa) 

Voz de Jesús. Almas fervorosas, si por lo menos, tuviera mi Corazón; ya tan lastimado y perseguido, el refugio tan ambicionado del hogar... el calor de la familia. ¡Ay, ese santuario caería hecho pedazos si Satán y el mundo consiguieran desterrarme de él, a Mí, que soy la vida en el amor! ¡Oh, preguntad a Lázaro, a Marta y a María, mis amigos de Betania, qué mal resiste, qué dolor no se endulza, qué herida no se cicatriza, cuando Yo, Jesús, traslado mis reales al seno de un hogar que adora y ama!... Padres que arrastráis una vida fatigosa, abrumados por el peso de incertidumbre y responsabilidades, dejadme entrar a vuestro hogar... Yo soy el sol de paz, de fuerza: Yo soy el alma de una vida nueva... 
Madres acongojadas..., que sufrís por vosotras y por vuestros hijos... madres dolorosas, como mi dulce Madre..., ¿por qué no me invitáis a bendecir la aurora y el crepúsculo, la paz y la tribulación, las risas y las lágrimas del hogar querido?... Vosotros, testigos cariñosos de la mística agonía de mi Corazón en el Sagrario, sabed que vuestra fe y que vuestro apostolado podrán abrirme las puertas del hogar, que se me cierran culpablemente tantas veces. Velad por mis derechos, y orad... pedid que reine en la familia cristiana y a pesar del infierno, triunfará mi Corazón... 

(Breve pausa) 

Las almas. Jesús, errante Peregrino... ven... No quedes en el umbral de nuestras casas, empapados tus cabellos y tu túnica en el rocío de la noche... Ven... y entra..., y avasalla las familias de nosotros todos, que te amamos... ¡Oh, sí! Jesús Esposo, Jesús Hermano, Jesús Amigo..., ven... Reina en todos los hogares..., te lo rogamos. 



Por el amor filial que profesaste a tu divina Madre, por las ternuras y los desvelos de su Corazón Inmaculado. 

(Todos en voz alta) 

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón! 

Por el afecto de santa intimidad que profesaste al Carpintero humilde, a quien llamaste padre. 

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón! 

Por el cariño de predilección con que trataste a Juan, el apóstol de tus inefables confidencias... 

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón! 

Por la simpatía que tuviste siempre por los pequeñitos del rebaño, por los niños, tus amigos fidelísimos... 

Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón! 

Por aquella amistad envidiable, deliciosa, de Betania..., donde no había sino un solo sufrimiento insoportable y era el de tu ausencia. 

Por tu frente despedazada con la corona de espinas crudelísimas. 

(Todos en voz alta) 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus manos perforadas en castigo de habernos bendecido y perdonado. 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus pies divinos traspasados, que dejaron en la tierra las huellas de la paz y del amor. 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!

Por tus labios, que hablaron sublime caridad, y sintieron sed de nuestras almas pobrecitas. 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus ojos divinales, que prendieron la luz del Paraíso y que lloraron para no ver las culpas, sino para lavarlas para siempre. 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón! 

Por tu cuerpo sacrosanto, convertido en llaga viva para dar la vida al mundo. 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón! 

Por tu Costado, abierto por la lanza venturosa, y en el que queremos guarecernos en la vida, en la muerte y en la eternidad. 

Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón! 

(Pausa) 


Voz de Jesús. No quiero que os alejéis de este Sagrario, amigos de mi Corazón, sin recordaros una queja, siempre viva como el llanto que me arrancaron tantos, que se llaman y que son mis amigos; tantos justos..., que me corresponden con tibieza... que me ofenden, midiéndome su amor. ¡Ay!..., si supierais cómo llora, angustiado, el Corazón de vuestro Dios, mirado con cortés indiferencia y con respetuosa frialdad por los hijos de la propia casa... por aquellos que he sentado, día a día, al banquete de mis gracias... por aquéllos que han vivido, hace años, al sol de mis favores... por millares de almas que serían santas con sólo hundirse en el abismo de mi pecho, en que nacieron, y en que han crecido, por predilección gratuita de mi amor, tan mal correspondido... ¡Ah!, son almas que me pertenecen, pero a quienes la tibieza abate..., son corazones buenos, pero sin celo por mi gloria; me ven llorar en mi patíbulo y no lloran...; me encuentran solitario en esta cárcel..., y se cansan de mi soledad...; no me hablan..., hay un hielo que las mata y que me hiere... Se van y, como mis apóstoles, me dejan a solas con mis angustias y mis ángeles. 
Almas-verónicas que estáis aquí, sedientas de beber mis lágrimas amargas, hacedme un desagravio, por la herida tan cruel que me infiere la falta de fineza, de generosidad y de celo de tantos de los míos... Cantadme amor, y amor apasionado, y amor ardiente...; cantad el triunfo de mi gloria, el triunfo de mi Corazón, a fin de que olvide la tristeza de verme tantas veces lastimado de los hijos predilectos..., herido cruelmente, en mi propio hogar... Vosotros, que ardéis en mi caridad y en fervor de celo..., tened piedad de aquel Jesús que busca confidentes, apóstoles y amigos... y no los encuentra..., porque hablo, redimo y santifico con la Cruz... Vosotros, que me amáis de veras, consoladme con celo y amor de santidad. 

(Breve pausa)

Las almas. También yo, Señor Jesús, he sido de los tibios que se mantuvieron a distancia de tu Corazón, por temor del sacrificio... He temido las santas exigencias de tu caridad y de tu ternura...; he temido verme prendido en las redes de tu hermosura...; he recelado de caer en tus brazos, y tener que rendirme sin reserva y para siempre a tu Corazón, irresistible, vencedor... Perdona, Jesús..., perdona también y olvida esa culpa de apatía, de pobreza en el cariño, de irresolución en el sacrificio, de tantos amigos que Tú predestinaste a mucha gloria y santidad... Perdónanos y triunfa... 

Por las primeras palabras de ternura con que, cuando niño, hiciste sonreír a tu dulce Madre. 

(Todos) 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus palabras de bienaventuranza en el sermón de la Montaña. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus palabras de intimidad y de consuelo a tus amigos tan amados de Betania. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus palabras vencedoras de los doce apóstoles, simiente y esperanza de tu Iglesia. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus palabras de inefable bendición para la infancia, siempre predilecta. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!

Por tus palabras de caridad y de esperanza que recogieron los enfermos, los tristes y los pobres. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus palabras de promesa incomparable para los atribulados, los humildes y los desprendidos de la tierra. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por tus palabras de infinita dulcedumbre con que te despediste de los tuyos en la noche del incomparable Jueves Santo. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Por las siete últimas palabras con que nos legaste tu espíritu y tu Madre, al expirar en la cima del Calvario. 

Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón! 

Voz de Jesús. He venido a prender fuego a la tierra, y ¿qué he de querer sino que arda? Con ese fin de caridad, he aquí en esta Hostia, el Corazón que ha amado a los hombres hasta la muerte, y muerte permanente de altar, de Eucaristía... Me encadené por vosotros a la tierra... y la tierra me tiene relegado en cautiverio de indiferencia, de desdén y de cruel olvido: mi cárcel es de hielo. ¿Dónde están mis redimidos?... ¿Dónde las almas consoladas y libradas de la muerte? ¿Dónde los que alimenté con pan milagroso en el desierto?... ¿Qué se han hecho los ciegos del alma, los leprosos de corazón, sanados en esta fuente prodigiosa, que es mi pecho atravesado?... ¡Ah, gemid conmigo, vosotros mis amigos, que habéis venido a interrumpir el silencio doloroso de mi prisión de amor! Estoy encarcelado y habéis venido a visitarme... ¡Oh, no me dejéis!... Llevadme, ahora al mundo y contadle mi amor y mi cautiverio de vuestros amantes corazones... Id ahora al mundo y contadle mi amor y mi abandono... Traedlo aquí... Que venga dolorido, ansioso de consuelo... Traedme almas, despertad en ellas sed de comulgar... Predicad mi Santa Eucaristía... y glorificad la Hostia donde vivo Yo, Jesús de Nazaret, de Betania y del Calvario... Venid a mí, en este Sacramento; honradme en él, amad y haced amar mi entristecido Corazón. 

(Pausa)

Las almas. No es otra, Jesús-Eucaristía, nuestra ambición de amor sino arrastrar las almas hasta el Sagrario... y conseguir que, enamoradas de ti, busquen asilo eterno en tu Sagrado Corazón. Por esto, colocamos en un altar de oro, en el Corazón Inmaculado de María, una plegaria que endulzará las amarguras de tu prisión... Escúchanos, Jesús Sacramentado: 

Por el ultraje de tu prisión del Huerto, y por el beso inicuo que te entregó. 

(Todos) 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

Por la bofetada cruel que afrentó la hermosura de tu faz divina. 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

Por la irrisión cruel y la sangrienta befa de que fuiste objeto toda la noche angustiosa del Jueves Santo. 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

Por la ignominia de la flagelación de esclavo, a que te condenó un juez cobarde. 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

Por el vilipendio a la majestad de tu persona al ser vestido y tratado como loco. 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

Por la afrenta crudelísima de ser equiparado y aun pospuesto a un villano criminal. 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

Por la fiereza del verdugo que, sin respetarte en la agonía blasfemando, colocó en tus labios moribundos la hiel de nuestra ingratitud. 

Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón! 

(Breve pausa) 

Señor, Tú reinarás por tu Divino Corazón, a pesar de Satán y sus secuaces; ¡sí, Tú reinarás! El pueblo será tuyo, pues le dominarás con cetro blando de misericordia y él, tranquilo o agitado, te cantará como el mar y te aclamará su Rey... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón. 

Señor, Tu reinarás, glorificado por tu Santa Iglesia... Ella pondrá en tu frente una diadema de almas, y Tú serás exaltado por encima de todas las potestades del cielo, de la tierra y del abismo... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón. 

Señor, Tú reinarás, cantado y bendecido en el hogar creado por tus dolores y santificado por tu Madre... En él serás “entronizado”, por tus ternuras. Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón. 

Señor, Tú reinarás, atrayendo al abismo de la vida, a tu Corazón, los empedernidos pecadores, que no adoran y que no aman... Tú quebrantarás sus cadenas y los harás libres, en el cautiverio de tu amor... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón. 

Señor, Tú reinarás desde la Hostia Sacrosanta, Tú vencerás en el comulgatorio, dominarás la tierra por la amable omnipotencia de tu Divina Eucaristía... Sí, por ella recobrará los dominios que conquistó tu amor hasta la sangre, hasta la muerte de Cruz, hasta el exceso de tu inmolación sacramental... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón... Apresúrate, Maestro, y sálvanos por él... 


Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes. 
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores. 
Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones. 


(Cinco veces) 

¡Corazón Divino de Jesús venga a nos tu reino! 



Acto final de consagración
El divino fuego que viniste a prender en la tierra, se ha encendido, Jesús, amado, en nuestras almas, y llevados de él, ya no sabemos pedir ni desear sino tu gloria. Tú lo dijiste al revelar las maravillas de tu Corazón; él es el supremo y el último recurso de redención humana. Apoyados, pues, en tus revelaciones, acudimos a tu altar en busca de palabras de vida eterna, y a tu Corazón adorable, anhelosos de aquellas aguas que deben regenerar el mundo, inflamándolo en tu caridad. ¡Oh!, sé Rey de los ingratos, que te miran como un Soberano derrocado en sus almas infelices; reconquístalos, Jesús, por tu perdón. Sé Rey de los apóstatas que te miran como Monarca de escarnios, y que ríen, desdeñosos, al quebrar el cetro de tu divina realeza; vuélveles la luz perdida y véngate de sus ofensas, perdonando esas traiciones. Sé Rey de las muchedumbres soliviantadas por aquellos sanedristas, Jesús, que te aborrecen... Calma ese océano rugiente de almas pervertidas, desorientadas..., impera por tu Evangelio y gana el corazón del pueblo por tu Sagrado Corazón. Sé Rey de tantos buenos, pero tímidos y apáticos, que temen exagerar en el tributo de amor encendido que te deben... Derrite el hielo, sacude el sopor maligno en que viven tantos, mientras el mundo te juzga y te condena. Sé Rey en los hogares, ¡oh, sí!; traslada a ellos tus reales, inspira Tú la vida de trabajo, de amores y de penas de las familias que te han brindado el sitial de honor entre los padres y los hijos... Sé Rey, en fin, en los Sagrarios; rompa ya el silencio de tu cárcel un himno inmenso, universal, de familias, de pueblos y naciones, himno de amor que diga, del uno al otro confín de la tierra redimida: ¡Alabado sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la salud!... ¡A él, sólo a él, gloria y honor por los siglos de los siglos!... ¡Venga a nos tu reino!... Amén. 

(Cinco veces, en voz alta) 

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Padrenuestro,  Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.






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