R.P. Mateo Crawley-Boevey SS.CC
(1875-1960)
Adorámoste, Jesús Sacramentado, y bendecímoste, que por la gracia de tu Corazón Divino estás redimiendo el mundo... Sálvanos en él, como lo prometiste a tu sierva Margarita María... sálvanos, te lo rogamos, por el amor de tu Madre Inmaculada...
(De rodillas, y con gran recogimiento interior, pedidle luz para conocer su Divino Corazón y gracia para amarle y darle gloria).
(Breve pausa)
(Lento y cortado)
Confidencia de Jesús. No me habéis elegido vosotros a Mí... Yo os he predestinado a vosotros y os he seleccionado entre millares para que participéis aquí, en Hora Santa y sublime de intimidad conmigo, de las confidencias, de las ternuras y de las gracias que os tengo reservadas en mi lastimado Corazón...
Acercaos, tendedme los brazos, arrancadme las espinas, brindadme consuelo..., pues desfallezco de amor y de amargura..., acercaos. ¡Oh he amado tanto..., tanto!... Si os encontráis aquí en la cena deliciosa de mi caridad, vecinos al Señor de los ángeles, sintiendo los ardores de mi Corazón... es porque os preferí gratuitamente... Vosotros sí que sois los míos..., habéis sido los siervos y sois, ahora, los hijos... Venid, pues, y comed conmigo, a la sombra de Getsemaní, el pan de mis dolores...
Necesito desahogar mi alma con vosotros, pues en ella hay tristezas que los ángeles no conocen, y lágrimas que no corren en el cielo... Siento ansias de hablaros en confidencia dolorosa, la más íntima... Que si no podéis penetrar todo el abismo de mis congojas, no importa; lleváis, como Yo, una fibra que solloza, y que, herida por la tempestad, gime con angustia... Los espíritus angélicos vienen a sostenerme en este huerto de la agonía...; pero vosotros estáis mucho más cerca que ellos del mar de mis quebrantos...; vosotros podéis beber mis lágrimas..., podéis endulzarlas, sufriendo mi pasión y mis dolores... Desentendeos, pues, del mundo, dejad su mentira y el recuerdo de sus devaneos, y aquí a mis plantas, condoleos con el Dios encarcelado, que quiere participaros amor doliente, amor crucificado..., aquel amor que, entre estremecimientos de agonía, dio la paz y dio la vida al mundo.
(Pausa)
Las Almas. Haz, Señor Jesús, que vea..., haz que saboree la hiel de tus tedios infinitos...; concédeme el favor de penetrar con fe vivísima en tu alma dolorida... Divino Agonizante, sé benigno y aunque soy un pecador, pon en esta Hora Santa el cáliz de Getsemaní en mis labios: dadme de beber en tu Corazón... ¡“Sitio”, tengo sed de Ti, Jesús-Eucaristía!
(Breve pausa)
Voz del Sagrario. Vosotros me conocéis, hijitos míos, porque escucháis mis palabras de vida eterna... y al conocerme a Mí conocéis a mi Padre, pues Yo soy el camino que a Él conduce... Pero ¡ay!, pensad en que hay millones de hermanos vuestros, creados para adorarme, redimidos para bendecirme, y que levantan contra el cielo este grito de blasfemia: ¡“No hay Dios”!... Hasta mi trono de paz, hasta ese altar de mansedumbre, llega ese grito airado, eco de la rebeldía de Luzbel... Esos mismos que me niegan, viven de mi aliento y se agitan en el piélago de mi bondad, y, sin embargo, me proscriben de palabra, me rechazan en sus obras...
Yo, sólo Yo, no existo para ellos... Mi nombre los perturba, mi yugo suave los aterra, mi Calvario los irrita... ¡Me blasfeman!...
(Breve pausa)
¡Buscan la paz! ¿Qué paz puede sentir el que no adora, el que no espera, el que no me ama a Mí que soy la Vida?... ¡Ah!, y con qué tranquilidad prescinden de mi persona en todo, absolutamente en todo lo grande y lo pequeño de su vida... Yo no tengo parte en la ternura de sus madres, en el desvelo de sus padres, ni en el cariño de los hijos... Se me excluye en absoluto de las alegrías del hogar... No se me llama ni por un recuerdo vago, en sus duelos, al abrirse alguna tumba crudelísima... En sus empresas, en sus proyectos, en tantas incertidumbres y desgracias, me tienen relegado al más completo olvido... ¿Lo creeréis, amados míos? Yo, Creador y Redentor, no tengo en millares de almas la parte que en su corazón y pensamiento tienen los servidores, las avecillas y las flores de sus casas... ¡Así me paga el mundo el haberme entregado por su amor a la muerte, más que de Cruz, de Eucaristía!...
(Recemos en voz alta, con fe ardorosa, un Credo, en reparación solemne de la negación de Dios y de Jesucristo en que viven tantos infelices descreídos).
(Pausa)
Voz del Sagrario. Llevo hace siglos el corazón doliente y anegado en lágrimas; ¡ay, cuántas almas, cuyo precio fue mi sangre, se condenan!... Destinadas a abrasarse en las llamas de mi amor, han caído ya, por millares, al abismo de otras llamas horrendas, vengadoras... ¡Y son mías!... Oídlas..., maldicen, desde lo profundo de su infierno, mi cuna de Belén, mi pobreza, primer llamado a los humanos... Maldicen esa Cruz, marcada con sangre en su conciencia... maldicen mi Iglesia, que les ofreció los tesoros de la redención... maldicen mi Eucaristía, desdeñada por ellos, que hubieran vivido eternamente, si se hubieran alimentado con el pan de la inmortalidad, mi Corazón Sacramentado... ¡Ah, y cuántos de esos réprobos, estuvieron alguna y muchas veces, como estáis vosotros, a mis plantas!... ¡Y se perdieron!... Los llamé, corrí tras ellos, los estreché en mis brazos..., pero rompieron todas las cadenas..., eligieron el gozar por un instante, y después, llorar con llanto eterno... Y maldicen con eterna maldición... ¡Y fueron míos!... ¡Oh, dolor de los dolores!... ¡Cómo laceró, en Getsemaní, mi alma esa sentencia de reprobación irrevocable!... ¡Y fueron míos todos..., mías fueron esas legiones incontables de condenados al suplicio de una cólera infinita!... Los tuve aquí, sobre mi pecho, al borde del abismo de mi amante Corazón... y me los arrebató otro abismo..., y para siempre... y son hoy día lágrimas arrancadas para siempre a mis ojos... criaturas despedidas para siempre de mi reino... hijos desechados, por los siglos de los siglos, del hogar del cielo. Tras ellos se han cerrado las puertas de un infierno..., y ved, mi Corazón herido ha quedado abierto por fuerza de esa angustia inenarrable..., ha quedado abierto para que vosotros, que me amáis, tengáis en él una vida superabundante, un cielo..., una vida eterna...
(Breve pausa)
Las Almas. Beso tus manos atravesadas, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los consoladores de tu Corazón de las llamas del infierno...
Beso tus pies despedazados, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los amigos de tu Corazón de una reprobación eterna...
Beso tu Costado abierto, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los apóstoles de tu Corazón del suplicio de maldecirte eternamente...
(Breve pausa)
Voz del Maestro. ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la reprobación final?... Hiriendo mi Corazón con pecado de fea ingratitud..., abusando de la misericordia de este Dios, que es todo caridad.... Soy Jesús, esto es, Salvador... Vine para los que tenían necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre todo, para los que necesitan perdón..., misericordia..., y mucho amor. A esos enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo absuelve todo... ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!... Jamás negué el perdón a quien me lo pidió con humilde contrición, jamás... Por esto, porque mi bondad es infinita..., porque espero con paciencia inalterable al pródigo..., porque, a su regreso, olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega ensangrentada al redil de mis amores..., por esto, tantos colman la medida y se condenan en el abuso de la absolución que les otorgo... Deteneos, hijos míos, en la pendiente de ese camino, y llorad el extravío fatal de tantos hermanos vuestros que me hieren, porque soy Jesús dulcísimo con ellos...
Pedidle perdón por el abuso de su misericordia, especialmente en los Sacramentos de Confesión y Eucaristía, diciéndole:
¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?
¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?
¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?...
Perdóname los yerros que contra Ti he cometido...
Pues me creaste, sin que lo mereciera.
Y me redimiste, sin que te lo pidiera...
Mucho hiciste en crearme,
Mucho en redimirme,
Y no serás menos poderoso en perdonarme,
Pues la mucha sangre que derramaste,
Y la acerba muerte que padeciste,
No fue por los ángeles que te alaban.
Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...
Si te he negado, déjame reconocerte;
Si te he injuriado, déjame alabarte;
Si te he ofendido, déjame servirte,
Porque es más muerte que vida
La que no está empleada en tu santo servicio...
(Pausa)
Confidencia de Jesús. Tengo una amable confidencia que haceros todavía; recibidla con especial cariño, pues quiero hablaros de Mi Madre... Jamás estuvo ausente de mi Corazón, María..., y su nombre repercutía en él con especial ternura, en mis horas de soledad y de agonía... En Getsemaní, ¡oh! cuánto pensé en Ella... La vi llorar amargamente la muerte del Hijo y de los hijos..., y su dolor hizo desbordar el cáliz de mis amarguras... Atado a la columna, despedazaron mi carne, y al hacerlo, flagelaron también a la Virgen Inmaculada, que me dio esa carne pura, para ser hermano vuestro en su regazo... Y en ese mismo instante, mientras salpicaban los verdugos las paredes del calabozo con mi sangre..., vi, en el transcurso de las edades, el ultraje que harían a mi Madre, los que negarían su maternidad divina, ofendiendo al mismo tiempo al Hijo y a la Madre... Muchos otros pretenden adorarme, y la relegan a un glacial olvido, que hiere en lo más vivo mi Corazón filial... María es vuestra..., amadla, hacedla amar... ¡Oh, dadme un gran consuelo en esta Hora Santa!: unid mis lágrimas a las de mi dulce Madre, al consolar mi entristecido Corazón.
(Pedid perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le rehúsan su amor y que menosprecian o niegan la dignidad y prerrogativas de la Virgen María).
(Breve pausa)
Confidencia de Jesús. Y ahora, habladme vosotros, cuyos nombres tengo escritos en mi Divino Corazón...; habladme palabras que broten de lo más íntimo de vuestras almas, unidas a la mía por lazos de dolor y de cariño inmenso... Si tenéis tristezas, contádmelas...; si sentís el tedio de la vida, y al mismo tiempo el sobresalto de la muerte, decídmelo... ¡Oh!, habladme sobre todo de las santas ambiciones que sentías de verme consolado..., y luego de contemplarme, Rey de amor, por la misericordia de mi Sagrado Corazón...; hablad, que vuestro Dios escucha.
(Pausa)
Las almas. Señor Jesús, en esta Hora Santa traemos a tus plantas una queja amabilísima. Nos presentamos cargados los hombros con tus mercedes, colmada el alma con tus favores, mientras Tú arrastras fatigado, agonizante, la Cruz de nuestras iniquidades... ¡Ah!, no es posible, Maestro, que para el culpable destines principalmente la deliciosa pesadumbre de tu largueza y el cáliz de tus ternuras..., y que reserves para Ti la hez de la agonía... y la hiel de los olvidos y de las perfidias incontables de la tierra... Comparte, pues, Jesús Sacramentado; comparte con nosotros en la Hora Santa todas tus tristezas, y aunque no lo merezcamos, acéptanos de Cireneos en la vía desolada, dolorosa, que conduce a la cima del Calvario... Desde luego, te agradecemos los sinsabores de la vida... No sólo los aceptamos resignados, en expiación justísima de tantas culpas propias y ajenas, no, Jesús: te bendecimos por las espinas que has hecho brotar en nuestro camino con fines de misericordia... ¡Ay!, no ignoras cómo se resiente nuestra naturaleza en los combates de la enfermedad... de la pobreza..., de la calumnia..., de la ingratitud..., de los olvidos..., del cansancio de la vida..., de la tristeza..., de las incertidumbres... Estamos hablando con Jesús de Nazaret, Hermano nuestro, cuyo Corazón de carne, ¡oh, encantadora y divina flaqueza!..., se resintió con las debilidades de la miseria humana... Te bendecimos, Jesús, por aquellas decepciones que nos desapegan de las criaturas. Permites que nos acerquemos a ellas, esperas tantas veces que un afecto legítimo busque en ellas consuelo para el corazón..., energía y paz para el espíritu... Y luego, Tú mismo rompes esas ligaduras y desgarras esas almas..., exiges, con soberano imperio, un corazón entero...
¡Gracias, Jesús, por esas tus divinas y amables crueldades..., gracias! Y así como juegas con el corazón del hombre para santificarle, así también juegas, Dueño irresistible, con la salud de tus hijos..., y sacas de sus dolencias la santidad del alma, así también sabes trocar los quebrantos de la fortuna en manantial de fe; y, en ocasiones, del hambre y de la desgracia, sacas la resurrección y la vida... Bendito seas, mil y mil veces, Corazón providente, benigno, salvador, que, de nuestras grandes desolaciones, sabes producir efluvios de paz, dulzuras inefables y delicias de cielo...
Divino agonizante de Getsemaní, te bendecimos y alabamos por las tribulaciones y pruebas con que has querido hacernos participantes de las glorias de tu sangre...
Espinas del Corazón Sagrado de Jesús, formadme la corona que aprisione el mío...
Torturas y agonía del Corazón Sagrado de Jesús, apagad mi sed de amor terreno y de ventura...
Cruz bendita y llamas del Corazón Sagrado de Jesús, crucificad mi sensualidad y orgullo...
Herida sangrienta del Corazón Sagrado de Jesús, dadme entrada en ese Huerto de la agonía, del amor hermoso y de una sublime santidad.
(Pausa)
Las almas. El anatema de justicia tremenda que te arranca tantas almas, atraviesa tu propio Corazón, Salvador amado..., y hiere también los nuestros, ansiosos de glorificarte, de ver santificado tu nombre y utilizada tu sangre en toda la redondez de la tierra...
¡Oh, quedaríamos felices aunque no arrebatáramos sino un alma al averno con nuestro clamor de desagravio, aquí, en la Hora Santa, para gloria de tu Corazón Sacramentado!... Recoge esa plegaria, Señor, y salva a tantos que están en peligro de perderse...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
(Todos en voz alta)
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los soberbios negadores que rechazan la existencia de un Dios, Creador del Cielo y de la tierra, y de todo cuanto existe...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los infelices que niegan, Salvador amado, tu Encarnación maravillosa, que no quieren que Tú seas nuestro Hermano por naturaleza humana...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que propagan estas negaciones y hacen de ellas bandera de combate, en contra de tu Evangelio y de tus derechos soberanos...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que, seducidos por esas palabras tenebrosas apostatan de tu fe y reniegan de tu amor y de tu ley...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que conspiran con rabia de infierno en la destrucción de las instituciones cristianas, y que han jurado derrocarte en la ruina de tu Iglesia...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que en odio a tu persona pretenden borrar tu Cruz de la conciencia del niño, del alma del pueblo y del hogar...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que, con apariencia de luz y con delicadeza de formas pretenden, sin violencia, eliminar, Señor, tu persona divina de todas las actividades de la vida...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que por ignorancia lastimosa hacen caso omiso de tu palabra y viven tranquilos lejos del ambiente de la fe y de las insinuaciones de tu gracia...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
Y, en fin, Jesús, a los millares de almas que, en lejanas tierras, viven, se agitan y duermen en sombras letales de paganismo, de herejía y de muerte...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
(Pausa)
Las Almas. Has querido confiarme, Jesús, el Corazón de la Virgen Madre a fin de reparar tus penas y las suyas por la ofensa de aquellos que pretenden ser cristianos y que rechazan tu última palabra a Juan en el Calvario: “Hijo, en ella, en María, ahí tienes a tu Madre...”. Señor, la acepto confundido y te ofrezco, en desagravio, los dolores, las penas, los llantos, las plegarias de todas las madres que te adoran en la tierra y que aclaman a María como Reina... Tú sabes, Maestro, qué caudal de amor y de sinceridad hay en sus almas de heroínas... Tú sabes cuánto valen, cómo oran, cómo aman, cuánto sufren... Jesús, por el recuerdo de María Inmaculada, por las lágrimas que Tú lloraste al verla llorar en tu ausencia, en las afrentas de tu pasión ignominiosa, escucha a las madres que redimen, padeciendo, a tus pies ensangrentados... Míralas cómo piden, con fe ardorosa, la redención de sus hogares..., escucha cómo te aclaman Rey sobre la cuna de sus hijos, sobre el sepulcro de sus esposos... Ellas te piden, Señor, la victoria decisiva de tu Corazón...; en él confían todos los tesoros de su amor... ¡Ay!... ¡Son tantas las que temen por el porvenir cristiano de sus hijos!... ¡Son tantas las que padecen con ellos las tristes consecuencias de sus primeros extravíos!... ¡Son tantas las que ven, con ojos llorosos, que las diversiones mundanas, que las amistades y las lecturas peligrosas, amenazan las conciencias y tal vez la eterna salvación de los suyos! Tú les confiaste, adorable Nazareno, las almas del esposo y de los hijos, y ellas las depositaron, con amor, sobre el altar de tu Sagrado Corazón... ¡Oh, Jesús!... Acuérdate en esta Hora Santa de tu Madre, como te acordaste de ella en el Huerto de Getsemaní... y, en obsequio a sus ternuras, a sus virtudes y a sus dolores, salva el hogar, salva la familia... Señor; si una sola madre conmovió tu Corazón y obtuvo la resurrección de su hijo, ¡ay!, a pedido de tantas madres doloridas en esta hora omnipotente, santifica el santuario del hogar, que Tú ambicionas como Rey de amor...
(Pedídselo con fervor del alma).
(Pausa)
Las almas. Tú mismo solicitaste, amable Prisionero del altar, la compañía consoladora de la Hora Santa... Tu caridad nos ha vencido; ya ves; hemos venido, dejándolo todo, todo, para reclamar, con santo apremio, el advenimiento de tu reino... ¿Qué esperas, Jesús, para vencer, cuando ésta es la hora de la misericordia y del poder irresistible de tu amor?... Antes, pues, de dejarte sumido en la suavísima penumbra de tu prisión sacramental, déjanos exclamar con grito de una caridad triunfante:
(Todos en voz alta)
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
1ª. Promesa. Pronto, Jesús, sí, reina, presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos los estados de la vida...
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz inalterable prometida a aquellos que te han recibido con Hosannas.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven, mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la muerte.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú la inspiración y recompensa de todas las empresas.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
6ª. Y tus predilectos, quiero decir; los pecadores, no olvides que para ellos, sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes debes inflamar con esta admirable devoción!
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
8ª. “Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado...; permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas...; en nombre de ellas te suplico sigas siendo, en todas, el Soberano muy amado.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos sacerdotes que te aman y que te predican, como Juan, tu apóstol regalado.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
11ª. Y a cuantos enseñen esta devoción sublime; a cuantos publiquen sus inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo, y por la Comunión de los Primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa infalible; te pedimos que en la hora decisiva de la muerte.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
(Pausa)
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo consintiera... Nos vamos, llevando paz, consuelos, nueva vida... ¡Ah! Pero, sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a ti, Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor, que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge manso y bueno nuestra última oración:
(Lento y cortado)
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de inocencia de los niños que comulgan..., sé su Amigo.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el consuelo de los padres del hogar cristiano..., sé su Vida.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el amor de la multitud que sufre, de los pobres que trabajan..., sé su Rey.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la dulcedumbre de los afligidos, de los tristes..., sé su Hermano.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la fortaleza de los tentados, de los débiles..., sé su Victoria.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el fervor y la constancia de los tibios... sé su amor.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el celo ardiente y victorioso de tus apóstoles..., sé su Maestro.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el centro de la vida militante de la Iglesia..., sé su lábaro triunfante.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé en la Eucaristía, la santidad y el cielo de las almas..., sé su paraíso de amor..., sé su Todo.
Y mientras llega el día eterno de cantar tus glorias, déjanos, dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida del Costado, murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, esta palabra triunfadora: ¡Venga a nos tu reino!
(Pausa)
Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
¡Oh, amantísimo Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu; sobre el ara santa de tu Corazón, en que te ofreces por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo, que respetaré como templo en que Tú habitas; mi alma, que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes, que florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se someterán al yugo de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que detestaré, mientras haya odio en mi pecho y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como Tú, ¡oh Corazón divino!, has querido ser siempre todo mío. Todo tuyo para siempre; no más culpas, ni más tibiezas... Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti, por los que te odian; rogaré, gemiré y me sacrificaré por todos los que te blasfeman. Tú, que penetras los corazones y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente; dame el triunfo en las batallas de la tierra, y cíñeme después con la corona inmortal en las mansiones de la gloria... Pero que mi recompensa seas Tú, y mi Cielo eterno, la herida deliciosa de tu amable Corazón... ¡Venga a nos tu reino!...
Padrenuestro, Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
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