martes, 12 de septiembre de 2017

La Religión Demostrada Entrega Final: La Autoridad de la Iglesia








LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.







DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.





QUINTA VERDAD


LA IGLESIA CATÓLICA ES LA ÚNICA DEPOSITARIA DE LA
RELIGIÓN CRISTIANA



§ 2° DEBEMOS OBEDECER LOS PRECEPTOS DE LA AUTORIDAD
PASTORAL DE LA IGLESIA


199. P. ¿Dio Jesucristo a su Iglesia autoridad pastoral para gobernar a los cristianos?

R. Sí; Jesucristo dio a la Iglesia autoridad pastoral para gobernar a los cristianos. Él dijo a los apóstoles: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra...; como mi Padre me ha enviado, así Yo os envío...”. Luego la Iglesia ha recibido de Jesucristo, como Jesucristo lo había recibido de Dios Padre, pleno poder para gobernar a los hombres.

El poder gubernamental de la Iglesia incluye el poder de dictar leyes, pronunciar sentencias, castigar a los culpables. En otros términos, es el poder legislativo, judicial y coercitivo. (Véase núm. 145, pág. 277.)

Jesucristo dio a su Iglesia el poder de hacer leyes, cuando dijo a los apóstoles: “Todo lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo...”. Por eso en todos los tiempos la Iglesia ha usado de este poder. En el Concilio de Jerusalén, los apóstoles dictaron leyes. San Pablo recorrió Siria y Sicilia recomendando que se observaran los preceptos de los apóstoles. Los cristianos de la Iglesia naciente santificaban el domingo, practicaban el ayuno, etc. Obedecían las leyes de los apóstoles.

Una sociedad perfecta tiene el poder de dirigir, por medio de leyes, a sus miembros hacia el fin común. Pero la Iglesia es una sociedad, no solamente perfecta e independiente, sino también superior a todas las demás. Luego con mayor razón posee el poder de dictar leyes para dirigir a sus miembros hacia su fin sobrenatural.

El poder legislativo de la Iglesia tiene por objeto la predicación y la enseñanza de la palabra de Dios, la observancia de los preceptos y de los consejos del Evangelio, la administración de los Sacramentos y el ejercicio del culto divino.


200. P. ¿Por qué la Iglesia nos impone leyes?

R. La Iglesia nos impone leyes para dirigirnos en la observancia de los mandamientos de Dios y hacernos más fácil la práctica del Evangelio. 

Los mandamientos de la Iglesia no son una nueva carga: por el contrario, nos facilitan la observancia de los mandamientos de Dios. He aquí las pruebas:

1° En la Sagrada Escritura, Dios nos manda que recordemos los días en que nos
colmó de favores. La Iglesia, más explícita, determina estos días, y fija la fecha de
los mismos en el curso del año: Santificarás las fiestas.

2° En la Escritura, Dios nos manda que santifiquemos los días que se ha reservado para su culto. ¿Mediante qué obras hay que santificarlos? La Iglesia nos lo explica: nos prescribe que asistamos al acto religioso más augusto y más sagrado: Oirás MISA ENTERA los domingos y demás fiestas de guardar.

3° En el Evangelio, Dios nos manda que nos presentemos a los sacerdotes, investidos por Él del poder de perdonar los pecados. ¿Cuándo hay que confesarse para cumplir este precepto? La Iglesia nos lo dice; A lo menos una vez al año.

4° En el Evangelio, Jesucristo nos manda que nos alimentemos con su cuerpo, so pena de vernos excluidos de la vida eterna. ¿Cuándo hay que comulgar? La Iglesia nos lo dice: A lo menos en Pascua.

5° En nuestros Libros Santos, Dios nos ordena a menudo que hagamos penitencia, que mortifiquemos nuestras pasiones, que expiemos nuestros pecados. ¿Qué penitencia hay que hacer? La Iglesia señala ciertos días de ayuno y de abstinencia.

Así pues, los mandamientos de la Iglesia no nos imponen nuevas obligaciones: solamente determinan la manera de cumplir con los preceptos divinos. Al dictarnos estos mandamientos, la Iglesia procede como Madre cariñosa que señala con precisión a sus hijos las órdenes del padre de familia.

N. B. — No hay que olvidar, empero, que la Iglesia, en virtud de la autoridad legislativa que ha recibido de Jesucristo, puede dictar todas las leyes que le parezcan útiles para la gloria de Dios y la salvación de las almas.


201. P. ¿Están rigurosamente obligados los cristianos a obedecer las leyes de la Iglesia?

R. Sí; los cristianos están rigurosamente obligados a obedecer las leyes de la Iglesia, porque quien desobedece a la Iglesia desobedece al mismo Jesucristo, y debe ser considerado como gentil y publicano.

Por lo demás, el solo hecho de haber dado Jesucristo a su Iglesia el poder de dictar leyes, basta para demostrar la obligación que todos los cristianos tienen de obedecerlas; de lo contrario, ese poder sería inútil.


Los mandamientos de la Iglesia obligan a todos los cristianos, como las, leyes de una nación obligan a todos los ciudadanos de la misma.

Los mandamientos de la Iglesia obligan como los mandamientos de Dios, puesto que emanan de la misma autoridad; pero no tienen el mismo carácter.

Los mandamientos de Dios son de derecho natural e inmutables; los de la Iglesia son de derecho positivo y pueden ser cambiados, modificados y aun abrogados. Nunca se puede estar dispensado de los mandamientos de Dios, porque están basados en la ley natural; pero se puede estar dispensado de los mandamientos de la Iglesia, cuando su observancia causa un grave perjuicio.

Esta respuesta refuta la vulgar objeción: Estoy pronto a obedecer a Dios, pero no a los curas, que son hombres como yo.

R. Los curas no son hombres como vos: el hombre privado no es el hombre público. Obedecer al padre, en cuanto padre, no es obedecer al hombre, sino al representante de Dios, que es el autor de toda paternidad. Obedecer al Jefe del Estado, en cuanto Jefe del Estado, no es obedecer al hombre, sino al lugarteniente de Dios, del que dimana toda autoridad. Obedecer al sacerdote, en cuanto sacerdote, no es obedecer al hombre, sino al enviado de Dios, autor de la paternidad y de la autoridad en el orden sobrenatural.

Decís: Los sacerdotes son hombres como los demás. Puesto que razonáis de esta forma, conceded a los otros el derecho de hacer lo mismo. El niño dirá: Mis padres son hombres como los demás, y los considerará como a extraños. El soldado dirá: Mis jefes son hombres como los demás, y no los respetará. El súbdito dirá: Los gobernantes son hombres como los demás, y conculcará todas las leyes. El obrero dirá: El domingo es un día como los demás, y trabajará por la mañana, se embriagará por la tarde y acabará por embrutecerse. Ved a donde conduce vuestro razonamiento tan gracioso...

“Resistir a la autoridad, dice San Pablo, es resistir a la orden de Dios. Los que resisten atraen sobre sí la condenación.” El Papa y los obispos son los representantes de Dios; hablan y ordenan en su nombre; desobedecer sus leyes es desobedecer a Dios mismo. El que los desprecia, desprecia a Dios.


202. P. ¿Están todos los cristianos obligados también a obedecer las órdenes del Papa, Cabeza de la Iglesia?

R. Sí; todos los cristianos están obligados a obedecer las órdenes y las direcciones del Sumo Pontífice.

Hay que obedecer al Papa, no sólo cuando define en virtud de su infalibilidad, sino también cuando gobierna, y dirige. Si el Papa es doctor infalible, es también gobernador supremo y permanente de la Iglesia y tiene derecho a nuestra obediencia.

El pastor dirige y gobierna su rebaño. Jesucristo designó a San Pedro para apacentar, dirigir y gobernar los corderos y las ovejas de su rebaño. ¡Felices los hombres que se dejan dirigir y conducir por el Vicario de Jesucristo!

Es un deber para todo cristiano obedecer al Papa. — El Concilio Vaticano recuerda a los cristianos el deber de obediencia al Supremo Jerarca de la Iglesia. “Anatema, dice él, a todo el que pretenda que el Pontífice Romano no tiene el pleno y supremo poder de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no solamente en lo que concierne a la fe, o a las costumbres, sino también en lo que se refiere a la disciplina y al gobierno de la Iglesia universal.” Es, pues, un deber el obedecer al Papa.

Es también un honor, porque el Papa ocupa el lugar de Jesucristo en la tierra: es su Vicario, su representante oficial. Obedecer al Papa es obedecer a Jesucristo mismo.

Por el contrario, desobedecer al Papa es una falta grave. Desobedecer al Papa, discutiendo la naturaleza y la importancia de sus actos, ¿no es hacerse juez de sus órdenes, de su extensión, de su oportunidad? ¿No se abre con eso la puerta a la crítica, al menosprecio de la autoridad pontificia, al libre examen? Discutir las órdenes del Papa es trastornar el orden establecido por Jesucristo en su Iglesia.

Entonces, los que deben ser guiados quieren guiar, los que deben obedecer pretenden mandar. Si tales principios se introdujeran en la Iglesia, sería la anarquía, sería la ruina.

Es, pues, una grave falta desobedecer al Papa, porque es desobedecer a Dios. Esta desobediencia se agrava frecuentemente con el pecado de escándalo. En nuestra época, toda rebelión contra la Iglesia es inmediatamente conocida y divulgada por la mala prensa. Esta notoriedad produce escándalo en todas partes.

Toda orden del Papa, cualquiera que sea su forma, liga la conciencia del cristiano. Un concilio general tiene más brillo, una definición dogmática es más solemne; pero, para un verdadero hijo de la Iglesia, estos actos supremos no tienen mayor autoridad que una constitución, una encíclica, una decisión dada en una circunstancia grave. Todo lo que viene del Papa debe ser objeto de nuestra obediencia respetuosa, pronta, entera.

Aunque las órdenes del Papa estén en oposición con nuestras ideas, con nuestras preferencias y aun con los mismos intereses de la Iglesia, según nosotros nos los figuramos, nuestro deber es obedecer sencilla y confiadamente. El Papa será siempre más prudente y estará más ilustrado y mejor inspirado que nosotros acerca de los graves problemas religiosos, morales y sociales.


203. P. ¿Tiene derecho la Iglesia para juzgar y condenar a los transgresores de sus leyes?

R. Sí; Jesucristo dio a su Iglesia el poder de juzgar y de castigar con penas espirituales y aun corporales, a los transgresores de sus leyes.

Las penas espirituales que usa la Iglesia son: la excomunión, la suspensión y el entredicho.

El poder legislativo implica el poder judicial y coercitivo. En toda sociedad se necesitan jueces para interpretar las leyes y aplicarlas a los casos particulares e infligir castigos a los culpables. Nuestro Señor invistió a su Iglesia de este doble poder, y sus apóstoles lo ejercieron desde el principio.

San Pedro castigó con muerte repentina la mentira de Ananías y de Safira: San Pablo castigó con la pérdida de la vista al mago Elymas, etc (94).

El derecho canónico determina el procedimiento de la Iglesia y las atribuciones de los jueces eclesiásticos.


OBJECIÓN. — La Iglesia es una sociedad espiritual; por consiguiente, no puede emplear sino penas espirituales.

R. La Iglesia es una sociedad espiritual en su fin, pero no en sus miembros. Sus súbditos son hombres que tienen un espíritu y un cuerpo. Debe poder castigar al hombre todo entero, al cuerpo como al alma. Si no tiene a su disposición la fuerza material, puede recibirla de la autoridad civil, que, de acuerdo con el plan divino, le está subordinada y debe prestarle su ayuda.



§ 3° DEBEMOS RECIBIR LOS DONES DE LA AUTORIDAD SACERDOTAL 
DE LA IGLESIA


204. P. ¿Confirió Jesucristo a la Iglesia la autoridad, sacerdotal para santificamos?

R. Sí; Jesucristo confirió a su Iglesia el poder sacerdotal de santificarnos, mediante la remisión de los pecados, la gracia de los sacramentos, la virtud del sacrificio y las ceremonias del culto.

El poder sacerdotal purifica a los hombres de sus pecados, y les confiere la gracia, que los hace santos y agradables a Dios. La santidad consiste en la exención del pecado y en la unión con Dios por la gracia santificante.

1° La Iglesia ha recibido el poder de perdonar los pecados. — El pecado es una ofensa hecha a Dios: sólo Él puede perdonarla. Jesucristo lo puede hacer como Dios, igual a su Padre, y como Salvador.

Él comunicó este poder a sus apóstoles: “Como mi Padre me envió, así también Yo os envío: a los que remitiereis los pecados, les son remitidos; a. quienes los retuviereis, les serán retenidos” (95).

“Os doy las llaves del reino de los cielos: todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo”. Estas palabras son claras: no hay crimen, por grande que se le suponga, que la Iglesia no pueda perdonar. ¿Cómo lo perdona? Mediante los sacramentos del bautismo y de la penitencia.

2° La Iglesia es la depositaría de los sacramentos. — Jesucristo encargó a sus apóstoles y a sus sucesores en el sacerdocio que administraran los sacramentos (96). Los apóstoles se proclaman a sí mismos ministros de Jesucristo y dispensadores de los misterios de Dios (97). La Iglesia es, pues, la guardiana y la dispensadora de los medios establecidos por Dios para santificar a los hombres.

3° Sólo la Iglesia tiene el poder de ofrecer el Santo Sacrificio. — Después de haber ofrecido su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, Jesucristo dijo a sus apóstoles: “Haced esto en memoria mía”. Con estas, palabras, el Salvador daba a los apóstoles y a los sacerdotes, a quienes debían ordenar, el poder de consagrar el pan y el vino, y de convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre. Por eso los sacerdotes ofrecerán hasta el fin de los siglos el gran sacrificio de la ley nueva.

El poder sacerdotal se transmite por el sacramento del Orden. Nadie lo tiene en la Iglesia sino aquéllos que lo han recibido mediante la imposición de manos: los obispos, que tienen la plenitud del mismo y que pueden, a su vez, conferirlo a otros, y los sacerdotes, que participan de él en la medida que les es dado por los obispos. Por consiguiente, están excluidos los laicos.


205. P. ¿Estamos obligados a recibir los sacramentos de la Iglesia?

R. Sí; estamos obligados a recibir los sacramentos de la Iglesia, si queremos obtener, conservar y aumentar en nosotros la vida sobrenatural, que es la única que nos abre el cielo.

Los sacramentos son señales sensibles, instituidas por Nuestro Señor Jesucristo para significar y producir la gracia invisible. El Hijo de Dios ha querido conferir la gracia por medios materiales: 1°, para dar un objeto sensible a la piedad de los fieles y elevarlos, mediante las cosas visibles, a las invisibles; 2°, para hacer pública y solemne la profesión de la religión cristiana.


A) LA GRACIA ES NECESARIA AL HOMBRE

El hombre, por su naturaleza, es solamente la criatura y el servidor de Dios, puesto en la tierra para servirle y alabarle. Pero Dios, en su misericordia, lo saca de su bajeza, lo adopta por hijo y lo destina a la participación de su felicidad infinita.

Eso es lo que constituye para el hombre su elevación del orden natural al orden sobre natural. (Véase número 78)

El orden sobrenatural comprende un fin sobrenatural y los medios aptos para alcanzarlo.

El fin sobrenatural del hombre es la bienaventuranza celestial, la visión beatífica de Dios en el cielo. Este fin es sobrenatural, porque es superior a la naturaleza humana y a toda naturaleza creada.

Para alcanzar este fin sobrenatural se requiere un medio sobrenatural, y este medio es la gracia. Así como un pobre adoptado por un soberano debe mudar sus vestidos y su género de vida, así la criatura humana, llamada a participar de la gloria de Dios, debe sufrir una transformación que la divinice. En otros términos: para ser admitido a una gloria sobrenatural, el hombre debe revestir una forma nueva, una forma sobrenatural, una naturaleza nueva.

Esta transformación le renueva completamente: su alma, su cuerpo y sus obras son ennoblecidos e iluminados con una belleza divina, reflejo del esplendor de Dios.

Esta transformación es obra de la gracia, que purifica, eleva, perfecciona al hombre y le hace capaz de gozar de la gloria del cielo.

La gracia es un don sobrenatural y gratuito que Dios concede a las criaturas racionales para su salvación eterna, en atención a los méritos de Jesucristo.

La gracia, don sólo de Dios, es el fruto de la pasión de Jesucristo, que nos la mereció con su sangre. Ella fluye de sus llagas como de fuentes inagotables...


B) ¿QUÉ MEDIOS ESTABLECIÓ JESUCRISTO PARA CONFERIR LA GRACIA? 

LOS SACRAMENTOS

Los medios de santificación debían estar en armonía con la naturaleza de Jesucristo, el santificador, y con la naturaleza del hombre, el santificado. Entre el Hijo de Dios, hecho visible por su humanidad, y el hombre, criatura visible, era menester un medio de unión conforme a la naturaleza de los dos seres unidos, es decir, sensible. Convenía, pues, que la gracia fuera dada al hombre mediante señales sensibles: los sacramentos.

Además, el hombre, compuesto de alma y cuerpo, no se eleva a las cosas espirituales sino por imágenes sensibles. Y Dios satisface esta condición de nuestra naturaleza con los sacramentos. Estas señales muestran al hombre los maravillosos efectos de la gracia: tal señal le dice que sus pecados le son perdonados; tal otra, que recibe el cuerpo de Jesucristo, etc.

“Si fuerais un puro espíritu, dice San Juan Crisóstomo, Dios se hubiera contentado con haceros dones exclusivamente espirituales. Pero, porque vuestra alma está unida a un cuerpo, os da su gracia espiritual bajo señales sensibles y corporales”.

CONCLUSIÓN. — Dios nos 'ha elevado al orden sobrenatural y nosotros no tenemos libertad para rehusar este honor. (Véase núm. 79) Pero como no podemos alcanzar nuestro fin sobrenatural sino mediante la gracia, y ésta no se nos da sino por los sacramentos, por eso estamos obligados a recibir los- sacramentos que Jesucristo ha confiado a su Iglesia.

No hay duda que sólo Dios es la causa eficiente y principal de la gracia; pero los sacramentos son su causa instrumental, y la producen por su propia virtud, o ex opere operato, en todos aquéllos que no le ponen obstáculos.


C) NÚMERO DE LOS SACRAMENTOS INSTITUIDOS POR JESUCRISTO

Nuestro Señor Jesucristo instituyó siete sacramentos, correspondientes a las necesidades de nuestra vida sobrenatural.

La vida del alma es análoga a la vida del cuerpo: las leyes de la primera corresponden a las de la segunda.

El hombre, en su vida natural, puede ser considerado como ser individualcomo ser social.

Como individuo, tiene que nacer, crecer, fortificarse, alimentarse; poder sanar, si cae enfermo; tener, en caso de muerte, todos los auxilios deseables. Como ser social, es necesario que tenga autoridades que le gobiernen, y que la sociedad en que vive se perpetúe a través de los siglos.

Lo mismo acontece en la vida sobrenatural: 1° Como individuo, el hombre nace a la vida de la gracia por el Bautismo; la fortalece con la Confirmación; la alimenta con la Eucaristía; halla en la Penitencia los medios de curación o de resurrección; en caso de muerte, se le quitan las últimas reliquias del pecado en la Extremaunción.

2° Como ser social, es gobernado por autoridades que le son dadas por el sacramento del Orden; y la sociedad espiritual, de que es miembro, se perpetúa mediante el sacramento del Matrimonio.


OBJECIÓN. — Se dice: Para recibir los sacramentos hay que dirigirse a los sacerdotes. Pues bien, yo no quiero que los sacerdotes se entrometan en mis asuntos.

R. Aunque os pese, es Dios quien lo quiere, y tenéis que someteros a los sacerdotes, si queréis ir al cielo. Jesucristo encargó expresamente a sus sacerdotes que intervinieran en los asuntos de los hombres, cuando éstos se refieren al servicio de Dios.

Los fariseos querían ir directamente, a Dios, sin pasar por Jesucristo. El Salvador les contestó: “Nadie llega al Padre sino por mí”. Los protestantes y los incrédulos quieren también ir a Jesucristo, sin pasar por el sacerdote; y el sacerdote les contesta en nombre de Dios: “Nadie llega a Cristo sino por mí”.

El sacerdote hace las veces de Jesucristo en la tierra. Él es hombre, como Jesucristo era hombre; y, si no es Dios como Jesucristo, está revestido de la autoridad divina de Jesucristo para salvar a sus hermanos. He ahí por qué no se puede ir a Jesucristo sino por el sacerdote. ¡Él es el mediador entre la tierra y el cielo (98).


206. P. ¿Estamos obligados a tomar parte en el culto de la Iglesia?

R. Sí; debemos a Dios, como Criador y Soberano Señor de todas las cosas, un culto interno, externo y público, y no podemos cumplir con este deber sino mediante las prácticas del culto católico: la oración, la asistencia a la Misa y a los oficios de la Iglesia.

Pero Dios ama tanto al hombre que nosotros no le podemos honrar sin que Él, inmediatamente, no nos prodigue los beneficios de su gracia. Como consecuencia, las prácticas del culto se identifican con los medios de salvación.


A) LAS PRÁCTICAS DEL CULTO CATÓLICO SON OBLIGATORIAS

La necesidad del culto divino resulta:

1° De la naturaleza del hombre, creado para glorificar a Dios, y de la naturaleza de Dios, Ser infinitamente perfecto, acreedor a todos los homenajes de toda criatura inteligente.

2° En diversas épocas, Dios ha determinado, con órdenes positivas, el culto particular que exige del hombre.

Debemos a Dios el cuito interno, por causa de nuestra alma; el culto externo, por causa de nuestro cuerpo; el culto privado, como individuo, y el público, como miembros de una sociedad. (Véanse núm. 67)

Es imposible reunir a los hombres en una misma religión, si no están unidos por señales externas, divinamente instituidas. Mediante las prácticas del culto públicolos cristianos forman un solo cuerpo religioso: la iglesia de Jesucristo. De esta suerte hacen una profesión exterior y pública de su fe y se excitan mutuamente a la caridad. (Véase núm. 70)

Los actos principales del culto privado son: la adoración, el ofrecimiento de sí mismo y la oración.

La adoración consiste en venerar a Dios como Creador de todas las cosas y señor supremo a quien debemos servir con sumisión perfecta a su dominio soberano.

El ofrecimiento de si mismo consiste en ofrecer a Dios nuestra alma y nuestro cuerpo y en hacerlo todo para su mayor gloria. El hombre no es dueño de sí mismo: pertenece a Dios y es su servidor.

La oración es una conversación con Dios. Es una elevación del alma hacia Dios, para presentarle nuestras alabanzas, nuestras peticiones y todos los sentimientos de nuestro corazón. El orar es un deber estricto para el hombre, que debe necesariamente mantener con Dios relaciones conformes a su naturaleza de ser inteligente. Es también una necesidad imperiosa, puesto que según las leyes ordinarias de la divina Providencia, Dios no concede sus gracias sino a aquellos que se las piden.

Los actos principales del culto externo y social son las oraciones públicas, la asistencia a la Santa Misa y a los oficios de la Iglesia.


B) LA PRÁCTICA PRINCIPAL DEL CULTO CATÓLICO ES EL 
SANTO SACRIFICIO DE LA MISA

Sacrificio es la oblación de una cosa exterior y sensible, hecha a Dios por un ministro Legítimo, con destrucción, o, por lo menos, cambio de la cosa ofrecida, con intención de reconocer el soberano dominio de Dios sobre todas las criaturas y de rendir a su majestad los homenajes que le son debidos.

El sacrificio es la base de toda religión, Aporque el hombre, criatura de Dios, debe rendir homenaje a su Creador; culpable, debe expiar sus pecados en la medida de sus fuerzas.

La obligación de ofrecer sacrificios es, pues, de derecho natural, porque está fundada en el dominio soberano de Dios. Esta obligación es también de derecho divino: Dios mismo la impuso a los hombres.

Según la enseñanza común de los doctores, basada en las Sagradas Escrituras, nuestros primeros padrea aprendieron de labios de Dios mismo la necesidad de ofrecer sacrificios. Son conocidos los sacrificios de Abel, de Caín, de Noé, de Abrahán, de Isaac y de Jacob.

La revelación primitiva referente a los sacrificios se difundió por todo el mundo con la dispersión de los puemos. Y, ciertamente, la práctica de ofrecer sacrificios cruentos no podía ser conocida sino por revelación.

Los sacrificios de la antigua Ley no eran agradables a Dios, sino en cuanto eran figuras del sacrificio del Calvario.

El sacrificio de la cruz es el único verdadero sacrificio, porque es el único que tributa a Dios un honor infinito, y, por lo tanto, digno de su majestad soberana.

El sacrificio de la Misa es la representación y renovación del sacrificio de la cruz. Nos aplica las satisfacciones y los méritos de Jesucristo, y produce en grado sumo los efectos figurados por los sacrificios del Antiguo Testamento. 

Sólo asistiendo a la Misa puede el hombre cumplir con Dios, de una manera adecuada, sus grandes deberes de adoración, de acción de gracias, de suplicas y de oración. El hombre que rio quiere asistir con las debidas disposiciones a la santa Misa, es peor que los paganos e infieles que, por lo menos, ofrecen sacrificios a Dios.

CONCLUSIÓN. — La Iglesia es la Enviada de Jesucristo, la Continuadora de su obra, su Encarnación viviente a través de los siglos; estos títulos resumen su historia, sus destinos, sus grandezas, y fijan sus derechos sobre nosotros y nuestros deberes para con ella.

La Iglesia, depositaría de los poderes de Jesucristo, tiene derecho a nuestro respeto y a nuestra sumisión.

La Iglesia, Madre de todos los cristianos, tiene derecho a nuestra gratitud, a nuestro amor y a nuestra devoción.

La Iglesia, imagen fiel de Jesucristo en sus luchas y en sus triunfos, tiene derecho a nuestra confianza.

Credo sanctam Ecclesiam catholicam: Respetuosa sumisión del espíritu a la doctrina de la Iglesia: cuando ella enseña, es Dios quien enseña.

Aceptación firme y total de todos sus dogmas, porque todo está ligado en el edificio de su enseñanza.

Mover o echar por tierra una piedra de este edificio sagrado, sería moverlas o echarlas todas por tierra. Todo o nada, tal es la divisa del hombre consecuente consigo mismo.

Credo sanctam Ecclesiam catholicam: Respetuosa obediencia de la voluntad a las leyes de la Iglesia. Decir: Acepto los mandamientos de Dios, pero no los de la Iglesia, sería una inconsecuencia tan funesta como pueril. Cuando la Iglesia manda, es Dios quien manda. Desobedecer a. la Iglesia es desobedecer a Dios mismo: “Quien a vosotros desprecia, a Mí me desprecia”.

Credo sanctam Ecclesiam catholicam: Respetuosa solicitud del corazón en la recepción de los sacramentos. La Iglesia los administra, pero es Dios quien los confiere. Es un deber para nosotros el recibirlos, y es también una necesidad, si queremos llegar a nuestro último fin.

Credo sanctam Ecclesiam catholicam: Mostremos para con la Iglesia una afectuosa gratitud.

Amor y devoción a esta Madre, que, siempre fiel a su misión, nos engendra para la vida sobrenatural, nos consuela en nuestras penas, nos sostiene en nuestras debilidades y es la única que puede abrirnos un día las puertas del Paraíso.

Amor y devoción eterna a la Iglesia, pero amor y devoción útil, práctica y eficaz.

Amor y devoción con palabras que no teman proclamar sus derechos, rechazar la calumnia, estigmatizar la ingratitud.

Amor y devoción con el oro prodigado para subvenir a sus necesidades, hacer frente a sus careras y permitirle crear escuelas, seminarios y obras apostólicas de todas clases.

Amor y devoción hasta la muerte, si es necesario, por la causa de la Iglesia, que es la causa de Dios.

Credo sanctam Ecclesiam catholicam: Confianza absoluta en la Iglesia. Ella es inmortal, durará hasta el fin del mundo. ¿Qué teméis? La barca de la Iglesia lleva a Jesucristo y sus promesas... Sean cuales fueren los peligros de la travesía, no zozobrará: su infalible piloto nos hará arribar con toda seguridad al puerto.

La Iglesia católica triunfará de todos los esfuerzos del infierno, porque Jesucristo dijo a sus apóstoles: “Yo estoy con vosotros hasta el fin de los siglos”. Él dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (99).

Y de hecho, la Iglesia ha resistido hasta hoy la espada de los tiranos, las persecuciones de los sectarios, los sofismas de los impíos, todos los furores de las pasiones.

La Iglesia es en la tierra, el reino de Jesucristo. Está en la tierra pero viene del cielo: Non est de hoc mundo.

Nada puede compararse a su incontrastable vigor, porque Jesús ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Lo que Jesús ha predicho eso será... Las puertas del infierno no prevalecerán. Non praevalebunt. La Iglesia subsistirá, a pesar de los esfuerzos del demonio para destruirla.

Las instituciones humanas se mudan v desaparecen: la Iglesia de Jesucristo está siempre en pie siempre la misma. Lo que el hombre ha erigido, puede destruirlo. Pero ni el tiempo ni los hombres han podido, ni podrán jamás, destruir la Iglesia católica, porque es obra de Dios.

En los primeros tiempos del Cristianismo, un procónsul escribía a Trajano: “Dentro de poco, esta secta será ahogada, y no se oirá hablar más del Dios crucificado”. ¡Y Trajano murió, y el Dios crucificado reina todavía en el mundo!

Tres siglos más tarde, Juliano el Apóstata se gloría de preparar el ataúd del Galileo. ¡Y Juliano murió, y el Galileo y su Iglesia viven todavía!

En el siglo XVI, Lutero hablaba del Papado como de una antigualla que iba a desaparecer, “¡Oh, Papa —decía—, yo seré tu destrucción!” Y hace más de trescientos años que Lutero ha muerto, pero el Papado vive todavía.

En el siglo XVIII, el infame Voltaire escribía a uno de sus amigos: “Quiero hacer ver que basta un solo hombre para destruir la religión católica: dentro de veinte años se verá. Y veinte años después, día tras día, Voltaire moría en la más espantosa desesperación, como un condenado, y la Iglesia vive todavía, triunfando de los siglos y desplegando su bandera, en la cual el dedo de Dios ha escrito estas palabras: “¡Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!”.

Las persecuciones prueban la divinidad de la Iglesia. No se persigue a las falsas religiones protestantes o cismáticas. Los revolucionarios del 93 dejaron tranquilos a los rabinos y a los pastores protestantes para descargar su odio impío contra los sacerdotes católicos.

En nuestros días, la táctica de los francmasones es idéntica...

Nuestro Señor ha predicho estas persecuciones. Decía Él a sus apóstoles: Así como me han perseguido a Mí, os perseguirán también a vosotros... Pero tened confianza, Yo he vencido al mundo: CONFIDITE, EGO VICI MUNDUM”.

Sí; tengamos confianza: Satanás no prevalecerán; ¡Non praevalebunt!

El pasado nos abona el porvenir: los perseguidores pasaron, defuncti sunt!pasan, y a Iglesia queda. Stat crux dum volvitur orbis!

Sí; las promesas divinas nos autorizan a mirar el porvenir sin temor. La Iglesia puede ser perseguida como su divino Fundador. ¿No es acaso Iglesia militantePueden apartarse de ella naciones enteras y perder la fe; pero lo que pierde por una parte, la Providencia se lo devuelve por otra, y con creces.

La Iglesia queda siempre victoriosa: Portae inferí non praevalebunt! 

Y si no, ¿qué sucede en el día de hoy? Mientras la persecución suscitada por las sectas masónicas se ha desencadenado en todas partes contra ella, la Iglesia católica ve cómo se fortalecen los lazos de su unidad indestructible: la voz del Papa es escuchada con más veneración y amor que nunca por los pastores y los fieles.

El Evangelio extiende sus conquistas por todo el mundo. La obra de las misiones, interrumpida por los trastornos del siglo XVIII, ha recibido, en nuestros tiempos, nuevo y poderoso impulso. Aquí están los Anales de la Propagación de la Fe para testificar las maravillas del apostolado contemporáneo.

Por otra parte, los sufrimientos de la Iglesia son un motivo más para asegurar su triunfo en lo por venir; la Iglesia es la viva imagen de Jesucristo. Y el Salvador tuvo que pasar por la agonía de Getsemani, pero era para llegar a la gloria de su resurrección: Oportuit pati Christum et ita intrare in gloriam.

La vida de la Iglesia será, pues, en lo por venir, como en lo pasado, una perpetua alternativa de combates y de triunfos, hasta que brille el día en que, abandonando por fin la arena, testigo de tantas luchas gloriosas, introduzca a los últimos elegidos en la celestial Jerusalén.

En ese gran día de gloria y de regocijo, ¿estaremos nosotros entre los hijos de la Iglesia triunfante? Sí, con tal que durante esta breve peregrinación hayamos permanecido fieles a la Iglesia, nuestra Madre, por la fe y por las obras; sí, con tal que podamos decir con el apóstol San Pablo: “He peleado el buen combate, he terminado mi carrera, no me queda más que recibir del justo Juez el premio que tiene prometido”Amén.


Notas

93. Efes., IV, 5.
94 N. B. — Estas palabras del autor no se han de entender en un sentido material, como sí realmente San Pedro y San Pablo hubiesen directamente causado el daño grave que se indica,. Nótese, con San Jerónimo, que San Pedro no llegó ni a amenazar a los mentirosos Ananías y Safira, sino que éstos, al ver públicamente descubierta su mentira, llenos de vergüenza y tristeza por la inesperada reprensión de San Pedro, cayeron muertos. De modo que San Pedro fue solamente la ocasión o la causa instrumental, no física, sino moral de su muerte. (Véase A. LAIDE, in c. V. Act.) — En cuanto a San Pablo, se sintió movido del Espíritu Santo a refutar los errores de Elymas, y a la conversión del procónsul Sergio Paulo, siendo también instrumento de Dios en el castigo del mago Elymas. (Véase ibídem, in c. XIII.) — (N. del T.)  
95. Joan., XX, 21 y 23.
96. Matth., XXVIII, 19.
97. I Cor., IV, 1.
98. Véase MONS. DE SEGUR, La confesión.
99. Matth., XVI, 18.





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