martes, 28 de agosto de 2018

Martirologio Romano 28 de agosto


SAN AGUSTÍN,
Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia

n. 13 de noviembre de 354 en Tagaste, Numidia (Argelia);
† 28 de agosto de 430 en Hipona


Por la gracia de Dios soy lo que soy,
y su gracia no ha sido estéril en mí.
(1 Corintios 15, 10)

  • En Hipona de África, el tránsito de san Agustín, Obispo, Confesor y Doctor eximio de la Iglesia, el cual, convertido a la fe católica y bautizado por san Ambrosio, Obispo, la defendió después acérrimamente contra los Maniqueos y demás herejes, y habiendo prestado otros grandes servicios a la Iglesia de Dios, pasó a recibir los premios del cielo. Sus reliquias fueron primeramente trasladadas por causa de los bárbaros desde su ciudad a Cerdeña, y después, por disposición de Luitprando, Rey de los Longobardos, a Pavía, y allí honoríficamente depositadas.
  • En Roma, el triunfo de san Hermes, varón ilustre, el cual, según se lee en las Actas de san Alejandro Papa, primeramente encarcelado, y después, con muchísimos otros, degollado de orden del Juez Aureliano, consumó el martirio.
  • En Venosa de la Pulla, el martirio de los santos Septimino, Jenaro y Félix, hijos de los santos Bonifacio y Tecla, a quienes el Juez Valeriano mandó degollar en el imperio de Maximiano. Su fiesta, junto con la de otros nueve hermanos suyos, se celebra el día 1 de Septiembre.
  • En Brioude de Auvernia, el suplicio de san Julián, Mártir, que siendo compañero del Tribuno San Ferréolo y sirviendo ocultamente a Cristo en traje de militar, en la persecución de Diocleciano fue detenido por los soldados, y cortada la garganta, acabó con horrible muerte.
  • En Constanza de Germania, san Pelagio, Mártir, el cual, siendo Emperador Numeriano y Juez Evilasio, decapitado recibió la corona del martirio.
  • En Salerno, los santos Mártires Fortunato, Cayo y Antés, los cuales, en tiempo del Emperador Diocleciano y del Procónsul Leoncio, fueron degollados.
  • En Constantinopla, san Alejandro, Obispo, glorioso anciano, por cuya oración Arrio, condenado en el juicio divino, reventó por medio y arrojó las entrañas.
  • En Santonges de Francia, san Viviano, Obispo y Confesor.
  • Igualmente, san Moisés, Etíope, el cual, trocado de insigne ladrón en insigne Anacoreta, convirtió muchos ladrones y los llevó consigo al monasterio.
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.

R. Deo Gratias.



SAN AGUSTÍN, 
Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia

San Agustín, hijo de un pagano de Numidia, que se convirtió al final de su vida, enseñó primero brillantemente retórica en Cartago, Roma y Milán, donde la lectura de un pasaje de San Pablo lo convirtió y donde San Ambrosio lo bautizó. De vuelta a África, después de haber perdido a Santa Mónica, su madre, en Ostia, retirose a la soledad, y después fue ordenado sacerdote y llegó a ser obispo de Hipona. Entró en correspondencia con San Jerónimo y fue el azote de los herejes. Toda su vida lloró su juventud hasta humillarse por ella en el libro de las Confesiones. Su poderoso genio y su maravillosa ciencia brillan sobre todo en su célebre obra la Ciudad de Dios. Murió en su ciudad episcopal cercada por los vándalos, en el año 430, a la edad de 75 años.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA DE SAN AGUSTÍN

I. Este gran santo resistió hasta la edad de 32 años las inspiraciones de la divina gracia. ¿Acaso yo mismo no he resistido a la gracia? ¿Cómo pasé yo mi juventud? ¿He comenzado por fin a amar a Dios con amor profundo y sincero? ¡Cuántas veces he endurecido mi alma y he menospreciado el llamado del Señor! Comencemos a darnos a Dios. Ah Señor, tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé (San Agustín).

II. San Agustín, primero pecador y hereje, llegó a ser después un gran santo; renunció a sus errores y fue durante todo el resto de su vida, el hijo dócil de aquélla gracia que había perseguido. ¿A qué se debe que no imite yo a San Agustín en su penitencia, ya que lo imité en sus desórdenes? ¿Qué he de esperar de los afanes que me tomo por lucir en el mundo? Habré de morir y abandonar esos honores y esas riquezas; y ¿en qué pararé si no estoy en estado de gracia cuando Dios me llame para dar cuenta de mi vida? ¿A qué fin tienden todos nuestros trabajos? ¿Qué buscamos? (San Agustín).

III. San Agustín fue el doctor de la gracia; la defendió contra los herejes, explicó su naturaleza y descubrió sus maravillosos efectos. Enseña tú a los demás por qué medios podrán recuperar la gracia de Dios: trabaja en la conversión de los pecadores. Sé tú, a tu vez, discípulo de la gracia, si no puedes ser su doctor; estudia los movimientos que imprime a tu corazón, escucha lo que ella te inspira, obedécela fielmente. Si no haces a la gracia inútil en ti, producirá frutos abundantes (Orígenes).

El deseo de la conversión.
Orad por las órdenes religiosas.


ORACIÓN
Dios omnipotente, escuchad benigno nuestras súplicas y puesto que os servís permitirnos esperar en vuestra bondad, dignaos, por la intercesión del bienaventurado Agustín, vuestro confesor pontífice, derramar sobre nosotros la abundancia de vuestra inagotable misericordia. Por J. C. N. S.



Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo III; Patron Saints Index.











Sea todo a la mayor gloria de Dios.


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