martes, 27 de noviembre de 2018

El Papa Liberio, San Atanasio y los Arrianos






EL PAPA LIBERIO, SAN ATANASIO Y LOS ARRIANOS
(Padre Giuseppe Murro)


Muchos son los que sostienen que el Sumo Pontífice puede errar. Para apoyar su tesis, a menudo presentan el caso del Papa Liberio que, según ellos, habría errado en la fe. Antes de estudiar el hecho histórico, recordemos que el caso de Liberio es citado por los protestantes, los conciliaristas, los galicanos y los anti-infalibilistas para negar la suprema jurisdicción e infalibilidad del Pontífice. Aquel que hoy vuelve a proponer este ejemplo para sostener la tesis de que el Papa puede errar se halla pues en buena compañía...

En el 313, el Edicto de Constantino vino a cerrar el período de grandes persecuciones para los cristianos. Pero, si ellos en adelante eran libres de profesar su fe, la Iglesia se enfrentaba a otras dificultades: entre ellas se puede contar la aparición de nuevas herejías y la injerencia del poder temporal en las cosas espirituales.


El arrianismo 

Uno de los dogmas de la fe cristiana es la doctrina de la Santísima Trinidad (un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo). Desde el siglo III, la Iglesia tuvo que combatir varias herejías que atacaron este dogma: algunas sostenían que Nuestro Señor era un simple hombre investido por Dios de un poder excepcional; otras afirmaron que Jesús era en realidad el Padre mismo y que, por lo tanto, el Padre y el Hijo eran una sola y misma Persona. Al condenar estas herejías, la Iglesia enseñó que Jesús es una Persona divina, distinta del Padre. El Magisterio no determinaba aún qué relación precisa existe entre la Persona del Hijo y la del Padre. Nosotros sabemos que son iguales, que tienen la misma sustancia, que tienen los mismos atributos (omnipotentes, omniscientes, eternos...), pero las Personas permanecen distintas.

Posteriormente se difundió la tendencia a subordinar de alguna manera el Hijo al Padre, aunque sin negar la Divinidad. El conocido sacerdote de Alejandría de Egipto, Arrio, no se limitó sólo a afirmar la dependencia de naturaleza del Hijo para con el Padre, sino que llega incluso a negar al Hijo la naturaleza divina y los atributos divinos, como la eternidad y el ser ex Deo (que viene de Dios). Estas son dos de las principales fórmulas de la doctrina arriana sobre el Hijo: “ Hubo un tiempo en que el Hijo de Dios no era ” y “ El Hijo de Dios viene del no ser ”. Para Arrio, el Verbo (Logos) es una creación del Padre que lo creó de la nada; es la primera creatura o la más eminente, destinada a ser instrumento para la creación de los otros seres, pero no es Dios. Arrio comenzó a difundir sus doctrinas en el 315 en Alejandría de Egipto; el obispo de la ciudad celebró un gran sínodo en el 318, lo expulsa de la comunión eclesiástica y comunica esta decisión al Papa Silvestre. Arrio tuvo entonces que dejar la ciudad.


Concilio de Nicea


La controversia alcanzó proporciones cada vez mayores: el propio emperador Constantino el Grande intervino, pero de manera indebida y desafortunada. Finalmente se llevó a cabo el Concilio de Nicea, en Bitinia, en el 325, donde se redactó el famoso Símbolo (o Credo) que se recita durante la Santa Misa, en el que se afirma que el Verbo es de la misma naturaleza que el Padre (“consustancial al Padre”): “ Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre, por quien todo fue hecho ”. Las principales tesis de Arrio fueron golpeadas con anatema y los obispos que le eran favorables fueron excomulgados y enviados al exilio.

Pero el arrianismo sólo había sido repelido, no vencido: se había dividido en varias sectas. Luego de su exilio, Arrio adhiere a la de los eusebianos, que declaraban no oponerse al Concilio de Nicea, pero rechazaban el “consustancial” (como si fuera posible seleccionar dentro del Magisterio de la Iglesia). El punto común de todas estas sectas era el rechazo del “consustancial” y la lucha contra Atanasio, defensor de la fe católica. Pero si los arrianos estaban unidos para oponerse al “consustancial”, ¿cómo explicaban la relación entre el Padre y el Hijo? “ Si el Verbo no es igual al Padre en la sustancia (homoousios), ¿es al menos semejante (homoios) o desemejante (anomoios)? El bizantinismo no podía perder esta ocasión para elaborar sofismas y ambigüedades ” (1). Por este motivo, las posiciones de aquellos que negaban que la sustancia del Verbo sea semejante a la del Padre se habían dividido en tres facciones:

1) Aquellos que negaban directamente toda semejanza entre las dos sustancias, afirmando que la del Padre era divina, pero la del Verbo humana y creada: eran los anomeos desemejantes (el Verbo era, para ellos, desemejante en todo al Padre) o anomeos abiertos, con Aecio, Eudoxio y Acacio a la cabeza.

2) Aquellos que aceptaban la expresión homoios (semejante), pero no homoiousios, (semejante en la sustancia): para ellos, el Verbo era semejante al Padre solamente en sentido relativo y acomodado, como la imagen reflejada en el espejo es semejante a la de quien se refleja. “Evidentemente jugaban Concilio de Nicea con las palabras, sobre todo luego de que el anomeísmo abierto fuera condenado incluso por el emperador” (1). A ellos se unieron los eusebianos y los acacianos: se los llamó anomeos disimulados u homeos, y también se los conoce como pseudo-similistas (del latín “ similis”, similar).

3) Finalmente estaban los similistas, comúnmente llamados semi-arrianos. Ellos aceptaban la palabra y el concepto de homoiousios (es decir, que el Verbo es semejante en la sustancia al Padre). Pero rechazaban la expresión “consustancial al Padre”, por temor a que implicara la supresión de la distinción de las tres Personas divinas. “ En el fondo, era un error de fórmula y no de fe”, declara Benigni ( 1 ). Es cierto que había algunos de ellos que tenían una concepción inexacta de esta semejanza y que no tenían entonces la fe católica, “ pero otros eran católicos y fueron reconocidos por el mismo intransigente Atanasio (De synodis, XII) como católicos engañados por una ambigüedad de fórmula y por un equívoco de oportunismo ” (1). Ellos proclamaban el homoiousios, pero no osaban afirmar el homoousios, y así por una “iota” no confesaban íntegramente la fe. Como veremos, los obispos católicos se esforzaron por hacer volver a estos últimos a la comunión de la Iglesia Católica.

En la corte de Constantino, los arrianos trabajaron con éxito, apoyados principalmente por la hermana del emperador, Constancia. En el 328 los exiliados pudieron regresar a su patria y algunos fueron restituidos por Constantino en sus sedes episcopales, de las que habían sido removidos debido a su herejía. Y fue así que los arrianos lograron en poco tiempo expulsar de las sedes episcopales a los jefes del partido “niceno”, es decir, a los obispos católicos, entre los cuales Atanasio, nuevo obispo de Alejandría, que fue enviado al exilio a Tréveris. Constantino había preparado además la solemne readmisión de Arrio, pero este último murió repentinamente.

Después de la muerte de Constantino, en la lucha entre el catolicismo y la herejía, los éxitos se alternaron de una parte a la otra. El Imperio fue dividido entre los dos hijos de Constantino, Constante, que gobernaba el Occidente, y Constancio II, el Oriente, y hubo paz durante algunos años. Pero cuando Constancio, que tenía una gran simpatía por los arrianos, se convirtió en el único emperador luego de la muerte de su hermano Constante, la lucha se reavivó y las persecuciones comenzaron de nuevo. “ A medida que los peligros políticos disminuían, la manía de los concilios y las disputas teológicas se apoderaba de Constancio” (2). En el 351 se celebra un sínodo en Sirmio (la actual Mitrovica), en Panonia, donde residía entonces el emperador, y se establece un símbolo de fe (llamado primera fórmula de Sirmio) en el que no se afirma que el Padre y el Hijo son de la misma sustancia. Además, Ursacio y Valente, los dos obispos arrianos más facciosos, se convirtieron en consejeros teológicos del emperador. Los obispos fieles a la fe de Nicea fueron privados de sus sedes y San Pablo de Constantinopla fue exiliado y asesinado.

Pero el enemigo de siempre era Atanasio: tenían que expulsarlo de su diócesis. Después de la muerte de Julio I en el 352, los arrianos ejercieron presiones sobre el nuevo Papa Liberio para que excomulgara a Atanasio. Liberio examina las pruebas y no solo se niega a condenarlo, sino que declara a Atanasio inocente de toda culpa: pide entonces al emperador convocar un concilio general en Aquilea. Pero Constancio desplazó el Concilio en 353 a la ciudad de Arlés, donde él residía en ese momento, con la evidente intención de dirigirlo por su influencia. Los obispos de la Galia también fueron convocados, pero el sínodo fue prácticamente conducido por los obispos arrianos. Ninguno de los decretos del concilio abordó las cuestiones teológicas entonces discutidas, pero uno de ellos, que había sido preparado de antemano, condenó a Atanasio. Los legados papales trataron de oponerse inútilmente: Valente, uno de los dos obispos arrianos consejeros del emperador, logró presentar mañosamente el documento y el emperador y amenazó con deponer y exiliar a los obispos occidentales que no firmaran las decisiones del sínodo. Fue así que todos los obispos firmaron uno tras otro, incluyendo el legado pontificio Vicente de Cápua, que fue engañado y maltratado. Por el contrario, Paulino de Tréveris se negó y fue exiliado a Frigia donde luego murió. El Papa Liberio se afligió por la defección de los obispos y de su legado (3). Envió entonces al emperador una carta en la que confirmaba firmemente la inocencia de Atanasio, los derechos de la Iglesia, la excomunión de los arrianos y la necesidad de reunir un concilio.

Mientras tanto, Constancio mandó matar a su primo Galo, que gobernaba el Oriente, por temor a que se independizase de él. Cuando llegó la noticia de la muerte de Galo, la corte la festejó como una victoria, aduló la omnipotencia del emperador y Constancio firmaba con los títulos de “señor del mundo y eterno”. “ Los obispos arrianos, que rechazaron esta cualidad al Hijo de Dios, no se avergonzaron en dársela al vanidoso y ridículo Constancio ” (4).




El Concilio de Milán

En el 355 Constancio reunió un Concilio en Milán: más de trescientos obispos de Occidente estuvieron presentes. “Con este sínodo, se inició una humillante tragedia en la que el emperador, que no soportaba la más mínima oposición a su voluntad, se deja llevar por medidas cada vez más duras y se hace culpable de graves faltas ” (5). Liberio convenció a San Eusebio de Vercelli de participar en el sínodo, con la esperanza de hacer triunfar la fe católica. Pero en Milán los arrianos hicieron esperar diez días a Eusebio y a los legados papales antes de comenzar el concilio, para mejor organizar sus maquinaciones. De hecho, desde la apertura del Concilio, quisieron que se comenzara con la condenación de Atanasio; los católicos, encabezados por los obispos San Eusebio, Lucifer de Cagliari y San Dionisio de Milán, respondieron que primero había que suscribir el símbolo de Nicea para asegurarse de la catolicidad de los presentes. Se siguió una gran agitación: el pueblo, al oír la conmoción, corrió y, escandalizado, comenzó a denunciar la ausencia de fe de los obispos arrianos. Estos últimos, temiendo lo peor, se refugiaron en el palacio del emperador. Constancio decidió entonces transferir las sesiones siguientes de la iglesia (donde había comenzado el Concilio) a su palacio y obtuvo, a través de amenazas, el mismo resultado que en Arlés. Los arrianos leyeron un No habiendo logrado hacerlo aceptar, Constancio convocó a los tres opositores, Lucifer, Eusebio y Dionisio, y les pidió, en nombre de su autoridad imperial, firmar la condenación de Atanasio. Pero los tres obispos se negaron firmemente, a pesar de las amenazas de muerte. Constancio los envió entonces al exilio, mientras Ursacio y Valente hicieron golpear al diácono Hilario que acompañaba a Lucifer. Fue así que la mayoría de los obispos firmaron por debilidad o por sorpresa la condenación de Atanasio y los que no firmaron fueron calumniados y expulsados, inmediatamente o poco después, de sus sedes (6).

Eusebio fue enviado a Palestina, Lucifer a Siria, Dionisio a Capadocia. El Papa Liberio les escribió una carta: “¿Qué consuelo puedo daros, dividido como estoy entre el dolor de vuestra ausencia y el gozo de vuestra gloria? El mejor consuelo que puedo ofreceros es el de que aceptéis considerarme exiliado con vosotros. ¡Oh cuánto hubiera deseado, mis muy queridos hermanos, ser inmolado antes que vosotros! (...) Ruego por tanto a vuestra caridad que me creáis presente con vosotros y que penséis que mi mayor dolor es el de verme separado de vuestra compañía ” (7). Este deseo de Liberio se realizará poco después: en efecto, los arrianos sabían que, para tener un éxito definitivo, había que tratar de arrancarle su consentimiento.

Mientras tanto, los mensajeros imperiales fueron enviados a los obispos ausentes para obtener a toda costa su firma, pero encontraron entre los galos una fuerte oposición con San Hilario de Poitiers a la cabeza. Para eludirla, se convocó, en el 356, un sínodo en Béziers y San Hilario se vio obligado a participar: la firma de la condenación de Atanasio fue obtenida de la mayoría de los obispos mediante la violencia y las amenazas. Los únicos que se rehusaron fueron San Hilario y Rhodane de Toulouse, que fueron exiliados a Frigia (8).


Liberio y Constancio

El emperador decidió enviar a su mensajero, el eunuco Eusebio, con regalos a Liberio para obtener su favor y pedirle adherir a la condenación de Atanasio y estar en comunión con los arrianos. Liberio rechazó los regalos. Eusebio entonces se enfureció y amenazó severamente al Papa, luego fue a la iglesia de San Pedro para depositar sus regalos. Cuando Liberio lo supo, se enfadó con el guardia que los había aceptado e hizo arrojar fuera esta ofrenda profana.

Al regreso de Eusebio a Milán, Constancio escribió al gobernador de Roma, Leoncio, para pedirle que condujera a Liberio a Milán de grado o por la fuerza. Un gran terror se extendió entonces por Roma: muchas familias fueron amenazadas, varias tuvieron que huir y las puertas de la ciudad fueron vigiladas. En definitiva, se pretendía aislar al Pontífice. Roma experimentó así la violencia de los arrianos, de la cual solamente había oido hablar hasta ahora. Liberio finalmente fue secuestrado de noche, por temor al pueblo que lo amaba.

Cuando llegó a Milán, Constancio le dio audiencia, o más bien lo interrogó ante su consistorio y en presencia de taquígrafos que registraron sus palabras. “ El emperador que ría que Liberio sancionara a ojos cerrados la condenación de Atanasio. Pero Liberio mantiene firmemente el principio romano de que la Sede Apostólica no condena sino a aquellos que son procesados y juzgados por ella misma... En su conversación con el emperador, el Papa pidió un proceso eclesiástico para Atanasio, ‘ya que no puede ser que condenemos a alguien que no ha sido juzgado’. Constancio replicó con una verdad oficial: ‘Todos lo condenaron’. Liberio respondió: ‘Los que firmaron su condenación no tuvieron en cuenta los hechos, sino que sólo buscaron obtener tu estima o escapar de tu ira, o al menos evitar ser mal vistos por ti” (...). Entonces el tirano insistió: ‘Sólo se te pide eso (condenar a Atanasio); así que piensa en la paz y firma para que puedas regresar a Roma’. La respuesta de Liberio fue heroica: “En Roma ya me he despedido de mis hermanos; es más importante observar las leyes de la Iglesia que vivir en Roma ” (9). Constancio le dio tres días para reflexionar, pero dos días después, como el Pontífice no cambiaba de opinión, lo envió al exilio a Berea de Tracia; era el 356. Tan pronto como Liberio salió, Constancio le envió 500 piezas de oro para sus gastos, pero Liberio respondió a quien las trajo: “ Devuélvelas al emperador, que lo necesita para sus soldados ”. La emperatriz hizo lo mismo y Liberio dio al portador la misma respuesta, añadiendo que, si el emperador no lo necesitaba, que lo diera a los obispos arrianos que lo rodeaban, que sin duda lo necesitaban. El eunuco Eusebio también le ofreció dinero, pero Liberio le dijo: “¡Tú has asolado todas las iglesias del mundo y me ofreces una limosna como a un criminal! Ve y comienza por hacerte cristiano ” (10).


La persecución

Apenas partió el Papa, Constancio hizo poner en su lugar, como obispo de Roma, al antipapa Félix II. Aunque este último había aceptado el Concilio de Nicea, el pueblo romano no quiso entrar en la iglesia de la que había tomado posesión por la buena y única razón de que él estaba en comunión con los arrianos.

La persecución comienzó en todo el imperio. Los arrianos convencieron a Constancio de que el viejo Osio (3) también debía firmar la condenación de Atanasio. Hubo un intercambio de cartas en las que Osio afirmó la fe de Nicea y recordó cómo Atanasio siempre había sido declarado inocente de todas las falsas acusaciones que le imputaban los arrianos. Constancio lo envía entonces al exilio a Sirmio y envía por todas partes a sus ministros con órdenes de amenaza: a los obispos, para que firmaran la condenación de Atanasio y se pusieran en comunión con los arrianos bajo pena de destierro, prisión, castigo corporal y confiscación de sus bienes; también a los jueces, para que obligaran a los obispos a ejecutar sus órdenes. Además, los ministros de Constancio estaban acompañados de clérigos de Valente y Ursacio, que denunciaban a los jueces más negligentes. Fue así que muchos obispos fueron conducidos ante los jueces para obligarlos a firmar la condenación de Atanasio. Aquel que se negara a firmar era acusado, después de algún tiempo, de cualquier delito (calumnia, blasfemia, etc.) y luego era enviado al exilio, mientras su lugar era ocupado por un arriano.


El Emperador Constancio II


Al mismo tiempo, Constancio envió tropas a Alejandría con la orden de arrestar a Atanasio: éstas entraron a la medianoche en la iglesia donde Atanasio celebraba el oficio nocturno de la vigilia de una fiesta. El obispo no quiso moverse hasta que todos los fieles estuvieran seguros, y -cuando la mayoría estuvo protegida- algunos de los clérigos de Atanasio lo tomaron por la fuerza y lo hicieron huir. Atanasio se ocultó durante mucho tiempo, primero en Alejandría y luego en el desierto. Jorge de Capadocia fue nombrado en su lugar, mientras la persecución de los obispos católicos comenzaba en todo Egipto. Jorge, el nuevo obispo de Alejandría, se comportó con tal crueldad que hasta los paganos se quejaron ante el emperador. Los católicos de Alejandría se reunían desde entonces fuera de la ciudad. Un día, mientras estaban reunidos en un cementerio, un capitán, Sebastián, llegó con tres mil hombres armados enviados por los arrianos e hizo encender un gran fuego amenazando con quemar a cualquiera que se negara a abrazar la fe de los arrianos. Como las amenazas no intimidaron a los católicos, Sebastián los hizo azotar con varas ganchudas, a tal punto que muchos de ellos murieron por el maltrato. Sus cuerpos fueron arrojados a los perros. Pero los fieles honraron a estos confesores de la fe como mártires. Jorge, debido a la crueldad que empleaba, tuvo que irse de Alejandría una primera vez; luego regresó, pero fue asesinado durante una revuelta de paganos.


Constancio en Roma: liberación de Liberio

En abril del 357, Constancio, que nunca había visto Roma, hizo su entrada solemne. Las matronas romanas de las nobles y ricas familias suplicaron insistentemente al emperador que restituyera a Roma su pastor: Félix estaba en comunión con los arrianos, dijeron, y ningún romano entraría a la iglesia cuando él estuviese allí. Pero Constancio “adoptó una medida muy bizantina”: luego de haber prometido que los escucharía, dio órdenes de que en Roma estuviesen al mismo tiempo Liberio y Félix. Pero cuando se leyeron dichas órdenes en el circo, el pueblo “que no era bizantino y no quería bizantinismos” gritó: “ ¡Un solo Dios, un solo Cristo, un solo obispo! ” (11). Cuando Liberio pudo regresar a Roma, el pueblo lo recibió triunfalmente y expulsó a Félix poco después.

El Papa Liberio proclamó excluidos de la comunión eclesiástica a quienes no admitieran una total semejanza del Hijo con el Padre en la sustancia y en los atributos, reafirmando íntegramente la fe católica.


El problema de la “caída” de Osio

En el 357 los arrianos vinieron nuevamente a ver al viejo Osio, entonces centenario, mientras estaba exiliado en Sirmio, maltratado y herido. Se dice que se le persuadió de firmar una fórmula de fe (llamada segúnda fórmula de Sirmio), en la que no se hablaba ni de “consustancial” ni tampoco de “semejante”; aunque se negó a firmar la condenación de Atanasio. Este último dice de Osio: “ Cedió a los arrianos por un insante, no porque creyera que éramos culpables, sino sólo porque no soportaba los maltratos debido a su debilidad y a su vejez” (12). San Febadio, obispo de Agen, estigmatiza el hecho para mostrar a los católicos que no se dejaran impresionar por esta caída tan publicada por los arrianos: “...Se nos opone el nombre de Osio, el más antiguo de todos los obispos, cuya fe siempre ha sido tan segura; pero respondo que no se puede utilizar la autoridad de un hombre que se engaña ahora o que siempre se ha engañado... Si ahora tiene otros sentimientos, si ahora defiende lo que en el pasado ha condenado y condena lo que ha sostenido, lo digo una vez más, su autoridad no es valedera; ya que, si ha creído mal durante casi noventa años, yo no estimaré que crea bien luego de noventa años... La justicia del justo no lo salvará si se cae una vez en el error ” (13).

No se puede afirmar con certeza que Osio haya cedido: hay que tener en cuenta que el hecho de su caída fue relatado por los arrianos que lo tenían prisionero y fue retomado por los discípulos de Lucifer de Cagliari y Gregorio de Elvira, de tendencia rigorista, que más tarde relataron leyendas contra Osio ( 14 ). De todas maneras, si él realmente firmó la segunda fórmula de Sirmio, lo hizo en un momento en que su voluntad no era libre, ya que era un hombre de casi cien años, maltratado y exiliado.


División entre los arrianos

El ala extrema de la facción arriana, los anomeos desemejantes, realizó un concilio donde fue condenada la expresión “semejante en la sustancia” (mantenida por el contrario por los similistas), presentando como pretexto que esta condenación estaba contenida en la segunda fórmula de Sirmio. Los similistas (o semi-arrianos) realizaron entonces contra ellos otro concilio en Ancira, en el que excomulgaron a todo el que negara que el Hijo es semejante al Padre en la sustancia, pero condenaron el término “consustancial”. Ellos enviaron luego una delegación encabezada por Basilio de Ancira y algunos otros a Sirmio, donde estaba el emperador, para presentarle esta profesión de fe, aunque privada del artículo que condenaba el “consustancial”. El emperador, que acababa de aprobar a los anomeos desemejantes, se retractó, dio nuevas órdenes y amenazó con graves penas a quienes no cambiaran de opinión como él. Esto demuestra la ligereza con la que Constancio trataba temas tan serios.

En el 358, nuevamente convocó un concilio en Sirmio, en el cual prevalecieron los semi-arrianos. Este concilio tuvo de hecho un carácter anti-arriano: la segunda fórmula de Sirmio fue condenada, pero la expresión “semejante en la sustancia” y el término “consustancial” fueron excluidos (esta fue la tercera fórmula de Sirmio). En este concilio se dio por tanto un paso adelante en la condenación del arrianismo, aunque la doctrina católica no fue plenamente expuesta. 

San Hilario, que se hallaba en el exilio, escribió en este período el De Synodis, en el que alababa a los participantes del concilio de Ancira por condenar la segunda fórmula de Sirmio, llamándolos “muy queridos hermanos”. Él les explicaba que no debían temer al término “consustancial”, ya que no suprimía la distinción entre las Personas divinas y el Concilio de Nicea lo había utilizado. San Hilario esperaba llegar a un esclarecimiento con los semi-arrianos.


Epílogo

Fue entonces que Constancio quiso convocar un nuevo concilio, pero los arrianos desemejantes lo convencieron de hacer dos, separando a los obispos occidentales de los orientales. Se trataba de concilios convocados por el emperador (que ni siquiera era bautizado sino simple catecúmeno), en los que el Papa no había sido advertido. En el 359 se reunieron entonces en Rímini casi quinientos obispos que representaban a Occidente y en Seleucia, alrededor de ciento ochenta por el Oriente. Los arrianos ya se habían reunido en Sirmio para preparar los documentos: allí redactaron la cuarta fórmula de Sirmio, en la que se desterraba el término “sustancia” y se decía que el Hijo es semejante en todo al Padre. Una vez abierto el concilio en Rímini, luego de varias disputas, los obispos rechazaron esta fórmula y reconfirmaron los decretos de Nicea. Ursacio y Valente, que no quisieron firmar los decretos, fueron condenados y depuestos. El concilio envió diez legados al emperador, pero este, rodeado como estaba sólo de arrianos, tergiversó hasta llegar a hacer firmar a los propios legados otra fórmula, en Nicea en Tracia (ciudad elegida específicamente para hacerla confundir con Nicea en Bitinia). Esta reproducía la cuarta fórmula de Sirmio (pero suprimiendo “ en todo ” de la fórmula “ el Hijo es semejante en todo al Padre ”) y el emperador la hizo llevar a Rímini para hacerla aceptar. Los obispos, ya cansados de estar allí durante varios meses, la aceptaron en gran mayoría, aunque algunos colocaron añadidos a sus firmas. Pero el pueblo se sublevó por la prevaricación cometida y entonces, en la iglesia donde estaban reunidos los obispos, se hizo una profesión de fe general en voz alta, pero sólo de manera oral: desgraciadamente, esta no condenaba completamente el error arriano. Valente y Ursacio, ambos perjuros, no tuvieron dificultad en unirse a esta profesión de fe oral, viéndose la cosa facilitada por la ambigüedad de estas fórmulas: en realidad, su profesión fue hecha sólo con los labios. El Papa Liberio condenó el concilio de Rímini.

El concilio de Seleucia había sido dominado por los semi-arrianos; pero los homeos se separaron de él y recurrieron al emperador, quien les impuso a todos la misma fórmula de Rímini. La protesta de los semiarrianos fue vana, así muchos de ellos terminaron en el exilio.

Constancio estaba decidido a alcanzar la paz religiosa a toda costa antes del fin del año 360; envió a este propósito la orden a los obispos, especialmente a los de Oriente, de firmar la fórmula de Rímini. Esta fórmula debía reemplazar en adelante a la de Nicea: la fe arriana era la única confesión cristiana admitida. Incluso las tribus germánicas comenzaron a convertirse al arrianismo homeo. Fue en este momento que San Jerónimo exclamó: “ El mundo se despertó un día y gimió de verse arriano ”.


Fin de la persecución

Tras condenar el concilio de Rímini, el Papa Liberio ofreció a los obispos que habían firmado esta última fórmula de Rímini la posibilidad de volver a la comunión eclesiástica, a condición de retractarse: en efecto, muchos habían sido víctimas de engaños. Pero el Papa no hizo este ofrecimiento a los autores del texto, ya que conocía su mala fe. Occidente se libró más de la persecución que Oriente, ya que San Hilario pudo reunir en París, en el 360, un sínodo de obispos de la Galia en el que fue condenada la fórmula de Rímini, y en España, Gregorio de Elvira no había adherido a esta fórmula. 

Fueron los eventos políticos los que detuvieron el triunfo del arrianismo. Constancio murió en el 361, luego de haber sido bautizado por un obispo arriano. Su primo, Juliano el Apóstata, tomó el poder y, para generar mayor confusión (esperaba que nuevas luchas entre arrianos y no arrianos favorecieran al paganismo), volvió a colocar en posesión de sus sedes a todos los obispos exiliados. El mismo San Atanasio regresó a Alejandría, donde, en el 362, celebró un sínodo que aprobó el Credo de Nicea, condenó a los arrianos, pero mostró indulgencia hacia los semi-arrianos (algo que provocó la desaprobación de Lucifer de Cagliari, el cual parece que luego hizo cisma) (15).

A la muerte de Juliano, Valentiniano I llegó a ser emperador de Occidente (364-375), y su hermano Valente, que favorecía a los arrianos desemejantes, fue emperador de Oriente (364-378): otra vez fueron enviados al exilio los católicos, entre los cuales Atanasio, y hasta los semi-arrianos; una delegación de estos últimos fue a Roma y fue recibida por el Papa Liberio. Él les pidió y obtuvo de ellos que repudiaran la fórmula de Rímini y profesaran la fe de Nicea, y luego los admitió en su comunión. Muchos obispos semi-arrianos regresaron así a la unidad con Roma.

Liberio murió en septiembre del 366 y Atanasio en el 373. Después de la muerte de Valente, la fe de Nicea triunfa también en Oriente, defendida por tres grandes Capadocios: San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa. Durante el reinado de Teodosio el Grande (379-395) y bajo el pontificado de San Dámaso, se celebró, en el 381, en Constantinopla, el Concilio General del Oriente, que luego fue reconocido como el segundo Concilio Ecuménico. La fe de Nicea fue nuevamente confirmada, el arrianismo y las herejías afines fueron definitivamente condenadas. El arrianismo, combatido por San Ambrosio, sobrevivió todavía algún tiempo entre las tribus germánicas como religión nacional, hasta la conversión al catolicismo de la tribu germánica de los Francos: este acontecimiento marcó su declive.


La “caída” del Papa Liberio: la historia de los textos

Dentro de estas controversias entre católicos, semi-arrianos y arrianos, se plantea la cuestión de la pretendida “caída” del Papa Liberio: si esta resultase verdadera, demostraría que el Papa no es infalible. Varios autores sostienen que el Papa habría sido liberado del exilio por hacer una concesión: habría firmado una fórmula de fe o decidídamente arriana o ambigua, o habría aceptado estar en comunión con los arrianos, o habría condenado a San Atanasio. 

El episodio de la caída de Liberio es discutido por los historiadores: hemos visto que los arrianos y Constancio tenían todo el interés en hacerlo ceder y por eso lo enviaron al exilio. ¿Es verdad que capituló para obtener su libertad? “ Muchas y muy diversas han sido las soluciones propuestas a esta pregunta, en las cuales, hay que decirlo, a menudo aparece la tendencia de los diferentes historiadores” (16). Todo historiador debe buscar objetivamente los hechos y los documentos, probar su autenticidad, y luego hacer una crítica que no exagere lo que es conforme con su opinión, ni silencie lo que la contradice. Además debe, en la medida de lo posible, dar una respuesta a todas las preguntas y dudas; allí donde no pueda, debe honestamente decir que, en el estado actual, no es capaz de saber más. Veamos primero los hechos, tal como se ilustran en la Enciclopedia Cattolica.

“San Atanasio en la ‘Apología contra Arianos’, escrita en el 350 y ampliada hacia el 360, menciona a Liberio entre los obispos que le son favorables, pero agrega que no soportó hasta el final las privaciones del exilio (cap. 8); en la ‘Historia arianorum ad monachos’, escrita hacia fines del 357, dice que Liberio, después de dos años de exilio, vencido por las amenazas de muerte, vaciló y firmó (cap. 41). Ambos pasajes parecen indicar, en su contexto, que su falta consistió en el abandono de Atanasio. San Hilario, en la invectiva lanzada en el 360 contra Constancio, escribe que no sabe si el emperador cometió una mayor impiedad al exiliar a Liberio o al hacerlo regresar [a Roma] (‘Contra Costantium’, cap. 2). San Jerónimo, tanto en el ‘Chronicon’ (Ad an. Abr., 2365=352) como en el ‘De viris illustribus’ (cap. 97), habla de la suscripción de una fórmula herética. El primer documento de la Collectio Avellana, al relatar la respuesta de Constancio a las peticiones de los Romanos: ‘Tendréis a Liberio mejor que cuando partió’, comenta: ‘Esto indicaba el consentimiento según el cual él había cedido a la perfidia’. Por último, Rufino refiere las dos versiones corrientes del retorno de Liberio, sin hacer suya una u otra: retorno que habría sido comprado por Liberio al consentir a la voluntad del emperador, o que se habría debido a la condescendencia de Constancio a las peticiones del pueblo romano (Hist. eccles. I, 27).

Es evidente que en el momento del regreso de Liberio a Roma se rumoreaba que había hecho alguna concesión a Constancio. El historiador griego Sozomeno (que escribió según buenas informaciones en el siglo V) dice que Liberio habría adherido a una de las fórmulas de Sirmio, de acuerdo con Basilio de Ancira, para restablecer la paz en el Oriente y volver a Roma ( 17 ) .

Quedan además cuatro cartas que Liberio habría escrito en el exilio y que se conservan en los Fragmentos de San Hilario de Poitiers; en ellas Liberio se muestra preocupado en separar su responsabilidad de la de

San Atanasio y en obtener a toda costa el regreso a Roma. La disputa sobre su autenticidad está lejos de estar cerrada y se ha señalado recientemente que ‘la ausencia del ‘cursus velox’ y de otras características propias de las frases de Liberio hace muy improbable la opinión de los que sostienen que las cuatro cartas arrítmicas fueron dictadas por el Papa’ (18) ... Vale la pena recordar la observación del P. Batiffol: ‘Liberio e Hilario habían tendido la mano a Basilio de Ancira; nadie se lo reprochó a Hilario; ¿deberíamos tratar menos bien a Liberio?” (19).

Examinemos ahora las diferentes hipótesis emitidas por los autores eclesiásticos.


Primera hipótesis: no hubo caída por parte de Liberio

Los historiadores que defienden a Liberio afirmando que no hubo caída, presentan los siguientes argumentos:

1) La caída de Liberio pudo ser inventada por los arrianos: la calumnia era de hecho su sistema preferido para eliminar a sus adversarios. La utilizaron muchas veces contra San Atanasio y contra los obispos que no firmaban sus fórmulas de fe o la condenación de Atanasio: por ejemplo, ellos escondieron al obispo Arsenio en un convento y luego acusaron a San Atanasio de haberlo matado; pero Arsenio logró escapar y se mostró públicamente ante la gran confusión de los arrianos.

Esta hipótesis es confirmada por el hecho de que si Liberio realmente hubiera cedido, los arrianos se habrían envalentonado y habrían publicado la noticia a los cuatro vientos: ¿cómo es entonces que se comportaron de manera tan diferente a sus hábitos? Y del lado católico no habrían faltado las condenas, quejas y lamentaciones, como hizo San Febadio en el caso de la caída de Osio. Pero prácticamente no se encuentra rastro de esto en el caso de Liberio.

Además, si se admite que la caída de Osio fue inventada por los arrianos y de manera tan engañosa que San Atanasio mismo la creyó, de la misma manera, es posible que el santo haya creído erróneamente en la caída de Liberio.

2) Si la supuesta “caída” de Liberio relatada por San Hilario, San Atanasio, San Jerónimo y Filostorgio fuera verdadera, él habría firmado un texto, sea directamente contrario a la fe, sea solamente ambiguo.

Pero hacia el 401, el Papa San Anastasio I escribió a Venerio, obispo de Milán, afirmando que la Italia victoriosa conservaba íntegramente la fe transmitida por los Apóstoles mientras Constancio victorioso obtenía el dominio del mundo. La fe de Nicea, escribe, fue conservada inmaculada por los obispos que sufrieron el exilio, como Dionisio, Liberio de Roma, Eusebio de Vercelli, Hilario de la Galia y muchos otros que estaban dispuestos a ser crucificados antes que afirmar que Nuestro Señor Jesucristo es una criatura (20).

Y esta afirmación del Papa Anastasio es confirmada por los hechos: si Liberio efectivamente hubiera aceptado algo contrario a la fe (por ejemplo, la primera o la segunda fórmula de Sirmio), los otros obispos católicos sin duda hubieran protestado, se hubieran quejado de eso, o entonces hubieran amonestado a Liberio. Pero no tenemos la más mínima noticia de ninguna protesta, ni siquiera por parte de los más “duros”, como Lucifer de Cagliari o Gregorio de Elvira.

En cuanto a la hipótesis de que Liberio habría aceptado un texto ambiguo, por ejemplo, la tercera fórmula de Sirmio (lo cual es sostenido por Sozomeno) (21), o algo del mismo género, pero entonces deberíamos reconocer que las eventuales condenas de sus contemporáneos, San Hilario y San Atanasio (si es que son auténticas), fueron exageradas y precipitadas. Ya que el primero, San Hilario, alabó a Basilio de Ancira (22) por haber suscrito la misma fórmula, y el segundo, San Atanasio, aceptó luego, para hacer volver a la fe a los semi-arrianos, fórmulas similares a esta última, donde no es empleada directamente la palabra “consustancial”.

El comentario del P. Batiffol (que sin embargo era un modernizante) es por tanto muy acertado: “Liberio e Hilario habían tendido la mano a Basilio de Ancira; nadie se lo reprochó a Hilario; ¿deberíamos tratar menos bien a Liberio? ”.


Los textos

Los defensores del Papa Liberio añaden aún más argumentos.

No se tiene certeza de la autenticidad y veracidad de textos que hablan de la caída de Liberio, como los de San Hilario, San Atanasio, San Jerónimo y Filostorgio.

El texto de San Hilario. Existen serias dudas sobre cuatro cartas mencionadas por San Hilario ( Opus historicum , Libro II, fragmentos IV y VI), en estas Liberio se retiraría de la comunión con San Atanasio, pediría el fin de su exilio, dirigiría una petición a Valente y Ursacio, e incluso avisaría a un obispo de su cambio de actitud. Como ya hemos visto, la ausencia del “cursus velox” en estas cartas muestra la no autenticidad del Opus historicum. Además, no se poseen actualmente más que varios fragmentos desordenados del Opus historicum . “Todas estas piezas , dice el Padre Cayré, sin duda han sido extraídas del ‘Opus Historicum’ antes de fines del siglo IV, y muchas pudieron sufrir interpolaciones, particularmente las cartas de Liberio (libro II), cuya autenticidad además está lejos de ser segura” (23). El propio texto de estas cartas es inverosímil: si Liberio efectivamente hubiera cambiado tanto, ¿cómo es que los romanos lo aceptaron, cuando rechazaron a Félix porque estaba en comunión con los arrianos? ¿Y cómo es que Liberio no fue invitado al Concilio de Rímini? Si la prisión había sido capaz de doblegarlo una vez, ¿por qué los arrianos no trataron de convencerlo nuevamente con sus “buenos modales”? ¿Cómo pudo Liberio escribir luego a los obispos de Italia para reprender con firmeza a los que habían cedido al concilio de Rímini?

El texto de San Atanasio. San Atanasio habla de la caída de Liberio en dos obras, en la Apologia contra arianos , escrita en el 348 y en la Historia arianorum ad monachos, escrita hacia fines del 357. La primera, por tanto, fue escrita unos diez años antes del exilio de Liberio: se sostiene que fue hecha una ampliación de la obra por el autor, pero también pudo haber sido hecha por los arrianos. En cuanto a la segunda obra, ¡fue escrita incluso antes de la supuesta caída de Liberio! La falsificación fue descubierta por un detalle: en el relato de la caída y del fin de la cautividad de Liberio, se habla varias veces del arriano Leoncio como si todavía estuviera vivo. Pero la noticia de su muerte era conocida por Constancio desde su paso por Roma, mucho antes de que diera la orden de liberar al Papa (24).

El texto de San Jerónimo. En cuanto a San Jerónimo, que vivió algunos años después, pudo haber sido víctima de errores, o al relatar lo que los arrianos habían difundido o al considerar como justos ciertos juicios apresurados de San Hilario y San Atanasio. De hecho él afirma que Liberio firmó una fórmula herética: pero la ausencia de una reacción del lado arriano y del lado católico, excluye esta posibilidad. Esto es admitido por historiadores más recientes.

El texto de Filostorgio. Su testimonio no tiene ningún valor. Filostorgio era, en efecto, un arriano faccioso que contaba muchas historias completamente inventadas, en especial contra Atanasio: dijo, entre otras cosas, que este compró con regalos el favor de Constante, hermano de Constancio, que él hizo rebelar a Magnencio contra Constante y que fue el instigador del asesinato de Jorge de Alejandría... ( 25 ).


Otras pruebas de la inocencia de Liberio

La caída de Liberio fue sostenida por los adversarios del Papado, así como por Bossuet en la “Défense de la déclaration gallicane ”, donde niega el privilegio de la jurisdicción universal y de la infalibilidad del Sumo Pontífice. Pero en la última revisión de su obra, Bossuet eliminó todo lo que se refería al Papa Liberio porque no tenía pruebas de ello (26).

Sócrates y Teodoreto atribuyen el fin del exilio de Liberio a la insistencia de los romanos que luego recibieron triunfalmente a Liberio en Roma: lo cual estaría en contradicción con una eventual caída de su parte.

El historiador Rufino, discípulo de Orígenes, escribió, hacia fines del siglo IV, lo siguiente: “Liberio, obispo de la ciudad de Roma, regresó a su patria cuando Constancio todavía estaba vivo; pero no sé con certeza si Constancio lo permitió porque él había irmado o para complacer al pueblo romano que se lo había rogado” (27). Ahora bien, Rufino era de Aquilea, y ciertamente conocía al obispo de esa ciudad, Fortunato, a quien se le atribuye haber impulsado a Liberio a firmar. A pesar de esto, Rufino no tiene noticias seguras sobre esta caída y él mismo admite dudar de ella. Además, si Liberio hubiera cedido, habría habido testimonios de arrianos y se hubiera hecho luego una retractación, no habría sido dejada en silencio: Rufino no habría tenido entonces dificultades para hallar pruebas. Por el contrario, apenas cuarenta años después, él no halla ninguna que disipe su duda.

Los orientales estimaban a Liberio como aquel que siempre había conservado pura la fe: así, San Basilio, San Epifanio, San Ciríaco. San Ambrosio lo llama “Pontífice de bendita y santa memoria”. Fue honrado como santo por los antiguos martirologios latinos, que fijaron su fiesta el 23 o 24 de septiembre; los griegos, coptos y etíopes la fijaron el 27 de agosto (28).


Segunda hipótesis: Liberio aceptó un compromiso

Los defensores de esta posición afirman que, teniendo en cuenta los testimonio unánimes de San Hilario, San Atanasio, San Jerónimo, a los que se añade el de la Collectio Avellana , no se puede negar la caída de Liberio: vencido por los sufrimientos del exilio, terminó por ceder. Probablemente fuera una caída efímera porque, de vuelta en Roma, profesó nuevamente la fe católica. Pero, dicen, su reputación estaba tan disminuida que, mientras vivió Constancio, ya no se le vio en el centro de la controversia con los arrianos (29).

Para la mayoría de los autores, sostiene Llorca-Villoslada-Laboa, él firmó la tercera fórmula de Sirmio, como Sozomeno había hipotetizado: Liberio “cedió” a sus adversarios firmando la fórmula que le presentaron. “Esto no implicaba que él abandonara en modo alguno la causa defendida con tanto ardor... El mismo Atanasio, poco después, usó el mismo sistema con el fin de atraer a los semi-arrianos y de hacer un acuerdo con ellos” (30). Estas palabras parecen dar razón al P. Batiffol: nadie culpó nunca por un acuerdo similar ni a San Hilario, ni a San Atanasio, campeón de la fe, ¿por qué entonces constituiría una caída para Liberio?


En cuanto a la opinión según la cual Liberio fue dejado de lado luego de su regreso a Roma, por lo que ya no realizó nada importante en la lucha contra el arrianismo, es por lo menos discutible. De hecho, de vuelta en Roma, excomulgó a todos los que no reconocieran que la semejanza en todo entre el Padre y el Hijo; luego condenó el concilio de Rímini y reintegró a los obispos en su comunión.

Recordemos acerca de este concilio que, mientras los obispos estuvieron libres, confesaron en gran mayoría (cuatrocientos contra ochenta) la fe de Nicea y condenaron a Arrio. Ahora bien, si Liberio hubiera caído, ¿cómo hubiera podido resistir el episcopado con una fe firme, cuando este previamente había cedido en Arles y Milán? Finalmente, no debemos olvidar que los católicos estaban siendo perseguidos en ese momento y que la libertad de acción de Liberio era sin duda limitada.


Tercera hipótesis: Liberio cayó en la herejía

Las palabras del Papa San Anastasio que hemos citado nos dan la certeza de que Liberio siempre conservó la fe ( 31 ). Sin embargo, podría haber firmado una fórmula herética, engañado de buena fe o llevado por la violencia, sin adherir a ella interiormente: se trataría entonces de una herejía material o de una falta al testimonio de la fe por parte de Liberio.

Ya hemos visto que, según el testimonio de San Jerónimo, son los anticatólicos quienes sostienen que Liberio firmó la primera o la segunda fórmula de Sirmio. Hemos visto que el silencio de los arrianos, los pocos testimonios de los católicos y todo lo que se ha dicho sobre las dos hipótesis anteriores, parece excluir, con mayor razón, esta última hipótesis.


Resolución del caso

La sana filosofía enseña que todo acto humano tiene valor si es realizado libremente, es decir, si es elegido por la voluntad del sujeto. A veces pueden haber obstáculos que impidan el libre ejercicio de la voluntad, por lo que la responsabilidad del acto es disminuida o completamente eliminada. Por otro lado, cuanto más importante y serio es un acto, tanto más requiere amplia libertad para su validez: por ejemplo, un contrato firmado bajo amenaza de muerte no tiene ningún valor.

Un acto del Magisterio de la Iglesia, para ser tal, requiere la máxima libertad de parte del sujeto que lo promulga, ya que es un acto de extrema importancia: en efecto, el Magisterio enseña cuáles son las verdades a creer para obtener la salvación, cuestión de gravísima importancia para la vida de los hombres sobre la tierra. Un documento pontificio arrancado por la fuerza no tiene por tanto ningún valor.

El Papa Liberio se hallaba en el exilio en el 358, cuando obtuvo la libertad. Cualquier cosa que hubiera hecho o dicho bajo la presión de los perseguidores y, en todo caso, en cautiverio (sin querer entrar en el detalle de las hipótesis antes vistas) no tiene por tanto ningún valor para la Iglesia y no es un “acto del Sumo Pontífice”.

En tales circunstancias, la cuestión de la caída de Liberio es de importancia secundaria: el Papa de hecho no usó de su Magisterio. Ya sea que la caída haya tenido lugar o no, ya sea que hubiera firmado o no cosas heréticas o ambiguas, poco importa: el Papa no era libre y, cualquier cosa que hubiera podido decir o hacer, sólo lo comprometía a él mismo, a su conciencia, a su persona, y no a la Iglesia universal. El Papa, en efecto, no tiene el privilegio de la impecabilidad y puede cometer actos contrarios a la ley de Dios: pero esto puede suceder cuando obra en cuanto persona privada, como hombre, y no cuando enseña por medio del Magisterio revistiendo la autoridad del Sumo Pontífice.

Que Liberio haya caído en cuanto hombre, es difícil de decir debido a la discordancia de los textos. Pero lo cierto es que Liberio no cayó en cuanto Papa: antes de ser exiliado, confesó claramente la fe, como durante su coloquio con Constancio, lo que le valió ser prisionero; y también reafirmó la fe después del exilio, condenando el error de quienes rechazaban la fórmula “ semejante en la sustancia y en todo al Padre ”. Esto nos basta para resolver la cuestión. Lo que sea que haya sucedido en Berea de Tracia, eso únicamente tiene que ver con la persona y la conciencia de Liberio. Incluso en aquellos terribles años de herejías y persecuciones, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo permaneció pura y sin mancha, y el Sumo Pontífice conservó la infalibilidad para confirmar a sus hermanos en la fe.




Notas

1) U. BENIGNI , Storia Sociale della Chiesa , vol. II, Da Costantino alla caduta dell’Impero romano, Tomo I, Vallardi Milano 1912, págs. 239-40.
2) ROHRBACHER , Histoire universelle de l’Eglise Catholique , vol. 3, libro 33, París 1872, pág.  81.
3) Liberio se lamentó de estas defecciones con varios obispos, entre los cuales el viejo Osio, obispo de Córdoba, que había participado en el Concilio de Nicea.
4) ROHRBACHER , op. cit. , pág. 585.
5) KARL BAUS, EUGEN EWIG , Storia della Chiesa , L’epoca dei Concili, diretta da H. Jedin, Jaca Book 1980, pág. 45.
6) ROHRBACHER , op. cit. , págs. 585-586.
7) LIBERIUS , Epist. VII, Patrologia, Migne t. VIII, pág. 1356. ROHRBACHER , op. cit. , pág. 741.
8) KARL BAUS , EUGEN EWIG , op. cit. , pág. 46.
9) U. BENIGNI , op. cit. , págs. 241-3.
10) ROHRBACHER , op. cit. , pág. 590. 
11) U. BENIGNI , op. cit. , págs. 244-5, que cita: SÓCRATES , l. 2 c. 37. TEODORETO , H.E. , II, 17; SULP . SEV. II, XLIX. Ver también: R OHRBACHER , op. cit. , pág. 625.
12) SAN HILARIO , De syn. 11, 43, 8. S OZOM . Hist. Eccl. 4, 12. Citado por LLORCA , VILLOSLADA , LABOA ,
Historia de Iglesia Católica , I Edad Antigua, B.A.C. 1990, pág. 414.
13) Bibl. Patrum, t. 4. Citado por ROHRBACHER , op. cit. , pág. 626.
14) L LORCA , V ILLOSLADA , L ABOA , op. cit. , pág. 414.
15) Los autores no están de acuerdo sobre si el cisma
fue iniciado por Lucifer o por sus seguidores después de su muerte.
16) LLORCA , VILLOSLADA, LABOA , op. cit. , pág. 411.
17) Cf. nota 21): se trataría de la tercera fórmula de Sirmio.
18) F R . D I C APUA , Il ritmo prosaico nelle lettere dei papi , Roma 1937, pág. 240.
19) Enc. Cattolica , voz “Liberio”, col. 1270-1.
20) Epist. “ Dat mihi ”, D. S. 209.
21) SOZOMENO , HE 4, 14-15. Citado por KARL BAUS , EUGEN EWIG , op. cit. , págs. 49-50.
22) Hilario, en el Tratado “ De Synodis ”, llama a los semi-arrianos “hermanos” y “hombres santos”.
23) F. C AYRÉ , A. A, Patrologie et Histoire de la Théologie , Tomo I, Desclée 1953, pág. 412.
24) ROHRBACHER , op. cit. , pág. 626.
25) U. BENIGNI , op. cit. , págs. 234-241. Filostorgio es autor de una historia eclesiástica, de la nos quedan fragmentos elegidos por Focio.
26) ROHRBACHER , op. cit. , pág. 625.
27) RUFINO , Hist. Eccl. I, 127. Citado por P. ALBERS , S . J ., Manuel d’histoire ecclésiastique , París 1919, T. I, pág. 189.
28) R OHRBACHER , op. cit. , pág. 590; vol. 4, libro 35, pág. 20.
29) KARL BAUS , EUGENE EWIG , op. cit. , pág. 49.
30) LLORCA, VILLOSLADA , LABOA , op. cit. , págs. 412-3.
31) Para un católico la enseñanza del Papa significa certeza absoluta, por lo cual todo fiel está obligado a abrazar, tanto en el foro externo como en el foro interno, la doctrina enseñada.





Sea todo a la mayor gloria de Dios.




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