En aquel tiempo: Cuando Jesús bajó de la montaña, le fueron siguiendo grandes muchedumbres. Y he aquí que un leproso se aproximó, se prosternó delante de Él y le dijo: “Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme”. Y Él, tendiéndole su mano, lo tocó y le dijo: “Quiero, queda limpio”, y al punto fue sanado de su lepra. Díjole entonces Jesús: “Mira, no lo digas a nadie; sino ve a mostrarte al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita por Moisés, para que les sirva de testimonio”. Cuando hubo entrado en Cafarnaúm, se le aproximó un centurión y le suplicó, diciendo: “Señor, mi criado está en casa, postrado, paralítico, y sufre terriblemente”. Y Él le dijo: “Yo iré y lo sanare”. Pero el centurión replicó diciendo: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mas solamente dilo con una palabra y quedará sano mi criado. Porque también yo, que soy un subordinado, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Ve” y él va; a aquél: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace”. Jesús se admiró al oírlo, y dijo a los que le seguían: “En verdad, os digo, en ninguno de Israel he hallado tanta fe”. Os digo pues: “Muchos llegarán del Oriente y del Occidente y se reclinarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allá será el llanto y el rechinar de dientes”. Y dijo Jesús al centurión: “Anda; como creíste, se te cumpla”. Y el criado en esa misma hora fue sanado.
Mateo VIII, 1-13
Domingueras Prédicas I
R.P. Leonardo Castellani
Domingo Tercero después de Epifanía.
(Hoy es el día de San Centurión, se puede decir).
El Evangelio de hoy nos trae dos milagros de Cristo, la curación de un leproso y la del siervo del Centurión romano. Cristo se muestra en ellos benéfico, humilde y religioso: religioso, porque manda al leproso curado cumplir la Ley de Moisés; humilde, porque hace sencillamente lo que él le indica: "Quiero: sé limpio"; y benéfico, como siempre, en toda su vida.
El episodio del Centurión, es uno de los centrales del Evangelio, pues contiene el tremendo anuncio de la entrada de los Gentiles en el Reino de Dios (o sea la Iglesia) y el rechazo de los judíos; por primera vez lo anuncia Cristo claramente; y después lo va a repetir no menos claramente al fin de su predicación. La causa principal de su muerte o asesinato legal fue ésta: el Mesías esperado no solamente era diferente de lo que ellos esperaban, no solamente negaba que ellos iban a dominar a Roma -y al mundo- por las armas, sino que les anunciaba ¡que el Reino de Dios les iba a ser retirado!
Es el anuncio del acontecimiento más grande de la historia del mundo: más grande que la fundación de Roma, las conquistas de Alejandro, la caída del Imperio Romano o el descubrimiento de América: a saber, la fundación de la Iglesia Católica, es decir, Universal, y la caída y dispersión de Israel, dos acontecimientos paralelos que duran hasta nuestros días, y son, por decirlo así, supra-históricos.
El Centurión (o Capitán) que suscitó esta revelación fue un santo: no ha sido canonizado e ignoramos su nombre, pero en mi tierra los criollos bautizan a veces a sus hijos con el nombre de "Centurión", y también existe el apellido Centurión. Digo que fue un santo porque Cristo mismo lo canonizó: "En verdad os digo, no he encontrado tamaña fe en Israel". Era bondadoso, humilde y religioso como el Maestro.
Era extraordinariamente bondadoso porque hizo todo este empeño personal en favor de un sirviente, paralítico, al cual "apreciaba como un tesoro" -dice San Lucas. Que un Romano hiciera todo eso por un judío es excepcional, único.
Era humilde, resplandece su humildad en toda su conducta: "Señor, no soy digno de que entres en mi pobre morada". Otro Romano hubiese dicho al revés: "No eres digno, tú, Judío, de entrar en mi casa". Mandó delante dél, para que intercediesen por él, Jefe de la guarnición de Cafarnaum, primero a unos ancianos judíos, después algunos amigos romanos, y después se presento él y dijo simplemente su plegaria: "Señor, mi muchacho yace en casa paralitico y sufre malamente". Cristo le dijo: "Yo iré y lo curaré". Y entonces él hizo su sorprendente declaración, que equivale al reconocimiento de Cristo como Enviado de Dios y muy unido con Dios.
Era pues muy religioso: los ancianos judíos que lo precedieron le dijeron a Cristo: "Es un hombre muy bueno: nos ha edificado una Sinagoga"; que fue probablemente la Sinagoga donde Cristo más tarde hará su recitado sobre la Eucaristía. Probablemente era un "prosélito", que quería abrazar el monoteísmo judío; los judíos los admitían, pero los hacían esperar mucho y pasar por pruebas tremendas antes de circuncidarlos.
Le pidió a Cristo lo curara desde allí, mostrando creía que Cristo era Dios o poco menos que Dios, pues tenía sobre la vida y la muerte ese dominio estupendo; parecido al que él mismo tenía sobre sus soldados: "Porque yo soy un hombre con autoridad, y le digo a un recluta "Vete" y se va; "Ven", y viene; "Haz esto", y lo hace. Mas tú di una sola palabra y será sano mi siervo". O sea, que así como él estaba dentro de una jerarquía y obedecía órdenes y también era obedecido, así Cristo estaba en una jerarquía superior, sobrenatural, y podía dar órdenes a la vida y a la muerte. Y Cristo obedeció esta vez al Centurión lo mismo que al leproso. Y ni siquiera dijo la palabra "¡Paralítico, levántate!", sino que le dijo humildemente, como al leproso: "Sea hecho como quieres".
Los tres Centuriones romanos que salen en el Nuevo Testamento son buena gente, gente religiosa. El ejército romano era una institución de la cual no hay ejemplo hoy en el mundo: estaban firmemente disciplinados, eran religiosos, no estaban nunca ociosos, pues cuando no guerreaban construían calzadas, viaductos y acueductos en toda Europa, que aun todavía duran y no tenían 3.000 ó 4.000 Generales, sino que en cada caso un Centurión distinguido era nombrado jefe de una Legión con el nombre de "Imperator", o sea Comandante. Hilaire Belloc, en su libro La Crisis de Nuestra Civilización enseña que el Ejército Romano y la Iglesia Católica salvaron nuestra civilización en los siglos borrascosos que siguieron a la división y después a la fragmentación del Imperio: el caos que vino después de Diocleciano, o más bien después de Filipo el Árabe.
"En verdad os digo que vendrán muchos del Oriente y el Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán en el Reino con Abraham, Isaac y ]acob, y los hijos del Reino serán arrojados fuera; y entonces será el llanto y el crujir de dientes". ¿Cómo fue posible que los judíos que estaban hacía casi 2.000 años esperando el Rey Salvador, Mesh-i-á, o sea el Ungido, en griego Christos; y toda la vida de la nación, su culto, su poesía, su literatura y sus costumbres giraba en torno desa espera; cuando llega el Mesías no sólo lo desconocen, sino que lo asesinan; y persiguen después a sus discípulos? ¿Cómo pudo suceder tal cosa?
Es la más grande tragedia; y su clave es la corrupción de la religión. En el último de los profetas, Malaquías, que vivió cuatro siglos y medio antes de Cristo, vemos el comienzo desa corrupción, el comienzo del fariseísmo, que una enérgica reforma religiosa hecha por el Gobernador Nehemías y el mismo Profeta, detuvo por un tiempo pero no pudo apagar. Malaquías reprende sobre todo a los sacerdotes, de hacer trampa en los sacrificios por codicia de dinero y de haber perdido la fe, porque dicen: "¿De qué nos ha servido andar tristes por servir a Dios? A los que no sirven a Dios les va bien". Gran injuria a Dios es decir eso -y más un sacerdote.
En cuanto al pueblo, Malaquías se levanta contra la explotación de los pobres y el desarreglo de los Matrimonios por causa de los divorcios. El divorcio estaba en la Ley de Moisés; pero Malaquías, precediendo al Evangelio de Cristo, lo desaprueba.
Después predice la venida de San Juan Bautista, el Precursor; la gloria del nuevo templo, entonces reedificado, en el cual entraría el Mesías, "el Dominador que vosotros buscáis y el ángel del Testamento que vosotros esperáis"; y la sustitución de los sacrificios sangrientos por un sacrificio puro, agradable a Dios y universal, que se celebrará en todo el mundo; y es el que ahora estamos celebrando.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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