martes, 26 de febrero de 2019

Sedevacante: La Objeción del Ultramontanismo






LA OBJECIÓN DEL ULTRAMONTANISMO

Respuesta a una acusación equivocada ...

[Los sedevacantistas] escuchamos continuamente estas acusaciones: “¡Papólatras!” – “¡ papistas positivistas!” – “¡Hiperpapistas!” – “¡Ultramontanos!” . Entre los que se consideran católicos tradicionales pero aceptan la pretensión de Francisco de ser el Papa, la doctrina católica en el papado no es muy popular, y es fácil ver por qué: Hacer entrar a Jorge Bergoglio dentro del esquema del papado produce resultados grotescos.

Epítetos como los mencionados se nos arrojan a los sedevacantistas porque proclamamos, como todos los católicos lo hicieron hasta la muerte del Papa Pío XII en 1958, que la enseñanza del Romano Pontífice requiere nuestra sumisión y que  no está sujeta a revisión, crítica o validación por cualquier Pedro o Juan que tenga  acceso al  Denzinger y sabe cómo presionar/”publicar” en un portal de blogs. Pero para las personas que aceptan que Bergoglio es Papa, la verdad católica sobre el papado es difícil de soportar (véase Jn 6:61).

Por ejemplo: el “P.” John Hunwicke, un convertido al Novus Ordo del anglicanismo, le gusta quejarse de un “ultra-hiper-papismo” que ve en aquellos que defienden las enseñanzas tradicionales sobre el papado, ya sea enunciadas y aplicadas por Novus Ordos que piensa que Francisco es el Papa o por sedevacantistas, que saben que no lo es. El colaborador del Catholic Herald el “P.” Alexander Lucie-Smith entra en esta categoría cuando afirma que apelar a la autoridad del Papa en lugar de apelar al Magisterio (¿eh?) constituye la característica del “Ultramontanismo”, que él llama el “descendiente deformado e ilegítimo” del ministerio petrino – pero irónicamente apela a la supuesta autoridad del “Papa” Benedicto XVI para respaldar su afirmación. En octubre del año pasado, el portavoz de la muy publicitada Corrección Filial, el Dr. Joseph Shaw, proclamó con confianza la “muerte” del Ultramontanismo cuando en realidad debería haber proclamado la muerte de la idea de que Francisco podría ser el Papa. Y luego, por supuesto, están los habituales comediantes pseudo-teológicos como Hilary White y Steve Skojec, cuyos mensajes y tweets son fuertes en retórica pero infaliblemente carecen de una teología seria. A estos últimos con seguridad podemos ignorarlos.

Pero mientras que las semi-tradis están emocionadas por haber encontrado una etiqueta que suena erudita para abofetear a sus oponentes teológicos, ¿cuántos de ellos siquiera saben qué es realmente el Ultramontanismo y qué significó este término en la historia de la Iglesia?

El objetivo de este post es aclarar la verdadera naturaleza del ultramontanismo, recordarles a todos lo que la Iglesia enseña sobre el Papa y la obligación de todos los católicos de someterse a él, y refutar algunas instancias específicas con las que los Novus Ordos de alto perfil han argumentado en contra de esta obligación.


Acusaciones Equivocadas

Comenzaremos por echar un vistazo a las recientes afirmaciones hechas por cinco personalidades del Novus Ordo que han tratado de contener el daño que el “Papa” Francisco está haciendo, distorsionando, de una manera u de otra, la enseñanza católica sobre la sumisión al Papa. Responderemos directamente a sus puntos al final de este artículo; por ahora, simplemente les dejaremos declarar sus argumentos:

(1) “Obispo” Athanasius Schneider

Tercero, el Papa no puede ser el punto focal de la vida diaria de la fe de un fiel católico. El punto focal debe ser Cristo. De lo contrario, nos convertimos en víctimas de un papa-centrismo insano o de una especie de papolatría, una actitud que es ajena a la tradición de los Apóstoles, de los Padres de la Iglesia y de la gran tradición de la Iglesia. El llamado “ultramontanismo” de los siglos XIX  y XX alcanzó su apogeo en nuestros días y creó un papa-centrismo y papolatría insanos. Para mencionar solo un ejemplo: Hubo en Roma a finales del siglo XIX un famoso monseñor que dirigía a los diferentes grupos de peregrinos en las audiencias papales. Antes de dejarlos entrar para ver y escuchar al Papa, les decía: “Escuchen atentamente las palabras infalibles que saldrán de la boca del Vicario de Cristo”. Seguramente tal actitud es una caricatura pura del ministerio petrino y contraria a la doctrina de la Iglesia. Sin embargo, incluso en nuestros días, no pocos católicos, sacerdotes y obispos muestran sustancialmente la misma actitud caricaturesca hacia el sagrado ministerio del sucesor de Pedro.
(Fuente)

(2) Edward Feser
Los protestantes a veces acusan a los católicos de creer que un Papa tiene la autoridad para inventar nuevas doctrinas o incluso para contradecir las Escrituras. Si un Papa decidiera un día agregar una cuarta Persona a la Trinidad, o declarar el aborto moralmente permisible, o eliminar el Sexto Mandamiento, entonces – según esta idea – los católicos estarían obligados a decir con fuerza y entusiasmados “Sí”. , señor! “, y se alinean robóticamente con la nueva doctrina del día. Llámenlo la “una brutal Caricatura Protestante” de la autoridad papal. (Para ser justos, debe reconocerse que hay muchos protestantes que no creen en la brutal caricatura protestante. Pero, desafortunadamente, hay algunos católicos excesivamente celosos e insuficientemente informados que esencialmente creen en la brutal caricatura protestante).
(Fuente)


(3) Claudio Pierantoni

[Entrevistador:] ¿Hasta qué punto el movimiento neoconservador en la Iglesia es responsable de crear esta crisis al confundir (a lo largo de muchos años) el ultramontanismo con la ortodoxia?
[Claudio Pierantoni:] Ciertamente hay una cierta responsabilidad: con demasiada frecuencia ha sido el caso que mucha gente dice que algo es cierto “porque el Papa lo dijo”, evitando el problema de estudiar las fuentes de la Tradición y las Escrituras, y también el dificultad para pensar tenirndo en cuenta los fundamentos filosóficos de la ética. Esto es definitivamente algo que tenemos que corregir: el papado es un regalo inmenso para los católicos, pero no debe convertirse en un incentivo para la ignorancia y la pereza, como cuando las personas adoptan la posición del Papa sin crítica, sin realmente examinar o entender los problemas.
(Fuente)

(4) Joseph Shaw
¿Qué pueden hacer los Ultramontanos  ante esta situación, con una visión exagerada de la autoridad papal tan prominente en el debate sobre Amoris laetitia ?
Ahora bien , la línea oficial ultramontanista es que la autoridad papal, siendo suprema y (para propósitos prácticos, siempre) infalible, nunca puede ser contradictoria. Pero entre estas dos declaraciones papales hay una contradicción tan clara como la nariz de tu cara. La sugerencia de que la declaración de 2017 es un “desarrollo” o una “aclaración” de lo que se dijo en 1952, o que saca consecuencias de esta y otras expresiones de la enseñanza de la Iglesia sobre la pena capital a lo largo de los siglos, no es algo que uno necesite duscutir. Es simplemente una locura.
Pero para aquellos que desean discutir, una simple prueba del desarrollo de la doctrina es preguntar si los autores posteriores pueden continuar aceptando las expresiones anteriores de una doctrina como verdaderas. Por lo tanto, encontramos que la discusión de la gracia en Agustín carece de algunas distinciones desarrolladas por autores posteriores y utilizadas en afirmaciones dogmáticas, pero Agustín no está por eso equivocado,  y lo que escribe no es, en retrospectiva, herejía . A veces puede ser engañoso citar a Agustín sobre la gracia, pero no es necesario contradecirlo. En este caso, por el contrario, es evidente que el Papa Francisco no está de acuerdo  con el Papa Pío XII: no pueden ambos tener la razón.
Los ultramontanos de hoy están en un aprieto, por lo tanto. Para mantener la autoridad suprema y (para propósitos prácticos, siempre) infalible del Papa Francisco, van a tener que admitir que la autoridad del Papa Pío XII no era tan suprema ni infalible después de todo.
(Fuente)

(5) “Fr.” Mark Drew

La tendencia que llamamos ultramontanismo, que pone un peso exagerado en la voluntad de los papas individuales y minimiza los límites que la ley divina otorga a sus prerrogativas, ha sido influyente durante siglos. Las verdades de nuestra fe fueron reveladas por Dios a través de los Apóstoles y la tarea del Papa no es presidir dando nuevas revelaciones sino preservar y enseñar lo que se ha transmitido.
(Fuente)

A medida que el caótico pseudo-pontificado de Francisco continúa, podemos esperar ver que se hagan cada vez más este tipo de afirmaciones. Es importante, por lo tanto, que se establezcan claramente se compare  el Ultramontanismo y los límites divinamente establecidos del papado.

Históricamente hablando, cualquiera que use el epíteto “Ultramontanismo” para referirse a una noción errónea de la autoridad papal se encuentra en malas compañías. Desde al menos el tiempo de la Reforma Protestante, aquellos que usaron el término “Ultramontanos” para ridiculizar a los católicos leales al Papa estuvieron casi siempre del lado de los enemigos de la Iglesia, o al menos abogaron por una postura que finalmente fue rechazada. De hecho, en 1873, varios años después del cierre del Concilio Vaticano I, el Papa Pío IX tuvo motivos para quejarse de aquéllos que usaban esa etiqueta para hablar mal de la obediencia genuina y celosa al Papa. Dirigiéndose al Círculo de San Ambrosio de Milán, Pío IX advirtió a los llamados “católicos liberales” que “se indignan ante cualquier cosa que pareciera una devoción total y absoluta al servicio de los deseos y demandas de la Santa Sede” y que “era la propia de  los  hijos más celosos y obedientes,  ultramontanos o jesuitas” (Carta apostólica por Tristissima, extracto en  Enseñanzas papales: La Iglesia, n. 418).

Cualquiera, entonces, que se considere a sí mismo como un verdadero católico, es mejor que lo piense dos veces antes de denunciar el “ultramontanismo”. Si la historia enseña algo, lo acertado está en rechazar esa posición.


¿”Papolatría” o simplemente adhesión a la enseñanza católica?

Lo que cada vez más semi-tradicionalistas están denunciando como “Ultramontanismo”, “Papolatría” o “Positivismo Papal” es en realidad simplemente la enseñanza católica de sumisión al Romano Pontífice, una sumisión que debe ser dada no sólo cuando habla infaliblemente, es decir, cuando define un dogma sino también cuando ejerce su Magisterio ordinario [N. Que también puede ser infalible y cuando elabora leyes disciplinarias (por cierto, las leyes también son infalibles si son universales).

Vemos esto claramente enseñado, por ejemplo, por el Papa Pío IX:

Esta silla [de Pedro] es el centro de la verdad y la unidad católica, es decir, la cabeza, la madre y la maestra de todas las Iglesias y a la que se debe ofrecer honor y obediencia. Cada iglesia debe estar de acuerdo con ella por su mayor preeminencia, es decir, aquellas personas que son en todos los aspectos fieles…
Ahora sabéis bien que los enemigos más letales de la religión católica siempre han librado una guerra feroz, pero sin éxito, contra esta Sede y de ninguna manera ignoran el hecho de que la religión misma no puede tambalearse y caer mientras esta sede permanezca intacta, la sede que descansa sobre la roca que las orgullosas puertas del infierno no pueden derrocar y en la que existe la total y perfecta solidez de la Religión cristiana. Por lo tanto, debido a su especial fe en la Iglesia y especial piedad hacia la misma Cátedra de Pedro, os exhortamos a dirigir constantes esfuerzos para que los fieles de Francia puedan evitar los artificiosos engaños y errores de estos conspiradores y desarrollar una vida más filial con afecto y obediencia a esta Sede Apostólica. Estad atentos en actos y palabras, para que los fieles puedan crecer en el amor de esta Santa Sede, la veneren y la acepten con completa obediencia; ellos deberían ejecutar cualquier cosa que la propia Sede enseñe, determine y decrete.
(Papa Pío IX, Encíclica  Inter Multiplices)

Ni podemos pasar en silencio la audacia de quienes, no pudiendo tolerar los principios de la sana doctrina, pretenden "que a las sentencias y decretos de la Sede Apostólica, que tienen por objeto el bien general de la Iglesia, y sus derechos y su disciplina, mientras no toquen a los dogmas de la fe y de las costumbres, se les puede negar asentimiento y obediencia, sin pecado y sin ningún quebranto de la profesión de católico". Esta pretensión es tan contraria al dogma católico de la plena potestad divinamente dada por el mismo Cristo Nuestro Señor al Romano Pontífice para apacentar, regir y gobernar la Iglesia, que no hay quien no lo vea y entienda clara y abiertamente.
(Papa Pío IX,  Encíclica Quanta Cura)

En una Carta Apostólica al Arzobispo de Munich-Freising del 21 de diciembre de 1863, el mismo Papa señaló: 

… no es suficiente que los católicos eruditos acepten y veneren los dogmas de la Iglesia antes mencionados, sino que también es necesario someterse a las decisiones relativas a la doctrina que emiten las Congregaciones Pontificias, y también a aquellas formas de doctrina que se sostienen por el consentimiento común y constante de los católicos como verdades teológicas y conclusiones, tan cierto que las opiniones opuestas a estas mismas formas de doctrina, aunque no pueden llamarse heréticas, sin embargo merecen alguna censura teológica.
(Papa Pío IX, Carta Apostólica Tuas Libenter, Denz. 1684)

En esta línea, el Papa León XIII le recordó al Arzobispo de París en 1885:

A los pastores se les dio todo el poder para enseñar, juzgar, dirigir; a los fieles se les impuso el deber de seguir sus enseñanzas, de someterse dócilmente a su juicio y de dejarse gobernar, corregir y guiar por ellos en el camino de la salvación. Por lo tanto, es absolutamente necesario que los simples fieles se sometan con la mente y el corazón a sus propios pastores, y que estos últimos se sometan con ellos a la Cabeza y al Pastor Supremo.
… es dar prueba de una sumisión que está lejos de ser sincera establecer algún tipo de oposición entre un Pontífice y otro. Aquéllos que, enfrentados con dos directivas diferentes, rechazan la presente para aferrarse a la del pasado, no dan prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos; y en cierto modo se parecen a aquéllos que, al recibir una condena, desearían apelar a un futuro Concilio, o a un Papa que esté mejor informado.
(Carta Apostólica Epistola Tua)

Esta es la enseñanza católica, y no es difícil de entender ni difícil de aceptar para un católico, cuyo entendimiento  está “preso  … de la obediencia a Cristo” (2 Cor 10: 5).


El Verdadero Significado del Ultramontanismo

¿Qué es, entonces, el Ultramontanismo?

Para entender el término y su uso, consultaremos algunas fuentes diferentes. La definición más concisa del término es quizás la que se encuentra en Attwater’s Catholic Dictionary :

ULTRAMONTANISMO (Lat., Ultra , más allá, de los  montes, de las montañas). Un término inventado por los galicanos para describir las doctrinas y las políticas que confirman la plena autoridad de la Santa Sede. El nombre y el adjetivo  ultramontano fue utilizado hasta fines del siglo XIX (especialmente en el momento del Concilio Vaticano), y todavía es a veces, utilizado generalmente por polemistas no católicos, para describir la exageración real o supuesta de las prerrogativas papales en aquéllos que los apoyan..
(Donald Attwater, ed., A Catholic Dictionary, 3ª ed. [Nueva York, NY: Macmillan Publishing Co., 1961], sv “Ultramontanismo”; cursiva y negrita Una explicación mucho más elaborada, escrita por el famoso maestro antimodernista. Umberto Benigni, se encuentra en la Enciclopedia Católica de 1912:

Un término usado para denotar el catolicismo integral y activo, porque reconoce como su cabeza espiritual al Papa, que, para la mayor parte de Europa, es un habitante más allá de las montañas ( ultra montes ), es decir, más allá de los Alpes …
En un sentido muy diferente, la palabra una vez más entró en uso después de la Reforma Protestante, que fue, entre otras cosas, un triunfo de ese particularismo eclesiástico, basado en principios políticos, que fue formulado en la máxima: Cujus regio, ejus religio . Entre los gobiernos y pueblos católicos, gradualmente se desarrolló una tendencia análoga a considerar el papado como una potencia extranjera; El galicanismo y todas las formas del regalismo francés y alemán llevaron a considerar a la Santa Sede como una potencia extranjera porque estaba más allá de los límites alpinos tanto del reino francés como del imperio alemán. Los Galicanos daban nombre de Ultramontano a los partidarios de las doctrinas romanas, ya fuera acerca del carácter monárquico del Papa en el gobierno de la Iglesia o del infalible magisterio pontificio, ya que se suponía que éstos debían renunciar a las “libertades galicanas” en favor del jefe de la Iglesia que residía ultra los montes . Este uso de la palabra no era del todo novedoso; Ya en la época de Gregorio VII, los oponentes de Enrique IV en Alemania habían sido llamados Ultramontanos (ultramontani). En ambos casos, el término tenía la intención de ser oprobioso, o al menos transmitir la imputación de quien tenía apego al propio príncipe, o su país, o su Iglesia nacional.
En el siglo XVIII, la palabra pasó de Francia a Alemania, donde fue adoptada por los febronianos, los joseministas y los racionalistas, que se llamaban a sí mismos católicos, para designar a los teólogos y fieles sumisos a la Santa Sede. Por tanto, adquirió un significado mucho más amplio, siendo aplicable a todos los católicos romanos dignos de ese nombre. La Revolución adoptó este término polémico del antiguo régimen: el “Estado Divino”, anteriormente personificado en el príncipe, ahora encontró su personificación en el pueblo, volviéndose más “Divino” que nunca a medida que el Estado se volvía cada vez más laico e irreligioso, y , tanto en principio como de hecho, negaron a cualquier otro dios excepto a sí mismo. En presencia de esta nueva forma de adoración del antiguo estado, el “Ultramontano” es el antagonista de los ateos tanto como de los creyentes no católicos, afectados del Bismarckian Kulturkampf , de los liberales nacionales frente a los ortodoxos Los protestantes eran el alma. Así, la palabra llegó a aplicarse más especialmente en Alemania desde las primeras décadas del siglo XIX. En los frecuentes conflictos entre Iglesia y Estado, los partidarios de la libertad e independencia de la Iglesia frente al Estado se llaman Ultramontanos. El [Primer] Concilio Vaticano atrajo naturalmente numerosos ataques escritos contra el Ultramontanismo. Cuando el Centro se formó como un partido político, se lo llamó así por oposición al partido Ultramontano. En unos pocos años, la “Reichsverband Anti-Ultramontana” nació para combatir el Centro y, al mismo tiempo, el catolicismo en su conjunto.
… Para los católicos sería superfluo preguntar si el ultramontanismo y el catolicismo son la misma cosa: sin duda, los que combaten el ultramontanismo de hecho están combatiendo el catolicismo, incluso cuando niegan el deseo de oponerse.
( Catholic Encyclopedia, sv “Ultramontanismo”; cursiva dada.)

Entonces, el Ultramontanismo y el Catolicismo son lo mismo . Si no recuerdas nada más sobre esta publicación, recuerda eso.

Vemos esto confirmado, por ejemplo, por el monje benedictino Dom Cuthbert Butler, quien escribe en su excelente libro sobre el concilio:

Debería decirse una palabra sobre el término “ultramontano”, que designa lo que en realidad era la doctrina romana. Desde el [Primer] Concilio Vaticano ya no hay lugar para el término ‘Ultramontanismo’; porque esa doctrina del Papado, para todos en comunión con la Santa Sede, ha sido sellada como catolicismo, tanto como en Nicea lo que había sido “Atanasianismo” fue sellado como Catolicismo. Pero hasta ese Concilio, estrictamente hablando, no fue así; porque la posición galicana todavía era permisible dentro de los límites de la Iglesia Católica …
Es conveniente, de hecho necesario, cuando se escribe sobre el Concilio Vaticano, tener algún nombre para la escuela opuesta al galicanismo; y sale al paso nada menos que el término Ultramontanismo. El resultado del Concilio fue identificar el Ultramontanismo con las escuelas teológicas romanas, tal como formuló Bellarmino, el catolicismo, con lo aue  el galicanismo terminó siendo descartado.
(Dom Cuthbert Butler, El Concilio Vaticano 1869-1870 [Westminster, MD: The Newman Press, 1962], p.42)

La edición Novus Ordo de la Enciclopedia Católica , llamada Nueva Enciclopedia Católica , tiene lo siguiente en “Ultramontanismo”:

Un término creado en el siglo XIX (junto con su oponente dialéctico galicanismo) para describir a los defensores de la visión romana del papado (desde el otro lado de los Alpes) contra la concepción nacional alemana o francesa. En la Edad Media, a medida que los reclamos papales de poder y autoridad se volvieron más precisos y más extremos, fueron respaldados por canonistas y teólogos de todos los países que bien podrían llamarse “proto- ultramontanos”, pero es solo en posteriores controversias que la designación se volvió totalmente operativa, ya que no solo versaban sobre particularidades eclesiológicas, sino sobre dos visiones del catolicismo. Este “ultramontanismo temprano” representaba la preocupación de mantener o restaurar una fuerte identidad católica centrándose en el centro romano y desarrollando características comunes susceptibles de reunir y expandir la cristiandad. Por lo tanto, a la defensa de las prerrogativas romanas y la eclesiología piramidal se asoció un programa misionero contundente. En esta perspectiva, hay una continuidad directa entre el “romanismo” post-tridentino y el ultramontanismo del siglo XIX.
Después del Vaticano I, el concepto de ultramontanismo es solo analógico, por ejemplo en la calificación de las perspectivas “integristas ” que surgieron durante la crisis modernista, o de las oposiciones a la doctrina de colegialidad del Vaticano II [ha!].
(Thomas Carson y Joann Cerrito, eds., New Catholic Encyclopedia , 2nd ed., Vol. 14 [Detroit, MI: Thomson / Gale, 2003], sv “Ultramontanism”, pp. 283, 285)

Esto aclara las cosas bastante, ¿no?

Como vimos anteriormente, la gran antítesis del ultramontanismo en el siglo XIX fue el galicanismo, que buscaba frenar y relativizar la autoridad papal en favor de los obispos, a diferencia de lo que escuchamos en nuestros días de la Sociedad de San Pío X y sus adláteres teológicos. Algunas tesis centrales del galicanismo ya habían sido condenadas por los Papas Inocencio XI (en 1682), Alejandro VIII (en 1690, ver Denz. 1322-1326) y Pío VI (en 1794, ver Denz. 1599). El Galicanismo fue definitivamente rechazado como herético por el Concilio Vaticano I y “ahora es profesado únicamente por la secta herética de los Viejos Católicos”, escribe Attwater a fines de la década de 1950 ( Catholic Dictionary , sv “Gallicanism”).

En nuestros días, desafortunadamente, el Galicanismo ha regresado, al ser utilizado por los Novus Ordos y los semi-tradicionalistas que intentan explicar el “pontificado” de Francisco modificando la enseñanza católica sobre el Papado en vez de modificar su creencia en el estatus de Jorge Bergoglio.


Errores Viejos y Nuevos

Ahora bien, es cierto que en el pasado también hubo algunos individuos que exageraron la verdadera enseñanza católica sobre el papado; por ejemplo, al extender la infalibilidad papal mucho más allá de los límites estrictos definidos más tarde por el Vaticano I. Butler llama a esto un “Nuevo Ultramontanismo” (ver El Concilio Vaticano 1869-1870, pp. 44-62). Este error, sin embargo, no parece haber sido generalizado y se limitó solo a algún tiempo antes del concilio.

En nuestros días, uno de los principales errores definitivamente no es la extensión de la infalibilidad papal a cada enunciado que haga el Papa. Más bien, la idea es una equivocación más peligrosa y fundamental, una de las más populares entre los seguidores de la Sociedad de San Pío X y otros semi-tradicionalistas, que proclaman que a menos que algo sea proclamado infaliblemente [N. Solemnemente], entonces es opcional para los fieles el adherirse a ello  y, negando que sea inerrante, incluso pueden llegar a decir que contiene herejía y blasfemia. No solo esto no se sigue, sino que también se opone claramente a la enseñanza católica y supone que la autoridad de la Iglesia está esencialmente enraizada en su incapacidad para equivocarse, pero esto también es falso, como explicó una vez el Canon George Smith:

Aquí radica la fuente de la obligación de creer lo que la Iglesia enseña. La Iglesia posee la comisión divina para enseñar y, por lo tanto, surge en los fieles la obligación moral de creer en ello , lo que en última instancia se basa no en la infalibilidad de la Iglesia, sino en el soberano derecho de Dios a la sumisión y lealtad intelectual (obsequium rationabile) de Sus criaturas: “El que creyere … se salvará; pero el que no creyere, será condenado” [Mc 16, 16]. Es el derecho dado por Dios a la Iglesia para enseñar, y por lo tanto es el deber fundamental de los fieles creer.
Pero la creencia, aunque obligatoria, es posible solo a condición de que la enseñanza propuesta esté garantizada como creíble. Y, por lo tanto, Cristo añadió a su comisión para enseñar la promesa de la asistencia divina: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo” [Mt 28:20]. Esta asistencia divina implica que, de todos modos, dentro de cierta esfera, la Iglesia enseña infaliblemente; y en consecuencia, al menos dentro de esos límites, la credibilidad de su enseñanza está fuera de toda duda. Cuando la Iglesia enseña infaliblemente, los fieles saben que lo que ella enseña pertenece, directa o indirectamente, al depositum fidei que Cristo le confió; y su fe se funda, inmediata o mediatamente, en la autoridad divina. Pero la infalibilidad de la Iglesia no hace, precisamente como tal, que la creencia sea obligatoria. Hace que su enseñanza sea divinamente creíble. Lo que hace que la creencia sea obligatoria es su mandato divino de enseñar.
… Por lo tanto, ya sea que su enseñanza esté garantizada por infalibilidad o no, la Iglesia es siempre la maestra y guardiana divinamente designada de la verdad revelada y, en consecuencia, la autoridad suprema de la Iglesia, incluso cuando no interviene para tomar una decisión infalible y definitiva sobre asuntos de fe o moral, tiene el derecho, en virtud del comisión divina, de ordenar el consentimiento obediente de los fieles. En ausencia de infalibilidad, el asentimiento así exigido no puede ser el de la fe, ya sea católica o eclesiástica; será un asentimiento de un orden inferior proporcionado a su motivo o motivo. Pero cualquiera que sea el nombre que se le haya dado, por el momento podemos llamarlo creencia, es obligatorio; obligatorio no porque la enseñanza sea infalible, no lo es, sino porque es la enseñanza de la Iglesia divinamente designada. Es el deber de la Iglesia, como ha señalado [el cardenal Johann] Franzelin, no solo enseñar la doctrina revelada sino también protegerla, y por lo tanto, la Santa Sede “puede prescribir que se sigan o se proscriban para evitar las opiniones teológicas” u opiniones relacionadas con la teología, no solo con la intención de decidir infaliblemente la verdad mediante un pronunciamiento definitivo, sino también -sin intención alguna- meramente con el propósito de salvaguardar la  seguridad  de la doctrina católica “. Si es el deber de la Iglesia, aunque no infaliblemente, el “prescribir o proscribir” doctrinas con este fin, entonces evidentemente también es deber de los fieles aceptarlas o rechazarlos según sea el caso.
(Canon George Smith, “¿Debo creerlo?”, The Clergy Review , volumen 9 [abril de 1935], págs. 296-309; cursiva en el original).

Esta es una declaración concisa de la posición católica, y tiene todo el sentido del mundo.

Decir que una declaración no infalible podría contener algo que es teológicamente insuficiente o incluso erróneo y, por lo tanto, que admite una revisión posterior es una cosa; decir que una declaración no infalible podría contradecir la Revelación divina u otras verdades conocidas que la Iglesia ha enseñado y creído durante mucho tiempo, es otra muy distinta. Una institución que puede promulgar como parte de su enseñanza oficial al mundo algo que contradice manifiestamente otras instancias de su autoridad docente, no es ya la Iglesia Católica, “columna y la base de la verdad” (1 Tim 3:15), ni siquiera es digno de ninguna  credibilidad humana.


El Papado y el Espíritu Santo

Pero, ¿qué estamos diciendo, entonces? ¿Estamos diciendo que el Papa tiene autoridad absoluta sobre la Fe y la moral, de modo que incluso podría cambiar la Revelación divina y las propias leyes de Dios?

Definitivamente no. Por el contrario, está claro que el Papa no es un monarca absoluto en el sentido de que puede hacer doctrinas y leyes según todos sus caprichos. Este ciertamente no es el caso, y esta absurda idea fue explícitamente rechazada por el Papa Pío IX:
…la aplicación del término “monarca absoluto” al Papa en referencia a asuntos eclesiásticos no es correcta porque está sujeto a las leyes divinas y está sujeto a las directrices dadas por Cristo para su Iglesia. El Papa no puede cambiar la constitución dada a la Iglesia por su Fundador divino, como un gobernante terrenal puede cambiar la constitución de un Estado. En todos los puntos esenciales, la constitución de la Iglesia se basa en directivas divinas y, por lo tanto, no está sujeta a la arbitrariedad humana.
(Declaración común de los obispos alemanes, enero / febrero de 1875; Denz. 3114; traducción inglesa desde aquí )

Aunque esta declaración fue hecha por el episcopado alemán en respuesta a las acusaciones engañosas del canciller Otto von Bismarck, el Papa Pío IX aprobó con entusiasmo y respaldó esta explicación: “… su declaración presenta el verdadero entendimiento católico, que es el del santo concilio de esta Santa Sede “(Carta apostólica Mirabilis Illa Constantia , Denz.-H. 3117 ).

Entonces, está claro que un verdadero Papa no puede  enseñar o legislar nada contrario a la Revelación Divina o a la Ley Divina. Pero lo que distingue la correcta comprensión de los límites de la autoridad papal de la propuesta de los semitradicionalistas de hoy es que, de acuerdo con la comprensión correcta, sostenida por los sedevacantistas e incluso por muchos Novus Ordos, el término “no puede” significa realmente  “no es capaz de”; lo cual no significa  “no se supone que lo haga  y si lo hace de todos modos, hay que resistirse y su enseñanza no cuenta.”

Esto se vuelve especialmente claro cuando repasamos las enseñanzas del Concilio Vaticano I sobre el papel del Espíritu Santo con respecto al papado, que tan a menudo se cita, pero nunca rn su debido contexto. Para establecer el contexto completo, necesitamos ver el Capítulo 4 de la constitución dogmática Pastor Aeternus en su totalidad:

Esa primacía apostólica que el pontífice romano posee como sucesor de Pedro, el príncipe de los apóstoles, incluye también el poder supremo de la enseñanza. Esta Santa Sede siempre lo ha mantenido, la constante costumbre de la iglesia lo demuestra, y los concilios ecuménicos, particularmente aquellos en los que Oriente y Occidente se encontraron en la unión de la fe y la caridad, lo han declarado.
Así los padres del cuarto concilio de Constantinopla, siguiendo los pasos de sus predecesores, publicaron esta solemne profesión de fe: la primera condición de la salvación es mantener la regla de la fe verdadera. Y las palabras de nuestro señor Jesucristo, Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, no pueden fallar siendo estas palabras pronunciadas confirmadas por sus consecuencias. Porque en la sede apostólica la religión católica siempre se ha conservado intachable, y la doctrina sagrada se ha celebrado con honor. Puesto que es nuestro sincero deseo no estar de ninguna manera separados de esta fe y doctrina, esperamos que podamos merecer permanecer en esa comunión que predica la sede apostólica, ya que es la fuerza completa y verdadera de la religión cristiana.
Además, con la aprobación del segundo concilio de Lyon, los griegos hicieron la siguiente profesión: “La santa iglesia romana posee la primacía suprema y completa y el principado sobre toda la iglesia católica. Ella verdaderamente y humildemente reconoce que recibió esto del Señor mismo en el bendito Pedro, el príncipe y jefe de los apóstoles, cuyo sucesor es el pontífice romano, junto con la plenitud del poder. Y dado que ante todos los demás ella tiene el deber de defender la verdad de la fe, entonces si surge alguna pregunta respecto de la fe, por su juicio  debe ser resuelta“. 
Además está la definición del concilio de Florencia: “El pontífice romano es el verdadero vicario de Cristo, el jefe de toda la iglesia y el padre y maestro de todos los cristianos; y por  él fue itorgado en el bienaventurado Pedro, por nuestro señor Jesucristo, el pleno poder de gobernar y regir a toda la iglesia “.
Para satisfacer esta función pastoral, nuestros predecesores se esforzaron incansablemente en que la enseñanza salvadora de Cristo se extendiera a todos los pueblos del mundo; y con igual cuidado, se aseguraron de que se mantuviera puro y no contaminado en cualquier lugar donde se recibiera.
Fue por esta razón que los obispos de todo el mundo, a veces individualmente, a veces reunidos en sínodos, de acuerdo con la costumbre largamente establecida de las iglesias y el patrón de uso antiguo referido a este apostólico, ven esos peligros especialmente que surgieron en asuntos concernientes al fe. Esto fue para asegurar que cualquier daño sufrido por la fe debería ser reparado en ese lugar, sobre todo donde la fe no puede fallar.
Los pontífices romanos, también, como lo sugerían las circunstancias de la época o el estado de cosas, a veces convocando consejos ecuménicos o consultando la opinión de las iglesias esparcidas por todo el mundo, a veces por sínodos especiales, otras aprovechando otros medios útiles. por providencia divina, definieron doctrinas para sostener aquellas cosas que, por la ayuda de Dios, sabían que estaban de acuerdo con las escrituras sagradas y las tradiciones apostólicas.
Porque el Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que ellos, por su revelación, pudieran dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, con su ayuda, pudieran guardar religiosamente y exponer fielmente la revelación o depósito de la fe transmitida por el apóstoles.
De hecho, sus enseñanzas apostólicas fueron abrazadas por todos los venerables padres y reverenciadas y seguidas por todos los santos doctores ortodoxos, porque ellos sabían muy bien que esta sede de San Pedro siempre permanece libre de cualquier error, de acuerdo con la promesa divina de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: he orado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas vuelto, fortalece a tus hermanos.
Por lo tanto, este don de la verdad y de la fe inquebrantable fue conferido divinamente a Pedro y sus sucesores en esta sede para que desempeñaran su elevado cargo para la salvación de todos, y para que toda la grey de Cristo pudiera mantener lejos el venenoso alimento del error y nutrirse con el sustento de la doctrina celestial. Por lo tanto, eliminada la tendencia al cisma toda la iglesia se conserva en unidad, y, descansando sobre su base, puede mantenerse firme contra las puertas del infierno.
Pero dado que en esta misma edad, cuando la efectividad saludable del oficio apostólico es especialmente necesaria, no pocos se encuentran que menosprecian su autoridad, juzgamos absolutamente necesario afirmar solemnemente la prerrogativa que el Hijo unigénito de Dios fue complacido de adjuntar a la suprema oficina pastoral.
Por lo tanto, fielmente adheridos a la tradición recibida desde el comienzo de la fe cristiana, a la gloria de Dios nuestro salvador, a la exaltación de la religión católica y a la salvación del pueblo cristiano, con la aprobación del sagrado concilio, enseñamos y definimos  como un dogma divinamente revelado que cuando el Romano Pontífice habla EX CATEDRA, es decir, cuando, en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina concerniente a la fe o la moral que debe tener toda la iglesia, él posee, por la asistencia divina prometida a él en el bienaventurado Pedro, esa infalibilidad que el Divino Redentor quiso que su iglesia disfrutara al definir la doctrina concerniente a la fe o la moral.
Por lo tanto, tales definiciones del Romano Pontífice son por sí mismas, y no por el consentimiento de la iglesia, irreformables.
Entonces, si alguien, lo que Dios no lo permita, tiene la temeridad de rechazar esta definición nuestra: que sea anatema.
(Vaticano I, Constitución Dogmática Pastor Aeternus, Capítulo 4; subrayado agregado).

Evidentemente, lo que el Vaticano I se enseña aquí es que debido a que está asistido por el Espíritu Santo, el Papa “religiosamente custodiará y explicará  fielmente la revelación o el depósito de la fe transmitida por los apóstoles” y no “dará a conocer alguna nueva doctrina” por revelación del mismo Espíritu Santo.

Los semi-tradicionalistas, por otro lado, reducen esta enseñanza a poco más que una banalidad superficial: actúan como si simplemente significase que el Papa no debe  dar nuevas doctrinas. Tal interpretación del texto no es defendible porque esto es cierto para  cualquiera , no solo para el Papa solo. De hecho, incluso un protestante estaría de acuerdo en que su párroco no debe enseñar sus extrañas doctrinas propias. ¡Esa no es una idea profunda para ser enseñada por un concilio ecuménico católico!

En segundo lugar, nótese que la constitución conciliar dice que “el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que ellos, por su revelación [del Espíritu Santo] , pudieran dar a conocer alguna nueva doctrina …” (cursivas añadidas). Si la comprensión de este pasaje es correcta, no significaría que se supone que el Papa no debe proclamar nuevas doctrinas que, sin embargo, le son reveladas por el Espíritu Santo  , algo grotesco para enseñar en un concilio católico.

En tercer lugar, el contexto circundante dado en el Capítulo 4 del Pastor Aeternus establece las prerrogativas y la singularidad del Papado, protegido por el Espíritu Santo. ¿Qué tipo de protección divina proporcionaría el Espíritu Santo si el Papa simplemente “supuestamente no” debiera inventar nuevas doctrinas pero, no obstante, fuera  completamente capaz de hacerlo? ¿No sería cierto también de su empleado de la tienda de comestibles local y el conductor gruñón del autobús en su viaje diario de la mañana? ¿No se puede decir de  ellos también, que “se supone que no deben” inventar un nuevo evangelio pero que son lo bastante capaces de hacer precisamente eso?

Es manifiesto, por lo tanto, que el Vaticano I enseña, no que el Papa no debe enseñar una doctrina nueva (o falsa), sino que en realidad no lo hace . Ese es el significado de la asistencia especial del Espíritu Santo para el Papa. Para usar una terminología más técnica, podemos decir que la doctrina del concilio sobre la asistencia del Espíritu Santo para el Papa es descriptiva ,  describe una verdad sobre el Papado y no meramente normativa , estableciendo una norma que se espera que el Papa siga. El Espíritu Santo actúa a priori , antes de que el Papa haga algo, impidiéndole enseñar o legislar errores graves como la herejía, no a posteriori , por medio de los inferiores del Papa corrigiendo su magisterio después del hecho.

Por cierto, tratar los dogmas como meramente normativos y no descriptivos  es en realidad un error característico del Modernismo, uno explícitamente señalado y condenado por el Papa San Pío X en su Syllabus de errores Modernistas: “Los dogmas de la Fe deben ser sostenidos solamente de acuerdo con su sentido práctico; es decir, como normas preceptivas de conducta y no como normas para creer “(Pío X, Decreto Lamentabili Sane Exitu, error n. 26). Esta declaración debe “ser sostenida por todos como condenada y proscrita”, decretó el Papa Pío X.

Para dar un ejemplo perfecto de la reinterpretación del Vaticano I en un sentido meramente normativo , podemos usar el artículo de Ed Feser mencionado anteriormente. En él, el filósofo profesional escribe:

En resumen, la Iglesia pone al Papa en una caja doctrinal. Incluso cuando habla ex cátedra, debe permanecer dentro de los parámetros que ha heredado. Él puede extraer implicaciones implícitas en la doctrina anterior, pero no puede inventar nuevas doctrinas fuera de toda trama. Y lo que él enseña debe ser consistente con todo el cuerpo de la enseñanza vinculante del pasado. No se le permite contradecir la doctrina pasada y no puede enfrentar una doctrina contra otra.
(Edward Feser, “Los Teólogos Católicos deben dar Ejemplo de Honestidad Intelectual: una respuesta al Prof. Robert Fastiggi”, Catholic World Report, 30 de octubre de 2017; subrayado agregado).

Eche un vistazo a las frases subrayadas y observe cómo Feser lo convierte en una cuestión de permiso y  obligación en  lugar de capacidad , haciendo que la enseñanza parezca normativa enlugar de lo que realmente es, descriptiva ; y Feser incluso extiende esto a pronunciamientos ex cathedra infalibles ! ¿Cómo imagina Feser que esto funcione en la práctica, incluso para la enseñanza no infalible? El Papa hace una declaración, y luego los fieles deciden si se ha quedado “dentro de los parámetros que ha heredado”. ¿El resto de la Iglesia luego procede a examinar “todo el cuerpo de las enseñanzas obligatorias pasadas” para garantizar la coherencia, para asegurarse de que no “contradiga la doctrina pasada” ni “oponga una doctrina contra otra”? ¿Y qué pasa si los cardenales, obispos, sacerdotes o fieles laicos no están de acuerdo entre ellos en cuanto a si las enseñanzas del Papa están a la altura? ¿Hay comités que revisen continuamente el magisterio papal para garantizar su ortodoxia? Si es así, ¿por qué no deshacerse del Papa por completo y simplemente hacer que el comité emita las enseñanzas?

Esto es obviamente una receta para el caos. No, San Roberto Belarmino tenía exactamente razón cuando enseñó que el Romano Pontífice “es el Maestro y Pastor de toda la Iglesia, por lo tanto, toda la Iglesia está tan obligada a escucharlo y seguirlo porque si él se equivocase  toda la Iglesia se equivocaría “( De Romano Pontifice , Libro IV, Capítulo 3). Aparentemente, este Doctor de la Iglesia no recibió el memorando sobre la noción feseriana del magisterio papal mantenida bajo control por los inferiores del Papa  a posteriori .


Los Ultramontanistas del Pasado

Si miramos los últimos siglos, descubrimos que los católicos más fieles y entusiastas eran los Ultramontanistas. Personas como San Pío X, San Roberto Belarmino, el Cardenal Joseph Hergenrother, Dom Prosper Gueranger y el Padre. Frederick Faber eran todos ultramontanistas de buena fe. Sin embargo, cualquiera que cite sus enseñanzas hoy (sin mencionar la fuente) puede ser denunciado como Papólatra, Hiper-Ultramontanista, Positivista Papal, o cualquier otra cosa. Sin embargo, todas las fanfarronadas retóricas de nuestros críticos semi-tradicionalistas no pueden ocultar el hecho de que son ellos, los semi-tradis, los que están equivocados, no los Ultramontanistas, que no son sino católicos.

En su respuesta a la “Declaración de Múnich”, cismática y herética del hereje excomulgado Johann Joseph Ignaz von Döllinger, que se negó públicamente a aceptar la infalibilidad papal después de que el Vaticano I proclamara su dogma, el cardenal Joseph Hergenröther reprendió al recientemente declarado hereje, recordándole que:

Un católico tiene que creer todo lo que la Iglesia le propone para creer [y] subordinar su juicio privado al de la Iglesia que enseña. La virtud teológica de la fe es algo sobrenatural; de acuerdo con las Escrituras y los Padres [de la Iglesia], la fe no se basa en evidencias e investigación intrínseca, sino en la autoridad; es simplicidad y obediencia
(J. Hergenröther, Kritik der v. Döllinger’schen Erklärung vom 28. März d. J. [Freiburg: Herder, 1871], p.2, nuestra traducción).

El Cardenal Hergenrother está hablando aquí con respecto a lo que es de fide , “de la fe”, lo que se ha propuesto dogmáticamente e infaliblemente. Y una de las enseñanzas propuestas de esta manera es la siguiente:

Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene tan sólo un oficio de supervisión o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo concerniente a la disciplina y gobierno de la Iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo las principales partes, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema.
(Vaticano I, Constitución dogmática Pastor Aeternus, Capítulo 3, Denz. 1831 )

Los semi-tradicionalistas quieren un papado sin consecuencias, pero ese papado no existe.

Predicando un sermón el Domingo de Pentecostés de 1861, el conocido Padre. Frederick Faber maravillosamente deletreó el deber católico de la devoción a la Iglesia, una devoción que sería de lo más letal para el alma si la Secta Novus Ordo fuera de hecho la Iglesia Católica Romana:

Pero podemos olvidar, y a veces olvidamos que no solo no es suficiente amar a la Iglesia, sino que no es posible amar a la Iglesia correctamente, a menos que también la temamos y la reverenciamos. Nuestro olvido de esto surge de no haber puesto con suficiente profundidad en nuestras mentes la convicción del carácter divino de la Iglesia … La mismísima grandeza humana que hay alrededor de la Iglesia nos hace olvidar ocasionalmente que no es una institución humana.
De ahí viene ese tipo de crítica equivocada que es olvidadiza o independientemente del carácter divino de la Iglesia. Por lo tanto, viene a establecer nuestras propias mentes y nuestros propios puntos de vista como criterios de verdad, como estándares para la conducta de la Iglesia. De ahí viene el juzgar el gobierno y la política de Papas. De ahí viene ese cuidado poco filial y despiadado de separar en todos los asuntos de la Iglesia y el Papado lo  que  consideramos divino por lo  que  decimos que es humano. Por lo tanto, viene la falta de respeto en distinguir entre lo que  debemos  conceder a la Iglesia y lo que no debemos   conceder a la Iglesia. De ahí viene esa irritable ansiedad de ver que lo sobrenatural se mantiene bien subordinado a lo natural, como si realmente creyéramos que ahora mismo debiéramos tensar todos los nervios para que un mundo demasiado crédulo no cayera víctima de excesos sacerdotales y ultramontanismos.
… Solo permitámonos por uba vez asentir a la verdad de que la Iglesia es una institución divina, y luego veremos que tal crítica no es simplemente una vileza y una deslealtad, sino una impertinencia y un pecado.
(Rev. Frederick W. Faber,  Devotion to the Church  [Londres: Richardson & Son, 1861], págs. 23-24; cursiva en el original; párrafos añadidos)

Ya vimos brevemente una cita de San Roberto Belarmino anteriormente, pero vale la pena echar un vistazo más de cerca a lo que enseñó sobre la autoridad vinculante de la enseñanza papal:

El Papa es el Maestro y Pastor de toda la Iglesia, por lo tanto, toda la Iglesia está obligada a escucharlo y seguirlo porque si él se equivocase, toda la Iglesia se equivocaría.
Ahora nuestros adversarios responden que la Iglesia debe ser escuchada mientras enseñe correctamente, porque Dios debe ser escuchado más que los hombres.
Por otro lado, ¿quién juzgará si el Papa ha enseñado correctamente o no? Porque no toca a las ovejas juzgar si el pastor se extravía, ni siquiera y especialmente en aquellos asuntos que son verdaderamente dudosos. Tampoco las ovejas cristianas tienen ningún juez o maestro mayor a quien puedan recurrir. Como mostramos arriba, de toda la Iglesia uno siempre puede apelar al Papa,  fuera de él a nadie puede apelar; por lo tanto, necesariamente toda la Iglesia se equivocaría si el Pontífice se equivocase.
(San Roberto Belarmino, De Romano Pontifice , Libro IV, Capítulo 3, traducido por Ryan Grant como Sobre el Romano Pontífice [Mediatrix Press, 2016], volumen 2, página 160)

Aquí, también, no encontramos nada de la idea semi-tradicionalista  de que el Magisterio del Papa está sujeto a revisión por parte de sus inferiores para asegurar que permanezca dentro de su “caja doctrinal”.

En su defensa de 1875 de la verdadera interpretación de la enseñanza del Vaticano I contra las distorsiones de Bismarck, los obispos de Alemania llamaron la atención sobre el hecho de que “la autoridad papal no aparece, por así decirlo, de repente [para manejar] acontecimientos extraordinarios, sino que es real y obligatoria en todo momento y lugar [ sie hat im allend allezeit und überall Geltung und Kraft ] “( Denz. 3113; cursiva añadida). Esta explicación, recordamos, fue respaldada explícitamente por el Papa Pío IX en su Carta Apostólica  Mirabilis Illa Constantia.

Durante casi 40 años, Dom Prosper Gueranger (1805-1875) fue el abad del monasterio benedictino de Solesmes en Francia. Él es bien conocido por su obra monumental de 15 volúmenes El Año Litúrgico, pero también escribió otros libros, incluida una refutación magistral del galicanismo y la reivindicación del ultramontanismo, que se publicó durante el Vaticano I. El nombre del libro es La Monarquía Papaly fue escrito como una respuesta directa a los errores del  obispo Henri Maret, que había escrito un libro con el seudónimo de “Obispo de Sura”. La Monarquía Papal recibió la aprobación directa del Papa Pío IX el 12 de marzo de 1870. Citaremos extensamente este trabajo porque contiene muchas cosas que reprenden y refutan los errores de los semi-tradicionalistas de hoy:

… Un sistema en el que el encargado de alimentar no solo a los corderos sino también a las ovejas no pudiese llevar a las ovejas excepto con su consentimiento, este sistema estaría en flagrante contradicción con la institución establecida por Jesucristo. (p. 60)
… Él [Obispo de Sura] repite sin cesar que el Papa solo es infalible cuando está de acuerdo con los obispos, que tienen el derecho de juzgarlo y destituirlo si piensan distinto ; considerando que sabemos que son los obispos los que obtienen la infalibilidad por el consrnso con él ¿de quién sería el deber juzgarlos y deponerlos si se separaran de su enseñanza? (pp. 60-61)
¿En qué se convierte el Vicario de Cristo en el sistema del Obispo de Sura? Esta cabeza, cuyo poder y grandeza alardeaba  no es más que un subordinado. Al leer el Evangelio, habríamos pensado que los apóstoles estaban establecidos sobre Pedro, y ahora es Pedro el que está establecido sobre los apóstoles. La Fe de Pedro no puede fallar, fundada como está en la oración especial del Salvador; del poder de esta oración divina, “que el Padre siempre escucha” [Jn 11:42], Pedro obtendría una facultad de enseñanza a la que sus hermanos deberían su firmeza y escaparía al peligro de ser cernido en la medida que uno tamiza el trigo; y aquí hay alguien que nos dice que Pedro si quiere que la gente acepte la fe que él formula, necesita que sus hermanos verifiquen la enseñanza que proclama desde su elevada silla. ¡Pedro debe alimentar a toda la grey, a los corderos y a las ovejas, y ahora los corderos no pueden confiar en su palabra hasta que las ovejas hayan juzgado que uno puede cumplirla con seguridad! Jesucristo le había dado a Pedro las llaves del reino de los cielos, que en lenguaje bíblico significa el cetro de la autoridad en la Iglesia; ¡y ahora las leyes aprobadas por la autoridad de Pedro ya no tienen valor a menos que sean aceptadas por sus subordinados! Digamos, más bien, que ya no tiene subordinados; pues ahora no tiene ya el poder ejecutivo, puesto que el obispo de Sura afirma que debe someterse a convocatorias generales que se celebrarían cada diez años, ¡mientras tanto, permanecería bajo vigilancia! (p. 61)
…  la inutilidad de comparar la constitución de la Iglesia con las de los Estados mundanos: el ser divino e inalterable, mientras que los otros son humanos y cambiantes. El obispo de Sura traiciona la base de su pensamiento cuando nos dice: “Nadie, hoy menos que nunca, sin duda, logrará hacer que la razón y la conciencia admitan que la monarquía pura y absoluta, como sistema ordinario de gobierno, es el mejor de todos. “(p. 62)
… más que nunca la medida de respeto que mantiene el episcopado, en nuestra época de independencia, estará en proporción con el respeto que el episcopado mismo muestre por el Romano Pontífice. El sello distintivo de la piedad católica hoy es la veneración del Papa: es la gracia de nuestro tiempo. (p. 65)
Allí [en la Sede de Pedro, en el Vicario de Cristo] se encuentra la salvación del mundo … (p.65)
Que algunos hombres que no están iluminados por la luz de la fe deben juzgar a la Iglesia como si fuera una sociedad humana es perfectamente natural … (p 67)
El obispo de Sura olvida una sola cosa. Es decir, para decirnos qué será de la Iglesia que aprende [en oposición a la Iglesia que enseña] mientras esperamos un juicio que está lejos de ser rápido…
Supongamos que el juicio de los obispos está en conformidad con la decisión papal. Todavía es necesario que el mundo cristiano lo sepa, para que la gente sepa su decisión. Si los obispos han publicitado sus argumentos, se convierte, para los fieles católicos, en una cuestión de compilar estadísticas sobre el Episcopado en los cinco continentes del mundo, y luego determinar la naturaleza de los juicios episcopales emitidos en las diversas latitudes. Hasta que sepa el resultado, el fiel católico mantendrá su fe en suspenso; porque no está permitido que se adhiera por fe a la Constitución apostólica que tiene en su poder, ya que el Papa que la emitió es falible y podría haber incorporado un error en el texto. A medida que llegan los informes, el resultado desconocido se aclara poco a poco. A veces las noticias favorecen la aceptación de la Bula, pero a veces uno se da cuenta de que este obispo vacila, que otro está en oposición. ¿Dónde terminará esto? (pp. 73-74)
¿Cree el lector, por casualidad, que los jansenistas admitieron que fueron derrotados? Lejos de ahi; ellos tenían su respuesta lista … (p.75)
… ¿Se va a pretender que las definiciones papales son válidas solo en la medida en que el episcopado las ha juzgado y aprobado? En esta forma de entender las cosas, es evidente que el Papa ya no es el Doctor [= Maestro] de todos los cristianos; él es enseñado. Las controversias sobre la Fe ya no se deciden por su juicio; es a quienes lo juzgan a él, a él, al Papa, pertenece el derecho de definición. (pp. 79-80)
[Mons.de Sura] nos dice que la autoridad papal es superior solo a las iglesias particulares, pero que, en un concilio, el Papa debe seguir la opinión de la mayoría, so pena de verse juzgado y depuesto; y esto no solo en el caso en que él personalmente hubiese caído en la herejía (en cuyo caso ya no sería Papa), sino en todo caso, en el momento en que no hubiese logrado mantener el punto de vista de la mayoría de los obispos. (p 80)
… Sin embargo, Pedro tuvo una gran caída al negar a su Maestro. El obispo de Sura toma eso como un punto de partida para debilitar el reclamo de Pedro sobre el deber de fortalecer a sus hermanos. No es difícil formular una respuesta. El oficio de Pedro no debía comenzar hasta después de la partida del Salvador. El Vicario no es necesario cuando el que debe representar todavía está presente. Así, Nuestro Señor habla poniendose en el tiempo futuro … Así, Él le dice a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi Iglesia” [Mt 16:18]; por lo tanto, aún no fue edificada . “Te daré las llaves del reino de los cielos” [Mt 16:19]; por lo tanto, aún no se las ha dado. “Tú, una vez convertido [es decir, una vez que te hubieses convertido] , confirma a tus hermanos” [Lc 22:32]; este privilegio, por lo tanto, no debía ser ejercido hasta algún tiempo después de la caída y la conversión de Pedro. El don maravilloso de esta fe que nunca fallará fue reservado, entonces, para los días cuando el discurso del Verbo encarnado ya no sería audible para los sentidos. Entonces, también, solo después de su resurrección, el Salvador, habiendo establecido la conversión de Pedro sin lugar a dudas mediante un triple interrogatorio en presencia de los apóstoles, finalmente le otorga la posesión del poder prometido al decirle no en futuro, sino en un tiempo presente: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” [Jn 21, 15 y ss.]. El Pontificado supremo ahora comienza; hasta ese momento existía solo en la promesa. El Obispo de Sura, por lo tanto, no tiene ninguna razón para ver la caída del Papa en la caída de Pedro ante la pasión de su Maestro. (pp. 95-96)
(Fuente de todas estas citas: Dom Prosper Gueranger, La Monarquía Papal  [Fitzwilliam, NH: Loreto Publications, 2007]; cursiva dada.)

Como recordatorio, el libro del Abad Gueranger fue aprobado explícitamente por el Papa. El escrito de aprobación papal está impreso en las páginas xxi-xxiii de la edición en inglés.

Por supuesto, no podemos dejar de citar al último Ultra-hiper-papista-Ultramontanista, el hombre conocido como el Papa San Pío X. El siguiente discurso de él se reproduce en la colección autorizada  Actas de la Sede Apostólica de 1912:

Cuando uno ama al Papa uno no se detiene a debatir sobre lo que aconseja o exige, a preguntar hasta dónde se extiende el riguroso deber de obediencia y a marcar el límite de esta obligación. Cuando uno ama al Papa, no objeta que no ha hablado con suficiente claridad, como si estuviera obligado a repetir en el oído de cada individuo su voluntad, tan a menudo claramente expresada, no solo en  voz viva , sino también por cartas [encíclicas] y otros documentos públicos; uno no pone en duda sus órdenes con el pretexto -fácilmente propuesto por quien no desea obedecer- de que no emanan directamente de él, sino de su séquito; uno no limita el campo en el que puede y debe ejercer su voluntad; no se opone a la autoridad del Papa la de otras personas, por más sabias que sean, que difieran en su opinión del Papa. Además, por grande que sea su conocimiento, su santidad es deficiente, porque no puede haber santidad donde haya desacuerdo con el Papa.
(Papa San Pío X, Discurso a los sacerdotes de la Unión Apostólica, 18 de noviembre de 1912, en  Acta Apostolicae Sedis  4 [1912] , p. 695)

Aparentemente incluso el propio San Pío X no lo “entendió” cuando se trató de la enseñanza católica de la sumisión al papado y la devoción al Papa (sí, al propio Papa, no sólo al papado).

Damas y caballeros, ¿alguien puede dudar de que lo que se critica hoy como una visión exagerada de la autoridad papal es, de hecho, la ortodoxia católica?


Respuesta a las acusaciones equivocadas

Iluminado por todo lo anterior, ahora podemos responder a las acusaciones formuladas por los cinco individuos citados al comienzo de este artículo:

(1) Para “Mons.” Schneider: Por supuesto, el Papa no puede ser el punto focal de la vida católica diaria, pero vincular esto con el ultramontanismo es tonto y gratuito. Vivimos en un momento en que el “Papa” ha dicho que no es infalible, la doctrina de colegialidad del Vaticano II reina, la autoridad está descentralizada, y el “Papa” le ha dicho a Hans Kung que el dogma de la infalibilidad papal está abierto a discusión. Nos aventuramos a adivinar que el Sr. Schneider no estaría denunciando ningún “papa-centrismo loco” si Francisco estuviera predicando la sana doctrina y la genuina espiritualidad católica a diario. Aparte de eso, cuándo, dónde, de qué manera, o con qué frecuencia el Papa decide hablar a los fieles, francamente, pertenece al Papa, y no a un [obispo] auxiliar de Kazajstán. La referencia de Schneider a un monseñor anónimo que supuestamente, a fines del siglo XIX, le dijo a los peregrinos en Roma que cada palabra del Papa es infalible, es simplemente un ejemplo que no tiene relevancia para la discusión.

(2) Al Dr. Feser: El Dr. Feser rechaza correctamente, como una caricatura de la autoridad papal, la idea de que el Papa es un soberano absoluto que puede cambiar todo lo que le plazca, incluida la Revelación divina y la Ley Divina. Sin embargo, en lugar de inferir de la doctrina católica sobre el papado y la asistencia especial del Espíritu Santo que tal cosa no puede siquiera intentarse, recurre a argumentar que la verdadera protección no radica en la prevención divina de tal escenario sino en la resistencia humana de los inferiores del Papa a tales intentos papales. En otras palabras, Feser está diciendo que sí, que el Papa puede enseñar todo tipo de herejías y blasfemias en su Magisterio, pero esto no cuenta porque se supone que no debe hacerlo , y los fieles no lo tolerarán. Esta extraña posición hace que la enseñanza católica sobre el papado prácticamente no tenga sentido.

(3) Para el Dr. Pierantoni: Como se ha demostrado ampliamente en este artículo, los católicos tienen la obligación de dar su consentimiento a la enseñanza papal, independientemente de si es falible o infalible. Aunque la verdad no tiene su origen en un pronunciamiento papal, esto no quita el hecho de que para los católicos, el Papa es la regla próxima de la fe, y lo que sea que un verdadero Papa decrete es obligatorio adherirse a los católicos. Ciertamente no es obligatorio para los fieles examinar si el Papa ha hecho su investigación, y mucho menos para juzgar su enseñanza. Más bien, su deber es “crecer en amor por esta Santa Sede, venerarla y aceptarla con completa obediencia; deberían ejecutar cualquier cosa que la propia Sede enseñe, determine y decrete“ (Papa Pío IX, Encíclica Inter Multiplices, n.7 ).

(4) Al Dr. Shaw: El  Dr. Shaw tiene razón al señalar que existe una contradicción entre las enseñanzas del Papa Pío XII y del “Papa” Francisco, pero saca la conclusión equivocada. En lugar de inferir que, por lo tanto, Francisco no puede ser un verdadero Papa, decide en cambio atacar la doctrina de la sumisión al Romano Pontífice. La obligación de sumisión es tan fuerte que si Francisco realmente fuera el Papa, un católico tendría que aceptar su enseñanza por envima de  la de Pío XII, porque, como el Papa León XIII enseñó claramente, “es prueba de una sumisión que lejos de ser sincera estableciera  algún tipo de oposición entre un Pontífice y otro. Aquellos que, enfrentados con dos directivas diferentes, rechazan la presente para aferrarse al pasado, no dan prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos“ (Carta Apostólica Epistola Tua).

(5) Para “Padre” Drew: Hemos visto que el ultramontanismo es simplemente catolicismo: es la enseñanza católica ortodoxa sobre el papado, en refutación del galicanismo. La afirmación del señor Drew de que el ultramontanismo “pone un peso exagerado en la voluntad de los papas individuales y traspasa los límites que la ley divina otorga a sus prerrogativas” no tiene ningún fundamento en la realidad. Sí, hubo un Ultramontanismo exagerado y “nuevo” durante un tiempo, pero no fue generalizado, no tuvo muchos seguidores, fue derribado por el Vaticano I y definitivamente no ha sido “influyente por siglos”.


Observaciones finales

Los semi-tradicionalistas no tienen idea de lo que están haciendo. Es seguro decir que su caos doctrinal se basa principalmente en una cosa: el deseo desesperado de reconciliar la idea de que Jorge Bergoglio es un verdadero Papa con la doctrina católica sobre el papado. Se han hecho esclavos de su inquebrantable reconocimiento de Bergoglio como verdadero Papa. Si no fuera por este esfuerzo compulsivo para evitar decir que Francisco no es Papa, estas contorsiones doctrinales, presumiblemente, ni siquiera se intentarían. Desafortunadamente, debido a su irracional negativa a excluir a Francisco de su lista de verdaderos Papas, no tienen otra opción lógica que deshacerse del Papado. Han decidido a favor de Francisco a expensas del Papado.

De hecho, ¿qué sería del Papado si una “corrección” fraterna o filial pudiera deshacer la doctrina del Sumo Pontífice? ¿en realidad tendría verdaderamente un poder supremo? El obispo sedevacantista Donald Sanborn ha señalado el dilema imposible que resultaría:

La misma noción de corregir a un Papa en una cuestión de magisterio arruina la autoridad de enseñanza de la Iglesia. ¿A qué doctrina damos asentimiento? ¿A la doctrina del Papa o a la doctrina de los correctores? Bergoglio ya ha caracterizado a Amoris Lætitia como el magisterio ordinario, por lo que, si fuera un verdadero papa, requeriría nuestro asentimiento bajo pena de pecado mortal.
(Reverendísimo Donald J. Sanborn, “Corrección formal”, In Veritate , 25 de agosto de 2017)

Después de que la famosa  corrección filial se emitió en septiembre pasado, Mons. Sanborn volvió al tema:

Una “corrección” implica dos problemas obvios: (1) que no podemos confiar en la enseñanza del Papa; (2) que debemos confiar en la enseñanza de los correctores.
¿Cuál es la finalidad de un Papa si está sujeto a corrección por una autoproclamada Junta de Correctores ? ¿Quién asiste a la Junta de Correctores? El Espíritu Santo? ¿En qué parte de la Sagrada Escritura o Tradición se menciona una Junta de correctores?

Establecer un sistema de “corrección” de “papas” heréticos, hecho por  autoproclamados “correctores”, implica que es muy posible que un Papa católico promulgue herejías a toda la Iglesia, y seria bastante normal que se autoproclamen “correctores” ” que  van al rescate”.
Significa que la infalibilidad de la Iglesia descansa en una junta de autoproclamados correctores.
En tal caso, ¿para qué necesitamos un Papa? ¿Por qué no tener solamente una Junta de Correctores?
(Padre Donald Sanborn, “Correctio Filialis”, In Veritate, 18 de octubre de 2017)


Jaque Mate.

Terminaremos este extenso tratado con una hermosa cita del Papa Pío IX:

Pero ustedes, queridos Hijos, recuerden que en todo lo que concierne a la fe, la moral y el gobierno de la Iglesia, las palabras que Cristo dijo de sí mismo: “el que no recoge conmigo, derrama” [Mt 12:30], puede ser aplicado al Romano Pontífice que ocupa el lugar de Dios en la tierra. Por lo tanto, fundamenta toda tu sabiduría, en una obediencia absoluta y una adherencia gozosa y constante a esta Silla de Pedro. Así, animados por el mismo espíritu de fe, todos ustedes serán perfectos en una manera de pensar y juzgar, fortalecerán esta unidad a la que debemos oponernos a los enemigos de la Iglesia …
(Pío IX, Carta Apostólica por Tristissima, extracto de las Enseñanzas papales: La Iglesia, n. 419)

El problema no es el Ultramontanismo. El problema es aceptar a falsos papas como verdaderos.




Traducción: Amor de la Verdad




Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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