domingo, 10 de marzo de 2019

Cardenal Newman: Sermón "El Tiempo del Anticristo"





CUATRO SERMONES SOBRE EL ANTICRISTO

POR 

JOHN HENRY CARDENAL NEWMAN




SERMÓN PRIMERO
EL TIEMPO DEL ANTICRISTO


Los cristianos de Tesalónica habían supuesto que la venida de Cristo se encontraba cercana. San Pablo les escribe para prevenirlos contra una tal expectativa. No es que él desaprobara su espera de la venida del Señor, todo lo contrario; pero les advierte que un cierto acontecimiento debe precederla, y hasta que esto no suceda, el fin no sobrevendrá. “Que nadie os engañe de ningún modo -dice San Pablo- [puesto que dicho Día no vendrá], excepto que venga primero una apostasía”. Y prosigue excepto que “primero el hombre de pecado sea revelado, el hijo de la perdición.(1)

Mientras el mundo dure, este pasaje de la Escritura será de reverente interés para los cristianos. Es su deber estar siempre expectantes por la Venida de su Señor, indagar los signos de la misma en todo lo que ocurre alrededor suyo, y por sobre todo tener en mente este sobrecogedor signo del cual San Pablo habla a los Tesalonicenses. Así como la primera venida del Señor tuvo su precursor, así también lo tendrá la segunda. EL primero fue “Alguien más que un profeta”(2), San Juan Bautista; el segundo será más que un enemigo de Cristo, será la misma imagen de Satán, el pavoroso aborrecible Anticristo. Acerca de él, tal cual las profecías lo describen, me propongo hablar; y al hacerlo me guiaré exclusivamente por los antiguos Padres de la Iglesia. 

Sigo a los antiguos Padres sin pensar que en tal materia ellos tengan el peso de poseen en instancias de doctrina o disciplina. Cuando ellos hablan de doctrinas, se refieren a éstas como del algo universalmente aceptado. Ellos son testigos del hecho de que dichas doctrinas han sido recibidas, no aquí o allá, sino en todas partes. Recibimos aquellas doctrinas que ellos enseñan, no meramente  porque las enseñen, sino porque dan testimonio de que todos los cristianos en todas partes las han sostenido. Los consideramos como honestos informantes, mas no como autoridad suficiente en sí mismos, aunque de hecho son también autoridades. Si ellos afirmaran estas mismas doctrinas, pero diciendo: “Estas son nuestras opiniones, las hemos deducido de la Escritura, y son verdaderas”, podríamos bien dudar de recibirlas de sus manos. Podríamos decir que tenemos tanto derecho como ellos a deducir a partir de la Escritura; que las deducciones de la Escritura serían meras opiniones; que si nuestras deducciones concordasen con las de ellos, eso sería una feliz coincidencia, e incrementaría nuestra confianza en ellos; pero que si no, no habría mas remedio, y deberíamos seguir nuestras propias luces: Sin lugar a dudas, ningún hombre tiene derecho a imponer a otros sus propias deducciones en materia de fe. Hay una obligación obvia para el ignorante de someterse a aquellos que estén mejor informados; y también  es inconveniente para el joven someterse implícitamente por un tiempo a la enseñanza de sus mayores; pero más allá de esto, la opinión de un hombre no vale más que la de otro. De todos modos, éste no es el caso en lo que respecta a los antiguos Padres. Ellos no hablan de su opinión personal; ellos no dicen “Esto es verdadero porque de hecho es sostenido, y ha sido siempre sostenido por las Iglesias, sin interrupción, desde los Apóstoles hasta nuestros días”. La cuestión es meramente acerca del testimonio; esto es; si acaso ellos tienen a su disposición los medios para saber si eso había sido y fue sostenido; puesto que si esa fue la creencia  de tantas Iglesias en forma de independiente y simultánea, en el supuesto de su procedencia desde los Apóstoles, no hay duda de que no se puede ser sino verdadera y apostólica.

Éste es el modo en que ellos Padres hablan en lo que respecta a la doctrina; otro es el caso cuando interpretan las profecías. En esta materia parece que no ha habido tradiciones católicas, formales y distintas, o por lo menos autorizadas; de tal modo que cuando interpretan la Escritura, en la mayor parte de los casos están dando, y profesan estar dando, sus propias opiniones privadas, o anticipaciones vagas, difusas y meramente generales. Esto es lo que debería haberse esperado, puesto que no pertenece al curso ordinario de la divina Providencia el interpretar las profecías antes del suceso. Aquello que los apóstoles revelaron con respecto a lo venidero, fue en general y en privado, a individuos particulares – no fue puesto por escrito, ni destinado a la edificación del cuerpo de Cristo-, y pronto se perdió. Así, unos pocos versículos más abajo del pasaje que he citado, San Pablo dice: “¿Acaso no recordáis que estando todavía con vosotros, os dije estas cosas?”(3), y escribe por medio de insinuaciones y alusiones, sin expresarse abiertamente. Y vemos así mismo que tampoco cuidado tomó en discriminar y autenticar sus intimaciones proféticas que los Tesalonicenses habían adoptado la opinión de que él había dicho que el Día de Cristo era inminente, aunque, en realidad no lo había hecho. 


Sin embargo, a pesar de que los Padres no nos transmiten la interpretación de las profecías con la misma certeza con que nos transmite la doctrina, no obstante merecen ser leídos con deferencia en proporción a su consenso, su peso personal, su predominio en su tiempo, o nuevamente, al carácter autorizado de sus opiniones; puesto que, por decir lo menos, tienen tanta probabilidad de estar en lo correcto como los comentadores hoy en día, y en algunos respectos más todavía, puesto que la interpretación de las profecías se ha convertido en estos tiempos, en materia de controversias y de toma de partido. La pasión y el prejuicio han interferido tanto con la rectitud de juicio, que es difícil decir quién es confiar en su interpretación, o inclusive si un simple cristiano no sería tan buen expositor como aquellos que han asumido el oficio.

1

Vuelvo a la perícopa en cuestión, la que examinaré utilizando argumentos tomados de la Escritura, sin preocuparme de estar de acuerdo con los comentadores modernos, ni de decir en que difiero de ellos.  “[Aquél Día no vendrá] si no viene primero la apostasía”. Aquí se nos dice que la señal de la segunda Venida es una cierta y terrible apostasía, y la manifestación del hombre de pecado, el hijo de la perdición; esto es, aquel comúnmente llamado el Anticristo. Nuestro Salvador parece añadir que esa señal lo precederá inmediatamente, o que Su venida ocurrirá muy poco después; puesto que, luego de hablar de “falsos profetas” y “falsos Cristos”, “mostrando señales y prodigios”(4), “abundancia de la iniquidad”, y “caridad enfriándose”(5), y cosas por el estilo, añade: “Cuando veáis todas estas cosas, sabed que se encuentra cerca, incluso a las puertas”(6). E insiste: “Cuando veáis la Abominación de la Desolación (...) instalada en el lugar santo (…) entonces los que estén en Judea huyan hacia las montañas”(7). Ciertamente, San Pablo también da a entender esto, cuando dice que el Anticristo será destruido por el esplendor de la venida de Cristo.  

Por lo tanto, en primer lugar digo, que si el Anticristo debe venir inmediatamente antes de Cristo y ser la señal de Su venida, es evidente que él no se ha manifestado todavía, mas debemos aguardarlo, puesto que de otro modo, Cristo ya hubiese venido.

 Más aún, parece qué es la tiranía del Anticristo durará tres años y medio, o como la Escritura lo expresa: “un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo”(8) o “cuarenta y dos meses” (9),  lo cual es una razón adicional  para creer que no ha venido, puesto que y así fuese, esto debería haber ocurrido  recientemente, siendo su tiempo tan breve, es decir, dentro de los últimos tres años, y no ha sido así.

Además, hay otras dos circunstancias de su aparición  que no se han cumplido. Primero, un tiempo de tribulación sin igual. “Entonces habrá una gran tribulación, cual no ha habido desde el inicio del mundo  hasta este tiempo, ni lo habrá y a menos que dichos días fuesen acortados, ninguna carne sería salva” (10). Esto todavía no ha sucedido. En segundo lugar,  la predicación del Evangelio por todo el mundo: “Y este Evangelio del reino será predicado  en todo el mundo, en testimonio a todas las naciones, y luego vendrá el fin”(11).

2

Ahora bien, puede objetarse a esta conclusión, que San Pablo dice en el pasaje anterior que “el misterio de iniquidad ya está obrando”(12), esto es, inclusive en su tiempo, como si el Anticristo hubiese de hecho venido en aquel entonces. Pero parecería que él quiso simplemente decir que en sus días había sombras y presagios, señales y elementos operantes, de aquello que un día se presentará en plenitud. Así como los tipos de Cristo viniera antes que Él, así también las sombras Anticristo lo precederán. En realidad todo acontecimiento de este mundo que es tipo de aquellos que lo seguirán; la historia avanza cómo un círculo siempre creciente. Los días de los apóstoles tipificado los últimos días: hubo falsos Cristos, levantamientos, tribulaciones y persecuciones y el juicio y destrucción de la iglesia judía. De modo similar, cada era presenta su propia imagen de aquellos sucesos, todavía futuros, que serán, ellos y sólo ellos, el verdadero cumplimiento de la profecía que se encuentra a la cabeza de todos. Por eso San Juan dice “Hijitos, ésta es la última hora; y cómo habéis oído que el Anticristo vendrá, ya hay muchos Anticristos; por lo cual sabemos que esta es la última hora”(13). El Anticristo había venido, y no había venido, era, y no era la última hora. Era el tiempo del Anticristo, pero en el mismo sentido en que los tiempos del Apóstol podrían ser llamados “la última hora”, el fin del mundo.

Una segunda objeción podría formularse del siguiente, modo San Pablo dice: “Ahora sabéis qué lo retiene, para qué él [el Anticristo] se ha revelado a su tiempo”(14). Aquí algo es mencionado como reteniendo la manifestación del enemigo de la verdad. El Apóstol prosigue: “Aquel que ahora lo retiene, lo hará hasta que sea quitado del medio”(15). Ahora bien, en los primeros tiempos se consideraba que este poder obstaculizante era el Imperio Romano; pero este imperio, se arguye, hace tiempo que ha desaparecido; se sigue, en consecuencia qué hace tiempo que el Anticristo ha venido. En respuesta a esta objeción, concederé que aquel “que lo retiene” o “detiene”, significa el poder de Roma, pues todos los antiguos escritores así lo entendido. Y concedo que, así como Roma, de acuerdo con la visión del profeta Daniel, sucedió a Grecia, del mismo modo el Anticristo sucederá a Roma, y la Segunda Venida sucederá al Anticristo(16). Pero de esto no se sigue que el Anticristo haya venido, puesto que no es claro que el Imperio romano haya pasado. Lejos de esto, desde el punto de vista profético el Imperio romano permanece aún hasta nuestros días. Roma tiene un destino muy diferente del de los otros tres monstruos mencionados por el profeta, como se verá por su descripción. “Vi una cuarta bestia, espantosa y terrible, y sobre manera fuerte; y tenía grandes dientes de hierro; devoraba y destrozaba, y hollaba lo que quedara bajo sus pies: y era diversa de todas las bestias que hubo antes de ella  y tenía diez cuernos”(17). Estos diez cuernos, le informa un ángel, “son diez reyes que se levantarán de este reino”(18) de Roma. Entonces, como los diez cuernos pertenecían a la cuarta bestia, y no están separados de ella, así los reinos en los cuales el Imperio romano iba a servir iba a ser dividido, son la continuación y terminación de ese mismo Imperio el cual permanece, y en cierto sentido vive desde el punto de vista profético, cualquiera sea el modo en que resolvamos la cuestión histórica. En consecuencia, todavía no hemos visto el fin del Imperio romano; “Aquel que lo retiene” todavía existe, hasta la manifestación de sus diez cuernos; y hasta que no sea removido, el Anticristo no vendrá. Y de en medio de estos cuernos él surgirá, como el mismo profeta nos lo revela: “Estando yo contemplando los cuernos (…) y he aquí, que este cuerno que tenía ojos de un hombre, y una boca que sea grandes cosas”(19).

Por lo tanto, hasta el tiempo en que el Anticristo realmente aparezca, ha habido y habrá un continuo esfuerzo por parte de las fuerzas del mal para manifestarlo al mundo. La historia de la Iglesia es la historia de ese prolongado parto. “El misterio de iniquidad ya está obrando”(20), dice San Pablo. "Ya hay muchos Anticristo"(21) dice San Juan; "todo espíritu que nos confiesa que Jesucristo ha venido en la carne, no es de Dios; y éste es ese espíritu del Anticristo, del cual habéis oído que vendría, y que ya está en el mundo”(22). Ha estado obrando siempre, desde los tiempos de los Apóstoles, aunque sujeto por aquel que lo “retiene”. En este preciso momento, un recio combate tiene lugar entre el espíritu del Anticristo que trata de emerger y el poder político, en aquellos países que, proféticamente romanos, firme y vigorosamente lo reprimen. Y de hecho tenemos operando por doquier delante de nuestros ojos, como nuestros padres lo tuvieron delante de los suyos, un principio feroz y sin ley, un espíritu de rebelión contra Dios y contra el hombre, que lo poderes de gobierno en cada país apenas pueden, con el mayor esfuerzo, sujetar. Sea que este fenómeno del cual somos testigos es ese espíritu de Anticristo(23), que un día será desencadenado, ese espíritu ambicioso, padre de toda herejía, cisma, sedición, revolución, y guerra -sea que lo sea o no-, al menos sabemos por las profecías que la presente organización de la sociedad y del gobierno, mientras sea representativa del poder romano, es aquello que lo retiene, y que el Anticristo es aquel que surgirá cuando este obstáculo desfallezca.

3

Las observaciones precedentes han implicado en forma más o menos clara que el Anticristo es un hombre, un individuo, no un poder o un reino. Ésta es ciertamente la impresión que dejan en el espíritu  los pasajes de la Escritura concernientes a él, luego de haber tenido debidamente en cuenta  el carácter figurado del lenguaje profético. Consideremos en conjunto los pasajes que lo describen,  y veamos si se puede concluir otra cosa. En primer lugar, el pasaje de la Epístola de San Pablo: “[Ese día no vendrá] excepto que ocurra primero una apostasía  y que el hombre de pecado sea revelado, el hijo de perdición, quién es el adversario y el rival de todo lo que se dice Dios, o es adorado hasta sentarse en el templo de Dios,  y proclamarse a sí mismo como Dios (...) Entonces el Inicuo  será revelado, al cual el Señor matará con el aliento de Su boca  y destruirá con el resplandor de Su venida (...) cuya venida es obra de Satanás,  con todo poder, signos y prodigios mendaces” (24).

A continuación, el profeta Daniel: “Otro se levantará luego de ellos, y será diferente de los primeros y subyugará a tres reyes. Y proferirá palabras arrogantes contra el Altísimo, oprimirá a los santos del Altísimo y pretenderá mudar los tiempos y las leyes; y ellos serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. Pero se sentará el tribunal, y le quitaran el dominio, a fin de destruirlos y aniquilarlo para siempre”(25). Y continúa: “Y el rey obrará conforme a su voluntad, y se ensalzará por encima de todo Dios, y hablará palabras arrogantes contra el Dios de los dioses,  y prosperará ahora hasta que se le haya colmado la ira (…) No respetará al Dios de sus padres, ni tampoco a la [divinidad] predilecta de las mujeres, ni hará caso de ningún dios, puesto que se ensalzará por encima de todo. En su dominios venerará al Dios de las fortalezas, y honrará con oro, plata, joyas, y objetos preciosos, a un Dios que sus padres no conocieron”(26). Observemos que otros reyes que Daniel describe han tenido existencia histórica individual, como por ejemplo Jerjes, Darío y Alejandro.

Y del mismo modo se expresa San Juan: “Le fue dada una boca que profería altanerías y blasfemias, y se le dio poder de actuar durante cuarenta y dos meses. Y abrió su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar de Su Nombre de Su tabernáculo, y de las que habitan en el Cielo. Se le concedió hacer la guerra los santos y vencerlos; le fue dada autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación. Y le adorarán todos los que habitan la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado desde la fundación del mundo”(27).

Inclusive, las anticipaciones la realización de la profecía que, como he dicho, han ocurrido en la historia, hacen probable que el Anticristo sea una persona. Han aparecido hombres individuales respondiendo en gran medida a las descripciones precedentes, y esta circunstancia vuelve probable que el cumplimiento completo y absoluto a producirse se dé también en un individuo. La más notable prefiguración de este futuro azote apareció antes del tiempo de los Apóstoles, entre ellos y la época de  Daniel. Se trata del rey pagano Antíoco, del cual nos hablan los libros de los Macabeos. Este ejemplo es el mejor para nuestro propósito, puesto que él es efectivamente escrito, como suponemos, por Daniel, en otra parte de su profecía, en términos que parecen referirse también al Anticristo, lo que implica que Antíoco fue realmente lo que parece ser, o sea, un tipo de aquel que será el más temible enemigo de la Iglesia. Este Antíoco fue el salvaje perseguidor de los judíos en sus últimos tiempos, así como el Anticristo lo será de los cristianos. Unos pocos pasajes de los Macabeos bastarán para mostrarnos lo que fue. 

San Pablo, en el texto citado, habla de una apostasía, seguida de la aparición del Anticristo; de este modo el futuro de la Iglesia Cristiana es tipificado por la pasada historia judía. “En aquellos días surgieron de Israel hombres inicuos, que persuadieron a muchos diciendo: “Vamos y hagamos alianza con los paganos que nos rodean, puesto que desde que nos separamos de ellos, no han sobrevenido muchas penalidades”. Este consejo les pareció muy bien. Algunos del pueblo llegaron al extremo de acudir al rey, y obtener de él la facultad para seguir las costumbres de los gentiles; en consecuencia levantaron en Jerusalén un gimnasio al uso los paganos, rehicieron sus prepucios, renegaron de la alianza santa para atarse al yugo de los gentiles, y se vendieron para obrar el mal”(28). Ésta fue la Apostasía. Luego de esta introducción aparece el enemigo de la verdad. “Después de vencer a Egipto,  Antíoco emprendió el camino de regreso. Subió contra Israel y llegó a Jerusalén con un fuerte ejército. Entró con insolencia en el santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro de la luz con todos sus accesorios, la mesa de la proposición, los vasos de las libaciones, las copas, los incensarios de oro, la cortina, las coronas y arrancó todo el decorado de oro que recubría la fachada del templo (...) Tomándolo, partió para su tierra después de derramar mucha sangre y de hablar con gran insolencia”(29). Luego de esto prendió fuego a Jerusalén, “y arrasó sus casas y la muralla que la rodeaba (…) Después reconstruyeron la ciudad de David con una muralla grande y fuerte (...) y establecieron allí una raza pecadora de rebeldes, que en ella se hicieron fuertes”(30) Luego, “el rey Antíoco publicó un edicto en todo su reino ordenando que todos formaran un único pueblo y abandonara cada uno sus peculiares costumbres. Los gentiles acataron todos el edicto real y muchos israelitas aceptaron su culto, sacrificaron a ídolos y profanaron el sábado”(31). Luego de esto forzó al pueblo elegido a cometer estas impiedades. Fueron muertos todos aquellos que no aceptasen “profanar el sábado y las fiestas, mancillar el santuario y lo santo, levantar altares, recintos sagrados y templos idolátricos, sacrificar puercos y animales impuros, y dejar a sus hijos incircuncisos”(32). Finalmente erigió un ídolo, o según las palabras mismas de la historia. “la Abominación de la Desolación sobre el altar de los holocaustos, y construyeron altares en las ciudades de Judá (...) Rompían y echaban al fuego los libros de la ley que podían hallar”(33). Y agrega: “Muchos en Israel se mantuvieron firmes y se resistieron a comer cosa impura y prefirieron antes morir (...) Inmensa fue la cólera que se descargó sobre Israel” (34). Tenemos así hacia algunos de los lineamientos del Anticristo, quién será similar e incluso peor que Antíoco.

La historia del emperador apóstata Juliano, quien vivió entre 300 y 400 años después de Cristo, nos provee de otra aproximación al predicho Anticristo, y de otra razón adicional para pensar que será una persona, y no un reino, potencia o entidad similar.

Éste es también el caso del falso profeta Mahoma, quién propagó su impostura alrededor de 600 años luego de la venida de Cristo. 

Finalmente, fue tradición universal en la Iglesia antigua que el Anticristo será un hombre individual, no un poder, ni un mero espíritu ético, o sistema político, o dinastía, o sucesión soberanos. Debemos decir -escribe San Jerónimo cerca de Daniel- lo que hemos recibido de todos los escritores eclesiásticos, esto es, que al fin del mundo, cuando el Imperio Romano se ha destruido, habrá diez reyes, quienes se dividirán entre ellos el territorio romano, y que surgirá un undécimo pequeño rey, quién prevalecerá sobre tres de los diez (…) luego recibirá la sumisión de los otros siete. Está escrito que “el cuerno tenía ojos, como los ojos de un hombre”; a menos que supongamos, como algunos lo han hecho, que él será espíritu del mal, o un demonio, se trata de un hombre en el cual Satanás habitará corporalmente. “Y una boca que decía grandes cosas”: puesto que él es el hombre de pecado, el hijo de perdición, “que se atreve a sentarse en el Templo de Dios, haciéndose a sí mismo como Dios (...) La bestia ha sido muerta y su cadáver fue destruido”: puesto que el Anticristo blasfema en ese Imperio Romano unificado, todos sus reinos serán al mismo tiempo abolidos, y no habrá reino terreno, sino la sociedad de los santos, y la venida del triunfante del Hijo de Dios” (35). Y Teodoreto: “Habiendo hablado de Antíoco Epífanes, el profeta pasa de la figura al Antitipo, puesto que el Antitipo de Antíoco es el Anticristo, y la figura de la del Anticristo es Antíoco. Como Antíoco obligó a los Judíos a obrar impíamente así también el Hombre de pecado, el hijo de perdición, no ahorrará esfuerzos para seducir a los creyentes, por medio de falsos milagros, por la fuerza, y por la persecución. Como dice el Señor: “Habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta este tiempo, ni la habrá”(36). 

Lo que he dicho acerca de este tema puede resumirse así: la venida de Cristo será inmediatamente precedida por un desencadenamiento del mal terrible y sin precedentes llamado por San Pablo una Apostasía, una deserción, en medio de la cual aparecerá un cierto y terrible Hombre de pecado e Hijo de perdición, el especial y singular enemigo de Cristo o Anticristo. En este tiempo las revoluciones prevalecerán, y la presente estructura de la sociedad será desarticulada. Al presente, el espíritu que él encarnará y representará es contenido por “los poderes existentes”, pero ante la disolución de estos, él surgirá de su seno, los reconstruirá a su vil manera, bajo su propia ley, con el propósito de excluir a la Iglesia.

4

Por el momento, estaría fuera de lugar decir algo más que esto. Sin embargo insistiré en una particular circunstancia contenía el las palabras de San Pablo, que en parte ya he comentado.

Está escrito que “vendrá una apostasía y que el hombre de pecado será revelado”. En otras palabras, el Hombre de Pecado nace de una apostasía, o por lo menos accede al poder  por medio de una apostasía, o es precedido por un apostasía, o no existiría si no fuese por una apostasía. Eso dice el texto inspirado; ahora bien, observemos, tal como dable apreciar en la historia, de que modo el curso de la Providencia permite interpretar predicción.

En primer lugar, tenemos una interpretación en el episodio de Antíoco previo a los sucesos contemplados en la profecía. Los israelitas o por lo menos un gran número de ellos, abandonaron su  sagrada religión, y recién entonces le fue permitido el enemigo en escena. 

Luego tenemos el caso de la emperador apóstata Juliano, quién intentó subyugar a la Iglesia por medio de astucias, y reintroducir el paganismo; es de notar que fue precedido e incluso criado por la herejía, por aquella primera gran herejía que perturbó la paz y la pureza de la Iglesia 

Aproximadamente cuarenta años antes de que él se convertirse en emperador, surgió la pestilente herejía arriana, la cual negaba que Cristo fuese Dios. Hizo su camino entre las cabezas de la Iglesia como un cáncer, de tal modo que por medio que la traición de algunos y los errores de otros, llegó al punto de dominar sobre la Cristiandad. Los pocos hombres santos y creyentes, testigos de la Verdad, gritaron con pavor y terror, frente a la apostasía, que el Anticristo se acercaba. Lo llamaron “el precursor del Anticristo”(37). Y ciertamente sus Sombra llegó. Juliano fue educado en el seno del arrianismo por algunos de sus principales sostenedores. Su tutor fue aquel Eusebio del cual sus partidarios tomaron su nombre; a su debido tiempo cayó en el paganismo, convirtiéndose en un perseguidor de la Iglesia y fue removido antes que completase el breve período durará el reinado del verdadero Anticristo.

En tercer lugar, se levantó otra herejía de consecuencias mucho más perdurables y de mayor envergadura; era de un carácter doble, de dos cabezas, podría decirse: el Nestorianismo y el Eutiquismo, en apariencia opuestas una a la otra, mas unidas en torno a un fin común: negar  de un modo u otro la realidad de la graciosa encarnación de Cristo, teniendo así a destruir la fe de los cristianos, no menos ciertamente, e incluso de modo más insidioso que la herejía de Arrio. Se extendió a través de Oriente y Egipto, corrompiendo y envenenando aquellas Iglesias que en un tiempo ¡Ay!, habían sido las más florecientes, las primeras moradas y los baluartes de la verdad revelada. A partir de esta herejía, o por lo menos por medio de ella, surgió el impostor Mahoma, y compuso su credo. He aquí, por lo tanto, otra particular Sombra del Anticristo.

En lo que respecta al cuarto y último ejemplo, que he podido tomar de la generación que ha precedido inmediatamente la nuestra, me limitaré a observar que de modo similar los ejemplos citados, la Sombra del Anticristo ha surgido de una apostasía, de un abandono de la fe en favor de doctrinas infieles, de la apostasía sin dudas más inicua y más blasfema que el mundo ha conocido (38).

Todos estos ejemplos nos plantean los siguientes interrogantes: ¿surgirá enemigo de Cristo y de Su Iglesia a partir de un especial apartamiento de Dios? ¿No hay acaso motivos para temer que dicha apostasía se esté preparando gradualmente, reuniendo, madurando en nuestros mismos días? ¿Acaso no existe en este mismo momento un especial empeño en casi todo el mundo en prescindir de la religión, más o menos evidente en este o en aquel lugar, pero más visible y formidablemente en aquellas regiones más civilizadas y poderosas? ¿No existe acaso un consenso reciente de que una nación no tiene nada que ver con la religión, de qué se trata de algo concerniente sólo a la conciencia individual? Lo que es lo mismo que decir que podemos dejar que la Verdad desaparezca de la faz de la tierra sin que hagamos nada por evitarlo. ¿No existe un movimiento vigoroso y unificado en todos los países destinado a privar a la Iglesia de Cristo de su poder y posición? ¿No existe un empeño febril y permanente por deshacerse de la necesidad de la Religión en los asuntos públicos?, por ejemplo el intento de desembarazarse de los juramentos con a excusa de que son demasiado sagrados para los asuntos de la vida corriente, en vez de asegurarse de que fuesen proferidos de modo más reverente y conveniente. ¿No existe el intento de educar sin religión, osea, poniendo a todas las formas de religión al mismo nivel? ¿No existe la tentativa de reforzar la templanza, y todas las virtudes que brotan de ella, sin religión, por medio de sociedades basadas en meros principios de utilidad; de hacer de la conveniencia y no de la verdad, el fin y la norma de las decisiones del Estado y de la constitución de las leyes; de hacer de los números, y no la Verdad, el criterio para sostener o no esté o aquél artículo de fe, como si hubiera la Escritura fundamentación para sostener que los muchos tienen la razón y los pocos no; de privar a la Biblia  de su sentido principal, de modo de hacernos pensar que está posee cien significados, todos igualmente verdaderos, o en otras palabras, que no posee significado alguno, que es letra muerta, y que puede ser dejada de lado; de reemplazar la religión en su conjunto, en cuanto es externa y objetiva, y expresada en leyes y palabras escritas, por algo meramente subjetivo, de confinarla a nuestros sentimientos internos, y de este modo, dada su inestabilidad y variabilidad, de destruir en definitiva la religión?

Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. No podemos saber si de esta misma Apostasía nacerá el Anticristo,  o si él será todavía retrasado como lo ha sido por tanto tiempo; pero en todo caso está Apostasía, y todos sus signos e instrumentos, son del Maligno, y tienen un sabor de muerte.

¡Dios nos guarde de contarnos entre aquéllos ingenuos que caen en la trampa que está tendiendo a nuestro alrededor! ¡Dios nos libre de ser seducidos por las bellas promesas en las cuales Satán ha ocultado seguramente su ponzoña!  ¿Creéis que él es tan inexperto en su arte como para invitarlos en forma abierta y clara a unirse a él su combate contra la Verdad? No, él les ofrece cebos para tentarlos. Les promete libertad civil; les promete igualdad; les promete comercio y riqueza; les promete exención de impuestos; les promete reformas. Éste es el modo en que él encubre el verdadero asunto al que los va conduciendo; los tienta a rebelarse contra sus gobernantes y superiores; él hace eso mismo, y los induce a imitarlo; les promete iluminación, ofreciéndoles conocimiento, ciencia, filosofía, ensanchamiento de la mente. Él se burla de los tiempos pasados y se mofa de toda institución que los venere. Él les sopla lo que deben decir, y luego y luego los escucha, los alaba y los alienta. Él los incita a ascender ala cima. Les enseña cómo convertirse en dioses. Luego ríe y hace bromas e intima con vosotros; los toma de la mano, pone sus dedos entre los vuestros, los agarra, y entonces ya le pertenecéis.

¿Consentiremos nosotros los cristianos en tener parte en este asunto? ¿Ayudaremos, aun con nuestro dedo meñique, al Misterio de Iniquidad que lucha por nacer, y que convulsiona al mundo con sus dolores? “Alma mía, no entres en su consejo; no te unas a su asamblea, honra mía”(39).

“¿Qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? (…) Por tanto, salid de entre ellos y apartaos”(40), de otro modo seréis cooperadores de los enemigos de Dios, y estaréis abriendo el camino para el Hombre de Pecado, el hijo de la perdición.


John Henry Cardenal Newman, "Cuatro Sermones sobre el Anticristo", Ediciones del Pórtico, Buenos Aires, 1999. Traducción, prólogo y notas R. P. Carlos A. Baliña

Notas

1.- II Tes. 2,3.
2.- Mt. 11,9.
3.- II Tes. 2,5.
4.- Mt 24,24
5.- Mt 24,12.
6.- Mt 24,33.
7.- Mt 24, 15-16.
8.- Dan 7,25;12,7.
9.- Ap 13,5.
10.- Mt 24,21-22.
11.- Mt 24,14.
12.- II Tes 2,7.
13.- I Jo 2, 18.
14.- II Tes 2, 6.
15.- II Tes 2, 7.
16.- Cfr. San Juan Crisóstomo, In ep. II ad Thess. Hom. 4. 
17.- Dan 7, 7.
18.- Dan 7. 24.
19.- Dan 7. 8.
20.- II Tes 2, 7.
21.- I Jo 2, 18.
22.- I Jo 4, 3.
23.- o anomos [literalmente el sin ley, el inicuo, tal como lo denomina San Pablo en II Tes. 2,8. N del t.]
24.- II Tes 2,3-4, 8-9.
25.- Dan /, 24-26.
26.- Dan 11, 36-38.
27.- Ap 13, 5-8.
28.- I Mac 1,11-15.
29.- I Mac 1, 20-24.
30.- I Mac 1, 31, 33, 34.
31.- I Mac 1, 41-43.
32.- I Mac 1, 45-48.
33.- I Mac 1, 54-56.
34.- I Mac 1, 62-64.
35.- San Jerónimo, In Dan., cap. vii.
36.- Teodoreto, In Dan., xi.
37.- prodromoj Anticriston “Ahora es la Apostasía puesto que los hombres se han apartado de la recta fe. Ésta es pues la Apostasía y debe esperarse la venida del enemigo”, San Cirilo de Jerusalén, Catech., 15,9.
38.- Todo este párrafo no aparece en el texto inglés sino en la versión francesa: L'Antichrist, Editions Ad Solem , Geneve. 1955. Newman hace aquí alusión a la Revolucion Francesa y al ascenso de Napoleón al poder [nota del tradictor]
39.- Gen 49,6.
40.- II Cor 6,14. 17.



Traducción: "Cuatro Sermones Sobre el Anticristo", Carlos A. Valiña



Sea todo a la mayor gloria de Dios.


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