En aquél tiempo: Dijo Jesús a sus apóstoles: Y ahora Yo me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? sino que la tristeza ha ocupado vuestros corazones porque os he dicho esto. Sin embargo, os lo digo en verdad: Os conviene que me vaya; porque, si Yo no me voy, el Intercesor no vendrá a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, presentará querella al mundo, por capítulo de pecado, por capítulo de justicia, y por capítulo de juicio: por capítulo de pecado, porque no han creído en Mí; por capítulo de justicia, porque Yo me voy a mi Padre, y vosotros no me veréis más; por capítulo de juicio, porque el príncipe de este mundo está juzgado. Tengo todavía mucho que deciros, pero no podéis soportarlo ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de verdad, Él os conducirá a toda la verdad; porque Él no hablará por Sí mismo, sino que dirá lo que habrá oído, y os anunciará las cosas por venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío, y os (lo) declarará.
Juan XVI, 5-14
El Evangelio de Jesucristo
R.P. Leonardo Castellani
R.P. Leonardo Castellani
Domínica cuarta después de Pascua
El evangelio del cuarto Domingo después de la Pascua (Jn XVI, 5) está inmediatamente antes del que se explicó el Domingo pasado, tercero de Pascua. Los evangelios de los Domingos no siguen orden estricto, sino que han sido fijados en el correr de los siglos al tenor de las circunstancias.
Como decíamos en el otro, éste es el largo Sermón Despedida, que solamente San Juan trae, y que abarca en él tres capítulos. Fue pronunciado desde el Cenáculo al Huerto de los Olivos, y contiene la flor del Corazón de Cristo, empezando por el mandato del Amor Fraterno e incluyendo la promesa del envío del Espíritu Santo, que es el Amor Substancial. Los eruditos alemanes, inclinados sobre esta sinuosa conversación con sus instrumentos de precisión, dicen que “carece de lógica”, como por ejemplo Bauer. Carece ciertamente de la lógica de un tratado, pero tiene la lógica de una conversación. Cristo está empeñado en consolar a sus Discípulos, conturbados por la perplejidad y abatidos por la tristeza; y en acentuar sus últimas y capitales disposiciones: no es extraño pues que repita las cosas, que vuelva atrás y que haga largos paréntesis.
En esta perícopa que consideramos, Cristo dice tres cosas que bien miradas están enlazadas entre sí; a saber: que nos conviene a nosotros que El se vaya, porque eso funda y crea la fe; que el mundo va a ser convencido de la tremenda injusticia que hizo con Él, por medio de esa misma fe; y que el Espíritu de Dios, que procede de El y del Padre y es una cosa con ellos, completará la obra de la fe que inició Cristo. En suma, Cristo se levanta por encima de los terribles sucesos que van a seguir; y al mismo tiempo que prescribe a los Apóstoles su misión de Testigos de la Fe, les predice la victoria en el Espíritu Santo.
El segundo de estos puntos está en palabras singularmente difíciles; todos los intérpretes dicen que son muy oscuras; y los Padres Latinos han gastado mucha tinta en coordinarlas: efectivamente, parecen incoherentes: “El Espíritu Santo cuando viniere argüirá al mundo de pecado, de justicia y de sentencia: de pecado, porque no creyeron en mí; de justicia, porque vuelvo al Padre y ya no me veréis; de sentencia, porque el Príncipe de este mundo ya está juzgado.”
La traducción de la Vulgata latina es efectivamente oscura; y el mismo texto griego, para ser entendido bien, requiere una referencia a los modos de hablar propios de los pueblos de estilo oral. Lo que quieren decir esos dos desconcertantes versículos es simplemente esto: “la tremenda injusticia que me van a hacer y ya me han hecho, se conocerá algún día; más aún, el juicio sobre ella ya está –potencialmente– dado”.
No hay ninguno que haya sufrido en este mundo una gran injusticia que no haya dicho esas palabras; Sócrates las dijo.
Si Platón no hubiese escrito sus inmortales Diálogos, no sabríamos nada de Sócrates; o, lo que es peor, sabríamos cosas falsas, que es la peor manera de no saber que hay. Igualmente, si el Espíritu de Pentecostés no hubiese venido, no conoceríamos nosotros a Cristo. Si por un imposible Cristo hubiese resucitado y subido al cielo de inmediato, y el período Pascua-Pentecostés fuera suprimido, los Apóstoles hubiesen conservado quizá el recuerdo afectuoso de su Maestro, su doctrina y aun a lo más la fe personal en El; aunque lo más probable es que hubiesen caído en irremediable confusión; y en consecuencia el Evangelio no habría sido predicado ni escrito y jamás hubiese triunfado. Pues bien, lo que Cristo promete aquí a los Apóstoles es lo contrario. El mundo iba a triunfar ahora de Cristo por la violencia y Cristo iba a desaparecer; pero el Príncipe de este mundo ya estaba vencido, porque los testimonios contra el demonio ya habían sido puestos en forma total, y habrían de ser recordados y revividos por el Espíritu Santo, el Gran justiciero.
En suma, Cristo alude en forma cortada –como es propio de uno que respira afanosamente y por otra parte usa el estilo oral– a una sola cosa capital, que es el final y la compleción de su carrera: el hecho de que ha sido rechazado como Mesías por el mundo judío, y que pronto iba a desaparecer de la vista de los hombres; pero que pronto también vendría en forma incontenible la reacción, el rechazo de ese rechazo, la casación de la falsa sentencia de Caifás, Herodes, Pilato y la Sinagoga; y eso por obra no de los hombres sino de Dios mismo. “El Espíritu de Dios mostrará al mundo que hay un crimen aquí, y que hay justicia y que hay sentencia verdadera; el crimen es que no creyeron en mí; el resultado de ese crimen es que yo desaparezco; pero no importa, el diablo ha perdido ya la partida” como veréis: he ganado la primera mano y tengo el As de Espadas”... Esta sería una traducción criolla bastante exacta.
Lo que origina la aparente confusión es que Cristo usa aquí un modo de hablar que la retórica grecolatina llama hendíádis: que consiste en separar en diversas expresiones o en tres palabras o tres frases algo que en sí mismo es uno: muchas veces lo hacen los oradores y sobre todo los poetas: “Poculo bíbemus et aura”, dice Virgilio por ejemplo: “En cáliz beberemos y en oro”... por decir “beberemos en cáliz de oro”. Y así Cristo hiende en tres saltos vertiginosos este último período de su vida.
¿Por qué “el Príncipe de este mundo ya está juzgado”? Porque cuando un mal juez da una sentencia injusta, en el mismo momento queda él juzgado: queda como malvado y perverso juez. “No juzguéis para no ser juzgados”, dice Cristo. Cuando N. N. me condenó a mí, en el mismo momento sentí, con toda la fuerza de la conciencia, que era un mal superior y un mal hombre; y cuando el tribunal de Atenas decretó la muerte de Sócrates, para toda la Historia quedó condenado el Areópago de Atenas.
Claro que a veces no prevalece la sentencia verdadera que hay en el corazón del inocente contra la sentencia falsa del mal juez que tiene el poder de hacerla ejecutar. Pero en el caso de Cristo no fue así. Cuando Caifás condenó a Cristo quedó condenado; y el Dante lo vio en el infierno, crucificado contra el suelo, entre los fariseos; y todos los que pasaban por aquel camino tenían que pisarlo.
Bien: puede ser que el Dante se equivoque y que el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios inexpresablemente suspendido sobre toda criatura, le haya hecho gracia a Caifás, si reconoció su error: difícil parece. El Espíritu Santo existe y es Dios. Cristo en este evangelio anuncia claramente que el Pneuma Theoticón (el Amor, la Inspiración, la Intuición, todo lo que es Femenino en las cosas creadas) es de Él y es a la vez del Padre: procede de los dos y es una cosa con ellos; de manera que hay tres Personas distintas que son una misma Naturaleza Divina.
Terminamos de este modo, con la afirmación de la existencia del Espíritu, porque hay en la Argentina unos cuantos “Macedonianos”. Macedonio de Bizancio –que no tiene nada que ver con Macedonio Fernández, aunque éste fue bastante bizantino– fue un arzobispo de Constantinopla que quiso desconstantinopolizar al Espíritu Santo: negó su divinidad y su existencia; en suma negó la Trinidad. Ahora, después de 16 siglos, le han salido en la Argentina algunos discípulos –por lo demás poco conocidos– que han inventado de nuevo esa antigua doctrina arriana.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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