martes, 20 de agosto de 2019

Dom Gueranger: San Bernardo, Confesor y Doctor de la Iglesia




"Año Litúrgico"
Dom Gueranger



SAN BERNADO, 
CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA


Glorias de San Bernardo

"He aquí que la Reina se ha sentado después de su único; Hijo en el festín eterno. Entonces, como el nardo; que difunde su perfume, Bernardo entregó su, alma a Dios" (1). Sin duda fué para recompensarle de haber sido su caballero tan fiel y el cantor tan amante y elocuente de todas sus las grandezas, por lo que María vino a buscar a Bernardo durante la Octava de su gloriosa Asunción.

El Menologio cisterciense recuerda a sus hijos todos los años la figura gloriosa y los méritos del primer Abad de Claraval: "En el claustro se ejercita maravillosamente en los ayunos, en las oraciones, en las vigilias, llevando en la tierra una vida del todo celestial. Sin descuidar el trabajo de su perfección, se ocupa con celo y éxito en la santificación de los suyos; vese además obligado a presentarse ante el mundo. Aconseja a los Papas, pacifica a los reyes, convierte a los pueblos; extermina la herejía, abate el cisma, predica la cruzada, rehusa obispados, obra milagros sin número, escribe obras admirables y un millar de cartas. A los 63 años, cuando muere, ha fundado ya 150 monasterios, y 700 religiosos le lloran en Claraval. El Papa Alejandro III le inscribió en el catálogo de los Santos y Pío VIII, en 1830, le confirió el título de Doctor de la Iglesia universal". Grande es el elogio, pero no exagerado.

Innumerables son los títulos que se le han dado al que vino a Claraval a buscar en la humildad de la vida monástica, el silencio, la facilidad de hacer penitencia y de rezar mientras llegaba la muerte que le uniría con su Dios. El que buscaba ser olvidado de todos, llegó a ser, a pesar suyo, el hombre de quien no podía prescindir su siglo, el que iba a tener sobre sus compatriotas una influencia sin igual y que en la historia quedaría como una de las figuras más nobles y más atractivas de la Iglesia y de su patria. Bossuet, en un panegírico célebre, nos le ha representado en la celda estudiando la cruz de Jesús, después en la cátedra sagrada y a través de los caminos de Europa, predicando esa misma cruz. Pero, antes que él, Alejandro III le había llamado "luz de toda la Iglesia de Dios por la antorcha de su fe y de su doctrina"; Santo Tomás de Aquino: "el elegido de Dios, la perla, el espejo y el modelo de la fe; la columna de la Iglesia, el vaso precioso, la boca de oro que embriagó a todo el mundo con el vino de su dulzura"; y San Buenaventura le llamó: "el gran contemplativo, de máxima elocuencia, lleno del espíritu de sabiduría y de una santidad eminente"; y nos extenderíamos demasiado si fuésemos a citar el nombre y los elogios de los Santos que le han venerado y saborearon su doctrina "meliflua", desde Santa Gertrudis y Santa Mectildis hasta San. Luis Gonzaga y San Alfonso de Ligorio.


El Caballero de Nuestra Señora 

Pero lo que de modo especial nos debe impresionar en; estos días, lo que debería bastar para dar gloria; a San Bernardo es que fué el cantor y el caballero de Nuestra Señora. "Fué, dice Bossuet, el más fiel y el más casto de sus hijos; el que más honró entre todos los hombres su maternidad, gloriosa, el que creyó que debía a sus cuidados y a su caridad maternal la influencia continua de gracias que recibía de su divino Hijo." Nos cuenta la leyenda que un día los Angeles le enseñaron en la Iglesia de San Benigno de Dijon, la salve Regina, y que una vez la Virgen dejó correr hasta sus labios algunas gotas de la leche con que se había alimentado Jesús. Pero sea de esto lo que fuere, Bernardo nunca se mostraba más elocuente ni más persuasivo que al hablar de María. Sus discursos nos la presentan en todos los misterios de nuestra salvación ocupando junto al Señor el puesto que Eva había tenido cerca de nuestro primer padre; habló de ella en términos tan tiernos y conmovedores, que hizo vibrar el corazón de los monjes y de las multitudes que le escuchaban, del gran amor que sentía a esta divina Madre, y contribuyó poderosamente a hacerla amar en su nación. Sus sermones sobre la Anunciación se han hecho famosos y los del misterio de la Asunción se dirían que son posteriores a la definición del dogma que tanta alegría ha traído al mundo. Tal vez sea esto lo que le ha acarreado tanta popularidad. Porque San Bernardo no es sólo admirado por los que estudian la historia del siglo XII y se encuentran con él en todo lo grande y grave que entonces sucede, o también por los monjes y los teólogos que estudian su doctrina; San Bernardo es amado, y "el secreto de su popularidad y del amor que se le tiene, está en el amor que él tuvo a Jesús y en la ternura con que amó a María, ternura profunda, amor ardiente que nos enfervoriza aun después de ocho siglos" (2). "jesús y María: dos nombres, dos amores que se funden en uno solo y hacen de su corazón un horno. El amor de María da el movimiento y el amor de Jesús se abre en él como un lirio en su tallo. Este amor le persigue por las sendas de la Escritura, por las ásperas montañas de la vida monástica, por la práctica asidua de las virtudes más varoniles, pero siempre por medio de María; se esfuerza en cantar al Verbo acompañándose de María como de una lira" (3).

Después de ocho siglos, las oraciones que San Bernardo redactó o bosquejó sirven a las almas para rezar a María, para expresarla su confianza y su amor. Las repetimos todos los días, avaloradas con el fervor de todos los que las pronunciaron antes que nosotros: la Salve Reginael Acordaos. No conocemos modo mejor para honrar a este gran Santo, serle grato y darle gracias, que repetir, siguiendo su ejemplo, las oraciones que brotaron de su corazón y sobre todo alabar a Nuestra Señora con sus propias palabras.


Vida 

Bernardo nació en Fontaine-lez-Dijon en 1090. A los 16 años se quedó sin madre. Poco después pensó ingresar en el Cister, donde el Abad Esteban Harding estaba descorazonado por no tener vocaciones. Pero no llegó solo. En Pascua de 1112 se presentaba con treinta parientes o amigos, a los que él había, animado a abrazar la vida perfecta. Permaneció durante tres años en este monasterio, entregado a la oración y a la más ruda penitencia. En 1115 llegaba a ser Abad de Clairvaux. La fama de su doctrina y de su santidad pronto le trajeron postulantes en crecido número; pronto tuvo que fundar monasterios y aceptar la reforma de los que solicitaban su ayuda. Todo para todos, tuvo muchas veces que dejar su monasterio para combatir el cisma de Anacleto II en Italia, la herejía en el mediodía de Francia, o para predicar la cruzada a petición de Eugenio III. Para este hijo, que llegó a ser Papa, escribió el tratado de la Consideración y para sus monjes su Apología del ideal cisterciense, el Tratado del amor de Dios y el Comentario del Cantar de los Cantares. Agotado por los trabajos y fatigas, consumido por excesiva penitencia, acabó por ñn sus días en su monasterio, el 20 de agosto de 1153. Fué canonizado veinte años después y declarado por Pío VIII Doctor de la Iglesia universal el 23 de julio de 1830.


Plegaria a San Bernardo 

Era conveniente que viésemos al heraldo de la Madre de Dios seguir de cerca su carroza triunfal; y, al entrar en el cielo en esta Octava radiante, te pierdes con deleite en la gloria de aquella cuyas grandezas ensalzaste en este mundo. Ampáranos en su corte; dirige hacia el Cister sus ojos maternales; en su nombre, salva una vez más a la Iglesia y defiende al Vicario del Esposo.

Pero en este día, nos convidas a cantarla, a rogarla contigo, más bien que a rezarla contigo; el homenaje que más te agrada, oh Bernardo, es ver que nos aprovechamos de tus escritos sublimes para admirar "a la que hoy sube gloriosa y colma de felicidad a los habitantes del cielo."

Aunque rutilante, el cielo resplandece con nuevo fulgor a la luz de la antorcha virginal. En las alturas resuenan también la acción de gracias y la alabanza. Estas alegrías de la patria ¿no debemos hacerlas nuestras en medio de nuestro destierro? Sin morada permanente, buscamos la ciudad a la que la Virgen bendita arriba en este momento. Ciudadanos de Jerusalén, muy justo es que desde la orilla de los ríos de Babilonia nos acordemos de ello y dilatemos nuestros corazones ante el desbordamiento del río de felicidad cuyas gotitas saltan hoy hasta la tierra. Nuestra Reina tomó hoy la delantera; la acogida espléndida que se la ha hecho, nos da confianza a nosotros, que somos su séquito y sus servidores. Nuestra caravana, precedida de la Madre de misericordia, a título de abogada cerca del Juez, Hijo suyo, tendrá buen recibimiento en el negocio de la salvación (4).

"Deje de ensalzar tu misericordia, oh Virgen bienaventurada, el que recuerde haberte invocado inútilmente en sus necesidades. Nosotros, siervecillos tuyos, te felicitamos, sí, por todas las demás virtudes; pero en tu misericordia más bien nos felicitamos a nosotros mismos. Alabamos en ti la virginidad y admiramos tu humildad; Pero la misericordia sabe más dulce a los miserables; por eso abrazamos con más amor la misericordia, nos acordamos de ella más veces y ia invocamos sin cesar. ¿Quién podrá investigar, oh Virgen bendita, la largura y anchura, la altura y profundidad de tu misericordia? Porque su largura alcanza hasta su última hora (a los que la invocan); su anchura llena la tierra; Su altura y su profundidad llenó el cielo y dejó vacío el infierno. Ahora que has recuperado a tu Hijo y eres tan poderosa como misericordiosa, manifiesta al mundo la gracia que hallaste en El: alcanza perdón al pecador, salud al enfermo, fortaleza a los débiles, consuelo a los afligidos, amparo y protección a los amenazados por algún peligro, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María" (5)!


Notas

1. Himno de Vísperas.
2. Dom Dominique Nogues: La  Mariología de San Bernardo, p. XIV.
3. Ibíd., p. XV.
4. S. Bernardo, primer Sermón sobre la Asunción.
5. San Bernardo, cuarto Sermón sobre la Asunción.



Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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