domingo, 17 de noviembre de 2019

R.P. Leonardo Castellani: La Hija de Jairo






En aquel tiempo: Mientras Jesús estaba hablando a las turbas se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá.» Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca. 
Mateo IX, 18-26


"Domingueras Prédicas II"
R.P. Leonardo Castellani


Dominica XXIII después de Pentecostés
La Hemorroísa. La Hija de Jairo (1966) 


El año pasado en este Domingo XXIII les dije que los Santos Padres no ayudan para nada a explicar el Evangelio de la turquita Jairós, pues desde San Jerónimo, en el siglo IV, hasta Santo Tomás, en el XIII, se limitan a decir que la niña muerta representa a la Sinagoga; es decir, se internan en lo simbólico, pues lo literal no tiene dificultad alguna; y los exégetas modernos no hacen más que copiar esto y copiarse unos a otros.

Hoy voy a considerar brevemente las tres resurrecciones que hizo el Redentor, recordando que San Agustín dice (de paso) que esas resurrecciones significan la Redención del Pecado, la resurrección del alma que efectúa cada día el Redentor, porque ése es su oficio.

Cristo resucitó antes a tres personas jóvenes: a una chica de unos 12 años; a un muchacho a quien no llama "chico" sino "muchacho" (neaníske) y a Lázaro, que debía tener menos de 40 años: un hombre soltero que vivía con sus dos hermanas, Marta y María. A lo mejor, si resucitaba algún viejo, el viejo lo regaña diciéndole que por qué no lo dejó en paz. La naturaleza a fuerza de golpes nos prepara para la muerte, haciendo que la aceptemos y aun la deseemos -me decía mi finado hermano cuando estaba ya muy gravemente enfermo. Era joven; pero los viejos no suelen querer morir; sin embargo, los jóvenes pueden morir, pero los viejos no podemos vivir.

Los jóvenes mueren también, aunque no deberían morir. Es doloroso ver morir a los jóvenes, aunque los griegos decían que a quienes los dioses aman, mueren jóvenes. He visto morir ... es decir, he sabido la muerte de muchos estos últimos tiempos; y lo que es peor, he visto jóvenes arruinados prematuramente; como un amigo periodista en plena juventud, derribado por una diabetes que no cuidó. ¿Y por qué no la cuidó? No podía: el diario "Clarín" lo hacía trabajar mucho y le pagaba poco. ¿Por qué no se iba a otro diario? Son iguales más o menos. ¿Por qué no aprendió otro oficio? Fatalidad, ya no era tiempo.

Los jóvenes que Cristo resucitó después murieron; de modo que la realidad inexcusable es la muerte, a la cual no podemos hacerle huelga. Por lo cual hemos de hacernos indiferentes en lo posible a "vida larga o vida corta", puesto que lo que importa es "vida buena". "Consummatus in brevi, explevit tempora multa", dice la Escritura: "Consumado en breve tiempo, sin embargo llenó muchos tiempos." (1) Dios sabe lo que nos conviene:



Joven muere tal vez que viejo ha sido,

Y viejos mueren sin haber vivido.

Cristo resucitó tres jóvenes para significar la resurrección del alma -dice Agustín: a una niña que acababa de morir, a un joven que llevaban ya a enterrar, y a un hombre ya enterrado, que olía mal; porque hay pecadores de tres clases, incipientes, proficientes y perfectos, pero con signo negativo: los que comienzan, los que promedian y los empedernidos, y cada vez cuesta más resucitarlos; pues a la chica Cristo le dijo simplemente "Talithá koúm", o sea, "despiértate"; al muchacho, hizo parar el cortejo tocando las andas, le dijo a la madre que no llorara y lo tomó de la mano; pero a Lázaro, vino de lejos, se hizo rogar, exigió a Marta que le dijera: "Creo que eres la Resurrección y la Vida ", y mandó a los presentes apartaran la piedra y dejaran patente el sepulcro, y después les mandó que desataran a Lázaro. O sea, que a los pecadores enviciados cuesta Dios y ayuda retornarlos a la vida -del alma.

¿Qué nos importa esto a nosotros que no somos pecadores, por lo menos del tercer grado, de los enterrados y podridos? Nunca está de más saber. ¿Saber qué? Saber que después de un pecado mortal, lo demás sigue de suyo; es decir, el proceso de la corrupción: lo llevan fuera de la ciudad, lo entierran, se pudre. Cristo está a cuatro días de camino.


Notas

1. Sabiduría 4, 13.





Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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