sábado, 21 de marzo de 2020

Dom Gueranger: San Benito, Abad





"Año Litúrgico"
Dom Gueranguer


SAN BENITO,
ABAD

Apenas habían transcurrido cuarenta días desde que Santa Escolástica se elevó a los cielos, cuando San Benito, su hermano, se elevó a su vez, por un camino luminoso, hacia la morada que debía reunirlos a los dos para siempre. La partida de uno y de otro para la mansión celestial, acaeció en este período que coincide casi todos los años con el tiempo de Cuaresma. Pero ocurre también que, a veces, la fiesta de la virgen Escolástica ha sido ya celebrada cuando la santa Cuaresma abre su curso, mientras que la solemnidad de San Benito tiene lugar constantemente en los días consagrados a la penitencia cuaresmal. El Señor, que también lo es del tiempo, ha querido que los fieles, durante sus ejercicios de penitencia, tengan cada año ante los ojos un modelo y un protector.


EL SANTO 

¡Con qué veneración debemos acercarnos hoy a este hombre, de quien San Gregorio Magno escribió que "estuvo lleno del espíritu de todos los justos!" Si consideramos sus virtudes, veremos que igualan a todo lo que los anales de la Iglesia nos dicen de los demás santos. La caridad de Dios y del prójimo, la humildad, el don de oración, el imperio sobre todas las pasiones, hacen de él una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo. Obras milagrosas llenan toda su vida: curación de enfermedades humanas, poder sobre las fuerzas de la naturaleza, imperio sobre los demonios y hasta poder de resucitar a los muertos. El espíritu de profecía le descubre el porvenir y hasta los pensamientos más íntimos no escapan a los ojos de su espíritu. Estos rasgos sobrenaturales se encuentran realzados por dulce majestad, por grave severidad y misericordia caridad, que brillan en cada una de las páginas de su biografía, escrita por uno de sus discípulos, el Papa San Gregorio Magno, quien se encargó de transmitir a la posteridad todo lo que Dios se había dignado realizar en su siervo Benito.


PADRE DE EUROPA

La posteridad, en efecto, tenía derecho a conocer la historia y las virtudes de un hombre cuya acción sobre la Iglesia y la sociedad han sido tan saludables a través de los siglos. Para conocer la influencia de Benito, sería necesario recorrer los anales de todos los pueblos de Occidente, desde el siglo vix hasta nuestros días. Benito es el padre de Europa; es quien, por medio de sus hijos, numerosos como las estrellas del cielo y las arenas del mar, levantó las ruinas de la sociedad romana, aplastada por los bárbaros; quien presidió al establecimiento del derecho público y privado de las naciones que surgieron después de la conquista; quien llevó el Evangelio y la civilización a Inglaterra y a Alemania, a los países del Norte y hasta los pueblos eslavos; quien enseñó la agricultura y destruyó la esclavitud; quien salvó, en fin, el tesoro de las letras y de las artes del naufragio que iba a devorarlos para siempre y dejar a la raza humana sumida en las tinieblas.


SU REGLA 

Todas estas maravillas las obró San Benito por su Regla. Este código admirable de perfección cristiana y de discreción, disciplinó las legiones de monjes por medio de las cuales el Santo Patriarca, realizó los prodigios que hemos enumerado. Hasta la promulgación de este libro, el elemento monástico, en Occidente, sólo ayudaba a la santificación de algunas almas; pero nada hacía suponer que este librito sería el instrumento principal de la regeneración cristiana y de la civilización de tantos pueblos. Promulgada esta Regla, todas las demás desaparecieron sucesivamente ante ella, como las estrellas se apagan en el cielo cuando el sol comienza a elevarse. Occidente se cubre de Monasterios, desde donde se extienden por Europa entera todos los socorros que hicieron de ella la porción privilegiada del globo.


SU POSTERIDAD 

Un número inmenso de Santos y Santas que reconocen a Benito por Padre depura y santifica la sociedad todavía medio salvaje. Una larga serie de Sumos Pontífices, formados en el claustro benedictino, preside los destinos de este mundo nuevo y crea para él esas instituciones fundadas únicamente en la ley moral y destinadas a neutralizar la fuerza bruta que sin ella hubiera prevalecido. Innumerables Obispos salidos de la escuela de Benito, aplican a las provincias y a las ciudades estas saludables prescripciones. Los apóstoles de veinte naciones bárbaras hacen frente a esas razas feroces e incultas, llevando en una mano el Evangelio y en la otra la Regla de su. padre. Durante largos siglos los sabios, los doctores, los educadores de la infancia pertenecen casi exclusivamente a la familia del gran Patriarca, que por ellos derrama luz clarísima a todas las generaciones. ¡Qué cortejo al rededor de un sólo hombre, formado por este ejército de héroes de todas las virtudes, de Pontífices, de Apóstoles, de Doctores, que se proclaman sus discípulos y que hoy se unen a la Iglesia entera, para glorificar al soberano Señor cuya santidad y poderío se han manifestado con semejante brillo en la vida y en las obras de Benito!


VIDA 

San Benito nació en Nursia hacia el año 480. Joven aún, abandonó el mundo y los estudios y vivió durante algunos años como eremita en Subiaco. La fama de su santidad llevó junto a él numerosos discípulos para los cuales edificó muchos Monasterios. En el de Montecasino, donde vivió sus últimos años, escribió una Regla, muy pronto umversalmente adoptada pollos monjes de Occidente. Célebre por sus milagros, por el don de profecía y por una admirable sabiduría se durmió en el Señor en 547. Su vida fué escrita por San Gregorio Magno. Desde 703 su cuerpo reposa en la iglesia de Fleury-sur-Loire, en Orleíms.


ELOGIO

Te saludamos con amor, ¡oh Benito! ¿Qué mortal ha sido escogido para obrar sobre la tierra tantas maravillas como tú? Cristo te ha coronado como uno de sus principales colaboradores en la obra de la salvación y de la santificación de los hombres. ¿Quién podrá contar los millares de almas que te deben la felicidad, bien sea que tu Regla los haya santificado en el claustro o que el celo de tus hijos haya sido para ellas el medio de conocer y servir al Señor que te eligió? A tu alrededor en la morada de la gloria un número inmenso de bienaventurados se reconoce deudor a ti, después de Dios, de la felicidad eterna; sobre la tierra, naciones enteras profesan la verdadera fe por haber sido evangelizadas por tus discípulos.


PLEGARIA POR EUROPA 

¡Oh Padre de tantos pueblos!, pon los ojos en tu herencia y bendice una vez más a esta Europa ingrata, que te lo debe todo y casi ha olvidado tu nombre. La luz que tus hijos la llevaron, se ha eclipsado; el calor con que vivificaron las sociedades fundadas y civilizadas por la Cruz, se ha enfriado; las espinas han cubierto gran parte del suelo en el que sembraron la semilla de la salvación. Ven en socorro de tu obra y por tus preces sostén la vida que amenaza extinguirse. Consolida lo que está vacilante y una nueva Europa católica surja pronto en lugar de la que la herejía y todos los falsos sectarismos nos han creado.


PLEGARIA POR SU ORDEN

¡Oh Patriarca de los Servidores de Dios! mira desde lo alto del cielo la viña que tus manos plantaron y cómo ha venido a menos. En otro tiempo tu nombre era hoy bendecido, como el de un padre, en más de treinta mil monasterios, desde las orillas del Báltico hasta las riberas de Siria, desde la verde Erín hasta las estepas de Polonia; ahora tan sólo se deja oír el raro y débil concierto que sube hasta ti desde el seno de esta inmensa heredad que la fe y el reconocimiento te habían consagrado. El viento ardiente de la herejía ha consumido parte de tus casas, la codicia se ha apoderado del resto y la expoliación no ha cesado durante siglos, apoyada muchas veces en la política y recurriendo otras a la violencia abierta. Has sido desposeído, oh Benito, de numerosos santuarios, que fueron durante tanto tiempo pafa los pueblos el principal foco de vida y de luz, y la raza de tus hijos casi se ha extinguido. Vela, oh Padre, sobre sus últimos brotes. Según una antigua tradición, el Señor te reveló un día que tu Orden debía perseverar hasta los últimos tiempos, que tus hijos combatirían por la Iglesia y que confirmarían a muchos en las pruebas supremas. Dígnate, con tu brazo poderoso, proteger los últimos restos de esta familia que todavía te invoca como padre. Elévala, multiplícala, santifícala; haz florecer en ella el espíritu depositado en tu santa Regla y muestra con tus obras que eres también ahora el bendecido del Señor (1).


PLEGARIA POR LA IGLESIA

Sostén, oh Benito, la santa Iglesia con tu poderosa intercesión. Asiste a la Sede Apostólica, con tanta frecuencia ocupada por tus hijos. Padre de tantos pastores de pueblos, alcánzanos Obispos semejantes a los que ha formado tu Regla. Padre de tantos Apóstoles, demanda para los países infieles heraldos evangélicos que triunfen por la sangre y la palabra como todos los que salieron de tus claustros. Padre de tantos doctores, ruega a fin de que la ciencia de las sagradas letras renazca como una ayuda para la Iglesia y como confusión del error. Padre de tantos ascetas, activa el celo de la perfección cristiana que languidece en tantos cristianos modernos. Patriarca de la religión de Occidente, vivifica a todas las Ordenes religiosas que el Espíritu Santo ha dado a la Iglesia; todas te miran con respeto como a padre venerable; derrama sobre toda ella la influencia de tu caridad paternal.


PLEGARIA POR TODOS LOS FIELES

En fin, oh Benito, amigo de Dios, ruega por los fieles de Cristo, en estos días consagrados a los sentimientos y obras de penitencia. Reanima su valor con tus ejemplos y enseñanzas para que aprendan a dominar la carne y someterla al espíritu; busquen como tú el retiro para meditar los años eternos; alejen su corazón y sus pensamientos de las alegrías fugitivas de este mundo.

La piedad católica te invoca como uno de los patronos y modelos del cristiano que está para morir; se recuerda del espectáculo que ofreció tu tránsito, cuando de pie ante el altar, sostenido por los brazos de tus discípulos, a penas tocando la tierra con tus pies, entregaste tu alma a su criador en la sumisión y confianza; obténnos, oh Benito, una muerte tranquila como la tuya. Aparta de nosotros en ese momento supremo, todas las embestidas del enemigo; visítanos con tu presencia y no nos abandones hasta que hayamos depositado nuestra alma en el seno del Dios que te ha coronado.


Notas

1. Dom Guéranger escribía esto en los difíciles comienzos de la restauración de la Orden en Francia, restauración llevada a cabo por él mismo cuando en su país y en toda Europa las órdenes religiosas habían sido barridas por el vendaval de las revoluciones y el sectarismo de los gobiernos liberales o ateos. Hoy día, afortunadamente, los monjes han visto renovarse los días gloriosos del pasado y con la confianza puesta en Dios miran seguros el porvenir. N. de los T.






Sea todo a la mayor gloria de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...