domingo, 25 de septiembre de 2022

R.P. Leonardo Castellani Sermón: El Almuerzo en Casa del Príncipe

 




En aquel tiempo: Entró Jesús un sábado a comer en casa de uno de los príncipales fariseos, ellos le estaban acechando. Había allí, delante de él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?» Y no pudieron replicar a esto. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
Lc. XIV, 1




"El Evangelio de Jesucristo"
R.P. Leonardo Castellani


Domingo decimosexto después de Pentecostés

El evangelio de esta Dominica (Lucas, XIV, 1) tiene dos perícopas: la Curación del Hidrópico y la parábola del Último Lugar. Pero puede unificarse con el nombre del Almuerzo en Casa del Príncipe.

   No hay que pensar en Herodes Idumeo o en el Príncipe Valerio Flavio, que estaba de viaje en Siria. Era un príncipe de los fariseos, un capitoste de ellos. Ya dije en otra ocasión que de éstos no todos eran malos; tanto que de algunos de ellos, los mejores, salió el núcleo primero de la primitiva Iglesia: Nicodemus, José de Arimatea, San Pablo... Pero la secta era mala. Era como el clero de hoy: un cuerpo; aunque no todos eran sacerdotes. Digamos que eran como el clerus medioeval, que comprendía hasta los sacristanes y los músicos, no menos que los letrados (o escribas y doctores): toda la gente de Iglesia. Clericales, vamos. Entre los clericales de hoy hay buenos y malos, pero el cuerpo de ellos es bueno. Entre los fariseos de entonces había buenos y malos, pero el cuerpo era malo; y uno no podía salvarse sin salir de él.

   Estaba lleno de estos doctores allí, "y todos le miraban a las manos", dice el evangelio. Jesucristo se descalzó las sandalias, dio el beso de paz al dueño de casa, hizo el gesto de lavarse los pies como era de ritual, introdujo a San Pedro el cual hizo igual, y se dirigió modestamente al último lugar, donde se reclinó. El príncipe lo fue a buscar y lo colocó en el segundo lugar, después de él. Y San Pedro que se había colocado tranquilamente en el segundo lugar, tuvo que bajar un tramo. "Y he aquí que un hombre hidrópico estaba delante de El"; no de San Pedro. Era uno de los doctorones que era hidrópico, qué le va a hacer; y no por eso sabía menos; lo que no sabía era la lotería que le iba a tocar ese día. Se ve que le dijo o pidió algo a Jesucristo, porque el evangelio dice: "Y respondiendo Jesús...". Pero no le respondió a él sino a los "legisperitos y fariseos que lo observaban con curiosidad". "—¿Se puede curar en día Sábado?" —les preguntó. "Conticuere omnes intenlique ora tenebant", que dice Virgilio. Callaron como muertos. ¿Qué podían decir? ¿Sí? ¿No? No podían decir nada. Jesús "agarró al hidrópico", dice el evangelio, es decir, lo sujetó; y lo curó. Habrá sido de ver el espectáculo del enorme vientre y el enorme cuerpo desinflándose a toda prisa. "Y lo mandó a su casa"; para que la comida pudiera continuar, probablemente. "Y respondiendo a ellos", otra vez —a sus ocultos pensamientos, porque ellos callaban—, dijo Jesús:


   "—¿Quién de ustedes, si un hijo, o aunque sea un buey, se cae en un hoyo, no lo va a sacar enseguida aunque sea en Sábado?"[1]. Y continuaron callando. ¿Qué iban a responder? "No podían a esto responderle nada". Con demasiada cortesía los trató Cristo. Yo les hubiese dicho: "Con sus ceremonias, con sus escrúpulos y con su ley del Sábado, todos ustedes son unos perfectos chanchos". Eso es lo que estuvo por decir San Pedro; pero se contuvo al pensar que estaba en casa ajena.

   Y encima los obsequió con una linda parábola, que San Pedro retuvo de memoria, dirigida in aeternum a los buscadores de Buenos Puestos: "Cuando seas convidado a un convite, no te pongas en el primer lugar; no sea que haya alguno más copetudo, y el dueño de la casa te diga: «Amigo, por favor, déjale ese lugar al señor diputado», y comiences con sonrojo a bajar hasta el último lugar... ("Zas —dijo San Pedro— esto va por mí"). Mas cuando fueres convidado, siéntate en el último lugar; y puede que cuando llegue el dueño, te vaya a buscar y te diga: «Pero amigo, siéntese aquí a mi lado», con lo cual quedarás bien ante todos los comensales: porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". ("Tiene razón", dijo San Pedro).

   Esta ley del Ultimo Lugar parece un chiste pero tiene mucha miga: la cual entendió la Iglesia Primitiva y la Iglesia Medioeval, y es menester que la entienda también la Iglesia de los Tiempos Modernos; que como son modernos, creen que son los primeros de todos; y en realidad son los últimos. De esta ley, han salido muchas cosas buenas.

   ¿Qué debe hacer un hombre cuando no lo ponen en su lugar? se pregunta Aristóteles en su Ética a Nicómaco. O mejor dicho: ¿qué debe hacer cuando no lo ponen en el primer lugar el Hombre Magnánimo? que Aristóteles creía que era él mismo. Ese es un caso que pasa muchísimo, y más cuando las sociedades están desordenadas, o como se dice exactamente, subvertidas. Justamente ésa es la gran señal de una sociedad subvertida; y por tanto en camino de decadencia: la gente fuera de su lugar; el que debe mandar obedece, el que debe obedecer manda; el que puede enseñar no enseña, el charlatán y el simulador enseñan; el que debe aconsejar no es oído; el botarate y el sofisticado charlan, gritan, enredan, atruenan y no dejan escuchar nada ni hablar a ninguno; el necio campa por sus respetos y el sabio es acorralado y silenciado; los mediocres engreídos hacen grandes planes y voltean casas que después no pueden reconstruir, la prudencia se va al diablo y la petulancia crece como sorgo de Alepo; "mucha música y poca lógica hay en este país" decía mi tío el cura. En suma, ustedes conocerán alguna familia donde pase esto; por ahí se pueden imaginar lo que pasará en un Estado. "Sempre la confusión delle persone — Principio fu del mal delle Citade", dijo el Dante. Este era el problema que preocupaba a Aristóteles.

   Aristóteles respondió: "Cuando al Magnánimo le niegan el primer lugar, debe quedarse en el lugar donde está y luchar por el primer lugar. Debe indignarse, no por mor de sí mismo, sino por el desorden, la fealdad y los daños que resultan al bien común de no estar él en su lugar. Debe luchar con indignación y fortaleza". Lo mismo hubiese dicho don Hipólito Yrigoyen.

   Jesucristo en vez dijo: "Cuando te niegan tu propio lugar, vete al último lugar. Mejor dicho, vete de entrada al último lugar, es más sencillo". ¡Es una paradoja! ¡No es nada sencillo!

   El Cristianismo nació al mundo en el seno del Imperio Romano, una sociedad en decadencia, subvertida. Allí la virtud no estaba en el primer lugar sino el vicio: ni la modestia, ni el saber, ni la capacidad, ni la honradez, ni el heroísmo, ni la magnanimidad. Para subir había que ser canalla; y la virtud era un "seautón-timou-roúmenos", como dijo Terencio, una especie de castigo de sí misma. ¿Qué hicieron los primeros cristianos? Se fueron al último lugar, al desierto; los que no fueron a parar primero a los leones del Coliseo. No se les ocurrió hacer un partido democristiano y hacerse elegir Emperadores.

   "En el Imperio no se puede vivir moralmente. En medio de la civilización no se puede vivir civilizadamente. El ambiente está tan apestado, la sociedad está tan descoyuntada, los valores están tan subvertidos, que ni dentro de tu casa te dejan vivir con honradez. Pero yo tengo que vivir con honradez para salvar mi alma: mi alma y la vida eterna, eso es lo que importa. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y por qué cambio cambiará el hombre con ventaja su vida? Si tu ojo te es escándalo, sácalo y échalo de ti; mejor es entrar tuerto en el Reino de los cielos que con los dos ojos ser arrojado a la región del fuego sempiterno. Por lo tanto, vivan ustedes como quieran, yo voy a vivir con honradez. Ahí queda eso. Me voy. ¿Adonde? Al desierto. A la barbarie. Quédense ustedes con la civilización: se las dejo". Allí nació la orden de los Ermitaños Urbanos y también la de los Inurbanos: Todas las órdenes religiosas.

   Los desiertos de los confines del Imperio, el último lugar del Imperio, se empezaron a poblar de ermitaños, hartos de la civilización podrida, patricios, matronas nobles, sabios, altos jefes militares, doncellas delicadas; y nació el ideal monacal, que viene de: monachus = solitario. Con su ejemplo, y después con su palabra, y también con su acción, fueron la levadura única y biológica que transformó el Imperio putrefacto en la Cristiandad Europea. Si quieren saber cómo se verificó esa increíble transformación, lean la vida de santa Melania de Georges Goyau o simplemente cualquier vida de San Jerónimo o europa y la fe del gran ensayista Hilaire Belloc.

   La Iglesia Medioeval creó la Caballería (la Iglesia Medioeval y las damas) y dio otra aplicación nueva al principio del "último lugar". Los caballeros andantes andaban por allí protegiendo a los débiles, y deshaciendo tuertos, para merecer un favor de su dama[2]. ¿Qué hacía un caballero cuando le hacían a él mismo un tuerto? Se hacía a sí mismo un tuerto mayor. ¿Eso no es idiotez? No, Chesterton dice que la ley del caballero es castigar la injusticia que le hacen a él, haciéndose otra mayor. Eso el literalmente "irse al último lugar", y "poner la otra mejilla", como aconsejó Cristo. Al Cid Campeador el Rey Alfonso lo desterró por un año; él se desterró por cuatro años; arrojó a los moros de Valencia, se creó un reino cristiano para él; y después volvió a Burgos y se lo echó a los pies del rey injusto.


"Por necesidad batallo
y una vez puesto en mi silla
¡Se va ensanchando Castilla
Delante de mi caballo!"...
........................................
"Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado
Y no vuelvas a mis tierras
dende esta hora en un año.
Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado;
por un ario me destierras,
yo me destierro por cuatro".
   

El Cid Campeador, no hay que olvidarlo, fue el padre de Martín Fierro.

   Esto la gente de hoy no lo entiende. Un joven de la Acción Católica un poco petulante me decía días pasados:

—Ahora hay persecución, podemos morir mártir.
—No te encarames, le dije, no es tan fácil.
—¿No dijo Cristo que hay que poner la otra mejilla?
—No hay otra mejilla.
—¿Acaso usted tendrá miedo? Lo que pasa es que usted tiene miedo de poner la otra mejilla.
—Mira, revisa el evangelio de arriba a abajo y decime cuándo Cristo puso la otra mejilla.
   No supo qué decirme; porque efectivamente Cristo nunca puso la otra mejilla.

   Cristo es un poeta que no quiere que entiendan sus metáforas literalmente: ningún poeta lo quiere. El gesto de generosidad, mansedumbre y fortaleza de ofrecer la otra mejilla al que nos dé una bofetada, puede hacerse o no hacerse, según pinte el caso; lo que importa es la actitud espiritual que ese gesto significa. Si a mí Hebetes me diera un bofetón —pobre Hebetes, es incapaz— y yo le pusiera la otra mejilla, él lo tendría por cobardía, vileza y servilismo, cosas que no quiere Cristo; y me daría otro. Yo lo engañaría, simplemente. Si me llegara a dar un bofetón, que no lo hará, yo le hago saltar cuatro dientes. Eso sería lo indicado. Cuando a Cristo le dio un bofetón el siervo de Caifas, era el momento indicado para mostrar el cumplimiento de su consejo. El tenía mansedumbre bastante para hacerlo, puesto que "puso sus espaldas a los azotes y sus mejillas a los que las herían y escupían" dijo el Profeta; pero no lo hizo allí. Hizo lo mismo en otra forma: hizo un acto de caridad con el animal, a ver si entendía razones: "Si he hablado mal, da testimonio: estamos delante del Juez y él está aquí para eso. Si he hablado bien, ¿por qué me pegas? ¿Por qué hieres a un hombre inerme y atado?".

   Esto es poner la otra mejilla, y ponerse en el último lugar, realmente; no literalmente.

   Si el siervo de Caifás un gaucho argentino hubiese sido, habría dicho de inmediato: "Tienes razón, me he ventajeado feo. Estuve muy mal. Me ofusqué. Perdón. Te pido humildemente perdón", con lo cual el Sumo Sacerdote lo hubiese echado inmediatamente de su conchavo y él hubiese salvado su alma; o por lo menos se hubiese salvado de servir a Caifás; lo cual no es poco. Pero el siervo del Sumo Sacerdote se hizo el sueco. Mas Cristo hizo por él lo que pudo.

   Esto es también lo que dice San Pablo con estas misteriosas palabras: "No te vengues de tu enemigo, échale más bien carbones encendidos sobre la cabeza". Quiere decir: Hazle un beneficio más bien, de modo que él se sonroje como un fuego de ver que es tu enemigo, que tú no eres enemigo de él, y que eres más noble que él.

   Así que corramos todos al último lugar, y verán qué fácil es determinar entonces, sin gastar millanares de pesos en elecciones, quién es el que debe ser Presidente de la República, Sumo Sacerdote, Poeta Laureado o Primer Corneta del Regimiento. Es justamente aquel que encontrarán ustedes sentadito muy tranquilo desde el comienzo en el último lugar; muy escondidito y quieto, muy silencioso y tranquilo, leyendo con toda atención la Ética a Nicómaco y el Evangelio de San Lucas en griego; o haciendo cualquier otra cosa, excepto política.




Sea todo a la mayor gloria de Dios.


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