miércoles, 28 de diciembre de 2022

Dom Gueranger. Los Santos Inocentes

  



"Año Litúrgico"
Dom Gueranger


LOS SANTOS INOCENTES

Después de la festividad del Discípulo amado viene la de los santos Inocentes: la cuna del Emmanuel, junto a la que hemos venerado al Príncipe de los Mártires y al Aguila de Patmos, aparece hoy ante nuestra vista, rodeada de una graciosa cohorte de niñitos vestidos de túnicas blancas como la nieve y con verdes palmas en sus manos. El Niño divino les sonríe; es su Rey, y toda esa pequeña corte sonríe también a la Iglesia de Dios. La fortaleza y la fidelidad nos han llevado ya ante el Redentor; la inocencia nos invita hoy a quedarnos junto al pesebre. Herodes quiso envolver al Hijo de Dios en una matanza de niños; Belén oyó los lamentos de las madres; la sangre de los recién nacidos inundó la reglón entera; pero todos estos conatos de la tiranía no lograron afectar al Emmanuel; sólo consiguieron enviar al ejército celeste una nueva leva de Mártires (1). Estos niños tuvieron el insigne honor de ser inmolados por el Salvador del mundo; pero, momentos después de su sacrificio, les fueron reveladas repentinamente alegrías próximas y futuras muy superiores a las de un mundo que pasaron sin conocerle, Dios, copioso en misericordia, no exigió de ellos más que el sufrimiento de algunos minutos; y se despertaron en el seno de Abrahán libres y exentos de toda otra prueba, puros de toda mancha mundana, llamados al triunfo como el guerrero que da su vida para salvar la de su jefe.

Su muerte es, pues, un verdadero Martirio, y por eso la Iglesia los honra con el bello título de Flores de los Mártires, a causa de su tierna edad y de su inocencia. Tienen, por tanto, derecho a figurar hoy en el ciclo, a continuación de los dos esforzados campeones de Cristo que ya hemos celebrado. San Bernardo, en su sermón sobre esta fiesta, explica admirablemente la conexión de estas tres solemnidades: "En el bienaventurado Esteban, dice, tenemos reacción y la voluntad del martirio; en San Juan, solamente la voluntad, y en los santo Inocentes sólo el hecho del martirio. Pero ¿quién dudará de la corona alcanzada por estos niños? Preguntaréis ¿dónde están los méritos para esta corona? Preguntad más bien a Herodes qué crimen cometieron para ser así asesinados. ¿Habrá de vencer la crueldad de Herodes a la bondad de Cristo? Ese rey impío pudo matar a estos inocentes niños; ¿y Cristo no habría de poder coronar a los que sólo por su causa murieron?

Esteban fué, Mártir a los ojos de los hombres que fueron testigos de su Pasión voluntariamente padecida, hasta el punto de rogar por sus mismos enemigos, mostrándose más sensible al crimen de ellos que a sus propias heridas. Juan fué mártir a los ojos de los Angeles, que siendo criaturas espirituales, vieron las disposiciones de su alma. En verdad, también fueron Mártires tuyos, oh Dios, aquellos cuyo mérito no fué visto, ciertamente, por los hombres ni por los Angeles, pero a quienes un favor especial de tu gracia, se encargó de enriquecer. De la boca de los recién nacidos y de los niños de pecho te has complacido en hacer brotar tus alabanzas. ¿Cuáles? Los Angeles cantaron: ¡Gloría a Dios en las alturas; y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! Alabanza sublime sin duda, pero que no será completa hasta que Aquel que ha de venir diga: Dejad que los niños se acerquen a mi, porque el reino de los cielos es de quien a ellos se parece; paz a los hombres, aun a aquellos que todavía no tienen el uso de la razón: ése es el misterio de mi misericordia."

Dios se dignó hacer, con los Inocentes sacrificados por causa de su Hijo, lo que hace diariamente en el sacramento del bautismo, aplicado con frecuencia a niños a quienes arrebata la muerte en las primeras horas de su vida; y nostros bautizados en el agua debemos glorificar a estos recién nacidos, bautizados en su sangre y asociados a todos los misterios de la infancia de Jesucristo. Debemos, también, felicitarlos con la Iglesia de la inocencia que conservaron gracias a su gloriosa y prematura muerte. Purificados primeramente por el rito sagrado que, antes de la institución del bautismo borraba la mancha original, visitados con anterioridad por una gracia especial que los preparó al sacrificio glorioso para el que estaban destinados, pasaron por esta tierra sin mancillarse en ella. ¡Vivan, pues, por siempre estos tiernos corderos en compañía del Cordero inmaculado! y merezca misericordia este mundo envejecido en el pecado, asociando sus voces al triunfo de estos escogidos de la tierra que, semej antes a la paloma del arca, no encontraron sitio donde posar sus plantas.

Mas, en esta alegría del cielo y de la tierra, la Santa Iglesia romana no pierde de vista el llanto de las madres que vieron arrancar de su regazo e inmolar con la espada de los soldados a aquellas prendas queridas de su corazón. Y así ha recogido el clamor de Raquel y no trata de consolarla sino más bien de compartir su pena,

Para honrar este maternal dolor, consiente en suspender hoy en parte las manifestaciones del gozo que inunda su corazón en la Octava de Cristo recién nacido. No se atreve a revestirse del purpúreo color de los Mártires para no recordar con demasiada viveza la sangre que corre hasta el mismo regazo de las madres; tampoco usa el color blanco, que es señal de alegría y no dice bien con tan acerbos dolores. Reviste el color morado, propio del duelo y de las añoranzas. Si la fiesta no cae en Domingo, llega hasta a suprimir el canto del Gloria in excelsis, a pesar de serle tan querido en estos días, en que los Angeles le entonaron en la tierra; renuncia al jubiloso Aleluya en la celebración del Sacrificio; en una palabra, se muestra, como siempre, inspirada por esa delicadeza sublime y cristiana de la que la santa Liturgia es escuela tan admirable.

Pero, después de este homenaje debido a la maternal ternura de Raquel, y que derrama por todo el oficio de los santos Inocentes una tan conmovedora melancolía, no pierde de vista tampoco la gloria de que gozan estos bienaventurados niños; a su solemne recuerdo consagra toda una semana, como lo ha hecho con San Esteban y San Juan. En las Catedrales y Colegiatas honra también en este día a los niños que unen sus inocentes voces a las del sacerdote y de los demás ministros sagrados. Les otorga graciosas distinciones hasta en el mismo coro y goza con la inocente alegría de estos tiernos cooperadores, que emplea para dar realce a sus solemnidades; en ellos, da gloria a Cristo Niño y a la inocente cohorte de los tiernos retoños de Raquel.

En Roma, la Estación se celebra en la Basílica de San Pablo extra Muros, cuyo relicario se precia de poseer algunos de los cuerpos de los santos Inocentes. En el siglo xvi, Sixto V sacó parte de ellos para colocarlos en la Basílica de Santa María la Mayor, Junto al pesebre del Salvador.


MISA

La Santa Iglesia ensalza la sabiduría de Dios, que supo burlar los cálculos de la política de Herodes y sacar gloria de la cruel inmolación de los niños de Belén, elevándolos a la dignidad de Mártires de Cristo, cuyas grandezas celebran ellos con gratitud eterna.


INTROITO
De la boca de los niños y de los lactantes sacaste, oh Dios, alabanza contra tus enemigos. Salmo: Señor, Señor nuestro: cuán admirable es tu nombre en toda la tierra. — J . Gloria al Padre.

En la Colecta, la Iglesia pide que sus fieles confiesen con sus obras la fe de Jesucristo. Es distinto el testimonio de los niños que no hablan más que con sus sufrimientos, y el testimonio del cristiano llegado al uso de la razón, al cual se le ha dado la fe para que la confiese delante de los tiranos si es preciso, pero siempre delante del mundo y de las pasiones. Nadie es llamado al carácter sagrado de cristiano para guardarlo en secreto.


ORACIÓN
Oh Dios, cuya gloria confesaron hoy los Inocentes Mártires no hablando sino muriendo: mata en nosotros todas nuestras pasiones; para que confesemos también, con nuestras vidas y costumbres, la f e que pregona nuestra lengua. Por nuestro Señor.


EPÍSTOLA

Lección del libro del Apocalipsis del Apóstol San Juan. 
(XIV, 1-5.)
En aquellos días vi al Cordero que estaba sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían su nombre y el de su Padre escrito en sus frentes. Y oí una voz del cielo, como ruido de muchas aguas, y como el sonido de u n gran trueno: y la voz que oí, era como de tañedores de arpas, tañendo sus arpas. Y cantaban como un cántico nuevo ante el trono, y delante de los cuatro animales, y de los ancianos: y nadie podía cantar el cántico más que aquellos ciento cuarenta y cuatro mil, los cuales fueron comprados de entre los de la tierra. Estos son los que no se mancharon con mujeres: porque son vírgenes. Estos siguen al Cordero por donde quiera que va. Estos fueron comprados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero; y en su boca no ha sido hallado engaño: porque están sin mancha ante el trono de Dios.

Al escoger este misterioso paso del Apocalipsis, la Iglesia nos quiere mostrar el aprecio que hace de la inocencia, y la idea que nosotros debemos tener de ella. Los Inocentes siguen al Cordero porque son puros. Sus obras personales en la tierra no llamaron la atención, pero atravesaron rápidamente el camino de este mundo sin contaminarse. Su pureza, menos probada que la de Juan, pero enrojecida en su sangre, atrajo las miradas del Cordero, y los tomó en su compañía. Suspire, pues, el cristiano por esta inocencia, pues tales distinciones merece. Si la ha conservado, guárdela y defiéndala con el celo con que se guarda un tesoro; si la ha perdido, repárela por los trabajos de la penitencia: y una vez recuperada, realice la palabra del Maestro que dice: El que ha sido lavado sea puro en adelante (S. Juan, VIII, 12).

En el Gradual, los santos Inocentes bendicen al Señor que les quebró el lazo con que el mundo quería sujetarlos. Han volado como el pájaro; y su vuelo rápido, que nada ha parado, los ha llevado hasta el cielo.

El Tracto respira la indignación de Raquel ante la crueldad de Herodes y sus satélites. Reclama la celestial venganza, que luego se desató contra esa inhumana familia de tiranos.


GRADUAL
Nuestra alma, como un pájaro, h a sido libertada del lazo de los cazadores. — V. El lazo fué quebrantado y nosotros fuimos libertados. Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.


TRACTO
Derramaron la sangre de los Santos como agua en torno de Jerusalén. — T. Y no había quien los sepultara. — J. Venga, Señor, la sangre de tus Santos, que lia sido derramada sobre la tierra.

Si la fiesta de los santos Inocentes cae en Domingo, la Iglesia, para atenuar un poco la tristeza de sus cantos, entona el Aleluya.


ALELUYA
Aleluya, aleluya. — V. Alabad, niños, al alabad el nombre del Señor. Aleluya. Señor;


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo 
(II, 13-18.)
En aquel tiempo, el Angel del Señor se apareció en sueños a José, diciendo: Levántate, y toma al Niño y a su Madre, y huye a Egipto, y permanece allí hasta que yo te diga. Porque sucederá que Herodes busque al Niño para perderle. Y él, levantándose, tomó al Niño y a su Madre, de noche, y se fué a Egipto: y estuvo allí hasta la muerte de Herodes: para que se cumpliese lo que dijo el Señor, por el Profeta: De Egipto llamé a mi Hijo. Herodes entonces, al verse burlado de los Magos, se irritó mucho, y dió orden de matar a todos los niños que había en Belén y en todos sus alrededores, de los dos años abajo, conforme al tiempo que había averiguado de los Magos. Entonces se cumplió lo que había sido dicho el Profeta Jeremías: Kn Ramá se oyeron voces y muchos lloros y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos; y no quiere ser consolada porque ya no existen.

El santo Evangelio cuenta con su sublime sencillez el Martirio de los Inocentes. Herodes envió a matar a todos los niños. Fué segada para el cielo esta abundante mies y la tierra no se conmovió. Unicamente los lamentos de Raquel subieron hasta el cielo, haciéndose enseguida silencio en Belén. Mas no por eso dejó el Señor de agregar a estas felices víctimas a la corte de su Hijo. Desde el fondo de su cuna, Jesús los contemplaba y bendecía; María compadecía sus breves sufrimientos y el dolor de sus madres; la Iglesia, que iba a nacer pronto, glorificaría através de los siglos la inmolación de estos tiernos corderos, fundando sus mayores esperanzas en el patrocinio de estos niños, que de repente se hicieron tan poderosos ante el corazón de su divino Esposo.

Durante el Ofertorio se deja oír todavía la voz de los Inocentes que repiten su emocionante cántico; como candorosas avecillas, vueltas a la libertad, agradecen la mano que les ha roto los lazos que los amenazaban de muerte.


OFERTORIO
Nuestra alma como un pájaro ha sido libertada del lazo de los cazadores: el lazo fué quebrantado, y nosotros fuimos libertados.


SECRETA
No nos falte, oh Señor, la piadosa oración de tus Santos, la cual te haga gratos nuestros dones, y nos alcance siempre tu perdón. Por el Señor.

En la Antífona de la Comunión oímos de nuevo la voz de Raquel. La Iglesia, alimentada en el divino misterio del amor, no puede olvidarse del llanto de las madres. Con ellas comparte su dolor hasta el fin; pero, en el fondo de su corazón, se eleva hasta Aquel que es el único capaz de consolar tan grandes penas.


COMUNIÓN
En Ramá se oyeron voces, y muchos lloros y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos, y no quiere ser consolada, porque ya no existen.


POSCOMUNIÓN
Hemos recibido, Señor, los dones que te hemos ofrecido: Suplicárnoste hagas que, por intercesión de los Santos, nos aprovechen para esta vida y para la eterna. Por el Señor.

¡Bienaventurados Inocentes, celebramos vuestro triunfo, y os felicitamos por haber sido elegidos para ser compañeros de Cristo junto a su cuna! ¡Qué glorioso despertar el vuestro cuando, después de haber sido pasados por la espada, conocistéis que la luz deslumbradora de la gloria iba a constituir vuestra herencia! ¡Qué gratitud la que demostrasteis al Señor, por haberos escogido entre tantos miles de niños, para honrar con vuestro sacrificio la cuna de su Hijo. Antes del combate, la corona ciñó vuestra frente; la palma vino por sí misma a vuestras débiles manos, antes de que pudiérais realizar esfuerzo alguno para recogerla: así de espléndido se mostró el Señor con vosotros, probándonos que es dueño de sus dones. ¿No era justo que el Nacimiento del Hijo de este soberano Rey fuera señalado por algún magnífico presente? No tenemos envidia ¡oh Inocentes Mártires! Damos gloria a Dios, que os ha elegido, y proclamamos con toda la Iglesia, vuestra dicha inenarrable.

¡Oh flores de los Mártires! permitid que depositemos en vosotros nuestra confianza y que nos atrevamos a suplicaros, por la gracia gratuita que os fué otorgada, no os olvidéis de vuestros hermanos que luchan en medio de los azares de este mundo pecador. Esas palmas y guirnaldas con que juega vuestra inocencia, también nosotros las deseamos. Trabajamos penosamente para hacernos con ellas y a veces nos parece que las vamos a perder para siempre. Ese Dios, que a vosotros os ha glorificado, es también nuestro fin; sólo en El encontraremos nuestro descanso; rogad para que lo alcancemos.

Pedid para nosotros la sencillez, la infancia de corazón, esa ingenua confianza en Dios, que llega hasta el fin en el cumplimiento de su voluntad. Lograd que llevemos con paz su cruz si nos la envía y que sólo deseemos complacerle. Vuestra boca infantil sonreía a los verdugos cuando, en medio de sangriento tumulto, vinieron a interrumpir vuestro sueño; vuestras manos parecían jugar con la espada que iba a traspasar vuestro corazón; eráis graciosos hasta en presencia de la muerte. Conseguid que también nosotros seamos pacientes en las tribulaciones cuando el Señor nos las envíe. Haced que constituyan para nosotros un verdadero martirio por la serenidad de nuestro ánimo, por la unión de nuestra voluntad con la de nuestro soberano Maestro, que sólo prueba para dar el galardón. No nos sean odiosos los instrumentos de que se sirve; no se apague el amor en nuestros corazones; y nada altere esa paz sin la cual el alma cristiana no puede agradar a Dios.

Finalmente, ¡oh tiernos corderos inmolados por Jesús! vosotros que le seguís por todas partes por ser puros, conceded que también nosotros nos acerquemos al celestial Cordero que a vosotros os conduce. Fijadnos en Belén con vosotros para que no salgamos más de esa mansión de amor y de inocencia. Presentadnos a María-vuestra Madre, más tierna aún que Raquel; decidla que también nosotros somos hijos suyos, que somos hermanos vuestros, y que así como Ella se apiadó de vuestros momentáneos dolores, se apiade también de nuestras constantes miserias.

***

Visitemos el establo y adoremos al Emmanuel en este cuarto día de su Nacimiento. Meditemos en la misericordia que le ha movido a hacerse niño para acercarse a nosotros y pasmémonos de ver a un Dios tan cerca de su criatura. "Aquel, dice el piadoso Abad Guerrico en su sermón quinto sobre el Nacimiento de Cristo, Aquel que es incomprensible aun para la sutil inteligencia de los Angeles, se ha dignado hacerse sensible a los groseros sentidos del hombre. Siendo nosotros carnales, Dios no podía hablarnos como a seres espirituales; el Verbo se hizo carne, para que toda carne pudiese no sólo oírle sino también verle; no pudiendo el mundo llegar a conocer la Sabiduría de Dios, esa Sabiduría se dignó hacerse locura. ¡Oh Señor del cielo y de la tierra!, habéis ocultado vuestra sabiduría a los sabios y prudentes de este mundo, para revelarla a los pequefiuelos. La altanería del orgullo sienten horror de la humildad de este Niño; mas lo excelso a los ojos de los hombres es abominable ante Dios. Este Niño sólo con niños se complace; sólo descansa en corazones humildes y pacíficos. Gloríense, pues, en El los pequeñitos y canten: Un Niño nos ha nacido, como por su parte El se felicita, diciendo con Isaías: Aquí estamos, Yo y los niños que el Señor me ha dado. En efecto, para proporcionarle una compañía conforme a su edad, quiso el Padre que la gloria de los Mártires comenzase por la inocencia de los niños, queriendo por ahí demostrar el Espíritu Santo que el reino de los cielos es sólo para aquellos que se les parecen."


Notas

1.- Se calcula en unos veinte el número de víctimas. (P. Lagrana e, Ev. de S. Mateo, p. 33.)





Sea todo a la Mayor Gloria de Dios

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