LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARÍA
María ha elegido la mejor parte,
de la que jamás será privada.
(Lucas 10, 42)
- La Asunción de la santísima Virgen María, Madre de Dios.
- En Cracovia de Polonia, el tránsito de san Jacinto, Confesor, de la Orden de Predicadores, que fue canonizado por el Papa Clemente VIII; su fiesta se celebra el 17 de Agosto.
- En Alba Real de Hungría, el tránsito de san Esteban, Rey de los Húngaros y Confesor, el cuál, adornado de celestiales virtudes, fue el primero que convirtió a la fe de Cristo a los Húngaros, y en el mismo día de la Asunción fue recibido por la Virgen Madre de Dios en el cielo. Su fiesta principal, por disposición del Papa Inocencio XI, se celebra el 2 de Septiembre, cuando, por intercesión del santo Rey, fue bizarramente recuperada por el ejército Cristiano la inexpugnable fortaleza de Buda.
- En Roma, en la vía Apia, san Tarsicio, Acólito, al cual, habiendo encontrado los Paganos cuando llevaba el Sacramento del Cuerpo de Cristo, comenzaron a preguntarle qué llevaba; pero, teniendo él por cosa indigna descubrir las margaritas a los puercos, fue por ellos apaleado y apedreado hasta que expiró; y registrado por los sacrilegos pesquisidores el cuerpo, no hallaron ni en sus manos ni en sus vestidos rastro del Sacramento de Cristo. Los Cristianos recogieron el cuerpo del Mártir y lo enterraron honoríficamente en el cementerio de Calixto.
- En Tagaste de África, san Alipio, Obispo, discípulo que había sido de san Agustín, y después su compañero en la conversión, su colega en el oficio pastoral y su valiente conmilitón en los combates contra los herejes, y últimamente compartícipe en la gloria celestial.
- En Soisons de Francia, san Arnulfo, Obispo, y Confesor.
- En Roma, san Estanislao de Kostka, Polaco, novicio de la Compañía de Jesús y Confesor; el cual, consumado en breve, llenó por la angelical inocencia de vida largos años; y fue puesto por el Sumo Pontífice Benedicto XIII en el catálogo de los Santos.
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.
R. Deo Gratias.
LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARÍA
La vida de la Santísima Virgen, después de la Ascensión de Jesucristo, no estuvo exenta de sufrimiento. Sufrió al verse separada de su Hijo muy amado, y sin cesar suspiraba por el día en que podría reunirse con Él. Aumentaba su mérito al infinito mediante la práctica constante de las más heroicas virtudes. Llegó, por fin, el dichoso día de su muerte y su alma se separó de su castísimo cuerpo, sin dolor ni violencia. Mas, la noche siguiente al día en que se depositó ese cuerpo en el sepulcro, su alma descendió del cielo, reuniose con él y fue a colocarse en el cielo a la derecha de Jesucristo, en el trono que le había sido preparado.
MEDITACIÓN
SOBRE EL TRIUNFO DE MARÍA
I. La Santísima Virgen muere sin dolor y sin temor, con inefable deseo de ir a juntarse con su adorable Hijo. El amor divino es quien desprende su hermosa alma de su envoltura mortal. Tú también morirás; pero, ¿cómo morirás? ¿En el dolor y en el temor? Aprende de María a vivir bien para morir bien. Pídele la gracia de morir santamente. Ella la concede a sus servidores; y cuando te halles en ese terrible momento, dile con Justo Lipsio: Santa María, socorre a mi alma en lucha con la eternidad.
II. La Santísima Virgen resucita algún tiempo después de su muerte; ese cuerpo castísimo que había llevado a Jesucristo no debía sufrir la corrupción del sepulcro. ¡Oh, Virgen Santísima, qué alegría me causa el favor que se os ha acordado! Cuerpo mío, tú también resucitarás un día; pero, ¿será para la gloria o para los sufrimientos eternos? Lo ignoro, o más bien, sé que seré predestinado si soy un servidor fiel de María. Ningún servidor de María perece eternamente (San Bernardo).
III. ¡Cuán admirable es el triunfo de María! Entra en el cielo con cuerpo y alma; los ángeles salen a su encuentro; el Padre eterno la reconoce como Hija, Jesucristo como Madre, el Espíritu Santo como Esposa. Es elevada sobre los coros de los Ángeles y colocada en un trono al lado de su Hijo. Valor, ¡alma mía!, nada hay que no puedas obtener por medio de la Madre de Dios. Su poder es infinito y su amor es igual a su poder. ¿Qué hice hasta ahora para merecer su protección y sus favores?
La devoción a la Sagrada Familia.
Orad por la Iglesia.
ORACIÓN
Perdonad misericordiosamente, Señor, las faltas de vuestros servidores, y, dada la impotencia en que nos encontramos de agradaros por nuestros propios méritos, concedednos la salvación por la intercesión de Aquélla que Vos elegisteis para que fuera la Madre de vuestro Hijo, Nuestro Señor, que, siendo Dios, vive y reina con Vos
en unidad con el Espíritu Santo.
Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo III; Patron Saints Index.
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