martes, 28 de agosto de 2018

Dom Gueranger: San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia





"Año Litúrgico"
Dom Própero Gueranger



SAN AGUSTÍN, 
OBISPO Y DOCTOR DE IGLESIA


EL ALMA DE LOS SANTOS. — ¡"Que admirable es Dios en sus Santos" (1)! Esta exclamación del Salmo nos la sugiere la Liturgia casi todos los días. Entre todos los espectáculos a propósito para alegrarnos y animarnos, no hay ninguno que cause tanta admiración como el alma de un santo. ¡"Qué hermosa es un alma"!, decía el Santo Cura de Ars; y Santa Catalina de Génova exclamaba un día que recibió del cielo el favor de contemplar un alma en estado de gracia: "Señor, si no supiese que hay un solo Dios, creería que esta alma es un dios." La Iglesia se complace en traer a nuestra memoria el recuerdo de los Santos, agruparnos junto a sus altares exponer sus reliquias a nuestra veneración y proponernos sus ejemplos y consejos. En ellos nos muestra lo que la naturaleza y la gracia tienen de más elevado y más suave, de más misterioso y más atractivo.


SAN AGUSTÍN. — Es muy difícil compararios méritos de los Santos para averiguar quiénes son los más grandes, y quizá sea preferible no intentarlo siquiera. Con todo, no podemos menos de reconocer en el que la Iglesia celebra hoy, "al hombre que, unido al cuerpo místico de Cristo como por un milagro, no tuvo tal vez nunca, a juzgar por la historia, en ningún tiempo ni en ningún pueblo, otro que le igualase en grandeza ni en sublimidad"(2).

Es de esos hombres suscitados por Dios, para que, con su talento superior y con sus obras, adaptándose a las necesidades de su época y de todos los tiempos, fortalezcan y continúen sosteniendo al pueblo cristiano, sobre todo cuando el poder de las tinieblas se presenta más amenazador y el error se propaga con mayor facilidad. "Es, decía León XIII, un ingenio vigoroso que, dominando todas las ciencias humanas y divinas, combatió todos los errores de su tiempo" (3);


EL AMANTE DE LA SABIDURÍA. — San Agustín es en primer lugar, el amante de la Sabiduría, que es Dios: "La ama a Ella sola por sí sola y únicamente por Ella ama el descanso y la vida (4). Oigámosle un momento desahogar su corazón, que fué objeto de tan gran misericordia: ¡"Qué tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, qué tarde te amé"! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera y por fuera te buscaba... (5). Pregunté a la tierra y me dijo: No soy yo el que tú buscas; y todas las cosas que hay en ella me confesaban lo mismo. Pregunté al mar y los abismos y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: No somos tu Dios; búscale sobre nosotros. Interrogué a las auras que respiramos, y el aire todo, con sus moradores me dijo: Engáñase Anaximenes: yo no soy tu Dios. Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas: tampoco somos nosotros el Dios que buscas, me respondieron. Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él. Y exclamaron todas con grande voz: El nos ha hecho (6) Si hubiese alguien en quien callase el tumulto de la carne' callasen las imágenes de la tierra, del agua y del aire; callasen los mismo cielos y aun el alma misma callase y se remontase sobre sí no pensando en si; si callasen los sueños y revelaciones imaginarias, y, finalmente, si callase por completo toda lengua, todo signo y todo cuanto se hace pasando, puesto que todas estas cosas dicen a quien las presta oído: No nos hemos hecho a nosotras mismas, sino que nos ha hecho el que permanece eternamente; si, dicho esto, callasen dirigiendo el oído hacia aquel que las ha hecho, y sólo él hablase, no por ellas, sino por sí mismo, de modo que oyesen su palabra, no por lengua de carne, ni por voz de ángel, ni por sonido de nubes, ni por enigmas de semejanza, sino que le oyésemos a él mismo, a quien amamos en estas cosas, a él mismo sin ellas, como al presente nos elevamos y tocamos rápidamente con el pensamiento la eterna Sabiduría, que permanece sobre todas las cosas; si, por último, este estado se continuase y fuesen alejados de él las demás visiones de índole muy inferior, y esta sola arrebatase, absorbiese y abismase en los gozos más íntimos a su contemplador, de modo que fuese la vida sempiterna cual fué este momento de intuición por el cual suspiramos, ¿no sería esto el Entrar en el gozo de tu Señor (7)? Llamaste y clamaste, Señor, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste m i ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz. Cuando yo me adhiriere a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí" (8).


EL DOCTOR DE LA IGLESIA. — Mucho tiempo fué Agustín esclavo de las concupiscencias y de las pasiones de su corazón, mucho tiempo su inteligencia estuvo presa de los errores maniqueos, y mucho le costó también romper estos lazos y volver a hallar la verdad de la Iglesia católica. Pero, una vez convertido, emprendió resueltamente la ofensiva contra el error. Venía detrás de los célebres Doctores Clemente de Roma, Ireneo, Hilario, Atanasio, Ambrosio, Basilio, Juan Crisóstomo; pero su enseñanza oral y escrita a lo largo de casi medio siglo, es la que más nos admira.

Se declara enemigo del maniqueísmo, del que en otro tiempo fué apóstol convencido, y reduce a la nada a esa extraña herejía, que, para explicar la existencia del mal, había imaginado el divinizarle y ponerle en contra del Dios bueno. Pero, en esta lucha muestra Agustín su alma saturada de mansedumbre para aquellos con quienes compartió tanto tiempo la misma ilusión: "Sean severos con vosotros los que no saben cuán raro es y cuánto cuesta llegar a su perar con la serenidad de un alma piadosa los fantasmas de los sentidos. Müéstrenseos duros los que ignoran con qué trabajo se cura el ojo del hombre interior, para mirar a su sol, al sol de justicia; los que no saben con qué ansias y con qué gemidos se llega a entender un poco de Dios. Tolero, por fln, la intransigencia de aquellos que jamás conocieron tal seducción como la que os hace vivir equivocados... Por mi parte, de ningún modo seré exigente con vosotros, porque, además de que las vanas imaginaciones de lo que buscaba mi espíritu le traían al retortero, tuve parte en vuestra miseria y hube de llorar mucho" (9).

Le era más agradable demostrar a los hombres su último fln y el medio único de conseguir la bienaventuranza, como lo hace en esta famosa oración: "Nos has hecho para ti, oh Dios mío, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (10); y recordarles que inútilmente intentarían conseguir el cielo sin la sumisión y la obediencia que se deben a la Iglesia católica, que es la única instituida por Dios para llevar a las almas la luz y la fuerza. El mismo santo tenía sumo empeño en someterse a la autoridad de la Iglesia docente, convencido de que, mientras así obrase, n o se apartaría ni u n ápice de la verdadera doctrina.

De modo especial le agrada defender la naturaleza de la gracia, ya que sabe muy bien cuánto la debe. Su oración favorita: "Señor, concédeme lo que mandas y manda lo que quieras" (11), hería el orgullo del monje Pelagio, para quien la naturaleza era omnipotente en hacer el bien y se bastaba totalmente en orden a la salvación, puesto que el pecado original no la había cambiado. Hizo de la gracia un estudio tan acabado y perfecto, que se le llamó el "Doctor de la gracia", al cual consultarán en adelante los escritores católicos al tratar esta materia, para, siguiendo sus enseñanzas y las de la Iglesia, verse libres de incurrir en error.


LA ENSEÑANZA DE SU VIDA. — Pero hay otra enseñanza que Agustín daba a los fieles: la de su vida virtuosa. Posidio, su primer biógrafo, a seguraba que "los que pudieron verle y oírle predicar en la iglesia, y sobre todo los que disfrutaron de su conversación, sacaron mucho provecho. Porque n o sólo era un sabio en las cosas del reino de los cielos, sino que era de aquellos de quienes había dicho el Salvador: El que practicare y enseñare a los hombres de esta manera, ése será grande en el reino de los cielos." Buscó ardorosamente la caridad como la m ás noble de !as virtudes y la cultivó con tal constancia, que se le representa con un corazón de fuego en la mano; su alma, a veces, volaba hacia Dios, como él mismo nos lo ha contado en el famoso episodio del éxtasis de Ostia. Y es que se entregaba sin interrupción, a contemplar la vida de Cristo y, además, se esforzaba por reproducir en sí el modelo divino, devolviendo amor por amor, como él lo aconsejaba a las vírgenes: "Quede grabado en vuestro corazón, el que por vosotras fué clavado en la cruz."


LAS PRUEBAS. — No podía faltar la prueba del dolor a esta alma grande. Ni nos debemos figurar al santo en meditación apacible, o escribiendo en la paz de una sencilla ciudad episcopal, escogida con tal intento por la Providencia, esas obras preciosas, cuyos frutos recogería el mundo hasta nuestros días. En esta vida no hay fecundidad sin padecimiento, sin tribulaciones públicas o privadas, sin sacrificios conocidos de Dios o de los hombres; cuando, al leer los escritos de los Santos, brotan en nosotros pensamientos piadosos, resoluciones generosas, no debemos contentarnos, como si se tratase de libros profanos, con rendir un tributo de admiración al genio de sus autores, sino más bien pensar cuánto les costó a ellos el bien sobrenatural que producen en nuestras almas. Antes de llegar Agustín a Hipona, los Donatistas contaban ya tal mayoría, que refiere el Santo que se valían de ello hasta prohibir cocer pan para los católicos (12). Al morir el Santo, las cosas habían cambiado notablemente; pero fué necesario que el pastor prefiriendo a todo otro deber el de salvar contra viento y marea las almas que se le habían confiado, gastase sus días y sus noches en esta obra primordial, corriendo más de una vez el peligro afortunado del martirio (13). Los jefes de los cismáticos, temiendo la fuerza de sus razones más aún que su elocuencia, se negaban a disputar con él, y habían hecho público que matar a Agustín sería una obra laudable, merecedora del perdón de todos los pecados en quien se comprometiese a llevarla al cabo (14).

Rogad por nosotros, decía al principio de su ministerio, rogad por nosotros, que vivimos de manera tan precaria, entre los dientes de lobos furiosos; ovejas descarriadas, ovejas obstinadas, que se molestan porque vamos tras ellas, como si sus extravíos las hiciesen no ser nuestras" (15).


Su CELO. — y con su rebaño fiel, ¡qué abnegación y qué bondad manifestaba el Pastor! Es una delicia verle en medio de su pueblo, hablándole familiarmente, dejándose asediar y cautivar de él. Su puerta siempre abierta a todo el que llegaba, atendía toda petición, todo dolor, todo litigio. A veces, ante la insistencia de las otras iglesias y de los concilios que reclamaban sus trabajos y sus consejos, Agustín y sus visitantes hacían un pacto que, por cierto, duraba muy poco porque sobre todo los pobres y los humildes sabían que la vida y el corazón del Santo era para ellos.

Se necesitaría poder leer todas sus obras, el relato de sus "Confesiones", sus Sermones y sus Homilías para llegar a comprender a esta alma incomparable. Pío XI, al terminar la Encíclica que dedicó a ensalzarle, decía que "su vida y sus méritos, su agudo ingenio, la amplitud y profundidad de su ciencia, la sublimidad de su santidad, la lucha que tuvo que sostener para defender la verdad católica, hacen que no se puedan encontrar, por decirlo así, otros hombres, o muy pocos a quienes compararle, desde el principio del mundo hasta hoy."

La grandeza de los santos no se parece a la de los poderosos de este mundo; éstos nos asustan y aquéllos, al contrario, nos atraen y nos infunden confianza. No nos desalientan ni la sublimidad de su ingenio, ni la santidad de su vida, ni el rigor de su penitencia, ni el fuego de su caridad. Por el dogma de la Comunión de los Santos sabemos que son hermanos nuestros; y, por estar cerquita del Señor, se parecen a él, participan de su ternura, de su benignidad, de su misericordia. Nos dejaron sus ejemplos y sus enseñanzas y ahora ofrecen su oración y sus méritos para que, siquiera de lejos, los sigamos por el camino que lleva a Dios. ¡Ojalá lleguemos a unirnos íntimamente y para siempre con este Dios, al que Agustín se lamentaba "de haber conocido y empezado a amar demasiado tarde"!


VIDA. —- Agustín nació en Tagaste, en Numidia, el 13 de noviembre de 354, de padre pagano y de madre cristiana, Santa Mónica, De inteligencia brillante, estudió en Cartago, luego en Roma y en Milán, donde enseñó la retórica. En su juventud conoció el desarreglo de los sentidos y cayó en la herejía maniquea. Pero, tocado por la gracia que le ganaron las oraciones y las lágrimas de su madre Santa Mónica, ilustrado por las enseñanzas y los consejos de San Ambrosio, se convirtió y recibió el bautismo el 25 de abril de 387. Poco después llegó a Africa para practicar allí, con otros muchos discípulos, una vida monástica totalmente dedicada a la oración y al estudio. En 391 se ordenó de sacerdote. Su ciencia, su elocuencia, su santidad, le valieron para suceder a Valerio, obispo de Hipona. Durante cerca de cuarenta años se entregó a la enseñanza de su pueblo, a la conversión de los herejes y a escribir sus innumerables obras. Murió en 430, cuando los vándalos ponían cerco a su ciudad.


SÚPLICA. — Por fin, después de doce siglos, se ha vuelto a ver la Cruz en Africa, tan querida, en donde había perecido hasta el nombre de muchas iglesias en otro tiempo florecientes. ¡Quiera Dios que la libertad de que ahora disfruta, la alcance pronto su triunfo sobre el Corán! ¡Ojalá que la nación que hoy protege tu suelo natal, Pueda sentirse orgullosa de este nuevo honor y comprender las obligaciones que para ella de él se derivan!

Tu acción, con todo, no se había amortiguada lo largo de esta noche prolongada. Tus obras inmortales iluminaban las inteligencias y despertaban el amor a través del mundo entero. En las basílicas atendidas por tus hijos e imitadores, el esplendor del culto divino, la perfección de las melodías santas, mantenían en el corazón de los pueblos el gozo sobrenatural que se apoderó del tuyo al resonar por primera vez en nuestro Occidente el canto alterno de los Salmos y de los Himnos litúrgicos (16) bajo de la dirección de Ambrosio. En todas las épocas la vida perfecta renovó su juventud con las mil formas que la exige revestir el doble mandamiento de la caridad, bebiendo en las aguas que corren del tus fuentes (17).

Ilumina continuamente a la Iglesia con tus incomparables luces. Bendice a las muchas familias religiosas que se amparan en tu insigne patrocinio. Ayúdanos a todos alcanzándonos el espíritu de amor y de penitencia, de confianza y de humildad, que tan bien dice en un alma rescatada; enséñanos lo débil e indigna que es la naturaleza después de la caída, pero danos también a conocer la bondad sin límites de nuestro Dios, la superabundancia de su redención, la omnipotencia de su gracia. Y que todos contigo sepamos, no sólo reconocer la verdad, sino también decir a Dios de modo leal y práctico: "Nos Hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto nasta que descanse en ti" (18).



Notas

1. Salmo L X V I I , 36.
2. Encíclica Ad salutem humani del 20 de abril del 1930.
3. Encíclica Aeterni Patris.
4. Juan II, Registro de Cartas, 1. X, c. XXXVII.
5. Confesiones, 1. X, c. XXVII.
6. Confesiones, 1. X, c. X.
7. Confesiones, 1. IX, c. VI.
8. Confesiones, 1. X, c. XXVII.
9. Contraepist. Maniehael quam vocant fundamenti , 2-3
10. Confesiones, 1. I, c. I.
11. Confesiones, 1. X, cc. XXIX, XXXI.
12. Contra litteras Petiliani, II, 184.
13. Posidius, Vita Augustini, 13.
14. Ibid. 10.
15. Sermón XLVI, 14.
16. Confesiones, 1. IX, cc. VI, VII.
17. Prov., V, 16.
18. Confesiones, 1. I, c. I.



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Sea todo a la mayor gloria de Dios.


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