SANTOS SIETE HERMANOS;
SANTAS RUFINA Y SEGUNDA,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
(Filipenses 2, 8)
- En Roma, el suplicio de siete santos Mártires hermanos, hijos de santa Felicitas, Mártir, a saber: Jenaro, Félix, Felipe, Silvano, Alejandro, Vidal y Marcial, siendo Emperador Antonino y Prefecto de Roma Publio. Jenaro, después de azotado con varas y maltratado en la cárcel, fue muerto con plomadas; Félix y Felipe murieron apaleados; Silvano murió despeñado; Alejandro, Vidal y Marcial fueron decapitados.
- En Roma también, las santas Vírgenes y Mártires Rufina y Segunda, hermanas, que en la persecución de Valeriano y Galieno, fueron sometidas a la tortura, y por último, partida a una la cabeza con una espada y cortada a otra la cerviz, volaron al cielo. Sus cuerpos se guardan con el debido honor en la Basílica Lateranense, cerca del Bautisterio.
- En África, los santos Mártires Jenaro, Marino, Nabor y Félix, que fueron degollados.
- En Nicópolis de Armenia, los santos Mártires Leoncio, Mauricio, Daniel y sus Compañeros; los cuales, en tiempo del Emperador Licinio, y siendo Presidente Lisias, diversamente atormentados y por último arrojados al fuego, acabaron el curso de su martirio.
- En Pisidia, los santos Mártires Bianor y Silvano, que, habiendo sufrido por el nombre de Cristo cruelísimos tormentos, al fin, cortada la cabeza, fueron coronados.
- En Iconio de Licaonia, san Apolonio, Mártir, que consumó en la cruz un ilustre martirio.
- En Gante de Flandes, santa Amelberga, Virgen.
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.
SANTOS SIETE HERMANOS;
SANTAS RUFINA Y SEGUNDA,
Mártires
Los siete hermanos (Jenaro, Félix, Felipe, Silvano, Alejandro, Vidal y Marcial), cuya fiesta celebramos, son los hijos de Santa Felicitas, ilustre romana del siglo II. Confesaron la fe valientemente ante la mirada de esta madre admirable que temía más, dice San Gregorio Magno, dejar a sus hijos vivos después de ella, que, como suelen temer los padres carnales, verlos morir antes.
Rufina y Segunda eran hermanas; sus padres las habían prometido a dos señores romanos, pero rehusaron casarse, porque ya habían elegido como esposo a Jesucristo. Se las encarceló y se las azotó para que consintiesen en la pérdida de la virginidad y de la fe. Se las arrojó al Tíber, pero un ángel acudió a sacarlas. Finalmente, fueron decapitadas por orden de los emperadores Valeriano y Galo, en el año 257.
MEDITACIÓN
SOBRE LA NECESIDAD DE LLEVAR BIEN
LA PROPIA CRUZ
I. Jesucristo amaba tiernamente a esta madre admirable y a los siete hijos que ella había educado para Él; amaba igualmente a estas dos hermanas que lo habían elegido por esposo. Por eso los admitió, a todos, a compartir con Él sus sufrimientos. No te asombres: Dios ha resuelto salvar a los hombres solamente por la cruz. Jesucristo, para redimirnos, llevó la suya; tú, para salvarte, debes también llevar la tuya. Es el camino grande del cielo, aquél por el cual han pasado todos los santos; te extraviarás si buscas otro. No nos contentemos con adorar la cruz sobre los altares; no basta ello para salvarse. No hemos de adorar la cruz solamente, hemos de llevarla.
II. Los malvados llevan su cruz, pero para su condenación. Mira a los esclavos de la vanidad, de las riquezas, de los placeres; viven en continua inquietud de espíritu y en continuo trabajo. ¿Para qué? Para adquirir bienes que habrá que abandonar el día menos pensado, y que los arrastrarán al infierno. Si se imponen tanta fatiga por una recompensa fugitiva, ¿no es, acaso, cobardía de nuestra parte rehuir el sufrimiento de un instante a cambio de una gloria inmortal?
III. Haz lo que te plazca: quieras o no, llevarás tu cruz. La llevarás como Jesucristo, que la pidió sin haberla merecido; o bien como el mal ladrón, que la llevó de mala gana y sin mérito. Es preciso pasar por los sufrimientos para llegar a la gloria. Dos caminos nos muestra Cristo: uno penoso que debemos soportar, otro feliz que debemos esperar (San Agustín).
La mortificación.
Orad por los afligidos.
ORACIÓN
Haced, os suplicamos, Dios omnipotente, que los gloriosos mártires que tan valientemente confesaron vuestro Santo Nombre, nos hagan experimentar los efectos de su piadosa protección. Por J. C. N. S.
Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo III; Patron Saints Index.
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